28 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO XXXIV DEL TIEMPO ORDINARIO
1-6

1. J/REY/IMAGEN:

Decir "hoy celebramos la fiesta de Cristo Rey", así, sin más, supone una osadía enorme. Los cien cristianos que escuchan, evocan inmediatamente cien imágenes de ese Cristo anunciado y, posiblemente, entre ellas existan numerosas diferencias e, incluso, antagonismos incompatibles.

"Cristo Rey" llevará a unos al Cristo Majestad, entre ángeles bizantinos y oros, de los solemnes mosaicos de las grandes basílicas de todos los tiempos. El "Cristo Rey" de otros, tal vez los transporte al Cerro de los Ángeles, evocando el "reinará en España y más que en todo el resto del mundo".

Para otros, el "Cristo Rey" está unido a esa pequeña estatua de escayola y purpurina centrando el comedor de su casa y confirmando con su gesto de bendición una promesa en la que se confía.

Algunos encontrarán, como Teresa de Jesús, a ese Jesús-Rey, coronado de espinas y llagas, burlado por los soldados y ofrecido en almoneda a un pueblo despectivo e implacable.

Otros lo verán en la joven imagen del JC "Superstar", arrojando a los siempre reconocibles mercaderes de ese templo relleno de armas y de todas las brillantes mentiras de nuestra sociedad de consumo.

Y así, tantas y tantas imágenes de nuestra devoción y de nuestro particular afecto y concepción de la fe.

¿Valen todas las imágenes? ¿Es que hay muchos Cristos? ¿Podemos hoy predicar indiscriminadamente a un "Cristo Rey" que se conforme con todo lo que los cristianos piensan? ¿Hay algún Cristo con el cual tengamos que conformarnos hoy? Sin negar el valor real de todas esas imágenes y el mensaje significativo que llevan, hemos de recordar que cada una de ellas -y otras muchas que hemos omitido- han surgido y SON FRUTO DE MOMENTOS MUY DIFERENTES DE LA VIDA DE LA IGLESIA, llevando consigo un mensaje concreto, una respuesta, a los concretos hombres a quienes se ha presentado y a los que ha manifestado UN ASPECTO de la inagotable riqueza de Jesús de Nazaret, el Cristo, el Señor, el Hijo de Dios, el Principio y Fin de toda la creación, a quien por abreviar y compendiar, llamamos también JESUCRISTO.

Y aunque todas estas imágenes sean verdaderas, hemos de reconocer que algunas de ellas, por su parcialidad, por la concreción de su mensaje, por estar destinadas a dar respuesta a hombres y épocas muy diferentes de las nuestras, hoy nos resultan menos expresivas, menos significativas, intrascendentes, si no totalmente inadecuadas y contraproducentes. Y la razón es obvia: no vivimos bajo Constantino, ni en el medievo, ni bajo los ingenuos análisis de un titubeante cristianismo social, hijo díscolo de una generación de liberales que relegaban la fe a los dominios de la intimidad familiar...

Esta constatación y hacer luz nos lleva de nuevo al corazón del problema: cuando celebramos hoy a "Cristo Rey", ¿existe alguna imagen privilegiada a la cual tengamos que referirnos ahora? Es ahí donde creo que la Liturgia nos brinda su inigualable servicio -aquél que tiene como primordial-: revelar el rostro que hoy y aquí tiene Jesús para nosotros, los hombres de esta época.

(Al menos ésa es la misión de una Liturgia que pone en cada instante al servicio de los hombres la Palabra de Dios como respuesta a nuestras necesidades y utopía que anuncia hacia dónde caminar).

La Liturgia de la Iglesia nos presenta hoy a Jesús como el Señor de la Historia -la de hoy, la de antes, la futura-: el que hace verdad entre los hombres y nos da el criterio de pertenencia o exclusión de su Reino: el compromiso real por el hombre. "Lo que hicisteis con un hermano mío de esos más humildes, lo hicisteis conmigo".

