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HOMILÍAS MÁS
PARA EL DOMINGO XXXII
(9-19)
9.
1.
El desafío del amor
El evangelio de hoy nos presenta dos elementos íntimamente relacionados para
que elaboremos nuestra reflexión. Si el domingo pasado hemos visto que el amor
cristiano es un amor total y absoluto, lo de hoy es un caso particular y una
aplicación de ese principio.
Jesús comienza precaviéndonos del modo de comportarse de los escribas que, mientras exponen su virtud y su status a la vista de todos, por otro lado no tienen reparos en exprimir a las viudas indefensas, a las que sacan el dinero con el pretexto de darlo al culto, mientras que al mismo tiempo fingen hacer largas oraciones.
Este es el comportamiento de la hipocresía religiosa. El amor se comporta de otra forma. El amor nace de la sinceridad del corazón, y por eso mismo es silencioso a sí mismo. Hay dos formas de complacencia: la complacencia ante los otros y la que se tiene ante uno mismo. El amor cristiano rehuye ambas, precisamente porque el amor es olvido de uno mismo. El amor cristiano hace lo extraordinario de seguir a Cristo, de amar al enemigo, de perdonar una ofensa, de dar la vida por otro, sin hacer sentir el peso de su gesto. Allí está el signo de su autenticidad.
El camino de la cruz es un camino silencioso; es silencioso precisamente porque es de entrega total. Se entrega aun la forma de dar. No solamente se renuncia a la cosa que se da, sino a la forma o manera de dar la cosa. Lo que Jesús denuncia en los hipócritas es que, mientras se exhibe la virtud a la vista de todos y se busca la forma de ser reconocido -de ser tratado como virtuoso-, se oculta la iniquidad detrás de esa publicidad.
Un gran gesto de limosna puede ser una buena cortina de humo para no querer ver la injusticia con que tratamos a un empleado, a la asistenta o a los propios hijos. Y esa dualidad en nuestra supuesta virtud hace que todo el proceso quede radicalmente viciado.
Toda esta doctrina será expuesta por la Palabra de Dios en dos episodios sumamente simples en su elaboración pero profundamente ricos en su mensaje.
En la primera lectura hemos visto cómo Elías, presa del hambre, le pide a una pobre viuda ese poquito de harina y aceite que tiene en su casa para alimentarse ella y su hijo «antes de morir». La viuda apela a la lógica de Elías para resistir... mas finalmente cede, confiada en que Dios le dará en abundancia aquello que ella ofrece con total desprendimiento. Su fe había sido puesta a dura prueba: debía dárselo a riesgo de morir de hambre con su hijo. Ese pedazo de pan que se le pedía era su todo. Y dio ese todo. El "amarás al prójimo como a ti mismo" no era una metáfora. Debía cumplirlo al pie de la letra.
Mas aquí está el mensaje del texto bíblico: su generosidad total fue su alimento y su vida. Dios es la riqueza de quien da todo. Y así desde aquel día jamás le faltó el pan. Cuando se da todo, ya no nos falta nada, porque hasta eso que nos hace falta ya lo hemos dado. Cuando Dios pide, pide todo y para siempre.
He aquí lo extraordinario del amor cristiano. He aquí la diferencia entre dar limosna y dar de sí. Esto lo veremos mejor en la viuda del evangelio.
2. Las limosnas corrompidas LIMOSNA/VIUDA LIMOSNA/SENTIDO:
Sentado en la sala de las ofrendas del templo, Jesús observa cómo los ricos daban en abundancia sus limosnas para los diversos servicios cultuales y asistenciales. También observó cómo una viuda muy humilde entregó solamente dos monedas de cobre. Marcos, con sus típicos detalles, dice que era un «lepton», es decir, la moneda griega de menos valor.
Y la lección de Jesús: «Os aseguro que esa pobre viuda ha echado en el cepillo más que nadie. Porque los demás han echado de lo que les sobra, pero ésta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir.» El mensaje de Jesús gira en torno a dos ideas opuestas: dar lo que nos sobra - dar lo que necesitamos.
Como sucedió con otros textos evangélicos a primera vista un poco exagerados, alguien podrá preguntarse si el pasaje de hoy hay que tomarlo al pie de la letra o si se trata tan sólo de una piadosa metáfora.
En efecto, ¿se trata de que Jesús alaba a la viuda pobre por su gesto generoso, o pretende incluso que toda auténtica donación debe ser total, y que las ofrendas hechas por los ricos carecen de valor religioso porque sólo dan de lo superfluo? Podríamos traicionar el espíritu del evangelio si pretendiéramos solamente afirmar que es mejor dar todo que dar lo que nos sobra. La alabanza que Jesús hace de la mujer pretende introducirnos con expresa voluntad -ya que llama a los discípulos para hacerles el comentario- en el verdadero sentido de lo que significa «dar» u «ofrecer».
En efecto, los trece cepillos recibían las ofrendas de los fieles; ofrendas que se hacían a Dios en primer lugar, para ser después destinadas a las diversas necesidades del culto y de la asistencia caritativa.
Si partimos de esta premisa, la observación de que los ricos daban de lo que les sobraba, no puede ser sino un reproche, ya que pretendían, sin costo ni sacrificio alguno, complacer a Dios y tenerlo como garantía, cuando en realidad ellos mismos habían quedado fuera de la ofrenda.
Jesús observa que a veces damos no lo que es parte de nuestra vida, sino aquello de lo cual hasta podemos permitirnos el lujo de prescindir. Otros, en cambio, al dar, se incluyen como parte de la misma ofrenda, a tal punto que la ofrenda supone un don y un sacrificio total. Dan lo imprescindible y necesario para ellos; dan vaciándose de sí mismos; dan como auténticos pobres de corazón.
Y como aquella mujer viuda sólo tenía dos monedas de cobre, no se excusó de dar su ofrenda, sino que dio todo porque ése era el sentido que para ella tenía el dar: todo es de Dios aun la propia vida.
O dicho todo esto de otra forma: la adoración de Dios consiste en la ofrenda total de uno mismo. Al darnos, dejamos de poseernos. Todo nuestro ser, nuestros bienes y posibilidades, nuestro esfuerzo, todo deja de ser sentido como algo propio. Poco importa lo que echamos en el cepillo; el cepillo es más bien un símbolo. La verdadera donación se hace con «todo lo que tenemos para vivir», en forma íntegra y total. Para captar en todo su espíritu este pasaje, debemos tener en cuenta que las donaciones no se hacían introduciendo el dinero en los cepillos, sino entregándolo al sacerdote y especificando para qué fin estaban destinadas. (Doce cepillos para las ofrendas obligatorias y uno para las voluntarias.) Todo esto hacía de la donación un gesto público que no podía pasar desapercibido por los circunstantes tal como sucedió en este caso.
Si cotejamos, además, este episodio con los versículos anteriores, parece deducirse que los mismos que tan abundantemente daban dentro del templo para expresar su piedad ante los sacerdotes, eran los que -según Marcos- «devoran los bienes de las viudas». Quizá esta pobre viuda había sido esquilmada y, a pesar de eso, lo poquito que aún le quedó, lo donó espontáneamente para el bien de todos.
La viuda era una pobre en todo el sentido de la palabra. Y precisamente porque era pobre, pudo dar; pues dio de su pobreza, de su necesidad, mostrando así que su corazón estaba desprendido aun antes de traer las monedas. Por esto pensamos que este texto evangélico debe ser interpretado al pie de la letra y debe ser tomado en su sentido estricto como norma cristiana: el servicio a Dios y a los hermanos es la entrega total e indivisa de uno mismo y de todos los bienes que se poseen. El retener una parte para uso exclusivo nuestro es de por sí una forma corrompida de adoración.
Según este criterio evangélico, podemos hacer ahora algunas aplicaciones concretas para que salga a la luz todo aquello que Jesús quiso descubrirles a los apóstoles.
a) El valor de una ofrenda no se mide por su cantidad, sino por su relación con lo que tenemos. Esto es lo primero que se desprende del mismo texto. Da más no quien deposita más, sino quien queda privado de más según su capacidad y posibilidad. Lo fundamental en una ofrenda es su calidad, y ésta se mide por la renuncia que lleva implícita. Es interesante observar cómo entre nosotros la palabra «limosna» tiene actualmente un sentido peyorativo, pues realmente con el tiempo ha llegado a significar esa moneda que nada significa para nosotros y que damos a alguien, más para poner de relieve nuestra suficiencia que por amor al otro. Una tal limosna injuria al necesitado y parece más encaminada a aliviar nuestra conciencia que los males de nuestros hermanos.
El evangelio de hoy denuncia este tipo de limosna como hipócrita y corrompida. Y en este sentido se puede afirmar que el cristiano no debe dar limosnas, sino que debe darse a si mismo, todo entero, por los demás. Por otra parte, suele ser una excusa muy común el decir que no damos «porque no nos sobra dinero, no nos sobra tiempo», etc. Marcos nos hace descubrir que, ayer como hoy, los que dan son aquellos que en realidad carecen de dinero y de tiempo. Dar no es un problema de cantidad sino de generosidad.
b) Jesús, criticando a los escribas y fariseos, hace ver cómo éstos, mientras dan sus limosnas y hacen largas oraciones, se exhiben vanidosamente en público, gustan de los primeros puestos y abusan de los indefensos.
Es decir: su religiosidad está circunscrita al templo y a unos momentos del día, pero no es toda la vida enfocada con espíritu religioso. También aquí falla la totalidad de la entrega.
La auténtica adoración a Dios se cumple, más que en el templo, en la familia, en la profesión, en el trabajo, en el campo sindical y político. También podemos decir aquí: No le demos a Dios una limosna... para dejar tranquila nuestra conciencia.
