MARÍA
DC

SUMARIO: I. María y la Trinidad en la Iglesia: 1. Los datos del N.T.; 2. La sistematización teológica desde los primeros siglos hasta el Concilio Vaticano II; 3. El Concilio Vaticano II y las líneas actuales.—II. Aproximación sistemática a una Mariología trinitatia: 1. María y la acción creadora de Dios Padre: paternidad-maternidad ; 2. María y la acción redentora de Dios Hijo: la maternidad transformada ; 3. María y la acción animadora de Dios Espíritu Santo: la maternidad comunitaria .—III. Conclusión: El Dios de la historia y María.


I. María y la Trinidad en la Iglesia

1. LOS DATOS DEL NUEVO TESTAMENTO. El convencimiento de que no podemos ir al NT a buscar relaciones explícitas entre María y la Trinidad, estrictamente hablando, nos lleva a planteamientos más modestos y en el marco de este trabajo a una necesaria síntesis.

El evangelio de Marcos no ofrece elementos que relacionen explícitamente a María con las personas de la Trinidad. María sólo aparece nombrada en una perícopa como madre de Jesús (Mc 3, 31-35) y en un contexto de vocación al discipulado. Tampoco en el corpus paulino encontramos mucho más. El texto de Gál 4,4-5 sitúa al Hijo de Dios en las coordenadas de la historia humana, la Encarnación, de forma que podamos situar también nosotros nuestra filiación. Nada se explicita acerca de la relación de María con Dios Padre. Sobre su relación con el Hijo se afirma que es su madre histórica. La persona del Espíritu no aparece en el texto. En Mt y Lc hay más datos pero tampoco podemos afirmar de ellos relaciones mariológico trinitarias estrictamente hablando. Mt sitúa la maternidad virginal de María bajo la fuerza del Espíritu (Mt 1,18) y Lc es aún más explícito situando el surgimiento histórico del Hijo bajo la acción del Espíritu. Aunque es cierto que no se puede deducir de los textos lo que ha desarrollado la dogmática posteriormente, también lo es que los elementos necesarios y fundamentales para dicho desarrollo aparecen aquí. La figura de Dios está estrechamente vinculada a su presencia mediada por el ángel. Dios Padre es aquel que dialoga con María y la llama a colaborar con El en el plan salvador. Dios aquí es Padre porque se revela a través del ángel como el que envía al que será llamado Hijo del Altísimo ( ..) Hijo de Dios (Lc 1,32.36). El Espíritu es aquel cuya acción se muestra en la historia como Creación Nueva en la Encarnación del Hijo de Dios. Es la fuerza del Altísimo (Lc 1,35) que viene a María. Algo semejante de lo que observamos en estos evangelios, se deduce de una atenta lectura exegética de los textos joánicos en que aparece María. Algún autor asegura haber descubierto una estructura trinitaria en los tres pasajes (Jn 1,13; 2, 1-11; 19,25-27). Este mismo autor afirma que aunque es legítimo y necesario acudir a los datos de la Escritura, la aportación bíblica será distinta de la aportación de la tradición patrística y dogmática. No podemos negarla, aunque tampoco hay que ver en ella lo que después quedó conceptualizado. En el cuarto evangelio el Espíritu Santo aparece ligado a María sobre todo a nivel simbólico como se advierte comparando la función que tiene el Espíritu en este evangelio y la que tiene María. En Hechos 1,14 la relación entre María y el Espíritu Santo es más explícita que en ningún otro texto y aparece vinculada a la creación y a la memoria de Jesús en la comunidad primera.

En una visión conjunta y de síntesis podemos afirmar que María, en su cualidad de mujer israelita, está globalmente situada en una tradición religiosa-monoteísta en la que Dios, YHWH, no es aún el Padre de la Trinidad cristiana. Creemos que en su fe hay una evolución de esta imagen de Dios a partir de la vida, mensaje y pascua de Jesús que presenta y testimonia al Padre. Por tanto la relación entre María y el Padre tiene que ver con su propia experiencia de fe. En un sentido más estricto se puede afirmar algo semejante con.respecto al Hijo. María, según aparece en los evangelios, realiza un itinerario de fe que pasa por el discipulado de Jesús y por la experiencia de la Pascua. Las relaciones entre María y Jesús y el Cristo hay que entenderlas a la luz de este itinerario. Y con respecto a su relación con el Espíritu Santo, María aparece en el Nuevo Testamento como aquella que le trasparenta, aquella a través de la que el mismo Espíritu es efectivo en la obra de la Nueva Creación, como Encarnación y Pascua (muerte, resurrección, pentecostés).

