REFLEXIONES
 

 

1. 

CONTENIDO DOCTRINAL

Los cuatro domingos marcados por el "camino hacia Jerusalén" hallan hoy su culminación. La referencia topográfica es lo bastante importante para que ninguno de los sinópticos la olvide: Jericó. 

El hecho -con variante- es también el mismo: Jesús ilumina al ciego -o ciegos, según Mateo- para que puedan caminar con él hacia Jerusalén. 

El leccionario destaca en la perícopa evangélica la plegaria del ciego: "Maestro, que pueda ver". La primera lectura, en cambio, recoge las palabras proféticas que anuncian la obra de Jesús: "Entre ellos hay ciegos y cojos... una gran multitud retorna". Se trata, en efecto, del retorno a la tierra prometida, después del durísimo destierro; se trata de una nueva reunión... "de los confines de la tierra", porque "el Señor ha salvado a su pueblo" (1. lectura). Cierto, "el Señor ha estado grande con nosotros..." (responsorial).

Es interesante notar que no hay, en el evangelio, ninguna orden de guardar secreto. Podríamos decir que ha llegado el momento en el que ya no hay el peligro de entender el mesianismo de Jesús de un modo equivocado. Está muy claro que Jesús es el Siervo que "pone su vida" (evangelio del pasado domingo). ¡Ahora se hace la luz! El ciego de Jericó es una figura del cristiano (paralela a la del sordomudo a quien Jesús dijo: "¡Effetá!"). Anuncia, desde ahora, el acto de fe del centurión que, al morir Jesús, será iluminado para decir: "Este hombre era el Hijo de Dios". Anuncia la multitud de iluminados, es decir, bautizados, que durante veinte siglos han sido y somos objeto de la misericordia de Jesús, y que nos esforzamos para seguirle, participando de su misterio pascual, en este camino donde El nos ha precedido, hacia la Jerusalén de la gran congregación universal.

ACTUALIZACIÓN

Las referencias al camino, a la luz, al retorno, a la acción transformadora de Dios, a la ciudad de la gran congregación, están llenas de posibilidades para una actualización de las lecturas de hoy. Sugiero dos quizás más adecuadas a la lectura continuada del evangelio y a la época litúrgica en la que estamos..

La primera, en torno al tema del camino. Aquí el camino es la vida de Jesús, culminado en el misterio pascual, del que El tantas veces nos anuncia su proximidad, a la vez que nos invita a la participación. El salmo, desde las imágenes del pueblo que retorna, explica muy bien este camino: es un "sembrar con lágrimas" (¡qué expresiva es la narración de Lucas cuando habla de Jesús que "lloró al aproximarse y ver la ciudad", Lc 19, 41!), pero también "cosechar entre cantares" (véase Jn 16, 20-22). Sólo cuando Jesús ilumina, puede entonces el hombre ver claro que éste es el camino; y a nosotros, a pesar de estar ya "iluminados", nos es preciso invocar el Señor como "nuestro Maestro": ¡Que pueda ver!. Lo hacemos hoy en la oración colecta. De otro modo, o nos quedaremos sentados pidiendo limosna a cualquiera que pase, o nos dejaremos atemorizar por tantas personas y cosas que procuran hacer callar nuestra plegaria (véase el evangelio).

JERUSALEN/CIUDAD: La segunda, en torno a la ciudad hacia donde nos dirigimos, el término del camino. El próximo viernes, 1 de noviembre, solemnidad de Todos los Santos, el prefacio nos traerá estas palabras: "Hacia ella -la Jerusalén celeste-, aunque peregrinos en un país extraño, nos encaminamos alegres, guiados por la fe...". La ciudad de Jerusalén es una de las imágenes bíblicas más sugestivas para hablar de lo que es la realidad inefable del cielo. 

