31 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO XXIX
CICLO C
1-10

 

1. ORA/PERSEVERANCIA  

La oración, elemento capital de lo que puede vivirse entre Dios y nosotros, la oración tiene necesariamente aspectos oscuros: ¿cómo alcanza a Dios?, ¿cómo responde Dios? Cuando descubramos a Dios cara a cara, veremos qué es lo que quería decir orar. Entretanto, Jesús, que conoce al Padre y nos conoce a nosotros, nos ayuda a través de pequeñas advertencias a rezar lo menos mal posible. Unas veces acentúa la idea de discreción ("No machaquéis"), otras pide una confianza loca ("Si tuvierais fe como un grano de mostaza..."). En esta parábola del juez inicuo nos invita a ser insistentes.

La oración se presenta aquí como una doble paciencia: la de Dios y la nuestra. No podemos saber nada concreto de la paciencia de Dios, porque al ser divina tiene unas perspectivas muy grandes y lejanas. Pero nuestra impaciencia es muchas veces ciega y Jesús nos aconseja que no queramos liquidarlo todo enseguida: "¡Insiste!". Con su estilo observador y realista, busca ejemplos de insistencia eficaz. Ya había propuesto la imagen del amigo importuno (Lc/15/05-08) y ahora traza el doble retrato de una viuda que quiere hacerse escuchar y de un juez que se hace el sordo: gana la viuda.

Lo que tiene que interesarnos no es el juez (¡no representa a Dios!), ni tampoco la viuda y las buenas razones de su petición, sino su obstinación: "Yo no temo a Dios -dice el juez-, ni respeto al hombre, pero esa viuda me está amargando la vida; le voy a hacer justicia para que no siga reventándome".

Aquí surge el "a fortiori" que nos arranca de nuestros pequeños problemas humanos y nos levanta hasta Dios. Si acaba teniendo éxito la insistencia ante un sinvergüenza, "con mayor razón", dice Jesús, tendrá éxito con el Dios amor.

Pero se presenta entonces la objeción: si Dios es amor, ¿por qué suplicar tanto?, ¿por qué se hace el sordo como el juez inicuo? A pesar de ser tan enigmático, el suspiro de Jesús al final de este texto nos aleja de la inexplicable sordera de Dios para situarnos ante nuestra oración: "Pero cuando vuelva el Hijo del Hombre, ¿va a encontrar esa fe en la tierra?". Ese "pero" tiene que hacernos pensar en la calidad de nuestra insistencia: ¿con qué le calentamos a Dios la cabeza?, ¿con la fuerza de nuestra fe? Jesús nos lo ha dicho repetidas veces: hay una relación primordial del hombre con Dios, la fe. De la fe brota el amor, la confianza y la oración. Dios no se hace el sordo, sino que quiere ser el zahorí de nuestra fe, buscar de dónde mana: una oración que no brote de la fe no llegará nunca a sus oídos.

¿Habrá que insistir para doblegar a un Dios "que se hace de rogar"? No, sino que hay que ir a lo más profundo de nosotros mismos para ahondar en nuestra fe. Para que brote con fuerza, hasta que llegue finalmente a lanzar hacia Dios las oraciones que él espera, oraciones de fe.

Discutir sobre nuestras oraciones no escuchadas es por otra parte tan inútil como quedarse en teorías, pues se trata de algo vivido. Se puede y se debe discutir, pero sobre experiencias de oración.

El que ha realizado la experiencia de la insistencia ve (¡un poco!) por qué Dios se hacía el sordo. Alimentada de fe, nuestra insistencia acaba iluminándonos sobre Dios y sobre nosotros; vamos entrando casi sin darnos cuenta en su visión de las cosas; nuestra paciencia se une con la suya. Lejos de ser el juez inicuo, es el padre cariñoso que nos responde ya con su silencio: "Sigue insistiendo". Un día sabremos que gracias a esa fe insistente nuestro corazón iba cambiando y se convertía en el corazón cuyos más pequeños latidos Dios es capaz de oír.

ANDRE SEVE
EL EVANG. DE LOS DOMINGOS
EDIT. VERBO DIVINO ESTELLA 1984.Pág. 169


2. J/ORACION  RD/ORACION  JUSTICIA/ORACION

En el evangelio de Lucas se recalca muy especialmente el tema de la oración. Jesús aparece con frecuencia en oración y alguna vez durante toda la noche. Vive en un clima de oración que brota, o mejor, manifiesta, su relación con el Padre. Hace oración en los momentos más decisivos de su misión: al empezar la vida pública, al escoger a los doce, en la Pasión... En la vida de Jesús, dada su relación con el Padre, la oración es algo que brota espontáneamente, como el agua de la fuente y la luz del sol.