Aunque el evangelista Marcos no lo diga expresamente, sí parece insinuar la siguiente pregunta: ¿Qué sentido tiene la oración de esos ricos que le ofrecen a Dios las sobras? ¿Podrán rezar en comunidad? ¿Podrán comulgar de la misma mesa con aquellos que sufren su pobreza y su miseria? Aquí podemos recordar muy bien aquel conocido texto de Pablo que les reprocha a los corintios ricos el modo que tienen de celebrar la Eucaristía, pues se hartan de alimentos y bebidas, mientras otros padecen hambre (1 Cor 11,20-22 ).
Concluyendo...
A la luz de un mensaje evangélico tan transparente, todos nos podemos analizar hoy: ¿Qué significa para nosotros "dar"? ¿Cómo es nuestra entrega en la familia, en el trabajo, en el barrio, en la comunidad parroquial? ¿En qué medida vivimos el espíritu de aquella viuda, pobre, pero de un corazón inmensamente rico? ¿Cuáles son las excusas que tenemos para dar solamente lo que nos sobra? Que la Eucaristía sea lo que fue para Cristo: un darnos todo a todos...
SANTOS
BENETTI
EL PROYECTO CRISTIANO. Ciclo B, 3º
EDICIONES PAULINAS.MADRID 1978.Págs. 371 ss.
10. UN SIMPLE DETALLE
Puede que sean las grandes ideas -o, mejor, los grandes amores- lo que dé sentido a nuestra vida, lo que sea capaz de movernos a la hora de tomar las grandes decisiones.
Pero lo que da color a esta vida nuestra, lo que la hace agradable o triste, pesada o llevadera, suelen ser más bien los pequeños, a veces insignificantes detalles. Lo que nos agua la fiesta de la vida no son, frecuentemente, ofensas o traiciones desmesuradas; sino pequeños gestos, desaires, olvidos. En cambio, un sencillo obsequio de amigo, una invitación inesperada, una simple sonrisa puede llenarnos de luz una mañana entera.
Quizá sea porque somos así de pequeños, o de sensibles; o porque estamos hartos de grandes palabras huecas y de bonitas promesas que luego no se cumplen; o, más sencillamente, porque es así como vivimos la vida: no de un trago, sino a pequeños sorbos.
Hay, a veces, un pequeño detalle que crece, de pronto, hasta adueñarse de toda la escena. Ocurre cuando se trata de un detalle significativo: cuando ese minúsculo gesto logra condensar y expresar los sentimientos, la vida del que lo realiza; cuando por él se nos asoma su alma. En un detalle de éstos se fija hoy Jesús. Pequeño, desde luego, casi imperceptible gesto de una mujer que, discretamente, deposita un par de monedas en el cepillo del Templo. No hacen ruido al caer. Y la pobre mujer se retira, en silencio, por donde vino. Diríase que nadie se ha dado cuenta de su acción.
Pero Jesús está atento. (¿De quién habrá heredado este Jesús su costumbre de estar pendiente de los más insignificantes detalles, de percibir llamadas donde los otros sólo oyen gritos molestos, de interpretar los sentimientos simplemente con mirar a los ojos, de descubrir necesidades antes de que los interesados las expresen?). Mientras la gente está medio distraída con el ruido que producen en el buzón las pesadas monedas de los ricos, Jesús parece no darse ni cuenta. Pero cuando todo está en calma, y el grupo que lo rodea, a falta de otros estímulos, tiene puesta toda su atención en sus palabras, Jesús no deja de percibir el detalle de aquella mujer que, al poner sus dos monedas silenciosas en el cepillo del Templo, está dejando allí, como ofrenda al Señor, todo cuanto tenía para vivir. 'Esa pobre viuda -subraya Jesús- ha echado en el cepillo más que nadie.'. No dice que tenga más mérito que nadie -¡y lo tiene!-; ni que sea mayor su originalidad, o más bello su gesto. Jesús es muy claro: 'Ha echado más que nadie'. Es que la contabilidad de Dios no se guía por nuestro sistema de pesas y medidas; para Él, un gramo de amor pesa más, mucho más que una tonelada de piedras preciosas.
Y aquí el detalle de Marcos. Cuando ya ha hecho desfilar ante nuestro ojos toda la vida de Jesús, sus milagros, sus palabras, y está a punto de contamos el capítulo supremo de su pasión y muerte-resurrección, toma este pequeño gesto de la viuda y nos lo pone ante los ojos. Es un detalle, sí; pero un detalle que expresa toda una vida, un detalle hecho de amor macizo.
Como si nos dijera: Puede que no te sientas capaz de hacer grandes obras por Dios. No te preocupes. Él no busca tus cosas, sino a ti. Toma, pues, tu corazón, ponlo en cada una de tus pequeñas obras, en los pequeños detalles de tu pequeña vida, y ofréceselo. Vale poco, lo sé. Como poco valen un pedazo de pan y una copa de vino, pobres frutos del humano esfuerzo. Pero tú verás -si los ofreces- lo que hace Dios con ellos. Tú verás, si te ofreces, lo que Dios es capaz de hacer contigo.
JORGE
GUILLÉN GARCÍA
AL HILO DE LA PALABRA
Comentario a las lecturas
de domingos y fiestas, ciclo B
GRANADA 1993.Pág. 176 s.
11.
«Primero hazme a mi un panecillo».
La historia de Elías y la viuda de Sarepta (primera lectura) muestra toda la grandeza de la Antigua Alianza. Se trata de una obediencia hasta la muerte. El profeta reclama de la mujer lo poco que a ésta le queda, un puñado de harina y un poco de aceite con lo que la pobre viuda había pensado hacer un pan para comerlo con su hijo antes de morir -a causa del hambre predicho por Elías-. El profeta se lo exige sin brusquedad. Comienza diciendo a la mujer: «No temas», las palabras que Dios emplea a menudo cuando se dirige a personas asustadas para transmitirles una orden. Entonces la mujer, aunque ciertamente está en una situación desesperada, se calma y se vuelve dócil. Primero recibe la orden de preparar un panecillo para Elías (lo mismo que había decidido preparar para ella y para su hijo) y después se produce la promesa de Dios de que sus provisiones no se agotarán hasta que cese la sequía. Lo decisivo en la narración es la prioridad de la obediencia de la viuda -que llega incluso a poner en juego la propia vida- con respecto a la promesa que garantiza su vida y la de su hijo.
2. «Todo lo que tenía».
El episodio de la pobre viuda, que aparece depositando su limosna en el evangelio de hoy, es (en Marcos y en Lucas) el punto culminante de los hechos y dichos de Jesús antes del «pequeño Apocalipsis» y del relato de la pasión. Aquí tiene lugar una última decisión.
Los ricos echan en el cepillo de lo que les sobra, sus cuantiosas limosnas no les suponen merma alguna en sus finanzas y con ellas adquieren buena reputación ante los hombres (Jesús critica duramente al comienzo de la perícopa su ambición y concluye: «Esos recibirán una sentencia más rigurosa»). La pobre viuda, en cambio, echa sólo dos reales: todo lo que tenía para vivir; lo hace libremente y sin que nadie, excepto Dios, lo advierta: en esto supera incluso la acción de la mujer veterotestamentaria. La viuda del evangelio de hoy no abre la boca, ni siquiera intercambia unas palabras con Jesús; pero Jesús la pone como ejemplo al final de toda su enseñanza: ella es, quizá sin saberlo, la que mejor ha comprendido lo que él ha querido decir en todos sus discursos. Y. al contrario que Elías, Jesús no dirá ni una palabra sobre una eventual recompensa: la acción de la mujer es tan brillante que tiene la recompensa en sí misma.
3. «Cristo se ha ofrecido una sola vez».
Si se lee la segunda lectura a la luz del evangelio, el sacrificio único e irrepetible de Cristo -en lugar de los múltiples sacrificios de animales de la Antigua Alianza- aparece claramente como la entrega última y definitiva, más allá de la cual ya no es posible dar nada porque nada queda. Su sacrificio se compara expresamente con la muerte del hombre: al igual que ésta es absolutamente única e irrepetible (se muere una sola vez, en la Biblia jamás se habla de una transmigración de las almas), así también este sacrificio basta para expiar los pecados del mundo de una vez para siempre. Y tras la autoinmolación de Jesús se divisa el sacrificio del Padre, que es enteramente comparable al de la pobre viuda del evangelio: también El echa todo lo que tiene en el cepillo, lo más querido y más necesario: «Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único».
HANS URS von
BALTHASAR
LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales
A-B-C
Ediciones
ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 203 s.
12. LO GRANDE Y LO PEQUEÑO
En aquella «balada» de Pemán, aquel leguito simplicísimo se atormentaba pensando que lo que él hacía -«ir mansamente con el cantarillo, por la veredica, bendiciendo a Dios»- era algo muy pequeño. Otra cosa eran los otros frailes:
«Fray
Andrés disciplina su cuerpo
sin tenerle piedad.
Fray Zenón atruena el convento
cantando maitines con hermosa voz.
Fray Tomás se pasa las horas inmóvil
levantado en arrobos de amor...
Al lado de aquellos excelsos varones,
¿qué hará el buen leguito para ser grato a Dios?
Y con santa envidia murmuran sus labios:
¡Fray Andrés!... ¡Fray Tomás!... ¡Fray Zenón!»
Perdonadme la larga cita. Pero la creo adecuada para enmarcar la cuestión que plantea el evangelio de hoy: «¿Qué es más válido; las gestas (?) llamativas de los famosos o las acciones anónimas de los sencillos?».
