COMO EL GRANO DE TRIGO


Monición de entrada:
El Señor nos ha reunido en su casa porque es un Dios cercano que nos acompaña en la vida y comparte nuestras penas y sufrimientos. El se une a la condolencia que estáis recibiendo, queridos familiares de N. difunto (difunta). Y se une, además, con algo que nosotros no os podemos aportar, a pesar de nuestra buena voluntad: su palabra verdaderamente esperanzadora y su salvación realmente presente en la eucaristía. Aceptamos su invitación y participamos en esta celebración con la fe y la confianza puestas en él.

Oremos:

Señor Dios,
para quien viven los que están destinados a la muerte
y para quien nuestros cuerpos, al morir, no perecen,
sino que se transforman y adquieren una vida mejor,
te pedimos humildemente que acojas a tu hijo (hija) N.
y le concedas la gloria de la resurrección
en el lugar del descanso, de la luz y de la paz,
por nuestro Señor Jesucristo...

Introducción a las lecturas: El libro de la Sabiduría nos describe dos perspectivas sobre la vida: una, de pesimismo y desdén: la vida se disipa como una nube... el final es la nada; otra, de fe y esperanza: la vida es un don de Dios que recibirá su galardón. El evangelio subraya esta visión positiva: «Si el grano de trigo muere en el surco, da mucho fruto». Es la misma idea que expresamos con el salmo: «Los que siembran entre lágrimas, cantando van al segar».

Primera lectura: Dios creó al hombre para la inmortalidad (Sab 2,1-5.21-23) RE, Leccionario, 1194-1195].

Salmo responsorial: Los que siembran entre lágrimas, cantando van al segar (Sal 125) [RE, Textos diversos, 1307].

Evangelio: Si el grano de trigo muere, da mucho fruto (Jn 12,23-28) [RE, Leccionario, 1253].

Homilía: iQué contraste tan enorme entre dos formas de valorar la vida, el que nos han presentado las lecturas que acaban de ser proclamadas!

Por una parte, una visión negativa y de desdén: «La vida es corta y triste... Nacimos casualmente y luego pasaremos como quien no existió... Nuestro nombre caerá en el olvido... y nadie se acordará de nuestras obras... Nuestra vida es el paso de una sombra y nuestro fin, irreversible». Es el modo de pensar que el libro de la Sabiduría atribuye a los que denomina «impíos», término no referido únicamente a la falta de fe, sino también a la falta de valores morales, éticos y religiosos, tanto personales como sociales. En consecuencia, se trata de disfrutar y buscarme a mí mismo a tope, olvidándome y aun aprovechándome de los demás.

Sin embargo, no es un criterio exclusivo de aquellos tiempos antiguos. También se da en la actualidad. Con la misma radicalidad, o disfrazado de falsa modernidad. Lo cierto es que no le va a la zaga un concepto sobre la vida que trata por todos los medios de suplantar los valores humanos, sociales y religiosos por los del éxito y disfrute acelerados. A cualquier coste. En competencia despiadada. Sólo vale el resultado, lo demás y los demás no cuentan. Sin escrúpulos y con prisa, porque «la vida es breve», repiten machaconamente. Basta con asomarse a los medios de comunicación y observar qué se promociona y a quién se propone como modelo de éxito.

Pero existe otra visión muy diferente sobre la vida y la persona: la del «justo», según denomina el mismo libro sagrado; la gente de bien, que diríamos nosotros. Se valora la honradez, la generosidad y el trabajo de toda persona, por muy sencilla que sea esta o por muy elemental que parezca su bien hacer. Se parte de que no hay esfuerzo que no merezca ser tenido en cuenta, ni ser humano que no deba ser apreciado. Se tiene la conciencia de que toda persona, cumplidora y buena, es, con su sacrificio y con su amor, protagonista de la historia de la humanidad. Todo, sin ruidos ni propagandas. Todo, desde la sencillez y la humildad.

El evangelio lo ha expresado con una imagen muy sugestiva: «Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. El que se ama a sí mismo se pierde, pero el que se olvida de sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna».

A los que sufrimos el trance doloroso de la muerte de un ser querido, a vosotros, queridos familiares de N., el Señor ofrece con sus palabras un primer punto de apoyo para el consuelo. El (ella) no ha pasado por el mundo como quien no existió, ni su nombre caerá en el olvido, ni su vida ha sido como niebla que se disipa. Para empezar, su nombre permanecerá en nuestro recuerdo, sus obras no sólo las valoramos sino que las llevaremos adelante, y su persona ha merecido ser inscrita como alguien importante en el libro de la vida.

