MODALISMO
DC


SUMARIO: I. Designaciones.—II. Personajes y corrientes del modalismo clásico—III. Concepto moderno de persona y neomodalismos—IV. Valoración teológica.


I. Designaciones

En la terminología moderna se usa preferentemente el vocablo modalismo para designar la doctrina trinitaria que no reconoce una consistencia personal distintiva al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, reduciendo su realidad a simples modos o momentos manifestativos del Dios único. En la historia de la teología esta doctrina ha recibido diversas designaciones: monarquianismo, como derivación del término "monarquianos" usado por Tertuliano (Adv. Prax. 3,2; 10,1: CCL 2, 1161, 1169) para designar a los que defendían la monarquía divina (un solo principio, monoteísmo) en sentido herético (por excluir la realidad trinitaria), siendo posible distinguir entre un monarquianismo dinámico-adopcionista (que rechaza la divinidad de Jesucristo) y un monarquianismo modalista (que la acepta, pero no distingue realmente entre Dios Padre y Jesús); patripasianismo, derivado del término "patripasianos" (el Padre es quien padece la pasión, al no distinguirse realmente del Hijo) con que se designa a veces también a los monarquianos tanto en Oriente como en Occidente (PG 14, 1304D; 26, 732C; CSEL 3/2, 781); sabelianismo, de Sabelio, principal exponente en Roma del monarquianismo modalista a comienzos del s. III. Como sucede con frecuencia en la historia de la teología, también en este caso las fuentes de información son fundamentalmente los escritos de sus adversarios, bien contemporáneos, bien posteriores al desarrollo de la polémica.


II. Personajes y corrientes del modalismo clásico

Con los juicios diferenciados a que obliga la investigación histórica reciente sobre el origen y la formulación del monoteísmo en Israel puede seguir manteniéndose, no obstante, que la confesión de un Dios único constituye el dogma fundamental de la fe judía. También el cristianismo primitivo compartía esta profesión de fe monoteísta, lo que significa que ambos están lejos de los politeísmos paganos. El acontecimiento Jesucristo, sin embargo, y, sobre todo, su reconocimiento como Dios, marca el límite distintivo entre judaísmo y cristianismo. Ahora bien, ¿cómo mantener ambas convicciones de fe, la afirmación de un Dios único y la divinidad de Jesucristo, igualmente irrenunciables para un cristiano, sin caer en la contradicción? En un principio no parece que el problema se planteara en toda su virulencia para los cristianos que confesaban sencillamente su fe. Algún intento de explicación se encuentra ya en los apologistas; Taciano dice que el Logos no se origina por una división de la naturaleza divina (PG 6, 816s) y Justino recoge la opinión de cristianos que retienen tan imposible separar al Padre de su propia potencia como separar al sol celeste de su luz terrena (PG 6, 776A). A pesar de todo, hasta finales del s. II no se encuentra un pensamiento estrictamente monarquiano que, queriendo garantizar por encima de todo la unidad y unicidad divina, termina cuestionando la realidad trinitaria de Dios.

El iniciador y primer propagador de una tal doctrina fue Noeto, quien predica en Esmirna (Asia) entre el 180 y el 200. De su enseñanza nos informa Hipólito (P. mitad s. III). Ésta consistía (PG 10, 803ss; Nautin 243ss) en la afirmación neta de un sólo Dios único, el Dios Padre. De ahí que, si Cristo es Dios (lo cual sostiene Noeto a diferencia de los monarquianos adopcionistas), entonces se identifica con el Padre y, en consecuencia, éste, presentándose como Hijo, nació como hombre, sufrió y murió (patripasianos). En su ayuda invocaba textos del AT sobre la unicidad exclusiva de Dios (Ex 3,6; 20,3; Is 44,6; 45, 5.14; Bar 3,36) y textos del NT sobre la identificación del Hijo con el Padre Un 10,30; 14, 9s; Rom 9,5). Tanto el prólogo como otros textos de Jn eran interpretados en sentido alegórico (no probaban más que la unidad de Dios). De la doctrina de Noeto parecen haberse ocupado hacia el 190 dos sínodos regionales de Esmirna (cf. Fischer), que rechazaron su doctrina; así es como en parte podemos conocerla ("dixit Christum esse ipsum Patrem... sic aiunt se probare unum esse Deum... passus vero est Christus Deus, passus igitur est Pater", PG 10, 804A, 806B), al igual que una fórmula de fe, sencilla y tradicional, aducida en su contra, que mantiene la distinción entre Dios Padre y el Hijo ("Et nos unum Deum vere scimus; scimus Christum, scimus Filium passum, sicut passus est... atque haec dicimus, quae didicimus", PG 10, 805A).