Dejándonos llevar de un papanatismo infantil e inmaduro, tendemos a ir fabricando «ídolos de barro», a los cuales rendimos un culto irracional y excesivo. Pregonamos y exorbitamos «cosas» de los «populares». Y pasamos displicentemente ante las humildes e innumerables acciones de los que, a nuestro lado, hacen más confortable nuestro vivir.
Jesús, en el evangelio de hoy, nos previene precisamente contra esa posible inversión de valores en la que podemos caer. Observando a los que pasaban junto a él, puso un ejemplo muy claro: la cruz y la cara. Allá iban «los letrados, paseándose con su amplio ropaje, deseosos de que la gente les hiciera reverencias, ocupando los puestos de honor en la sinagoga y en los banquetes, echando dinero en cantidad en el cepillo del templo...
¡Cuidado con ellos!», dice Jesús. Y allá «se acercó también una viuda pobre que echó dos reales». Pues oíd la sentencia de Jesús: «Ha echado más que nadie, pues los demás han dado de lo que les sobraba, pero ella, que pasa necesidad, ha echado todo lo que necesitaba para vivir».
Bastaría esa breve consideración de Jesús para dar por concluida esta glosa. Pero no quiero terminarla sin hacer el decidido elogio de todos los pequeños seres que, en nuestro trabajo o nuestra diversión, sin darse importancia, van dejando «caer moneditas» en el cepillo de lo anónimo, pensando, además, que «lo suyo vale poco». Pero ¡ay, amigos! «el Padre, que ve en lo escondido» seguramente piensa que «ésos son los que dan más». Pienso, por ejemplo en R.E., de vocación: servidor de la parroquia.
Lleva ya años en su silla de ruedas. Pero no sufre por su incapacidad física y su quebranto, sino por no poder hacer ahora lo que antes hacía: velar por la calefacción de la iglesia, repartir sobres, arreglar grietas y fugas, o sea: amar a su parroquia. Pienso en tantos feligreses que, con pudor, te dicen un día: «Yo no valgo para animar liturgias o catequesis; pero aquí están mis manos...». Y ahí andan, jugando a carpinteros, albañiles, herreros, y aventurando arte y decoración, si ustedes me apuran. Pienso, en fin en...
Pero, no. Piensa tú mismo, lector. Y verás cuánta «mujercita pobre», dejando sus «dos reales». En el frontis de la casa de Lope de Vega, en Madrid, leí esta bella sentencia: «Parva propia, magna; magna aliena, parva». Permitidme que la traduzca así: «Muchas cosas de los que están a mi lado, son grandes. Y grandes cosas de los de fuera son pequeñas».
ELVIRA-1.Págs. 191 s.
13.
Frase
evangélica: «Ha echado todo lo que tenía para vivir»
Tema de predicación: LA GENEROSIDAD CON LOS BIENES
1. En este pasaje evangélico muestra Marcos dos conductas contrapuestas: la de los letrados y la de la viuda pobre. Los «letrados» representan en este evangelio a personas ambiciosas de honores y dinero, amantes del prestigio, que desean los primeros puestos. Son vanidosos, avaros e hipócritas y utilizan la religión para explotar a los débiles. En realidad, ni siquiera son doctos en las Escrituras.
2. La «viuda», por el contrario, símbolo de la generosidad y disponibilidad de los pobres y pequeños, representa a los discípulos, ya que ama a Dios en medio de la corrupción social. En el fondo, el encuentro con Dios no se hace a través de las clases dirigentes y ricas del sistema, sino por medio de los corazones llenos de generosidad del pueblo pobre.
3. La comunidad de discípulos que quiere Jesús representa un mundo desarrollado según los designios de Dios, en el que cuenta más la calidad que la cantidad, y lo que uno es más que lo que representa o tiene. Frente a los infieles a Dios por su apego al dinero, están los creyentes generosos que dan lo que tienen y lo que son y participan de la generosidad de Cristo, que entregó total y gratuitamente su vida al Padre en servicio a los hombres.
REFLEXIÓN CRISTIANA:
¿Somos
capaces de dar lo necesario alguna vez, en lugar de desprendernos de lo
superfluo?
¿Compartimos los cristianos nuestros bienes?
CASIANO
FLORISTAN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITÚRGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993.Pág. 235
14.
El evangelio de Marcos se acerca al final
A lo largo de este año hemos ido leyendo el evangelio de Marcos y ahora, cuando se acerca ya el final, nos presenta los últimos tiempos de la vida de Jesús. Se trata de unos tiempos difíciles: todos le han dejado, los poderosos quieren su muerte y sólo le quedan los apóstoles y un grupo reducido de amigos. Pero Jesús, a pesar de todo, continúa hablando claro y de una manera muy sencilla y clara. No teme proclamar la Palabra de Dios en estos momentos últimos de su vida.
Jesús parte siempre de la vida real
Nos ha dicho el evangelio que "estando Jesús sentado enfrente del arca de las ofrendas, observaba a la gente que iba echando dinero". Como buen observador se fija en que "muchos ricos echaban en cantidad; se acercó una viuda pobre y echó dos reales". Y a partir de aquí, llama a los discípulos e inicia su reflexión: ¿dónde está la diferencia entre los fariseos y la viuda pobre? La respuesta es fácil de encontrar: los fariseos dan lo que les sobra y, en cambio, la viuda ha dado cuanto tenía, a pesar de que lo necesitaba para vivir.
Generosidad y vida cristiana GENEROSIDAD/V-CRA
Estas palabras de Jesús no las podemos reducir a la presentación de un buen ejemplo, sino que debemos entenderlas como una manera de presentar lo fundamental del cristianismo. Ser cristiano es sentirse amado por Dios sin límites de ningún tipo y tener ganas de responderle con un amor tan grande como sea posible. Pero amar es dar. Ahora bien, hay dos maneras muy diferentes de dar. Hay una manera de dar que hace que uno se pavonee de ser "buen cristiano" y provoca autosatisfacción. Eso acostumbra a pasar cuando uno da lo que le sobra, en lugar de dar la propia vida, dándose uno mismo. Porque, una vez ha dado, cierra la puerta y se queda en casa sin que le falte nada, pero también sin poder ver las necesidades que hay en la calle. Pero hay otra manera de dar, propia de aquel que realmente ama: fijando la mirada en la persona necesitada (sin poner fronteras ni categorías), en lugar de fijarse en lo que se da. En este caso, más que dar, podríamos hablar de compartir lo que se tiene y, por tanto, de compartir la vida.
La manera de amar del Reino de Dios
Esta es la manera como aman los pobres del Reino de Dios, que se identifica con la manera de amar de Jesús: compartiendo totalmente la propia vida y dándose hasta el extremo. Hoy, pues, tenemos una buena ocasión para reflexionar sobre ello, porque darse puede ser: comprensión, compañía, amabilidad, servicio.. .; cumplir el propio deber sin refunfuñar ni gloriarse de ello; superar lo que frena nuestro amor hacia los que nos rodean; nuestra colaboración generosa en las tareas de la parroquia o de las entidades del pueblo (barrio)...
No es problema de cantidad
Dice el evangelio que Jesús se admira de que la viuda pobre eche dos reales. Nosotros quizá nos extrañaríamos, porque esperamos dar "cuando tengamos mucho". Pero, si no empezamos a dar ahora que tenemos poco ¿realmente daremos nunca nada? ¿Por qué no damos nosotros dos reales? Por ejemplo: venciendo la irritación de la madre ante el niño que no quiere irse a la cama; la ayuda del marido lavando los platos; la atención al compañero de trabajo poco eficiente; la participación en las reuniones del sindicato o de los padres de la escuela; visitando a un enfermo o echando una mano al vecino que tiene la mujer enferma... Y, si sabemos dar dos reales, quizá el Señor nos enseñe a darnos a nosotros mismos, cada vez más.
Una concreción: la economía de la Iglesia
Estamos a punto de celebrar el Día de la Iglesia. Por eso me permito hacer una llamada respecto a la economía de la Iglesia. ¿Cuál es la colaboración de cada uno de nosotros? La de muchas personas es casi nula; quizá porque no se lo han planteado. Pero eso es grave porque obligan al resto de cristianos a financiar la totalidad del presupuesto. Otros, como el caso del evangelio, dejan lo que les sobra en los bolsillos; generalmente es una miseria, pero ellos ¡ya están tranquilos! También es verdad que aún quedan personas (generalmente sin demasiados recursos económicos) que dan lo que les falta para vivir... La Iglesia no quiere ser rica, pero ha de tener una economía suficiente para afrontar sus necesidades y nosotros debemos sentirnos solidarios.
De otro modo, ¿qué sentido tiene que celebremos la Eucaristía -la donación total de Jesucristo-, si nosotros no estamos dispuestos a dar nada?
JAUME
GRANE
MISA DOMINICAL 1994, 14
15. SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO
Domingo 9 de noviembre de 2003
1 Re 17, 10-16: El profeta Elías y la viuda de Sarepta
Salmo responsorial: 145, 7-10
Heb 9, 24-28: Un sacerdocio nuevo
Mc 12, 38 - 44: óvolo de la viuda
En toda la Biblia, la viuda, el huérfano y el
extranjero, son el prototipo del pobre. En vez de extranjero deberíamos hoy
decir el migrante. Lo común a todos ellos, es que no tienen quién los defienda.
La viuda perdió a su marido, el único que en una sociedad patriarcal podía
defender a la mujer. El huérfano perdió igualmente a sus padres. Al migrante
nadie lo conoce y nadie lo defiende.
En Mc 12, 40 Jesús reprende a los escribas porque 'devoran la hacienda de las
viudas con el pretexto de largas oraciones'. ¿Cuál es el pecado aquí? Las viudas
no podían administrar su propiedad ni defenderse en un tribunal. Por eso
buscaban a algún escriba para que les administrase sus bienes y las defendiese.
