27 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO XXXIII DEL TIEMPO ORDINARIO
8-13

8. 

-Talentos y Talantes 

El mensaje de la parábola de los talentos no es moral, sino escatológico. Forma parte de esos dos capítulos del evangelio de Mateo en que se mira hacia el futuro del Reino proclamado y comenzado por Jesús. No se nos interroga sobre las BUENAS OBRAS que hacemos con los talentos en orden a nuestra salvación o condenación individual, sino que se bucea en las distintas actitudes de quienes han recibido el don de la Buena Noticia con respecto al futuro de ese mundo nuevo, del Reino. Los TALENTOS en realidad no son más que una pequeña artimaña narrativa para poner de relieve los TALANTES. Este es el auténtico tema de la parábola.

-¿Sólo hemos de agradecer?

En la raíz de nuestra fe está la gratuidad del amor del Padre y su compromiso generoso de hacer con nuestra historia una historia de salvación. Los bienes del Reino recibido son un don que nunca terminaremos de agradecer Pero si nos quedamos en agradecer el don caemos en un espiritualismo que puede caber en otras religiones, pero no es del Reino del Dios de Jesús. San Pablo nos recuerda que Dios por gracia nos ha hecho no sólo hijos, sino herederos. Entonces todo don se convierte en tarea y responsabilidad.

Hoy puede volver a haber una tentación pietista que consiste en llamar unilateralmente cristiana sólo la actitud de agradecimiento a Dios y no la gracia igualmente desbordante de que ese Dios gratuito nos haya comprometido en una tarea, la del Reino.

-¿Sólo hemos de esperar?

Si en la raíz del Reino reconocemos el don gratuito de Dios también lo esperamos en su plenitud, el futuro. Pero esta verdad de fe se convierte de nuevo en peligrosa y unilateral si pensamos que lo que ahora podemos hacer no tiene relación con ese futuro esperado. Como personas honradas nos tomamos, eso sí, en serio, con ética, con ascética, nuestro trabajo secular en el mundo. Pero el futuro que esperamos sería algo no sólo nuevo sino que nada tiene que ver con el presente. Lo religioso, lo propiamente cristiano, es sólo esperar la salvación futura. La responsabilidad en el trabajo, la justicia, la paz, la liberación de los oprimidos, el esfuerzo ecológico, son temas, efectivamente, de interés, pero a fin de cuentas políticos, culturales, profanos.

La parábola insiste en que el talante del Reino es otro. Todos los bienes que ahora se nos han encomendado son fecundos para el Reino, lo van haciendo avanzar, serán capitalizados en el mundo futuro. Nada hay auténtico que se pierda para el Reino. No puede dividirse la historia en una liberación secular ahora que no tiene relación con una salvación religiosa futura. La articulación es distinta. La comunidad de hombres y mujeres salvados sienten la necesidad de extender esa salvación con todas sus fuerzas en la tarea liberadora de ahora. Y quienes aceptan el reto del trabajo histórico difícilmente podrán dejar de comprender que su plenitud es algo que nos supera y que esperamos del Padre de Jesús resucitado.

-¿Sólo hemos de conservar?

Tenemos miedo a perder lo que consideramos un tesoro. Los bienes del Reino que hemos recibido y constituyen nuestra identidad cristiana son un precioso regalo a conservar. ¿Quiere ello decir que el talante creyente es un talante conservador? La parábola es contundente y dice todo lo contrario. El siervo a quien reprocha su actitud no ha dilapidado alegremente (como el hijo pródigo, a quien por cierto se trata con más benignidad), nada ha perdido, ha conservado todo lo que se le ha confiado. Se las había ingeniado para defender su tesoro, había ideado su propia estrategia de seguridad, lo había enterrado allí donde nadie pudiera quitárselo.

