25 HOMILÍAS MÁS PARA EL DOMINGO XXIX
(19-25)

 

19. Instituto del Verbo Encarnado

COMENTARIOS GENERALES

Primera lectura: ISAÍAS 53, 10-11:

Llegamos a las últimas estrofas del Poema del “Siervo de Yahvé”. Tras habernos descrito su Pasión (53, 1-3) y el carácter expiatorio de la misma (4-9), ahora nos habla de sus frutos:

Primer fruto: Al siervo que ofrece su vida en sacrificio expiatorio se le promete: “Después de las pruebas de su alma verá la luz y será saciado. Tendrá longura de días”. El N. T. nos iluminará esta profecía: “El Hijo del hombre ha de ser entregado en manos de los hombres. Y le matarán; y al tercer día resucitará” (Mt 17, 23). La Resurrección saciará a Cristo de luz y de vida.

-Segundo fruto: Se le promete al siervo: “Descendencia innúmera y gloriosa” (v 10). Cristo se lo aplica a Sí mismo cuando dice: “Y Yo, cuando fuere levantado de la tierra, atraeré a Mí a todos” (Jn 12, 32). Por la Cruz, Cristo (el Siervo) ha salvado a todos, judíos y gentiles.

-Tercer fruto: “El plan de Dios quedará realizado por la Pasión del Siervo” (v 10). El plan u obra de Dios es la salvación humana. Cristo puso en marcha esta obra del Padre: “Padre, Yo te he glorificado sobre la tierra cumpliendo la obra que Tú me encomendaste hiciera” (Jn 17, 4). Y al presente sigue desarrollando esta Obra del Padre por ministerio de sus Apóstoles: “En verdad os digo: el que cree en Mí hará también la obra que Yo hago y aun la hará mayor, porque Yo voy al Padre” (Jn 14, 12). ¡Qué frutos tan ricos ha dado, da y dará la Pasión de Cristo!

Segunda Lectura: HEBREOS 4, 14-16:

En esta perícopa de la Carta a los Hebreos se nos pone de relieve tres valores de nuestro excelso Pontífice, Jesucristo:

-Es muy superior al Pontífice de la Vieja Alianza. Este entraba en un “Santuario” terreno (8, 2). Jesucristo, Pontífice Redentor, entra y nos entra en el “Santuario celeste” (4, 14): “Cristo no penetró en un Santuario artificial, sombra y figura del verdadero, sino que penetró en el cielo mismo para presentarse de continuo en el acatamiento de Dios en favor nuestro” (9, 24).

-Nuestro Sumo Pontífice, Cristo, es sumamente humano y compasivo (15): Comparte con nosotros todas nuestras miserias. Y bien que inocente toma sobre Sí todos nuestros pecados. “Mi Pastor, sólo por sacar mi alma de entre las espinas, porque no me espinase, quiso El entrar en ellas y espinarse” (Ávila). Conoce Él en su carne el aguijón de todas las espinas que atormentan a sus hermanos los hombres. Espinas que en la sensibilidad más exquisita de Cristo se hincaron agudamente.

-Nuestro Sumo Pontífice es a la vez el “Trono de la Gracia” (15). Está entronizado a la diestra del Padre sólo para ejercer misericordia; sólo para darnos el fruto de su Redención. ¿Qué mejor Trono de Gracia que el Corazón de Cristo?: “Este es no sólo el símbolo, sino también como el compendio de todo el misterio de nuestra redención” (Pío XII Haurietis aquas: 15-V-56). Mar infinito de amor. Trono de la gracia y misericordia, eso es el Corazón de Cristo: gracia que nos envuelve como atmósfera: Tua nos, quaesumus, Domine, gratia semper et praeveniat et sequatur (Collecta).

Evangelio: MARCOS 10, 35 -45:

Marcos nos va a recordar cómo Jesús, Mesías auténtico, realiza el Mesianismo Redentor; es decir, el preanunciado por Isaías 53, 1-13: el del “Siervo de Yahvé”:

-Santiago y Juan, hijos del Zebedeo y Salomé, tienen aún la mentalidad de un Mesianismo terreno y político. En este sentido, y no del todo avenidos a la preeminencia que el Maestro concede a Pedro, demandan en el “Reino” los dos primeros cargos. Este peligro de convertir el Reino de Cristo en reino terrenal lo corremos aún a menudo los cristianos. Los Mesianismos falsos coinciden todos en obsesionarse por las soluciones terrenales y perder el sentido de la eternidad. Buscan y prometen seductoras bienandanzas.

-Jesús orienta inmediatamente a los discípulos hacia su Mesianismo Redentor. El Mesías debe beber un cáliz muy amargo. Debe engolfarse en un mar de dolor. Si ellos quieren entrar en el Reino Mesiánico deben compartir este cáliz y ser bautizados en este baño. Ellos, que aman al Maestro, aceptan generosos (39). Ni para el Mesías y ni para nosotros hay otro camino que éste para llegar a la “Gloria”. Por tanto, todos los mesianismos que prometen y programan comodidad, riquezas, honores y cuanto halaga el orgullo, el egoísmo y la sensualidad, son mesianismos falsos.

-Esta demanda de los dos Zebedeos desencadena la indignación de los otros discípulos, quienes demuestran con ello tener la misma mentalidad y los mismos sentimientos que Santiago y Juan. ¡Cuánto le cuesta al Maestro purificar las mentes rudas de sus Apóstoles y elevarlas al Mesianismo de la Redención! Ellos, que van a ser en el “Reino” Mesiánico los Jefes, han de tener de la autoridad un concepto totalmente diverso del que se tiene en los otros “reinos”. Así como El, “Rey” del “Reino Mesiánico”, es el “Siervo de Yahvé” y el “Servidor de todos” que da la vida para salvar a todos (45), del mismo modo quienes en su “Reino”, en su Iglesia ejerzan autoridad no la tienen para dominar despóticamente, sino para servir; servir hasta dar la vida por las ovejas que tengan encomendadas. La autoridad en la Iglesia es un “servicio” que prolonga la entrega y la Pasión de Jesús, en orden a hacer llegar la eficacia de su Redención a todos los hombres. El Mesianismo de Jesús es “divinizar” todo lo humano: Ut sicut nos Corporis et Sanguinis sacrosancti pascis alimento, ita divinae naturae facias esse consortes (Postcom.).