Normalmente estos escribas eran corruptos y administraban mal los dineros. Por
eso los escribas, para ganarse la confianza de las viudas, aparentaban ser muy
piadosos. Las pobres viudas pensaban ingenuamente que los escribas más piadosos
eran los más honrados, y les encomendaban sus bienes. El pecado que Jesús
denuncia aquí, es la utilización de la religión y la piedad para engañar a los
pobres y para explotarlos económicamente. Muchas veces, hasta el día de hoy, la
religión va unida a la explotación económica de los pobres. Este pecado, dice
Jesús, ‘recibirá una sentencia más rigurosa’.
Los otros pecados que Jesús denuncia en los escribas son extremadamente gráficos
y hablan por sí mismos: ‘Tengan cuidado con los escribas, que gustan pasearse
con amplio ropaje, ser saludados en las plazas, ocupar los primeros asientos en
las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes’. También en la actualidad
muchos ministros religiosos y autoridades civiles gustan usar signos sagrados o
distintivos jerárquicos, para ser reconocidos y saludados en los lugares
públicos y para ocupar los primeros asientos en las iglesias y en los palacios.
Jesús es presentado en la carta a los Hebreos en nítida contradicción con el
Sacerdocio y Templo judíos. Jesús sumo-sacerdote no ofrece repetidas víctimas e
interminables ritos, sino que se ofrece a sí mismo de una vez para siempre. No
sacrifica con sangre ajena, sino con su propia sangre. Su sacerdocio trastocó
definitivamente la naturaleza de la religión y de toda nuestra relación con
Dios. Ahora toda religión pasa necesariamente por la solidaridad con el pobre.
Jesús ahora realiza lo que anunció Oseas 6, 6 y Mateo retoma en 9, 13: ‘Quiero
amor, no sacrificio’. Por eso Jesús es tan duro con los escribas, fariseos y
sumo-sacerdotes de su tiempo, pero… también de nuestro tiempo.
El texto de hoy de 1 Re 17, 10-16 nos prepara para entender el de Mc 12, 41-44.
Los dos textos respiran el mismo Espíritu. El profeta Elías anuncia ya la
actitud de Jesús con la viuda pobre. Jesús está en el Templo frente al arca del
Tesoro y observa como la gente echa monedas en el arca. Jesús discierne la
realidad que está viendo, desde la perspectiva de una viuda pobre. El Templo en
aquel entonces no era sólo un lugar de culto. Allí estaba también el arca del
Tesoro, que funcionaba como un Banco Central y ahí se concentraba todo el poder
económico, político, militar y religioso.
El centro de atención de las multitudes que acudían al Templo era los donativos
de los grandes ricos. Para la fiesta de Pascua acudían a Jerusalén unos 300 a
400 mil peregrinos. El Templo era para los judíos un motivo de orgullo y la
grandeza del Templo dependía en gran medida de las donaciones de las familias
ricas. En esos tiempos de dominación imperial romana, el templo representaba
además la identidad y la resistencia del pueblo de Israel. Por eso los que
donaban dinero al Templo eran muy apreciados, no sólo por razones religiosas,
sino también por razones políticas. Los pobres, tipificados en la Biblia por los
huérfanos, las viudas y los extranjeros, era una multitud despreciada,
insignificante, que pasaba totalmente desapercibida. Pero no para Jesús, que
todo lo observa desde esta perspectiva de los pobres
Jesús, en medio de esa multitud de peregrinos, no sólo se fija en la viuda
pobre, sino que también hace público y visible un juicio y una valoración
diferente de todo el sistema económico, político y religioso del Templo. Jesús
dice algo extraordinario: la viuda pobre ha contribuido con el tesoro del Templo
más que todos los ricos, pues éstos han donado lo que les sobraba, y la viuda ha
echado lo que necesitaba, todo cuanto tenía para vivir. Desde la viuda pobre
Jesús ha cuestionado todo el sistema del Templo, ha hecho un análisis
radicalmente diferente de esa realidad global y ha hecho un juicio que subvierte
los valores que sostenían y legitimaban toda la institución económica, política
y religiosa del Templo. Jesús no desarrolla una alta teología o una larga
discusión sobre la ley y los Profetas, sino que simplemente se fija en la viuda
pobre y desde ella hace un juicio profético que subvierte toda la realidad del
Templo. Su argumento principal es la viuda pobre. Los pobres, los injusticiados,
el Tercer Mundo, los pueblos subdesarrollados… han de constituir nuestro punto
de vista en todos los temas. Ellos han de ser nuestro argumento. En economía, en
política, en sociología, en Iglesia.
Para la revisión de vida
-Jesús critica la falsa realidad de los fariseos, pendientes sobre todo de las
apariencias, de lo que se ve y de lo que miran los demás… y alaba a la viuda que
pasa desapercibida pero se entrega "más que nadie", dando "de lo que ella
necesita"… ¿Estoy convencido/a de que yo debo ser yo mismo, más allá de toda
dependencia de las apariencias, de las normas en que no creo, del qué dirán…
desde lo más profundo de mi yo auténtico, asumiendo mis decisiones y mi relación
con el mundo y con Dios? ¿Lo vivo así? ¿Hago cosas que no haría si nadie me
observara o lo supiera? ¿Soy auténtico o hipócrita?
Para la reunión de grupo
-Jesús critica duramente a los que "se comen los bienes de las viudas con
pretexto de largos rezos"... A lo largo de la historia -y en todas las
religiones- es frecuente que el estamento de los funcionarios religiosos no sólo
"viva de su trabajo" sino que se aproveche de los bienes que provienen de las
donaciones económicas que los fieles hacen con las motivaciones religiosas más
fervorosas. Enumerar los casos más peligrosos: los santuarios populares, el
comercio de objetos religiosos, los estipendios de las misas por los difuntos,
la colecta en las misas de la parroquia…
¿Quién es el dueño de lo que se recoge en la colecta de la comunidad, el párroco
de turno o la comunidad misma? ¿A quién corresponde el excedente económico (si
lo hay) una vez que se han cubierto los gastos ordinarios de funcionamiento de
la vida de la comunidad parroquial? ¿Qué participación ha de tener la comunidad
cristiana en el manejo y administración de sus propios bienes y recursos?
-Jesús critica también a los "letrados" porque transforman el saber en poder, lo
utilizan para conseguir un status social y para dominar… ¿Qué realidad podemos
descubrir hoy a esta "tentación" también constante en la historia de las
religiones?
Para la oración de los fieles
-Por todos nosotros, para que seamos coherentes entre lo que pensamos y creemos,
y lo que practicamos, roguemos al Señor.
-Por los más pequeños, los anónimos e insignificantes, las personas que pasan
desapercibidas a los ojos humanos pero son auténticas y coherentes con su fe y
su corazón, para que con su humildad y autenticidad sigan generando fuerza y
vida para la comunidad, roguemos al Señor.
-Por los que tienen en la Iglesia el servicio del saber y de la enseñanza, del
gobierno y de la animación pastoral, para que nunca conviertan su don en lucro
ni su saber en poder, ni se aprovechen en beneficio propio de su ministerio;
para que se mantengan fieles al servicio de la comunidad como "siervos inútiles"
que no se vanaglorían, roguemos al Señor.
-Por nuestras comunidades cristianas, para que brillen ante la sociedad también
por su buena gestión económica: participada, democrática, comunitaria, honesta,
desinteresada… roguemos al Señor.
-Por todos nosotros, para que la Palabra de Dios que acogemos como cristianos
suscite en nosotros actitudes de apertura y de receptividad para toda otra
palabra que Dios también pronuncia en multitud de lugares, personas y
situaciones, roguemos al Señor.
-Por todas las comunidades cristianas católicas que se reúnen en el día del
Señor y se ven privadas de la eucaristía por la falta de ministros del actual
modelo, para que la Iglesia encuentre la forma de que tantas comunidades no se
priven del sacramento que proclamamos como "fuente y cumbre de la vida
cristiana", roguemos al Señor.
Oración comunitaria
Dios Madre-Padre nuestro que en Jesús nos has mostrado tu gusto por la
autenticidad, la entrega generosa y la coherencia entre la fe y la vida:
robustece nuestra fe, aumenta nuestra sinceridad, y otórganos ser dignos
imitadores del modelo que en Jesús nos dejaste. Por el mismo J.N.S.
16.
Nexo entre las lecturas
Una actitud de generosidad disponible y confiada acomuna los textos del actual
domingo del tiempo ordinario. La generosidad es la actitud de la viuda de
Sarepta, que no duda en dar una hogaza a Elías a costa de su propio último
sustento (primera lectura). Es también la actitud de la viuda, observada
únicamente por Jesús, que deposita todo su haber en el cepillo del templo, por
más que fuera una nimiedad (Evangelio). Es sobre todo la actitud de Jesús que se
entrega hasta la muerte, de una vez para siempre, como víctima de rescate y
salvación (segunda lectura).
Mensaje doctrinal
1. Generosidad se declina en femenino. En la liturgia de hoy las mujeres
juegan un papel predominante y positivo. Además se trata de mujeres viudas, con
toda la precariedad que ese término traía consigo en los tiempos remotos del
profeta Elías (siglo IX a. C.) y de Jesús. No pocas veces la viudez iba unida a
la pobreza, e incluso a la mendicidad. Sin embargo, los textos sagrados no
presentan estas dos buenas viudas como ejemplo de pobreza (eso se
sobreentiende), sino como ejemplo de generosidad. En los tres años de sequedad
que cayó sobre toda la región, a la viuda de Sarepta le quedaban unos granos de
harina y unas gotas de aceite, para hacer una hogaza con que alimentarse ella y
su hijo, y luego morir. En esa situación, ya humanamente dramática, Elías le
pide algo inexplicable, heroico: que le dé esa hogaza que estaba a punto de
meter en el horno. La mujer accede. Hay una especie de instinto divino que la
mueve a obrar así. Es el don de la generosidad que Dios concede a los que poco o
nada tienen. No piensa en su suerte; piensa sólo en obedecer la voz de Dios que
le llega por medio del profeta Elías.