Y, sin embargo, se le dice, con una dureza inusitada, que no ha entendido nada si cree que el cristiano pertenece a una congregación para la defensa del talento. El Reino ha de crecer, ha de avanzar, ha de iluminar, ha de sazonar, ha de ser fermento, ha de ofrecerse, ha de comunicarse. Y se traiciona la esencia del Reino cuando, intentando defenderlo, conservarlo, se le amuralla, se le entierra, se le impide ser fecundo. El riesgo es más conforme con el talante del Reino que el miedo.

En la comunidad cristiana hay dos TALANTES: conservar, defender, cerrar, excluir; o evangelizar, estar presente en nuevas fronteras, asumir nuevos retos, crear nuevos signos, buscar nuevos caminos de diálogo. Curiosamente, la identidad cristiana sólo se conserva cuando no se entierra y se arriesga al servicio del futuro del Reino.

J. M. ALEMANY
DABAR 1990/56


9.

FIDELIDAD EN EL DEBER Y EN EL TRABAJO

-Fiel en lo poco, pasa al banquete de tu Señor (Mt 25, 14-30)

Las dos lecturas que comentamos crean dificultades. En efecto, si nos atenemos al significado fundamental de cada una de ellas, es difícil establecer, incluso en un sentido amplio, su relación, y no se ve claro el motivo de la elección de la lectura del Antiguo Testamento. Si, por el contrario, la 1ª lectura impone a la 3ª su significado como lo principal en esta celebración, el nexo es más claro, aun cuando el estudio exegético del texto nos muestra que lo esencial del pasaje elegido debería ser distinto del que la liturgia le asigna. Leyendo atentamente el evangelio, deberíamos exegéticamente vernos llevados, situándolo en su contexto, a atribuirle como centro de interés la vigilancia activa y los talentos que hay que hacer fructificar para la vuelta del dueño. Sin embargo, la 1ª lectura no nos dice ni una palabra sobre la vigilancia ni sobre la vuelta del Señor; su centro de interés son los frutos del trabajo de una mujer hacendosa. Por lo tanto, es en esta fidelidad y en el sentido del deber y del trabajo en lo que hay que insistir; lo cual no excluye, evidentemente, confrontar la exigencia de estos deberes con la vuelta del dueño, con la vigilancia y con el último día.

Si se da el caso de que los evangelistas han utilizado a veces una parábola de Jesús interpretándola a su modo en otro contexto debido a las necesidades de sus fieles, no se ve por qué la Iglesia no podría proceder de la misma manera en la liturgia de la Palabra por las necesidades de sus fieles actualmente.

CR/SERVICIO: Parece inútil entrar en la explicación de detalles de la parábola. Sólo debe interesarnos su conjunto. Es rica en enseñanzas para la Iglesia y los fieles de hoy, como lo fue para la Iglesia de los primeros tiempos. Todo estriba en el estado de servidor en que está constituido todo cristiano. A partir de ahí, se establece el deber de hacer fructificar los talentos recibidos para el bien de la comunidad y del Reino. La parábola se muestra en esto de una gran claridad: no es suficiente devolver el talento recibido. Es frecuente encontrar cristianos que se imaginan su vida cristiana como cerrada en una especie de contrato de estricta justicia entre Dios y ellos: "Yo observo fielmente lo que se me pide en los mandamientos; no veo que tenga que hacer más". Razonamiento más frecuente de lo que cabría pensar, rara vez expresado con esa frialdad; pero, implícitamente, así es en lo íntimo del corazón. Una especie de minimalismo cristiano que se limita a la observancia de los mandamientos y usos de la Iglesia. O también, la determinación de hacer fructificar el talento que uno prefiere para sí y no para el servicio de los demás. La respuesta del dueño aleja toda excusa de malentendido. Nosotros nos encontramos en la condición de siervos. No basta conservar lo que se nos ha confiado; debemos hacer fructificar para servicio de Dios y de los demás lo que tenemos. La gracia bautismal que hemos recibido y que ha hecho de nosotros hijos de adopción, exige un crecimiento, no basta con dejarla intacta en nosotros; hay aquí una legítima ambición, que es un deber, por hacerla crecer.

