35 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO XXXIII
CICLO C
(1-7)

 

1. JUICIO/HT/FINAL   FE/VICTORIA

Una vez más, la púdica pluma de los expertos encargados de delimitar las lecturas dominicales, ha mutilado la 1ª lectura. Reducida a dos versículos demasiado rápidos, no pasará la barra del micro. ¿Qué timidez impide que se añada el v. 21? Los justos pisoteando a los impíos es una imagen que todo el mundo tomará como tal y que no podrá disgustar más que a espíritus timoratos, poco familiarizados con el lenguaje de los evangelios.

En pocas palabras: del v. 19 al v. 21 inclusive, el profeta Malaquías, evoca la intervención postrera de Dios, el cual, poniendo fin a la historia del mundo, tratará según sus méritos respectivos a justos e impíos. Los "insolentes y malvados" serán destruidos como paja seca en un gran fuego y quedarán reducidos al estado de una cepa sin ramas ni raíces. Los justos, en cambio, se pavonearán al sol de justicia que brillará con todo su esplendor para ellos, dándoles vida y salvación. "Y saldrán brincando como becerros bien cebados fuera del establo". Sus enemigos serán destruidos, reducidos a cenizas, gracias a la intervención potente y victoriosa del Dios de los Ejércitos.

Todo ello no son, evidentemente, más que imágenes sugestivas, en las que hay que poner de relieve su sentido: el final de la historia humana -una historia toda ella llena de fracasos, de pecados, de injusticia- verá por fin abolido, suprimido, todo ese mal. Y cada cual será tratado según la parte que haya tenido en el triunfo de la perversión. Hemos dicho cada cual: de hecho, cada uno tiene ciertamente alguna responsabilidad en el triunfo del mal. Ningún peligro hay en describir los malos tratos que los justos darán a los perversos, si se ha empezado por invitar a todos y cada uno a descubrir la malicia que existe en sí mismos.

Señalemos que habría cierta falta de lógica en repetirles a los cristianos su deber de participar en las "luchas" de los hombres, de comprometerse en los combates humanos, si se siente repugnancia en mostrarles el final de esos combates y esas luchas como una victoria obtenida sobre un enemigo. Victoria que hay que lograr sobre el Enemigo, un enemigo con el que cada uno de nosotros se apresuró ciertamente a pactar.

Con el evangelio, continuamos en el tema del juicio. Es el juicio último lo que considera el autor cuando evoca los conflictos gigantescos y los cataclismos espantosos que, conforme a la tradición apocalíptica y a los clichés de que ésta hace abundante uso, han de señalar su proximidad. Pero esta perspectiva última no parece, al menos en los versículos leídos este domingo, que ocupe mucho la atención del autor, el cual prefiere captar en la historia contemporánea el eco anticipado de estos dramas últimos.

Juicio de Dios cumplido ya en la actualidad conocida por los contemporáneos de Lucas, es la destrucción del Templo de Jerusalén. Su deslumbrante esplendor no habrá podido preservarle.

Aun siendo más discreto que Mateo en el anuncio del castigo que les habrá valido a los judíos su incredulidad, Lucas no oculta que su actitud les llevará al juicio de Dios. Serán "echados lejos, fuera" de la compañía de los Patriarcas, reducidos a la categoría de últimos (13, 26-30). Jerusalén, cuyos hijos no han querido reunirse en torno a Jesús, como los pollos se reúnen bajo las alas de la gallina, sufrirá la consecuencia de sus faltas y el Templo será destruido. Cuando Lucas anuncia esta página a los cristianos, el drama ya está cumplido. Tito asoló la ciudad y quemó el santuario. La profecía de Jesús aparece entonces como la explicación del drama; y aparece también como la proclamación de una intervención divina capaz de dar a los impíos su merecido, y ello no ya en un futuro definido y lejano, sino en un futuro bien cercano.

