COMENTARIOS AL SALMO 121

 

VAMOS A LA CASA DEL SEÑOR

¡Qué alegría cuando me dijeron: 
Vamos a la casa del Señor"! 
Ya están pisando nuestros pies 
tus umbrales, Jerusalén. 

Jerusalén está fundada 
como ciudad bien compacta. 
Allá suben las tribus, 
las tribus del Señor, 
según la costumbre de Israel, 
a celebrar el nombre del Señor; 
en ella están los tribunales de justicia 
en el palacio de David. 

Desead la paz a Jerusalén: 
"Vivan seguros los que te aman, 
haya paz dentro de tus muros, 
seguridad en tus palacios." 

Por mis hermanos y compañeros, 
voy a decir: "La paz contigo." 
Por la casa del Señor, nuestro Dios, 
te deseo todo bien. 


1. PO/SAL/121 

«¡Qué alegría cuando me dijeron:
Vamos a la Casa del Señor!»

I. Vamos todos a la Casa del Señor.
No es una casa de piedras,
construida por manos humanas.
No se encuentra en ciudades esbeltas
o en megápolis asombrosas.
La Casa del Señor es viva,
construida por el Espíritu.
Vamos a la Casa del Señor,
comunidad bien compacta,
fundamentada en la fe
y aglutinada por la fuerza del amor.
Allí están mis hermanos y compañeros,
mi estímulo y mi refugio,
mi vida compartida;
juntos trabajamos y descansamos,
y juntos celebramos el nombre del Señor.

Allí están los tribunales de justicia,
para defender los derechos del pobre,
y las fuentes de la santidad,
y el manantial de la alegría.
No sabéis, hermanos, cuánto os necesito,
cuánto os quiero.
Os deseo a todos la paz.

II. Y qué alegría cuando me dijeron:
Viene el Señor a mi casa.
Mi casa es pobre y pequeña,
pero viene el Señor a mi casa.
Mi casa está fría y oscura,
pero viene el Señor a mi casa.
Mi casa es fea y antigua,
pero viene el Señor a mi casa.
El sabe que no soy digno,
pero viene el Señor a mi casa.
Ven, Señor, yo quiero abrirte
todas las puertas del alma.

CARITAS
RIOS DEL CORAZON
ADVIENTO Y NAVIDAD 1992.Págs. 26 s.


2.
PRIMERA LECTURA: CON ISRAEL 

* Salmo de "peregrinación" en ritmo gradual, con palabras claves que se repiten.

Los peregrinos, después de un largo viaje de acercamiento llegan finalmente ante Jerusalén. Uno de ellos exclama de alegría y admiración. La ciudad ¡qué bella es! Se siente la sorpresa de un pueblerino o de un nómada pasmado al mirar las construcciones que forman un todo compacto: casas, calles, palacios, el templo, todo rodeado de murallas y torres sólidas.

Admiremos las maravillas literarias de este breve poema. La tonalidad principal se afirma desde la primera línea: ¡alegría! En forma de "inclusión" al principio y al fin del salmo, la razón profunda de esta alegría: "la Casa del Señor"... Sí, Yahveh vive en esta ciudad. Y luego, junto al nombre de la ciudad repetido amorosamente, una guirnalda de flores poéticas y aliteraciones, que ninguna traducción es capaz de expresar. Ensayad, no obstante, de pronunciar en alta voz estas palabras hebreas: scha'halou shalom Ierushchalaïm "Invocad la paz sobre Jerusalén".

El autor acaricia verbalmente la ciudad amada: la palabra "paz" tiene las mismas consonantes de Jerusalén... Cuando no utiliza ni "shalom" ni "Ieruschalaim", dice "allí" adverbio que casualmente tiene dos de las consonantes de Jerusalén. El conjunto, cantado en hebreo, es una pequeña maravilla musical. Es obra de un gran poeta.

En cuanto al sentido profundo, es también de perfecta unidad: Jerusalén, la capital, hacia la cual convergen caminos de todas partes, de arquitectura compacta (ciudad construida en la cima de una montaña), ciudad cuyo nombre significa "paz", es también símbolo de unidad de las tribus dispersas... La fe en el único Dios cuya gloria habita en el Templo, es el fundamento de esta comunidad fraternal.

Jamás, en toda la literatura mundial, una tal perfección de estilo y de fondo ha exaltado de igual manera una "¡ciudad!"

SEGUNDA LECTURA: CON JESUS

** ¡En esta "ciudad", única en el mundo, Jesucristo murió y resucitó! En esta ciudad se celebró la primera Eucaristía, misterio de "agrupación" fraternal de todos los hombres, alrededor del Cuerpo de Cristo, nuevo ¡Templo de Dios!