José Ma. Solé Roma (O.M.F.),Ministros de la Palabra, ciclo B, Herder, Barcelona 1979.
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San Juan Crisóstomo

HOMILÍA 65

LAS PRETENSIONES DE LOS DOS HERMANOS

2. Sin embargo, nada de esto podía infundirles confianza, a pesar de que estaban constantemente oyendo hablar de resurrección. Y es que, juntamente con la muerte, lo que más los turbaba era oírle hablar de escarnios, de azotes y cosas semejantes. Ahora bien, cuando consideraban los milagros que el Señor había hecho, los endemoniados que había liberado, los muertos que había resucitado y los otros prodigios que había obrado, y le oían luego todo eso de insultos, azotes y muerte, se quedaban perplejos de que quien tales prodigios hacia, tales ignominias hubiera de sufrir. De ahí que pararan en verdadera confusión, y unas veces lo creían y otras se negaban a creerlo y no podían comprender lo que se les decía. Y hasta punto tal había llegado su confusión, que a raíz mismo de haberles habla do el Señor de su pasión los hilos de Zebedeo se le acercaron a hablarle a Él de los primeros puestos. Porque: Queremos—le dicen—que uno de nosotros se siente a tú derecha y otro a tu izquierda — ¿Cómo pues, dice el evangelista que comentamos, que fue la madre quien se acercó al Señor a pedirlo para sus hijos? —Es natural que se dieran ambas cosas. Los discípulos tomaron consigo a su madre para dar más eficacia a su pretensión y mover así más fácilmente a Cristo. Pero que en realidad, como he dicho, la pretensión venía de ellos y que sólo por vergüenza echan por delante a su madre, pruébalo el hecho de que a ellos dirige Cristo su respuesta. Pero sepamos antes qué es lo que le vienen a pedir estos dos discípulos, con qué intención se lo piden y cómo pudieron tener ese pensamiento. — ¿Cómo, pues, vinieron en ello? — Es que se veían más honrados que los demás, y de ahí nació su confianza de que habían de salir con aquella pretensión. —Pero ¿qué es en definitiva lo que piden? - Escuchad con qué claridad nos lo descubre otro evangelista. Como estaban de Jerusalén y la aparición del reino de Dios parecía inminente, de ahí la súplica de los dos discípulos. Imaginánbanse éstos, en efecto, que el reino de Dios estaba ya llamando a las puertas y que era, naturalmente, un reino terreno, y que, de alcanzar lo que pedían, no habían de sufrir molestias en su vida. Porque tampoco buscaban el reino por el reino, sino con intención de huir de las dificultades de la vida. De ahí también que el primer cuidado de Cristo es apartarlos de tales pensamientos mandándoles estar dispuestos a sufrir la muerte violenta, los peligros y los más duros suplicios. Porque: ¿Podéis – les dice— beber el cáliz que yo voy a beber? Más nadie se escandalice de ver tan imperfectos a los apóstoles. Todavía no se había consumado el misterio de la cruz, todavía no se les habla dado la gracia del Espíritu Santo. No. Si queréis conocer su virtud, mirad lo que fueron después, y los veréis por encima de toda pasión. Y si el evangelista descubre sus defectos, es justamente por que conozcáis qué tales fueron después de recibida la gracia. Porque que nada espiritual buscaban antes y que no tenían ni idea del reino del cielo, bien patente queda en esta ocasión. Mas veamos cómo se acercan al Señor y qué le piden: Queremos —dicen — que nos concedas lo que te vamos a pedir. Y Cristo a ellos: ¿Qué queréis?— les pregunta —. No por que ignorara lo que querían, sino para obligarles a contestar y descubrir su propia llaga, y aplicarles así la medicina. Más ellos, confusos y avergonzados por haber dado aquel paso llevados de pasión humana, tomaron al Señor aparte de los otros discípulos y así le presentaron su demanda. Porque se adelantaron — dice el evangelista —, sin duda para no ser vistos de los otros, y así le manifestaron lo que querían. Y querían, según yo creo, la preeminencia, por haber oído decir al Señor: Os sentaréis sobre doce trenos: querían, digo, la preferencia entre aquellos doce asientos. Que la tenían ya sobre los otros, no les cabía duda; pero temían a Pedro. Y así dicen: Di que uno de nosotros se siente a tu derecha y otro a tu izquierda. Y le apremian con ese imperativo: Di. ¿Qué responde el Señor? Queriéndoles declarar que nada espiritual pedían, y que, de haber sabido lo que pedían, no se hubieran atrevido a pedir tamaña gracia les dice: No sabéis lo que pedís. No sabéis cuán grande, cuán admirable, cuán por encima mismo de las potestades celestes está lo que pedís. Y luego añade: ¿Podéis beber el cáliz que yo voy a beber y bañaros en el baño en que yo he de bañarme? Mirad cómo inmediata mente los aparta de sus imaginaciones, hablándoles justamente de lo contrario que ellos buscaban. Porque vosotros —parece decirles— me venís a hablar de honores y coronas, pero yo os hablo a vosotros de combates sudores. No es éste aún el momento de los premios ni mi gloria celeste ha de manifestarse por ahora. Ahora es tiempo de derramar la sangre, de luchar y de pasar peligros. Y mirad por otra parte cómo, por el modo mismo de preguntarles, los incita y atrae. Porque no dijo: “dispuestos a dejaros pasar a cuchillo? ¿Sois capaces de derramar vuestra sangre?”, sino ¿cómo? ¿Podéis beber el cáliz? Y luego para animarlos: ¿Que yo voy a beber? Pues el tener parte con Él había de hacerlos más animosos. Y llama nuevamente baño a su pasión para dar a entender la grande purificación que por ella había de venir al mundo entero. Seguidamente le contestan: Podemos. Su fervor les impulsa a prometérselo inmediatamente, sin saber tampoco ahora lo que decían, pero con la esperanza de que recibirían lo que pedían. ¿Qué les dice, pues, Cristo? Mi cáliz, sí, lo beberéis, y con el baño que he de bañarme yo os bañaréis también vosotros. Grandes bienes les profetiza. Como si les dijera: Seréis dignos de sufrir el martirio, sufriréis lo mismo que yo he de sufrir, terminaréis vuestra vida de muerte violenta, y en eso tendréis parte conmigo. Mas el sentares a mi derecha o a mi izquierda, no me toca a mí dároslo, sino a quienes está preparado por mi Padre.