Así, pues, cuando Lucas reflexiona sobre la historia contemporánea, la de la Iglesia, la de los cristianos que les escuchan, la de quienes ahora le leen, la ve continuamente turbada. Turbada por algunos espíritus aventureros, con pretensiones falsamente mesiánicas o proféticas. "Creedlo, dicen unos, el Mesías soy yo"... O bien, profetizan otros: "El momento está cerca". Y de hecho, algunos tristes acontecimientos parecen darles razón. Pero la turbación pasa y la historia continúa, y mesías y profetas abandonan el primer plano de la escena. ¿Fue benéfico su paso? Sus opiniones se comparten algún tiempo; la Iglesia no por ello deja de proseguir su vida.

Una vida difícil, subraya ahora el autor (vv. 12-19), que pide a todos los cristianos constancia y paciente tenacidad, lo único que puede mantenerlos firmes en medio de turbaciones y proporcionarles la "salvación": "Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas" (v. 19). ¿No ha dicho ya en otra parte que si los oyentes de la Palabra "daban fruto" era "debido a su paciencia"? (8, 15).

Porque los discípulos de Jesús tendrán que afrontar a causa de él, a causa de su nombre (vv. 12-17), duras persecuciones.

Serán denunciados hasta por los miembros de su familia, llevados a la cárcel, entregados a los tribunales, odiados de todos, condenados a muerte, ejecutados.

Aun siendo así de terrorífico, semejante futuro no debe hacer temblar a quienes le están destinados. Puesto que es "a causa del nombre" de Jesús (la fórmula se repite dos veces, vv. 12 y 17) por lo que los discípulos se verán inquietados, pueden contar con su asistencia. En el momento de comparecer ante la justicia, de sufrir indignas acusaciones, los discípulos serán sostenidos por Jesús, que les dará unas palabras y una sabiduría irresistibles.

Mejor aún: el asalto dirigido contra los discípulos repercutirá en bien para todos. Por un lado, eso les dará la oportunidad de dar testimonio ante los magistrados instructores, es decir, de hacer que resuene su mensaje en los oídos de las más altas autoridades -cosa que experimentó Pablo (Col 1, 12-14)-, y por otro, facilitará a los discípulos el medio de "salvar sus almas", sus vidas, perseverando en la paciencia, sin dejarse impresionar por cuanto suceda. De todas estas frases brota una reflexión confiada acerca de las inevitables y a veces trágicas peripecias que la Iglesia deberá conocer durante su larga historia. Una reflexión sobre la manera en que los cristianos deben vivir tales peripecias. Y aunque estas frases contemplan situaciones extremadamente tensas y hasta violentas, pueden también iluminar otros momentos menos trágicos pero también muy difíciles.

También hoy hay para los cristianos un modo de atravesar las dificultades de los tiempos, las pruebas de la Iglesia, que, para los no-creyentes que los ven vivir, se convierte en testimonio evangélico. También hoy, en medio de unos tiempos más o menos agitados, es a través de una tenaz perseverancia como se logra la salvación.

Hoy, en fin, puesto que los cristianos experimentan la incertidumbre de los tiempos a causa del nombre de Jesús, pueden, como antaño, contar con la "sabiduría irresistible" que Jesús prometió a los discípulos de ayer.

Tres datos hacen la historia de la Iglesia: la amistad fiel y poderosa de Jesús, las pruebas de los cristianos, su esperanza y fidelidad.

LOUIS MONLOUBOU
LEER Y PREDICAR EL EVANGELIO DE LUCAS
EDIT. SAL TERRAE SANTANDER 1982.Pág 293


2.

Cada año, en este tiempo, leemos páginas del evangelio que nos hablan del futuro. Palabras que a veces nos son difíciles de comprender. Por el lenguaje, las comparaciones, el conjunto de un modo de hablar característico de entonces y lejano al nuestro. Y también difíciles porque son palabras enérgicas, duras, radicales.

JC anuncia la victoria, anuncia su venida final para dar vida total. Pero al mismo tiempo un largo y difícil camino de lucha hasta llegar a la victoria. Es decir, el anuncio de JC no es una promesa de facilidades para quienes le sigan. Ni tampoco un anuncio de seguridades. El ejemplo que presenta el evangelio de hoy es muy significativo: el pueblo judío estaba seguro y satisfecho de su Templo, centro de su vida religiosa. Para aquel pueblo pobre y humillado, el Templo era su orgullo. Pero la palabra de JC es dura y radical: todo aquello será destruido.

