34 HOMILÍAS MÁS PARA EL DOMINGO XXX
26-34

 

26.

 



 

 

 

En estos últimos Domingo la Iglesia nos enseña cuáles son las tres virtudes o fuerzas, que eso significa virtud: fuerza. capacidad para... Las tres fuerzas o virtudes con las que tenemos que contar, como don o regalo de Dios y que nosotros debemos desarrollarlas, hacerlas crecer.

 

¿Cuáles son esas tres fuerzas? La CONFIANZA, el AMOR y la ESPERANZA. Si lo queréis en lenguaje tradicional: FE, CARIDAD y ESPERANZA. Con estas fuerzas nos podemos relacionar y dialogar con Dios. Por eso a estas tres virtudes o fuerzas se las llama virtudes teologales = a relación con Dios.

 

Estas tres fuerzas o virtudes teologales nos harán vivir y cumplir a la perfección  nuestras opciones fundamentales: matrimonio, consagración -vida religiosa y servicio o ministerio del sacerdocio a la comunidad, para llegar a la cumbre, a la meta de la vida humana y cristiana: la unión íntima con Dios con una nueva manera de vivir, como no podemos imaginar, pues llegaremos al matrimonio místico o misterioso con Dios, algo inconcebible sin la Fe, de la que hoy se nos habla. El próximo domingo, 31, será la CARIDAD. El 32, sera la ESPERANZA:

 

Nos explican hoy, domingo 30, la FE, lo que comporta y supone, mediante este relato, que es una catequesis magnifica, del episodio del ciego Bartimeo y Jesús.

La FE es un conocimiento que me compromete y que por consiguiente me impulsa a poner en práctica las ideas o conceptos que constituyen esa enseñanza de la FE. Si no lo pongo en práctica, lo que tengo es solo conocimientos religiosos, pero eso no es FE, eso es simple Cultura religiosa, no más y llena o mezclada frecuentemente de fetichismo, magia, fanatismo...

 

Hoy sorprendemos a Jesús subiendo el último tramo para llegar a Jerusalén, desde Jericó. Es el tramo más difícil por escarpado. Corto, pero dura la cuesta. Tan sólo 20 kilómetros de distancia de su muerte y llegar así a su entrega total por nosotros, dando hasta su vida en la cruz. Pero la pendiente es fuerte y brusca: mil metros de desnivel. No perdamos de vista la significación simbólico de este viaje de Jesús a Jerusalén. La geografía, la topografía también cuenta en lo que se nos quiere enseñar y revelar.

 

Se acerca "su hora". La "hora" de su triunfo, de su resurrección, de conquistar y ganar valientemente, la NUEVA VIDA, pero enfrentándose y luchando voluntaria y lúcidamente contra la agonía del fracaso y de la muerte, significados en este último tramo de subida, el peor, el más duro, el más escarpado y abrupto, como lo es la última etapa de nuestra vida ¿verdad?: la agonía de la vejez.

 

Toda una enseñanza para nosotros, que también estamos viviendo las últimas semanas de este año litúrgico cristiano - cuatro semanas nos quedan solamente-. Y nos vamos aproximando también a nuestra última prueba, la más dura y difícil: la de la vejez y la de nuestra muerte. Es el tramo de la vida más escarpado y de dura subida, como de Jericó a Jerusalén. Tan sólo 20 kilómetros, pero 1000 metros de subida. Es penosa, amarga y dura, la vejez, y a veces hasta humillante y afrentosa a los ojos humanos.

 

El General De Gaule, cuando se vio obligado a renunciar a la Presidencia de la nación francesa, ya con sus 70 o más años, dijo: “la vejez es una hecatombe”. Verdad es que es la edad de oro, que empezamos la jubilación, que viene esa palabra de “jubilo”, de alegría, pero siempre, todo ello, envuelto en harapos de carne arrugada y dolida por todas partes.

 

Año, pues, que se acaba: 4 semanas. Y a mi vida ¿cuánto le queda? Jorge Manrique nos dice sabiamente y bien en su romance: "Recuerde el alma dormida, -avive el seso y despierte, cómo se pasa la vida, -cómo se viene la muerte  -tan callando". Y añade: "Este mundo es el camino para el otro, que es morada sin pesar; mas cumple tener buen tino para andar esta jornada sin errar". Ved de cuán poco valor- son las cosas tras que andamos y corremos; -que en este mundo traidor –aun primero que muramos –las perdemos...

 

Esta enseñanza de la última etapa y la más dura y escarpada del camino de Cristo, debemos tenerla muy presente estos cuatro domingos que nos restan de esta año litúrgico. "Que la ciencia consumada es que el hombre bien acabe, porque al fin de la jornada aquel que se salva, sabe y el que no, no sabe nada", nos dice el romancero.

 

v     ¿Qué tengo que aprender, qué tengo que saber hoy de esta enseñanza de la Palabra de Dios para triunfar en mi vida, para salvarme y alabar y glorificar a Dios y ser feliz?

v     Que tengo que ser como Bartimeo. Que Bartimeo es el prototipo del verdadero discípulo de Jesús. Bartimeo salió al camino a PEDIR. Reconocer tu indigencia espiritual y hasta humana, no solo económica. No creer poseer y tener tú solo la verdad; sentir tu pobreza, reconocerla, la indigencia de tu propia limitación, en todos los órdenes.

Estar en el CAMINO, duro y áspero, escarpado de Jericó a Jerusalén, porque  por la senda de la dificultad pasa siempre Jesús

BUSCÓ EN EL RUIDO y en los gritos de las gentes. ESCUCHÓ y escuchó. PRE GUNTÓ y preguntó. Y un día le dieron la mejor limosna: Jesús Nazareno iba entre el ruido de la multitud.

     A Jesús, hoy día, lo podemos también encontrar entre los ruidos de las ciudades. 

 

v     Bartimeo, luchó contra los que quieren imponerle su silencio. Entonces, GRITÓ más que los gritos de las gentes, que le decían se callara, que sus gritos molestaban y eran inútiles.

v     Bartimeo, en su entusiasmo le LLAMÓ REY: hijo del rey David; rey de mi vida, de mi corazón, se decía Bartimeo.

 

El último domingo del año, proclamaremos nosotros a Cristo, Rey de la humanidad. Cristo Rey. Bartimeo se nos adelanta y le gritó , más con el corazón que con la boca: Rey, hijo del rey David!!!

 

v   ¿Sientes tú a Cristo como este ciego, que no le veía, pero le amaba? ¿Es de       verdad, rey y Señor de algo de tu vida?.

 

v   A Bartimeo le mandó llamar Cristo, porque cuanto más le mandaban callar, él le llamaba a gritos con más fuerza: "ten compasión de mí, hijo de David, mi rey y Señor". Llamadlo, dijo Jesús. Y hoy, también te llama a ti por medio de la Iglesia. Y esta Iglesia, como Madre, te dice también: "ánimo, levántate, que te llama". Recupera tu dignidad humana. Confía en El, que lo que tú no puedes hacer, ni comprender, El lo puede realizar. Semana tras semana, la Iglesia nos alienta, nos anima, despierta nuestra confianza, nos invita a levantarnos al ofrecernos el perdón de los pecados, de nuestras debilidades y miserias por el sacramento de la misericordia, por el sacramento de la penitencia o confesión, pero antes tienes que sentir y vivir de verdad el dolor de tus fallos en el verdadero amor. “Señor, no me gusta lo malo que he hecho en mi vida. No me gusta, Señor, no me gusta. ¡Perdóname! Y después, con sinceridad, añade: “quiero ser mejor. Quiero ser mejor. ¡Ayúdame, mi Señor y mi Dios”. Antes de recibir el perdón de manera sensible, material, viéndolo y oyéndolo por tus  propios oídos, en el Sacramento del perdón, de la reconciliación, de la penitencia, de la confesión, Dios ya te ha perdonado. Pero si estas actitudes de arrepentimiento no las llevas en tu corazón, por mucho signo del sacramento que recibas, no se perdonarán los pecados. Te engañarás a ti mismo con el gesto de irte a confesar, pero a Dios no se le puede engañar. Mira y conoce tu corazón.