SI PUEDE ALGUIEN SENTARSE A LA DERECHA DEL SEÑOR

3. Habiendo, pues, levantado el Señor las almas de sus dos discípulos, y ya que los hubo hecho inatacables a la tristeza, pasa luego a corregir su petición. Pero ¿Qué es en definitiva lo que aquí les dice? A la verdad, dos son los problemas que aquí se plantean muchos: uno, si está reservado para algunos sentarse a la derecha de Dios; y otro, si quien es Señor de todo no tiene poder de darlo a quienes les está reservado. ¿Cuál es, pues, el sentido de sus palabras? Si resolvemos el primer problema, el segundo quedará de suyo claro. ¿Qué hay, pues, que decir a la primera cuestión? Hay que decir que nadie ha de sentarse ni a la derecha ni a la izquierda de Dios. Aquel trono es inaccesible a todos. Y no digo a los hombres, a los santos y apóstoles, sino a los mismos ángeles y arcángeles y a todas las potestades de arriba. Por lo menos como privilegio del Unigénito lo pone Pablo cuando dice: ¿A quién de los ángeles dijo nunca: Siéntate a mi derecha hasta que ponga a tus enemigos por escabel de tus pies? Y a los ángeles dice: El que hace mensajeros suyos a los vientos. Más al Hijo: Tu trono. ¡Oh Dios!, por el siglo del siglo ¿Cómo dice, pues, Jesús: El sentarse a la derecha o a la izquierda no me toca a mí darlo? ¿Es que pensaba que algunos habían de sentarse? — No pensaba que hubiera de sentarse nadie; nada de esp. Lo que hacía era responder conforme a la idea que tenía sus preguntantes y condescender con su flaqueza. ¿Qué sabían sus discípulos de aquel altísimo trono ni de sentarse a la diestra del Padre, cuando desconocían cosas muy inferiores a ésta y que estaban oyendo diariamente? Lo que ellos buscaban era conseguir los primeros puestos, estar delante de los otros, no tener delante de sí a nadie al lado del Señor. Ya lo he indicado antes: Como habían oído hablar de aquellos doce tronos, sin saber lo que tales tronos significaban, buscaron ello la preferencia de asientos.

Lo que Cristo, pues, les quiere decir es esto: “Morir, ciertamente moriréis por mí, derramaréis vuestra sangre por el Evangelio y tendréis parte en mi pasión. Pero esto no basta para que alcancéis la preeminencia en los asientos y ocupéis los primeros puestos Porque, si viniere otro que, juntamente con el martirio, posea todas las otras virtudes en grado superior a vosotros, no porque ahora os amo a vosotros y os prefiero los a los demás, voy a rechazar al que pregonan sus obras y daros a vos otros la primacía”. Claro que el Señor no les habló en estos términos para no contristarlos; pero veladamente les vino a dar a entender eso mismo al decirles: Mi cáliz, sí, lo beberéis, y con el baño que he de bañarme yo, también os bañaréis vosotros; mas sentarse a mi derecha o mi izquierda, no me toca a mí darlo, sino que pertenece a quienes está preparado por mi Padre. — ¿Y para quiénes está preparado? —Para quienes por sus obras han sido capaces de hacerse gloriosos. Por eso no dijo: “No me toca a mi darlo, sino a mi Padre”, pues pudieran echarle en cara debilidad e Impotencia para recompensar a sus servidores.

—¿Pues cómo dijo? —No es cosa mía, sino de aquellos para quienes está preparado. A fin de que resulte más claro mi pensamiento, pongamos un ejemplo y supongamos un agonoteta y luego un buen número de valientes atletas que bajan a la palestra. Dos de ellos, íntimos amigos del agonoteta, se le acercan y le dicen, confiando precisamente en su amistad y benevolencia: “Haz que a todo trance se nos corone y proclame campeones”. El agonoteta les contestaría: “No me toca a mí dar eso, sino que pertenece a quienes se lo ganen por sus esfuerzos y sudores”. ¿Tendríamos en este caso por débil el agonoteta? ¡De ninguna manera! Más bien le alabaríamos por su espíritu de justicia y su imparcialidad. Ahora bien, como a éste no le tendríamos por impotente para dar la corona, sino por hombre que no quiere Infringir la ley de los combates ni turbar el orden de la justicia; por semejante manera diría yo que Cristo dió esa respuesta a sus dos discípulos para impulsarlos por todos lados a que, después de la gracia de Dios, pusieran la confianza de su salvación y de su gloria en sus propias buenas obras. De ahí que diga: Para quienes está preparado. Porque ¿y si aparecen otros mejores que vosotros? ¿Y si han llevado a cabo obras mayores que las vuestras? ¿Por ventura porque seáis mis discípulos, es ello bastante razón para que consigáis los primeros puestos, si vosotros no os mostráis dignos de la elección? Por que que Él sea señor de todo, es evidente por el hecho de que Él posee todo el juicio. Y es así que a Pedro le dijo: Yo te daré las llaves del reino de los cielos. Y lo mismo declara Pablo cuando dice: Ya sólo me falta la corona de justicia, que me dará el Señor, justo juez, en aquel día. Y no sólo a mi, sino a todos los que aman su aparición. Y aparición de Cristo se llama su presente advenimiento. Ahora bien, que nadie ha de estar delante de Pablo, cosa evidente es para todo el mundo. Por lo demás, si Cristo dijo todo esto con alguna oscuridad, no hay por qué maravillarse. Quería Él despachar prudentemente a sus dos discípulos para que no le molestaran más sin razón ni motivo sobre primacías, ya que todo el asunto procedía de pasión humana, y no quería, por otra parte, contristarlos demasiado. Una y otra cosa consigue por aquella relativa oscuridad.

LOS APÓSTOLES SE ENFADAN

Entonces se irritaron los diez contra los dos. Entonces. ¿Cuándo? Cuando el Señor los hubo reprendido. Porque mientras la preferencia había sido decretada por Cristo, no se irritaron, y, por muy honrados que los vieran, lo aceptaban y por respeto y consideración a su maestro. Quizá allá en sus adentros lo sentían, pero nada se atrevían a sacar a pública plaza.

Y cuando también de Pedro sintieron algún celillo humano, con ocasión de pagar el didracma, no se enfadaron, sino que se contentaron con preguntarle al Señor: Luego, ¿quién es el mayor en el reino de los cielos? Mas como ahora la petición había partido de los dos discípulos, de ahí la irritación de los demás. Y ni aun ahora se irritan Inmediatamente, es decir, en el momento de presentar aquéllos su petición, sino cuando Cristo los reprendió y les dijo que no habían de alcanzar los primeros puestos si no se hacían merecedores de ellos.