VCR/COMBATE: Palabra dura, pero también (al mismo tiempo) palabra de esperanza: por más que el Templo sea destruido, el camino del hombre hacia la salvación, hacia Dios, podrá continuar y continuará.

Podríamos resumir el anuncio de JC diciendo: deberéis luchar siempre, nunca podréis pensar que habéis ganado, pero ganaréis.

O, dicho de otro modo: nunca podréis mirar hacia atrás, nunca podréis sentaros a la vera del camino, siempre deberéis caminar luchando... pero llegaréis a la victoria, a la Vida.

Evidentemente no se trata de una lucha contra nadie, ni de una victoria que podamos apropiarnos. La lucha de la que somos protagonistas es entre el Bien y el Mal, verdad y mentira, amor y desamor, justicia e injusticia. Ningún hombre está nunca completamente en uno u otro bando: la lucha está también en nosotros. Sólo Dios está totalmente en su bando, porque es un bando: El es el bien, la verdad, el amor, la justicia. Nosotros, si luchamos por eso, luchamos por Dios, luchamos con Dios.

La dificultad nace de que siempre hay quien pretende colocarse en el lugar de Dios. Ideologías, o gobiernos, o partidos, o personas y grupos sociales o religiosos que pretenden identificarse con el bien, que aseguran que son la victoria. Se ha de estar con ellos o contra ellos. Nos lo anuncia Jesús: "Muchos vendrán usando mi nombre diciendo 'Yo soy' o bien 'el momento está cerca'; no vayáis tras ellos".

Quizá en nuestro tiempo -que no es ciertamente un tiempo de tranquilidad sino más bien de luchas y conflictos en toda la sociedad y también en la Iglesia- estas palabras de JC tienen una actualidad propia. No falta quien se alarma, quien se pregunta si no estaremos en un tiempo final de calamidades, hay quien piensa que se ha perdido todo y que vamos de mal en peor. Un poco sucede como si también nuestras seguridades, nuestras instituciones (como lo era para el pueblo judío su Templo), se resquebrajen sin que sepamos qué sentido tiene todo ello.

Pero JC anunció estos conflictos y estas luchas, no anunció paz y tranquilidad. Su paz está en el corazón del hombre, pero para esta paz es necesario luchar. Con tenacidad y esperanza, porque Dios está en esta lucha.

¿Qué hacer, por tanto, en este tiempo difícil? Lo más sensato será seguir el consejo de S. Pablo: Trabajar. Pablo habla de su trabajo concreto, para ganarse la vida. Pero esta exhortación suya la podríamos ampliar a todos los campos de nuestra vida.

Trabajar sin desanimarse, con esperanza, para construir una sociedad mejor, más justa, más fraternal.

Así el camino nos llevará a la victoria de Dios. A aquella victoria que él desea para nosotros y que anuncia, pide y significa nuestra eucaristía.

J. GOMIS
MISA DOMINICAL 1980/03


3. SEGURIDAD/VIGILANCIA

El final de la historia humana -una historia llena de fracasos, de pecados, de injusticia- verá, por fin, abolido, suprimido, todo ese mal, y cada cual será tratado según la parte que haya tenido en el triunfo de la perversión. Porque, de hecho, cada uno tiene, ciertamente, alguna responsabilidad en el triunfo del mal.

Por eso, no hay que estar nunca satisfecho de nuestra conducta y de nuestra fe. Los judíos estaban orgullosos de sus tradiciones y de la grandiosidad de su templo. Y Jesús sorprende a todos con una profecía heladora: "Esto que contempláis, llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido". Es un terrible golpe de piqueta contra la seguridad de los judíos, basada en la solidez del templo y en la grandiosidad del culto, garantías firmes de la supervivencia del pueblo.