Es una actitud de amor y de agradecimiento; es también toma de conciencia de nuestra colaboración en la extensión del Reino de Dios y en la venida súbita de Cristo, a la hora en que no le esperábamos.

-La mujer activa, perla preciosa (Prov 31, 10... 31)

Este bello retrato del ideal de la mujer no desagradará a nuestro tiempo. Sin embargo, la liturgia del día no se preocupa de desarrollar el tema de la promoción de la mujer. Lo que considera es la habilidad que despliega en el servicio de la comunidad; es el motivo de que merezca la alabanza de cuantos reconocen los frutos de su trabajo. Su previsión, su habilidad, su caridad con los demás, hacen de ella un modelo: no descuida sus talentos sino que los utiliza para el bien de todos.

A pesar de su dificultad de interpretación en el marco de este domingo, la liturgia de la Palabra de hoy no deja de tener utilidad. No sólo anima al trabajo y a la perseverancia a aquellos a quienes el Señor ha confiado talentos para el bien de la comunidad humana y de la comunidad eclesial, sino que alienta sobre todo y advierte a todo cristiano de su deber de superar lo que sería una perspectiva mercantil de la vida cristiana. Un cristiano no puede atenerse a lo mínimo de lo que se le exige, sino que su preocupación debe ser reclamar de sus dones espirituales el máximo rendimiento, so pena de ver cómo se le retira ese mínimo que él quiso conservar al precio del menor esfuerzo y del menor amor.

ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 7
TIEMPO ORDINARIO: DOMINGOS 22-34
SAL TERRAE SANTANDER 1982.Pág. 101 ss.


10.

La segunda de las parábolas de Mateo sobre la vigilancia insiste en la tarea que cada uno recibimos en este tiempo de espera de la venida del Señor. Una espera que debe ser en todo tiempo activa y responsable: los dones que cada uno hemos recibido no pueden estar ociosos; tenemos que hacerlos fructificar al máximo. Relatada solamente por Mateo -Lucas nos ha transmitido una similar: la de las minas (Lc 19,1 1-27)-, está vinculada a la anterior y a la siguiente, el juicio final. Con la anterior, porque tiene el mismo objeto y el mismo fin: que cada uno esté siempre preparado para el segundo advenimiento de Cristo. Pero mientras la de las diez doncellas hace hincapié en la vigilancia continua para que la parusía no nos coja de improviso, ésta resalta más el trabajo que hemos de realizar durante esa vela. La del juicio final es como el colofón de esa vigilancia y de ese trabajo.

1. Según la capacidad de cada uno

Dios nos confía sus dones de acuerdo con la capacidad de cada uno de nosotros, puesto que nos conoce en profundidad. Todos venimos a la vida con unas cualidades, unos dones. Dones de inteligencia, artísticos, espirituales..., que hemos de desarrollar durante el tiempo que dure nuestra vida. Unos más que otros. Y Dios, que sabe lo que ha dado a cada uno, nos pedirá cuentas según lo que hayamos recibido. Ni más ni menos.

La cantidad que confía a cada uno es enorme. El talento, más que una moneda, era el peso de una determinada cantidad de dinero. Pesaba unos 42 kilos, y equivalía a 6.000 denarios o jornadas de trabajo de un obrero. Repartió, por tanto, 30.000, 12.000 y 6.000 denarios a cada uno de los empleados, respectivamente. Los dones que recibimos al nacer son cuantiosos. Hemos de saber que no somos dueños de ellos, sino administradores, y que debemos desarrollar al máximo todas nuestras cualidades, nuestra propia vocación. El amo estuvo ausente el tiempo suficiente para que los bienes que había repartido fructificasen. Los dos primeros negociaron con ellos y lograron duplicarlos. El tercero los enterró.