LA IMPERFECCIÓN DE LOS APÓSTOLES

Ya veis cuán imperfectos eran todos, lo mismo estos dos, que intentaban levantarse sobre los diez, que los diez, que envidiaban a los dos. Mas, como anteriormente dije mostrádmelos después, y veréis cuán libres están de todas estas pasiones. Escuchad, por ejemplo, cómo este mismo Juan que ahora se presentó al Señor con esas pretensiones, luego cede siempre el primer lugar a Pedro tanto para dirigir la palabra al pueblo como para obrar milagros. Testigo el libro de los Hechos de los Apóstoles. Y no oculta sus merecimientos, sino que nos relata la confesión que hizo cuando los otros se callaron y cómo más adelante entró en el sepulcro, y en todo momento lo antepone a sí mismo. Porque, como uno y otro asistieron a la pasión del Señor, Juan abrevia su propio elogio, diciendo simplemente: Aquel discípulo era conocido del pontífice. En cuanto a Santiago, no sobrevivió mucho tiempo, sino que, desde los comienzos, fue tal su fervor y, dejando atrás todo lo humano, se levantó en su carrera a tan inefable altura, que fue inmediatamente degollado. Por semejante manera, todos los otros se elevaron después a la cúspide de la virtud. Más entonces se enfadaron. ¿Qué hace, pues, Cristo? Llamándolos a sí, les dice: Los gobernantes de las naciones dominan sobre ellas. Como los diez se habían alborotado y turbado, el Señor trata de calmarlos por el hecho mismo de llamarlos antes de hablar y por su benignidad al tenerlos a su lado. Porque, en cuanto, a los otros dos, que se habían arrancado del corro de los diez, allí estaban hablando a solas con el Señor. De ahí que llame a los otros cerca de sí, y por este gesto de su bondad, por el hecho de desacreditar la pretensión de los dos y exponerla ante los demás, trata de calmar la pasión de unos y de otros.

LECCIÓN DE HUMILDAD

Mas en el caso presente no reprime el Señor el orgullo de los discípulos del modo que lo hiciera antes. Antes les había puesto en medio un niño chiquito y les mandó imitar su sencillez y humildad. Ahora su reprensión es más enérgica., y poniéndoles delante lo contrario de lo que deben ellos hacer, les dice: Los gobernantes de las naciones dominan sobre ellas y los grandes les hacen sentir su autoridad. Mas entre vosotros no ha de ser así, sino quien quiera entre vosotros ser grande, ése ha de ser el servidor de todos, y el que quiera ser el primero, sea el último de todos. Lo cual era darles bien claro a entender que pretender primacías era cosa de gentiles. Realmente, la pasión es muy tiránica y molesta aun a los grandes varones. De ahí la necesidad de asestarle más duro golpe. De ahí también que el Señor los hiera más en lo vivo, confundiendo la hinchazón de su alma por la comparación con los gentiles, y así corta la envidia de los unos y la ambición de los otros poco menos que diciéndoles: No os molestéis como injuriados. A sí mismos más que a nadie se dañan y deshonran los que andan ambicionando primeros puestos, ya que por ello se ponen entre los últimos. Porque no pasa entre nosotros como entre los gentiles. Los gobernantes de los gentiles, sí, dominan sobre ellos; pero conmigo, el que se haga el último, ése es el primero. Y que esto no lo digo sin razón, en lo que hago y sufro tenéis la prueba. Porque yo he hecho algo más. Siendo rey de las potestades de arriba, quise hacerme hombre y acepté ser despreciado e injuriado; y no me contenté con esto, sino que llegué hasta la muerte. Que es lo que ahora dice: Porque el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate de muchos. Porque no me detuve —parece decir— en eso, sino que di también mi vida en rescate... — ¿De quiénes? — ¡De mis enemigos! Si tú te humillas, por ti mismo te humillas; pero si me humillo yo, me humillo por ti. No temas, pues, como si te quitaran tu honra. Por mucho que te humilles, jamás podrás llegar tan bajo como llegó tu Señor. Sin embargo, este abajamiento fue la exaltación de todos, a par que hizo brillar la propia gloria del Señor. En efecto, antes de hacerse hombre sólo era conocido de los ángeles; mas después que se hizo hombre, no sólo no disminuyó aquella gloria, sino que añadió otra, la que le vino del conocimiento de toda la tierra. No temas, pues, como si al humillarte se te quitara la honra, pues con ello no haces sino levantar más tu gloria, con ello no haces sino acrecentarla. La humildad es la puerta del reino de los cielos. No echemos, pues, por el camino contrario, no nos hagamos la guerra a nosotros mismos. Porque, si queremos aparecer como grandes, no seremos grandes, sino los más despreciados de todos. ¿Veis cómo siempre los exhorta por lo contrario, dándoles lo que desean? En muchos casos hemos mostrado anteriormente este modo de proceder del Señor: así lo hizo con los amantes del dinero y los vanidosos. Porque ¿qué razón te mueve a dar limosna delante de los hombres? ¿Para conseguir gloria? Pues no lo hagas así y la conseguirás absolutamente. ¿Y por qué razón atesoras? ¿Para enriquecerte? Pues no atesores y te enriquecerás absolutamente. Así procede también aquí. ¿Por qué ambicionas los primeros puestos? ¿Para estar por encima de los demás? Pues escoge el último lugar, y entonces obtendrás el primero. En conclusión, si quieres ser grande, no busques ser grande, y entonces serás grande. Porque lo otro es ser pequeño.

(San Juan Crisóstomo, Obras de San Juan Crisóstomo, tomo II, B.A.C., Madrid, 1956, 338-349)

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JOSÉ M. BOVER


Ambición de los hijos del Zebedeo. 20, 20-28. (Mc. 10, 35-45).

20 Entonces se llegó a él la madre de los hijos de Zebedeo junto con sus hijos postrándose y en ademán de pedirle algo. 21 la dijo:

— ¿Qué quieres?

Dícele:

—Di que se sienten estos dos hijos míos uno a tu diestra y uno a tu izquierda en tu reino.

22 Respondiendo Jesús dijo:

—No sabéis qué cosa pedís. ¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber?

Dícenle:

—Podemos.

Díceles:

—Mi cáliz ciertamente beberéis; mas el sentarse a mi derecha y a mi izquierda, no me corresponde a mí otorgar eso, sino que es para quienes está reservado por mi Padre.