Esto quiere decirnos que toda falsa seguridad del hombre, basada en sus obras, por muy colosales que sean, viene atacada y destruida por el evangelio. Ninguna concesión a la curiosidad del "cuándo" y del "cómo".

Rechazo absoluto para fijar una fecha y una señal precisa de prealarmas. Más que informar, Jesús pretende preparar. Dice ·Agustín-SAN: "Se nos ha ocultado esa hora, para que seamos fieles durante todos los días". Y los discípulos, es decir, nosotros, los cristianos, tenemos que afrontar este tiempo intermedio, con fidelidad a la palabra de Dios, dando pruebas de lucidez contra las sugestiones de los falsos mesias-salvadores y estando siempre dispuestos a dar testimonio de nuestra fe frente a cualquiera y a cualquier precio. Nada de ilusiones. "Seréis odiados a causa de mi nombre". Sólo quien no desfallezca, quien no huya, quien no traicione su fe es digno del nombre de cristiano y puede afrontar serenamente el juicio final. "Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas".


4. MUNDO-FIN/COMPROMISO MUNDO-NUEVO/EV

Dos lecturas de este domingo, la primera del profeta Malaquías, la segunda del evangelio de Lucas, coinciden en un mismo mensaje: "Mirad que llega el día". Ese día, por supuesto, no es un día del calendario, sino la hora de Dios, el momento previsto por Dios en su designio sobre la creación entera. En ambos casos lo que pretenden los textos sagrados no es llenarnos de pavor, sino de responsabilidad.

El profeta Malaquías, pasados los primeros años de fervor y exaltación, tras la repatriación del pueblo judío desde Babilonia, advierte a su pueblo contra la tibieza espiritual, contra la languidez del culto y la conducta tramposa con Dios, a quien no se puede engañar con actos de culto ambiguo y conductas contrarias a la legalidad vigente, como era el caso de los matrimonios mixtos y el consiguiente deterioro del judaísmo.

Por su parte Jesús, en las postrimerías de su vida, próxima ya la hora de su pasión y muerte, advierte a sus discípulos frente a los acontecimientos adversos que se van a producir y que pueden poner en peligro la fe de los creyentes. Lucas, concretamente, cuando escribe el evangelio, enriquece el texto con su propia experiencia, sobre todo, con la tremenda experiencia de la ruina de Jerusalén y las primeras persecuciones contra los cristianos.

Ambos mensajes vienen a propósito en estos momentos del año litúrgico que termina. Fin de año, fin del mundo. No, claro está, cataclismos y desastres cósmicos, que ese es el ropaje literario del mensaje; sino voz de alerta y apelación dramática a la responsabilidad para despertarnos del sueño de la rutina y de la comodidad del holgar creyendo que no pasa nada. Porque pasa el tiempo y todos nos acercamos al fin, que, insisto, no es la muerte o la destrucción, sino la hora de la verdad y de la plenitud. El fin del mundo, como el fin o muerte de cada uno, no es la destrucción, sino la consumación y cumplimiento de la promesa de Dios: un nuevo cielo y una nueva tierra, una vida eterna.

-"Maestro, ¿cuándo va a ser esto?: Esa fue la reacción de los discípulos de Jesús, esa puede ser también nuestra natural respuesta. Pero "el día" no es ningún día de los que figuran en los calendarios, sino cualquier día y todos los días de la existencia del hombre. En vano, pues, nos esforzaríamos en descifrar claves ocultas o ver signos por todas partes, porque ese momento no lo sabe nadie, ni siquiera el Hijo del Hombre.

El anuncio del fin del mundo no es una noticia de mal agüero para intimidar a los creyentes y obligarles a ser buenos por la fuerza o la coacción. Este anuncio pertenece al Evangelio y es, en consecuencia, "buena noticia". No hay, en efecto, mejor noticia que la de saber que el mundo tiene fin, que el mundo y el sistema y los poderosos de este mundo pasan, que no son "dios" y que, en consecuencia, no hay razón para doblegarnos a los sistemas y estructuras de este mundo y de sus dueños actuales. Es, por tanto, una llamada a la responsabilidad personal y comunitaria: podemos y tenemos que cambiar este mundo injusto, violento y desigual.