2. La viuda del templo es una mujer excepcional. Siendo como era pobre y
necesitada, no tenía ninguna obligación de dar limosna para el culto del templo
o para la acción social y benéfica que los sacerdotes realizaban en nombre de
Dios con las ayudas recibidas. Si tuviese obligación, su acción sería generosa
porque dio todo lo poco que tenía, todo su vivir. Su gesto brilla con luz nueva
y esplendorosa, precisamente porque se sitúa más allá de la obligación, en el
plano de la generosidad amorosa para con Dios. El contraste entre la actitud de
la viuda y la de los ricos que echaban mucho, pero de las sobras de sus
riquezas, ennoblece y hace resaltar más la generosidad de la mujer.
3. La fuente de toda generosidad. La generosidad de las dos viudas mana
de la generosidad misma de Dios, que se nos manifiesta en Cristo Jesús.
Generosidad de Jesús que se ofrece de una vez para siempre en sacrificio de
redención por todos los hombres: nada ni nadie queda excluido de esa
generosidad. Generosidad de Jesús que, como sumo sacerdote, entra glorioso en
los cielos para continuar desde allí su obra sacerdotal en favor nuestro:
continúa en el cielo su intercesión generosa y eterna por los hombres.
Generosidad de Jesús que vendrá, al final de los tiempos, sin relación con el
pecado, es decir, como Salvador que ha destruido el pecado y ha instaurado la
nueva vida. En su existencia terrena Jesús era muy consciente de que no había
venido al mundo para condenar sino para salvar. En su parusía o segunda venida,
mantiene la misma conciencia de Salvador, por encima de cualquier otro atributo.
Sugerencias pastorales
1. La generosidad del corazón. No pocas veces los hombres nos llenamos de
admiración cuando escuchamos o sabemos que alguien ha hecho un gesto de gran
generosidad. No sé, ha dado, por decir el caso, de su propio bolsillo 200
millones de dólares para un hospital, o ha creado una fundación con fines de
investigación o educativos dotándola de 450 millones de dólares... Esto es muy
bueno, y ojalá haya muchos de esos hombres generosos, que están dispuestos a
vaciar su bolsillo para que otros seres humanos reciban educación o puedan ser
atendidos dignamente en un hospital. Sin disminuir la importancia de la
cantidad, quiero subrayar que según el Evangelio más que la cantidad vale la
actitud. Es decir, si esos millones los ha dado con verdadero amor y en acto de
servicio; más aún, si el haber dado esos millones le ha supuesto renuncia. Por
ejemplo, prescindir de un viaje en crucero por el océano Atlántico y el
Mediterráneo, o dejar de comprar a su esposa un diamante precioso evaluado en
varios millones de dólares, o tal vez vivir con mayor austeridad su vida de cada
día. Cuando la generosidad no sólo afecta al bolsillo, sino también al corazón,
es más auténtica. Por eso, quien da poco, pero es todo lo que puede dar, y lo da
con toda el alma, ése es generoso, y su generosidad a los ojos de Dios vale
igual de la del rico que se ha desprendido de millones de dólares. Cristiano, si
tienes mucho, da mucho; si tienes poco, da de ese poco, pero tanto en un caso
como en otro, hazlo con toda la sinceridad y generosidad de tu corazón. A los
ojos de Dios eso es lo que más cuenta. Es de esperar que también a tus propios
ojos.
2. Generoso, ¿hasta dónde? En este asunto, no hay leyes matemáticas. El
principio fundamental está claro: da, sé generoso. Qué dar, hasta dónde llegar
en la generosidad, no admite una sola y única respuesta. Serán las
circunstancias las que irán marcando ciertas pautas a nuestra generosidad: por
ejemplo, un terremoto o un huracán, una inundación ingente y destructora, una
guerra tribal, una epidemia, etcétera. Sobre todo, será el Espíritu de Dios el
que irá indicando a cada uno, en el interior de su conciencia, las formas y el
grado de llevar a cabo acciones generosas, nacidas del amor, nacidas del
corazón. Lo importante es que ninguno de nosotros diga jamás: "hasta aquí". No
es posible poner límites al Espíritu de Dios. No está mal que nos examinemos y
preguntemos: ¿Estoy dando todo lo que puedo? ¿Estoy dando todo lo que el
Espíritu Santo me pide que dé? ¿Estoy dando como debo dar: desprendidamente,
generosamente, sin buscar compensaciones? Los cristianos de hoy debemos ser como
los cristianos de Macedonia, de los que habla Pablo en su segunda carta a los
corintios, "su extrema pobreza ha desbordado en tesoros de generosidad. Porque
atestiguo que según sus posibilidades, y aun sobre sus posibilidades,
espontáneamente nos pedían con muchas insistencia la gracia de participar en
este servicio en bien de los santos" (8, 2-4). Consideremos la generosidad una
gracia de Dios, y pidámosla con sencillez de corazón, pero también con
insistencia. Que Dios no la negará a quien se la pida de verdad. Son muchos los
que tienen necesidad y se beneficiarán de nuestra generosidad.
P. Antonio Izquierdo
17. 2003
EL CELO DE TU CASA ME DEVORA
Comentando la Palabra de Dios
Ez. 47, 1-2. 8-9. 12. Quien ha hundido las raíces de su vida en el Señor no
podrá permanecer estéril. Dar frutos abundantes de buenas obras es lo que se
espera del hombre de fe. La Vida de Dios en nosotros ha de llegar hasta lo más
profundo de nuestro ser para hacer que desaparezca toda clase de maldad. ¿Hemos
oído hablar del Mar de aguas saladas, aquel que se dice dejó sepultadas a las
ciudades pecadoras Sodoma y Gomorra, y que tiene tanta sal que es imposible que
ahí prospere la vida? Dice hoy la Escritura que el agua que mana del lado
derecho del Altar del Santuario de Dios, llegará hasta él y lo saneará y en él
prosperará la vida. Quien viva tan lleno de maldad que pareciera imposible
retomar el Camino de la Vida, debe permitirle a Dios hacer su obra de salvación
en él y Él hará que quede sano y capaz de resurgir como una digna morada del
Señor. Permitámosle al Señor hacer su obra en nosotros. Hagamos la prueba y
veremos qué bueno es el Señor.
Sal. 45. Dios vela por los suyos para que no les alcance
tormento alguno. Sintámonos llenos de confianza en el Señor quienes en Él hemos
puesto nuestro refugio y fortaleza. Si en verdad está Dios con nosotros no hemos
de temer ningún mal, ni hemos de vacilar en el testimonio valiente de nuestra
fe. Sin embargo reflexionemos si en verdad nosotros estamos con el Señor y
vivimos y nos movemos en Él. Y para que esto sea realidad no sólo hemos de orar
en su presencia, sino que hemos de tener la apertura necesaria para escuchar
amorosamente su Palabra, meditarla en nuestro corazón y hacerla vida en nuestra
existencia diaria. Si acogemos al Señor en nuestro corazón, Él habitará en
nosotros e impulsará nuestra vida para que demos testimonio de Él tanto con
nuestras palabras, como con nuestras obras y nuestra vida misma.
1Cor. 3, 9-11. 16-17. Somos templo de Dios porque Él habita en nosotros. Él es
quien edifica su casa en nosotros. A nosotros corresponde escuchar la voz de
Dios para no querer construir al margen de Él. Peor sería el que, en lugar de
construir, destruyéramos esa casa de Dios. y esa casa se destruye cuando la
dedicamos a otros fines: odiar, hacer la guerra, enviciar a los demás,
empobrecerlos ... En cambio, colaboramos no sólo en construir sino en adornar
dignamente la morada de Dios en nosotros cuando amamos, perdonamos y nos
inclinamos ante las pobrezas y fragilidades de nuestro prójimo para darle una
solución adecuada en Cristo, conscientes de la dignidad que todos tenemos de ser
hijos de Dios.
Jn. 2, 13-22. Cerca de la Pascua. No puede celebrarse con el corazón manchado.
Nuestro corazón, templo de Dios, debe ser purificado de toda aquella basura que
no deja espacio para Dios ni para el prójimo. Ante una casa cargada de basura y
pestilencias uno se retira, pues no quiere uno sentarse junto a los focos de
infección, ni ante las ratas que han hecho ahí sus nidos. Cristo, mediante su
muerte y resurrección, se ha convertido para nosotros en fuente de perdón, de
purificación, de salvación. Él no sólo se ha convertido en el Siervo que nos
lava los pies, sino en Aquel que limpia la casa de toda inmundicia de pecado,
pues Él mismo se convertirá en Huésped de nuestra propia vida. Habrá cosas que
nos duela abandonar, porque nos hemos acostumbrado a vivir entre maldades y
pestes. Sin embargo, si queremos ser congruentes con nuestra fe, debemos actuar
con pureza de corazón, libres de todo afecto desordenado y no embotados por lo
pasajero. Dejemos que Cristo nos purifique de todo mal y haga de nosotros, no
sólo templos suyos, sino hijos de Dios por nuestra unión a Él, para gloria de
Dios y bien nuestro y de cuantos nos traten.
La Palabra de Dios y la Eucaristía de este Domingo.