24 Y en cuanto oyeron éstos los diez, se enojaron con los dos hermanos. 25 Mas Jesús llamándoles a sí dijo:

—Sabéis que los jefes de las naciones los tratan despótica mente y los grandes abusan con ellos de su autoridad. 26 No así ha de ser entre vosotros; antes quien quisiere entre vosotros venir a ser grande, será vuestro servidor; 27 quien quisiere entre vosotros ser primero, será vuestro esclavo: 28 como el Hijo del hombre no vino a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos.

20 Evidentemente la madre y los hijos proceden de común acuerdo; lo que no se dice es de quién procedió la iniciativa. Pero las sospechas, naturalmente, recaen sobre los hijos.

21 «Di que se sienten...»: el Señor había prometido a los Doce que se sentarían «sobre doce tronos»; ahora Juan y Santiago piden para sí los dos primeros asientos. Veladamente aspiran a suplantar a Pedro, el único que podía hacerles sombra.

22 - 23 En la petición de Juan y de Santiago distingue el Señor dos cosas muy distintas: una general, que ellos daban ya por supuesta, el sentarse efectivamente en alguno de los doce tronos; otra particular, que ellos ahora pedían, el ocupar los dos primeros asientos. Respecto de la primera les advierte que, para que la promesa se haga efectiva, es menester que, como él, pasen antes por la pasión; y en este sentido les pregunta: « beber el cáliz...?» Respecto de la segunda les da a entender que semejantes prerrogativas no se otorgan con intrigas ambiciosas, sino por el beneplácito de su Padre, a quien está reservado el concederlas.

Si la pretensión de Juan y de Santiago nacía de ambición, no nació ciertamente de sobra de humildad el enojo de los otros diez «con los dos hermanos». Pero la humildad que ahora no mostraron, tuviéronla más tarde al referir a todo el mundo estas mezquindades y flaquezas humanas.

25 Maestro en vez de enojarse con la poca humildad de los dos .y de los diez, aprovecha la oportunidad que sus piques le ofrecen para instruirles sobre lo que habrá de ser el ejercicio de la autoridad en su Iglesia. Al despotismo abusivo con que la ejercen «los jefes de las naciones» y «los grandes» de la tierra contrapone la humildad y el espíritu de «servicio» con que ellos habrán de ejercerla. De hecho «el primero» en la Iglesia tendrá como timbre de gloria el apellidarse «el siervo de los siervos de Dios». Como ejemplo y estímulo de semejante humildad servicial les propone al «Hijo del hombre», que «no vino a ser servido, sino a servir», «tomando forma de esclavo» (Filp. 2, 7).

28 «A dar su vida como rescate por muchos»: eco fiel de estas palabras del divino Maestro son estas otras de San Pablo: «Se dio a sí mismo como precio de rescate por todos» (1 Tim. 2, 6). Con ellas se nos revela el dogma fundamental de la redención humana y se proclama a Cristo como Redentor de los hombres. Para su inteligencia hay que notar: 1) que los hombres eran esclavos y cautivos de satanás, del pecado y de la muerte; 2) que de esta esclavitud y cautiverio los rescató el Hijo del hombre; 3) que el precio dado por su rescate fue él mismo, es decir, su sangre y su vida; 4) que el beneficio de este rescate o liberación recayó sobre «muchos», esto es, sobre la muchedumbre del género humano, o, como dice San Pablo, sobre «todos» los hombres; aunque de hecho no todos hayan querido aprovecharse de este beneficio.

(José M. Bover, S.J., El Evangelio de San Mateo, Editorial Balmes, Barcelona, 1946, 368-370)

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DR. D. ISIDRO GOMÁ Y TOMÁS

TERCERA PREDICCION DE LA PASION, LOS HIJOS DEL ZEBEDEO:

MT. 20, 17-28 (Mc. 10, 35-45; Lc. 18, 31-34)

Explicación — Pocos días faltaban para la definitiva consumación de la obra de Jesús. Una vez más declara la naturaleza de Su Reino contra los prejuicios de que sus mismos discípulos estaban imbuidos. Porque su Reino no puede conquistarse sino por la Pasión, la predice por tercera vez con todos sus detalles (17-19), y Porque su Reino es de los humildes, les da elocuentísima lección de esta virtud (20-28).

TERCERA PREDICCIÓN DE LA PASIÓN (17-l9).—Bajaba Jesús a lo largo de la Perea, de norte a sur, bordeando la orilla oriental del Jordán, cuando al llegar al nivel de Jerusalén atravesó el río y dobló hacia la ciudad: E iban su camino, subiendo a Jerusalén: y Jesús se les adelantaba, demostrando con ello que no sólo no temía la muerte, sino que con vivas ansias iba a sufrirla para cumplir la voluntad del Padre (Lc. 12, 50). Los discípulos le seguían atónitos y temerosos: Y se maravillaban, y le seguían con miedo: era ello muy natural, pues no ignoraban el odio y las amenazas de los prohombres contra Jesús, y que habían puesto precio a su cabeza (Mc. 8, 32; 9, 31; Ioh. 11, 47-54).

Fue en este emocionante momento, cuya descripción debemos a Mc., que Jesús predice su pasión por tercera vez: ya lo había hecho en Cesarea de Filipo, después de la confesión de Pedro (Mt. 16, 21), y después de la Transfiguración (Mt. 17, 21.22). Y comunica Jesús la tremenda nueva sólo a los doce Apóstoles, ya para adoctrinarles especialmente, ya para que no se escandalizasen las turbas: Y cuando subían a Jerusalén, Jesús tomó aparte a los doce discípulos, y comenzó a decirles las cosas que habían de acontecerle, y díjoles: Ved que subimos a Jerusalén, y se cumplirá todo lo que está escrito en los Profetas sobre el Hijo del hombre: demuestra con ello Jesús no sólo que sabe lo que le ha de ocurrir en la capital, sino que todo ello está ordenado, ya de siglos, por la santísima voluntad de Dios; refiérese aquí el Señor especialmente a los vaticinios de Ps. 21; Is. 50, 6; 53, 1 sigs.; Dan. 9,26; Zach. 11, 12; 12, 10; 13, 7. Sigue luego Jesús particularizando los futuros hechos de su pasión: Y el Hijo del hombre será entregado a los príncipes de los sacerdotes, y a los escribas, y a los ancianos, y le condenarán a muerte: así demuestra que va libremente a la muerte, al tiempo que previene a sus discípulos para que la novedad no les perturbe. Y aún especifica más: Y le entregarán a los gentiles, fue Pilato quien le condenó, para que le escarnezcan, y azoten, y sea escupido, y le crucifiquen: y después que le hubieren azotado, le matarán, y al tercer día resucitará. Cuanto más cercana la pasión, más precisos son los detalles que da de ella Jesús; como si se deleitara en saborearla por anticipado y en grabarla en el ánimo de sus discípulos, que también debían participar de ella.