Los dos primeros han sido "fieles en lo poco". ¿Qué significa esto? Pues que han hecho lo normal, lo que debían y podían hacer; que el trabajo que han realizado no ha sido un acto extraordinario de heroísmo..., porque cuando un hombre crece como hombre, simplemente hace lo poco que debe hacer. Lo que se nos ha dado gratuitamente tenemos que desarrollarlo con nuestro trabajo, porque no somos una estatua acabada, sino un proyecto. No nacemos plenamente nacidos, tenemos que nacer constantemente. La capacidad de cada persona es insospechada. Hacer fructificar los talentos personales y colectivos es la gran tarea de toda la vida, la gran oportunidad ofrecida al hombre. La vocación de cada ser humano consiste en crecer hasta llegar a la madurez, nunca definitivamente conseguida. Quien "entierra" sus cualidades por comodidad o por lo que sea, se entierra a sí mismo y opta por su propia destrucción. Tenemos que trabajar los dones recibidos; no podemos guardarlos, enterrarlos. No basta con no malgastarlos: ninguno de los tres lo hace.

El premio que se les concede a los primeros es la vida definitiva.

2. La vida es constante crecimiento

La parábola centra su atención en el "empleado negligente y holgazán", en el diálogo que mantiene con el amo. Es reprobado, aunque se excuse, porque se quedó con los brazos cruzados, porque no desarrolló los dones que había recibido con la vida. No ha crecido ni en el amor, ni en la justicia..., ni en nada. Es la postura de los que tienen un concepto estático del cristianismo y de la vida: se limitan a conservar las tradiciones, defender unos esquemas, repetir de memoria unas palabras... Su objetivo es parar la historia y fijarla en un punto que les beneficie.

Su idea del amo -de Dios- es negativa. Y con esa idea sólo hay lugar para el miedo y la observancia escrupulosa de unos ritos. No quiere correr riesgos, y se considera fiel porque puede devolver al amo lo que ha recibido. Su actitud es suicida. Crecer en todo, personal y colectivamente, es la ley fundamental del reino de Dios y de la vida. Las instituciones y las personas morimos sin crecimiento. Es un hecho evidente que todo lo que no crece al ritmo de la historia deja de ser válido. El cristianismo no es un concepto estático de la vida, ni la justificación de una perezosa resignación, ni miedo a asumir las propias responsabilidades. El reino de Dios crece a través de nuestro propio crecimiento.

El señor le responde duramente. Ha defraudado las esperanzas que había puesto en él. Su holgazanería es la única causa de haber dejado improductivo el talento que se le había confiado

La parábola es dura para quien todo lo calcula. Echa en cara el no hacer nada ni dejar que los demás lo hagan -podía haberlo prestado a otro: "puesto en el banco"-. Manifiesta repulsa por los inactivos, por los que huyen de las propias responsabilidades, por los que no quieren saber nada de nada, por los que jamás se equivocan porque nunca se comprometen a hacer algo en serio, por los que buscan su seguridad personal en la observancia de unas leyes.

La parábola quiere hacernos comprender la relación de amor que existe entre Dios y el hombre. Una relación de la que sólo puede brotar amor, generosidad, justicia... cuando nos hacemos conscientes de ella.

El castigo que le anuncia es doble: quitarle el talento -dejarlo sin bienes- y echarlo a las tinieblas -muerte definitiva-. Castigos que serán irreversibles al haberse acabado el tiempo.

El talento se le da al que tiene diez. ¿Qué nos indica? El constante avance de la vida: que o crecemos con la historia o nos hundimos cada vez más; que lo que hoy es signo de vida, mañana puede ser pieza de museo; que el que trabaja sus cualidades y su fe, las aumenta constantemente; que la libertad, la esperanza, la paz... que tenemos hoy nos sirven para hoy, pero no para mañana...

La vida crece arriesgándola, lo cual supone que valoramos más lo que esperamos conseguir que lo que tenemos. El que no arriesga nada es porque no espera nada. El que lo arriesga todo es porque lo espera todo.