2. LA SISTEMATIZACIÓN TEOLÓGICA DE LOS PRIMEROS SIGLOS. La relación entre María y la Trinidad es un tema clásico y precoz que surge a partir del planteamiento de la identidad de Jesús y por tanto de la maternidad divina de María. Las primeras sistematizaciones las encontramos en los Concilios de Nicea (325), el Concilio de Constantinopla (381), recogido en el credo niceno constantinopolitano y de forma dogmática precisa en el Concilio de Efeso (431). En síntesis la tradición de estas primeras formulaciones viene a decir que María es la Theotokos de forma que por primera vez ella queda introducida en el misterio trinitario. A la par se observa que algunos autores de estos primeros siglos relacionan estrechamente la maternidad humana de María con la paternidad divina de Jesús. María aparece asimismo como aquella elegida por el Padre para ser la madre de su Hijo. Y poco después y en algunos casos contemporáneamente, María aparece relacionada con el Espíritu como el que posibilita la encarnación del Hijo de Dios en su seno , interpretando los datos de Lc 1-2 a esta luz. La acción santificadora de María se atribuye a Dios Padre.

Es sólo en la Edad Media cuando todo esto que se gestaba desde los primeros tiempos comienza a tener manifestaciones más claras y precisas tanto en la liturgia y devoción popular como en las formulaciones teológicas. Por entonces comienza a circular una frase que relaciona a María con la Trinidad: Hija del Padre, Madre del Hijo, Sagrario del Espíritu Santo, que convive con otra frase de la época patrística en que María aparece no en relación filial con el Padre, sino en relación esponsal, fórmula que es sustituída en los tiempos modernos por aquella otra en que la esponsalidad se traslada a la relación con el Espíritu Santo.

En los siglos XVII y XVIII se resalta la integración de María en el Misterio Trinitario en la obra de algunos autores. Así Bérulle desarrolla las relaciones entre Dios Padre y María a la que confía a su Hijo y a la que prepara para tan grande tarea el Espíritu Santo. Y san Juan Eudes trata la semejanza entre María y el Espíritu Santo en el orden del amor, del vínculo que une al Padre y al Hijo, en cuanto fuente de vida, de gracia y santidad. En relación con el Padre en este momento se acentúan sobre todo las características de hija, que se refiere a la gracia única que adornaba a María y a su obediencia de fe acogiendo el proyecto de Dios y la característica de esposa poniendo de relieve la asociación de María con el Padre en la maternidad del Hijo.

3. EL CONCILIO VATICANO II Y LAS LÍNEAS ACTUALES. El c. VIII de la LG no tiene una perspectiva trinitaria, estrictamente hablando, porque pretende sobre todo presentar a María en el misterio de Cristo y de la Iglesia, pero ello no impide que haya formulaciones y párrafos de sobria elaboración trinitaria al tratar de María'. Recoge aspectos de la tradición clásica acentuando en María su carácter de redimida, su actitud de fe y extendiendo a la Iglesia las relaciones con las Personas de la Trinidad, como por ejemplo la del Espíritu Santo. La Iglesia, imita a María en su maternidad de forma que cumpliendo fielmente la voluntad del Padre, se hace también madre mediante la Palabra de Dios aceptada con fidelidad, pues por la predicación y el bautismo engendra a una vida nueva e inmortal a los hijos concebidos por obra del Espíritu Santo y nacidos de Dios". Con respecto a la relación con el Hijo, además de la maternidad la LG destaca la relación de seguidora del Hijo con el que María se une hasta su muerte en la cruz.

Tras el Vaticano II ha sido la Marialis Cultus de Pablo VI la que ha formulado con mayor énfasis la relación de María con el Padre en un marco trinitario situando el culto a María en un marco explícitamente trinitario.

