COMENTARIOS AL SALMO 17

 

1. EL SEÑOR DEL TRUENO

Me hacia falta este Salmo, Señor, y te doy gracias por enviármelo a tiempo. Necesito su doctrina, y necesito que me la repitas, precisamente porque mi trato contigo me lleva a la familiaridad, y la confianza puede arrinconar la debida reverencia. Aprecio inmensamente esa confianza y familiaridad, pero también caigo en la cuenta del peligro que tienen de hacerme caer en la falta de respeto y el olvido de tu infinita majestad. Eres Padre y eres amigo, pero también eres Señor y Dueño, y quiero tener tus dos aspectos ante mis ojos siempre. Este Salmo me va a ayudar en esto.

«El Señor tronaba desde el cielo, el Altísimo hacía oír su voz. Disparando sus saetas los dispersaba, y sus continuos relámpagos los enloquecían. El fondo del mar apareció y se vieron los cimientos del orbe, cuando tú, Señor, lanzaste un bramido, con tu nariz resoplando de cólera».

«Entonces tembló y retembló la tierra, vacilaron los cimientos de los montes, sacudidos por su cólera; de su nariz se alzaba una humareda, de su boca un fuego voraz, y lanzaba carbones encendidos. Inclinó el cielo y bajó con nubarrones debajo de sus pies; volaba a caballo de un querubín, cerniéndose sobre las alas del viento, envuelto en un manto de oscuridad; como un toldo, lo rodeaban oscuro aguacero y nubes espesas; al fulgor de su presencia, las nubes se deshicieron en granizo y centellas».

Me inclino ante ti, Señor, al aceptar como tuya la extraña imagen del relámpago y el fuego. Tú te sientas a mi lado, y tú cabalgas sobre las nubes; tú susurras y truenas; tú eres alegre compañero, y tú eres Rey de reyes. Quiero aprender la reverencia y la distancia para merecer y salvaguardar la cercanía y la intimidad.

No he de aprovecharme del privilegio que me brinda tu amistad, no he de olvidar el respeto y el decoro, no he de faltar a los buenos modales de la corte del cielo. He de amarte y adorarte, Señor, en un mismo gesto de acercamiento y humildad.

Lo que deseo es unir estas dos actitudes en una sola en mi alma, y acercarme a ti con intimidad y reverencia, con ternura y asombro al mismo tiempo. No olvidarme, ni en los momentos más íntimos, de que eres mi Dios; ni en los encuentros oficiales, de que eres mi amigo. Quiero encontrarme a gusto en tu palacio y en mi choza, en la liturgia pública y en la charla privada, en tu cielo y en mi tierra. Quiero tratar contigo en diálogo y en silencio, en obediencia y en libertad, en tu corte y en mis jardines. De ordinario nos encontramos como amigos, y por eso mismo hoy me alegro de que te me presentes como Rey y como Dios.

Y aún hay otra lección que quiero aprender hoy en este Salmo y llevarme como recuerdo. Siempre que la tormenta visite los cielos que me cubren, he de pensar en ti. Las nubes y la oscuridad y los truenos y los rayos volverán a dibujar tu imagen ante mi mirada, y yo me inclinaré en silencio y adoraré.

Bienvenidas sean las tormentas.

Carlos G. Vallés
Busco tu rostro
Orar los Salmos
Sal Terrae, Santander-1989, pág. 37s.


2.

"YO TE AMO, SEÑOR; TU ERES MI FORTALEZA"

La respuesta al salmo de hoy concentra en pocas palabras lo que las lecturas (primera y evangelio) anuncian como propuesta y nosotros vivimos y celebramos: el amor a Dios "con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser", y el amor "al prójimo" . Es una oportunidad muy buena para gozar de la oración, que no siempre ha de ser de petición o de acción de gracias. Sencillamente decirle al Señor que le amamos. Y decirlo una y otra vez. En la celebración se lo diremos las pocas veces que requiere el salmo responsorial. Pero puede ser la oración que cada uno se lleve a su casa y vaya repitiendo en el corazón a lo largo de la jornada, en medio de la tarea cotidiana. Así nos daremos más cuenta de que "con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser" quiere decir que el amor de Dios invade todos lo ámbitos de nuestra vida: todos los lugares, todos los momentos, todo el pensamiento, todas las palabras, todas las acciones, todas las relaciones... y nuestra respuesta amorosa también hemos de darla en todas las ocasiones.