Una ciudad es seguridad, relación, comunión de vida... Aquel hombre carismático que fue Giorgio la Pira, alcalde de Florencia, decía un día que toda ciudad terrena, sobre todo cuando se ve de noche iluminada, es un anuncio de la Jerusalén celeste. En la homilía de hoy, esta referencia al término del camino de nuestra vida, allí donde el Señor y los santos "cosechan entre cantares" situará a la comunidad cristiana en el ambiente de la preparación a la fiesta.

REFERENCIA SACRAMENTAL

El texto de la postcomunión de este domingo ofrece una pauta espléndida para introducir a la asamblea en la participación de la eucaristía, después de la liturgia de la Palabra.

"Lleva a su término en nosotros lo que significan estos sacramentos", es decir, la realidad de la nueva y eterna alianza en Jesucristo, la comunión desde ahora con El, en el ESpíritu Santo; y lo que "celebramos ahora en estos ritos sagrados", es decir, el misterio pascual de Cristo, su tránsito a la derecha del Padre", "para que un día poseamos plenamente cuanto celebramos ahora", es decir, en la plenitud de la luz, cuando la fe se transformará en visión, y el camino en puerta abierta de par en par.

PERE TENA
MISA DOMINICAL 1985, 20


2. RAZON/FE

Cuando se abusa de la religión hasta sofocar y descalificar el uso de la razón, es comprensible que ésta tome la revancha incordiando y desacreditando la religión. Este planteamiento, que subyace en la historia y en la génesis del racionalismo moderno, resulta a la vez de una ingenuidad terrible. Pues razón y fe no son más que dos dimensiones, dos posibilidades genuinamente humanas. Se puede creer y se puede pensar en serio sin creer, al menos, en la capacidad de la propia razón.

Sin embargo persiste la ingenuidad y, lo que es peor, el enfrentamiento entre la razón y la fe, los partidarios de una y otra, como si se tratara de un alternativa insuperable. Hay creyentes, al parecer, convencidos de que lo principal es la fe y que la razón sería no más que una facultad subsidiaria o complementaria. Piensan que se puede creer al margen de la razón e incluso que para creer hay que prescindir de la razón. ¡Cómo si el sujeto de la fe no fuera el "animal racional", sino un insensato cualquiera! Pero hay también quienes, un tanto escamados del dogmatismo y abuso de los creyentes, apuestan por la razón y se sienten constreñidos a prescindir de la fe. ¡Como si el hombre para ser racional tuviera que despojarse de su condición humana! Cuando un creyente prescinde de la razón, su fe es ciega. Mejor dicho, no es fe, sino ceguera, obcecación, fanatismo. Tal actitud suele nacer del miedo (¿miedo a que le quiten la fe?) o de la comodidad: resulte más cómodo creerse todo (o sea, todo lo que a uno le conviene) que creer en algo (que le compromete). Y cuando el hombre prescinde de la fe para ser más racional, se convierte en racionalista, que es otro modo de fanatismo, pues es fe ilimitada en la razón. 

Entre ambos fanatismos, equidistantes, se sitúa el hombre racional y creyente. Entre ambos extremos, ambas cegueras, está el hombre crítico. La fe hace posible y aun aumenta el ejercicio de la razón, y ésta posibilita una fe auténtica y responsable. Pues lo razonable es que la razón reconozca sus límites y que la fe reconozca y estimule el uso de la razón.

EUCARISTÍA 1982, 48




3. PO/CEGUERA CIEGO/PO

Dame, Señor, tu mano guiadora.
Dime dónde la luz se esconde.
Dónde la vida verdadera. Dónde
la verdadera muerte redentora.

Que estoy ciego, Señor, que quiero ahora
saber. Anda, Señor, anda, responde
de una vez para siempre. Dime dónde
se halla tu luz que dicen cegadora.

Dame, Señor, tu mano. Dame el viento
que arrastra a Ti a los hombres desvalidos.
O dime dónde está para buscarlo.

Que estoy ciego, Señor. Que ya no siento
la luz sobre mis ojos ateridos
y ya no tengo Dios para adorarlo.