Con la condena de Noeto desaparece también su rastro, pero no el de su doctrina. Uno de sus discípulos, Epígono, la lleva consigo hasta Roma, donde encuentra el terreno bien preparado ya por la enseñanza previa de un tal Práxeas, personaje del que únicamente tenemos noticia por el Adv. Prax. (213) de Tertuliano. Este hecho, unido al silencio de Hipólito y de otras fuentes, han llevado a la hipótesis de si Práxeas (=intrigante, embrollón) no sería el nombre ficticio para designar a un monarquiano ya conocido (Cantalamessa 49). A pesar de las perplejidades, hoy se tiende a admitirlo como personaje histórico distinto. Su doctrina aporta variantes y matices propios al monarquianismo. El Padre y el Hijo no son más que una sola cosa ("duos unum volunt esse ut idem Pater et Filius habeatur", Adv. Prax. 5); el Logos no es más que otro nombre (flatus vocis) dado al Padre; por ello, el Padre fue quien se encarnó, nació de la virgen María, padeció y sufrió la pasión ("ipsum dicit patrem... passurn... post tempus pater natus et pater passus", Adv. Prax. 1 s). Ahora bien, todo esto no bastaba para dar razón suficiente de lo que sobre jesucristo dicen los textos bíblicos y la fe tradicional. De ahí que se distinga en él una dualidad, por una parte el elemento divino o Cristo, que se identifica con el Padre, y por otra parte el elemento humano o jesús, que es propiamente el Hijo; en realidad, este elemento humano fue el protagonista de la cruz y de la pasión, mientras que el Padre compadeció la pasión con el Hijo ("filius sic quidem patitur, Pater vero compatitur", Adv. Prax. 29). Praxeas dejó Roma para ir a Cartago, donde su doctrina alcanzó una aceptación muy amplia, sobre todo entre la gente sencilla, tal como hacen notar Hipólito y Tertuliano. Éste recuerda el lema repetido incesantemente por la multitud: "rnonarchiam tenemus" (Adv. Prax. 3) y considera la doctrina monarquiana como algo propio de espíritus simples y sin formación, de los que habla con desdén ("simplices, ne dixerim imprudentes et idiotae, quae major semper pars credentium est", Adv. Prax. 3), frente a los cuales él se esfuerza por presentar un sistema de pensamiento, elaborado con categorías filosóficas, pero no siempre grato a las autoridades doctrinales (cf. Lebreton).

El pensamiento de Noeto fue continuado por Sabelio, del que no tenemos fuentes directas ni en lo relativo a su origen (¿Libia?) ni a su doctrina, excepto que fue condenado por el papa Calixto hacia el 220 por sus posturas monarquianas. La caracterización del sabelianismo (cf. Simonetti) transmitida por Hipólito (Refut. IX 11s), Epifanio (Panarion 62,1-8) y Atanasio (PG 26, 732) hace del mismo una prolongación consecuente del monarquianismo, pero introduciendo ahora en su sistema la figura del E. Santo, a la que los anteriores no habían dado relieve (Bienert 171 es crítico con esta tesis). No tenemos noticia de ningún autor concreto que haya sistematizado de algún modo el sabelianismo; únicamente una breve referencia de Eusebio (PG 20, 593A) sobre la enseñanza de Berilo, obispo de Bostra, a quien Orígenes habría convencido en un concilio del 240 para que abandonase la postura que mantenía sobre el Logos como una realidad no distinta del Padre. El caso es que por esta misma época se difunde ampliamente una versión del sabelianismo, con matices propios, en la Pentápolis. Será bastante más tarde cuando Epifanio de Salarnina. (315-403) informe de esta nueva elaboración (PG 41,1052-1061): Dios, mónada simple e indivisible, constituye con el Hijo una persona única, de ahí el nombre de hyiopátor; al mundo creado se revela en el AT como legislador (Padre), en el NT como redentor (Hijo) y, desde Pentecostés, como santificador de las almas (E.Santo) ; pero estos tres estadios sucesivos de la mónada divina (única hypóstasis o prósopon) constituyen tres aspectos, virtualidades, modalidades, como tres nombres de un mismo ser; modalidades que son transitorias, duran únicamente lo que dura su actuación, en un movimiento de despliegue y de repliegue en la mónada divina. Con esta doctrina se va más allá del patripasianismo occidental: la pasión es sufrida realmente por el Hijo, no por el Padre; se evita el subordinacionismo al no conceder al Padre ninguna condición preeminente (es igual que Hijo y Espíritu una manifestación temporal de la única mónada) y se hace un lugar para el E. Santo. En el contexto de la difusión de estas doctrinas sabelianas se ha de colocar el conflicto surgido entre Dionisio, obispo de Alejandría (t 264/5), que lo combate decididamente con expresiones no siempre afortunadas, y el papa Dionisio de Roma (259-268), quien considera la doctrina de las tres hipóstasis separadas como equivalente a la afirmación de tres dioses [sobre la cuestión, cf. infra triteísmo] .