En esta Eucaristía el Señor nos convoca para manifestarnos que, por amor a
nosotros y para purificación nuestra, Él ha entregado su vida. En verdad que
nadie nos ha amado como Él. Para nosotros no sólo está cerca la Pascua, sino que
celebramos el Memorial de la Pascua de Cristo continuamente. Con humildad
pedimos a Dios que perdone nuestros pecados. Y esa petición de perdón no es sólo
un rito hecho por costumbre y falto de sentido; sino que es saber que hemos
fallado, por lo que pedimos confiada y humildemente a Dios que nos perdone
teniendo la disposición de iniciar nuestro camino en el bien, ayudados por la
gracia que nos viene de Cristo. En Él vivimos nuestra pascua personal, pues el
Señor nos hace pasar de la muerte del pecado a la vida de la Gracia, que Él
ofrece a quienes se le acercan con un corazón lleno de amor y con una fe
sincera.
La Palabra de Dios, la Eucaristía de este Domingo y la vida del creyente.
Quienes participamos con sinceridad en esta Eucaristía debemos ser constructores
del Reino de Dios entre nosotros. Hemos de restaurar el amor fraterno; Hemos de
restaurar la justicia, la paz, la alegría. En nuestro paso por esta tierra
encontraremos muchos que se han deteriorado en su vida a causa de las maldades y
vicios; o que se ha derrumbado en su esperanza por tratos injustos, por
incomprensiones, por haber sido marginados a causa de su pobreza, o de su edad
avanzada, o de su raza y cultura. ¿Seremos capaces de reconstruir al hombre que
se ha de renovar en Cristo, para que nuestra humanidad tenga en Él un rostro
nuevo? Si en verdad estamos dispuestos a ello hemos de expulsar de nosotros los
egoísmos, las incomprensiones, las envidias y rivalidades. Cuando nos veamos
como hermanos y compartamos lo nuestro con quienes nada tienen, entonces habrá
llegado a nosotros el Reino de Dios con toda su fuerza y, libres de todo mal,
seremos el Templo Santo de Dios desde el cual el Señor siga amando, perdonando,
purificando y entregando, incluso, su vida por el bien de todos.
Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra
Madre, que nos conceda la gracia de vivir de tal forma comprometidos con el
Reino de Dios que, unidos al Papa y a los Obispos, podamos hacer realidad entre
nosotros una Iglesia libre de la maldad, llena de Dios y siempre esforzada a
favor del Evangelio vivido tanto en el anuncio del mismo, como en el servicio en
favor del amor fraterno para convertirnos, así, en verdaderos colaboradores de
la construcción del Reino de Dios entre nosotros. Amén.
www.homiliacatolica.com
18. Autor: Neptalí Díaz Villán CSsR. Fuente:
www.scalando.com
El aporte de las viudas
La cosa empezó en el reino del norte, hacia el año 885 a.C., cuando Omrí dio
muerte al rey Zimrí y se quedó con el trono. Después de vencer a todos sus
opositores internos, Omrí estableció relaciones comerciales con Fenicia hasta
pactar el matrimonio de su hijo Ajab con Jezabel, hija de Ittobaal, rey de Tiro
y Sidón, antiguas ciudades estado fenicias. Luego emprendió una dura campaña
contra los habitantes de Moab, región sobre la llanura del mar Muerto, a la que
dominó y los convirtió en colonia. (David y Salomón ya habían dominado al pueblo
de Moab, entre los siglos XI-X a.C.) Aunque tuvo logros personales
significativos, Omrí fue sumiso con los poderosos del norte y cruel con su
propia gente. Murió hacia el año 874 a.C y dejó el país en la miseria y a Ajab,
como heredero de su trono.
Ajab gobernó por un largo periodo de 22 años (874-853 a.C.). Como su padre, este
rey obtuvo éxitos individuales, que en nada beneficiaron al pueblo. Conservó su
dominio sobre Moab, y le cobró tributo; combatió y dominó a Ben-Hadad I, rey de
Damasco y casó a su hija Atalía con Joram, hijo de Josafat, rey de Judá (del
reino del sur). Desarrolló un amplio programa de construcciones, tales como la
fortificación de importantes plazas fronterizas, entre ellas la de Jericó.
Terminó muerto en un combate librado con Ben-Hadad. Su esposa Jezabel sobrevivió
a su marido durante 14 años hasta cuando fue asesinada por Jehú, quien ocupó los
tronos de Israel y de Judá (2 Re 9), ente los años 841 y 814 a.C. Atalía,
también fue asesinada en el año 835. a.C.
Los protagonistas de esta historia terminaron como terminan muchos, cuyo
proyecto de vida adquiere sentido sólo cuando dominan a otros a costa de lo que
sea. Pasaron por el mundo sembrando enemistad, muerte y deseos de venganza;
sufrieron el terrible cáncer de la codicia, que carcome y devora la conciencia
reduciéndola a su mínima expresión, y murieron infelices a filo de espada,
bebiendo el amargo cáliz de su propia insignificancia.
La primera lectura se desarrolla mientras estaba en el trono el rey Ajab.
Sucedió como suele suceder con los largos periodos de gobierno en manos de una
sola persona, que el gobernante de turno por mantenerse en el mando, renuncia a
su propia libertad e hipoteca el país para recibir el respaldo de los mandos
medios, dándoles buenas prerrogativas.
El ambiente era muy difícil en todos los campos: social, político, económico,
religioso, etc. La reina Jezabel, quien manejaba a su esposo con un dedo, impuso
el culto al dios Baal (1Re 16,29-31) y se encarnizó a muerte contra todos los
profetas de Yahvé, quienes denunciaron la idolatría y todo tipo de maltrato al
pueblo de Dios. Los escritores del libro de los Reyes lo expresaron diciendo que
una gran sequía se vino sobre Israel.
La escena del relato que hoy leemos se desarrolla en Sarepta, una ciudad
fenicia, de donde era originaria la odiada princesa Jezabel. La viuda de Sarepta
se convierte en la antítesis de su paisana. Jezabel tenía dinero, influencia y
poder, la viuda vivía sola con su niño y no tenía más que un puñado de harina y
un poco de aceite en la alcuza. Jezabel persiguió y desterró, la viuda acogió;
Jezabel destruyó, la viuda protegió; Jezabel acumuló para sí misma sin
necesidad, la viuda fue capaz de compartir lo único que tenía para vivir.
Jezabel terminó siendo víctima de su propia avaricia, la viuda recibió la
bendición de Dios y tuvo alimentos por mucho tiempo. En el fondo Jezabel fue
antagonista, la viuda fue protagonista. La lógica de Dios es distinta a la
nuestra: “Mis pensamientos no sus pensamientos, ni sus caminos son mis caminos,
dice el Señor” (Is 55,8)
Con esto se dice que no todas las mujeres fenicias son odiosas como Jezabel, por
tanto hay que evitar la xenofobia. Que Dios se manifiesta también fuera de las
fronteras de Palestina, pues aunque esta viuda no profesaba de palabra la fe en
el Dios de Israel, por su generosidad, se hizo partícipe de la obra de Dios que
le llegó por medio de un perseguido: el profeta Elías. Que la salvación viene,
no precisamente desde los “grandes” y su insaciable sed de poder, sino de los
desheredados de este mundo cuando son capaces compartir lo poco que tienen para
vivir. Que cuando se rompe con los círculos del fundamentalismo y del
individualismo indolente, y se trabaja en comunidad, somos capaces de superar el
gran muro de la discordia y de la miseria que ataca a todos.
La pobreza, el hambre, el dolor y la muerte, son las mismas en todos los
pueblos, en todas las culturas, en todas las religiones y a todos hacen sufrir
por igual. Ante esta realidad no vale la pena perder el tiempo en discusiones
inútiles, como “demostrar” cuál es el verdadero Dios, cuál es la verdadera
religión o cuál la verdadera iglesia, sino aunar nuestras fuerzas para combatir
los males que a todos nos atacan.
Una mirada crítica
Jesús ya estaba en Jerusalén, lo mismo que otros 300 o 400 mil peregrinos que
llegaban a la ciudad con el objetivo de participar en la pascua. Allí se daban
cita personas de distintas regiones de Palestina y de la diáspora (judíos fuera
de Palestina). De una manera muy piadosa hacían sus oraciones, ofrecían sus
sacrificios y ofrendaban dinero según sus capacidades.
Jesús fue un judío piadoso que cumplía con sus deberes religiosos, pero no de
cualquier manera. No tuvo una fe ingenua, presa del mezquino interés de los
vividores de la religión. Fue un hombre de una fe profunda, pero de un ojo muy
crítico, para descubrir el engaño. Como decimos popularmente: “no tragaba
entero.”
La primera observación la dirigió a los escribas, a los letrados, o sea a los
intelectuales de la época. Lo hizo con un fino humor crítico muy propio de su
estilo: “¡Cuidado con los escribas! Les encanta pasearse con el traje de
ceremonia, y que les hagan reverencias en la calle; buscan el sitio de
preferencia en las sinagogas y el lugar de honor en los banquetes…”
¡Pero qué atrevido este provinciano! ¡Qué igualado!, podría decir alguno. Los
escriban eran los especialistas, los ilustrados, los doctos, los que sabían cómo
funcionaba lo humano y lo divino. Es como si a cualquier hijo de pueblo se le
ocurriera hoy criticar al alcalde, al presidente, al rector, al decano, o a
otros personajes influyentes, por su manera de vestir, por sus finos y
artificiales ademanes o por la exquisitez de su paladar. O como si a algún laico
se le ocurriera hablar del falso orgullo de aquellos a quienes les encanta
pasearse por las calles con un pectoral grande, lucir un hermoso anillo de oro
con incrustaciones de esmeraldas y un solideo romano en las ceremonias, que los
llamen monseñor y que les den el primer puesto en los eventos importantes.