Hacia esta ciudad, Jesús de Nazareth, subió cada año de su vida terrena mezclado entre la muchedumbre de peregrinos, entre los cuales se mezcló su voz a la de sus hermanos para ¡recitar este salmo! Hacia esta ciudad, suben cada año, millones de turistas y creyentes, del Judaísmo, del Islam, del Cristianismo, para adorar al mismo Dios... Permaneciendo aún divididos o "enemigos": en su paso por el mismo lugar, afirman inconscientemente el gran sueño de la humanidad, la paz, la alegría, la fraternidad de todas las razas, de todos los pueblos hijos de un mismo Padre. ¡Jesús lo dijo!

En esta ciudad, verdadera capital del mundo, Jesús dio su vida "para reunir en uno, todos los hijos de Dios que están dispersos" (Juan 11,52). En esta ciudad, el Espíritu de Jesús fundó, un día de Pentecostés, una comunidad de hombres de todas las razas y de todas las lenguas, la Iglesia, en que la humanidad tan diversa encuentra un lugar para "formar una unidad en la paz".

Todo el contenido de este salmo resumido en la única palabra "Jerusalén", se difunde por todo el mundo mediante la celebración de la Eucaristía: cada ciudad del mundo es "Casa del Señor", cualquier lugar donde está presente el misterio del "pan de vida" sobre el cual un sacerdote dice "esto es mi cuerpo". Antes en Jerusalén, "Israel debía dar gracias"... Ahora en cualquier parte, "todo hombre puede dar gracias".¡Qué alegría cuando me dijeron: iremos a la Casa del Señor! Esta casa de Dios, queridos amigos, está a vuestras puertas, al término de cada calle, en vuestro barrio. No hace falta hacer un largo viaje a Jerusalén. ¡Entrad en una capilla, prosternaos ante el Tabernáculo! ¡Estáis en la ciudad de la paz, estáis en Ieruschalaim! Arrrodilláos, y dejáos invadir por la gran paz-alegría-felicidad que viene del Dios que os ama y que ha querido "armar su tienda entre nosotros" (Juan I,14), porque "el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros".

TERCERA LECTURA: CON NUESTRO TIEMPO

*** Aspiración universal a la paz, a la alegría, a la felicidad. No necesitamos hacer una gran transposición para recitar este salmo con toda verdad en el corazón del mundo actual. La humanidad entera toma conciencia cada vez más de su unidad profunda, de sus dependencias mutuas. Pero al mismo tiempo, los particularismos y las oposiciones se exacerban. Señor, que la humanidad entera llegue a ser "como una ciudad en que todo se sostiene..." que las tribus..., las razas, las culturas "suban y converjan" las unas hacia las otras... que la paz reine sobre la ¡tierra!

La unidad, la solidaridad. Lo que constituía la unidad de Jerusalén, más que una estructura arquitectónica, más que una situaci6n geográfica, era una historia y un destino comunes. Lo que hace la unidad de un medio, de un pueblo, de la humanidad, es la solidaridad del destino que es el mismo para todos los hombres: nos hemos embarcado en la misma navecilla, en el mismo pequeño planeta, dentro de los mismos muros... Es necesario que aprendamos a vivir juntos. "Entre hermanos, muy próximos los unos a los otros".

Alegría: iremos a la ¡Casa del Señor! La experiencia de la peregrinación que entonces se hacía a pie, debía tener un profundo sentido simbólico: partir de casa, ponerse en marcha, afrontar los peligros y la fatiga de un largo viaje, contar los días, tener la mente fija en la meta lejana, que día a día se acerca... Mirar finalmente la colina, ¡largamente deseada! Es ésta la parábola de la condici6n humana, en marcha hacia la "Casa de Dios". ¿Estamos realmente en marcha hacia Dios? ¿Concebimos nuestra vida como algo que avanza, que avanza hacia una meta, hacia alguien?

¡David! ¡Jesucristo! ¡Cristo Rey! Somos conscientes que en el momento en que los judíos oraban con este salmo (aún hoy día lo hacen) la "Casa de David" ¿no estaba ya en el trono? Cómo podían decir: "en ella están los tribunales de justicia, los tribunales de la casa real de David". Esto sería ridículo, si estas palabras no significaran la esperanza y el deseo de un "Mesías", descendiente de David según la promesa (2 Samuel 7,1-17). Sabemos que ya vino "el príncipe de la paz", Jesús. Podemos recitar este salmo pensando en aquel que vino a realizar la "Nueva Alianza".

NOEL QUESSON
50 SALMOS PARA TODOS LOS DIAS. Tomo I.
PAULINAS, 2ª Edición
BOGOTA-COLOMBIA-1988.Págs. 240-243


3.

El salmo 121, que hoy consideramos, es uno de los llamados "salmos-graduales", de las peregrinaciones o de las subidas (a Jerusalén). Estos salmos se cantaban yendo en peregrinación a Jerusalén en ocasión de las grandes fiestas de Pascua, Pentecostés o Tabernaculos. Son salmos que respiran alegría y confianza, agradecimiento y bendición en los que no falta alguna petición por el pueblo o por Jerusalén. Los salmos graduales son los salmos que van desde el 119-133 y forman un conjunto bastante homogéneo en su contenido y en su dinámica.