Pero en los desarrollos teológicos posconciliares las relaciones que han dado lugar a mayor número de trabajos y a una mayor creatividad han sido las de María y el Espíritu Santo, entre las que destaca los planteamientos de L. Boff. Junto a esta línea, es relevante la de X. Pikaza, tal vez menos conocida pero de planteamientos más rigurosos y creativos no ya solamente en las relaciones María-Espíritu Santo, sino en lo relativo a la situación de María en el misterio de la Trinidad. Veremos ambas en síntesis.

Los planteamientos de L. Boff tienen como plano de fondo la problemática planteada por el feminismo, de implicaciones trinitarias latentes. Están implícitos problemas como el de la imagen de Dios, el lenguaje con que lo nombramos, el uso que se ha hecho de los datos antropológicos del Hijo y, sobre todo, el olvido de la dimensión pneumatológica de la que se quiere extraer la dimensión femenina de Dios y la invisibilidad de lo femenino en planteamientos teológicos en estos siglos de Iglesia. Y es desde aquí desde donde se plantean las relaciones entre María y Dios como Espíritu Santo, su rostro femenino o más exactamente, su rostro materno. Boff propone adoptar lo femenino como núcleo a partir del que hacer justicia a las verdades de fe marianas y para ello utiliza los datos de las ciencias humanas y analiza lo femenino pasando luego a María desde la historia, la teología y la mitología. Desde el punto de vista teológico lo más audaz es su hipótesis de que María, mujer, es una hipóstasis del Espíritu Santo de forma que así queda equilibrado el camino de ida y vuelta de Dios al ser humano al que creó a su imagen y semejanza como macho y hembra (Gén 1,27). Valorando lo que ha supuesto este trabajo de L. Boff en lo que se refiere a la apertura de una discusión que ha permitido la toma de conciencia del olvido de la realidad de la mujer en el discurso teológico y en concreto mariológico, asumo la crítica que hace X. Pikaza a este planteamiento de la que destaco el peligro que para las mujeres, y para la figura de María supone la perspectiva sexual en orden a la elaboración de un discurso teológico-trinitario en que el sexo femenino acabaría perdiéndose al relacionarse directamente con la tercera persona de la Trinidad que es una forma diferente de ser persona Dios. Esto pondría en peligro asimismo la individualidad histórica y concreta de María.

El planteamiento de X. Pikaza en el tema que nos ocupa abarca a mi juicio tres aspectos: primero el tratamiento de la realidad antropológica de María que él llama la primera persona de la humanidad y que sitúa a María en la historia como la primera persona acabada de la misma ya que estrictamente hablando Jesús es el Hijo de Dios, la segunda persona de la Trinidad. Con este planteamiento, X. Pikaza ha superado en cierto modo (si bien no queda resuelto) el planteamiento de la dualidad sexual en la relación Dios-ser humano. María no sería la mujer que expresa lo femenino de la realidad divina como si en Dios existiera la dualidad sexual. María sería persona mujer y en cuanto persona se relaciona con Dios y le expresa. El segundo aspecto sería la inserción de la mariología en el discurso teológico trinitario en el que encontraría aquella su sentido último". Desde aquí el desarrollo de los temas viene planteado desde los datos bíblicos, las líneas fundamentales de interpretación eclesial y la propia reflexión sistemática en la que cobra relieve la perspectiva trinitaria del encuentro personal que resume su postura. De esta forma María inserta a María en el centro del misterio cristiano y ofrece posibilidades teológicas, pastorales y prácticas de mucha transcendencia. Y el tercer aspecto se refiere a su tratamiento de la relación entre el Espíritu Santo y María. Esta, dice, transparenta al Espíritu Santo de forma que quien quiera saber sobre el Espíritu de Dios sólo tiene que mirar a María. Ella refleja y reproduce características propias del Espíritu Santo tales como el signo de la vida interior y la acogida o intimidad; la fuerza creadora de vida y la fecundidad o creatividad y la comunión, convocación fraterna y mediación o encuentro. De este modo, María aparece en especial relación con el Espíritu de Dios sin por eso convertirla en una diosa, ni dejar de ser criatura humana de nuestra historia con las consecuencias que ello puede acarrear a las mujeres concretas. Para X. Pikaza María no es modelo sólo para las mujeres, sino que como primera criatura de nuestra historia es humanidad nueva para todos, mujeres y varones.