 

v   Cristo te llama, pues, semana tras semana para hacer contigo algo grande. ¿Qué hizo Bartimeo? ¿Qué debes hacer tú? Bartimeo escuchaba y preguntaba.

 

v   Pero a parte de escuchar y preguntar, hizo tres cosas mas. Bartimeo, al momento soltó su manto, dio un salto en el vacío sin ver, y cayó a los pies de Jesús.

 

Suelta también tú, el manto de tu ambición, de tu orgullo, de tu sensualidad. Suelta ese manto viejo, de tu hombre viejo, lleno de pecado.
Y ten fe para dar ese salto en el vacío, que te ponga a los pies del Hijo de David, tu rey y Señor.

Escucharás, cómo a ti también te dice:

¿Qué quieres que haga por ti?...
- Maestro: que pueda ver...
Y escuchó después:

- Tu FE te ha curado

        

v     Los apóstoles no acababan de ver el camino que lleva  a la gloria, porque es camino de cruz . Tú tampoco ves claro, que por la cruz de cada día se llega a la victoria.

 

"El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque quien quiera salvar su vida la perderá; pero quien pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará (Mc.8,34)

 

v     Dile, como Bartimeo, en esta Eucaristía y en esta comunión: "Maestro, que pueda ver". Díselo con toda tu alma, díselo hoy, con todo tu corazón, que oirás a Jesús, decirte: "Anda, tu fe te ha curado".

 

v     Y verás y encontrarás sentido a toda tu vida, sobre todo a todos esos momentos de cruz y de renuncias.. Comprenderás, si sigues los pasos de Bartimeo, lo que los apóstoles no comprendían, ni querían comprender: que el camino de Jesús es camino que lleva al calvario, que lleva a la muerte de ti mismo.

 

v     Bartimeo siguió a Jesús, subiendo con El a Jerusalén: hacia la cruz, hacia la victoria por la paciencia, que todo lo alcanza. El joven rico, del que nos hablaban hace dos semanas, no pudo seguir a Cristo. No arrojó su manto de riqueza y se fue triste. Se quedó con todo. Pero se quedo sin Cristo.

 

v     Bartimeo, modelo del verdadero discípulo, del verdadero cristiano, no de aquellos que se creen cristianos, porque están bautizados, pero han olvidado y tirado, no el manto de su orgullo, sensualidad y egoísmo, sino que han tirado los compromisos de su bautismo por el suelo.

 

v     Este es el caminar de Bartimeo, su proceso. Este es el programa de la catequesis de este domingo, para que cerremos bien el año, al menos. Ya en camino, empezando a recorrer estas etapas:

 

v   Estar Hay que sentirse y ser pobre

v   junto al camino, duro áspero de la vida

v   Hay que escuchar los murmullos y ruidos

v   Hay que preguntar para llegar a saber quién anda metido y  rodeado, envuelto en tanto barullo

v     Hay que gritar con fe al hijo de David.

v     Hay que vencer las dificultades de quienes nos mandar callar, y no molestar. Y seguir gritando y llamando. 

v     Hay que soltar el manto viejo ,quedándote aún más pobre, ya ni siquiera tienes pecados.

v     Hay que dar un salto en el vació, ese es el riesgo de la fe: el vacío, por la mucha confianza que tienes en ESE un  tanto desconocido, que se llama Jesús.

v     Hay que ver  el camino de la cruz por el que sube Jesús hacia Jerusalén.

v     Hay que SEGUIRLE

 

Que esta Eucaristía nos ayude a ser como Bartimeo: verdaderos discípulos de Jesús, verdaderos cristianos.   

 

                                                                     A M E N.

 

                                                     P. Eduardo MTNZ. Abad, escolapio

 

27. 2003

Nexo entre las lecturas

Los textos litúrgicos destacan la eficacia de Dios en su acción con los hombres. Dios es eficaz haciendo retornar del exilio a la patria anhelada a numerosos hijos de Israel (primera lectura). Jesucristo, con el poder eficaz de Dios, otorgará la vista al ciego Bartimeo que vence cualquier obstáculo con tal de obtener su gran deseo de ver (Evangelio). La eficacia salvífica de Dios se muestra de modo especial en Cristo, sumo sacerdote, que saca a los hombres de la ignorancia y del dolor, y los libra de sus pecados.


Mensaje doctrinal

1. Un Dios eficaz por amor. Eficaz es aquel que logra, por caminos acertados, con los mejores medios y en el menor tiempo posible, todo aquello que se propone. Ésta es una definición aceptable para la mentalidad común. Pero la eficacia de Dios resulta no pocas veces desconcertante. Porque nadie duda de que Dios es eficaz, pero los modos y tiempos de la eficacia divina siguen rumbos ajenos a los humanos. Muchas veces los caminos acertados para Dios no son acertados para los hombres y viceversa. A los judíos no les debió parecer un camino acertado el exilio en Babilonia, pero lo fue para Dios que así manifestó la fuerza de su amor y misericordia haciéndolos retornar a su patria, porque "yo soy para Israel un padre, y Efraín es mi primogénito" (primera lectura). Subir a Jerusalén es hermoso, pero hacerlo en compañía de Jesús que encontrará allí la cruz y la muerte, desafía inevitablemente nuestras categorías humanas y nuestra voluntad de seguimiento. Sin embargo, no cabe duda alguna de que en la cruz refulge la fuerza divina del amor y el amor poderoso del Redentor. Esa eficacia misteriosa del amor redentor continúa viva y vivificadora a lo largo de los siglos hasta nuestros días. A los primeros cristianos debió parecer algo sorprendente que Jesús, en cuanto sumo sacerdote, no proviniera de la tribu de Leví. Pero así la eficacia divina brilló con nuevo fulgor, constituyendo a Jesucristo no sólo sumo sacerdote del pueblo judío, sino de la humanidad entera, a la manera de Melquisedec. Nada hay en la vida más eficaz que el amor, y Dios es Amor. Pero la eficacia del amor, más que con la pura razón, se descubre con el amor puro y sincero.

2. Los requisitos de la eficacia divina. La liturgia de este domingo nos indica algunos de ellos. 1) Creer y esperar. Los exiliados de Babilonia no podían olvidar las maravillas de Dios en la historia de su pueblo. Dios había mostrado la fuerza de su brazo en el Éxodo y en la conquista de la tierra prometida. Ellos creen y confían que Dios volverá a actuar eficazmente a su favor, aunque no sepan cuándo ni cómo. Bartimeo tiene una fe inmensa en que Jesús, el Mesías descendiente de David, puede curar su ceguera; por eso grita sin temor alguno y con osadía: "Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí". Los judíos creían que Dios había concedido al sumo sacerdote, en la fiesta del Yom Kippur, el poder de perdonar los pecados de todo el pueblo. Y los cristianos creemos con absoluta seguridad de que Jesucristo, nuestro Sumo Sacerdote, destruyó en la cruz los pecados del mundo. Es imposible que Dios manifieste su eficacia en quien no cree en ella. 2) Sentirse necesitado de la fuerza de Dios. Los judíos en el exilio sabían muy bien que por ellos mismos no podrían ser repatriados. Bartimeo era muy consciente de que él nada podría hacer para recuperar la vista. Los judíos, y los cristianos, estamos convencidos de que sólo Dios puede perdonar los pecados. Quien es autosuficiente y no siente necesidad de la fuerza de Dios, no podrá nunca ser testigo de su eficacia en la vida de los hombres y en la historia. 3) Ser coherentes. Si aceptamos la eficacia divina en nuestra vida, hemos de aceptar el ser coherentes con sus exigencias. Es decir, como cristianos hemos de ser una especie de escaparates de la acción eficaz de Dios en nosotros. Los exilados de Babilonia se ponen en camino hacia la Palestina, Bartimeo sigue a Jesús camino de Jerusalén, los cristianos no sólo han sido redimidos por Cristo sumo sacerdote, sino que viven como redimidos.