JORGE LÓPEZ
DIOS ENTRE LA NIEBLA


4.

Hay un momento desagradable, profundamente desagradable en esta escena evangélica. Xto. salía de la ciudad de Jericó acompañado de mucha gente. No olvidemos que, por entonces, Xto. triunfaba ante la afición: multiplicaba panes, curaba enfermos, hacia milagros...

Tenía partidarios: unos pocos que eran partidarios de su doctrina y de su persona con todas sus consecuencias, y otros... los de siempre: el grupo de forofos de ocasión que eran partidarios de sus panes, de sus milagros, etc.

En esto aparece el ciego mendigo sentado al borde del camino y se pone a gritar pidiendo compasión.Y se produce el hecho penoso, profundamente desagradable: uno de estos gestos en que queda al descubierto nuestra miseria humana...

No me refiero a la escena del ciego que grita. Esto no es lo más desagradable, ni mucho menos. Lo deprimente es lo que ocurre a continuación. Lo deprimente corre a cargo de los individuos eufóricos y satisfechos que rodean y acompañan a Cristo. Lo deprimente es que estos hombres se enfurecen contra el ciego mendigo que grita su desgracia, y le dicen que se calle. Esta es la miseria humana. Estos son los verdaderamente miserables de la escena. Mucho más ciegos que el ciego, porque estos no quieren ver que hay ciegos; les molesta mirar y pensar en la desgracia del prójimo. Mucho más pobres que el mendigo, porque la pobreza de esos no esta en sus ropas ni en su calzado, sino en su corazón.

¡Que se calle ese estúpido ciego, que se calle! Los bien comidos y bien vestidos de Jericó, los listos que sabían por donde moverse en la vida (en este caso arrimados a Cristo, quien sabe por qué), enmudeciendo al pobrecillo que no sabe por donde ir, ni cómo vivir, que sólo tiene su grito. La gente de Jericó.

No se trata solamente de los de Jericó. Se trata de muchos de nosotros que vamos satisfechos por la vida; se trata también de bastantes de nosotros que nos juntamos al grupo en que va Cristo; de muchos de nosotros que no queremos que se oiga el grito de los necesitados.

¡Que se callen! No oír, no ver, no enterarse de las enormes desgracias humanas. Queremos que nos dejen tranquilos. En Jericó y también en ...... Que nos dejen incluso ir detrás de Cristo sin pararnos a ver qué le ocurre al necesitado. Que no le oigamos, que no sepamos lo que le pasa, porque entonces... vamos a perder nuestra tranquilidad de conciencia!


5.

"El milagro de la curación del ciego adquiere un valor simbólico. Es el hombre que, desde lo profundo de su encierro, reconoce en Jesús al Mesías y al Maestro. La Palabra de Jesús le devuelve la vista como símbolo de la fe que antes ha puesto el Padre en su corazón.

Este hombre, nota Marcos, "lo seguía por el camino". Sólo con fe se puede acercar el hombre con Jesús hasta Jerusalén, es decir, sólo con fe se puede participar del misterio de JC. El camino hacia Jerusalén, por otra parte, es el cumplimiento del gran retorno de los desterrados (1. lectura). Jesús es el avanzado de una caravana inmensa que retorna hacia el Padre (nótese la relación con Juan 11, 52), y que tiene en la nueva Jerusalén el lugar de su asamblea"

..............

EL CIEGO QUE VE.

Recordaba recientemente J.M. Ballarín - en un artículo publicado en el diario "Avui"- que Francisco de Asís dictó su cántico al sol cuando ya estaba ciego. Y que Juan de la Cruz dictó su "Cántico espiritual" -hablando de "montes y riberas", de "bosques y espesuras", de "flores y verduras"- después de pasarse meses encerrado en una prieta prisión sin luz. La moraleja es: el anhelo de ver, de vivir, de amar, puede romper la muralla de la habitual ceguera, de la rutina cotidiana, del egoísmo que nos corroe. Todos somos ciegos, pero todos podemos hallar la luz para caminar.