Otros autores que representan una creatividad teológica con planteamientos importantes que destacar son Manteau-Bonamy, Mühlen, Von Balthasar, De Fiores, el NDMAR y otros que abrieron caminos en los años conciliares y posconciliares. No entro en ellos S porque considero que están asumidos básicamente en los planteamientos de Boff y de Pikaza que han quedado ex'puestos más arriba.

Es cierto que todavía quedan lagunas importantes tales como la antropología mariológica o la relación de María con el Padre, pero creemos que hay un camino abierto que, basado en los datos bíblicos y apoyado en la mejor tradición eclesial, intenta ofrecer interpretaciones y desarrollos sistemáticos utilizando los instrumentos que nos brindan hoy las ciencias sociales. Es el reto que tenemos por delante.


II. Aproximación sistemática a una mariología trinitaria

Antes de comenzar este desarrollo conviene precisar la perspectiva del planteamiento que intentaremos seguir. Partimos en primer término de la unidad del proyecto de Dios o historia de salvación por lo que situando a María en perspectiva trinitaria unimos la Trinidad inmanente y la Trinidad económica y desde aquí enlazamos con el segundo punto de partida, la Encarnación, como Misterio que señala no sólo el encuentro entre lo divino y humano en Jesús, sino la misma dinámica de dicho encuentro. Dentro de esta perspectiva adoptamos el principio de analogía tipológica de cara al AT y el principio hermenéutica en general y de modo especial en lo que se refiere al NT que implica, como insinuábamos arriba, que los datos de la Escritura son susceptibles de interpretación desde ópticas que pueden ser diferentes entre sí sin necesidad de que se contradigan. Desde estos principios trataremos el tema de la relación entre la paternidad de Dios y la maternidad de María.

1. MARÍA Y LA ACCIÓN CREADORA DE DIOS: PATERNIDAD-MATERNIDAD. Israel tiene su propio modelo de paternidad desde el que intenta transcender aquellos rasgos que en una evolución tardía de la misma idea de Dios lleva a nombrarlo con el apelativo de padre. Esos rasgos fundamentales desde los que lee la paternidad tienen que ver con los padres del pueblo y con la experiencia fundacional de Israel en las tradiciones del Exodo. En los comienzos se vislumbran algunas líneas. Padre es quien escucha la llamada a salir y recibe la promesa de una descendencia y la tarea de irla construyendo. Salir -yasá- es una acción que fundamenta, pero la misma dinámica del verbo sufre una evolución y en su campo semántico se registra no sólo como término del movimiento sino como antónimo convertido en punto de coincidencia, el verbo entrar - bó'--. Por razón de las asociaciones que se establecen en el mismo campo semántico, salir-entrar son términos que se utilizan para hablar del nacimiento y ellos indican la dinámica de surgimiento de Israel. Son verbos utilizados en contextos de encuentro vocacional - vocación como diálogo, promesa, tarea y cumplimiento y se configura en un proceso de cara a la creación de un espacio de comunicación y comunión que se va construyendo lentamente en medio de la complejidad de la vida.

El Dios de Israel es invocado como Padre en la consciencia de Dios creador. Paternidad y creación, por tanto, aparecen unidos. Este Padre tiene, además, un rostro misericordioso y cercano a los pequeños y va tomando un carácter progresivamente universal. Los otros rasgos de la paternidad humana no son tan relevantes. El Dios de Israel, por tanto, es Padre en cuanto llama y por lo tanto sale de sí y entra en la historia a favor de un pueblo pequeño y sin relieve con el que realiza un pacto gratuito y le hace surgir como pueblo con los derechos que le da esta misma gratuidad en razón de la que se ocupa con preferencia de aquellos menos favorecidos.

De este Padre es eco María desde el principio. El paso al 'abba de Jesús se realiza en ella y por ella. La maternidad de María asume estos rasgos a dos niveles: en su propia experiencia individual al recibir la vocación a la maternidad de Jesús y en su dimensión simbólica por la que condensa la mejor tradición israelita y a través de la que se convierte en principio de Humanidad Nueva.