Nuestro salmo es uno de los graduales más conocidos y cantados: "Qué alegría cuando me dijeron...". Expresa la alegría y la emoción que llenaba el corazón de todo israelita cuando subía en peregrinación a la ciudad santa de Jerusalén y a su templo.

Nos hemos de trasladar al horizonte hebreo, a su vida y a su sentimiento para poder comprender lo que representaba para ellos ir a Jerusalén, contemplar su templo, estar unos días en la ciudad, capital de su nación.

Los salmos que tan profundamente han sintonizado con el corazón del pueblo, repetidas veces han hecho referencia a Jerusalén, a veces con auténticas obras maestras, como el salmo 136, en su apasionada nostalgia de Jerusalén estando en el destierro de Babilonia. Jerusalén, para el corazón hebreo, es una realidad y un símbolo, algo mitificado, de enorme potencial afectivo y sentimental, quicio sobre el que gira el peso de todo el espíritu israelita. Su historia, su gloria, su dolor, su alegría lo son también de todos sus hijos, aún de los que viven en los lugares más apartados. Jerusalén es el corazón del judaísmo, centro de su pensamiento y de sus cantos, a quien los grandes poetas hebreos de todos los tiempos han dedicado sus más inspirados poemas.

En todo tiempo Jerusalén ha sido la capital del mundo judío: en tiempo de David y de los reyes, en tiempo de Esdras y Nehemías después del exilio, en tiempo de los Macabeos y en la época del Nuevo Testamento. Y en los 2000 años de Diáspora, después de su destrucción en el año 70, Jerusalén ha sido siempre el centro espiritual de su vida, la capital de su destino, como lo es actualmente en el moderno estado de Israel.

El salmo 121 canta la emoción de la ida a Jerusalén y las excelencias de la ciudad. Tiene una estructura sencilla que se puede presentar así:

a) Anuncio de la ida a Jerusalén y alegría (vv. 1-2)

b) Elogio de la ciudad: de su templo e instituciones (3-5).

c) Augurios de paz y de felicidad (6-9).

a) Anuncio de la ida a Jerusalén y alegría (vv. 1-2)

La frase inicial expresa todo el júbilo y entusiasmo que produce el anuncio de la próxima subida a Jerusalén. Es una alegría desbordante de un deseo vivísimo que se ve cumplido: subir en peregrinación a la ciudad de Jerusalén, en compañía de otros muchos peregrinos con quienes se comparte la misma ilusión, el mismo sentir, la misma fe.

El salmista, en su imaginación, se ve en la ciudad santa, en la casa de Yahvé. La expresión "en tus puertas" es una frase poética en una figura literaria que se llama sinécdoque, y que consiste en decir una parte por el todo; aquí las puertas equivalen a la ciudad toda de Jerusalén, como si dijera: "Ya están nuestros pies en la ciudad". En Jerusalén está la casa del Señor, el templo de Salomón, luego reconstruido por Ageo y más tarde por el rey Herodes, y el templo era el orgullo del pueblo judío, el mismo corazón de su fe que encerraba tantos y tantos recuerdos de su historia y de su religión. Por esto, poder estar en Jerusalén y visitar el templo era una gracia que llenaba de alegría y gratitud.

b) Elogio de la ciudad: de su templo e instituciones (3-5)

Para los peregrinos el impacto de Jerusalén y de su templo era grande: venir de un pueblo insignificante o lejano y encontrarse con una ciudad grande, rodeada de murallas y de torres, con sus calles y plazas, con sus palacios, y descollando sobre todo ello, el gran templo donde palpitaba la fe y la religiosidad de Israel: todo ello producía una impresión inolvidable, reafirmaba la fe y hacía sentirse más hebreos a los hijos de Israel. El salmista evoca todo esto, lo admira, se siente feliz de estar en Jerusalén, tan grande, tan hermosa, tan bien construida con sus edificaciones seculares llenas de recuerdos y de gloria.

Luego pondera las instituciones de la ciudad: los tribunales de justicia: de Jerusalén parte el orden, la paz, la rectitud. De Jerusalén vienen las leyes, las normas y ordenaciones para todo el pueblo, para que todos puedan gozar de paz y de prosperidad. En el mundo antiguo, donde imperaba tantas veces la ley del desierto, era confortante encontrar una garantía de justicia y de seguridad. Y todo esto lo daba Jerusalén, en el palacio de David estaba el recto juicio para todo, los sabios y los jueces del pueblo para ayudarlo y defenderlo.

c) Augurios de paz y de felicidad (6-9)

Primero, con una visión generosa y universal, el salmista se dirige hacia los que aman la ciudad, a los que le desean la paz. Es como desear la paz para todo el pueblo que vive a la luz de su capital. Algo semejante leemos en el libro de Tobías: "Dichosos los que te aman, en tu paz se alegrarán" (Tob 13,11).