Es preciso anhelar la salvación, desearla, para acogerla. Es el ejemplo del ciego Bartimeo. Gritar, gritas -aunque los que nos rodean nos exhorten a callar- para romper y superar las murallas que nos rodean. El evangelio no será nunca acogido por los que creen ver, sino por los que se saben ciegos, paralíticos, leprosos.... Es la gran lección del Evangelio. El ciego ve porque quiere ver -porque tiene fe-; y así puede seguir el camino de vida que es el de JC.

Quizá la homilía podría buscar caminos de aplicación en esta línea. Hay cantidad de ejemplos a proponer (evidentemente, adaptados a cada situación). Situaciones de relación familiar -entre esposos, entre padres e hijos, con los abuelos- que parecen cerradas a caminos de mejora. ¿Por qué no pedir "Señor, ten compasión" y levantarse y seguir el camino de amor que es el camino de JC? Situaciones de enfrentamiento en una realidad social, política: ¿es solución quedarse cada uno en la simple reivindicación de su posición? ¿No sería más cristiano reconocer la culpa que a todos afecta, creer en posibles soluciones, ponerse a trabajar abiertos a la esperanza? Me parece que nuestra sociedad necesita esta invitación a superar toda ceguera para hallar el camino. Camino sin duda difícil, como lo fue el de JC. Pero de nada sirve continuar "sentado al borde del camino". La salvación que Dios ofrece exige levantarse y caminar.

JOAQUIM GOMIS
MISA DOMINICAL 1979, 20


6. Introducción 

Hermanos: Nada hay más hermoso en la vida que poder ver: ver el rostro de la madre, ver la sonrisa de un niño, ver los ojos de la persona amada. Ver el sol, la naturaleza, la obra de los hombres... Y para ver nos ha llamado Jesucristo. Para ver la vida desde una perspectiva especial. Sentados a la vera del camino, aquí estamos hoy para decirle a Jesucristo: Señor, queremos ver. Haz que nuestra vida tenga sentido...

SANTOS BENETTI
EL PROYECTO CRISTIANO. Ciclo B. 3º
EDICIONES PAULINAS.MADRID 1978.Págs. 352


7.

La tierra prometida es conquistada abandonando Jericó. Pero no debemos olvidar la ambientación de la escena: Jericó y el camino.

La llamada «ciudad de las palmeras» es una de las más antiguas de Palestina. Fue reconstruida -a pocos minutos de distancia de las ruinas antiguas- por Herodes el Grande, que murió allí, y embellecida con cierta suntuosidad por su hijo Arquelao.

Es la ciudad más baja del mundo, encontrándose a trescientos metros bajo el nivel del mar, en la depresión del valle del Jordán, al norte del Mar Muerto. Está separada de Jerusalén por el desierto de Judá, atravesado por un camino impracticable de unos 37 kilómetros (en donde Lc ambienta la parábola del Samaritano). Hay estacionada una guarnición romana. Es un oasis fertilísimo. Respecto de Jerusalén suele tener una temperatura de unos 10 grados más de calor. Lo cual, especialmente en el período invernal y de lluvias, representa una gran ventaja.

Jericó se convierte de este modo en una estación de descanso muy frecuentada. Lagrange, como buen francés, no duda en calificarla la Niza de Judea. Especialmente en el período de primavera -el tiempo del viaje de Jesús- su llanura, con sus famosos jardines, presenta un panorama inolvidable. Sin embargo, este cuadro sugestivo está atravesado por el camino áspero que sube hacia Jerusalén.

Jesús parece tener prisa (en definitiva es él, más que Mc quien apresura el tiempo). No puede detenerse para gozar de este espectáculo encantador. La meta es otra y él debe conseguirla, aunque no sea ciertamente muy halagüeña. Jericó se puede convertir en la tentación del descanso. Por ello entra, pero para salir inmediatamente, como si temiera la seducción.