La vocación de María en Lc 1,26-38 está enmarcada por dos verbos de movimiento en orden inverso a los que hemos señalado: el ángel entra donde María - eiselthón- (v.28) y una vez que ella ha respondido a la llamada de Dios el ángel sale de donde ella -apélthen- (v. 38). En medio tiene lugar la vocación de María a la maternidad, salir de sí misma y de sus propios planes para entrar en los de Dios, tiene lugar la comunicación de Dios y el diálogo con María, comunión de voluntades en el mismo proyecto. Ella interpreta a Dios en clave de misericordia (Le 1,50) y se sabe mirada por él en su pequeñez (Le 1,48). Esta experiencia conforma la vocación de María a la maternidad en las mismas claves en que se había mostrado la paternidad en Israel. La paternidad de los padres de Israel y la maternidad de María sólo se pueden entender desde esta clave.

Será el camino de María, su ejercicio de maternidad en la fe, el que muestre a Jesús la línea de la paternidad de Dios. Su ábba estará fundado, en razón del misterio de la Encarnación, en la experiencia de maternidad de María. Y sobre esta base Jesús se hará sensible para descubrir el rostro de Dios, su Padre, y revelárnoslo. La maternidad de María queda reformulada y transformada desde niveles muy profundos gracias al vector de la fe que la mueve desde sus comienzos. Por eso Jesús la relativiza dichosos más bien los que escuchan la Palabra y la cumplen (Lc 11,28).

En contexto de creación y alianza se inscribe también la maternidad de María. La creación y la conservación providente entre la autonomía y el cuidado que Dios realiza con su criatura —mundo y ser humano— es otra de las claves desde la que podemos entender la maternidad de María. Ella, con su génoito, que se haga (Le 1,38) da paso a la plenitud de la creación que había comenzado con el gennethéto, hágase, de Gn 1 . La Palabra de Dios Padre hacía surgir la vida de un medio informe, de una materia caótica. La palabra cocreadora de María hace surgir la Vida de un medio preparado por el mismo Dios. Esta segunda es más perfecta. El principio es el mismo que subyace a Gn 1-3: la diferenciación que la creación va propiciando de un medio más amplio e indiferenciado y amorfo a otro cada vez más reducido, diferenciado y perfecto. El agente sigue siendo Dios, pero ahora su Palabra se realiza en el diálogo con una mujer que libremente acepta, con palabra propia — discurso directo en el texto— diferenciando así la Palabra de Dios que en dicho diálogo hace más perfecta no la suya, sino la de María. Todavía más: realiza la integración perfecta de su Palabra en la Historia: Jesús el Hijo del Padre y de María. De esta forma la maternidad de María no sólo se incluye en la línea de la paternidad fundante de Israel y en la llamada a la vida de Dios Padre creador, sino en la misma comunión de Dios con el Hijo y por el Hijo con la historia humana. La fuerza de esta creación es el Espíritu Santo que desciende sobre ella.

2. MARÍA Y LA ACCIÓN REDENTORA DE DIOS HIJO: MATERNIDAD TRANSFORMADA. Dejo de lado todo cuanto pudiera decirse acerca de la realidad de María en su acción de corredención con el Hijo y continúo la línea en la que me he movido al hablar de la acción creadora de Dios en relación con la maternidad de María.

La acción redentora de Dios Hijo entra en toda la realidad humana y abarca a María entera puesto que es la primera redimida. La maternidad de María es una de esas realidades rescatadas por Jesús, por su persona, por su mensaje y por su Pascua. María vive un verdadero proceso en su maternidad y aunque no podemos entrar en todo el desarrollo dejaremos apuntados aquellos aspectos más relevantes. Nos parece que este proceso se conforma como un dinamismo de transformación a partir de tres factores hermenéuticos: la palabra, el proceso como tal y la fe.