Luego pide paz en sus murallas, en sus torres, como diciendo: "No haya jamás guerra en ti, no haya jamás tribulación ni desdicha dentro de ti", que haya siempre tranquilidad en sus calles, en sus plazas, en sus palacios: que en la corte del rey no haya temor, inseguridad, amenazas: que todo discurra por un cauce de paz.

Y haciéndose eco universal, ahora el salmista se pone en lugar de todos aquellos que no han podido subir a Jerusalén ni han podido sentir su emoción ni su alegría. El hace sus veces, interpreta sus sentimientos, es como su portavoz y exclama de nuevo: "La paz contigo": es el deseo unánime de todo Israel, ver en paz la ciudad santa, modelo de vida para todo el pueblo, refugio para toda calamidad.

Y el motivo de todo ello es la casa del Señor, el templo en medio de la ciudad. El templo representa la dignación de Yahvé a morar en medio de su pueblo, él mismo se ha escogido su trono entre los hombres, y este trono es el templo asentado en Jerusalén. Y la casa de Dios es casa de paz y ha de estar rodeada siempre de paz y de justicia, y ha de ser el centro de los corazones fieles de Israel.

Aplicaciones de este salmo: María y la Iglesia

Seguramente por este último motivo, que canta la presencia de Dios en medio de Jerusalén, en su templo, la Iglesia ha puesto en la liturgia de las fiestas de la Virgen el salmo 121. María en cierta manera es este templo, esta casa de Dios que sirvió de morada al Hijo de Dios que "plantó su tienda entre nosotros" (Jn 1,14). Y María representa para el pueblo de Dios este centro magnético que nos muestra dónde está Dios, y viene a ser como el centro afectivo, como el lugar de confianza y de alegría para el pueblo peregrino que tantas veces tiene necesidad de paz y de consuelo.

La piedad cristiana, ¿no ha dado a María los títulos de Arca de la Alianza, Causa de nuestra alegría, Reina de la paz, Sede de la sabiduría, Casa de elección, todo ello relacionado con la casa de Dios, con el templo y la ciudad que canta el salmista? Sí, realmente este salmo 121 expresa los sentimientos del pueblo de Dios que ha sabido ver en la figura de María esta realidad excelsa, de la cual el templo de Jerusalén no era sino la sombra.

La aplicación eclesial del salmo es evidente. Lo que era Jerusalén y su templo ha pasado a ser, en la visión cristiana, la Iglesia de Cristo, tan amada por El, tan cantada por Pablo y por Juan (Cfr. Apocalipsis). Y la lectura del salmo 121 debería producir en nosotros algo de aquellos sentimientos de alegría, de amor, de felicidad que embargaban al salmista y todos cuantos subían en peregrinación a la ciudad de Jerusalén. La Iglesia es la nueva Jerusalén (Ap 21,2), la madre de los creyentes de la que nos viene la salvación, que nos muestra la luz de Cristo, su verdad, su camino.

La Iglesia es para nosotros centro que engloba nuestra fe en Dios y en Cristo, la que nos comunica la vida nueva con sus sacramentos, con la Palabra de Dios, con su testimonio. A pesar de sus debilidades humanas, la Iglesia es como esta arca de salvación que nos va conduciendo hacia la meta, sabiendo que en ella está Cristo hasta la consumación del mundo.

J. M. VERNET
DOSSIERS-CPL/22


4.

UN SALMO APLICADO A LA VIRGEN MARÍA

Dicho por los israelitas

Todo este salmo juega con la etimología popular del nombre de la ciudad de Jerusalén, lerushaláim, interpretado como significando "visión de paz". Glosa esta interpretación el himno del oficio de dedicación de Iglesia Urbs lerusalem beata, dicta pacis visio ("dichosa ciudad de Jerusalén, llamada visión de paz"). La etimología científica probable indica que significa más bien "Fundación del dios Salem". La ciudad es llamada Salem en Gn 14,18 y Sal 175,3. El salmo va repitiendo la palabra shalom ("paz") y juega con la sonoridad de sus tres consonantes.

Pero shalom, en la Biblia, es mucho más que la ausencia de guerra. Implica también seguridad (por eso las murallas y torreones son "paz" para tiempo de guerra), justicia (pues sin ella la paz es sólo aparente y momentánea), bienestar, salud, prosperidad y felicidad. Por eso es el modo usual de saludo. Los evangelios nos recuerdan el shalom de Cristo resucitado a sus discípulos. Ya en la Cena les había prometido dejarles en herencia la paz, aunque no como la da el mundo, sino la verdadera paz.

Este salmo respira amor y entusiasmo por Jerusalén. Es una ciudad espléndida, que el peregrino no se cansa de contemplar. Sobre todo vista en panorama desde el monte de los Olivos, el conjunto es impresionante. Tantas guerras y destrucciones no impiden que siga siendo una ciudad sagrada: "Demasiada historia para tan poca geografía" (J. Ma Gironella).