Por otra parte, precisamente en el camino, de una manera que se diría precipitada, realiza el último milagro de curación señalado por Mc. No creo que el simbolismo esté en el abrir los ojos (como si el seguimiento, en esta fase decisiva, comporte la necesidad de ver claro).

El simbolismo está en el milagro, independientemente del tipo de curación. De hecho Jesús parece querer dejar este último signo de poder, antes de revestirse voluntariamente con la debilidad de la pasión. No es un débil el que se entrega en manos de los enemigos.

Es el «fuerte» que cree que hay que vencer con la debilidad y la derrota. Creo que ha dado en la clave Lohmeyer cuando define este relato como un «episodio regio». Sí, Jesús asume una actitud regia. Baste pensar en el gesto de mandar llamar al mendigo. Pues bien, este rey va a sentarse en un trono de infamia. «Y lo siguió por el camino» (v. 52). Un discípulo más. En un momento importante. Bartimeo ha comprendido que aquella no era la estación del descanso. En Jericó entonces debía haber muchos curiosos, muchos ociosos. Estos acompañan a Jesús durante un trozo del camino, lo acompañan hasta el límite de «la ciudad de las palmeras». Cuando el camino se adentra en el desierto, se vuelven hacia el oasis reconfortante. Solamente el ciego se encuentra con fuerza para afrontar aquel itinerario tan poco turístico. Indudablemente es una amonestación para todos aquellos que pretenden seguir a Jesús. La tierra prometida, por esta vez, se puede conseguir no conquistando, sino abandonando de prisa Jericó.

PROVOCACIONES 

1. Era de esperar. Discuten si el manto le tenía puesto o le servía para acostarse o recoger la limosna. En todo caso, el hecho de arrojarlo, cualquiera que fuera su uso precedente, adquiere un relieve excepcional. Es un gesto de grandeza, de señor. Lo deja. Que lo recoja quien quiera. Aquel manto representa el espacio en que le han colocado, el puesto que le han asignado. Por exigencias de orden. Tú estás ciego, procura no estorbar demasiado. Estate allí, tranquilo, te concedemos explotar tu enfermedad para ganarte la vida con las limosnas. Pero a un lado, al borde del camino, debes dejar libre el camino. Este, sin embargo, en un momento se pone de pie e irrumpe en el centro del camino.

Es la insurrección. La libertad recobrada. Se cura en el instante mismo en que decide correr hacia Jesús. Este es el milagro. Romper la barrera de la gente, los cordones de las costumbres, las líneas de las convenciones sociales, rechazar los papeles impuestos, entrar en escena en el momento no señalado por el apuntador, abrirse paso hasta Jesús: esto y no otra cosa significa «salvación».

El paso de estar al margen para lanzarse hacia el centro, hacia la verdad del propio ser, es el momento de la gracia. Saludado, festivamente, por el lanzamiento del manto. Todo comienza en este momento.

2. Pero no ha sido sólo el manto (en el fondo, el discípulo, llamado para seguir al Maestro, debe dejar siempre algo. Uno la barca y otro, como Bartimeo, el manto). Bartimeo es uno que ha aprendido a gritar. Antes aun de recuperar la vista ha recuperado el grito. Con ello ha vuelto a la infancia, más aún al nacimiento. Sí, en el camino de Jericó asistimos a un nacimiento. Cuando el niño viene al mundo anuncia su presencia poniéndose a gritar. Aquel grito rompe la calma. Molesta. Y rápidamente los adultos acuden, preocupados, abrumados por esos chillidos que disturban y arruinan el descanso. Todos a callar al rebelde, con cualquier medio, incluso con los gestos (como la gente con Bartimeo). Debe aprender, el pequeño, las reglas del vivir, el adecuarse. Es decir, renunciar al grito para acompasar su voz al concierto general. La partitura ha sido ya escrita para él. No se puede desafinar. Ninguna nota fuera de partitura. Debe adecuarse. Pero el ciego ha decidido nacer de nuevo. Por esto grita, a pesar de disturbar la armonía de la procesión, de dar la nota desentonada del concierto.

