POR UN SACERDOTE


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Hermanos: Nuestra comunidad parroquial de _ (nombre de la parroquia) representa hoy de modo especial a la Iglesia diocesana y a su presbiterio sacerdotal presidido por el obispo. Unidos en comunión eclesial, celebramos la eucaristía en la muerte de Don N., sacerdote de esta diócesis, a la que ha consagrado su vida pe toral. (X, Y, Z..., fueron algunos de los lugares a los que dedicó la entrega de su ministerio). Unidos también a todos cuantos recibieron el bautismo, el perdón, la eucaristía..., o el consejo, el consuelo y la atención de su celo apostólico, vamos a agradecer a Dios la acción salvadora que ha realizado a través de la vida de este sacerdote querido, y vamos a devolverle a él, a Don N., nuestro agradecimiento, convertido en oración. El misterio pascual de la eucaristía, que él tantas veces celebró, sea garantía de que Cristo lo ha conducido de la muerte a la vida.

Oremos:

Oh Dios, pastor inmortal de los hombres,
concede a nuestro hermano N., sacerdote,
a quien durante su vida encomendaste
ejercer el servicio sagrado en bien de tu Iglesia,
que pueda gozar eternamente en el cielo
de la gracia y del perdón
que él administró en la tierra.
Por nuestro Señor Jesucristo...

Introducción a las lecturas: La Carta a los hebreos afirma que «todo sacerdote es elegido entre los hombres para representar a los hombres ante Dios». El sacerdote participa del sacerdocio de Cristo, buen pastor, al que nos dirigimos con el salmo: «El Señor es mi pastor, nada me falta». Y participará también de la gloria de Cristo, según su deseo expresado en el evangelio: «Que los que me confiaste estén conmigo donde yo estoy».

Primera lectura: Elegido entre los hombres para representar a los hombres ante Dios (Heb 5,1-6). [Esta lectura no se encuentra en el Ritual de Exequias, pero nos parece oportuna para este caso. La reproducimos a continuación].

«Hermanos: Todo sacerdote es elegido de entre los hombres para representar a los hombres ante Dios y ofrecer dones y sacrificios por los pecados, siendo capaz de mostrarse comprensivo con los ignorantes y extraviados, ya que también él está rodeado de debilidad; por esta razón debe ofrecer sacrificios por sus pecados, así como lo hace por los del pueblo.

Y nadie puede arrogarse este honor si no es llamado por Dios, como Aarón. Así también Cristo no se atribuyó la gloria de constituirse sumo sacerdote, sino que la recibió de aquel que le dijo: "Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy". Como dice también en otro lugar: "Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec"».

Palabra de Dios.

Salmo responsorial: El Señor es mi pastor, nada me falta (Sal 22) [RE, Leccionario, 1206].

Evangelio: Este es mi deseo: que estén conmigo donde yo estoy (Jn 17,24-26) [RE, Leccionario, 1255].

Homilía: Hermanos sacerdotes, queridos hermanos: Toda eucaristía en la muerte de un cristiano es una celebración: celebración de su vida y celebración de su paso con Cristo de la muerte a la vida. Pero la eucaristía en la muerte de un sacerdote lo es de un modo especial, porque es celebrar la gracia derramada por Dios a través del ministerio sacerdotal, es celebrar la presencia y la salvación de Cristo por medio de quien hace sus veces, y es celebrar la comunión de los santos, en unión de todos aquellos que recibieron el bautismo, el perdón, el pan de vida, etc., y que ahora gozan ya de la salvación eterna que Dios sembró en ellos a través de su ministerio.

«Elegido de entre los hombres», como nos recordaba la Carta a los hebreos, el sacerdocio es una llamada de Dios. «No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os ha elegido» (Jn 15,16). «Nadie puede arrogarse este honor». Dios elige, Dios llama y, si encuentra respuesta, Dios confiere la dignidad y la responsabilidad del sacerdocio. ¡Cuántas zozobras, cuántos interrogantes, antes de decidir la respuesta! El llamado se siente débil y pecador, se sabe frágil vasija de barro para contener tesoro tan sagrado. Por eso, «él tiene que ofrecer sacrificios por sus propios pecados, así como lo hace por los del pueblo», aunque, por eso mismo, «él puede comprender a los ignorantes y extraviados, ya que él mismo está rodeado de debilidad», afirmaba la citada primera lectura.

¡Cuánta generosidad, cuánta ilusión y, sobre todo, cuánta confianza en el Señor al dar su respuesta, y cuánto amor a sus hermanos los hombres! Porque sabe que su vida y su persona ya no le pertenecen: en adelante estarán siempre al servicio de los demás. Configurado con Cristo, él será el signo visible por el que Cristo se hace presente y actúa, de forma que cuando el sacerdote bautiza, perdona, preside la eucaristía, etc., es Cristo quien bautiza, perdona y preside.