Jesús no empieza por enseñar a orar a sus discípulos, sino que les predica el Reino de Dios, y de esta adhesión o fe en el Reino brotará la necesidad de orar. Y así sucede que después de convivir durante bastante tiempo le piden que les enseñe a orar. La oración de Jesús es un clima y un modo de vida más que unos actos o un culto a Dios. Por eso une la oración a la fe al final del Evangelio de hoy. Sin fe la oración no tiene sentido, no se entiende. Por eso lo primero es la evangelización en tiempos de Jesús y en los nuestros.

La referencia al mensaje, y mejor todavía, a la vida de Jesús es la mejor escuela de oración.

La intención de Jesús al proponer esta parábola está bien clara: la necesidad de una oración continuada y hasta machacona. Se destaca este segundo aspecto, sin duda, para hacer mella en el auditorio, cosa que siempre busca, en primer lugar, toda predicación profética y todo ejemplo didáctico o parábola. Esto se puede acentuar tanto que se llegue a distorsionar o romper la semejanza de fondo. Tengamos en cuenta, por otra parte, que los ejemplos siempre cojean (decían los romanos: "exempla nunquam currunt quattuor pedibus"). El Padre de Jesús no es este juez inicuo, descreído y fanfarrón, y no hace falta aporrearle la puerta del despacho para que nos escuche. De todas las formas la insistencia machacona de la viuda, figura desvalida y en contraste con el juez prepotente, consigue lo que busca, que se le haga justicia. La figura de la viuda se asemeja más a la nuestra que la del juez a Dios. Tampoco Jesús intenta aplicar a Dios la última razón del juez para hacer justicia: "para que deje de molestarme de una vez".

El contenido de la oración tiene aquí relación con el hacer justicia a los más desvalidos. Los comentaristas han relacionado este pasaje con el Éxodo, donde Dios se compadece del pueblo oprimido y se compromete en su ayuda. También el Dios del Evangelio es un Dios que toma parte por la justicia y la ayuda a los más desvalidos (opción por los pobres). Un Dios cercano y entrañable que camina y lucha al lado del hombre en la historia.

Si está claro que la oración está relacionada con hacer justicia a los más necesitados, de ninguna manera se puede separar de la acción y el compromiso. Al contrario, el cristiano que en su oración toma conciencia de su fe ha de ser el primero en la lucha por la justicia, la solidaridad y la fraternidad entre los hombres. Esto, en teoría, no admite la menor duda. Otra cosa puede ser la práctica de cada día en nuestra vida. La oración se pervierte en el momento que no ayude a ver en la fe la exigencia del amor a los hermanos, y concretamente a los más pobres. Esta es la verificación de la oración.

Sin fe no se entiende la oración. Y el problema de fondo ya lo insinúa Jesús: "Pero el Hijo del Hombre cuando venga, ¿encontrará en la tierra una fe como ésta?" El problema de fondo, por lo tanto, es la fe. Y en un mundo como el nuestro, que en un alto porcentaje rechaza o no tiene en cuenta la fe, la oración carece de sentido. Por eso Jesús lo que pide consecuentemente es la fe en el Reino de Dios y todo lo demás es añadidura. También la oración. Una fe vivida siempre implicará la oración.

(MARCOS MARTÍNEZ  DE VADILLO
DABAR 1989/51


3. 

Una especie de inercia nos mueve a quedarnos en la frase inicial que habla de "orar siempre sin desanimarse". Olvidamos que la parábola nos presenta a un Dios sabedor de nuestras necesidades y que, por tanto, no precisa de reiteradas peticiones para finalmente rendirse y conceder lo solicitado.

Dios no se parece, en absoluto, a aquel juez inicuo, venal y sinvergüenza, que se nos ha descrito. Es el extremo contrario. El Dios de Jesús se define por su amor a los hombres. "Al orar, no multipliquéis las palabras como quienes piensan que se les concederá su petición por sus muchas palabras. Dios sabe lo que necesitáis antes de pedírselo" (Mt/06/07). No se nos piden prolongados rezos, sino un corazón que percibe el amor de Dios y, a su vez, le manifiesta constantemente su propio amor.