Podemos y tenemos que trabajar para recrear un nuevo mundo donde habite la justicia y sea posible vivir en paz y en solidaridad.

El evangelio del fin del mundo es una llamada a reavivar nuestra esperanza: Jesús, que está a punto de ser exaltado en la cruz, volverá y completará la obra iniciada en la creación y corregida en la redención. Pero todo eso no sucederá sin nosotros. No hay, pues, espacio para la evasión o para dormirnos en los laureles esperando que Dios lo haga todo. No hay ninguna razón para que cada uno se meta en lo suyo, creyendo insensatamente que Dios se encargará de todos. Pero tampoco hay motivo para la prisa y la chapuza, sino para la paciencia y la responsabilidad inteligente y solidaria.

EUCARISTÍA 1986/54


5.

El Evangelio que acabamos de escuchar podemos sintetizarlo en las siguientes ideas:

a) Unos le preguntan a Jesús cuándo llegará el final de los tiempos y cuál será la señal de que ha llegado.

b) La respuesta de Jesús cambia el planteamiento de la cuestión: que nadie os engañe, esa no es la cuestión importante.

c) De lo que hay que preocuparse es de todo lo que va a suceder antes de ese momento final.

Este es el esquema sobre el que se ha vertebrado el relato evangélico hoy escuchado. Lo que tenemos que hacer ahora es tratar de "traducir" este mensaje a nuestro tiempo, a nuestra vida, a nuestra situación y nuestras vivencias.

-Los engaños de nuestro tiempo.

-Hoy también debemos escuchar esa advertencia de Jesús: "Cuidado de que nadie os engañe; vendrán muchos diciendo "Yo soy"; no vayáis tras ellos". Porque hoy también son muchos los que pretenden llevarse al hombre tras de sí y hacerlo su esclavo:

-Lo pretende la publicidad, que pretende convertir al hombre en un "ser-para-consumir", ofreciéndole por todo sentido en la vida el trabajar para tener unos ingresos con los cuales comprarse cada día más cachivaches.

-Lo pretenden los políticos, para quienes el pueblo no es más que un voto cada cuatro años, y el hombre sólo un resignado consumidor de esperanzas no cumplidas, de palabras engañosas, de ofertas embusteras, de soluciones que nada arreglan salvo el poder y el bolsillo de presidentes, ministros, secretarios, subsecretarios y los respectivos familiares y amigos de esta ralea.

-Lo pretende ese "consenso tácito" que entre todos nos hemos hecho asegurándonos que la ciencia y la técnica lo van a resolver todo o casi todo, y a muy breve plazo (y eso nos lo seguimos tragando aunque el "Challenger" explote dejando al desnudo la precariedad de nuestra ciencia, aunque haya un accidente nuclear en Chernobyl, aunque los médicos sigan sin tener una vacuna realmente eficaz contra algo tan viejo y tan vulgar como la gripe, aunque en Africa sigan muriendo de hambre incluso después de las famosas campañas promovidas por músicos y atletas); y en ella ponemos nuestras esperanzas, nuestra confianza y nuestras ilusiones, aunque la ciencia nos depara tan crueles desengaños. Es cierto que la ciencia progresa, que muchos problemas se van resolviendo, pero ¿lo resolverá todo?

-Lo pretenden los medios de comunicación social, tan frecuentemente parciales, vendidos al mejor postor, o incluso -¿por qué negarlo?- incompetentes, incultos, propalando falsedades nacidas unas veces de mala voluntad, otras del interés partidista y algunas de la ignorancia (¿no vieron aquel programa de televisión en que un joven dirigente de una comuna castellana pontificaba sobre todo lo humano y lo divino, alcanzando su momento más "brillante" al demostrar su profunda cultura afirmando que "la división del hombre en cuerpo y alma era cosa de S. Agustín"? Probablemente Aristóteles estaba obsoleto para este sesudo conocedor de la filosofía); y lo pretenden al querer decirnos qué y cómo debemos pensar, razonar, valorar, buscar, entender y hacer.