Este atrevido provinciano de Nazareth, descubrió la falsedad de los escribas y
su baja autoestima que los hacía depender de las reverencias y puestos
honoríficos para sentirse valiosos. Los caricaturistas y humoristas críticos que
hoy vemos, leemos o escuchamos, tienen un gran ejemplo de inspiración para su
trabajo.
Las viudas en esa sociedad patriarcal no podían manejar sus bienes, ni
defenderse en los tribunales; así que confiaban en algún escriba para que los
administrara y defendiera. Estas “joyitas”, para ganarse la confianza de las
viudas, simulaban ser muy piadosos y cumplidores de la ley, pero utilizaban sus
conocimientos y la supuesta piedad, para abusar de ellas, engañarlas y quitarles
lo poco que tenían.
Jesús desenmascaró la mentira y el engaño que escondían detrás de sus trajes
pomposos y de su piedad socarrona. Invitó a toda la gente a tener cuidado y a no
dejarse engañar. Lo había dicho muchas veces: “sencillos como palomas, sagaces
como serpientes” (Mt 10,16); “comprendan que si el dueño de casa supiera a qué
hora viene el ladrón, no le dejaría abrir un boquete. Lo mismo ustedes: estén
preparados…” (Lc 10,39). Debía decirlo directamente: “¡Esa gente que devora los
bienes de las viudas, y sólo por aparentar hace largas oraciones, recibirá un
castigo más severo!”
Hoy podríamos decir lo mismo de tantos ladrones de cuello blanco. De muchos
profesionales que aprovechan su profesión y la ignorancia de la gente para,
engañar. Aquí no se escapa ninguno: “en todas partes se cuecen habas”, decían
nuestras abuelas. Hay sacerdotes, abogados, economistas, médicos, artistas,
científicos, etc. Los hay también muy honestos, responsables, serviciales y
entregados a su profesión, pero hay que tener cuidado. Necesitamos un ojo muy
crítico, como el de Jesús, no para juzgar, ni para echar en un mismo costal a
todos los profesionales porque algunos fallan; sí para tener cuidado y descubrir
quienes están al acecho y con quienes se puede trabajar. Necesitamos utilizar
nuestra profesión no para engañar sino para servir, y dar lo mejor de nuestra
riqueza interior.
Luego su ojo crítico lo llevó a ubicarse en un lugar estratégico del templo para
apreciar el panorama. Dirigió su mirada hacia las alcancías donde los fieles
depositaban sus ofrendas. Por las grandes cantidades de dinero que movía, el
templo se había convertido en una especie de Banco Central. Durante el tiempo de
la pascua las entradas eran más abundantes por la gran cantidad de gente que
acudía a la fiesta, especialmente por los judíos de la diáspora, quienes
disfrutaban de mejores condiciones de vida en el extranjero y daban los mejores
donativos.
Los sacerdotes, levitas y toda la jauría de hienas feroces, que se lucraban de
la piedad de la gente, así como los curiosos que se agolpan alrededor, ponían
especial interés en los ricos y en sus grandes ofrendas. Los pobres pasaban
desapercibidos. Jesús, por el contrario, resaltó la donación de una viuda pobre
y sin importancia para el común de la gente. Nuevamente estamos hablando de una
lógica distinta a la lógica del mundo, a los criterios mercantilistas (oferta y
demanda) y economicistas (inversión – ganancia, costo – beneficio). La lógica de
Jesús es la lógica de Dios: “Mis pensamientos no sus pensamientos, ni sus
caminos son mis caminos, dice el Señor” (Is 55,8)
Como estas dos viudas, la del templo y la de Sarepta, existen también hoy
mujeres “insignificantes”, que en el fondo son más valiosas que muchas caras
plásticas y divas con pies de barro.
Estas mujeres no son entrevistadas por los medios amarillistas ávidos de chivas
sensacionalistas; no son perseguidas por las cámaras y revistas sensibleras,
porque no son jóvenes bellas, ni pertenecen a la alta sociedad o a alguna casta
especial. No son influyentes, ni poseen cuentas bancarias, y sus medidas no son
60-90-60. No se casan y se divorcian a los pocos días y por tanto no se hacen
“dignas” de salir en las páginas del pseudoperiodismo que prefiere la sociedad
light.
No tienen fundaciones con su nombre ni hacen grandes donaciones económicas a las
iglesias porque sencillamente no tienen. No son letradas, ni poseen conocimiento
científico o teológico. Pertenecen a la gran masa de excluidos y bailan sin
querer el baile de los que sobran. Pero con su trabajo como madres, abuelas,
educadoras, líderes comunitarias, catequistas y ministras laicas; con su
silencio en la oración, su testimonio de vida, su entrega y su trabajo anónimo
con el cual ponen muchas veces en riesgo sus propias vidas, dan más que muchos
notables. No son unas simples colaboradoras que dan de lo que les sobra, sino
que ofrecen toda su vida y son pilares fundamentales de la Iglesia y de la
sociedad, motores de las transformaciones sociales e institucionales.
Ellas son un gran paradigma de discipulado. Ellas nos enseñan a vivir el
verdadero compromiso y el verdadero culto, pues son imagen de Cristo que se
ofreció a sí mismo por nosotros (2da lect). Hoy necesitamos discernir nuestra
manera de valorar a las personas, pues muchas veces también valoramos más a
quines tienen dinero que a quienes no lo tienen. A quienes dan buenas ofrendas
económicas, que a quines lo único que dan es su propia humanidad, pues no poseen
más. Necesitamos valorar la entrega del resto empobrecido que da su propia vida,
y entregarnos con toda nuestra humanidad a la causa de Jesús.
19.
LA GENEROSIDAD Y CONFIANZA DE DOS VIUDAS
1. "Tráeme un poco de agua en un jarro para que beba" 1 Reyes 17,10. Elías había
dicho al rey Ajab de Samaría, que había introducido en Israel el culto a Baal
inducido por Jezabel, su mujer, "¡Vive Yahvé, Dios de Israel, a quien sirvo!,
que en estos dos años no habrá lluvia ni rocío, mientras yo no lo diga". Y se
escondió en una caverna junto al torrente Querit, donde los cuervos le trajeron
comida.
2. Elías bebía agua del torrente hasta que el pequeño río se secó. Había dicho
el Señor al pueblo, al salir de Egipto: "La tierra en que vas a entrar no es
como el país de Egipto donde se riega como se riega un huerto de hortalizas...
La tierra que vais a ocupar es un país de montes y valles, que bebe el agua de
la lluvia del cielo. De esta tierra se cuida Yahvé tu Dios... Con toda
seguridad, si vosotros obedecéis puntualmente los mandamientos que yo os
prescribo hoy, yo daré a vuestro país la lluvia en tiempo oportuno, lluvia de
otoño y lluvia de primavera" (Dt 11,10). En un país tan seco como Palestina, la
vida depende de la lluvia. Si hay lluvia hay trigo y harina y cosechas
diferentes. Pero para el pueblo idólatra, Baal es el dios de la lluvia.
3. Dijo Israel: "Me iré detrás de mis amantes, los que me dan mi pan y mi agua,
mi lana y mi lino, mi aceite y mis bebidas" (Os 2,7). “La esposa infiel no
reconoció que era yo quien le daba el trigo, el mosto y el aceite virgen" (Ib
2,10). Los dos textos anteriores concretan la dialéctica de la predicación de
Elías. El problema está planteado en quién es el verdadero Dios: ¿es Baal, o es
Yahvé, el Dios de Elías?
4. Al pueblo que cree que es Baal quien le da la lluvia y las cosechas, y no
obedece al Dios verdadero que se las da, hay que persuadirlo de que es todo al
revés. Y el profeta se empeña en un esfuerzo titánico por salvar la fe de su
pueblo, fe que hay que extender a todo el mundo, también a los gentiles, y ese
es el sentido que encontramos en el diálogo del profeta con la viuda de Sarepta
en Sidón, a la que le pide agua y pan, que ella con generosidad y sacrificio
suyo y de su hijo, ofrece a Elías, en paralelismo evidente con la otra viuda
pobre del evangelio, que "ha echado en el cepillo todo lo que tenía para vivir".
5. El Señor le va proponiendo al profeta lo que tiene que hacer y dictando los
pasos que tiene que dar. Elías, hombre de gran confianza, es sumamente receptivo
al Espíritu y todo va saliendo según el designio de Dios: "Vete a Sarepta y mora
allí, he dado orden a una viuda de que te alimente". Y "ni la orza de harina se
vació, ni la alcuza de aceite se agotó".
6. El gazofilacio o tesoro del Templo estaba situado en el atrio de las mujeres
y constaba de trece grandes huchas en forma de trompetas con una gran boca capaz
para recibir las distintas especies de ofrendas. Los ricos llegaban con
ostentación acompañados por sus siervos y alardeando de la cantidad de sus
dádivas. "Jesús observaba a la gente que iba echando dinero". Ni los ricos
pensaban que Dios veía sus ofrendas, ni la pobre viuda podía creer que estaba
causando la admiración de Dios. Jesús es Dios. Obramos tantas veces
prescindiendo de la mirada de Dios, como si El fuera un ausente, que nos resulta
fácil prescindir de la caridad, de la justicia y de las demás virtudes. Si, como
Santa Teresa, tuviéramos la seguridad y la visión de que estamos dentro de Dios,
"en él vivimos, nos movemos y existimos" (He 17,28) y que somos espectáculo, no
sólo de sus ojos, sino también de los moradores del cielo, cuando quebrantamos
su ley nos sentiríamos tan afligidos y acomplejados y sucios, que nos
detendríamos ante el pecado. -¿Te ha visto alguien?, preguntaba a veces y, con
desconfianza y seguridad, me respondían: -No, padre. - Te ha visto Dios. Jesús
está observando con alegría o con dolor, nuestra virtud o nuestra injusticia. La
gente piensa: con tal de que no se sepa… y se miente, se disimula, se finge, se
cumple para que se vea, y se hace lo que se ha de ver.