La oración cristiana, nacida de la vivencia y no de la mera costumbre social, tiene un tono que la distingue de la meramente religiosa. El discípulo no se encuentra, en primer lugar ante el creador omnipotente e infinito, sino ante el padre (abba=papá) y el amigo, ante el modelo de comportamiento. No entiende a Dios como habitante de los lejanos cielos, sino como "el que está con él". Nota la fuerza de su espíritu en lo más profundo de sí mismo. Entiende que no es él quien tiene a Dios, sino que es Dios quien lo posee desde su fe. Lo siente, con palabras de San Agustín, como más íntimo que lo más íntimo de sí mismo. Él es quien salva, quien realiza plenamente al hombre. El cristiano va experimentando esta luminosa realidad en medio de las limitaciones que el ser hombre lleva consigo. "Yo soy el que vais viendo que soy", podría ser una traducción de esa vivencia dinámica del Dios de Jesús.

¿Qué sentido pueden tener entonces las llamadas a perseverar en la oración? Desde luego, no son incitaciones al abandono de la tarea humana como una especie de intimista, malentendida y alienante "sólo Dios basta". No fue así el ejemplo del Maestro.

No es cierto aquello de que "por rezar mucho no se peca". Podría ser una negación práctica de la encarnación del Hijo de Dios. La repetida cita de Oseas deja claro el deseo de Dios: prefiero la solidaridad a los ritos. Una oración que adormezca como el opio la responsabilidad humana del creyente no puede ser calificada de cristiana. El discípulo se siente más comprendido y apoyado en su comunidad de fe, pero ello no ha de convertir a ésta en un "grupo estufa" que oculte la realidad de la vida y demore el compromiso por el Reino. Ser levadura en la masa y sal de la tierra son funciones que el Señor pensó para sus seguidores. Lo contrario sería llamarle machaconamente "Señor", pero sin hacer lo que él nos dice. Ahí se encuentra la parte de verdad que contiene el viejo refrán: "a Dios rogando y con el mazo dando".

El cristiano mantiene una relación constante con aquel que es objeto de su fe. Experimentar al Señor en lo profundo de su persona constituye su fuerza y su luz. Sus rezos han de hacerse también oración o, dicho de otra manera, diálogo profundo con quien lo inhabita. Desde la fe, su vida se convierte en sacrificio, es decir, en actuación sagrada. El fiel se convierte así en medio ordinario de la acción salvadora de Dios. Se trata del Dios vivo, actuante en la historia por los medios que él elija. La oración, alimentando la fe, posibilita y potencia en el cristiano la actividad comprometida con el Reino. Así, la oración cristiana es, en palabras de aquel alcalde comunista de Florencia, una fuerza histórica. Sin oración, sin sentido de la presencia continua de Dios junto a nosotros, puede que en un principio parezca que la actividad cristiana sobre el mundo va igual o, incluso, mejor. Pero la situación es tan engañosa como aquel que se siente más ligero por no haber comido: pronto sus fuerzas caerán en picado.

La flor recién arrancada sigue siendo hermosa por un tiempo. El rabo cortado a la lagartija se mueve mucho. Sin embargo, han perdido su conexión con la fuente de su vida y el fin es seguro y cercano. Yo soy la vid y vosotros los sarmientos (/Jn/15/05). La vida de oración no puede programarse de una manera aislada, como una realidad perteneciente en exclusiva a la intimidad de la conciencia, desvinculada de la vida y del ejercicio concreto de la fe evangélica. La oración cristiana remite fundamentalmente a una existencia para los demás y, por ello, al compromiso social, profesional y político. Incluso los conventos de clausura o las cartujas no tienen su principal fin en la santificación de sus componentes: su testimonio debe ser una llamada a la trascendencia para el hombre de hoy, tan recortado de horizontes. Son "para los demás".

El más hondo deseo del orante será que se cumpla la voluntad del Padre por encima del "pase de mí este cáliz". Y la oración será permanente, porque no se tratará de un largo discurso (incompatible quizá con otros trabajos), sino de un gran amor. Juan de la Cruz lo expresaba de este modo:

Mi alma se ha empleado
y todo mi caudal en su servicio;
ya no guardo ganado
ni ya tengo otro oficio,
que ya sólo en amar es mi ejercicio.

EUCARISTÍA 1989/48


4.

Este juez, hombre indigno, al final de la historia se deja doblegar. Y por un motivo que nada tiene que ver con el comportamiento normal de la justicia; este juez tan especial es un ávido de tranquilidad. Acepta, por lo tanto, contestar a los gritos de la mujer para verse tranquilo.

Con mayor razón, concluye Jesús... Si un juez tan indigno como el de la parábola, acepta atender la súplica de una desdichada, con cuánta más razón Dios, que es todo lo contrario de un juez tan extraño, sabe escuchar y acoger a sus amigos que le suplican con insistencia.

Siendo así que el héroe principal de la parábola era primitivamente el juez, la tradición se ha interesado más por la viuda, por su comportamiento, su insistencia y el resultado obtenido con su perseverancia.