-Lo pretenden los mil sucedáneos que, ante la insatisfacción que muchos van encontrando en todo lo anterior, han surgido como alternativa a algunos de los esquemas de vida en alza en nuestra sociedad; así, la droga, la música, el vídeo, la moda, la astrología, las "escuelas de meditación trascendental", el deporte..., cosas muy sanas muchas de ellas, si permaneciesen en su lugar de "medios de entretenimiento" en lugar de convertirse -como ha sido para muchos- en "fines en la vida".

-Y los que pretenden muchas más cosas que podrán descubrirse en una reflexión que cada uno hiciese con su comunidad, sobre su entorno. No se trata aquí de agotar el tema, sino de dar unas pistas generales y animar a un análisis más concreto sobre la realidad en que uno vive.

Siguiendo con las palabras de Jesús, habría que decir: "Que nada de todo esto os engañe; nada de todo esto es la salvación del hombre, ni el sentido de su vida, ni su última realidad, ni su primordial preocupación". Todas ésas son cosas que deben ponerse en su sitio, no supravalorarlas. Entonces, ¿qué es lo importante? Lo importante es ganar la vida (el "salvad vuestras almas" del texto evangélico); ganarla de verdad y del todo. Porque hay dos engaños muy frecuentes:

-"Creer que" uno está ganando la vida porque gana dinero, fama, poder, prestigio, comodidad, placer...(un viejo profesor nos enseñaba que el infierno está lleno de "creiques" y "penseques").

-Contentarse con ganar una parte de la vida (normalmente sólo la parte que "se ve", olvidando lo demás). Y para ganar la vida:

-No pretender huir de ella; hay que asumir la vida y la historia en toda su crudeza; el ejemplo de Dios en Jesús es más que claro: él lo asumió todo: el dolor, la injusticia, la incomprensión, la persecución y la muerte; y sólo asumiéndolo le dio sentido y lo salvó. Pero este camino no es fácil; exige muchas cosas que se nos hacen cuesta arriba:

-Renunciar a lo más fácil, lo más cómodo o lo más brillante, todo ello tan de moda en nuestra civilización.

-Renunciar a nuestras propias ideas para dejar lugar a la voluntad de Dios, tan extraña normalmente para nosotros porque nos obstinamos en enseñarle a Dios lo que debe hacer, en vez de aprender de lo que él ha hecho por nosotros. Y aquí el problema se agrava porque lo que hay que superar no es ya algo manifiestamente negativo, sino una voluntad buena y lógica, pero que confía en las propias fuerzas y no en el amor de Dios.

-Renunciar a nuestras falsas imágenes de Dios, especialmente la de ese Dios todopoderoso que debería hacer bajar fuego del cielo para castigar a los malos, en vez de seguir obstinándose en hacer salir el sol sobre todos sin distinción. A Dios tenemos que acercarnos tal cual él se nos muestra, no como a nosotros nos gustaría; éste siempre será un ídolo hecho a nuestra medida.

-Estar dispuesto a aceptar las complicaciones que la fidelidad al Evangelio nos pueda reportar. A veces, muchas o muy serias (el evangelio de hoy nos hablaba ni más ni menos que de odio, traición y muerte por parte de padres y hermanos). Pero quien confía de verdad en el Padre sabe que a nada de eso ha de temer: ni la persecución, ni la traición, ni la muerte (y no entendamos todo esto como eufemismos, sino como realidades) han de hacer tambalear la perseverancia de quien sabe que Dios es nuestro Padre: "con vuestra perseverancia ganaréis la vida", o "ganad la vida con vuestra perseverancia".

Claro que, ¿cómo hablar de perseverancia en nuestro mundo, en el que la fidelidad se toma con frecuencia como signo de inmovilidad, de atraso, de falta de madurez...? Y si no, que se lo pregunten a algunos políticos, o a los que "saben adaptarse a las circunstancias"... Y, sin embargo, Jesús nos habla hoy de la perseverancia.