Celebrar a Cristo Rey, hoy, nos dice la Iglesia, es volver a ver y ponernos a escuchar a Jesús de Nazaret, pobre hombre entre los hombres, sencillo maestro de la humanidad, que ha hecho con el material de su propia vida el modelo regio para todo hombre que pisa este mundo. La pertenencia o exclusión del Reinado que Él proclama, viene como resultado de nuestra responsable decisión respecto a los demás hombres: solidaridad y pertenencia al Reino o insolidaridad y dimisión irrevocable. Importa la actitud más que el credo. Y el criterio más visible para saber en qué lado estamos nos lo da lo que en verdad hacemos con los maltratados, los pobres diablos indefensos, la víctimas de nuestra propia capacidad de humillar o dignificar. Que Jesús no habló de limosnas o de "obras de misericordia" para con los pobres, sino de auténtica justicia interhumana, es obvio para el conocedor del texto. En el Reino de Jesús se entra por una práctica de vida.

Creo que ya sabemos a qué "Cristo Rey" nos referimos cuando hoy celebramos su fiesta. ¡No es poco!

DABAR 1978/62


2. J/SOLIDARIDAD  J/DISFRACES 

Mateo ha decidido concluir el discurso escatológico (y la serie entera de los discursos de Jesús) con la grandiosa escena del juicio. Para algunos es el texto más universalista de todo el NT: la pertenencia al Reino no exige el conocimiento explícito de Cristo, sino únicamente la acogida concreta del hermano necesitado. Ni siquiera el mismo cristiano goza de garantía alguna; también él será juzgado solamente por la caridad. Mas esta dimensión universal, que a primera vista parece imponerse, en realidad es muy discutida. Todo depende del significado de esos "hermanos más pequeños" (vv. 40/45), con los cuales parece identificarse Jesús. ¿Quiénes son? ¿Simplemente los pobres, los discípulos de Jesús o, más en particular, los misioneros pobres y perseguidos? Antes de discutir las dos hipótesis, deseamos aclarar tres afirmaciones que parecen seguras.

Primera: el juez es llamado "hijo del hombre" y "rey". La presentación es solemne y gloriosa; pero a nadie puede escapársele que este rey es Jesús de Nazaret, el que fue perseguido y crucificado, rechazado y el que en su vida compartió enteramente la debilidad de la condición humana: el hambre, la desnudez, la soledad. Y es un rey que se identifica con los más humildes y los más pequeños; también en su función de juez universal permanece fiel a aquella lógica de solidaridad que le guió en toda su existencia terrena. Por lo tanto, es un rey que vive bajo apariencias desconocidas: bajo las apariencias de sus "hermanos pequeños".

Segunda: erraríamos por completo si quisiéramos ver en esta página una lógica diversa de la de la cruz; digamos un contraste entre el Cristo crucificado y el juez escatológico, como si la lógica del amor (cruz) fuese sustituida por la lógica del poder y de la gloria (juicio). Nada de esto; el juicio se limita a manifestar el verdadero sentido del amor patentizado en el Crucificado, y que a muchos les pareció inútil y estéril, desmentido por la historia y por el mismo Dios. Pero, simultáneamente, se revela la verdadera identidad del hombre; solamente el amor a los hermanos le da al hombre consistencia y salvación. Tercera: en otros pasajes nos ha dicho Mateo que los hombres deberán dar cuenta en el juicio de todos los actos de su vida (16. 27), incluso de cada palabra (12. 36). Aquí, sin embargo, Jesús recuerda sólo la acogida a los excluidos. Una acogida concreta, de hecho; todo el juicio está construido en torno a la contraposición entre "hacer" y "no hacer". Nos parece volver a escuchar el discurso de la montaña (7. 21-23). Es la tesis habitual predilecta de Mateo: lo esencial de la vida cristiana no es decir, y ni siquiera confesar a Cristo de palabra, sino practicar el amor concreto a los pobres, a los extraños y a los oprimidos. Esta es la voluntad de Dios. Esta es la vigilancia.

-"Estos hermanos míos pequeños"

Volvamos a la pregunta: ¿Quiénes son los "pequeños" a los que Jesús llama "mis hermanos" y de los cuales se hace solidario hasta el punto de considerar hecho a él mismo lo que se les hace a ellos? El término "pequeño" (Mt/18/06/10/14) se usa en otros lugares para indicar a los cristianos débiles, frecuentemente abandonados por las élites de la comunidad. Según otro texto muy afín (Mt/10/42), los "pequeños" son los predicadores del evangelio, pobres y necesitados de acogida. El término "hermano" tiene un sentido más general. Sin embargo, la expresión "mis hermanos" sólo aparece en Mt/12/49 y Mt/28/10, e indica a los discípulos. A todo esto hay que añadir un último texto (Mt/10/40): "El que a vosotros os recibe, a mí me recibe". La conclusión parece imponerse: los pequeños hermanos de Jesús son los miembros de la comunidad abandonados, débiles, considerados insignificantes, despreciados. Más en particular, son los predicadores del evangelio, pobres y perseguidos. En este sentido, la escena del juicio no es más que la dramatización de lo que se afirma en 10. 42: "El que diere de beber tan sólo un vaso de agua fresca a uno de estos pequeñuelos porque es mi discípulo, en verdad os digo que no perderá su recompensa".