En nombre de Cristo, al servicio de los hombres. Sus manos siempre dispuestas a bendecir: al que nace a la vida y al que parte de entre nosotros; al que pide el perdón, y al que busca bendecir su amor en el matrimonio. Sus labios siempre prestos a proclamar la palabra de Dios: oportuna e inoportunamente; es decir, aunque le cree complicaciones; pero siempre como sembrador de esperanza y de buena nueva, de la mejor de las noticias: que Dios nos ama, que nos redime con la muerte de su Hijo y que nos resucita con la vida de su Espíritu. Y su corazón, abierto a acoger bondadosamente a todos, porque sabe que son débiles como él, y resuelto a estar siempre disponible para todos cuantos le necesiten.

Una vida así, una vocación así, bien merece la pena ser celebrada. Sin adulaciones, como simple reconocimiento a una tarea desempeñada con dedicación y generosidad. Pero, sobre todo, merece ser celebrada la acción de Dios, que ha querido realizar las maravillas de su amor a través de quienes actualizan su salvación en los sacramentos y en el ministerio pastoral: los sacerdotes; en este caso, a través de don N., sacerdote durante _ años.

El, como relataba el salmo, a ejemplo del buen pastor, Cristo, ha ido acompañando a su grey por verdes praderas y hacia fuentes tranquilas. Ha reparado sus fuerzas y ha preparado la mesa con la copa rebosante en la eucaristía. Pero también ha estado presente en el caminar por valles oscuros, en los momentos de dolor, de sufrimiento, de dificultad, que tantas veces hay que atravesar en el camino de la vida. Siempre en busca del sendero justo, con amor y misericordia, en busca de llegar un día a la casa del Señor, en la que habitar por días sin fin. Confiamos que el Señor haya repetido con él los mismos pasos y lo haya conducido a la casa del Padre para siempre.

El, como expresaba el evangelio, ha formado parte de los llamados por el Señor, a quienes se refería diciendo: «Padre justo... estos han conocido que tú me enviaste. Les he dado a conocer y les daré a conocer tu nombre, para que el amor que me tenías esté con ellos, como también yo estoy con ellos». Esperamos que el Señor cumpla su anhelo anunciado allí mismo: «Padre, este es mi deseo: que los que me confiaste estén conmigo donde yo estoy y contemplen mi gloria».

El celebró con sus fieles el misterio de la muerte y resurrección de Cristo en la eucaristía. Al celebrarla hoy con motivo de su muerte, estamos convencidos de que el Señor le hará partícipe de su triunfo sobre la muerte y de su paso a la vida resucitada. Que allí celebre con los santos la «eucaristía», la acción de gracias perpetua.

Invitación a la paz: Formando una Iglesia en comunión de sacerdotes y pueblo fiel, nos damos fraternalmente la paz.

Comunión: El sacerdote preside la celebración de la eucaristía: explica las escrituras y parte el pan. Todo ello para alcanzar la comunión plena con Cristo y con los hermanos. Dichosos los llamados a la cena del Señor.

Canto o responsorio: Anunciar y celebrar el misterio de la salvación ha constituido la tarea primordial de nuestro hermano sacerdote. Antes de concluir esta celebración, cantamos nuestra fe en ese misterio de vida y resurrección.

Oremos:

A tus manos, Padre de bondad,
encomendamos a nuestro hermano sacerdote N.,
con la firme esperanza
de que resucitará en el último día,
con todos los que han muerto en Cristo.
Te damos gracias
por todos los dones con que lo enriqueciste
a lo largo de su vida;
en ellos reconocemos un signo de tu amor
y de la comunión de los santos.

Dios de misericordia,
acoge las oraciones que te presentamos
por este hermano nuestro
que acaba de dejarnos
y ábrele las puertas de tu mansión.
Y a sus familiares y amigos,
y a todos nosotros,
los que hemos quedado en este mundo,
concédenos saber consolarnos con palabras de fe,
hasta que también nos llegue el momento
de volver a reunirnos con él,
junto a ti, en el gozo de tu reino.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Agradecimiento de la parroquia: Esta comunidad parroquial de N., unida a la iglesia diocesana, expresa su sentida condolencia a los familiares de Don N. y le agradece el desprendimiento generoso con el que ha vivido la entrega de este sacerdote de su familia a su ministerio pastoral (así como las atenciones y cariño con que le ha cuidado [en estos últimos años y] en su enfermedad). Todos nos sentimos apenados y afectados por la muerte del hermano sacerdote. Le rendimos homenaje de gratitud por la labor desarrollada durante su vida sacerdotal, especialmente en esta parroquia de _ (Este puede ser el momento oportuno para citar brevemente las tareas desempeñadas y los lugares donde ejerció su ministerio).

Y a la vez que pedimos a Dios que suscite vocaciones al sacerdocio, le damos gracias por todo cuanto ha realizado a través de la vida sacerdotal de nuestro hermano. Y lo hacemos con el cántico de María, la Virgen, de quien fue un fiel amante y cuya devoción acrecentó entre sus feligreses.

Canto del Magníficat.