J. ROMAGUERA
MISA DOMINICAL 1994, 14


3. 

PRIMERA LECTURA: CON ISRAEL

* A. La acción de gracias de un Rey de Israel. El país estaba en extremo peligro: los enemigos amenazaban... Aparecía la muerte... Los "lazos mortales me rodeaban"... El pueblo de Israel quizá, iba a desaparecer. El rey (se habla aquí de David) se puso al frente de sus ejércitos y logró la victoria. Ahora, celebrando la reciente victoria, sube al Templo para ofrecer un "sacrificio de acción de gracias", y cumplir un voto que él había hecho en el momento de peligro. Está rodeado de toda la muchedumbre, de pobres (los Anawim citados en este salmo). Llega ante el altar. Empieza a cantar su acción de gracias: he ahí la puesta en escena, el revestimiento de este salmo. Estos detalles concretos tienen un significado más profundo, en forma de "parábolas".

B. Lo fundamental: acción de gracias por la liberación, por la Alianza, por toda la historia escatológica. Este salmo fue compuesto con toda seguridad después del exilio, por consiguiente, en una época en que ya no había reyes... Más admirable aún, en una época en que Israel lejos de ser vencedor, está "ocupado" y "oprimido" por los invasores. ¿Se trata de una fábula? No, porque mediante este "Midrash" esta "parábola" de David vencedor (¡los judíos no eran víctimas del genero literario, épico, lírico, que empleaban! )...

Los judíos celebraban no tal o cual victoria histórica, sino la "victoria escatológica", la victoria final de Dios por su Mesías: el "rey" que habla aquí, es este "rey del futuro" que establecerá el "Reino de Dios". El salmista, no conoció anticipadamente a Jesús de Nazareth, su muerte y su Resurrección, pero era a "El" a quien esperaba. Recitando este salmo, nosotros cristianos, somos fieles al pensamiento profundo del salmista. De hecho, este salmo recapitula todos los beneficios de Dios en favor de su pueblo. En la figura de David vencedor, se celebra la victoria de LA HUMANIDAD DEL MAÑANA CONTRA EL MAL MEDIANTE LA AYUDA DEL ENVIADO DE DIOS.

SEGUNDA LECTURA: CON JESÚS

** "Te amo, Señor... Mi fuerza... Mi peña... Mi fortaleza... Mi liberador... Mi Dios... Mi roca... Mi escudo... Mi armadura de salvación... Mi ciudadela...". ¡Palabras ardientes de amor! Letanía amorosa de nombres que se dan cuando se ama. No suavicemos la fuerza de estos "posesivos" admirables: "mi roca, mi escudo...".

Todo el poder de Dios puesto al servicio de los pequeños y los pobres. "Tú salvas el pueblo de los humildes y humillas los ojos altivos". Parece escucharse anticipadamente "el Magnificat de María": "Baja de sus tronos a los poderosos, y exalta a los humildes':. Y las palabras de Jesús: "Bienaventurados los pobres, el Reino de los cielos es vuestro. .. Bendito seas, oh Padre, que has ocultado estas cosas a los ricos y a los sabios, y las has revelado a los pequeñuelos".

En el discurso escatológico (Marcos 13,24), Jesús vuelve a utilizar el lenguaje lírico propio de la conmoción cósmica: "el sol se oscurecerá, las estrellas caerán del cielo, las potencias de los cielos se tambalearán...". Y el salmista dice: "la tierra titubea y tiembla, trueno en el cielo, granizo y centellas de fuego...". Los Semitas pensaban que todos los fenómenos que sucedían en el "cielo", eran dominio reservado de Dios: relámpagos, nubes, huracanes, etc. Aún en nuestros días, el hombre no ha dominado algunos de estos fenómenos fantásticos: el rayo, el volcán, las mareas, las inundaciones, que destruyen todo a su paso, las sequías dramáticas que matan animales y plantas.

Tanto el salmista como Jesús nos dicen que Dios pone en acción estos formidables poderes para "salvar", para "liberar" a su pueblo... Evocación de la salida de Egipto, del paso del mar Rojo, de la tormenta del Sinaí, pero sobre todo anuncio profético del "fin de los tiempos", cuando todos los dragones que aterrorizan al hombre se habrán precipitado en el mar del fuego (Apocalipsis 12.13).