Esta mujer ha orado, y durante largo tiempo, precisa el texto; todo el tiempo que el juez necesitó para modificar su decisión.

Orando de esa manera, se adecuó a la enseñanza de San Lucas que insiste en la necesaria duración de la oración. Él es quien nos muestra a Jesús orando "toda la noche" (6.12) y a Ana que "sirve a Dios día y noche en el Templo" (2. 37); en nuestra parábola, los elegidos "gritan a Dios día y noche". Los judíos, dice también, "oran con perseverancia" (Hch 26. 7), y Jesús, "con mayor perseverancia" (Lc 22. 44), ejemplo que imitan los cristianos cuando el encarcelamiento de Pedro (Hch 12. 5). En el desierto, Jesús "permanece en oración" y, más tarde, los cristianos son "asiduos a la oración; frecuentan con asiduidad el Templo; se dedican con asiduidad a la oración".

Lucas vuelve a repetir, de esta manera, la enseñanza de Pablo, que pide a los cristianos de Tesalónica que "oren sin cesar" y que él mismo confiesa que ora "sin cesar". Lo cual encarece nuestro evangelista: es necesario orar "siempre", cosa que hacen los discípulos tras la marcha del Resucitado, ellos que están "siempre en el Templo alabando a Dios". : ¿Por qué semejante insistencia en la oración? Porque Lucas entrevé que la Iglesia ha de vivir tiempos difíciles. Su historia verá tales dificultades que correrá el peligro de perder su fe, su confianza, su esperanza. Nuestra parábola termina precisamente con una frase que expresa, con un estilo patético propio para subrayar la urgencia del problema, lo necesario que es que los discípulos de Jesús velen por la firmeza de su fe y por la continuidad de su esperanza. La frase se relaciona con el tema del Hijo del Hombre: ¿por qué? Porque los cristianos, desconcertados por las pruebas, están tentados de olvidar que su vida está orientada hacia la manifestación gloriosa de aquel personaje cuya venida inaugurará el restablecimiento de todas las cosas. Considerando sus dificultades con el señorío de Dios sobre sus vidas, sobre la historia, sienten la tentación de olvidarse de que viven el misterio del Hijo del Hombre, misterio que suponía la Pasión antes de la glorificación.

Esta tentación no es nueva; los discípulos habían chocado, en tiempos de Jesús, con la misma dificultad. La hipótesis de la Pasión les turbaba; hizo falta que Jesús les comentase en varias ocasiones el destino del Hijo del Hombre: "entregado, pero a los tres días..." Ellos, sin embargo, sigue diciendo el texto, "no entendieron; estas palabras les quedaban ocultas" (18. 31-34).

Después de la Ascensión, la dificultad de creer en el Hijo del Hombre se siente más pesada que nunca. Más aún: la ausencia de Jesús hace más inquietante la embestida de las pruebas. Lo había anunciado Jesús poco antes de que le arrestaran: "Cuando os envié sin nada -estando con vosotros-, ¿os faltó algo?, les pregunta.

"Nada", dijeron ellos. "Pues ahora, prosigue Jesús, que el que no tenga espada compre una", porque "os digo que Satanás ha solicitado el poder cribaros como trigo" (Lc/22/31/35 s).

Los cristianos deben, pues, afrontar la tentación que les inducirá a dudar del misterio del Hijo del Hombre humillado y del misterio de la Iglesia, también ella humillada antes de llegar al encuentro último, en medio del gozo.

La historia de un mundo agitado -"las naciones se verán envueltas en la angustia, muriéndose los hombres de terror y de ansiedad por las cosas que vendrán sobre el mundo"- y, más todavía, las persecuciones experimentadas por la comunidad -"os echarán mano y os perseguirán"-, todo ello pondrá su fe en peligro; necesitarán perseverar tenazmente. "Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas" (Lc/21/12/19/25 s). Pero esta perseverancia será difícil... quizá incluso termine por desaparecer, arrastrada por la tormenta. "¿Encontrará el Hijo del Hombre la fe sobre la tierra?" (18. 8). Porque Dios retarda su gesto salvador, y es difícil esperar con fe, con confianza.

Difícil, sin duda; pero ciertamente no imposible. Al menos si los cristianos oran. Pensando en los acontecimientos que pondrán a prueba su fe, Jesús dice a los discípulos: "Estad en vela, pues, orando en todo tiempo para que tengáis fuerza y escapéis a todo lo que está para venir, y podáis estar en pie delante del Hijo del Hombre" (Lc/21/36). Si los discípulos oran, entonces la tentación no podrá nada contra ellos, como nada pudo antaño Amalec contra Israel, porque Moisés oraba insistentemente.