7. Jesús pone en evidencia la vanidad de los letrados, que buscan los asientos
de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes, y devoran los
bienes de las viudas, para resaltar más la actitud contraria de la viuda pobre,
que echó dos céntimos en el cepillo. Jesús la alabó porque había dado lo que
necesitaba, mientras los otros daban de lo que les sobraba: "Ha echado en el
cepillo más que nadie" Marcos 12,38. Nunca dos céntimos valdrán más que dos
millones, cosa que Jesús tampoco cree. Pero sí que el corazón de la viuda vale
más que todos los otros juntos. Jesús quiere que pensemos en la actitud del
corazón. En las motivaciones de nuestros actos. En la mirada de Dios.
8. "El que poco siembra, poco segará" (2 Cor 9,6). Para la siembra no
necesitamos campo mayor que Cristo, que quiso que se sembrara en él mismo.
Nuestra tierra es la Iglesia; sembremos cuanto podamos y sembrémonos si queremos
que nuestra siembra y cosecha duren, que para eso nos envía, para que demos
fruto que dure, que no sea flor de un día.
9. Zaqueo fue un hombre de gran voluntad y su caridad fue grande. Dio la mitad
de sus bienes en limosnas, y se quedó la otra mitad para devolver lo robado. Dio
mucho y sembró mucho. ¿Y la viuda que dio dos reales? Tenía menos dinero, pero
igual voluntad, y entregó sus moneditas con el mismo amor que Zaqueo su
patrimonio. Entregaron cantidades diversas, pero salían de la misma fuente: la
voluntad.
10. ¿Y el que no tiene nada? Podrá sembrar algo, para recoger después. El que da
un vaso de agua fría recibirá su recompensa. Los cristianos, debemos esforzarnos
en transferir los bienes de la tierra al cielo, sabiendo que encomendamos
nuestros bienes a un Dios inmortal.
11. "El Señor, que sustenta al huérfano y a la viuda", nos da hoy su mensaje de
generosidad a través de dos viudas Salmo 145. Junto a los huérfanos, las viudas
representan en la Biblia, los seres más indefensos, y por lo mismo, los más
cuidados por la inmensa Providencia de Dios. Encontramos un copioso centón de
textos que lo prueban: "No haréis daño a la viuda ni al huérfano" (Ex 22,22).
"Aprended a hacer bien, buscad lo que es justo, socorred al oprimido, haced
justicia al huérfano, amparad a la viuda" (Is 1,17)."Esto dice el Señor: Juzgad
con rectitud y justicia, y librad de las manos del calumniador a los oprimidos
por la violencia, y no aflijáis ni oprimáis inicuamente al forastero, ni al
huérfano, ni a la viuda" (Jr 22,8). "Honra a las viudas" (1Tim 5,8); "La que
verdaderamente es viuda y desamparada, espere en Dios, y ejercítese en plegarias
noche y día" (Ib 5,5). "Si alguno de los fieles tiene viudas entre sus
parientes, asístalas, y no se grave a la Iglesia con su manutención, a fin de
que haya lo suficiente para mantener a las que son verdaderamente viudas" (Ib
5,16);
12. En esta misma línea de la Escritura se pronuncia San Gregorio Magno en sus
Morales, 19,12. "Muy piadoso es consolar a las viudas". Y San Ambrosio: "Nada
más hermoso que una viuda que guarda fidelidad al difunto esposo". "Difícil es
la viudez, mas no para quien comprende la ley del verdadero amor", sentencia San
Gregorio Nazianceno. Y San Juan Crisóstomo considera: "Poderosas las lágrimas de
la viuda; porque pueden abrir el mismo cielo". ¿Tendría presentes las palabras
del obispo africano con las que consoló a Santa Mónica, viuda, que las derramaba
por su hijo perdido Agustín?
13. En las catacumbas de San Calixto hay una estela impresionante en honor de
Santa Commodilla, viuda, en la que se ven junto a la Madre de Dios, entronizada
con el Niño, los santos Adaucto y Félix, que conducen a la matrona Turtura,
ataviada de púrpura, hacia la Virgen. La propia Turtura lleva en sus manos,
ocultas bajo el vestido, un rollo, símbolo de los Mandamientos. En la parte
inferior se leen unos versos que el hijo, único, dedicó a su madre: «Toma,
madre, las lágrimas y los gemidos de tu hijo, que ha quedado en la tierra, y ve
que, después de la muerte del padre y durante 86 años, has guardado casta
fidelidad en tu viudez; e hiciste de madre y de padre al mismo tiempo para el
hijo, en cuyo rostro revivía el esposo para ti. Turtura es tu nombre, y has sido
una verdadera tórtola, para la que no hubo otro amor después de la muerte del
padre. Esto es lo mejor que pueda decirse en loor de una mujer, y lo has hecho
realidad. Aquí descansa en paz Turtura que vivió hasta los 60 años.»
14. Y si las viudas son tan consideradas por Dios en el Reino y clasificadas
entre las más pobres, pierden en el cielo, el vínculo que las unió en la tierra,
del que Cristo dijo que lo que “Dios ha unido no lo separe el hombre, es la
muerte la que lo rompe, qué hacemos de la palabra de Dios? Si la muerte del
marido o de la esposa, que es el fin legal del matrimonio, rompe el vínculo del
amor matrimonial, ¿rompe también el vínculo del amor, que es más fuerte que la
muerte? En el cielo permanece el vínculo que unió a dos personas en la tierra,
aunque transfigurado. Jesús respondió a los saduceos que serán como ángeles en
los cielos» (Mc 12, 25). El matrimonio no termina del todo con la muerte, sino
que es transfigurado, espiritualizado, así como los vínculos entre padres e
hijos, o entre amigos. La liturgia proclama: «La vida no termina, sino que se
transforma». El matrimonio, que es parte de la vida, es transfigurado, no
anulado. Tras la muerte el bien permanece, el mal desaparece. El amor que les
unió, tal vez hasta por poco tiempo, permanece; los defectos, los sufrimientos
que se infligieron desaparecen. Es más, este sufrimiento, aceptado con fe, se
convertirá en gloria. Los esposos experimentarán sólo cuando se reúnan «en Dios»
y sólo en Dios, el amor verdadero y el gozo y la plenitud de la unión que no tal
vez no gozaron en la tierra.
15. En mi no corta vida he podido comprobar el cuidado solícito de la
Providencia del Padre que cuida de los lirios y de los jilgueros y cuervos,
hacia la debilidad, representada en las viudas indefensas, que se abandonan,
como anawim, en manos de Yahvé. Y la enseñanza que hoy nos proporcionan estas
viudas es la de confiar siempre en Dios, gozando de estar en buenas manos.
Cuando Dios me eligió fundador de una Congregación religiosa, en medio de
pruebas y contradicciones dolorosas, me dijo un sacerdote muy amigo: -Yo no me
habría embarcado en ese avispero. Pasados los años duros, ahora mismo, olvidando
su postura de entonces, me dice, cuando él ha tenido que recurrir a una
residencia, que es lo último que deseaba: -Tú tienes a las hermanas. Yo no lo
pretendía ni lo intentaba, nada más lejos. Pero es la realidad experimentable
por el que se abandona a la Providencia, como esas dos viudas de Sarepta y de
Jerusalén, que hoy nos aleccionan en su generosidad y abandono en las manos de
Dios. Me parece que no estaría muy lejos del pensamiento de Jesús, Ana, la viuda
que le cantó chiquitín en el Templo, la viuda de Naím que lloraba a su hijo
muerto, y, desde luego veía a su madre, ya viuda, y la presentía viuda y
desolada en el Calvario. ¡Qué dolor más íntimo e intenso! ¡Redentor!
16. Dichosos los desamparados, los abandonados, los que se ven sumidos en la
soledad y el abandono, los que ya se doblan por el peso de sus cansancios y
fatigas, los que luchan sin poder evitar sus caídas, los aplastados por el
sistema, los que no tienen padrinos, los olvidados, los que se quedaron a la
puerta deseando pescar las migajas de los opulentos de dinero o de poder, los
que siendo fuente para todos, se quedaron sin una gota de consuelo cuando
tuvieron sed, los que no contaban para nada, los sometidos a los tiranos, los
marginados que no vieron nunca ni una fugaz recompensa, porque Jesús observa,
porque Jesús les privilegia, porque Dios está de su parte, porque no están sus
cuitas escondidas a sus ojos, porque él sí que es justo; y los ricos de honores
e influencias, esperarán una gota de agua como el epulón, cuando vean a Lázaro a
quien, ni siquiera vieron a la puerta de su casa porque ellos sólo veían y
buscaban la compañía de los presidentes y de los ricos y de los súper
protegidos, y sólo veían a los que siempre en primera fila manejaban el
turiferario con maestría maquiavélica de estómagos agradecidos, dichosos, sí,
dichosos y bienaventurados, porque "el Señor hace justicia a los oprimidos y
trastorna el camino de los malvados, porque no nos abandona en la vejez y en las
canas".
17. Vivamos como Jesús, que se da y se nos da todo, y que no nos quita nada,
sino que nos da todo e "intercede por nosotros, y se ofrece para destruir el
pecado con el sacrificio de sí mismo" Hebreos 9,24, y démonos nosotros, con su
gracia. El que tiene consejo, consejo, el que tiene sabiduría, sabiduría, el que
tiene dinero, dinero, y el que tiene alegría y caridad, alegría y caridad.
Sirvamos al Señor de balde y con todo lo nuestro, que El nos dará el ciento por
uno.
JESUS MARTI BALLESTER