Y éste es uno de los salmos de las peregrinaciones. El salmista habla a Jerusalén como si fuera una muchacha hermosa y la estuviera piropeando. Empieza cuando la caravana llega a la entrada de la ciudad. Entonces se evoca la alegría de "cuando me dijeron: vamos a ir a la casa del Señor. Ya están pisando nuestros pies tus umbrales" (vv. 1-2). El espectáculo de murallas, torres, almenas y palacios suscita gran admiración (v. 3; cf. la admiración de los discípulos de Jesús, Mc 13,1-3). La ciudad, con su templo y el arca de la alianza, es lo que une a las tribus que forman Israel (v. 4). La justicia que allí se administra es elemento esencial de la paz pública. Entonces sale al encuentro de los peregrinos un sacerdote y les invita a orar por Jerusalén (v. 6), y los peregrinos rezan para que lerushaláim sea realmente lo que su nombre dice: la ciudad de la paz.

Dicho por María

María participaba plenamente del amor que todo buen israelita tenía a la ciudad santa, en la que el Señor hacía sentir de un modo especial su presencia en medio de su pueblo. Pero a partir de la anunciación cobra para ella un significado especial la ciudad de David, porque se le ha dicho que su hijo recibirá el trono de David, su padre, y su reino no tendrá fin. Lo tendría muy presente cuando cada año subía a Jerusalén con José y Jesús, según el evangelio de la infancia (Lc 2,41-50). En Jerusalén, un profeta, Simeón, le anuncia que una espada de dolor traspasará su corazón (Lc 2,35). Años después, cuando Jesús empieza su ministerio público y forma un grupo de discípulos, María sube con ellos cada Pascua a Jerusalén. Allí ha sido muchas veces testigo de la incredulidad y hostilidad de los dirigentes judíos. Tratan de matar a su hijo, que tiene que huir de Judea. En la Transfiguración, los tres discípulos escogidos oyen a Moisés y Elías hablando con su maestro de su salida de este mundo, que tendría que consumar en Jerusalén (Lc 9,31). Hasta que un día María oye a Jesús decir solemnemente que va a emprender la subida definitiva (Lc 9,51 ) y anuncia reiteradamente su Pasión, muerte y Resurrección.

Tras un largo viaje, en el curso del cual Jesús no cesa de recordar que su objetivo es Jerusalén, Jesús llega por fin a la vista de la ciudad y llora por ella, porque prevé su ruina: "¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como una gallina su nidada bajo las alas, y no habéis querido. Pues bien, se os va a dejar vuestra casa abandonada. Os digo que no me volveréis a ver hasta que digáis: "¡Bendito el que viene en nombre del Señor!" (Lc 13,34-35). Es la aclamación que le dirigía el pueblo el domingo de Ramos, en su entrada mesiánica a la ciudad de David: "¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del señor! ¡Hosanna en las alturas!" Pero "al acercarse y ver la ciudad", sabiendo que de aquellas altivas construcciones no quedaría piedra sobre piedra, "lloró por ella, diciendo: "¡ Si también tú conocieras en este día lo que te daría la paz! Pero ahora está oculto a tus ojos. Porque vendrán días sobre ti, en que tus enemigos te rodearán de empalizadas, te cercarán y te apretarán por todas partes, y te estrellarán contra el suelo a ti y a tus hijos que estén dentro de ti, y no dejaran en ti piedra sobre piedra, porque no has conocido el tiempo de tu visita" (Lc 19,41-44). Cuatro días después, cuando su Hijo era condenado a muerte por el Sanedrín primero y por el gobernador romano después, María pudo recordar las palabras del salmo: "En ella (Jerusalén) están los tribunales de justicia". Pero Dios le hizo justicia resucitándolo. En los cincuenta días entre Pascua y Pentecostés, María estaba con los apóstoles orando por la venida del Espíritu Santo prometida por Jesús (Hech 1,4-5.8.13): "Por mis hermanos y compañeros, voy a decir: "La paz contigo" (v. 8).

Todo el amor, y toda la devoción, que antes se dedicaban a la ciudad de David, en adelante tendrán por objeto la nueva Jerusalén, que es la comunidad de los que creen en Jesús. En la comunidad cristiana, donde los judíos leían Yahvé, ellos leen Kyrios, el Señor, que es Jesús. Así, en el salmo 121, la "casa del Señor" (vv. 1 y 9) es la comunidad de discípulos de Jesús y la casa donde se reúnen; y "celebrar el nombre del Señor" es dar gloria al Señor Jesús, a quien "Dios ha exaltado y le ha dado el Nombre que está sobre todo nombre, para que al Nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese que Cristo Jesús es el Señor, para gloria de Dios Padre" (Flp 2,9-11)

Dicho a María

La liturgia usa este salmo en las fiestas de la dedicación o consagración de una iglesia, y también en las de la Virgen. Ante todo, la Iglesia: nosotros somos hijos de la Jerusalén de arriba (Ga4,2 1-31). Es la nueva Jerusalén, que baja del cielo resplandeciente (Ap 21), como esposa sin mancha ni arruga preparada para su esposo (Ef 5,26-27).