La maternidad de María es antes que nada, como nos dicen los textos evangélicos, una maternidad desde la palabra. A mi modo de ver los textos que mejor lo muestran son Lc 1,26-38, Mc 3,31-35 y Jn 19,25-27. Desde la vocación tal como nos la relata Lc 1,26-38 la maternidad de María aparece bajo el signo de la Palabra. Dios le pide esta tarea a través de su Palabra e introduce así un elemento que sitúa a María en la línea de la acción de la Palabra de Dios del A.T. que abre los vientres estériles de las mujeres. No es una maternidad que brota de las fuerzas naturales, de los impulsos, del azar o de la mera tradición no discutida. La Palabra de Dios es un hiato en la historia de las generaciones sin negar con ello la línea de continuidad. El hijo es no sólo Hijo de la Palabra, sino él mismo Palabra de Dios encarnada. Es el primer acto redentor por parte de Dios de la maternidad de María. Lo es en el plano individual, pero también en el de su representación. Toda generación a la vida va a ser entendida de aquí en adelante desde otras claves: si no naces del agua y del Espíritu (Jn 3,5). La verdadera vida, la vida personal, se realiza por un gesto y por la Palabra que lo acompaña en el nombre del Padre... como dirá la tradición eclesial en seguida.

Pero más radical aparece el momento que señala Mc 3, 31-35 en que María pasa a un modo de maternidad redefinido por el discipulado de Jesús a partir de un procesó de renuncia y de transformación de las vinculaciones afectivas primarias. El paso al contexto de discipulado lo realiza la palabra de Jesús que tras poner en crisis la naturaleza de estas relaciones, sin negarlas, las transforma desde su oferta abierta a todo el que cumpla la voluntad del Padre.

En un nivel y contexto diferentes se sitúa el texto del cuarto evangelio. Es de nuevo la Palabra de Jesús la que reformula en uno de los momentos de la Pascua, explícitamente redentor, la maternidad de María cuyo cometido es reunir a los hijos dispersos.

El proceso implica su tarea de crear un cuerpo y cuidarlo, reproduciendo el mismo esquema de la acción creadora de Dios en clave de encarnación redentora porque ese Cuerpo es Jesús. Supone, en el plano antropológico y psicológico, hacer surgir al sujeto psíquico que es Jesús dándole así posibilidades de realización personal al hijo y culminaría en la propiciación de la transformación de relaciones, puesto que el proceso que se describe en Mc 3,31-35 afecta no sólo a María y a los parientes de Jesús, sino a Jesús mismo.

El camino de fe que supone la maternidad de María se sitúa en un paralelismo con el camino de Abraham que implica la redención de toda posesividad sobre el hijo que tiene que ser devuelto constantemente a la gratuidad de la promesa y su cumplimiento a través de renuncias y oscuridades. La redención tanto del padre (Abrahán) como de la madre (María) es un camino de purificación de la historia misma y sus criterios de generación y realización. Si cada hijo en Israel era memoria viva del cumplimiento de la promesa que comenzó en la paternidad de una fe purificada en Abrahán, el que nosotros seamos hijos en el Hijo es asimismo memoria viva de la plenitud de comunión de Dios con la historia en Jesús a partir de aquella maternidad de una fe purificada, la de María.

3. MARÍA Y LA ACCIÓN ANIMADORA DE DIOS ESPÍRITU SANTO: LA MATERNIDAD COMUNITARIA. La animación es una forma de creación constante que hace referencia a la cualidad de la vida. Las notas que queremos subrayar puesto que no podemos entrar en desarrollos, aluden a ese aspecto de la relación que Dios tiene con aquella vida que su gracia ha engendrado a través de las diferentes mediaciones. Esta tarea animadora se suele aplicar al Espíritu Santo. Este Espíritu es la misma vitalidad de Dios y su fuerza cualitativa. La forma en que aparece tiene que ver con lo que muestran algunos textos del cuarto evangelio al referirse al Espíritu y su tarea tras la muerte de Jesús: la memoria, el camino a la Verdad y el Juicio. De forma implícita e indirecta es Lc quien nos relata cómo en la primera comunidad el papel de María se realizaba en estas coordenadas.

María en He 1,14 realiza su tarea materna desde esta fase de la nueva creación siendo memoria viva de Jesús, de su persona y su mensaje. Lo que realiza Pentecostés es una extensión de lo que ya María vive y testimonia acerca de Jesús. La vida nueva debe llevar esta marca para ser la definitiva creación. Se realiza en y desde la comunidad.