La advertencia contenida en esta escena del juicio es entonces doble: una, dirigida a todos los hombres; otra, a la Iglesia. A todos: la suerte de cada hombre depende de la acogida mostrada a los misioneros del evangelio; depende de la acogida o del rechazo de la palabra de Cristo. Y a la Iglesia: ninguna comunidad está al abrigo del juicio, sino que también la comunidad será juzgada según la acogida que haya dispensado concretamente a los pobres, a los abandonados, a los pequeños.

No obstante, a pesar de cuanto hemos dicho, tenemos aún la impresión de que, al menos a nivel de una lectura global del evangelio, los "hermanos pequeños" son todos los que de un modo u otro son pobres, extraños, perseguidos y prisioneros. Y seguimos en la convicción de que la bendición del Hijo del hombre (y también, por el contrario, su condena) es para todos los que, no importa que sean o no creyentes, han amado y acogido, aunque sea sin saberlo, han servido a Cristo.

BRUNO MAGGIONI
EL RELATO DE MATEO
EDIC. PAULINAS/MADRID 1982.Pág. 262


3. ATEO/CR 

La imagen del Buen Pastor es la imagen que la liturgia nos presenta hoy en el profeta Ezequiel y en el Evangelio de Mateo como objeto de oración y ocasión de compromiso cristiano.

Cristo como Pastor que no domina, sino apacienta, que no se enseñorea, sino que busca y cuida a sus ovejas; que cura a las enfermas y venda a las heridas; que libera de todas las esclavitudes e ilumina todas las oscuridades; un Pastor, el descrito por Ezequiel, que a nadie pone a su servicio, sino que a todos sirve para que todos vivamos sometidos por amor a nuestro Padre común. Este Pastor "juzgará entre oveja y oveja" como nos anuncia el Profeta.

Y precisamente este juicio es el que nos va a describir el propio JC mediante una parábola de la que, como en todas las parábolas, hemos de procurar, por encima de la anécdota, descubrir el mensaje y sus exigencias.

Se me ocurre que, como un título explicativo de su contenido, podríamos titularla: LA PARÁBOLA DE LOS ATEOS "CRISTIANOS" Y DE LOS CRISTIANOS "ATEOS". Es una parábola predicada por primera vez ante un Pueblo de Dios, el judío que se creía en posesión de la divinidad. Al proclamarla en la Eucaristía, hecha presente por la fe entre nosotros, esta misma parábola se dirige al nuevo Pueblo de Dios, la Iglesia, que a veces cae en aquel mismo pecado y se cree en posesión del Reino de Dios y de la salvación de JC.

En ella aparecen dos grandes grupos de protagonistas que escuchan la sentencia del Pastor Universal:

-Los cristianos "ateos" son aquéllos que se confiesan creyentes, que dicen adorar a JC y que aceptan como verdad incuestionable todo cuanto la Iglesia les propone, pero que en su manera de vivir son "ateos" de JC porque no lo siguen, porque nada hacen por los demás, porque viven para sí mismos, porque huyen del servicio y del amor efectivo, única señal del cristiano. Los llamamos cristianos "ateos" porque no solamente no hacen a JC rey de sus vidas y del mundo, sino que retrasan su reinado con unas vidas en abierta contradicción con el Evangelio de Jesús.

-Los ateos "cristianos" son los que se confiesan ateos, agnósticos, no cristianos y hasta no creyentes, pero en su vida sirven a los demás, están cerca de los pobres sin identificarlos con JC a quien no han descubierto (quizá por una mala presentación por nuestra parte, o por lo contradictorio de nuestra fe y nuestras vidas), trabajan por establecer en el mundo la justicia, por liberarlo de todas las esclavitudes, por aliviar tristezas y soledades. Estos ateos siguen a JC sin saberlo y el Buen Pastor, al juzgarlos, los ve como seguidores suyos.