"No nos expongas a la tentación", hace decir precisamente Jesús a sus discípulos en el Padrenuestro. Y vuelve sobre el tema en el momento de la Agonía: "Orad para no entrar en tentación... Levantaos y orad para no caer en el poder de la tentación" (/Lc/22/40-46). La Iglesia ora para no dudar; ora porque rechaza la duda. Por mucho que Dios haga esperar, la Iglesia ora. La oración es el antídoto de la tentación.

LOUIS MONLOUBOU
LEER Y PREDICAR EL EVANGELIO DE LUCAS
EDIT. SAL TERRAE SANTANDER 1982.Pág. 274


5.

La oración no vive de la miseria del hombre, sino de la promesa de Dios: No es, por lo tanto, para el creyente simple queja y desahogo. Es respuesta. Dios tiene la iniciativa en la oración del creyente, Dios la provoca con su palabra que es promesa. Más aún, para el creyente es la misma promesa de Dios la que descubre y denuncia sus necesidades y su propia miseria. Y en esto reconoce ya la primera gracia de Dios, una gracia que no le exonera de la realidad, sino que lo sitúa en responsabilidad. En la oración se manifiesta la fuerza del Espíritu que nos ha sido dado, espíritu de hijos de Dios, que grita en nuestros corazones "Abba, Padre". No hemos recibido un espíritu cobarde, sino un espíritu de energía, pues el mismo Espíritu Consolador es quien hace nuevas todas las cosas. Hay que orar siempre sin desanimarse: Esa es la enseñanza de Jesús en el evangelio de hoy. Necesitamos orar, necesitamos orar siempre. He aquí cómo en estas palabras de Jesús descubrimos no sólo la necesidad de hacer oración, sino también qué es la oración en su esencia. Porque es evidente que no podemos pasarnos la vida en la iglesia, que no podemos dedicar hora tras hora a nuestros rezos. Entonces habrá que entender la oración como un modo de vivir y no tanto como actos concretos de nuestra vida.

Orar siempre, orar sin intermisión no es alejarse de vez en cuando de la realidad cotidiana para elevar los ojos al cielo y con peligro de quedarse quieto o de tropezar con las piedras del camino. Orar siempre es vivir con sentido, llevar la vida a presencia del Dios que viene, salir al encuentro del Hijo del Hombre. Permanecer en la fe y en la esperanza, trascender nuestras razones y nuestros egoísmos. Responder a la llamada de Dios que nos convoca a todos los hombres para entrar en su Reino de paz, de justicia, de verdad, de libertad, reino de fraternidad. Orar es, en consecuencia, luchar por todos esos ideales tan profundamente humanos y tan profundamente cristianos.

Sin embargo, orar es también hacer oración; rezar el padrenuestro y el avemaría, alzar los brazos como Moisés o postrarse de rodillas; todo esto es oración, pero no es toda la oración, ni lo principal. Es ciertamente necesario, pero no es lo más necesario. Es necesario para que surja a nivel de conciencia clara y distinta lo que de una manera difusa y profunda hay que vivir constantemente. Es necesario para tomar conciencia de lo que somos: creyentes.

"Pero, cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?": Jesús establece una conexión entre su venida y la necesidad de orar sin desanimarse. Y es que la oración, como ya hemos dicho, vive de la promesa: la venida del Hijo del Hombre y el establecimiento del Reino de Dios. Más aún, este reinado en cierto modo viene y se establece por la oración y en la oración de la vida.

Por otra parte, nos inquieta la pregunta de Jesús: "cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?". Nos inquieta y nos responsabiliza. Porque vemos en ella que la historia de la salvación no avanza progresivamente y sin riesgo al margen de nuestras decisiones personales.

EUCARISTÍA 1977/49


6. FIDELIDAD/ORACION:

La plegaria como testimonio y al mismo tiempo como fuerza para la esperanza. El cristiano que ora expresa, en este acto, su fe, puesto que la oración es el diálogo amoroso con el Dios y Padre de Nuestro Señor JC, participación en el diálogo trinitario.