Sugerencias pastorales

1. ¡Señor, que vea! El ciego Bartimeo es figura y símbolo de los discípulos de Jesús en aquel momento histórico, en que Jesús pasó por Jericó, y en todos los tiempos. Frente al misterio de la cruz y de la muerte ignominiosa, los cristianos experimentamos, con no poca frecuencia, la ceguera de Bartimeo, su inmobilismo, su indigencia. "Bartimeo, un mendigo, ciego, sentado junto al camino". ¡Cuántos Bartimeos en nuestro tiempo ante el gran misterio de la pasión y del dolor inocente! Hay mucha ceguera en los hombres ante la injusticia del sufrimiento, como si el no sufrir fuese la cumbre de la perfección humana. A muchos los pies se nos hacen de plomo ante la sola idea de caminar con Cristo hacia la ciudad del dolor y de la muerte. Permanecemos inmóviles en el territorio de nuestro ego, desganados para ponernos en camino hacia la tierra del dolor ajeno. Somos indigentes, inmensamente indigentes de que alguien -o mejor Alguien- nos abra los ojos y nos arranque de nuestra inmovilidad. Cristiano es aquel que no tiene miedo al sufrimiento. Aquél que dice con igual decisión sí a la salud y al bienestar, que sí al sufrimiento y a la tribulación. Porque el sí del cristiano es un sí al misterio de Dios-Amor, y para los que aman a Dios todas las cosas contribuyen a su bien. Ojalá el Señor nos conceda a todos los cristianos repetir una y otra vez: "¡Señor, que vea!". Para que viendo crea, y creyendo siga firmemente tus pasos hacia la cruz.

2. Seguir a Cristo. Cristiano es aquél que cree en Cristo y camina tras sus huellas. El seguimiento de Cristo no es el seguimiento de una doctrina, v.g. la de Pitágoras, la de Aristóteles o la de Zenón. Cristiano no es tampoco el que sigue un camino de vida trazado en páginas imperecederas, al estilo de los grandes maestros de moral de Oriente y Occidente. Cristiano es el que sigue a una persona, la persona de Jesús de Nazaret. Más aún, cristiano es quien presta a Jesucristo su humana naturaleza para hacerse presente en la historia en el hoy de cada día. En otras palabras, ser cristiano es ser transparencia de Cristo para los demás, dejarse interpretar por él. ¿Somos los cristianos transparencia de Cristo? ¿Eres tú transparencia de Cristo en tu familia, en tu parroquia, entre tus amigos? ¿O eres más bien una desfiguración de Jesucristo? Tomar todos en serio nuestra vocación cristiana ha sido un imperativo histórico desde los inicios del cristianismo. ¿Qué puedo hacer yo para ser transparencia de Cristo en todo lugar y circunstancia? Construyamos una cadena de transparencias de Cristo, para que el mundo, nuestro mundo, sea salvado por el único Salvador.

 P. Antonio Izquierdo


28. DOMINICOS 2003 

Este domingo tiene nombre propio, Bartimeo. Incluso se nos da la razón por la que es llamado así, por ser el hijo de Timeo. No es un ciego y pobre anónimo a quien Jesús curó, el evangelista recoge su nombre. Dice el texto que, curado, siguió a Jesús, ¿acabó siendo un cristiano conocido en las comunidades primeras?

El milagro está también relatado de una manera secuencial interesante: Bartimeo oye que pasa Jesús rodeado de gente, le grita pidiendo ayuda; le riñen los acompañantes, ¿no les dejaba oír al Maestro?, insiste con más fuerza; Jesús le oye, se detiene, manda que lo llamen; los que le regañaban ahora le animan a acercarse a Jesús; Bartimeo da un salto abandona todo y se acerca; escucha una pregunta que podía parecer innecesaria, ¿qué quieres haga por ti?; la respuesta es obvia, ver; Jesús le dice que ha sido su fe quien le cura;  Bartimeo ve y sigue a Jesús.

Junto a este milagro de la fe, la palabra de Dios en este domingo invita a la alegría por nuestra salvación, por la fe que nos hace ver, por el compromiso que Dios ha adquirido con su pueblo de conducirlo como un Padre.

Es domingo también de reflexión para el ejercicio del ministerio sacerdotal al hilo de la segunda lectura: el sacerdote como persona que salido del pueblo es solidario con él y su representante ante Dios desde su propia debilidad.

Comentario bíblico:

El milagro de la fe

 

Iª Lectura: Jeremías (31,7-9): En las manos de Dios, que es Padre

I.1. Esta lectura, de profeta Jeremías, nos ofrece un mensaje de salvación que es digno de resaltar, ya que a este profeta le tocó vivir la tragedia más grande de su pueblo: el destierro de Babilonia. El destierro y su vuelta es semejante al éxodo. El destierro ha marcado a Israel casi como el éxodo. En realidad estos veros que hoy leemos no los podríamos clasificar de fáciles. Se habla ¿a Israel o a Judá? ¿son de Jeremías o de sus discípulos? La vuelta se describe no solamente como posesión de de la tierra, sino también como nueve hermanamiento de los del norte y los del sur, de Israel y Judá. Es un retorno idílico, utópico que solamente está en las manos de Dios. Para un profeta verdadero toda la historia está en las manos de Dios y el pueblo debe estar abierto a las mejores sorpresas.

I.2. Jeremías fue un profeta crítico, radical, pero en este caso saca de su corazón la mejor inspiración para poner de manifiesto que de un «resto», de lo que es insignificante, puede resurgir la esperanza, e incluso el antiguo pueblo del norte, Israel, volverá a unirse al del sur, Judá, para juntos emprender un marcha hacia la fuente de agua viva, que es Dios. Desde los cuatro puntos cardinales afluirán hacia una gran asamblea (que no se dice dónde), en la que caben ciegos, cojos, mujeres encinta; es decir, todos están llamados a la esperanza. ¿Por qué? La razón de este oráculo la encontramos al final: porque Dios es un Padre. Esta será también la teología de Jesús. Dios está cerca de los suyos como un padre, algo a lo que no se había atrevido la teología oficial judía. Y la verdad es que mientras no experimentemos a Dios como un padre y como una madre, no entenderemos que creer en Dios tiene sentido eterno.

 

IIª Lectura: Hebreos (5,1-6): Solidaridad sacerdotal de Jesús

II.1. La carta a los Hebreos sigue ofreciéndonos la teología de Jesucristo como sumo sacerdote, que es uno de los temas claves de esta carta. Como sacerdote debe ser sacado de entre los hombres. No comienza siendo sacerdote “desde el cielo”, sino desde la tierra, desde lo humano. Y además, este sacerdote “humano”, para introducirnos en lo “divino”, no ofrece cosas extrañas o externas a él, sino su propia vida como “expiación” porque se siente compasivo con sus hermanos y los pecados del pueblo. Es un lenguaje sacrificial, imprescindible para aquella mentalidad, pero que va más allá de lo puramente sacrificial o ritual. En su vida sacerdotal, Jesús, no necesito más que su propia vida para ofrecerla a Dios. Esta es la verdadera solidaridad con sus hermanos los hombres.

II.2. En la lectura de hoy, pues, se resalta especialmente que este sacerdote está «entre los hombres», no está alejado de nosotros. Y aquí es donde Jesús es único, porque sabemos que entre los hombres se viven las miserias de pecado. Y está ahí, justamente, para intervenir en favor nuestro, nunca estará contra nosotros. Está ahí para disculparnos, para explicar nuestras debilidades, para defendernos contra toda arrogancia. Estando entre nosotros, percibe mejor que nadie que muchas veces nos equivocamos por ignorancia o por debilidad. Esta tarea de Cristo como Sumo Sacerdote viene a poner de manifiesto que no era así en las instituciones del pueblo judío y que los sacerdotes hicieron todo más difícil para el pueblo alejándose de él. Sabemos que los sacrificios son signos y símbolos de lo que se busca y de lo que se tiene en el corazón, y es ello lo que Jesús (que recibe esta misión de Dios) realiza ante Dios por nosotros.

