INCORPORADOS POR EL BAUTISMO A LA MUERTE Y RESURRECCIÓN DE CRISTO

Para difuntos de familias cristianas practicantes


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(si es posible, lee un miembro de la familia). Amigos: Nuestra (esta) familia, en medio del dolor, ha querido celebrar cristianamente la muerte de nuestro querido (nuestra querida) N. Incorporado (incorporada) por el bautismo al misterio pascual de Cristo, creemos y esperamos que «así como ha compartido ya la muerte de Jesucristo, comparta también con él la gloria de la resurrección». Os invitamos a celebrar en esta eucaristía este misterio admirable y lleno de consuelo.

Oremos:

Dios, Padre todopoderoso,
que por el bautismo nos has configurado
con la muerte y resurrección de tu Hijo,
concede a tu hijo (hija) N.
que, libre de los lazos de la muerte,
pueda gozar de la compañía de tus elegidos.
Por nuestro Señor Jesucristo...

Introducción a las lecturas: El bautismo nos incorpora a Cristo: «Si nuestra existencia está unida a él en una muerte como la suya, lo estará también en una resurrección como la suya». A esta maravilla de mensaje que leemos en san Pablo, responderemos con la confianza que nos propone el salmo: «El Señor es mi luz y mi salvación... espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida». Allí ocuparemos esos lugares que el Padre nos tiene reservados y a los que nos llevará Cristo, según nos promete en el evangelio.

Primera lectura: Por el bautismo fuimos incorporados a Cristo (Rom 6,3-9) [RE, Leccionario, 1217-1218].

Salmo responsorial: El Señor es mi luz y mi salvación (Sal 26) [RE, Leccionario, 1208].

Evangelio: Para que donde yo estoy, estéis también vosotros (Jn 14,1-6) [RE, Leccionario, 1254-1255].

Homilía: Al escuchar el saludo inicial, es posible que más de uno nos hayamos quedado un tanto perplejos. Se nos invitaba a «celebrar» la muerte cristiana de N. ¿Pero es que la muerte tiene algo que celebrar? Evidentemente la muerte en sí misma no. En absoluto. En todo caso tiene mucho para ser llorada, protestada y hasta para rebelarse contra ella.

Pero nos hablaban de la muerte de un cristiano, que por el bautismo quedó incorporado a la muerte y a la «suerte» de Cristo, y, por tanto, a la resurrección. Y esta afirmación que tan magistralmente ha expuesto san Pablo lo cambia todo.

Sí, porque, como también asegura dicha lectura: «Si nuestra existencia está unida a él —a Cristo—en una muerte como la suya, lo estará también en una resurrección como la suya».

Fijaos que ha afirmado que es nuestra existencia la que está unida a la muerte y resurrección del Señor; no sólo nuestro «momento final». ¿Qué quiere esto decir? Pues, quiere decir que, desde el bautismo y durante toda su vida, el cristiano va muriendo y resucitando cada día, constantemente. ¿Cómo? El mismo apóstol daba la pista: «Nuestra vieja condición ha sido crucificada con Cristo, quedando destruida nuestra personalidad de pecadores».

Morir y resucitar. Crucificar, a cada paso que intente aflorar, a nuestro hombre viejo, egoísta, insolidario, orgulloso, violento, injusto, mentiroso... Y desde ahí, crucificar a ese mundo de muerte que levanta el hombre de pecado: un mundo de llanto, de abuso, de violencia, de engaño, de injusticia... Un hombre y un mundo que no se fía del otro, que no valora a la persona, que se aprovecha de los demás, que les hace sufrir y morir. Toda la vida del bautizado debe ir crucificando y destruyendo la «vieja personalidad de pecadores» y sus nefastas consecuencias.

Pero, a la vez, toda la vida del bautizado ha sido incorporada también a la resurrección, y toda su existencia, comprometida en la apasionante tarea de hacer resurgir la «nueva condición cristiana»: «Libres de la esclavitud al pecado» y liberándose de las mil esclavitudes que le maniatan a él y a los hermanos; alumbrando cada día un trozo más de persona y un trozo más de mundo nuevo, de paz, de concordia, de respeto, de libertad, de esperanza, de bienestar, de alegría, de ganas de vivir. Eso es incorporarse por el bautismo a la resurrección de Cristo.

¿No creéis, hermanos, que una vida así, una existencia así, merece la pena ser celebrada? Sí, ya sabemos que a veces se cuela la «personalidad de pecador», con sus fallos y deficiencias, humanas por otro lado. Dios también lo sabe. ¿Cómo no lo va a saber si «conoce nuestra masa y no ignora que somos barro»? Por eso precisamente, en esa tarea maravillosa pero difícil, «nos ha incorporado a Cristo». Y por eso, al celebrar hoy la vida de N. hasta la muerte, en realidad celebramos a Cristo, que ha ido recogiendo uno a uno todos los esfuerzos de nuestro hermano (nuestra hermana) por morir al pecado y los ha ido clavando en la cruz con su muerte. Y celebramos a Cristo, que ha ido incorporando a su propia resurrección todos los destellos de persona nueva, de humanidad nueva y de mundo nuevo que han brillado durante su existencia. «Si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él», recalcaba Pablo.

Este portento admirable que une al bautizado con el misterio de muerte y resurrección de Jesucristo lo celebramos en la eucaristía. En ella vamos a orar como nos enseñaba el salmo, pidiendo para N.: «Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida». Y vamos a llenarnos con la confianza de que el Señor cumple con nuestro hermano (nuestra hermana) la promesa que le hemos escuchado anunciar en el evangelio: «En la casa de mi Padre hay muchas estancias... cuando vaya y os prepare sitio, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo, estéis también vosotros... porque yo soy el camino, la verdad y la vida».

Invitación a la paz: Aceptad, queridos familiares, el saludo de paz y de condolencia que os enviamos sinceramente. Y que la paz que nos deseamos mutuamente no se quede en el gesto de este momento, sino que sea empeño y tarea de todos los días.

En el espíritu de Cristo resucitado, daos fraternalmente la paz.

Comunión: Morir y resucitar: tarea comprometida, la del cristiano. Pero no vamos solos: Cristo viene a nuestro lado, se hace totalmente nuestro en la comunión, y nos incorpora plenamente a su misterio de muerte y resurrección. «Este es el cordero de Dios...».

Canto o responsorio: Toda la eucaristía ha sido una vivencia de la muerte y resurrección del Señor. Como resumen final, proclamamos nuestra fe en dicho misterio con nuestro canto.

Oremos:

Dueño de la vida y Señor de los que han muerto,
acuérdate de nuestro hermano (nuestra hermana) N.,
que, mientras vivió en este mundo,
fue bautizado (bautizada) en tu muerte
y asociado (asociada) a tu resurrección
y que ahora, confiando en ti,
ha salido ya de este mundo;
concédele resucitar a tu vida nueva, revístelo (revístela) de honor
y colócalo (colócala) a tu derecha,
para que, junto a ti, tenga su morada entre los ángeles y elegidos
y con ellos alabe tu bondad
por los siglos de los siglos.

Agradecimiento de la familia: Vuestra cercanía en tantos momentos, desde la muerte de N., y vuestra presencia en esta celebración nos confirman que él (ella) ha sido una persona valorada y apreciada. Su vida y su muerte eran dignas de ser celebradascomo lo que ha sido: un cristiano (una cristiana) que intentó ser consecuente. Que goce ahora de Dios. ¡Muchas gracias a todos!