Las palabras de Jesús, dirigidas a unos y otros, encierran para nosotros un doble mensaje:

-Las dirigidas a los cristianos "ateos" (a nosotros, sin duda), "a los que hemos comido y bebido con Él" (Lc 13. 26), a los que lo confesamos hoy como Rey, nos revelan que no será nada de lo anterior lo que se nos preguntará el día del supremo encuentro.

No serán los ritos, ni los actos exteriores, ni la doctrina fielmente expresada, el objeto de aquel examen. Las preguntas que nos han de hacer, o más bien las constataciones, serán de algo tan temporal y horizontal como si hemos alimentado a los pobres, visitado a los enfermos, liberado a los oprimidos, vivido la solidaridad con los hombres, la cercanía, el servicio..., el amor. Lo mismo que Juan de la Cruz resumió tan bella y hondamente: "Al caer de la tarde nos examinaran de amor".

Esta parte de la parábola debería ser objeto de revisión constante si queremos al Buen Pastor como Rey de nuestras vidas y Señor del Universo.

-Las palabras dirigidas a los ateos "cristianos", nos deberían llenar de alegría al ver cerca de Dios a quienes no le conocen y al contemplar cómo trabajan por su Reino incluso quienes le niegan y persiguen.

A esos ateos tan singulares el Supremo Pastor no les va a preguntar por el Dios en quien no creen porque no le conocen, ni a los cristianos por el Dios al que adoran. A unos y otros se les preguntará por aquéllos a quienes amaron y sirvieron sin caer en la cuenta de que así amaban y servían a quien en definitiva les había de juzgar.

¡Qué alegría este aspecto de la parábola en el que vemos, junto a Dios, con rostro de sorpresa, a quienes le negaron y rechazaron, quizá porque los creyentes "han velado más bien que revelado el genuino rostro de Dios" (GS, núm. 19), pero que entregaron su tiempo, sus preocupaciones, sus vidas y sus bienes a quienes lo necesitaban.

Una última constatación para meditar: quienes no pertenecen al Pueblo de Dios trabajan por el Reino de Dios (motivo de alegría, nunca de rivalidad y menos de envidia), mientras quienes nos sentimos miembros de este Pueblo, con nuestra apatía y egoísmo, con nuestros celos y recelos, no pocas veces frenamos y retardamos el momento en el que JC ponga a los pies del Padre la creación entera, salvada y redimida, "para que así Dios lo sea todo para todos", como Pablo nos anuncia en la Epístola.

D. ORTEGA GAZO
DABAR 1990/57


4.

El que se ha conocido siempre como "el juicio universal" no nos afectará a los cristianos, pues es, precisamente, el juicio de los no cristianos, "el juicio de las naciones". Pero el texto del evangelio en el que se nos habla de ese juicio está juzgando, ya ahora, si nuestro comportamiento es fiel a la Buena Noticia de Jesús.

EL JUICIO DE LAS NACIONES

El evangelio de este domingo se ha conocido siempre como "El juicio universal", y casi todos los comentaristas consideran que se trata de un trance por el que hemos de pasar todos los seres humanos. Sin embargo, esta interpretación no se ajusta con exactitud a lo que dice el evangelio.

Los párrafos inmediatamente anteriores del evangelio de Mateo han estado dedicados a explicar a los seguidores de Jesús cómo será el encuentro definitivo de ellos con Jesús y con el Padre, cómo deben prepararse para el mismo y cuáles son las condiciones para que sea un encuentro feliz (parábola de las muchachas sensatas y necias y parábolas de los millones).

En el evangelio de hoy, por su parte, de lo que se habla es del encuentro con Jesús de quienes no lo han conocido antes, de todos aquellos que, por las razones que fueren, nunca se habían encontrado con él. Mateo se refiere a ellos según el modo de hablar de los judíos de entonces: "Todas las naciones" son los hombres y mujeres de las naciones paganas, los que proceden de los pueblos que no son el pueblo de Dios. Por eso, en lugar de "el juicio universal" debemos llamar a este relato "el juicio de las naciones".

¿CON EL HOMBRE O CONTRA EL HOMBRE?