 

III. Evangelio: Marcos (10,46-52): El seguimiento y la fe de un ciego

III.1. En el evangelio de hoy, Marcos nos relata la última escena de Jesús en su camino hacia Jerusalén. Se sitúa en Jericó, la ciudad desde la que se subía a la ciudad santa en el peregrinar de los que venían desde Galilea. Jesús se encuentra al borde del camino a un ciego. Por razones que se explican, incluso ecológicamente, los ciegos abundaban en aquella zona. Está al borde del camino, marginado de la sociedad, como correspondía a todos los que padecían alguna tara física. Pero su ceguera representa, a la vez, una ceguera más profunda que afectaba a muchos de los que estaban e iban tras Jesús porque realizaba cosas extraordinarias. El camino de Jesús hasta Jerusalén es muy importante en todos los evangelios (más en Lucas). En ese camino encontrará mucha gente. Los ciegos no tienen camino, sino que están fuera de él. Jesús, pues, le ofrecerá esa alternativa: un camino, una salida, un cambio de situación social y espiritual.

III.2. El gesto del ciego que abandona su manto y su bastón, donde se apoyaba hasta entonces su vida, contrasta con la fuerza que le impulsa a “ir a Jesús” que le llama. ¿Por qué le “llamó” Jesús y no se acerca él hasta el ciego? La misma gente vuelve a repetirle: él te llama. Las palabras y los gestos simbólicos de la narración hay que valorarlos en su justa medida. Diríamos que hoy en el texto son más importantes de lo que parece a primera vista. Jesús “le llama”. La llamada de Jesús, al que el ciego interpela como “hijo de David” tiene mucho trasfondo. Jesús ha llamado a seguirle a varias personas; ahora “llama” a un ciego para que se acerque. No le llama, aparentemente, para seguirle, sino para curarle, pero la curación verdadera será el “seguirle” camino de Jerusalén, en una actitud distinta de los mismos discípulos que habían discutido por el camino “quién es el mayor”. El ciego no estará preocupado por ello. De ahí que la escena del ciego Bartimeo en este momento, antes de subir a Jerusalén, donde se juega su vida, es muy significativa.

III.3. La insistencia del ciego en llamar a Jesús muestra que lo necesita de verdad y lo quiere seguir desde una profundidad que no es normal entre la multitud. Jesús le pide que se acerque, le toca, lo trata con benevolencia; entonces su ceguera se enciende a un mundo de fe y de esperanza. Después no se queda al margen, ni se marcha a Jericó, ni se encierra en su alegría de haber recuperado la vista, sino que se decide a seguir a Jesús; esto es lo decisivo del relato. En el evangelio de Marcos el camino que le lleva a Jerusalén le conducirá necesariamente hasta la muerte. La vista recuperada le hace ver un Dios nuevo, capaz de iluminar su corazón y seguir a Jesús hasta donde sea necesario. Vemos, pues, que un relato de milagro no queda solamente en eso, sino que se convierte en una narración que nos introduce en el momento más importante de la vida de Jesús: su pasión y muerte en Jerusalén.

Miguel de Burgos, OP
mdburgos.an@dominicos.org

Pautas para la homilía

 

Nosotros como Bartimeo hemos oído hablar de Jesús pero no le hemos visto. Nos hemos enterado de su presencia gracias a otros, padres, catequistas… Tampoco ellos lo han visto. Hemos sido invitados a escuchar su llamada, a acercarnos a él, nos ha abierto los ojos e intentamos seguirle en su camino.

El Evangelista Marcos propone a Bartimeo como modelo de discípulo porque proclama su fe, persevera en la súplica, supera los obstáculos que impiden o acallan un encuentro personal con Jesús, desea con todo su corazón recibir la luz del Maestro y camina junto a Él rumbo a Jerusalén, a la Cruz.

Establece un fuerte contraste entre la figura del ciego y los discípulos, teniendo en cuenta el evangelio del domingo anterior. Ellos, que pueden ver, no captan el mensaje y andan cegados por los privilegios, por sus propias fuerzas. El ciego, consciente de su ceguera, de sus limitaciones, quiere ver para caminar y se arroja a oscuras delante de la Luz.

No hay peor ciego que aquel que no quiere ver. Como los discípulos, en muchas ocasiones podemos obcecarnos por conservar pequeñas parcelas de poder o reclamar reconocimientos que creemos merecidos y perdemos de vista lo fundamental, el hacer de la vida un servicio gratuito a los demás. El primer paso para curar la ceguera es reconocer humildemente la propia limitación y la necesidad de sanación.

 

También a cada uno de nosotros, ciegos en el camino, Jesús nos pregunta: “¿qué quieres que haga por ti?” Es una pregunta directa y personal: ¿Qué quiero que haga por mí? Es una pregunta por los deseos profundos del corazón. Es una pregunta que exige una respuesta sincera y valiente por nuestra parte. La respuesta de Jesús siempre es liberadora.

Dice Simone Weil  que “donde falta el deseo de encontrarse con Dios allí no hay creyentes, sino pobres caricaturas de personas que se dirigen a Dios por miedo o por interés.” Puede que vivamos de una fe mortecina o rutinaria, como un añadido al resto de nuestra vida pero sin ninguna repercusión a nuestro lado. Puede ser que el deseo de Dios se vaya apagando porque nos acomodamos a lo fácil o porque la inercia de lo ya establecido nos puede. Puede que nos acostumbremos a la mediocridad. Pero la invitación del Evangelio es a reavivar el deseo de Dios, de plenitud de vida, de fe viva que ilumine el camino de la cruz y la resurrección. Es una invitación a salir de la rutina pidiendo a gritos desde lo cotidiano que nos abra los ojos.

El deseo de Dios no nos sitúa al margen de la vida, de los demás, sino que es precisamente en el mismo camino de la vida compartida en gozo y fatiga, en alegría y tristeza, donde lo encontraremos. Somos ciegos en el camino y necesitamos como Bartimeo perseverar en la súplica, alimentarnos en la eucaristía y disponernos totalmente para acompañar al Maestro en su camino, porque como dice el poeta L. Rosales:

“De noche iremos, de noche,
 sin luna iremos, sin luna.
Que para encontrar la fuente,
sólo la sed nos alumbra.” 

Fray Carlos Colmenarejo
carloscolme
@dominicos.org


29. 2003

LECTURAS: JER 31, 7-9; SAL 125; HEB 5, 1-6; MC 10, 46-52

MAESTRO, QUE PUEDA VER

Comentando la Palabra de Dios

Jer. 31, 7-9. No es demasiado corta la mano de YHWH para salvar, ni es duro su oído para oír. Somos nosotros quienes muchas veces, por desgracia, hemos endurecido nuestro espíritu con la intención de vivir lejos del Señor. Pero el Señor es Dios clemente y compasivo, paciente, lleno de amor fiel, y siempre dispuesto a perdonar a quien vuelve con sinceridad a Él. Quienes se arrepienten y, con humildad, le piden perdón, experimentarán lo bueno que es el Señor. Él a nadie rechaza por su pobreza o por sus defectos físicos. Él nos ama a todos sin dejarse guiar por nuestro criterios humanos, que muchas veces nos llevan a despreciar a los pobres y desvalidos. Él nos creó a todos, es Padre de todos y nos quiere a todos en su casa. Si confiamos en Él, Él guiará nuestro pasos por este mundo velando por nosotros como lo hace un padre con sus hijos, pero invitándonos a que también nosotros velemos por los intereses de los más desprotegidos. Por eso no hemos de despreciar a nadie; más bien nos hemos de alegrar porque los pecadores vuelven al Señor y han aceptado su salvación, y porque los pobres y minusválidos tienen también a Dios por Padre; por eso les hemos de ver y tratar como a hermanos, preocupándonos de ellos y jamás despreciarlos, pues por ellos el Señor tiene un amor, no exclusivo, pero sí preferencial. El Señor nos invita a amarlos con el mismo amor que Él les manifiesta.