Perseverar en la oración es tanto como expresar que se persevera en la fe viva, a pesar de todas las situaciones y contradicciones que pudieran hacer difícil esta actitud. La última frase del evangelio se puede interpretar en este sentido. Y de ahí viene el "sin desanimarse", el no perder la esperanza. La esperanza cristiana no es una simple espera de algo que "quizás" o "seguramente" se realizará, sino la consecuencia de la fe expresada en la plegaria: aquello que ya es, no fallará, no puede fallar, sino que llegará a su plenitud. Si aún no ha llegado, si nos parece que tarda, debemos respetar la "paciencia de Dios". Podríamos poner estas palabras de Jesús en paralelismo con sus recomendaciones a los discípulos en el huerto de Getsemaní: "Orad para no caer en la tentación", y paralelamente también con la petición del Padre- nuestro. Si la oración es la forma habitual de alimentar nuestra comunión con Dios -y por ello hay que orar siempre-, dejar de orar es exponerse a caer en el ámbito de la lejanía de Dios, dejar de tener el "sentido de Dios", perder la esperanza, empezar a creer que "Dios no hará justicia a sus elegidos". Esto es importante para los grandes temas de plegaria, como la evangelización de los pueblos, la vocaciones al ministerio, la paz en el mundo... Como Jesús en Getsemaní, nosotros dejamos nuestra voluntad en manos del Padre, sabiendo que Él "hace justicia".

Podríamos enlazar también el precepto de Jesús con la escena del Éxodo: la vara de Dios, en manos de Moisés, debía estar en alto, como un signo de protección divina. La plegaria permanente de la Iglesia, especialmente a partir de los contemplativos y de la "laus perennis" de los monjes, es el "signo elevado" de la fe de la Iglesia. Los cristianos tenemos que aprender a valorar esta realidad, y animarnos, a partir de ella, para la lucha de la vida. La Iglesia, nosotros, estamos constantemente en comunión explícita de fe con Dios mediante estos miembros de nuestro cuerpo que "oran siempre sin desanimarse".

P. TENA
MISA DOMINICAL 1983/19


7.

Orar siempre sin desanimarse. Esto es lo que Jesús inculca a sus discípulos con una parábola.

Eso mismo intenta el sacerdote en su homilía a los fieles, muchos de los cuales tal vez piensen que es bastante con el esfuerzo de venir a misa. Orar siempre y sin desanimarse... en un tiempo de creciente secularismo, donde el papel y la fuerza de la oración no se ve fácilmente.

Sin embargo, el intento de Jesús es claro y tiene que hacer pensar a cualquiera de sus discípulos sobre la importancia de la oración.

La verdad es que la parábola del juez injusto "que ni temía a Dios ni le importaban los hombres" y de la viuda desvalida es algo sorprendente. Al final los ruegos consiguen lo que se busca, pero sólo por quitarse de encima algo que molesta o por temor a que termine por pegarle en la cara. A Dios no le podemos comparar con este juez injusto, ni tampoco pensar que nos va a hacer caso por quitarnos de encima. Nos quedamos con la lección de que la insistencia consigue las cosas o, mejor, con la esperanza de que Dios, nuestro Padre, hará justicia, escuchará a sus hijos que le gritan día y noche.

"Pero, cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?" El Evangelio parece unir la oración a la fe y cuestiona la persistencia de esta fe en la tierra. Parece claro que sin fe la oración no tiene sentido y que si la oración flaquea es señal de que el sentido religioso de la vida se pierde.

El creyente vive de la fe y vivir de la fe es vivir cerca de Dios, para lo cual es necesaria la oración. Y hoy, en un mundo secularizado y descreído, más. Por eso la insistencia de Jesús es de suma actualidad en nuestras comunidades cristianas.

Lucas es el evangelista de la oración. Nos habla, con frecuencia, de la oración de Jesús. De cómo se retira a orar, a veces toda la noche. Especialmente en los momentos decisivos de su vida: antes de elegir a los doce o de empezar la pasión.

En la vida de Jesús, sobre todo, se destaca un clima de oración, de contacto con el Padre. Esto lo observaban los discípulos, como lo observa quien lea atentamente el Evangelio.

Un día un discípulo pide a Jesús que les enseñe a orar y éste le indica cómo deben orar. Es lo que resumidamente llamamos el Padrenuestro, todo un modelo de oración y que no es el caso explicar aquí.

Desde la profundidad religiosa de Jesús, de su contacto con el Padre, la oración se ve como una necesidad vital. Así lo vivió Jesús y así se lo transmite a los suyos. Lo importante es que nosotros, cristianos de hoy, nos demos cuenta y vivamos esta misma realidad. Desde ahí se entienden perfectamente las palabras de Jesús: "Orar siempre sin desanimarse." La oración es una necesidad de la fe. Por eso la comunidad cristiana, si quiere alimentar su fe, tiene que orar. No basta con hablar a Dios, hay que invocarlo. Por ahí pasa la verdadera experiencia religiosa. Por eso la necesidad de orar. En otros tiempos el sentido y la presencia de Dios le resultaba más fácil al hombre y también la oración. Hoy hay que cultivarla más expresamente.

