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H O M I L Í A S 

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DOMINGO XXXI
TIEMPO ORDINARIO

CICLO A

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El capítulo 23 de Mateo contiene una serie de invectivas de rara violencia contra los escribas y fariseos, en un crescendo que alcanza tonos incluso brutales.

Alguno se frota las manos: les está bien a estos enemigos de Cristo y a estos oponentes fanáticos de su misión. Precisamente al final de su vida, Jesús ha decidido arreglar las cuentas con ellos y les lanza a bocajarro algunas verdades que dejan señal, una especie de retrato antipático en el que puedan reconocerse. Era necesario, además, que al menos una vez el Maestro "manso" explotase y dijese abiertamente lo que pensaba de esta chusma.

Algún otro se queda perplejo y un poco desconcertado. Advierte, en las palabras llenas de fuego, la exageración y sobre todo el peligro de generalizaciones indebidas y burdas. Hagamos. pues, algunas observaciones preliminares.

1. Jesús no discute la autoridad de estos maestros y la legitimidad de su enseñanza. Tampoco invita a la desobediencia. Solamente les advierte para que no imiten su conducta. Además exhorta a tomar en serio sus lecciones: "Cumplid lo que os digan". Dice P. Bonnard: "Lo que se les echa en cara no es la doctrina, sino la hipocresía". 

2. Estas páginas de Mateo han sido escritas en el interior de una Iglesia en la que la tensión con los ambientes oficiales judíos alcanza niveles preocupantes hasta lindar la ruptura definitiva, y las polémicas cada día se hacen más ásperas. Por lo que reflejan, sobre todo, la situación de las primeras comunidades, en conflicto incurable con la sinagoga.

"En esta forma violenta actual la invectiva refleja más la voz de los predicadores eclesiásticos que la del Salvador... El capítulo es una prueba de la predicación antijudía de la primitiva Iglesia". (O. da Spinetoli).

3. En cualquier caso Jesús, más que arreglar cuentas con sus adversarios, ha querido denunciar las desviaciones, las deformaciones de ciertos comportamientos religiosos. Más que tomársela con unas personas concretas, ha pretendido golpear al fariseísmo como enfermedad del espíritu, que ataca a hombres y a instituciones de todos los tiempos (y ninguna área religiosa puede considerarse inmune del contagio) .

Pero veamos cada uno de los capítulos de la acusación.

-Incoherencia. "No hacen lo que dicen". Maestros irreprensibles, pero modelos impresentables.

Lo que dicen no es falso. Pero sus obras desmienten las palabras.

La tradición hebrea siempre ha indicado la relación justa con la ley mediante cuatro verbos: «aprender», «guardar», «enseñar», «hacer».

Un dicho rabínico dice así: «Son hermosas las palabras en la boca de quien las pone en práctica».

Jesús condena una enseñanza sustancialmente ortodoxa, pero que no está acompañada, ilustrada por una praxis igualmente ortodoxa.

La doctrina puede ser verdadera, pero el maestro que la enuncia correctamente puede ser falso.

-Doble medida. Legalismo opresor, juridicismo fiscal frente a los demás, e indulgencia y hábiles escapatorias para sí mismos. «Lían fardos pesados e insoportables y se los cargan a la gente en los hombros, pero no están dispuestos a mover un dedo para empujar». Nos podemos imaginar la escena de un amo que prepara un fardo destinado a caer sobre las espaldas, ya magulladas, del esclavo.

Este ya no es el yugo de la torá, ni el yugo de Dios, como se quería hacer creer, porque aplasta al hombre y no puede ser tomado con alegría. Se trata de un acto arbitrario, de abuso de autoridad disciplinar con perjuicio de los débiles, llevado a término por quien, astutamente, encuentra pretextos para dispensarse a sí mismo.

«Liar» aquí significa «declarar obligatorio» (¡para los otros!).

-Ostentación religiosa, vanidad y ambición. "Todo lo que hacen es para que los vea la gente: alargan las filacterias y ensanchan las franjas del manto; les gustan los primeros puestos en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas; que les hagan reverencias por la calle y que la gente los llame 'maestro '".

La acusación inicial «todo lo que hacen es para que los vea la gente», se especifica con distintos ejemplos que pueden definirse así: gestos espectaculares de piedad. Las filacterias eran una especie de estuches cuadrados normalmente de piel que contenían tiras de pergamino en las que estaban escritos cuatro textos bíblicos importantes (Dt 11, 13-22; 6, 4-9; Ex 13, 2-10; 13, 11-16). Al cumplir los trece años, el israelita varón lleva por la mañana, a la hora de la oración, una cajita sobre la cabeza y otra en el brazo izquierdo. Pero había beatos que llevaban las filacterias durante todo el día, y las hacían grandes para ser vistos.