La Alianza de Dios con su pueblo. En el Sinaí, Dios entregó su ley a los hebreos, como pacto de Alianza. La parte media del salmo asume el lenguaje de una "ley" de Dios, don maravilloso, medio de comunión con la voluntad Divina, un "camino" para transitar y que es el camino de Dios: "Yo soy el camino, la verdad". "Os doy un mandamiento nuevo: amaos los unos a los otros".

TERCERA LECTURA: CON NUESTRO TIEMPO

*** Un poema antiguo. Un amigo a quien hablaba de mi oración con los salmos me decía: "¿Orar con los salmos? Esto no es evidente...". Expresaba así, de una manera cortés y "abierta" hacia el futuro, el hecho evidente de que la mayor parte de los cristianos ha perdido la costumbre de utilizar el salterio como "libro de oración". Y no por desprecio, sino a causa de una dificultad real: el lenguaje utilizado en los salmos, pese a las buenas traducciones, sigue siendo un lenguaje del pasado, de una cultura diferente a la nuestra. Habría que ser ciego para no verlo. Quien haya leído el salmo 17 en forma ingenua, ha tenido la mejor demostración de esto.

Ha podido, en tal o cual frase "saborear" pensamientos muy cercanos a él y que ayudan a la oración: ejemplo...

"Te amo, Señor, mi fortaleza, mi liberador...

"En mi angustia, llamé, grité, y él escuchó mi voz...

"Tú salvas al pueblo de los humildes y abates los ojos altivos...

"Te alabaré entre los pueblos, Señor, celebraré tu nombre...

Pero... ¡Cuántos pensamientos extraños a nuestra cultura, y que a primera vista, nos desconciertan!, ejemplo...

"Una humareda sale de sus narices. . . (se trata de Dios, ¡comparado a un toro furioso que se lanza sobre cualquier cosa que se pone delante de él!).

"De su boca, un fuego devorador...

De un querubín hace su cabalgadura... (¡qué Dios tan raro!).

"Lanza flechas en todo sentido, lanza rayos... (las alusiones a antiguas mitologías de dioses con rayos en sus manos son evidentes).

"Persigo a mis enemigos, los abato, caen a mis pies... Piden un salvador; nada viene. Los barro como la basura de las calles... Dios me da el desquite... (¿qué Dios es este?).

La vida es un gran combate, Dios es nuestro aliado y seremos victoriosos.

Ya hemos dicho que los judíos cantaban este salmo pensando en los combates escatológicos del "descendiente de David" que debía venir.

En hebreo, la palabra "extranjeros" es lo mismo que decir "falsos dioses". No traicionamos absolutamente el texto, cuando detrás de las palabras "enemigos", "agresores", ponemos "todas las potencias del mal". ¿Quién de entre nosotros no está oprimido por la enfermedad, el pecado, la muerte, la perversidad y el egoísmo, duras limitaciones, injusticias personales y colectivas? No dudemos un momento, recitemos este salmo: "persigo a mis enemigos en retirada, extermino a mis rivales... Se rinden...". No nos contentemos con exclamar esta oración en el fondo del corazón: combatamos con Jesús, hasta el día en que "no habrá más lágrimas, ni duelo, ni sufrimiento, ni pecado...".

"Te amo, Señor, mi fortaleza. Sí, te amo. ¡Sé Tú mi única fortaleza!".

NOEL QUESSON
50 SALMOS PARA TODOS LOS DIAS II
PAULINAS, 2ª Edición
BOGOTA-COLOMBIA-1988.Págs. 28-31


4.

¡Viva el Señor!

Tedeum por la victoria

Este salmo kilométrico encuentra la propia justificación en el v. 1 que hace de introducción: «de David, que pronunció las palabras de este cántico el día en que el Señor le arrancó de las manos de los enemigos y de las manos de Saúl».

Considerando como legítimas todas las reservas acerca de su atribución a David, queda este grandioso tedeum de acción de gracias a Dios por parte de un rey que se ha librado de una buena...

Rodeado de enemigos mucho más fuertes que él (v. 18), probablemente de un gran levantamiento popular (v. 44), al rey no le queda otra salida que confiar en el Señor:

Señor, mi roca, mi alcázar, mi libertador;
Dios mío, peña mía, refugio mío, escudo mío,
mi fuerza salvadora, mi baluarte
(v. 3).

También al rey, como a la mayoría del común de los mortales, le queda una única salida: el grito.

En el peligro invoqué al Señor,
grité a mi Dios..
. (v. 7).

Ha tenido la certeza de que el propio grito no se había perdido, sino que había llegado a su destino:

Desde su templo él escuchó mi voz
y mi grito llegó a sus oídos
(v. 7).