Hay muchas clases de oración, como hay muchas clases de alimentos. Y todos pueden ser buenos, aunque unos mejores que otros para cada persona. Cada uno debe hacer la oración que mejor le vaya.

Existe una, sin embargo, especialmente recomendable y recomendada. Es la lectura y meditación de la Palabra de Dios.

Precisamente la segunda lectura de hoy nos dice: "Toda Escritura inspirada por Dios es también útil para enseñar, para reprender, para corregir, para educar en la virtud: así el hombre de Dios estará perfectamente equipado para toda obra buena" (2Tm/03/16-17). Esta oración, entre otras ventajas, nos aparta de nuestros subjetivismos y nos centra en Dios. Tiene, además, una fuerte dimensión eclesial y comunitaria.

(MARCOS MARTÍNEZ DE VADILLO
MISA DOMINICAL 1986/52


8. FE/ORACION

INVITACIÓN A LA ORACIÓN

Moisés, con las manos en alto, primera lectura de este domingo, es el símbolo de la oración, y la expresión gráfica de que las batallas humanas, sin dar a esta palabra un sentido necesario ni principalmente guerrero, hay que ganarlas mirando a Dios, levantando la vista a lo alto. Contando con Dios y esto es orar.

Las parábolas de Jesús, ésta de hoy y aquélla del amigo a quien hay que despertar por la noche, hay que entenderlas con cierto humor, con el que sin duda Jesús las dijo. Porque a Dios no se le puede comparar con un juez injusto o un amigo perezoso que no quiere salir de la cama, ni Dios nos va a conceder las cosas para que lo dejemos en paz. Es un modo de hablar, lo que sí hace Jesús expresamente y claramente es invitarnos a orar con insistencia. Y esto en un mundo secularizado, indiferente y a veces ateo, es algo a tener muy en cuenta. También en ciertos ambientes religiosos de nuestros días que han caído en un espiritualismo vacío o en un horizontalismo chato.

La oración es el acto de fe por excelencia. Sin la fe la oración no tiene sentido. Como tampoco tiene sentido creer en Dios como alguien vivo y presente y no comunicarse con él. No basta hablar de Dios, esto lo puede hacer un ateo, hay que hablar con Dios, que no sea un El o Ello, sino un Tú. Quién evangeliza sin rezar termina por no evangelizar (A. George). Si no se cargan las baterías, se cae rápidamente en la oscuridad, el vacío o la hipocresía. Jesús ora constantemente. Jesús nos enseña a orar.

La oración de Jesús parte de la oración de su pueblo, de los salmos, de la Biblia, se une a la oración que se hace en la sinagoga, en las fiestas sube a Jerusalén, oraba como un judío piadoso de su tiempo. Esto nos puede hacer pensar en la religiosidad popular con sus valores y sus peligros.

La oración de Jesús es una oración personal, muy personal, insondablemente personal en su unión íntima con el Padre. En esa hondura hay cosas que se nos escapan, pero hay otras que nos describen los Evangelios. La oración de Jesús va muy unida a su misión como aparece en su bautismo, en la elección de los doce, en las tentaciones, en Getsemani, en su muerte. Jesús convierte los momentos fuertes y decisivos de su vida en momentos de oración. Oración filial (Abba), confiada, constante, a veces dramática como en el Huerto de los Olivos, de perdón ("Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen"). Jesús enseña a orar a sus discípulos, y en ellos a todos nosotros. No les exige que oren desde el primer momento, espera a que ellos se lo pidan, a que brote de la madurez de su fe.

Y les enseña el Padrenuestro, síntesis del Evangelio y de lo que hay que sentir y hacer para pertenecer al Reino de Dios y extenderlo. En primer lugar, hay que entender a Dios como Padre y así dirigirse a El. De ahí brota la exigencia de fraternidad que es posible porque Dios es el Padre común de todos los hombres. Sin un Padre común no hay fraternidad posible.

El nombre de Dios en lenguaje bíblico es lo mismo que Dios, y pedir que sea santificado es pedir que se manifieste su gloria, que se convierta en acción salvadora para los hombres, que se haga presente su poder y su fuerza...

El Reino de Dios ya sabemos que es la tarea de Jesús, la alternativa de Jesús frente a este mundo, algo que hay que empezar a realizar ya y aquí, pero que tiene un horizonte escatológico. Un Reino que es paz, amor, libertad, justicia, perdón, gracia, fraternidad. La voluntad de Dios es que nos salvemos todos, que el Reino de Dios pueda ser una realidad para todos los hombres.