Este texto nos obliga a revisar toda nuestra vida: la privada, la social y la religiosa. Es mucho lo que hemos recibido de los siglos anteriores; pero nuestra misión no es únicamente recibir, sino también hacer crecer y fructificar lo recibido. No es cierto, evidentemente, que todo lo antiguo sea malo; pero tampoco lo es que sea suficiente. Dios no se conforma con que le devolvamos lo que nos ha dado, sino que quiere mucho más. Pero plantear el tema sólo en una óptica personal es limitarlo. La propia Iglesia y cada comunidad deben correr también el riesgo de "negociar" con los dones recibidos. Y negociar supone reflexionar constantemente sobre el mensaje de Jesús, explicándolo en el lenguaje más inteligible posible, encarnándolo en todas las culturas y ambientes, confrontándolo con los grandes interrogantes de la sociedad.

FRANCISCO BARTOLOME GONZALEZ
ACERCAMIENTO A JESUS DE NAZARET- 4
PAULINAS/MADRID 1986.Págs. 120-123


11.

Todos hemos recibido talentos. Todos hemos sido lanzados a la aventura de la vida con unos talentos en nuestras manos, de los que tendremos finalmente que dar cuenta. Todos tenemos talentos. Escribía ·Rilke: «si tu vida te parece pobre -podemos decir, si te parece que no tienes talentos- no eches la culpa a la vida. Échate la culpa a ti mismo, porque no eres lo suficientemente fuerte para descubrir su riqueza». Todos tenemos talentos. Todos podemos descubrir que en nuestra vida hay una riqueza escondida y oculta, si tenemos los ojos abiertos. No es falta de humildad el ser conscientes de nuestros talentos, porque vivir en la humildad es vivir en la verdad.

Y tampoco sabemos valorar si Dios ha puesto en nuestras manos uno, dos o cinco talentos. Esta semana decía en España J. Watson, el premio Nóbel descubridor de la estructura del ADN, que la genética ha sido injusta con los hombres y les ha dado a unos más y a otros menos. Uno está convencido de que Dios puede ver las cosas de forma muy distinta. Dios mide los talentos de los hombres por criterios distintos de los nuestros. Para Dios, los talentos, que los hombres valoramos como uno, pueden valer cinco; y los que para los hombres valen cinco, para Dios pueden valer únicamente uno.

Por eso, al final de la parábola, es lo mismo haber producido dos o cinco. Los dos servidores reciben la misma alabanza; ambos entran en el gozo de su Señor. Para Dios es lo mismo la mujer hacendosa que trabaja en su casa que la que lucha en otros campos fuera de su hogar; Dios alaba lo mismo al que lucha en las encrucijadas de la historia de los hombres y al que trabaja, sencilla y anónimamente, en la oscuridad del día a día, sin dejar huella en la historia de los hombres. Lo que Dios condena es al que entierra sus talentos -sean uno, dos o cinco- en un hoyo.

Vivimos una página difícil de la historia del mundo y de la Iglesia. Vivimos años de cambio acelerado, en los que tenemos una responsabilidad que realizar. Y existe el peligro de sentirnos desconcertados y sobrepasados, para acabar escondiendo nuestros talentos bajo tierra. Es el peligro del miedo, del conservar a ultranza, del anclarnos en el pasado ante un presente que nos desborda y un futuro que nos atemoriza. «Conservar»: ¡cuántas expresiones religiosas en torno a esa palabra; «conservamos» la fe, las tradiciones, la gracia, la vocación...! Hay que «conservar», sin duda, pero hay sobre todo que apostar, hay que innovar, hay que afrontar el presente, hay que salir al encuentro de los retos del futuro...

Ciertamente Jesús no hubiera vivido hoy así. Dice un comentario que «no hay un solo pasaje evangélico el que aparezca Cristo como un hombre conservador y pusilánime, empeñado en dejar las cosas como están... Fue un hombre arriesgado, comprometido por entero en la idea fundamental de su vida: anunciar a los hombres la realidad del Reino de Dios...» Jesús no escondió sus talentos, sino que luchó valiente y esforzadamente. El lucharía hoy por seguir vertiendo el vino del Evangelio, viejo y nuevo al mismo tiempo, en los odres nuevos de un mundo en cambio. Es la lucha que nos ha encomendado a los cristianos: no debemos ser reliquias de museo, sino luchadores de la historia; no tenemos la tarea de conservar celosamente vinos añejos, sino de saberlos dar a gustar a los hombres de hoy; no hay que enterrar en un hoyo -sea en el cultivo de mi vida espiritual o en la acción en el interior de la Iglesia- los talentos recibidos, sino que hemos de sacarlos a la lucha de la vida.