Pero ellos, los discípulos, siempre preocupados con sus ideas sobre la gloria terrena del Reino mesiánico, no acababan de entender cómo aquello que oían de labios del divino Maestro, que será escupido, abofeteado, muerto, había de entenderse a la letra. Así, pues, ninguna de estas cosas entendieron, porque era lenguaje oscuro para ellos, no en cuanto a las palabras, que bien claras eran, sino porque no hallaban manera de conciliar esa predicción de humillaciones y tormentos con sus ideas sobre el Mesías glorioso: Y no entendían lo que les decía.

PETICIÓN DE LA MADRE DE SANTIAGO Y JUAN (20-28). — Salomé, la madre de Santiago y Juan, los «hijos del trueno», una de las mujeres que servían a Jesús con sus riquezas y le seguían (núm. 60), hace en este punto una extraña e inoportunísima petición a Jesús: Entonces, cuando acababa de decir Jesús que resucitaría, y creyendo sin duda que ello era señal del triunfo definitivo de Jesús, en cree Mesías, y de la implantación de su Reino, se acercó la madre de los hijos del Zebedeo con sus hijos, adorándole, inclinándose ante él, señal de profunda reverencia, y pidiéndole alguna cosa: empieza la mujer con el embarazoso preludio con que acostumbramos ante un superior a manifestar en general que va a pedirle algo. El la dijo: ¿Qué quieres?, haciéndole concretar el objeto de su petición. Ella le dijo: Di, concédeme, que estos mis hijos se sienten en tú Reino, el uno a tu derecha, y el otro a izquierda: son los dos primeros puestos después de Jesús.

Según Mc., no es la madre, sino los hijos quienes piden, y la escena pasa por entero entre ellos y Jesús: Y acercáronsele Santiago y Juan, hijos del Zebedeo, diciendo: Maestro, queremos, en tono definitivo e imperativo, irreverente y temerario, que nos hagas cuanto te pidiéremos, suplantando la voluntad santísima de Jesús por la suya desordenada. Más El les dijo: ¿Qué queréis que os haga? Quiere el Señor que descubran su miseria para poner el debido remedio: Y dijeron: concédenos que nos sentemos en tu gloria, y el otro a tu izquierda. Lo probable es que la madre e hijos se presentan ante Jesús, la madre instada, empujada por los hijos: si su petición fracasa, será más excusable que ellos, por el presento derecho de las madres a pedir cuanto haya mejor para sus hijos; en todo caso, la repulsa será más blanda: Salomé es mujer, ayuda al Señor con su hacienda, es su parienta.

Es atrevida la petición de madre e hijos: sabe la madre la predilección que tiene Jesús para sus hijos (Mt. 17, 1; Mc. 5, 37); pero es la precedencia de Pedro, a quien también sabe se ha prometido el primado, en el reino que madre e hijos creen temporal; oren, después del Rey Jesús, los dos primeros puestos, como si dijéramos, los dos primeros ministerios.

Y respondiendo Jesús, les dijo, a los tres, arguyéndoles en primer lugar de ignorancia: No sabéis lo que pedís: no sabían ni el tiempo del triunfo del Mesías, ni cómo se ganaban en él los primeros Puestos, ni de qué naturaleza era, ni sabían que el paren o no es ningún título para conquistar un lugar cercano a Jesús. Para que comprendan que a los altos puestos se van los grandes sacrificios en su reino, les dice Jesús: ¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber?, alude al cáliz de su pasión, que acaba de describirles; O ¿ser bautizados con el bautismo con que yo soy bautizado? : se trata de la inundación de tribulaciones que vendrán sobre Jesús, y especialmente de la efusión de su sangre. Dícenle ellos, los dos hijos: Podemos, tal es el deseo que sienten de que se les otorguen los primeros lugares; otros creen que se trata de una presunción vana, aunque bien demostraron posteriormente saber sufrir el martirio; otros creen su contestación resuelta, hija de su grande amor.

Jesús afirma solemnemente que sufrirán el martirio: Díjoles, En verdad, beberéis mi cáliz, que yo bebo, y con el bautismo con que soy bautizado, seréis bautizados: Santiago fue muerto a filo de espada por Herodes (Act. 12, 2); Juan no murió en el mismo martirio: pero fue azotado por los judíos (Act. 5, 40.41), desterrado a la isla de Patmos y sometido a un baño de aceite hirviendo, según validísima tradición, de la que son ya testimonios Tertuliano y San Jerónimo. Pero del hecho del martirio les hace ver Jesús no se sigue deban ocupar los primeros asientos en su Reino: Más el estar sentados a mi derecha o a mi izquierda, no me pertenece a mí darlo a vosotros, habla aquí como Hijo del hombre, sino aquellos a quienes lo ha destinado mi Padre: la predestinación es obra de la providencia de Dios, y ésta se atribuye siempre al Padre; Él da la gracia de la vocación, y las de auxilio que consientan sea aquélla eficaz (Iioh. 6, 44; 17, 6. 11; Rom. 8, 30; 1 Cor. 1, 9; 7, etcétera).