Sal. 125. Por medio de Cristo hemos sido liberados del cautiverio en que nos tenía el autor del pecado, trabajando para destruir nuestra vida personal y social. Quien ha sido renovado en Cristo no puede continuar siendo esclavo del pecado, sino manifestarse como una criatura nueva, revestida de Cristo y guiada por su Espíritu. Tal vez quienes conocieron nuestra antigua forma de proceder, al contemplarnos ahora como personas que pasan haciendo el bien, crean que están soñando, pues el Señor ha hecho grandes cosas por nosotros; a Él sea dado todo honor y toda gloria. Dios ha sembrado su Palabra, su Amor, su Vida en nosotros. Ojalá y demos frutos abundantes de buenas obras para que no seamos motivo de sufrimiento sino de alegría para cuantos nos traten.

Heb. 5, 1-6. Dios, a quien llama gratuitamente lo consagra e instituye como sacerdote; lo hace tal para darle poder de interceder, primero por sí mismo y luego por los pecadores, para llevarlos a Dios. Nadie puede arrogarse este oficio; esto es una decisión libre y soberana de Dios para aquel a quien Él quiera llamar y constituir para este oficio. Y Dios se compromete a escucharlo, pues para eso lo llamó y lo constituyó sacerdote. La eficacia del sacerdocio de Cristo está en razón de este llamado de Aquel que le dijo: Hijo mío eres tú, yo te he engendrado hoy; tú eres sacerdote para siempre a la manera de Melquisedec. Por eso, quienes confiamos en Cristo hemos de acudir a Él sabiendo que su oración transformará nuestra vida, librándonos del pecado y haciéndonos hijos de Dios. Y todo aquel que ha sido llamado por el Señor para unirlo a Él como sacerdote, continúa con esta obra de orar eficazmente y transformar a las personas de pecadoras en justas, conforme a la misión recibida gratuitamente. Nadie, por ese motivo, puede autoconstituirse sacerdote, ni puede comprar ese oficio. Sólo será auténtico sacerdote quien escuchando la voz del Señor que le llama responda: Heme aquí, ¡Oh Dios!, que vengo a hacer tu voluntad. Y puesto que somos frágiles e inclinados al mal desde muy temprana edad, no podemos ser intransigentes sino compasivos y comprensivos con quienes han fallado como Dios lo es para con nosotros, pues no son nuestros regaños, sino nuestra oración la que hará que Dios vuelva su mirada hacia los pecadores y los revista de Cristo para que en adelante caminen, ya no guiados por sus caprichos y sus malas inclinaciones, sino guiados por el Espíritu Santo, que Él infunde en nuestros corazones.

Mc. 10, 46-52. La oración se convierte en un diálogo de amor entre el Señor y nosotros. Él se acerca a nosotros esperando que al invocarlo tengamos la firme decisión de ir tras sus huellas, cargando nuestra cruz de cada día. Sin embargo, por desgracia, nuestra oración, en lugar de llevarnos a un verdadero compromiso con Cristo, podría dejarnos sentados al borde del camino mientras contemplamos el peregrinar de quienes realmente tienen un compromiso de darle un nuevo sentido, un nuevo rumbo a la historia: el rumbo del amor fraterno que brota de nuestro amor a Dios. Un poco antes de esta curación de la que hoy nos hace mención el Evangelio, se nos habla de Santiago y Juan que se acercan a Jesús; y el Señor les pregunta: ¿Qué quieren que haga por ustedes? Y ellos piden sentarse junto a Jesús, ocupar los primeros lugares, ser tenidos como importantes. Y Jesús plásticamente les dirá que la respuesta acertada a esa pregunta va por otro rumbo: seguirlo sirviendo con amor. Por eso al ciego Bartimeo le pregunta igualmente: ¿Qué quieres que haga por ti? Y ese hombre sencillo, pobre y enfermo, pide ver, ver para seguir a Cristo, para no quedarse sentado atrapado por lo efímero del poder y de los aplausos. Esta actitud de Bartimeo es la que el Señor espera de nosotros cuando acudimos a Él en la oración.

La Palabra de Dios y la Eucaristía de este Domingo.

Venimos a esta Eucaristía no para quedarnos sentados al borde del camino. Venimos para ver con claridad lo que el Señor espera de nosotros: seguirlo hasta sentarnos junto con Él en la gloria del Padre. Pero mientras llega ese momento hemos de caminar, caminar cargando nuestra cruz de cada día; caminar amando a nuestro prójimo como nosotros hemos sido amados por Dios. El Señor, en esta Eucaristía, también nos pregunta a cada uno: ¿Qué quieres que haga por ti? Ojalá y no nos quedemos pidiéndole cosas que, al poseerlas, nos sigan dejando sentados, cómodos, al borde del camino. Pidámosle más bien que abra nuestros ojos para saber que, por estar en comunión de Vida con Él, estamos llamados a convertirnos en motivo de salvación y redención para todos los hombres trabajando constante y amorosamente por el bien de todos.

La Palabra de Dios, la Eucaristía de este Domingo y la vida del creyente.

Quienes creemos en Cristo estamos llamados a ser pioneros de la construcción de un mundo nuevo, de una sociedad más justa, de hombres nuevos que trabajen por la paz, que sean solidarios de los pobres y de los que sufren, dejando, así, que el Reino de Dios irrumpa entre nosotros. Quienes creemos en Cristo hemos de permitirle al Señor curarnos de la ceguera que nos impide contemplar el dolor, el sufrimiento, la pobreza, el hambre, la falta de oportunidades que padecen muchos de nuestros hermanos. Contemplando tanta miseria en el mundo, hemos de tomar nuestra cruz, cruz que significa entrega amorosa a favor de los demás para remediarles sus males, para devolverles la esperanza, para fortalecerles en su caminar, para ayudarles a recobrar la paz, la dignidad y la alegría de vivir. Seguir a Cristo es ir tras sus mismas huellas amando a nuestro prójimo en la misma forma como nosotros hemos sido amados por el Señor. No nos quedemos esclavizados por nuestros egoísmos, por el poder o por las riquezas pasajeras; seamos fieles discípulos de Cristo, de tal forma que nuestra Eucaristía nos lleve, incluso, hasta entregar nuestro cuerpo y derramar nuestra sangre, con tal de que todos puedan disfrutar del mismo amor, de la misma salvación y de la misma gloria que el Señor nos ha comunicado a nosotros.

Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la Gracia de seguir a Cristo en un compromiso de totalidad, de tal forma que, fortalecidos con la presencia del Espíritu Santo en nosotros, caminemos haciendo siempre el bien a todos, hasta que algún día, después de haber dado nuestra vida en amor por todos, podamos sentarnos, junto con Cristo, en la Gloria del Padre. Amén.

www.homiliacatolica.com


30. Autor: Neptalí Díaz Villán CSsR. Fuente: www.scalando.com

¡Levántate que te llama!

De nuevo nos encontramos con textos que resaltan el valor de los débiles, de los que no cuentan para quienes dominan la historia. En el caso del profeta Jeremías, se trata de los cautivos en Babilonia. La realidad era que el pueblo judío no tenía importancia alguna para el imperio babilónico, aparte de ser una mano de obra barata para sus grandes proyectos. No pasaban de ser parte de la gran masa de gente utilizada. Sus derechos, su dignidad humana, su opinión, su historia no contaban.

Una vez descubrimos que Dios se ocupa de aquellos minusvalorados de nuestro mundo. Del resto de Israel, de los últimos, de los que sobran, como dice la canción. “Aclamen a Israel, lancen vivas al primero de los pueblos”, anunciaba Jeremías. ¿El primero de los pueblos? ¡Pero si eran los últimos!, ¡los ignorados, los ciegos, los cojos, los pobres, los indigentes, los niños…! ¡Pues sí! Esos últimos son los primeros para Dios. Esos últimos, a quienes el mundo niega sus derechos, los utilizan como una mercancía, o los ignoran porque hacen estorbo. Dios extiende su mano para levantarlos de su postración.