Pero Cristo Jesús aún va más lejos. A esa visión reconocedora del valor de una vida, añade la visión de la fe, la visión de Dios.

Desde la fe, creemos que el hombre y la mujer no sólo cumplen en su vida con el designio de Dios en la creación —«Creced, multiplicaos y desarrollad la tierra» (Gén 1,28)—, sino que todo su trabajo y sus obras van remarcando el mundo con el sello de Dios —«A su imagen y semejanza» (Gén 1,27)—. Cuanto de bueno hacemos en la vida es un desgranar destellos de Dios.

Desde la fe, sabemos que todo cuanto uno se rompe a sí mismo para darlo en amor a los demás adquiere dimensión divina. Nuestro amor es amor a Dios y es amor de Dios. Da gusto encontrarse en la vida con personas que irradian paz, consuelo, esperanza... y que hacen de su vida una siembra de amor constante y generosa. Allí se siente cerca a Dios: «Donde hay caridad y amor, allí está el Señor».

Desde la fe, nos fiamos de Cristo que dice que el romperse en el surco del sacrificio, del dolor y de la cruz, tiene un sentido redentor, porque queda unido a la entrega del Señor hasta la muerte por la salvación de todos. Quiere esto decir que para Dios también adquieren valor divino la cama del enfermo, y la ,silla de ruedas, y el rincón del asilo, y la penosa enfermedad, y el aparente sinsentido de tantas vidas rotas o inútiles a los ojos del mundo. El salmo lo proclamaba bellamente: «Los que sembraban con lágrimas, cosechan entre cantares. Al ir, iban llorando, llevando la semilla; al volver, vuelven cantando, trayendo sus gavillas».

Desde la fe, esperamos en Cristo, que nos asegura —«os lo aseguro», nos ha dicho— que toda vida que se entrega por los demás «se guardará para la vida eterna».

¡Consuelo consistente desde la fe y confianza firme desde la esperanza se nos ofrecen con estas palabras del Señor! Sobre todo a vosotros, querida familia de N., que habéis conocido la siembra en mil detalles de amor que ha constituido su vida de familia, de trabajo y de convivencia.

En la eucaristía celebramos el sacrificio redentor de Cristo, grano de trigo sembrado en la cruz y resucitado a la vida gloriosa. Que el Señor haga partícipe a nuestro hermano (nuestra hermana) del cumplimiento de su promesa evangélica. Nosotros le asegurábamos con cariño nuestro recuerdo. El Señor le asegura con verdad la vida eterna.

Invitación a la paz: Un gesto sencillo como el apretón de manos puede servir para manifestar condolencia, ánimo, compañía, paz... Es lo que queremos expresar a la familia de N. y a todos los presentes en este momento. Daos fraternalmente la paz.

Comunión: Con un trozo de pan partido significamos en este momento de la misa que se trata del pan de Cristo, grano de trigo muerto en el surco de la cruz pero resucitado en fruto de vida eterna. Este es ese pan del Señor, «este es el Cordero de Dios...».

Canto o responsorio: Como el grano de trigo. Si nos damos en amor, fructificaremos en amor. Si con él morimos, viviremos con él. Cantemos este anhelo de esperanza, pidiendo que se cumpla en nuestro hermano (nuestra hermana) y, un día, en todos nosotros.

Oremos:

Te encomendamos, Señor,
a nuestro hermano (nuestra hermana) N. a quien en esta vida mortal
rodeaste con amor infinito;
concédele que, como el grano de trigo sembrado en el surco,
fructifique contigo a la vida eterna, donde no hay llanto ni dolor,
sino paz y alegría sin fin.
Por Jesucristo nuestro Señor.

Agradecimiento de la familia: Sólo cuando se pasa por el trance de la muerte de un ser tan querido como N., sólo entonces se es capaz de apreciar de verdad lo que supone la proximidad de los buenos amigos y de la buena gente como vosotros. Nos habéis servido de mucho. Como nos ha servido de muchísimo esta celebración para vivir desde la fe lo que ya creíamos desde el cariño: que la persona y la vida de N. ha sido importante a nuestros ojos y a los ojos de Dios. Descanse en paz. Y gracias a todos.