JAVIER GAFO
PALABRAS EN EL CORAZON/A
MENSAJERO/BURGOS 1992.Pág. 256 s.


12.

1. De dependientes a propietarios responsables

Una vez más el Reino de Dios nos es presentado bajo el ropaje de una parábola. Esta vez se trata de un rico propietario que debía viajar al extranjero, por lo que decidió dejar parte de su dinero a varios de sus empleados con el objeto de que lo hicieran fructificar, depositándolo en el banco, en negocios, etc.

Al volver, comenzó a recoger lo sembrado: dos empleados le hicieron rendir el cien por cien, duplicando el capital. Mas el tercero prefirió enterrar su único talento, por lo que fue expulsado en forma humillante.

El significado de la parábola parece bastante claro, hasta el punto de que Jesús no necesitó dar mayores explicaciones, si bien hay algunos elementos un tanto curiosos. Cada empleado recibió algunos talentos según su capacidad... Esto podemos traducirlo: cada hombre tiene una cierta capacidad con la que debe desenvolverse en la vida, aumentando su caudal de experiencia, sabiduría, virtud, etc. Poco importa en el relato qué cantidad recibió cada uno, sino qué esfuerzo puso en sacar ganancia del capital inicial. Por lo tanto, no tenemos aquí una teología de la desigualdad humana. Simplemente se parte de un hecho por demás conocido: los hombres no tienen las mismas capacidades ni oportunidades; varía nuestro caudal de inteligencia, de capacidad física, de emotividad. Unos tienen muy desarrollado el instinto de la vida y del amor, otros el de la creatividad; hay quienes son buenos negociantes y hay quienes prefieren el estudio de las letras, etcétera.

En síntesis: nacemos con un caudal de energía vital que debe crecer... Nos llama la atención este concepto dinámico de la vida y de la fe: lo que hemos recibido por vía de la naturaleza o lo que nos da la educación o el medio ambiente es sólo un punto de partida para una tarea de transformación.

Muchas veces la fe cristiana fue acusada de empobrecer el espíritu humano, fijándolo en cosas y tradiciones que le impedían buscar nuevos horizontes. Suponemos que eso habrá sucedido en más de una oportunidad, prueba de ello es la actitud del tercer empleado de la empresa: recibió un talento y lo escondió bajo tierra, dedicándose a una espera pasiva de su señor. No solamente obró así sino que trató de justificar su conducta: «Sabía que eras exigente, que siegas donde no siembras y recoges donde no esparces; tuve miedo y fui a esconder tu talento bajo tierra. Aquí tienes lo tuyo.» Según se desprende de sus palabras, su capacidad quedó bloqueada por el temor al propietario, mas sólo era una excusa. En realidad, su conducta era miedo a vivir, pues lo que el propietario hacía con él no era sino hacerle descubrir que podía llegar a ser dueño de algo, cortando sus vínculos de dependencia si era capaz de producir algo con el propio esfuerzo. Por eso fue tratado de «negligente y holgazán».

Tan cierto es esto, que el propietario devuelve a los otros dos el dinero conseguido, con lo que, de dependientes, pasaron a ser propietarios.

En todas las religiones se ha tratado de acentuar el papel de Dios en la historia de los hombres; pero, muchas veces, tal teología no fue sino el pretexto para no hacer todo lo que se debía hacer. Se suele afirmar que Dios es dueño de todo. La afirmación es cierta, pero también es cierto que nosotros somos dueños de lo nuestro y que, si bien el lenguaje religioso nos presenta como siervos y dependientes de Dios, en realidad El nos trata como auténticos propietarios de este talento o riqueza inalienable: la propia vida.