La respuesta divina se ha hecho efectiva:

Desde el cielo alargó la mano y me agarró (v. 17).
Me libró de un enemigo poderoso (v. 18).
Me sacó a un lugar espacioso,
me libró, porque me amaba (v. 20).

Por eso ahora puede entonar a voz en grito el tedeum. Y en un crescendo cada vez más potente y majestuoso puede explotar en un grito final: «¡Viva el Señor!».

El «tú» en acción

El salmo en su detallada relación de las empresas de Dios, está roto por dos elementos que pueden dejar perplejos e incluso hacer sonreír por la abundancia de imágenes maravillosas. Se trata de una narración simbólica (v. 5-6) y de una teofanía (v. 8-16).

En la primera tenemos una descripción de carácter mítico de la situación desesperada del rey. «Torrentes destructores», «redes del abismo (sheol)» y «lazos de la muerte» son los viejos enemigos vencidos por Dios y que él ha relegado a lugares bien delimitados que no pueden abandonar, pero que buscan de llevar a ellos a las criaturas, sobre todo a los elegidos de Dios. Todo individuo está amenazado por estos elementos.

La teofanía, o manifestación de Dios (v. 8-16), tiene semejanzas con la del Sinaí, de la que encontramos una descripción en el Éxodo. Sus elementos terroríficos son: un terremoto, erupciones volcánicas y una espantosa tempestad. Todo en relación con la cólera del Señor -que en el lenguaje judío está relacionada con la nariz de Dios (v. 9)-.

Una traducción nunca llega a reflejar toda la fuerza del estilo original y a expresar la confusión provocada por la catástrofe, con todos los elementos desencadenados a un tiempo. Sin embargo, hay algunas imágenes poéticas de belleza inigualable, por ejemplo:

Inclinó el cielo y bajó
con nubarrones debajo de sus pies
(v. 10).

En la narración histórica de la liberación, salta a la vista una aparente incongruencia. Un entramado de «tús» atribuye a Dios el mérito exclusivo de la victoria:

Señor, tú eres mi lámpara,
Dios mío, tú alumbras mis tristezas (v. 29).

Tú diste gran victoria a tu rey (v. 51).

Por otra parte son reivindicados los títulos meritorios del beneficiado. Como si fuesen sus derechos:

El Señor me pagó mi justicia,
retribuyó la pureza de mis manos,
porque seguí los caminos del Señor
y no me rebelé contra mi Dios (v. 21-22).

El Señor retribuyó mi justicia (v. 25).

¿En qué quedamos? ¿Gratuidad absoluta de la acción de Dios o derechos del hombre «fiel» (v. 24)?

Hemos de despojarnos de nuestra mentalidad demasiado jurídica y «exclusivista».

Para el israelita, gracia divina y derecho humano coexisten sin limitarse. Es decir, el «mérito» del hombre no impedía en modo alguno que la gracia fuese total. Y esta última, lejos de hacer desaparecer aquel derecho, constituía más bien su fundamento. Precisamente porque Dios había puesto la propia complacencia en el rey, éste podía hablar (y vanagloriarse) de su respeto a la ley (A. Maillot-Leli~vre).

Además no debemos olvidar el cuadro de la alianza y de los recíprocos «compromisos». Dios ha prometido calcar su conducta en la de su partner:

Con el fiel tú eres fiel,
con el íntegro tú eres íntegro,
con el sincero tú eres sincero,
con el astuto tú eres sagaz
(v. 26-27).

En definitiva, la acción de Dios está sincronizada con mi conducta. Para saber cómo se comportará Dios conmigo, basta observar mi comportamiento a propósito de los compromisos que he asumido con él...

Subir lentamente por el torrente

Dicen que este salmo en vez de meditarlo frase por frase es mejor leerlo de un tirón, dejándose trasportar por su corriente torrencial.

Estoy... casi de acuerdo. Con tal que una vez llegados al final subamos lentamente este torrente impetuoso y nos paremos en los puntos panorámicos más sugestivos que la impetuosidad de la corriente sólo nos había dejado entrever. Me limito a sugerir alguna de estas paradas:

1. La arremetida del salmo, verdaderamente insólita y extraña: «Yo te amo, Señor, tú eres mi fortaleza» (v. 2). Es una de esas frases sorprendentes que hay que masticar miles de veces sin llegar nunca a terminar con su sabor. Por otra parte todo el salmo está surcado por un siniestro ruido de armas y de intervenciones de Dios, que se manifiesta con toda su fuerza, pero sobre todo en la delicadeza de su amor por el protegido.