En las letanías invocamos a María como "reina de la paz", "ciudad de David", "arca de la alianza". Son títulos que justifican que le dediquemos este salmo. Ella es, además el templo en que Cristo fue ungido sacerdote: por la Encarnación en el seno de la Virgen, el Verbo, sin dejar de ser Dios, empieza a ser también hombre, y así puede ser el sacerdote o pontífice (que hace de puente) que necesitábamos: "Porque hay un solo Dios, y también un solo mediador entre Dios y los hombres, un hombre, Cristo Jesús" ( lTm 2,5).

María es figura de la Iglesia, pero no es sólo un símbolo, sino una auténtica realidad: es, después de Jesucristo, la parte más noble de la Iglesia. Cristo es cabeza de la Iglesia, pero María es la parte más selecta de su Cuerpo, aquella parte de todos los redimidos en la que la obra de la redención ha llegado hasta sus últimas consecuencias, la victoria sobre el último enemigo, la muerte ( lCor 15,26: "El último enemigo en ser destruido será la muerte"). La Iglesia de la tierra padece y espera; la Iglesia triunfante goza ya de la felicidad eterna, pero todavía les falta algo a los santos del cielo: que, por la resurrección final, la gloria de que ya gozan en el alma redunde incluso en sus cuerpos, que en su vida mortal fueron instrumento para glorificar a Dios y santificarse ellos. Esta glorificación corporal sólo se ha dado ya en la humanidad de Cristo resucitado y en la Virgen María, asunta al cielo en cuerpo y alma. Por esto ella es como la punta de flecha de toda la caravana de peregrinos que caminamos hacia la Jerusalén de arriba. En ella podemos contemplar lo que toda la Iglesia espera un día llegar a ser. "Vivan seguros los que te aman" (v. 6): el amor y devoción a María es un signo de predestinación.

Puntos de revisión

¿Cómo vivo mi pertenencia a la Iglesia? ¿La amo? ¿La sirvo? ¿Me dejo llevar de críticas y pesimismos? ¿Creo en la vida eterna, o entiendo la Iglesia sólo como una realidad de este mundo?

¿Cómo vivo mi devoción mariana? ¿Me resulta de hecho una piedad evasiva, o me lleva a imitar su ejemplo de fe y a un mayor compromiso con la Iglesia de la tierra?

¿Procuro merecer la bienaventuranza de los que ponen paz, contribuyendo a que reine la paz de Cristo en la Iglesia y en el mundo?

Oración

¡Qué alegría, cuando descubrí el misterio de la Iglesia y de María! Me dijeron: "Vamos a meditar del Cuerpo Místico de Cristo, y de su figura, que es la Iglesia", y fue como pasar el umbral de una ciudad maravillosa. Aunque nuestros pecados tienden a disgregar la Iglesia, Dios está en medio de ella y la sostiene, "como ciudad bien compacta". Le ha puesto a Cristo como piedra angular, la ha cimentado sobre las doce piedras que son los apóstoles, todas piedras preciosas (Ap 21), pero su piedra más preciosa es María Asunta.

Nuestra Jerusalén es, en primer término, la Iglesia de la tierra que peregrina. Son las tribus que siguen las pisadas del Señor y celebran la memoria de su nombre, conmemorando su muerte y resurrección, pero Jerusalén es también el término de nuestra peregrinación. Cristo nos precede, desde la diestra del Padre, donde nos ha precedido para prepararnos sitio y desde donde nos atrae y nos va incorporando a la Jerusalén definitiva, junto a su Madre, que desde la cruz quiso que fuera también Madre nuestra. Allí, María, y con ella todos los santos, constituyen la nueva Jerusalén, la que ya no camina porque descansa, ya no padece sino que goza, y ya no cree porque ve. Y no sólo nos espera al final, sino que nos acompaña por el camino, a nuestro lado.

Porque a la Jerusalén de arriba no se llega si no es a través de la Jerusalén de la tierra. En realidad, no son dos ciudades, sino dos fases de una misma ciudad; algo así como la crisálida y la mariposa no son dos seres, sino dos etapas de una misma vida. Por eso, mientras estamos de camino, queremos aceptar "los tribunales de justicia" que hay "en el palacio de David", o sea el Magisterio, la guía de los pastores y la protección de las instituciones eclesiales y de sus normas de vida.

Pero nuestra Jerusalén no es un organigrama frío ni un aparato mecánico, sino un edificio de piedras vivas, en el que las instituciones y las leyes están al servicio de las personas. Así al menos hemos de desear y procurar que sea: que los hijos de la Iglesia encuentren en ella aquella plenitud de vida a la que la Biblia da el nombre de shalom, paz.

De todo ello nos es la Virgen María modelo con su ejemplo pasado, esperanza en el camino presente y prenda o anticipo del futuro que confiamos alcanzar.

HILARI RAGUER


5.

