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Un mensaje viejo y siempre nuevo: el amor
El evangelio de hoy tiene un peligro:
es demasiado conocido y parece sencillo. Unido al mensaje que nos da el AT,
habría que ayudar a descubrir su fuerza siempre actual y difícil: el
mandamiento del amor.
Habría
que dar gracias a los fariseos por dar a Jesús la ocasión de condensar de este
modo todo su plan de vida. También nosotros ahora, entre tantas direcciones en
que se mueve nuestro interés, nos preguntamos qué es lo verdaderamente
importante: y Jesús nos responde también a nosotros. Él une el amor a Dios
-primer mandamiento- y el amor al prójimo -semejante al primero.
Según
en qué ambientes habría que subrayar el amor a Dios. En otros, el amor al
prójimo.
El
amor a Dios es el primer mandamiento de todos. El que se formula bíblicamente
como "no tendrás otro dios más que a mí": un mandamiento que sigue
siendo el más radical de todos. Contra los ídolos de antes y los de ahora.
Contra el peligro de centrarnos en otros "dioses". Amar a Dios no es
sólo el no blasfemar, o el santificar las "fiestas": es poner su plan
de vida como prioridad absoluta en nuestros programas y en nuestra mentalidad.
Es escuchar su Palabra, encontrarnos con Él en la oración, amar lo que ama
Él. Es algo más que temerle o incluso obedecerle: es amarle.
(En
la carta a los Tesalonicenses, Pablo les alaba: "abandonando a los ídolos,
os volvisteis a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero": es toda una
respuesta al materialismo y a las tentaciones idolátricas que hoy abundan más
que nunca). Es ponerle a Él por delante de cualquier otro valor: también como
razón de ser del mismo amor al prójimo, que para muchos parece el prioritario,
pero que Cristo pone como consecuencia del primero: el amor a Dios.
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Dios, al lado de los débiles
Pero
normalmente en todos los ambientes la homilía debería ayudar también a captar
toda la fuerza que tiene el otro mandamiento que Xto nos ofrece: amar a los
demás, como a nosotros mismos, como consecuencia y semejanza del amor a Dios.
Hay
que saber aprovechar la enumeración que el Éxodo hace. En verdad uno se da
cuenta de que las cosas sociales son viejas: los ejemplos que aparecen en la
primera lectura siguen teniendo actualidad: el desamparo de las viudas y los
huérfanos, el aprovecharse de los forasteros (inmigrantes, turistas...) o de
los pobres. La amenaza de Dios es fuerte: "si los explotas y ellos gritan a
mí, yo les escucharé", "porque soy compasivo".
Jesús
une las dos direcciones del amor: no vale amar a Dios (o decir que se ama a
Dios) y descuidar el amor horizontal, sobre todo con los débiles. Hoy también,
y más que nunca, podemos enumerar -cada uno en su ambiente- los más
desamparados de la sociedad, los que entre todos marginamos para aprovecharnos
de ellos y de su debilidad... A veces es en el terreno económico, otras en el
cultural; pero siempre pagan unos cuantos la usura y la ambición de otros. Y la
dignidad de la persona humana, tanto si es por motivos sociales como raciales o
ideológicos o religiosos, queda humillada: y Dios toma como cosa propia esta
humillación. Nunca está de más que también a los cristianos
"buenos" se nos recuerde que ahí está el mandamiento principal. Y
que no lo cumplimos por mero altruismo, ni por propaganda electoral, sino como
consecuencia del amor a Dios y del amor de Dios. En la familia, en la comunidad
eclesial, en la sociedad, en la escuela, en el trabajo: en todos los campos,
tenemos cada día mil ocasiones para examinarnos de este primer mandamiento:
¿amo en verdad a Dios y al prójimo? El mejor modelo es el mismo Jesús: basta
recordar cómo amó a Dios, su Padre, y cómo trató a los demás, en especial a
los más abandonados.
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El cristianismo tiene una ley positiva: amar
Otro
aspecto que conviene resaltar: nuestra ley cristiana está aquí expresada en
términos absolutamente positivos. Se podría recordar lo de "no
matar", "no robar", "no mentir"... Pero Cristo, al resumir
toda la Ley, nos da un programa positivo: "amar". Amor: no sólo
"caridad".
El
amor no es sólo un mandamiento, una ley importante. Es la razón de ser de
todo. Es el principio fundamental que lo impregna todo. Es el alma de toda ley y
de toda vida cristiana, personal y comunitaria. No se trata de un aspecto
jurídico, sino de la clave teológica que da sentido a toda nuestra vida
cristiana y humana. Ahí está la novedad del cristianismo.
La
homilía, a la vez que concreta algunos ejemplos más oportunos de cada
ambiente, debe hacer caer en la cuenta de esta radicalidad positiva del
mandamiento del amor. En tanto somos cristianos en cuanto amamos. El
"examen" final será éste: "porque me disteis de comer...",
"lo que hicisteis a uno de estos, me lo hicisteis a mí"...
En
la Eucaristía que celebramos ejercitamos nuestro "amor" a Dios,
escuchándole, acogiendo su don eucarístico. Pero también nos comprometemos a
amar al prójimo: "como nosotros perdonamos", "daos
fraternalmente la paz". Así, la celebración dominical es un resumen del
programa vital para toda la semana, uniendo los dos mandamientos de Cristo.
J.
ALDAZABAL
MISA DOMINICAL 1981/20
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