Es muy común escudarnos en los excelsos atributos de Dios para evitarnos la tarea de perfeccionar nuestras propias cualidades. No basta decir: "Dios todo lo sabe; El conduce la historia". También es cierto que nosotros debemos tratar de conocer por dónde anda la historia, qué podrá pasar dentro de unos años, qué debemos hacer ahora... Es cierto que Dios es justo y que un día hará justicia. Mas esto no debe impedirnos que hoy nos preocupemos para que crezca la justicia en el mundo.

En otras palabras: si bien es cierto que el Reino viene de Dios -de la misma forma que la vida la recibimos de otros y no por propios méritos-, también es cierto que el Reino se realiza en el aquí y ahora de nuestra historia.

Hasta tal punto es cierto todo esto, que el propietario de la parábola, al recibir las ganancias de los dos empleados, les dice que han «sido fieles en lo poco»... ¿Qué significa esto? Pues que han hecho lo normal, lo que podían y debían hacer, que aquello no fue un acto extraordinario de heroísmo. Así, cuando un hombre crece como hombre, simplemente hace lo poco que debe hacer, o sea: hace lo que le corresponde hacer.

Concluyamos, pues: la religión no es un concepto estático sobre la vida, no es la justificación de una perezosa resignación, no es miedo a asumir las propias responsabilidades.

El Reino de Dios debe crecer a través de nuestro propio crecimiento, de la misma forma que la semilla sembrada debe llegar a ser un árbol gigantesco.

2. Hacer crecer lo recibido

Podemos ampliar estos mismos conceptos refiriéndolos a la misma vida interna de la Iglesia encarnada en la historia humana.

Tenemos un punto de partida: la vida de Jesús, su mensaje, el Evangelio, las primitivas tradiciones y estructuras de vida. Eso es lo dado por Dios mediante Jesucristo. Es tan sólo el capital que debe ser trabajado por los cristianos.

Dentro de un concepto estático de lo religioso, ser cristianos significaría conservar ese acerbo tradicional, defender este o aquel esquema, repetir de memoria estas o aquellas palabras: detener la historia fijándola en un punto...

Estamos ante una actitud suicida, y bien se aplicará lo dicho en la parábola: si seguimos en esa postura, lo poco que aún tenemos será entregado a otros que tengan más ganas de hacer algo en favor de la historia.

El hecho es real: un Evangelio que no quiso crecer al ritmo de la historia dejó de ser válido en nuestras manos y fue arrebatado por otros que, con nombres y estructuras distintos, lo hicieron fructificar. Lo que nosotros llamamos «caridad» -y que en un momento pudo ser un esquema válido- fue transformado en «justicia social», concepto que absorbió el anterior de caridad y lo desarrolló a la medida de un hombre que había crecido. Podríamos continuar con los ejemplos: amor al prójimo, respeto al otro, perdón de los pecados, sentido comunitario, autoridad servicial...; todos talentos del Evangelio que nos fueron entregados no como una simple palabra ni como un código frío; eran mucho más: eran energía de una comunidad que, si crecía, debía revisar, transformar y adaptar esos conceptos para que siguieran resultando válidos.

Piénsese en la misma Biblia, otro gran «talento» de nuestra fe: llegó un momento en que su interpretación literalista la puso en contradicción con la ciencia del hombre. ¿Qué había pasado? Que no hicimos crecer la comprensión de la Biblia, considerándola un libro terminado y cerrado, cuando pretendía ser un punto de partida para la reflexión del hombre.

Lo mismo puede valer para nuestro concepto de educación: ayer se hablaba de educar a las nuevas generaciones transmitiéndoles nuestra tradición. Hoy, ese concepto es rechazado precisamente por atentar contra la libertad y responsabilidad del sujeto. Hay elementos positivos en la antigua educación; pero no bastan. Crecer es la ley fundamental del Reino... y sin crecimiento morimos.