Jerusalén, tu nombre es «Ciudad de Paz» y, sin embargo, no has visto la paz desde que te fundaron. Estás destinada a ser la ciudad donde todas las tribus se reúnan para unirse y, sin embargo, a través de la historia sólo han venido a ti para luchar. Tus muros han sido edificados y destruidos una y otra vez; un templo nuevo se erigió sobre las ruinas del antiguo, muchos gobernantes se han sentado en el trono de David, y hoy la policía armada patrulla tus calles día y noche.

 Jerusalén, ¿qué ha sido de tu paz? ¿Por qué ha huido siempre de tus murallas, a pesar de proclamarla con tu deseo y con tu nombre? ¿Por qué está tu historia llena de sangre, y tu cielo sigue ennegrecido por el odio? ¿Es tu nombre «Ciudad de Paz» o «Ciudad de Terror»? ¿No eres tú el corazón de las tribus de Israel, la cuna de la fe del hombre, la patria de todos los hijos de Dios? ¿Por qué eres ahora noticia en los periódicos, en vez de ser bendición en la plegaria? ¿Por qué has de ser protegida tú, cuyo deber y privilegio era proteger a todos cuantos vinieran a ti?

Seas lo que seas, Jerusalén, yo siempre seguiré de camino hacia ti. Peregrino perpetuo de tu eterno encanto. Siempre soñando en tus puertas, peregrinando a tu templo, escudriñando el horizonte para ver cuándo aparece el perfil de tus torres contra el cielo azul. Para mí, tu nombre resume todo a lo que aspiro llegar en esta vida y en la otra: justicia, felicidad, salvación, paz. Tú eres símbolo y esperanza, fantasía y plegaria, piedra y poesía. Siempre camino hacia ti, y me lleno de alegría cuando oigo decir a mis hermanos: «Vamos a la casa del Señor».

Te deseo todo lo mejor del mundo, Jerusalén. Deseo que tus mercados prosperen y tus jardines florezcan, que tus pueblos se unan y tus torres permanezcan. Y, sobre todo, te deseo que hagas honor a tu nombre y tengas paz y la des a todos aquellos que vengan a buscarla en ti desde todos los rincones del mundo.

«Desead la paz a Jerusalén: `Vivan seguros los que te aman, haya paz dentro de tus muros, seguridad en tus palacios'. Por mis hermanos y compañeros voy a decir: `La paz contigo'. Por la casa del Señor nuestro Dios, te deseo todo bien».

CARLOS G. VALLÉS
BUSCO TU ROSTRO
Orar los Salmos

Sal Terrae.Santander, 1989.Pág. 231


6. Benedicto XVI: La comunión con Dios crea comunión con los hermanos
Comentario al Salmo 121, «La ciudad santa de Jerusalén»

CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 12 octubre 2005 (ZENIT.org).- Publicamos la meditación que dirigió Benedicto XVI este miércoles durante la audiencia general dedicada a comentar el Salmo 121, «La ciudad santa de Jerusalén».

¡Qué alegría cuando me dijeron:
«Vamos a la casa del Señor»!
Ya están pisando nuestros pies
tus umbrales, Jerusalén.

Jerusalén está fundada
como ciudad bien compacta.
Allá suben las tribus,
las tribus del Señor,

según la costumbre de Israel,
a celebrar el nombre del Señor;
en ella están los tribunales de justicia,
en el palacio de David.

Desead la paz a Jerusalén:
«Vivan seguros los que te aman,
haya paz dentro de tus muros,
seguridad en tus palacios».

Por mis hermanos y compañeros,
voy a decir: «La paz contigo».
Por la casa del Señor, nuestro Dios,
te deseo todo bien.


1. El salmo que acabamos de escuchar y saborear como una oración es uno de los «Cánticos de las subidas» más bellos y apasionados. Se trata del Salmo 121, una celebración viva y de gran participación en Jerusalén, la ciudad santa hacia la que suben los peregrinos.

De hecho, inmediatamente, en la introducción, se funden dos momentos vividos por el fiel: el del día en el que acogió la invitación de ir «a la casa del Señor» (versículo 1) y el de la llegada gozosa a los «umbrales» de Jerusalén (Cf. versículo 2); ahora los pies pisan finalmente esa tierra santa y amada. Precisamente entonces los labios se abren para entonar un canto festivo en honor de Sión, entendida en su profundo significado espiritual.

2. «Fundada como ciudad bien compacta» (versículo 3), símbolo de seguridad y de estabilidad, Jerusalén es el nexo de la unidad de las doce tribus de Israel, que convergen hacia ella como centro de su fe y culto. Suben a ella para «celebrar el nombre del Señor» (versículo 4), en el lugar que la «costumbre de Israel» (Deuteronomio 12, 13-14; 16, 16) ha establecido como único santuario legítimo y perfecto.

En Jerusalén hay otra realidad relevante, que también es signo de la presencia de Dios en Israel: los tronos de la casa de David, (Cf. Salmo 121,5), es decir, el gobierno de la dinastía davídica, expresión de la acción divina en la historia, que confluiría en el Mesías (2 Samuel 7, 8-16).