2. «Señor, tú eres mi lámpara; Dios mío, tú alumbras mis tinieblas» (v. 29). Frase que será bueno conservar como una centella de luz en los momentos en que es de noche dentro y fuera de nosotros.

3. Ni siquiera con este salmo podemos salir bien parados. Inútil hacerse ilusiones. A pesar de las apariencias de un mundo y de unas circunstancias lejanas de los problemas de nuestra existencia cotidiana, el tema principal nos toca directamente. El punto de contacto con nuestra realidad espiritual nos viene dado por el mismo salmo: «le fui enteramente fiel, guardándome de toda culpa» (v. 24). Este es el escenario de la guerra: mi propio yo. Un proverbio alemán dice: «Todo hombre lleva en sí una bestia salvaje». Esta bestia salvaje se manifiesta de mil maneras. Se le pueden dar muchos nombres; sobre todo la debo controlar, afrontar y combatir con todos los recursos. Por tanto la victoria o la derrota se juegan esencialmente dentro de mí. Solamente hay que tener presente que cualquiera que sea la victoria en este campo no se asemejará a la descrita por el rey en su tedeum:

Los derroté y no pudieron rehacerse,
cayeron bajo mis pies (v. 39).

Los reduje a polvo que arrebata el viento,
los pisoteaba como barro de las calles (v. 4
3).

No podré yo decir lo mismo de mis enemigos. Después de haberlos exterminado, reaparecen a la mañana siguiente más fuertes que antes. Y la guerra comienza de nuevo... Pero todos los días puedo contar con el «Señor, mi roca, mi alcázar, mi libertador» (v. 3).

4. El rey victorioso habla de un suceso que va más allá de toda previsión, de proporciones inimaginables:

Un pueblo extraño fue mi vasallo (v. 44).

Los extranjeros me adulaban (v. 45).
Los extranjeros palidecían,
y salían temblando de sus baluartes (v. 46).

Lo mismo sucede con nosotros. Nuestras victorias adquieren dimensiones insospechadas. Las consecuencias de nuestros sucesos no están circunscritas en nuestro corazón. Cada victoria mía es una victoria colectiva que afecta también a mucha gente desconocida. No venzo jamás solo. Venzo siempre con los demás y para los demás. Puedo decir que mi victoria tiene repercusiones benéficas en todo el mundo. Mi tedeum de acción de gracias, después de un día de victoria, es siempre un canto de millones de voces. El destinatario es inevitablemente el mismo, ¡faltaría más! Pero tampoco es absurdo pensar que muchas de esas voces de gratitud se dirijan a mí. Como si dijesen: «Gracias, porque hoy no has sido un cobarde. También es mérito tuyo si el aire del mundo se ha convertido en menos irrespirable».

Me gustaría cerrar el comentario a este salmo subrayando aún una expresión estupenda:

El me da pies de ciervo
y me coloca en las alturas
(v. 34).

Tenemos una nueva definición de Dios que poner junto a las que hemos ido encontrando en los demás salmos. Dios, por tanto, es el que «me coloca en las alturas». Se traza una nueva vocación del hombre: permanecer en las alturas. El hombre es el «animal» destinado a permanecer en las alturas.

Una definición de san Basilio constituye un comentario muy claro a este versículo: «El hombre es la criatura que ha recibido la orden de convertirse en Dios». Notemos para deshacer equívocos: ha recibido la orden...

Señor, tú que me conoces, tú que conoces mis dudas, mis miedos, mis cálculos mezquinos, has hecho bien en no andar con titubeos. Me has colocado ante los hechos consumados. Has alargado tu mano desde el cielo, me has agarrado (v. 17) y me has colocado en las alturas. Con la orden de permanecer allí.

Ahora comprendo en qué consiste mi victoria: en la capacidad de resistir allí arriba, a pesar del furor de la tentación que me quisiera empujar hacia abajo, hacia metas «más de acuerdo con mis posibilidades».

Si soy capaz de mantenerme en las alturas, incluso clavando las uñas entre las grietas de «mi roca», entonces podré gritar. Pero esta vez será el grito de júbilo del rey victorioso: «¡Viva el Señor!».

ALESSANDRO PRONZATO
FUERZA PARA GRITAR
Edic. SÍGUEME.SALAMANCA-1980.Págs. 240-243