El pan de cada día es el alimento diario y necesario. Pan del cuerpo, porque no puede haber fraternidad si algunos hermanos pasan hambre, si no hay justicia. Un cristiano no vive a gusto, no come él a gusto, si un hermano tiene hambre. No sé si es pura casualidad, pero en el Evangelio de hoy se une la oración al hacer justicia cuatro veces.

Jesús nos enseña a unir el perdón a la oración, y expresamente nos dice que el perdón de Dios se condiciona a nuestro perdón para con los hombres. Perdonar es ser cristiano y es alegría para renacer.

No se le escapó a Jesús el hablar en esta breve oración de la tentación y del mal. La tentación implica la libertad, que es una de las mayores grandezas del hombre y también el riesgo de obrar mal, de ponerse al margen o en contra del Reino de Dios.

DABAR 1980/53


9. CRISIS/VALORES

-Nuestra sociedad está en crisis

Una crisis que tiene múltiples manifestaciones externas. Algunas de orden social: piénsese en el paro, la violencia y el terrorismo, la rotura familiar... También en el orden internacional: las tensiones entre los diferentes bloques políticos, la desestabilización, la ineficacia de muchos organismos internacionales... son indicios de que en nosotros algo está enfermo. ¿Las causas? Quizás deberían buscarse en el interior de las personas. Hemos cambiado la escala de valores: el tener se ha convertido algo más importante que el ser persona; hemos convertido la utilidad práctica, el beneficio inmediato y la satisfacción de los sentidos en un dios de nuestra vida, llegando al extremo de subordinarle otros valores capitales como la propia dignidad, la amistad o la justicia...

Las consecuencias las estamos viviendo todos: una continua tensión en un mundo cargado de injusticia, la angustia y el miedo constantes y este superficial mariposear buscando en sensaciones externas y en nuevas experiencias lo que somos incapaces de encontrar en nuestro interior.

-El Domund, una llamada de esperanza

Y en esta situación, la Iglesia quiere hacernos llegar su mensaje con motivo de la jornada misionera del Domund. Es necesario que su voz liberadora suene con mayor fuerza que otros sonidos halagadores que llegan a nuestro corazón quizás para hacernos caer en el engaño del consumismo y del placer.

Con su presencia en casi todas las comunidades humanas nos dice que no es justo juzgar siempre los hechos con referencia a nuestros criterios, a nuestros ambientes... Hay que permanecer abiertos al aire que nos llega de otras regiones: habla de criterios diferentes, de aspiraciones legítimas e ideales nobles de unos pueblos que con frecuencia hemos despreciado y que casi siempre hemos ignorado.

Pero, sobre todo, la Iglesia lleva a cabo su misión evangelizadora. Juan Pablo II, en la encíclica Redemptor Hominis, nos lo recuerda cuando dice: "La Iglesia desea servir a este único fin: que todos puedan encontrar a Cristo, para que Cristo recorra con cada uno el camino de la vida, con la fuerza de la verdad en relación al hombre y al mundo, contenida en el misterio de la Redención, y con la fuerza del amor que de él dimana" (R.H.37). Fruto de esta obra misionera son las jóvenes comunidades cristianas que con una fuerza pentecostal hacen presente la Iglesia en todo el mundo. En sus viajes apostólicos el Papa alienta a los creyentes a vivir su fe y a ser activos en la vida social. Durante su estancia, el pasado mes de mayo, en seis países de África, les invitó "a demostrar el poder de la fe para transformar el mundo. El papel de los laicos decía el Papa es indispensable para la realización de la misión de la Iglesia, tanto para la vida de la comunidad de los creyentes, como también para impregnar la levadura del Evangelio en la sociedad en que vivimos...". El testimonio y el impulso de las jóvenes Iglesias puede estimular a nuestras comunidades, quizás envejecidas, y rejuvenecernos el espíritu.

-La Eucaristía, signo de comunión

Este es el mensaje que como miembros de la Iglesia podemos ofrecer con motivo del Domund. La liturgia de hoy nos lo recuerda:

-perseverancia en la doctrina que hemos aprendido y aceptado y proclamado la palabra del Evangelio, como escribe san Pablo a Timoteo;

-con la oración insistente, como nos muestra la viuda de la parábola evangélica o Moisés en la primera lectura;

-y con la participación fraterna en el cuerpo y la sangre de Cristo que compartimos en la comunión.

Hermanos, que esta Eucaristía nos haga más solidarios con la misión de la Iglesia y nos afiance en la fe. Hagamos, de esta fe, una gozosa profesión.

DELEGACIÓN DIOC. DE MISIONES
DE CATALUÑA Y BALEARES
MISA DOMINICAL 1980/03