En el fondo es él quien infunde ánimos a los que se acercan para confortarlo (nótese que los demás llegan a darle ánimos después que él ha descubierto al verdadero consolador). Les hace ver que la salvación para todos consiste en hacer que la voz llegue al que está pasando. Una voz quizá áspera, desesperada. Pero que es la nuestra. No del coro.

3. Jesús ama a los hombres como este. No ama a la multitud. Y no ama a los que se esconden entre la gente. Ama a Bartimeo, porque éste no duda en gritar a pleno pulmón lo que los otros se limitan a susurrar: Mesías. No teme comprometerse, exagerar. La gente, tanto aquí en Jericó como en Jerusalén, se contenta con hacer fiesta, acudir llena de curiosidad. Se agita pero no se mueve. Está en efervescencia, pero no se decide. Son actitudes estériles que no producen frutos, como la higuera, que será por eso maldecida. Bartimeo, en cambio, sale fuera, al descubierto.

CONFRONTACIONES

Por qué los ojos abiertos Inmediatamente antes del relato de la pasión, Mc muestra una vez más a sus lectores lo que quiere decir fe y seguir a Jesús. Por orden tenemos: el ciego que ora con perseverancia, que pide a pesar de los obstáculos, que es confortado, que corre al encuentro de Jesús, que se deja interrogar por él, que se abren sus ojos, que lo sigue por el camino. Sólo en donde el hombre tiene los ojos abiertos por una acción milagrosa de Dios que le permite ver lo que acontece en Jesús y puede «seguirlo por el camino», comprende aquello de lo que hay que hablar ahora: el camino del hijo del hombre hacia el sufrimiento (E. Schweizer o. c.).

Demasiadas cosas bailan ante nuestros ojos Una de las razones que nos impiden ser auténticamente nosotros mismos y encontrar nuestro camino es el no comprender hasta qué punto estamos ciegos. ...Pero la tragedia está en el hecho de que no somos conscientes de nuestra ceguera: demasiadas cosas bailan ante nuestros ojos para que nosotros nos demos cuenta del invisible que no sabemos ver. Vivimos en un mundo de cosas que captan nuestra atención y se imponen: no tenemos necesidad de afirmarlas: están ahí. Lo que es invisible, en cambio, no se impone, debemos buscarlo y descubrirlo. El mundo exterior pretende nuestra atención: Dios se dirige a nosotros con discreción...

...Ciegos por el universo de los objetos, olvidamos que este no agota la profundidad del hombre... ...Ser incapaces de percibir lo invisible, o ver sólo el mundo de la experiencia, quiere decir quedarse fuera del mundo de la experiencia, quiere decir quedar fuera del pleno conocimiento, fuera de la experiencia de la realidad total que es el mundo en Dios y Dios en el corazón del mundo. El ciego Bartimeo era dolorosamente consciente porque, privado de la luz de los ojos, no podía captar el mundo visible. Podía alzar su grito desesperado al Señor, sentía con una esperanza llena de angustia que la salvación pasaba junto a él porque se sentía extraño y separado de ella. Pero todos nosotros, con demasiada frecuencia, no somos capaces de llamar a Dios así, porque ni siquiera advertimos cuánto nos empobrece la incapacidad de ver el mundo en su horizonte total -el único horizonte que puede dar verdadera realidad al mismo mundo visible. ¡Si sólo pudiéramos aprender a estar ciegos ante el mundo visible de tal forma que viéramos el más allá, lo profundo, lo invisible, en nosotros y en torno a nosotros, difusa y penetrante presencia en todas las cosas! (A. Bloom, Itinerario, Brescia 1975).

ALESSANDRO PRONZATO
UN CRISTIANO COMIENZA A LEER
EL EVANGELIO DE MARCOS III
Edic. SÍGUEME.SALAMANCA-1984.Págs. 177-181