A lo largo del s. IV se mantiene todavía la acusación de sabelianismo, pero ya no parece responder tanto a una realidad histórica con capacidad de nuevas versiones, cuanto a un arma arrojadiza en contra de los adversarios. Así aparecerá con frecuencia en boca de los arrianoso de los eusebianos para acusar de sabelianismo a los defensores del consustancial niceno. En algunos casos, como el de Marcelo de Ancira (t 375 ca.) con motivos suficientes, si bien resulta muy compleja la interpretación exacta de su pensamiento (Grillmeier 418ss). Partidario entusiasta del homooúsios niceno, quiere salvar por encima de todo la unidad divina; Dios es una mónada indivisible, una única ousía e hipóstasis, que en la creación y en la encarnación del Logos se convierte en díada y con la efusión del E. Santo se transforma en tríada; rechaza la concepción origeniana del Logos como una hipóstasis distinta (rompería la unidad divina y equivaldría a politeísmo) y no admite diferenciación intradivina alguna que reconociera al Logos una subsistencia propia. Se trata de la fuerza (dynamis) divina, que sale de Dios para actuar en la historia de creación y de salvación y que al fin de los tiempos, cuando su función se haya cumplido, se reintegrará de nuevo en la mónada divina (la fórmula del credo, referida a Cristo, de que "su reino no tendrá fin", seguramente tiene que ver con estas ideas). Según Kelly 296, el pensamiento de Marcelo sería compatible con el trinitarismo económico de los occidentales; para los orientales, en cambio, especialmente para los eusebianos, era inaceptable, más aún en la versión monarquiana adopcionista que del mismo hace su discípulo Fotino (depuesto en Sirmio 351).


III. Concepto moderno de persona y neomodalismos

El modalismo, en sus distintas versiones, no es solamente la pervivencia del monoteísmo judío estricto; también puede considerarse como un intento de la reflexión creyente por hacer plausible y aceptable para la inteligencia humana, sin obligarla a grandes sacrificios, el lenguaje bíblico sobre Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. En cuanto realidad histórica tuvo a finales del s. II y en el III su mayor difusión, prolongada de alguna manera en el IV. Pero en cuanto riesgo permanente reaparece a lo largo de la historia de la teología: priscilianismo, la primera escolástica con Abelardo (t 1142), la propuesta ilustrada de una religión dentro de los límites de la razón, el socinianismo, gran parte del protestantismo de la época moderna [cf. unitarianismo...] Es decir, puede considerarse como la sombra indefectible de todo esfuerzo creyente por la inteligibilidad de la fe, sobre todo cuando la preocupación primera es la unidad y unicidad de Dios.