3. Los tronos de la casa de David son llamados también «los tribunales de justicia» (Cf. Salmo 121, 5), pues el rey también era el juez supremo. De este modo, Jerusalén, capital política, era también la sede judicial más elevada, donde se resolvían en última instancia las controversias: de este modo, al salir de Sión, los peregrinos judíos regresaban a sus pueblos más justos y pacificados.

El salmo traza de este modo un retrato ideal de la ciudad santa en su función religiosa y social, mostrando que la religión bíblica no es abstracta ni intimista, sino que es levadura de justicia y de solidaridad. A la comunión con Dios le sigue necesariamente la comunión de los hermanos entre sí.

4. Llegamos a la invocación final (Cf. versículos 6-9). Su ritmo está marcado por la palabra hebrea «shalom», «paz», considerada tradicionalmente como la base del mismo nombre de la ciudad santa, «Jerushalajim», interpretada como «ciudad de la paz».

Como es sabido, «shalom» hace alusión a la paz mesiánica, que abarca en sí alegría, prosperidad, bien, abundancia. Es más, en la despedida final que el peregrino dirige al templo, a la «casa del Señor, nuestro Dios», se añade a la paz el «bien»: «te deseo todo bien» (versículo 9). Se enuncia de manera anticipada el saludo franciscano: «¡Paz y bien!». Es un auspicio de bendición para los fieles que aman la ciudad santa, para su realidad física de murallas y edificios en los que palpita la vida de un pueblo, para todos los hermanos y amigos De este modo, Jerusalén se convertirá en hogar de armonía y paz.

5. Concluyamos nuestra meditación sobre el Salmo 121 con una reflexión sugerida por los padres de la Iglesia para quienes la antigua Jerusalén era signo de otra Jerusalén, que también «está fundada como ciudad bien compacta». Esta ciudad --recuerda san Gregorio Magno en las «Homilías sobre Ezequiel»-- «erige su gran edificio con las costumbres de los santos. En una casa una piedra sostiene la otra, pues se pone una piedra sobre otra, y quien sostiene a otro a su vez es sostenido por otro. De este modo, precisamente de este modo, en la santa Iglesia cada quien sostiene y es sostenido. Los más cercanos se sostienen mutuamente y a través de ellos se erige el edificio de la caridad. Por este motivo, Pablo advierte: "Ayudaos mutuamente a llevar vuestras cargas y cumplid así la ley de Cristo" (Gálatas 6, 2). Subrayando la fuerza de esta ley, dice: "La caridad es, por tanto, la ley en su plenitud" (Romanos 13,10). Si no me esfuerzo por aceptaros como sois, y si vosotros no os esforzáis por aceptarme como soy, no se puede levantar el edificio de la caridad entre nosotros, que estamos ligados por amor recíproco y paciente». Y para completar la imagen, no hay que olvidar que «hay un cimiento que soporta todo el peso de la construcción, nuestro Redentor, quien por sí solo sostiene en su conjunto las costumbres de todos nosotros. El apóstol dice de él: "nadie puede poner otro cimiento que el ya puesto, Jesucristo" (1 Corintios 3, 11). El fundamento sostiene las piedras pero no es sostenido por las piedras; es decir, nuestro Redentor carga con el peso de nuestras culpas, pero en él no ha habido ninguna culpa que soportar» (2,1,5: «Obras de Gregorio Magno» --«Opere di Gregorio Magno»--, III/2, Roma 1993, pp. 27.29).

[Traducción del original italiano realizada por Zenit. Al final de la audiencia, el Papa saludó a los peregrinos en varios idiomas. Estas fueron sus palabras en castellano:]

Queridos hermanos y hermanas:
El Salmo proclamado describe la alegría de los fieles peregrinos a la casa del Señor. Llegando a Jerusalén, ciudad amada y capital política, donde estaban los tribunales de justicia, entonaban cantos de alabanza y regresaban más justos y pacificados. El Salmo define la ciudad santa por su función religiosa y social, mostrando que la religión bíblica no es abstracta ni intimista, sino fermento de justicia y solidaridad, pues a la comunión con Dios sigue necesariamente la de los hermanos entre sí. Concluye con los términos «shalom» y «bien», aludiendo así a la paz mesiánica y a los deseos de prosperidad para los fieles que aman la ciudad de la paz. Es una anticipación del saludo franciscano «paz y bien».

San Gregorio Magno refiriéndose a Jerusalén, la ciudad bien compacta, dice que al igual que en un edificio una piedra sostiene a la otra, también en la santa Iglesia cada uno sostiene y es sostenido. Así se levanta el edificio de la caridad.

Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española, en particular a la Federación Madrileña de Familias numerosas, a los grupos parroquiales de España y México, así como a los fieles llegados de Venezuela y de otros países latinoamericanos. Siguiendo el consejo del apóstol Pablo: «ayudaos mutuamente a llevar vuestras cargas y cumplid así la ley de Cristo», que es la ley del amor.