¿Qué sucederá en ese encuentro? Si, como veíamos el domingo pasado, Jesús va a preguntar a sus seguidores cuál ha sido el fruto que han producido, ¿qué les preguntará a quienes no sabían qué fruto era el que debían producir? La respuesta que da el evangelio a esta cuestión es la siguiente: Jesús preguntará a los que no lo conocen que cómo han tratado a sus hermanos. Los aceptará o rechazará según los hayan tratado bien o mal, según se hayan preocupado o no de aliviar sus sufrimientos. Y como un pastor separa las ovejas de las cabras, así separará Jesús a los que hayan mostrado solidaridad con sus hermanos de los que hayan sido insolidarios con ellos: "Venid, benditos de mi Padre... Porque tuve hambre y me disteis de comer... Cada vez que lo hicisteis con uno de estos hermanos míos tan pequeños, lo hicisteis conmigo... Apartaos de mí... Porque tuve hambre y no me disteis de comer.. os lo aseguro: Cada vez que dejasteis de hacerlo con uno de estos tan pequeños, dejasteis de hacerlo conmigo." Pero ¿quiénes son esos hermanos de Jesús?

LOS MAS PEQUEÑOS

Los hermanos de Jesús son sus seguidores, los que, después de él y siguiendo sus pasos, se juegan día a día la vida para hacer posible que este mundo se convierta en un mundo de hermanos. Los hermanos de Jesús son también todos los que sufren, de manera especial los que soportan las consecuencias de un mundo injusto.

Jesús sabe que los que se pongan de su parte en su enfrentamiento con los poderes de este mundo soportarán las consecuencias de ese conflicto: van a sufrir hambre y desnudez, serán perseguidos, encarcelados, enfermarán.. Ante esas situaciones, los hombres tendrán que tomar una actitud, en favor o en contra -ante un proceso de liberación la neutralidad es imposible-; y Jesús preguntará a los que se vayan encontrando con él que de qué parte estuvieron: si con los partidarios o con los enemigos del Hombre.

Lo que Jesús va a preguntar a los que no lo conocen es, por tanto, cuál ha sido su actitud ante el proyecto de liberación del hombre, cuya realización habrán promovido los suyos; Jesús preguntará a cualquier hombre que llegue hasta él cuál ha sido su comportamiento ante el sufrimiento del ser humano. Y no les podrá servir de disculpa al decir que no conocían el proyecto de Jesús, o que no sabían que lo que hacían los seguidores de Jesús era la voluntad de Dios; ni siquiera les valdrá decir que no habían tenido la oportunidad de conocer a Dios. No servirán esas disculpas. Ni tendrían sentido: porque lo que Jesús preguntará a los hombres no será si se han puesto de la parte de Dios, sino si han estado del lado del hombre.

¿Y A NOSOTROS, QUE?

Porque -y esto nos concierne a los que nos llamamos cristianos- en la actividad de los seguidores de Jesús se debe poder precisar con claridad que el de Jesús y, por tanto, el nuestro es un proyecto liberador de los hombres y de los pueblos, de todos los hombres y de cada hombre en particular; un proyecto que, si es acogido y realizado, logrará que los pobres, los sometidos, los que lloran... alcancen la felicidad en un mundo del que irá desapareciendo la pobreza, la opresión, la injusticia, el hambre, la esclavitud, el sufrimiento...

Pero ¿y si los que nos llamamos cristianos no somos coherentes con el proyecto de Jesús? ¿Y si nuestra actividad no es liberadora? ¿Y si los que aparecemos ante el mundo como los seguidores de Jesús no estamos de la parte de los pobres y oprimidos, sino que somos cómplices o aliados de los ricos, de los poderosos, de los opresores, y nos mostramos insensibles ante el sufrimiento de los hombres que padecen hambre y sed, falta de vestido o de techo, enfermedad o cárcel...? Así es como el juicio de las naciones ya nos está juzgando a nosotros.

RAFAEL J. GARCIA AVILES
LLAMADOS A SER LIBRES. CICLO A
EDIC. EL ALMENDRO CORDOBA 1989.Pág. 229ss


5. 

* El reino de Dios

El pueblo de Dios pasó por la amarga experiencia de malos dirigentes, fracasos y destierro. Esta experiencia triste, que fue su propia historia, sirve al profeta Ezequiel para devolverles la esperanza y el ánimo para superar su presente. Dios, en persona, intervendrá y los guiará, cuidando al pueblo como el pastor cuida a su rebaño.