La petición de los hijos del Zebedeo, oída sin duda por los demás apóstoles, levantó en ellos un sentimiento de indignación también ellos eran ambiciosos, y sentían celos; ni habían recibido el Espíritu Santo, ni había entrado en ellos, a pesar de las reiteradas enseñanzas de Jesús, el concepto espiritualista y ultraterreno del Reino de Dios: Y al oírlo los diez, se indignaron contra los hermanos Santiago y Juan; aparte, entre sí, separados del grupo, formado por Jesús y la madre e hijos del Zebedeo: Mas Jesús llamó a sí, amablemente, para darles esta lección de modesta humildad, y dijo: ¿Sabéis que los príncipes de las naciones, no satisfechos de gobernarlas, avasallan duramente a sus pueblos, y los magnates ejercen potestad sobre ellos, a veces con mayor rigor que los mismos monarcas? No será así entre vosotros, como sucede entre gentiles: Más, entre vosotros, todo el que quisiere mayor, sea vuestro criado: la verdadera grandeza en el Reino de Dios consiste en el abajamiento personal y en el humilde servicio prestado a los demás, no en la ambición de los primeros puestos, ni en tenerlos. Y el que en este reino llegue a ocupar puestos elevados, no debe disfrutarlos en provecho suyo, sino que debe ser ministro de sus mismos súbditos: Y el que, entre vosotros, quisiere ser el primero, sea vuestro siervo. Y para animarles a este sacrificio, que a veces es costosísimo, les propone su propio altísimo ejemplo: Así como el Hijo del hombre no vino a ser servido, siendo Señor y Maestro de los hombres, igual a Dios: sino a servir, ministrando a los hombres su doctrina, sus ejemplos, la salud del cuerpo, y ello en circunstancias fatigosísimas; y, lo que es más, a dar la vida para redención, en precio de rescate, de propiciación, de santificación, de muchos: porque si bien la redención de Cristo es en derecho universal, pero de hecho no todos los hombres se salvan, porque voluntariamente se privan de sus frutos.

Lecciones morales . — A) v. 18. —Ved que subimos a Jerusalén... —Como si dijera a sus Apóstoles, dice el Crisóstomo: «Ved que voluntariamente voy a morir: cuando me veáis colgado de la cruz, no creáis que soy solamente hombre; porque aunque es de hombre poder morir, pero no es de hombre el querer morir.» Como Dios, quiere Jesús morir en la naturaleza humana que tomó; y en esta naturaleza humana quiere también morir, aunque a ello repugne esta misma naturaleza, por su total conformidad con la voluntad de Dios. Para que sepamos agradecer la infinita generosidad y bondad de Jesús, Dios-hombre, que pudiendo lograr los fines de su muerte sin morir, prefirió la muerte, a fin de que nosotros no nos asustáramos de morir y ofreciéramos nuestra muerte voluntariamente cuando llegue nuestra hora, en remisión de nuestros pecados, ya que él la ofreció por los de todos.

B) v. 21. —Di que estos mis dos hijos se sienten en tu Reino... Porque veía la madre que Jesús subía a Jerusalén, y hacía poco había dicho que se sentarían los Apóstoles, como asesores suyos, para juzgar las doce tribus de Israel (Mt. 19, 28), creyendo que va a la capital para fundar su reino, le pide las dos primeras plazas Para sus dos hijos. Excusan los intérpretes a esta madre, por su abnegación en seguir a Jesús, dejando al marido, y ayudarle con sus bienes; por el deseo de que sus hijos estén cerca de Jesús: por el natural amor materno, que quiere lo mejor para los hijos. Nosotros debemos aprovechar lo que la actitud de la madre tiene de bueno, y dejar lo defectuoso: aspirar a una estrecha unión con Jesús, a participar de sus gracias, a hacernos dignos de su predilección a tener en la gloria un trono refulgente, es cosa santa; Para ello, como los hijos del Zebedeo, se valieron de la influencia de su madre para pedir a Jesús, debemos valernos de la prepotencia de la nuestra que está en los cielos, María, Madre del mismo Jesús. Pero debemos despojarnos de toda ambición, no sólo de la tierra, Sino hasta de gracias y carismas extraordinarios, que Dios concede libérrimamente a quien quiere, según los fines de su providencia.

c) v. 22. — No sabéis lo que pedís. — No es extraño que los hijos del Zebedeo no sepan lo que piden, cuando el mismo Príncipe de los Apóstoles no sabía, en el Tabor, lo que se decía, comenta Crisóstomo. Porque a veces consintió el Señor que sus discípulos pensasen o dijesen algo desordenado, para hallar en su culpa ocasión de enseñarnos la doctrina verdadera, sabiendo que el error los discípulos no daña, estado el Maestro presente, y que su doctrina edifica, no sólo para el presente, sino para lo futuro. La próvida sabiduría del divino Maestro, que de estas desviaciones de sus Apóstoles supo sacar altos y profundos conceptos y ejemplos para nuestra edificación.

D) v. 23. —No me pertenece a mí darlo a vosotros... —No pertenece ahora, porque todavía no es la hora de ejercer de Juez y dar a cada uno lo que le toca. No le pertenece, porque con vocación a la fe se atribuye al Padre (Rom. 8, 30; 1 Cor. 1, Gal. 1, 6, etc.); como nadie va al Hijo si el Padre no le atrae (Ioh. 6, 44); como el Padre conserva para el Hijo a aquellos que le ha dado (Ioh, 17, 11); así al Padre se atribuye la predestinación y la concesión de los lugares que cada cual se haya gloria; es que la predestinación y la posesión del cielo se atribuyen al poder y a la providencia de Dios, y éstos son atributos del Padre hasta el punto de que note Maldonado que en ningún lugar Escritura se atribuye a otro que al Padre la predestinación. Jesús aquí, por lo mismo, como siervo, como Hijo del hombre porque en cuanto Dios, es igual al Padre, « y hace las mismas cosas que el Padre» (Ioh. 5, 17, 10).

E) v. 24. —Los diez se indignaron contra los dos hermanos... Como los dos hermanos pidieron según la carne, así los diez compañeros se indignaron también según la carne: porque cosa vituperable es querer sobreponerse a todos; pero es cosa excepcional demasiado gloriosa tolerar que otro esté sobre nosotros, dice el Crisóstomo. Así, debemos reprimir en nosotros tanto la ambición que nos impele a subir nosotros, como la envidia y los celos, que nos obligan a querer disminuyan los demás.

F) v. 26. — Entre vosotros, todo el que quisiere ser vuestro criado... — Los príncipes del mundo son tales, dice el Crisóstomo, que dominan a los demás, les imponen gabelas y usan de ellos para su propia utilidad, hasta la muerte; en cambio príncipes de la Iglesia son constituidos para que sirvan a los que son inferiores a ellos, y les administren todo lo que recibieron a Cristo, posponiendo sus propias utilidades y buscando las ajenas no rehuyendo morir por la salud de los interiores. Por lo mismo desear los primeros puestos en la Iglesia, ni es justo, ni útil. Ningún hombre en juicio se somete voluntariamente a la servidumbre y peligro de dar cuenta de toda la Iglesia; a no ser quien no el juicio de Dios, abusando aseglaradamente de la preeminencia eclesiástica y convirtiéndolo en principado civil.