Una vez más constatamos que los criterios de Dios no son como los nuestros, los humanos. Así como no “escogió” a un pueblo grande de la antigüedad sino a una masa de esclavos en Egipto, ahora nos muestra que no escogió al gran pueblo babilónico sino a esa masa de gente explotada en Babilonia o abandonada en Israel. Las palabras del profeta quieren animar a los expatriados y a quienes se quedaron en Israel, para que perseveren con una fe firme en el Dios de la vida y continúen luchando por la dignificación de su dignidad maltratada como personas y como pueblo.

El salmo 126 (125) que proclamamos hoy, es un hermoso testimonio de la acción de Dios en la vida del pueblo. Fue entonado cuando retornó a su tierra después de 49 años de extradición. Si comprendemos el dolor que vivió durante este largo exilio, podremos imaginar la alegría que sintió cuando retornó.

En el evangelio encontramos un relato de milagro, elaborado por la comunidad de Marcos, que testimonia cómo otro “de los que sobran”, se convierte en protagonista de la historia.

Según el texto, Jesús seguía su camino hacia Jerusalén con sus discípulos y una gran multitud. Porque no todos los que iban con él eran discípulos; algunos lo hacían por curiosidad. Hay que caminar pero no como un borrego en la manada. Seguir a Jesús es tener la mente abierta y el corazón dispuesto, las manos libres y los pies firmes para sintonizar con él y continuar su obra salvadora.

Salía de Jericó, distante unos 30 Km. de Jerusalén. Normalmente a las salidas de las ciudades y de los templos, en las plazas, en las calles, en los caminos, o en cualquier sitio donde había aglomeración de gente, se hacían los mendigos. Eran huérfanos, enfermos, ancianos, limitados físicos y hasta avivatos que se aprovechaban de la generosidad de la gente.

Los mendigos sufrían hambre pero no morían de hambre, pues la caridad era obligatoria: “la labor de socorro a los pobres estaba bien organizada entre los judíos. A los pobres del lugar se les repartían víveres semanalmente, que alcanzaban para dos comidas diarias. A los pobres que eran forasteros se les distribuían diariamente alimentos para dos comidas.”[1] Había algo que hacía más daño a los mendigos: la vergüenza. Así lo testifica el relato del administrador infiel: “mendigar me da vergüenza” (Lc 16,3). El escarnio público, el aislamiento y los desprecios eran los que más atormentaban y bajaban la autoestima a estas personas, que en el fondo no vivían sino que sobrevivían.

Por otra parte, “la ideología dominante responsabilizaba al pueblo desvalido por su propia situación y por la situación del país entero. En cierto modo, ser pobre era, en este contexto, algo a la vez social y moral; lo moral adscrito a la condición material objetiva. Ser pobre equivaldría para muchos a ser culpable: el castigo sólo ha venido al mundo por culpa de la gente del pueblo”[2].

Al borde del camino, dentro de ese grupo, estaba Bartimeo (Bar-Timeo = el hijo de Timeo), dedicado a la mendicidad. Un ser humano doblemente marginado: por pobre (mendigo) y por ciego. No obstante su limitación este ciego se convierte, podríamos decir, en la antítesis de Santiago y Juan, personajes que analizábamos hace 8 días.

Así como Bartimeo, los discípulos estaban ciegos y no lograban entender las características del proyecto de Jesús. Pero este hombre cambia la historia.

Había escuchado hablar de Jesús, de sus obras y de sus palabras. Le habían dicho que era el Mesías, relacionado con David, según la esperanza del pueblo, y entonces gritó con voz fuerte: “Jesús hijo de David, ten compasión de mí”. Una vez más, vemos cómo Jesús es reconocido por los últimos de la sociedad, como decía el profeta Jeremías (1ra lect) “por el resto de Israel: ciegos, cojos, embarazadas y madres con recién nacidos”. Aunque el título “Hijo de David” no sea el más apropiado para Jesús, ya que hace referencia a un mesianismo político militar que no corresponde a su proyecto de vida, no podemos negar que en los evangelios está presente como manifestación de la esperanza que los pobres pusieron en Él.

Este hombre ciego era para mucha gente un insignificante; sólo inspiraba lástima y le daban unas monedas para que no se muriera de hambre. Debía permanecer callado porque no tenía derecho a expresarse. ¿Qué podía aportar un pobre ciego a la sociedad?

“Muchos lo reprendieron y le decían que se callara”. ¿Por qué lo hacían? Tal vez para que no distrajera al Maestro en su última jornada camino a la toma del poder, como ellos lo esperaban. De pronto para no llamar la atención de los guardias romanos, ya que en Jericó había una guarnición romana y como esta ciudad era paso obligado para llegar a Jerusalén, tenían que ser muy cautelosos con la gente que se dirigía a la capital. Tal vez porque Marcos quería resaltar que no solo Bartimeo estaba ciego, sino también sus discípulos, quienes no tenían ninguna claridad sobre Jesús, pues creían y soñaban que el mejor título era el de “Hijo de David”, con la ideología político militar que este título encierra.

A pesar de los reclamos, a este hombre no le importó el decir de la gente y siguió gritando. El que persevera alcanza, decían nuestros viejos. Y Jesús lo escuchó, pues los gritos de un pobre, insignificante para la sociedad, siempre lo hacían detener. Se interesó por él, lo mandó llamar y le dedicó tiempo.

¡Ten confianza! ¡Levántate, que te llama!, le dijeron otros. Así es la vida y así es el seguimiento de Jesús. Mientras unos desaniman, critican y tratan de matar los sueños de los que quieren llegar lejos, otros animan, impulsan y dan la mano. Mientras unos dicen que caminar con Jesús es tontería, otros se convierten en evangelizadores que ayudan a escuchar su llamado.

Ese llamamiento es, sin lugar a dudas, una invitación al discipulado. Así como cuando se detuvo y llamó a unos pescadores de Galilea cuando tiraban de la red (Mt 4,18). Así como cuando por entre la multitud llamó a Leví, el publicano (Mt 9,9) a Zaqueo (Lc 19,1), al joven rico (Mc 10,17-30)…

¡Pero qué raro este maestro! Realmente Jesús rompía los esquemas. ¿Un ciego como discípulo? Las escuelas rabínicas se esforzaban por tener discípulos de “buena familia”, gente selecta que le diera categoría. Pero a este Jesús, no contento con tener pescadores, publicanos, celotes y gente de la más baja calaña, se le ocurrió en ese momento llamar a un mendigo ciego. ¡Pues sí! El llamado era para todos; nadie debía sentirse excluido. Para él no había personajes privilegiados ni élites favorecidas.

Y el ciego tomó una decisión inteligente: tiró su capa, “sus seguridades”, sus ataduras, aquello que lo detenía, lo amarraba y le impedía vivir a plenitud. La capa o el manto en la cultura semita oriental, era la exterioridad visible y significaba la identidad de una persona. El ciego dejó la capa a un lado, dio un salto, se puso en pie y se fue por sus propios medios al encuentro de Jesús

La pregunta de Jesús fue la misma que les hizo a Santiago y Juan, en el relato anterior: “¿Qué quiere que haga por ustedes?”. “¿Qué quieres que haga por ti?”, le preguntó a Bartimeo. Jesús se puso en disposición de servir; para eso había venido a este mundo. Pero mientras que los hijos de Zebedeo, cansados de caminar con Jesús, le pidieron un asiento en el posible trono, el ciego cansado de estar sentado al borde del camino, no le pidió una limosna. ¡Qué tonto habría sido! No le pidió un pedazo de pan, ni un trono. Le pidió lo realmente necesario: “Maestro que pueda ver”.

Aquí no es como dice el adagio popular: “ver para creer”, sino “creer para ver”. “Y enseguida recobró la vista y fue siguiendo a Jesús por el camino”. Bartimeo se convirtió en discípulo de Jesús, que en la mentalidad de Marcos, es el que puede ver.

Necesitaban hacer el proceso de Bartimeo para ser discípulos de verdad. Este es un verdadero modelo de seguimiento, un testimonio de renovación y una gran historia de salvación. Un espejo para vernos y evaluarnos en el camino con Jesús. ¿Somos de los que desaniman?, ¿somos de los que animan a la gente a ser mejores y a caminar con Jesús?, ¿estamos ciegos?, ¿tenemos una religiosidad de mendigos, o estamos dispuestos a pedir la luz para ver bien y convertirnos en verdaderos discípulos?