Las «franjas» son los cuatro flecos colocados en los bordes del manto y unidos por un cordón morado.

La palabra «rabí» con que saludaban a los personajes más importantes, se puede traducir por «maestro mío» o «mi señor» (prácticamente, ¡nuestro «monseñor»!). En cuanto a las ventajas y privilegios, hay que advertir que «en una sociedad, en su mayoría religiosa, era fuerte la tentación de los observantes y devotos de aprovecharse en el plano social y personal del prestigio que se deriva tanto del papel religioso como de las prácticas devotas» (R. Fabris).

La religión se convierte así en un hábito (vistoso) que cubre intereses personales más bien bajos. La práctica religiosa se usa con fines egoístas. Sobre todo, se instrumentaliza a Dios con el fin de construirse el propio monumento. Como se ve, se trata de un cuadro muy severo e inquietante.

Pero, atención, pues cada uno ha de tomar como dichas a él esas palabras tajantes. Ninguna de ella puede echársele en cara al vecino. El destino único es nuestro. Cada uno de nosotros debe sentirse acusado por esas expresiones vapuleantes. Sirven para localizar al fariseo que está agazapado en el secreto de nuestras vísceras.

Y al llegar aquí salta un brusco «vosotros, en cambio...». O sea, debemos hacer exactamente lo contrario de lo que ha sido condenado antes. Ante todo, un poco de coherencia (o de pudor). Evitar el rigorismo inhumano (oh, si en ciertas cátedras moralistas y en ciertos confesonarios hubiese un poco más de competencia. No me refiero a la competencia abstracta y libresca en una materia específica, sino a la competencia en cuanto a vida, de situaciones concretas, de problemas angustiosos, de dramas como los que viven realmente esos pobrecillos sobre los que cargamos ciertos pesos intolerables y a quienes endosamos ciertas sentencias crueles...).

Lo inhumano, el frío acto de acusación, el sentenciar desasido, la rígida aplicación de principios abstractos, ciertamente no promueven la gloria de Dios, y constituyen una traición precisamente a aquella ley que querría hacerse respetar.

Y además, modestia, discreción. Convencerse de que el hábito no llega a cubrir el vacío. Que debemos ser "reconocidos" por los valores que llevamos dentro, no por lo que nos echamos encima. Que -según el lenguaje de los monjes antiguos- un "portador de hábitos" no es necesariamente un "portador de Dios".

Finalmente, desinterés, olvido de sí, reprobación inexorable de todas las pequeñas o grandes vanidades que afloran bajo la costra de nuestras "obras".

Al cuadro negativo de una religiosidad vacía, arrogante, pomposa, formalista, caracterizada por la exterioridad y por un legalismo inútilmente cruel, dominada por hombres ávidos de poder, honores y triunfos, Cristo contrapone el cuadro de una comunidad evangélica, de la que surgen las verdaderas, radicales exigencias de su mensaje; en donde los miembros se reconocen hermanos (advirtamos que el mandato "vosotros, en cambio, no os dejéis llamar "maestro", porque uno solo es vuestro maestro", no viene seguido por la conclusión "y todos vosotros sois discípulos", sino «todos vosotros sois hermanos»); en donde no hay hinchados poseedores de la verdad, sino humildes y apasionados buscadores; en donde hay abundancia de "ministros de la paciencia de Cristo"; en donde los responsables reivindican el colosal privilegio de servir; en donde la grandeza está medida por la... pequeñez; en donde la "carrera" esta determinada por los impulsos de... caridad; en donde quien ejerce la autoridad no oscurece y no tiene la pretensión de sustituir la única presencia del único jefe, sino que la hace visible, casi sensible, con su trasparencia y su capacidad de "desaparecer"; en donde nadie pretende dominar o controlar y manipular a los otros; en donde los únicos títulos válidos son los de la fe y... del "aspirante cristiano". Quede bien claro que quien ha escrito estas lineas no ha logrado todavía salir del primer cuadro.

Lo admito tranquilamente. También yo soy un fariseo. Y si queréis ser generosos en lo que a mí respecta, consideradme como un "fariseo arrepentido", con una vehemente nostalgia... de lo que todavía no soy.

ALESSANDRO PRONZATO
EL PAN DEL DOMINGO CICLO A
EDIT. SIGUEME SALAMANCA 1986.Págs. 228-231
 

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