Si nos fijamos en la estructura de la Iglesia, podremos llegar a idénticas conclusiones: una fue la estructura de la Iglesia primitiva, otra la medieval... ¿Hemos hecho crecer la estructura institucional de la Iglesia de forma tal que, cuando ahora venga el Señor, la vea como un instrumento válido de la evangelización y del anuncio del Reino? En fin y concluyendo: el Evangelio de hoy nos obliga a revisar toda nuestra vida, la privada, la social y la religiosa. Es mucho lo que hemos recibido de los siglos anteriores. Pero nuestro cometido no es solamente recibir: es hacer crecer y fructificar lo recibido.

Si el Reino es lo único esencial, desde la perspectiva del Reino eliminemos el miedo y la fijación infantil a conductas anteriores para lanzarnos por los nuevos caminos que hoy corresponden al grado de madurez del hombre y de la sociedad modernos.

No es cierto que todo lo antiguo es malo; pero tampoco es cierto que sólo lo antiguo es suficiente. Es exigencia del Reino duplicar su valor: con coraje, con dedicación, con responsabilidad histórica.

La advertencia final de Jesús es digna de tenerse en cuenta: «Porque al que tiene se le dará y le sobrará; pero al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene...» O crecemos con la historia, o nos hundimos cada vez más, transformando lo que hoy es vida en una pieza de museo.

SANTOS BENETTI
CRUZAR LA FRONTERA. Ciclo A/3
EDICIONES PAULINAS
MADRID 197.Págs. 341 ss.


13. 

MUCHO MAS QUE CONSERVAR Escondí tu talento.

En poco tiempo hemos visto hundirse entre nosotros ideales sociales y religiosos que sólo hace unos años despertaban la generosidad y entrega de hombres y mujeres. Las nuevas generaciones difícilmente encuentran causas nobles por las que merezca la pena luchar. Mejor es vivir el presente intensamente exprimiéndole el máximo placer.

Al mismo tiempo, valores tan importantes como la familia, la autoridad, la tradición, el magisterio de la iglesia, han quedado oscurecidos o se han debilitado profundamente en la conciencia de muchos.

El desconcierto se ha hecho todavía mayor al caer por los suelos normas concretas de comportamiento y leyes de conducta que hace unos años eran todavía intocables. La crisis ha provocado en muchos una sensación de vértigo, vacío y desorientación. No pocos se preguntan con inquietud: ¿Ha cambiado la moral? ¿Ya no hay pecado? ¿Hemos vivido equivocados hasta ahora? ¿Cuándo volverán de nuevo los tiempos pasados? No es de extrañar la reacción de muchos que se defienden instalándose íntegramente en el pasado, cerrándose a toda novedad y gastando casi todas sus energías en «conservar intacta la moral de siempre».

Sin embargo, la sorpresa del «tercer siervo» de la parábola, condenado solamente por preocuparse de «conservar el talento» sin arriesgar nada más, nos recuerda que seguir a Jesús es mucho más que conservar intacta nuestra moralidad frente a todo y frente a todos.

La moral cristiana no consiste en conservar fielmente la herencia que hemos recibido del pasado, sino en buscar, movidos por el Espíritu de Jesús, cómo ser más humanos precisamente en el mundo de hoy.

Las leyes son necesarias. Nos indican la dirección en que hemos de buscar y nos señalan los límites que no debemos franquear. Pero sería una equivocación pensar que estamos respondiendo a las exigencias profundas de Dios sólo porque nos mantenemos íntegros en el cumplimiento de unas leyes.

Ser creyente es algo mucho más grande y apasionante que enterrar nuestra vida en unas leyes para conservarla segura.

El seguimiento a Jesús es siempre llamada a buscar y crear una humanidad nueva y siempre mejor. Por eso mismo, seguir a Jesús es riesgo más que seguridad. Exigencia fecunda más que cumplimiento estéril. Urgencia de amor más que satisfacción del deber cumplido.

JOSE ANTONIO PAGOLA
BUENAS NOTICIAS
NAVARRA 1985.Pág. 127 s.