El llamado es hoy para nosotros. ¡Levantémonos que nos llama! ¡Dejemos las capas tiradas, pongámonos de pie y vayamos a su encuentro! Y, cuando Jesús nos pregunte qué queremos que haga por nosotros, no cometamos la imbecilidad de pedirle una limosna, ni un trono en el falso pedestal de un reino imaginario. Pidámosle su luz para descubrir el sentido de nuestra vida y para comprender su propuesta de salvación. Pidámosle su Espíritu para que nos conduzca siempre firmes en su camino hasta el final.


31. El predicador del Papa presenta un «instrumento» de misericordia al servicio de los fieles. Comentario del padre Raniero Cantalamessa, ofmcap., a la liturgia del próximo domingo

ROMA, viernes, 27 octubre 2006 (ZENIT.org).- Publicamos el comentario del padre Raniero Cantalamessa, ofmcap. -predicador de la Casa Pontificia- a la liturgia del próximo domingo, XXX del tiempo ordinario.

* * *

Tomado de entre los hombres y constituido para los hombres

XXX Domingo del tiempo ordinario (B) Jeremías 31, 7-9; Hebreos 5, 1-6; Marcos 10, 46-52


El pasaje del Evangelio relata la curación del ciego de Jericó, Bartimeo... Bartimeo es alguien que no deja escapar la ocasión. Oyó que pasaba Jesús, entendió que era la oportunidad de su vida y actuó con rapidez. La reacción de los presentes («le gritaban para que se callara») pone en evidencia la inconfesada pretensión de los «acomodados» de todos los tiempos: que la miseria permanezca oculta, que no se muestre, que no perturbe la vista y los sueños de quien está bien.

El término «ciego» se ha cargado de tantos sentidos negativos que es justo reservarlo, como se tiende a hacer hoy, a la ceguera moral de la ignorancia y de la insensibilidad. Bartimeo no es ciego; es sólo invidente. Con el corazón ve mejor que muchos otros de su entorno, porque tiene la fe y alimenta la esperanza. Más aún, es esta visión interior de la fe la que le ayuda a recuperar también la exterior de las cosas. «Tu fe te ha salvado», le dice Jesús.

Me detengo aquí en la explicación del Evangelio porque me apremia desarrollar un tema presente en la segunda lectura de este domingo, relativa a la figura y al papel del sacerdote. Del sacerdote se dice ante todo que es «tomado de entre los hombres». No es, por lo tanto, un ser desarraigado o caído del cielo, sino un ser humano que tiene a sus espaldas una familia y una historia como todos los demás. «Tomado de entre los hombres» significa también que el sacerdote está hecho de la misma pasta que cualquier otra criatura humana: con los deseos, los afectos, las luchas, las dudas y las debilidades de todos. La Escritura ve en esto un beneficio para los demás hombres, no un motivo de escándalo. De esta forma, de hecho, estará más preparado para tener compasión, estando también él revestido de debilidad.

Tomado de entre los hombres, el sacerdote es además «constituido para los hombres», esto es, devuelto a ellos, puesto a su servicio. Un servicio que afecta a la dimensión más profunda del hombre, su destino eterno. San Pablo resume el ministerio sacerdotal con una frase: «Que nos tengan los hombres por servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios» (1 Co 4,1). Esto no significa que el sacerdote se desinterese de las necesidades también humanas de la gente, sino que se ocupa también de éstas con un espíritu diferente al de los sociólogos o políticos. Frecuentemente la parroquia es el punto más fuerte de agregación, incluso social, en la vida de un pueblo o de un barrio.

La que hemos trazado es una visión positiva de la figura del sacerdote. No siempre, lo sabemos, es así. De vez en cuando las crónicas nos recuerdan que existe también otra realidad, hecha de debilidad e infidelidad... De ella la Iglesia no puede hacer más que pedir perdón. Pero hay una verdad que hay que recordar para cierto consuelo de la gente. Como hombre, el sacerdote puede errar, pero los gestos que realiza como sacerdote, en el altar o en el confesionario, no resultan por ello inválidos o ineficaces. El pueblo no es privado de la gracia de Dios a causa de la indignidad del sacerdote. Es Cristo quien bautiza, celebra, perdona; el [sacerdote] es sólo el instrumento.

Me gusta recordar, al respecto, las palabras que pronuncia antes de morir el «cura rural» de Bernanos: «Todo es gracia». Hasta la miseria de su alcoholismo le parece gracia, porque le ha hecho más misericordioso hacia la gente. A Dios no le importa tanto que sus representantes en la tierra sean perfectos, cuanto que sean misericordiosos.

[Traducción del italiano realizada por Zenit]


32. UN GRITO MOLESTO - JOSÉ ANTONIO PAGOLA

Marcos 10, 46 - 52

Jesús sale de Jericó camino de Jerusalén. Va acompañado de sus discípulos y más gente. De pronto se escuchan unos gritos. Es un mendigo ciego que, desde el borde del camino, se dirige a Jesús: «Hijo de David, ten compasión de mí».

Su ceguera le impide disfrutar de la vida como los demás. Él nunca podrá peregrinar hasta Jerusalén. Además, le cerrarían las puertas del
templo: los ciegos no podían entrar en el recinto sagrado. Excluido de la vida, marginado por la gente, «abandonado» por los representantes de Dios, sólo le queda pedir compasión a Jesús.

Los discípulos y seguidores se irritan. Aquellos gritos interrumpen su marcha tranquila hacia Jerusalén. No pueden escuchar con paz las palabras de Jesús. Aquel pobre molesta. Hay que acallar sus voces: Por eso, «muchos le regañaban para que se callara».

La reacción de Jesús es muy diferente. No puede seguir su camino, ignorando el sufrimiento de aquel hombre. «Se detiene», hace que todo el grupo se pare y les pide que llamen al ciego. Sus seguidores no pueden caminar tras él, sin escuchar las llamadas de los que sufren.

La razón es sencilla. Lo dice Jesús de mil maneras en parábolas, exhortaciones y dichos sueltos: el centro de la mirada y del corazón de Dios son los que sufren. Por eso él los acoge y se vuelca en ellos de manera preferente. Su vida es, antes que nada, para los maltratados por la vida o por las injusticias: los condenados a vivir sin esperanza.

Nos molestan los gritos de los que viven mal. Nos puede irritar encontrarnos continuamente en las páginas del evangelio con la llamada persistente de Jesús. Pero no nos está permitido «tachar» su mensaje. No hay cristianismo de Jesús sin escuchar a los que sufren.

Están en nuestro camino. Los podemos encontrar en cualquier momento. Muy cerca de nosotros o más lejos. Piden ayuda y compasión. La única postura cristiana es la de Jesús ante el ciego: «¿Qué quieres que haga por ti?». (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).


33. 29 DE OCTUBRE 2006 - SEÑOR, QUE VEA

1. "Gritad de alegría por Jacob, el Señor ha salvado a su pueblo, al resto de Israel" Jeremías 31,7. Hoy pregona el Profeta el retorno a la patria de los exiliados en Babilonia, libertados ya del destierro y de la esclavitud por el Señor que los ama: "Seré un padre para Israel, Efraín será mi primogénito".

2. El Señor ama a su pueblo como un padre, el Señor nos ama a todos, aunque, nos cuesta entenderlo y aceptarlo, cuando las circunstancias por las que nos deja pasar son dolorosas, y a veces, muy dolorosas. Por eso la entrega en sus manos es un perfume agradable a sus ojos pues demuestra nuestra confianza en su amor de padre. El fruto de esta lectura debe ser dejarnos invadir hasta la saturación de la idea de cuánto nos ama Dios, y de que todo lo que hace con nosotros es obra de amor. Es así como saldremos del destierro de nosotros mismos y de los ídolos en su busca y nos adheriremos, como la hiedra, al Señor que nos ama. Su fidelidad por todas las edades. Su misericordia por siempre. Nos ama tal como somos, y desea que seamos tal como él nos ha pensado. Amor gratuito y eterno. "Con amor eterno te he amado"(Jr 31,3). "No temas, oruga de Israel, gusanito de Jacob" (Is 41,14). Dios nos ama siempre, aunque nosotros lo olvidemos con mucha frecuencia. El Señor, que tiene alegría porque nos libera del destierro, que simboliza la separación de Dios, y de la esclavitud del pecado, quiere que todos los pueblos proclamen la alegría de la libertad de Jacob.