L. GRACIETA
DABAR 1986/56


6. SALVADORES/MESIAS.

-"Esto que contempláis, llegará un día que no quedará piedra sobre piedra". El templo de Jerusalén y tantos monumentos de la antigüedad. Ahora se están cayendo los monumentos de Atenas y Roma. Se han desmoronado civilizaciones milenarias: Egipto, Babilonia, Perú, México..., la inconsistencia de todas las realidades de este mundo en que se desarrolla nuestra vida: donde luchamos, nos afanamos, gozamos, sufrimos, morimos.

-"Cuidado, con que nadie os engañe". Mil palabras reclaman nuestra atención; mil voces nos prometen la felicidad; de tanto en tanto surge un "salvador". Hoy más que nunca; además de las solicitaciones tradicionales (placer, dinero, poder) se dan las más nuevas, sean del ateísmo humanista, sean de las religiones orientales más o menos sofisticadas. "No vayáis tras ellos": el cristiano puede probarlo todo y estar abierto a todo; pero no conoce más que un Salvador. Porque todo, excepto Dios, es pasajero.

-"Grandes terremotos, epidemias, hambre..." Una perspectiva bien realista de la historia. No nos es lícito soñar. Pero sin dramatizar (nuestros días son malos, el mundo anda mal, esto no puede continuar...). No nos precipitemos en sacar conclusiones catastróficas o apocalípticas: "eso tiene que ocurrir primero, pero el final no vendrá en seguida". La historia no ha sido muy lucida. No soñemos tiempos pasados. Asumamos nuestro presente tal como es y trabajemos por mejorarlo.

-"Os perseguirán por causa de mi nombre". Ser cristiano no es tener una patente de vida plácida. Según el Evangelio, es más bien lo contrario: "si me persiguieron a mí, también os perseguirán a vosotros". Pero, ¡cuidado!: sepamos discernir. Con mucha facilidad decimos que somos perseguidos por el nombre de Jesús. "No todo el que dice: ¡Señor, Señor!" lleva mi nombre, "sino el que hace la voluntad de mi Padre". No se trata de etiquetas, sino del comportamiento. En algunos países de América latina hay cristianos, sacerdotes y algún obispo asesinados, no tanto por la confesión de la fe hecha con la boca, sino por las obras de la fe. ¿Y qué ocurre, también, en países con regímenes autoritarios de otro signo? Entre nosotros, en bastantes ambientes, decirse cristiano no es motivo de aplauso; en otros, aún da buen tono. Una vez más, no nos quedemos satisfechos con las palabras; apelemos a las obras, al seguimiento del Señor Jesús.

-"Haced propósito de no preparar vuestra defensa". ¿No es cierto que los cristianos tenemos más bien tendencia a defender nuestras posiciones con palabras y razonamientos a los que nuestros contradictores son capaces de "hacer frente" y "resistir"? ¿Qué será esta "sabiduría" a la que no podrán hacer frente ni resistir? ¡Quién sabe! Quizá más que la sutilidad de los argumentos es la transparencia de nuestra vida: una vida que molesta y estorba y que se convierte en acusación, por su claridad, precisamente. Y que, por ello mismo, se convierte en testimonio que acogen los que son de Dios. Este fue el caso de Jesús.

-"El que no trabaje que no coma". Una llamada al realismo. La fe jamás es evasión. Preparamos el día del Señor y su venida no huyendo del mundo sino asumiendo en él nuestras responsabilidades y nuestro trabajo de cada día. Pero hoy podríamos invertir los términos y razonar así: todos tienen derecho a comer, luego todos tienen derecho a trabajar. ¡Qué mundo más incoherente el nuestro, donde hay tanta gente sin trabajo y demasiados pueblos enteros que pasan hambre!

-"Ni un cabello de vuestra cabeza perecerá". El creyente esté siempre en manos del Padre esperando que salga "el sol de justicia". El apocalipsis no es una llamada al miedo, a la tristeza. No es catástrofe, sino esperanza de vida y plenitud: "mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo".

