EN TIEMPO PASCUAL (2)

La pascua florida

Monición de entrada: Al recibiros hoy en la iglesia para celebrar juntos la eucaristía en la muerte de N., conservamos aún signos y adornos que indican que estamos dentro del tiempo pascual. Durante él celebramos la resurrección de Cristo, fundamento principal de la fe. Esa fe es la que, en medio de vuestras lágrimas y de vuestra pena que compartimos, nos impulsa a proclamar la victoria de la vida sobre la muerte, y a orar con vosotros para que se cumpla en nuestro hermano (nuestra hermana) la pascua de Cristo resucitado.

Oremos:

Oh Dios, Padre todopoderoso,
nuestra fe confiesa
que tu Hijo ha muerto y ha resucitado;
concede a tu hijo (hija) N.,
que ha participado ya en la muerte de Cristo,
participar también en la gloria de su resurrección.
Por nuestro Señor Jesucristo...

Introducción a las lecturas: San Pablo nos declara un misterio: «Todos nos veremos transformados y esto mortal se revestirá de inmortalidad». La transformación plena sólo se alcanza en Dios. Por eso oramos con el salmo: «Mi alma tiene sed del Dios vivo». El evangelio nos presenta la aparición de Jesús resucitado a María Magdalena.

Primera lectura: La muerte ha sido absorbida en la victoria (1Cor 15,51-57) [RE, Leccionario, 1223-1224].

Salmo responsorial: Mi alma tiene sed del Dios vivo (Sal 41) [RE, Leccionario, 1209-1210].

Evangelio: Aparición de Jesús a María Magdalena (Jn 20,1.11-18) [Esta lectura no se encuentra en el Ritual de Exequias, pero nos parece oportuno proponerla para este tema. La reproducimos a continuación].

«El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro.

Fuera, junto al sepulcro, estaba María, llorando. Mientras lloraba, se asomó al sepulcro y vio dos ángeles vestidos de blanco, sentados, uno a la cabecera y otro a los pies, donde había estado el cuerpo de Jesús.

Ellos le preguntan:

—Mujer, ¿por qué lloras?

Ella les contesta:

Dicho esto da media vuelta y ve a Jesús de pie, pero no sabía que era Jesús. Jesús le dice:

—Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas? Ella, tomándolo por el hortelano, le contesta: —Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo lo recogeré.

Jesús le dice:

—iMaría!

Ella se vuelve y le dice:

Jesús le dice:

Palabra del Señor.


Homilía:
Querida familia (esposa, esposo, hijos...) de N., familiares y amigos: estamos celebrando, con toda la Iglesia, la pascua de resurrección, un tiempo que, por coincidir con el despertar de la primavera a la vida, denominamos también «la pascua florida».

En contraste doloroso, vosotros os halláis envueltos en la dura realidad de la muerte de alguien tan querido por vosotros, y tan apreciado por estos amigos y conocidos que os vienen acompañando. Precisamente en ese contraste entre el reventar de vida de la primavera, con el gozo de ver los sembrados y campos floreciendo, y el extinguirse la vida por la muerte, con la tristeza de depositar en la tierra el cuerpo de un difunto, precisamente en ese contraste se da la similitud de vuestra situación con la que escuchábamos en el evangelio proclamado.

También allí se había enterrado a un ser muy querido, Jesús. También allí despertaba la vida en flor de la primavera. María Magdalena buscaba el cuerpo del Señor en el sepulcro. Pero allí se dio un paso trascendental que hoy se nos propone a todos como motivo de esperanza. «Mujer, ¿por qué lloras?», le preguntan primero los dos ángeles con vestiduras blancas, y después el Señor. «Porque me arrebataron a mi Señor y no sé dónde está». Ella, con los ojos humanos, lo había confundido con el hortelano. Ahora, con los ojos de la fe, descubre que aquella persona amada es flor de vida, descubre que es su Señor resucitado. «iMaría!». «iMaestro!». En buena lógica humana, buscamos a los muertos en el sepulcro. En mejor lógica de fe, desde ahora, hemos de buscarlos entre la vida en flor de la resurrección.