3. Ahora el profeta magnifica el regreso a la patria de los exiliados con la desbordante alegría natural: "Se marcharon llorando, pero los guiaré a su patria entre consuelos". "Ciegos y cojos, mujeres encinta y que han dado a luz recientemente. Retorna una gran multitud". Los conducirá de oasis en oasis, "a donde hay torrentes de agua". Hacia el agua, fuente de la fecundidad y símbolo de la gracia y del consuelo. De oasis en oasis. Califica el curso de la vida, normal, regular, mal, y el oasis alternativo, ofrecido con sabiduría infinita de Padre, que sabe equilibrar los signos del crecimiento para que no desesperemos.

4. El Salmo 125 canta el cambio de la suerte de Sión, creían estar soñando, cantando y riendo caminaban. "Los que sembraban con lágrimas, cosechan entre cantares. Los que iban llorando llevando la semilla, vuelven cantando con las gavillas granadas". La purificación dolorosa del destierro no ha sido estéril, pues les ha madurado, ya que, como dice San Juan de la Cruz, que padeció tanto, “¡Qué sabe el que no ha padecido!",

5. El relato de la curación del ciego Bartimeo, confirma que han llegado los tiempos mesiánicos, aquellos que Jesús decía a los fariseos que no los sabían discernir, y que Jeremías y el salmo citado anunciaban, a la vez que premia la fe del cieguecito, que veía mejor que los que le hacían callar, y por eso ha sabido orar con perfección. Como hacen los orientales, la súplica del ciego es reiterada y a gritos, confiada y como desesperada, porque allí estaba Dios y quería aprovechar su hora; y a pesar de que los que creyendo ver, no veían tan claro como el ciego, le regañaban para que se callara, él ponía todo su corazón y sus fuerzas en su grito, desde el sitio donde estaba sentado al borde del camino: "Hijo de David, ten compasión de mí" Marcos 10,46. Mis ojos, mis pobres ojos / que acaban de despertar / los hiciste para ver, / no sólo para llorar. Y es que desde la necesidad y pobreza se ora mejor que desde la satisfacción y la hartura. Cuantos más pobres mejores orantes. El fariseo satisfecho y engreído se miraba a sí mismo al orar ritualmente. El publicano pecador que se ve manchado, pide misericordia y salió justificado. "A los hambrientos los colmó de bienes y a los ricos los dejó vacíos" (Lc 1,53). El ciego ora perseverantemente pese a la contradicción, hasta que recibe aliento: "Animo, levántate, que te llama". La estima del ciego llamado por Jesús, sube de tono incluso ante los que antes de ser llamado le recriminaban. Su oración es un modelo al alcance de todos los que decimos no saber orar. Y el efecto de la oración se manifiesta plásticamente, elocuentemente. Soltó el manto, símbolo de su vida pobre y andrajosa, dio un salto y se acercó a Jesús, y con amor lleno de fe, siguió orando. Consigue que Jesús le escuche. Jesús alienta su oración. Conoce su necesidad, pero quiere que él se la manifieste. Quiere hablar con él y le pregunta: "¿Qué quieres que haga por tí?". Jesús sabe lo que quiere el ciego y sabe lo que él va a hacer, pero quiere oírlo de sus labios, de su corazón: -"Maestro, que vea". -"Anda, tu fe te ha curado". El cieguecito se ha dejado abrir los ojos. "Esperanza del cielo tanto alcanza cuanto espera" (San Juan de la Cruz).

6. El pasaje viene después del tercer anuncio de la pasión y muerte, cuando Jesús camina avanzando hacia Jerusalén, generosamente, como un profeta valeroso sabiendo que allí le espera la muerte. Los discípulos, en cambio, tenían miedo de la muerte, como nos pasa a nosotros. - "Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino", cantando con las gavillas recogidas, con lo que nos ofrece el contraste con el joven rico del domingo anterior que se marchó triste. Había sufrido y sembrado con lágrimas y corría con la boca llena de risas, la lengua de cantares. Nada madura tanto como el dolor. Nada produce más alegría que la curación del mal, de la ceguera en este caso. El joven que no había sufrido, no supo seguir al que le invitaba a ser curado de su posesión. Era en la ciudad de las palmeras, así la designa el Deuteronomio, en la ciudad de los rosales famosos, Jericó. En una época tan plagada de adicciones dolorosas, la curación del ciego de nacimiento es un aliento para quienes se ven tarados y afectados, esclavos que quieren ser libres y no lo llegan a conseguir. Acudan a Jesús con confianza, con la insistencia y la fe del cieguecito Bartimeo. Sostén ahora mi fe, / pues cuando llegue a tu hogar, / con mis ojos te veré / y mi llanto cesará.

7. Todos hemos pasado por uno o por varios destierros en esta peregrinación, como Efraim, el pueblo elegido. Ahora mismo podríamos recordar sucesos, enfermedades, conflictos, contradicciones. Si me centro en el suceso más duro de mi vida, veo detalladamente aquella terrible enfermedad de mi hermana. Fueron dos años de intenso sufrimiento, de agonía prolongada, de muerte lenta. Demacrada agonizante, al poco tiempo cambió su rostro en sonrisa de paz. Había pasado la lluvia. Había llegado la primavera. Yo recobré también la paz. Quedaba el dolor de la separación y el recuerdo del sufrimiento de ella. Por tanto el gozo no era total. Había pasado el dolor presente, pero quedaba un resabio de tristeza. Sólo la fe de que para ella había comenzado la plenitud del gozo, aliviaba mi déficit de paz actual. He ahí el análisis de la liberación que el profeta Jeremías nos adelanta: los consuelos y los torrentes de agua, aunque serán ya actuales aquí, serán incompletos, y sólo se plenificarán en la patria de felicidad y paz, en la etapa celeste donde no habrá llanto ni dolor porque el primer mundo ha pasado. Cuando veamos lo que el ojo nunca vió, porque no es un color, lo que el oído nunca oyó, porque no es un sonido, ni el pensamiento pensó, ya que es el pensamiento el que tiene que ir a aquel don para alcanzarlo (San Agustín).

8. "Anda, tu fe te ha curado". Sin ver con los ojos veía más que todos los que veían con los ojos, porque tenía fe y por ella pudo orar y conseguir la curación y la decisión, que es más preciosa, de caminar con Jesús. Otros oyentes de Jesús, veían milagros, contemplaban su rostro, su bondad, sus gestos, y no vieron en él a Dios. "Al momento recobró la vista y lo seguía por el camino". Marcos quiere decirnos con estas palabras con que termina el relato, que la fe es seguir a Jesús, como le sigue ahora el ciego, camino de Jerusalén, es decir, camino de la pascua. Ya nos había dicho antes: "El que quiera venir conmigo, que tome su cruz y me siga" (Mc 8, 34).

9. Antes de operar a un niño en cuya operación perderá la vista, sus padres lo llevaron a viajar para que viera el mundo y sus bellezas que nunca podrá ver. Y pregunta el niño candorosamente: ¿Cómo veré después? Con nuestros ojos, contestó su madre, reventando de pena.

Con los ojos de Jesús, por la fe, seguimos con el ciego por el camino, alabando a Dios, para darle gracias por las grandes maravillas que ha obrado en el mundo y en nosotros, y a recibir el pan de los fuertes, que nos hará generosos.

JESUS MARTI BALLESTER


34. Bartimeo - Escrito por José-Román Flecha Andrés - Universidad Pontificia de Salamanca