Y como memoria de Jesús y centro mismo de la comunidad su persona es señal directiva que apunta a la Verdad que es Jesús. Y así, devolviendo a la comunidad a sí misma, a su propia realidad, puede crear el clima propicio para que la eclosión del Espíritu abra los ojos cerrados por el miedo a ver la verdad y convertirse en garantía de la constructividad de esa misma verdad, a nivel individual y comunitario. La tarea de Juicio es menos explícita. María, estando en medio de la comunidad, esjuicio salvador por su misma persona, por el testimonio de su fe y de la gracia recibida. Pero convocando, es asimismo juicio de condenación para la mentira que es el pecado contra Dios en Jesús. Su personal contribución a la tarea redentora es juicio que pone al descubierto la actitud de muchos corazones (Le 2,35 ) según le había anunciado previamente el anciano Simeón. Su verdad denuncia la mentira, su memoria denuncia el rechazo, su convocación comunitaria denuncia la destrucción de la insolidaridad.


III.
Conclusiones

1. EL DIOS DE LA HISTORIA Y MARÍA. La Sagrada Escritura nos ofrece algunas vías de la revelación de Dios como Dios de la historia. La primera es la de Israel. Mirando a Israel, leyendo sus textos, interpretando sus caminos, descubrimos algo de Dios. Sus rasgos revelados van pasando a la conciencia de los hombres y van conformando el sentido de sus vidas, del tiempo, de sus luchas y sus anhelos. Es el Dios de la libertad, de la alianza, de la comunicación. El Dios de lo pobres y pequeños, el Dios del perdón, el Dios fiel. Pero este Dios es todavía percibido como lejano a través de lo que implicaba pertenecer absolutamente a la esfera de lo sagrado. El acceso a su persona se fue enrareciendo, enturbiando por la serie de ritos a los que era necesario someterse para mostrarse en su presencia. Esta distancia implicaba la exclusión. Los impuros, las mujeres, los niños, los extranjeros... quedaban irremediablemente fuera.

El Dios de la historia en la plenitud de los tiempos, quiebra todo esto y se revela de nuevo y de forma definitiva. La via reveladora es en este caso una mujer. Con ello, el Dios de la historia cambia esta misma acepción. La historia es ahora universal, es humana y tiene la posibilidad de ser humanizante. La historia es ahora una mujer, María. El Dios que se revela es un Dios trinitario, comunión, comunidad. Lo humano queda simbolizado en María y concretado en ella. Y a través de ella se revela como Padre que comparte el Hijo único con ella, se revela como Hijo en su seno y en el camino de su vida hasta la pascua y se revela como Espíritu que la hace madre del Hijo y la constituye en principio de Humanidad Nueva e Historia Nueva. María ya forma parte de la misma Historia de Dios. Y Dios se nos ha revelado en ella y por ella. Desde María nuestra fe en el Dios trinitario alcanza nueva luz. En ella encontramos datos suficientes para acercarnos más a este Dios y entenderle mejor.

No obstante, la reflexión sobre la relación de María con la Trinidad cristiana y con cada una de las personas trinitarias sigue siendo una tarea pendiente de nuestra teología. La mariología, aún cuando esté situada en la entraña misma de la teología cristiana, es decir, la Trinidad, no puede en ningún momento olvidar la base bíblica, ni reflexionar al margen de los textos. Es la única garantía de renovación y de autenticidad de las diversas aproximaciones. Tras este muy breve intento, se pueden dejar ver las muchas lagunas y temas que sería necesario abordar. El reto no sólo lo asumo como algo propio, sino que lo extiendo a teólogos y sobre todo a teólogas por la necesidad que existe de ofrecer líneas de reflexión y planteamientos que la perspectiva de las mujeres tiene y dar a ellas a la par el adecuado lugar en la tarea teológica.

[—> Amor; Antropología; Biblia; Concilios; Creación; Credos; Cruz; Encarnación; Espíritu Santo; Experiencia; Fe; Hijo; Historia; Misterio; Mujer; Padre; Pascua; Pentecostés; Trinidad; Vaticano II.]

Mercedes Navarro Puerto