Pero Dios no es la solución a los problemas del hombre. Dios no es la alternativa al desgobierno y a la injusticia social, a las desigualdades y situaciones de explotación y subdesarrollo. Tal pensamiento sería una coartada para justificar la irresponsabilidad de los hombres. No podemos presumir que Dios va a resolver lo que él precisamente ha puesto en nuestras manos.

Utilizar a Dios para que supla nuestro pasotismo o desentendernos de las dificultades del presente, en la vana ilusión de que al final Dios arreglará las cosas, es algo contrario a la fe y al evangelio. El reinado de Dios, que un día tendrá colmado cumplimiento, es nuestra tarea, pues tenemos que hacer ya ahora la voluntad de Dios (que reine) en la tierra como se hace en el cielo. Y así lo pedimos. Pero así tenemos que esforzarnos por hacerlo.

* Cristo tiene que reinar

Pablo comprendió bien este mensaje. Su alusión a la victoria de Cristo sobre la muerte, no sólo nos recuerda nuestro último destino de resurrección, sino que alimenta y trata de sostener la esperanza de sus discípulos en el tiempo de la prueba y de la dificultad. Los últimos tiempos, el fin, están ya en marcha, marcan nuestro norte. Hasta que la muerte, nuestro común y último enemigo, quede derrotada al final, hay mucho que hacer para eliminar todo cuanto mortifica y hace imposible la vida de los hombres. La vida no es sólo un paso, un trámite, para ir al cielo. Y el cielo no es nuestra tarea, sino nuestra esperanza, es decir, lo que debe llenarnos de coraje para hacer aquí y ahora nuestro deber: ir dando muerte a todos los aliados de la muerte, como son la violencia, el terrorismo, la injusticia, las desigualdades, el hambre, la pobreza... Sólo así tiene sentido la victoria de Cristo sobre la muerte. Porque en la cruz no sólo muere la muerte, sino también la injusticia de los que le condenan y la indiferencia de los que quieren vivir su vida pasando olímpicamente de los demás.

* El fin es el principio

Jesús nos presenta hoy en el evangelio un ensayo de lo que será el día del juicio, el último día, el día del Señor. Sus palabras resultan por demás sorprendentes y desconcertantes, porque seremos juzgados de nuestra justicia y de nuestro amor, de la solidaridad o de la insolidaridad. El hambre, la pobreza, la enfermedad, la injusticia son el reto a la responsabilidad y a la acción de los hombres, de todos los hombres. Mientras persistan en el mundo, nadie es inocente. Y menos que nadie las estructuras económicas y políticas que sustentamos con nuestro voto o con nuestra abstención, pero siempre con nuestra culpa. Así pretende Jesús que la descripción ejemplar de lo que sucederá en el último día, el día del Señor, sea el modelo de lo que tenemos que hacer desde el día de hoy, el día de nuestra responsabilidad. No sabemos cómo será el juicio de Dios en el último día, pero sí sabemos cómo juzga el Señor. Y eso es lo que debemos tener presente.

* Y el principio es la solidaridad

El evangelio enumera iterativamente el tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed, estaba enfermo, estaba en la cárcel y me hicisteis o no me hicisteis. Al identificarse el Señor con los hambrientos, con los oprimidos, maltratados y discriminados, está comprometiendo la fe en esa tarea. Y como ésa es en nuestros días una tarea política, pública, nos está comprometiendo políticamente. No podemos ser neutrales en una sociedad de desiguales. No podemos ser imparciales en un mundo dividido en partes. Tenemos que tomar partido, tenemos que comprometernos. Y está claro que con los que padecen la injusticia y no con los injustos. La fe, en consecuencia, nos compromete con los pobres, con los que tienen hambre, con los que sufren, con los perseguidos. Y este compromiso no se cumple dando limosnas o aliviando la suerte de algunos. Porque el compromiso es con todos. De modo que tenemos que trabajar con todos para resolver el hambre y la pobreza de todos.

* Esa es nuestra celebración: la eucaristía. Así como el evangelio nos anticipa el final para que empecemos desde ahora, así la eucaristía nos anticipa el gozo del fin para que nos animemos y esforcemos por alcanzarlo. Una sola mesa para todos, todos sentados a la mesa del Señor, pero todos también sentados en la mesa del desarrollo. Un solo y mismo pan para todos, no sólo el pan eucarístico, sino también el de los bienes de la tierra. Y todos con el vino, que es la sangre de Cristo, y el gozo de la fraternidad. Por eso, no podemos quedarnos con las palabras del evangelio, con las buenas palabras y las buenas intenciones. Y tampoco podemos conformarnos con la comunión sacramental, sino con la fraternización universal. Que esa es la voluntad de Dios. Y ése es el verdadero reino de Dios, reino de amor, de justicia y de paz.

