POR UN NIÑO O UNA NIÑA


Monición de entrada:
Con el dolor inmenso de haber sufrido la muerte de vuestro pequeño, habéis venido a la iglesia, queridos padres (hermanos, abuelos) y familiares de N. ¿Quién podrá proporcionar consuelo a vuestro dolor? Nosotros os ofrecemos el nuestro en forma de condolencia y de amistad. Pero resulta insuficiente para llenar vuestro vacío. Por eso acudimos a Dios, el único que tiene palabras de vida eterna y que siente especial predilección por los pequeños: «Dejad que los niños se acerquen a mí, porque de los que son como ellos es el reino de Dios». Desde ese reino, en el que goza ya del amor de Dios a sus hijos y de la vida de Cristo a la que se incorporó por el bautismo, este niño (esta niña) nos invita a todos a creer en el amor y en la vida de Dios.

Oremos:

Concede, Señor,
la felicidad de la gloria eterna al niño (a la niña) N.,
a quien has llamado de este mundo
cuando apenas había iniciado su camino entre nosotros
y a quien hiciste hijo tuyo (hija tuya) de adopción por el bautismo;
muestra para él (ella) tu amor de Padre
y acógelo (acógela) entre tus santos
en el canto eterno de tu alabanza.
Por nuestro Señor Jesucristo...

Introducción a las lecturas: «Por el bautismo nos incorporamos a Cristo... Si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él». A estas palabras de san Pablo, el salmo responde con el ansia de quien tiene sed del Dios vivo y espera ver pronto su rostro. Jesús, en el evangelio, bendice y abraza a los niños y los propone como ejemplo para alcanzar su reino.

Primera lectura: Por el bautismo nos incorporamos a Cristo (Rom 6,3-4.8-9) [RE, Rito breve, 1000].

Salmo responsorial: Mi alma tiene sed del Dios vivo (Sal 41) [RE, Leccionario, 1209].

Evangelio: Dejad que los niños se acerquen a mí (Mc 10,13-16) [RE, Rito breve, 1001].

Homilía: Queridos padres (hermanos, abuelos), familiares y amigos todos: si la muerte resulta siempre un contrasentido, la de un pequeño que está abriéndose como un tierno retoño a la vida nos sabe a insulto, a escándalo. Humanamente no encontraremos razones para tal sinsentido ni compensaciones a todo cuanto echaremos en falta: desde sus ojos vivarachos hasta sus mimos y sus inocentes travesuras.

Por eso, queridos amigos, permitidme que os invite a ponernos en las manos de Dios. Si alguien puede consolarnos, es El, que es Padre y ama con ternura a sus hijos. Si alguien puede entendernos, es El, que pasó por el trance de la muerte de su Hijo unigénito. Si alguien puede esperanzarnos, es El, que en la muerte y resurrección de su Hijo Jesucristo nos rescató de la muerte y nos conquistó la vida en plenitud.

San Pablo lo ha afirmado rotundamente: «Los que por el bautismo nos incorporamos a Cristo, fuimos incorporados a su muerte... para que, así como Cristo fue resucitado de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva. Por tanto, si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él».

El bautismo, simbolizado en la pila bautismal, es el primer recuerdo de una realidad que se está cumpliendo en N.: incorporado (incorporada) a Cristo aquel día gozoso, hoy pasa con él de la muerte a la vida dichosa de los hijos de Dios.

En aquel rito bautismal se le impuso la vestidura blanca con este mensaje: «N., eres ya nueva creatura y has sido revestido (revestida) de Cristo. Esta vestidura blanca sea signo de tu dignidad de cristiano (cristiana). Ayudado (ayudada) por la palabra y el ejemplo de los tuyos, consérvala siempre sin mancha hasta la vida eterna». Hoy, con la vestidura luminosa y transparente de sus _ (n° de años) años, revestido (revestida) de Cristo, con el inconfundible sello cristiano de la confirmación, entra radiante en la fiesta del cielo.

Aquel día se le entregó también la luz de Cristo, representada por el cirio pascual. En su nombre la recibisteis padres y padrinos con la siguiente recomendación: «A vosotros, padres y padrinos, se os confía acrecentar esta luz. Que vuestros hijos, iluminados por Cristo, caminen siempre como hijos de la luz». Hoy con esa luz inocente y tierna de sus _ (n° de años) años, N. cumple la promesa con que acababa el rito de la luz: «Y perseverando en la fe, pueda salir con todos los santos al encuentro del Señor».

La pila bautismal —una pila bautismal como aquella— en la que recibió el bautismo, el cirio pascual aquí presente y las vestiduras blancas con las que celebramos esta eucaristía, son los signos elocuentes con los que Dios nos dirige su mensaje de vida y esperanza en estos momentos de tristeza y llanto. Y son también los signos con los que N. os envía especialmente a vosotros, padres, hermanos, padrinos y familia más próxima, su mensaje consolador: «Tuvisteis fe —os dice— para traerme al bautismo con el fin de que renaciera a la vida de Dios; tened ahora fe en que Dios está cumpliendo conmigo las maravillas que recibí en aquel sacramento».

Hermanos, avivemos la llama de nuestra fe bautismal y salgamos al encuentro del Señor que se hace presente en la eucaristía. El repite para nuestro pequeño (nuestra pequeña) las palabras del evangelio: «Dejad que los niños se acerquen a mí». El repite para nosotros la exigencia que añadía a continuación y que deberíamos tomar como compromiso de vivir en transparente sencillez: «De los que son como ellos —como los niños— es el reino de Dios». Y él repite entre nosotros el misterio salvador al que fuimos incorporados por el bautismo: sepultados con él en la muerte, para participar con él de su resurrección.

[Si hizo la primera comunión, se añade:]

El pan y el vino del altar nos traen el recuerdo de aquel día precioso de la primera comunión de N. En aquel pan y vino, el Señor le entregaba su cuerpo y su sangre y, con ellos, la semilla de la inmortalidad: «El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré el último día».

Invitación a la paz: Con el recuerdo del bautismo, el Señor ha querido ofrecernos el consuelo y la paz de su mensaje. Con el recuerdo del bautismo, por el que todos somos hermanos, nos damos la paz.

Comunión: En la comunión, el cristiano hace realidad total la incorporación a Cristo iniciada en el bautismo: sepultado con su muerte, ha de andar en una vida nueva. Este es el Cordero de Dios...

Canto o responsorio: Como una flor tierna en las manos de Dios. Así confiamos que queda nuestro pequeño (nuestra pequeña). Que el sollozo no ahogue la voz con la que cantamos nuestra fe en la vida de Dios, que es vida eterna.

Oremos:

Te rogamos humildemente, Señor,
que acojas en el paraíso
al niño (a la niña) N., a quien tanto amas;
que goce junto a ti en aquel lugar
donde ya no hay luto ni dolor ni llanto,
sino paz y gozo, con tu Hijo y el Espíritu Santo,
por los siglos de los siglos.

Agradecimiento de la familia: Amigos, el momento es tan duro que, además de agradeceros vuestras muestras de condolencia, nos atrevemos a pediros que continuéis estando cerca con vuestra amistad. Sigamos pidiendo para que Dios no nos falte con su consuelo y esperanza, tal como lo ha hecho en esta celebración. Agradecemos de verdad vuestra presencia y vuestra oración.