J. TOTOSAUS
MISA DOMINICAL 1980/21


7. I/PERSECUCION

Pero hay algo más peligroso para la fe que la persecución cruenta. La opinión de ·Ambrosio-SAN ha quedado ampliamente demostrada por los hechos: "Los emperadores nos ayudaban más cuando nos perseguían que ahora que nos protegen". Las situaciones de calma, en las que el culto y el funcionamiento interno de la Iglesia no sufre dificultades sino que más bien son protegidos, son propicias para convertir el cristianismo en algo "descafeinado" que no quita el sueño ni pone nervioso a nadie. En estas circunstancias, la inercia nos lleva a la tentación de instalarnos, de mirar hacia adentro, de interesarnos por la Iglesia posponiendo la preocupación por el servicio. Llegamos a convertirnos en el absurdo de "ser carteros para llevar nuestras propias cartas", ponemos el objeto de nuestra misión en nosotros mismos y, curiosamente, los problemas internos de la comunidad aumentan a pesar de que parece que se les presta una mayor y casi exclusiva atención. Acabamos discutiendo por una genuflexión de más o una sotana de menos. Presentamos un Cristo obsesivamente preocupado por las arrugas de su túnica o el arreglo de su pelo. Algo ridículo e hiriente en un mundo cargado de graves y vitales problemas.

CV-CONTINUA: Para evitar al máximun estas deplorables consecuencias de la calma hemos de avivarnos mutuamente la fe sacudiéndonos la rutina y la atonía, hemos de recordarnos la perseverancia en el compromiso y, sobre todo, hemos de redescubrir comunitariamente el lugar de nuestro servicio al hombre. Es necesario que la sal siga siendo sal y la levadura haga fermentar la masa y no sea ahogada por ella. En estos supuestos, la exigencia de una conversión permanente es, valga la expresión, más necesaria que nunca. El compromiso del cristiano exige en su raíz una conversión personal. El anuncio del Reino viene precedido de una llamada a la conversión. Para todos es fácilmente comprensible que nadie puede ser liberador si no se esfuerza él mismo en ser libre. Este era el criterio de la Asamblea de Medellín, nada escapista por cierto: "Para nuestra verdadera liberación, todos los hombres necesitamos una profunda conversión a fin de que llegue a nosotros el Reino de justicia, de amor y de paz. La originalidad del mensaje cristiano no consiste directamente en la afirmación de la necesidad de un cambio de estructuras sino en la insistencia en la conversión del hombre, que exige luego este cambio. No tendremos un continente nuevo sin nuevas y renovadas estructuras; sobre todo no habrá continente nuevo sin hombres nuevos, que a la luz del Evangelio, sepan ser verdaderamente libres y responsables". El objetivo de la conversión permanente no es ella misma sino una verdadera disponibilidad para el amor.

FE/A-H: La sólida base de la fe ha de dinamizar un profundo amor al hombre y al mundo. No podemos olvidar que la autenticidad de nuestra fe se mide por nuestra donación a los hermanos. Este es el test del cristiano. Una comunidad cristiana introvertida, narcisista, replegada sobre si, ya no sería la iglesia de Jesús, sino un círculo de hombres que coinciden en sus egoísmos.

Constituirse en Iglesia es comprometerse a servir. Ser Iglesia no es ser socio de una entidad religiosa en la que se nos ofrecen seguridades para el tiempo y la eternidad, previo pago de ciertas imposiciones. Ser iglesia es construir con otros creyentes una fraternidad en que todos comulguen con la misma esperanza y estén dinamizados por la misma fuerza que los potencia para darse a los demás.

En las situaciones "grises" y exteriormente calmadas hemos de chequear nuestra fe y comprobar como puntos críticos nuestro entronque creciente con Cristo, verdadera vid, y nuestra proyección hacia personas y estructuras de nuestro mundo. La perseverancia en que el espíritu de Jesús sea la fuerza propulsora de nuestro vivir es la recomendación clave del Maestro. Señor, creemos pero aumenta nuestra fe.

EUCARISTÍA 1983/54