El Señor había hablado de siembra en el surco, de grano de trigo enterrado, de amor que se entrega hasta dar la vida por los demás, de vida que no se guarda, sino que se rompe y se gasta en bien de los otros. En definitiva, de muerte y resurrección, de paso, por el sufrimiento y la cruz, a la vida. Es la pascua de Cristo. Es la pascua florida.

Cuando visitamos el cementerio en el día de Todos los Santos o en el de los Fieles Difuntos, al ver las hojas de los árboles que, en aquella época, caen a la tierra, suelo pensar: ¿Cómo van a ser estas hojas más importantes que nuestros seres queridos? Ellas van a renacer en verdor o en flores de primavera. ¿Y los nuestros se van a perder en la nada? El Señor, como en la mañana de resurrección, confirma nuestra fe con las palabras del evangelio: «¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? Ha resucitado».

San Pablo, el gran comunicador de la resurrección, iluminaba este misterio: tras la muerte, «todos nos veremos transformados... porque esto incorruptible tiene que revestirse de incorrupción, y esto mortal tiene que vestirse de inmortalidad». Y, arrebatado por la confianza que le aporta la fe, lanza el desafío de la Escritura: «La muerte ha sido absorbida en la victoria. ¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está, muerte, tu aguijón?». Y concluye con esta exclamación gozosa: «iDemos gracias a Dios, que. nos da la victoria por nuestro Señor Jesucristo!».

María Magdalena ha expresado su fe con un sollozo emocionado: «Maestro!», y con un abrazo conmovido. Pablo, con un grito incontenible. Nosotros,queridos hermanos, lo haremos con lágrimas en los ojos, pero enjugadas por la esperanza de creer que la vida de los que se nos van no es una vida perdida, porque todo cuanto hicieron de bien, de trabajo, de esfuerzo, de sacrificio y de amor, florece con su persona a la vida eterna de Cristo resucitado.

Eso es lo que celebramos en esta eucaristía, memorial de la pascua del Señor, «pascua florida». Que la fe nos reconforte con la confianza de que N. vive con Cristo el triunfo de la resurrección. Que el amor nos ponga en el sendero que conduce a la vida. Y que el Señor nos conceda lo que pedíamos en el salmo: «Envía tu luz y tu verdad: que ellas me guíen y me conduzcan hasta tu monte santo, hasta tu morada».

Invitación a la paz: Allí donde se presenta el Señor resucitado, allí aparece la paz. En el Espíritu de Cristo resucitado, daos fraternalmente la paz.

Comunión: El abrazo con Cristo en la comunión nos debe llevar, como a María Magdalena, a cumplir con el encargo de anunciar la resurrección a los hermanos. Vivir en amor y en vida nueva es el mejor modo de efectuarlo. Dichosos los llamados a la cena del Señor.

Canto o responsorio: En este reventar de vida que es la «pascua florida», proclamamos nuestra fe en la resurrección del Señor.

Oremos:

Oh Dios, que en la pascua de tu Hijo
has hecho resplandecer para todos la gloria de una vida nueva,
escucha nuestras oraciones
y concede a nuestro hermano (nuestra hermana) N.
gozar de la luz eterna
en la gloria de la resurrección.
Por Jesucristo nuestro Señor.

Agradecimiento de la familia: Agradecemos cordialmente las pruebas de amistad que nos habéis demostrado en estos momentos dolorosos. Y de modo especial, vuestra participación en esta eucaristía, que ha sido, según se nos ha dicho, como un florecer a la esperanza de que nuestro querido (nuestra querida) N. vive resucitado (resucitada). Que el recuerdo hacia él (ella) y la amistad entre nosotros sigan también siempre vivos.