Para obviar este riesgo se terminó introduciendo en las formulaciones dogmáticas trinitarias el término "persona" como un concepto límite [cf. persona]. Las modificaciones sufridas por el mismo en la historia del pensamiento, desde su comprensión clásica como sustancia hasta su comprensión moderna como autoconciencia, ha hecho que diversos teólogos consideren el uso aproblemático de la expresión "tres personas" en la situación cultural de hoy como vehículo fácil de un triteísmo casi inevitable, ingenuo y no reflexionado. De ahí sus propuestas complementarias o alternativas: hablar más bien de modos de ser (Seinsweise, Barth) o de modos de subsistir (Subsistenzweise, Rahner) como vías de superación de la amenaza triteísta. Frente a ellas ha surgido de nuevo la acusación de neomodalismo, si no manifiesto, ya que los teólogos respectivos conocen el riesgo y quieren mantener el dogma trinitario, al menos tendencialmente inevitable. De nuevo también la invocación de herejías históricas como sospecha recelosa, como arma arrojadiza o como afirmación de los acentos propios en la confrontación contemporánea de distintas corrientes teológicas. En las más recientes (Moltmann, Pannenberg, Ratzinger, Kasper) la insistencia ha basculado hacia la diversidad de personas. Pero sería presuntuoso dirimir aquí la cuestión con (des)calificaciones globales, ignorando la complejidad de las respectivas propuestas. Solamente el análisis detallado de las mismas puede permitir un juicio fundado.


IV. Valoración teológica

En la historia del pensamiento cristiano el modalismo ha sido un riesgo más propicio entre corrientes teológicas que acentuaban la unidad rigurosa y estricta del Dios único (en continuidad con el monoteísmo judío) o insistían en la unicidad de naturaleza e igualdad sustancial de las tres personas para superar de raíz todos los subordinacionismos posibles. Es ciertamente un riesgo peculiar, aunque no exclusivo, de la teología occidental de la unidad divina [cf. Regnon y precisiones posteriores]. Harnack, a propósito del conflicto que enfrentó a Hipólito con los papas Ceferino y Calixto en la controversia modalista, avanzó la tesis de que el modalismo sería como la expresión de la fe común de la gente sencilla, modificada posteriormente por la doctrina de los apologistas sobre el Logos distinto del Padre y por toda la construcción dogmática posterior; restos de ese modalismo popular originario podrían descubrirse hasta el s.V en autores retenidos como ortodoxos. En una palabra, cristianismo sencillo y originario, de carácter adogmático, por una parte, frente al dogma eclesiástico posterior, elaborado por sabios e intelectuales, por otra parte. Según Bardy (1999ss), la tesis no resiste el examen histórico, pues el monarquianismo modalista es una herejía propia de finales del s. II y primera mitad del s. III, en la que el modalismo encuentra su expresión técnica, con diversificación de escuelas, y de la que se alimentarán los modalismos posteriores.

La comprensión modalista rigurosa de Dios disuelve la Trinidad divina en una realidad simplemente manifestativa, en un puro "pro nobis", en un aspecto de la reflexión y del pensamiento humano. Los nombres de Padre, Hijo y Espíritu tienen un significado meramente formal y toda distinción personal entre ellos queda difuminada. Con ello no hay lugar tampoco para una cristología en sentido estricto y de hecho Noeto acusaba de "diteísmo" a los que distinguían personalmente entre el Padre y el Hijo y se resistían a admitir su interpretación modalista. En rigor no hay una asunción real de la historia humana por parte de Dios y el acontecimiento de la encarnación divina pierde toda consistencia real. La historia vivida y protagonizada por Jesús de Nazaret se vacía de su significado salvífico para el hombre. Y la verdad salvífica de esos acontecimientos históricos esel núcleo central que quiere garantizar el dogma trinitario cuando rechaza el modalismo. La historia de Jesús solamente es salvífica y liberadora si es realmente historia del Dios trinitario, no si únicamente se desarrolla bajo el signo de una presencia más o menos lejana de Dios. Formulado en lenguaje técnico: solamente si hay una correspondencia recíproca y una identidad real entre Trinidad económica (revelación, autocomunicación de Dios al hombre como Padre, Hijo y Espíritu en la historia salvífica) y Trinidad inmanente (realidad de Dios Padre, Hijo y Espíritu como comunión intradivina y eterna). Es la verdad irrenunciable que quieren garantizar las formulaciones dogmáticas mediante la expresión "tres personas trinitarias". Salvado este núcleo central es ya una cuestión propia del quehacer y del debate teológico el que puedan encontrarse otras expresiones igualmente válidas.

[- Arrianismo; Barth; Concilios; Escolástica; Judaísmo; Monarquía; Monoteísmo; Padres (griegos, latinos); Personas divinas; Politeísmo; Rahner; Regnon, De; Subordinacionismo; Teología y economía; Trinidad; Triteísmo; Unidad, Unitarianismo.]

Santiago del Cura Elena