EUCARISTÍA 1990/54


6. J/REY/RD SERVICIO/A-H 

No sé si me equivoco, pero creo que se daba -o incluso todavía se da- una manera de entender esta fiesta de Cristo-Rey que separaba al Rey del Reino. Es decir, presentaba a Jesús como Alguien con quien era necesario tener una relación de devoción y de obediencia, pero desligada del conjunto de la realidad humana, especialmente de los hechos concretos tanto de la vida cotidiana personal como de aquellos condicionamientos sociales que enmarcan decisivamente la vida de las personas. No sé si es caricatura, pero parecía que el hecho de venerar a Cristo Rey se identificaba con que su imagen estuviera presente en cada casa y en las escuelas, con que fuera citado en la Constitución o con que en las monedas se dijera aquello de "por la gracia de Dios". Es decir, un Rey sin un reino real de amor, de justicia, de humanidad.

Pero, seguramente por la ley del péndulo, ahora se ha pasado a hablar de un Reino sin Rey. Hablamos del amor, la justicia, la libertad, del respeto y ayuda a los más necesitados, a los más pequeños... Evidentemente, en todo esto consiste el Reino, o el camino del Reino. ¿Pero no olvidamos que este camino lo conocemos gracias a JC, que lo seguimos porque creemos en él, como Guía, como Rey? ¿No olvidamos que fue él quien lo siguió y es él quien le da realidad más allá de las limitaciones humanas? En resumen: desde la fe cristiana no existe Rey sin Reino ni Reino sin Rey.

Quizás convenga tenerlo presente al preparar la predicación de hoy.

* SERVIR -AMAR- ES EL NÚCLEO DEL REINO

Quizás sea esto lo más importante que hay que decir hoy. Como conclusión de este ciclo del leccionario en que hemos ido siguiendo el evangelio de Mt que en tantas ocasiones nos ha repetido que lo que importa no son las palabras sino los hechos. Unos hechos que tienen que ser de servicio, de estimación. Reconozco que -ante la máquina de escribir- he pasado un rato dudando si poner "servir" o "amar".

Porque el verbo amar parece gastado, inconcreto, sentimental. Y parece que sea más efectivo hablar de "servir". Pero no se puede servir sin amar, no se trata de un servicio por obligación, por compromiso, sino fruto de una sencilla estimación a los hermanos. Este es el camino que nos enseñó y vivió nuestro Rey, Nuestro Señor Jesucristo. Un camino posible para todos, pero también un camino difícil para todos. Creo que todos, hoy, tendríamos que reflexionar sobre aquella respuesta que la parábola del juicio final coloca en boca del Hijo del Hombre como respuesta a los "malditos": "Os aseguro que cada vez que no lo hicisteis con uno de éstos...". El peligro de no pertenecer al Reino -ahora y después- no nos viene tanto de lo que hacemos mal sino de aquello -tanto más frecuente- que dejamos de hacer. Cada hermano que no es amado suficientemente, que no recibe la ayuda posible; cada vez que nos quedamos en casa para no meternos en responsabilidades; la falta de esfuerzo para superar la desavenencia con el esposo o la esposa, con los hijos o con los padres; el no tener tiempo -decimos- para visitar a un enfermo, a un anciano; la fácil crítica a aquellos que trabajan en cosas comunitarias, en la sociedad, en la Iglesia, mientras nosotros no hacemos nada; el no hacer nada para que mejore el ambiente del trabajo, para defender a los que están mal pagados;... y tantas otras cosas que cada uno conoce. Todo esto que dejamos de hacer es lo que nos aleja de Jesucristo, el primero en el Reino.

Por eso es necesario que -reconociéndonos todos pecadores- nos pongamos muy de veras a seguir su camino. Hoy, mañana, siempre.

Sencillamente, honestamente. Quizás ni nosotros nos daremos cuenta de ello, pero así construiremos el Reino, así haremos camino -nosotros y los demás- hacia la gran fiesta de Dios que cada eucaristía anuncia.

J. GOMIS
MISA DOMINICAL 1978/21