(Dr. D. Isidro Gomá y Tomás, El Evangelio Explicado, Vol. I I, Ed. Acervo, 6ª ed., Barcelona, 1966, 314 -320)

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FULTON J. SHEEN


La tercera disputa: en el camino de Jerusalén

La tercera profecía claramente expresada concerniente a la cruz, y que suscitó otra disputa entre los apóstoles, tuvo efecto un poco más de una semana antes de que fuera crucificado. Se dirigía por última vez con sus apóstoles a Jerusalén. Caminaba con paso presuroso; su decisión y propósito determinado se reflejaban tan claramente en su semblante, que no pudieron pasar inadvertidos a la atención de los apóstoles.

Y estaban en el camino subiendo a Jerusalén,

y Jesús iba delante ;

y ellos estaban asustados;

y le seguían con temor. Mc 10,32

El Maestro se les había adelantado probablemente un buen trecho en el empinado sendero de la montaña. Mientras ellos iban quedándose rezagados, llenos de un terror incomprensible, el Maestro se adelantaba con paso presuroso hacia su cruz, y dominaba su mente un solo pensamiento: el de su sumisión voluntaria al sacrificio. Según el propósito del Padre, la cruz era algo necesario para que Él pudiera impartir la vida a otros. Los apóstoles, por otro lado, hasta el último instante estuvieron esperando alguna manifestación de su poder que librara a su nación de la tiranía política y los encumbrara a ellos mismos a cierto grado de gloria y dominio. Estaban sorprendidos de que Él se mostrara tan resuelto a entrar en Jerusalén, lo cual significaba con toda seguridad que había de padecer. Ellos soñaban con tronos, y Él estaba pensando en una cruz.

Conociendo los pensamientos de sus apóstoles, Jesús los tomó aparte y les dijo:

He aquí que subimos a Jerusalén,

y el Hijo del hombre será entregado

a los jefes de los sacerdotes y a los escribas;

y le condenarán a muerte,

y le entregarán a los gentiles;

y le escarnecerán, y le escupirán,

y le azotarán, y le matarán;

pero en el tercer día resucitará. Mc 10, 33 s

Una vez más mezclaba la hiel de su pasión con la miel de la resurrección. El Calvario no era algo que le fuera posible evitar, y, por lo tanto, tenía que aceptarlo como si tuviera que desempeñar el papel de mártir. Cierto que en determinado momento su naturaleza humana sintió terror y quería apartarle del sufrimiento, pero este sentimiento jamás fue en Él una intención o un propósito. De la misma manera que una nave puede estar agitada por las olas mientras mantiene su equilibrio, así también era posible que su naturaleza física fuera zarandeada de un lado para otro a pesar de que no se apartaba del propósito del Padre, propósito fijo e inmutable. Pero los apóstoles no podían comprender el sentido de una muerte vicaria, es decir, ofrecida en lugar de otros, y al mismo tiempo propiciación por los pecados.

Mas ellos nada entendían de estas cosas;

y les era encubierta esta declaración,

y no comprendían lo que decía. Lc 18, 34

¿Cómo era posible que Él, que tenía poder sobre la muerte, sobre los vientos y los mares, y cuya mente podía imponer silencio a las lenguas de los fariseos, los dejara desconsolados y los arrojara de nuevo al mundo, por no ser capaz de resistir a sus enemigos? Esto era lo que los preocupaba.

Al igual que en las otras dos ocasiones, ahora que había vuelto a hablar de su muerte, una nueva disputa se suscitó entre los apóstoles. Santiago y Juan, que se habían distinguido por el resentimiento que manifestaron ante la rudeza de los samaritanos y habían pedido a nuestro Señor que hiciera bajar fuego del cielo para destruir a aquella gente, hicieron ahora una petición. Se trataba de una presunción muy intensa, pues inmediatamente después de haber hablado el Señor de su propia muerte ellos le dijeron:

Concédenos que en tu gloria

nos sentemos uno a tu derecha

y el otro a tu izquierda. Mc 10, 37

En esta petición había cierto reconocimiento de la autoridad de Cristo, ya que daban a entender que Él era un rey que podía conceder privilegios; pero era mundana la concepción que ellos tenían del reino. La influencia de la familia y la preferencia personal era lo que en los reinos seculares confería los puestos elevados; Juan y Santiago, suponiendo que el reino de Dios era mundano, creían que sobre la referida base podían apoyar sus pretensiones de ser promovidos a tan altos cargos. Pero nuestro Señor les respondió así:

No sabéis lo que pedís.

¿Podéis beber la copa que yo bebo,

o ser bautizados con el bautismo con que voy a ser bautizado? Mc 19, 38

La concesión de honores en su reino no era cuestión de favoritismo, sino de ser incorporado a la cruz. Si Él había de morir con objeto de resucitar para la gloria, ellos habrían de morir para descubrir esta gloria. Si había de beber la amarga copa para vencer al mal, también ellos habrían de participar de aquella copa. La “copa” simboliza aquí la derrota que sería derramada sobre Él por los hombres infieles. En el bautismo de sangre, quedaría totalmente sumergido en ella; pero el símbolo daba a entender asimismo la purificación y la resurrección.

En respuesta a la pregunta de si podían beber del cáliz, Santiago y Juan dijeron: “Sí, podemos”. Aunque no comprendían exactamente lo que estaban aceptando, nuestro Señor profetizó la consumación de la fe de ellos. Santiago habría de ser el primero en participar del bautismo de sangre de Cristo, al ser asesinado por orden de Herodes. Juan, ciertamente, padeció; vivió una larga vida de persecución y exilio. Tras haber sido sumergido en una caldera de aceite hirviendo, fue preservado de la muerte de un modo milagroso y acabó sus días a edad avanzada en la isla de Patmos. Santiago se convirtió en el patrono de todos los mártires “rojos”, es decir, de todos los que derramaron su sangre por haber bebido del cáliz de Cristo. Juan llegó a ser el símbolo de los que podríamos llamar mártires “blancos”, los cuales soportan padecimientos físicos y, sin embargo, mueren de muerte natural.

Ahora empieza la disputa.

Y al oír esto los otros diez comenzaron a indignarse contra Santiago y Juan. Mc 10, 41

Se indignaron porque todos abrigaban idéntico deseo. Nuestro Señor llamó a sí a los otros diez. Santiago y Juan ya habían recibido su lección; ahora les toca a ellos recibir la suya. La primera lección que les dio era repetición de lo que había sugerido en Cafarnaúm cuando puso a un niño en medio de ellos, o sea la lección de humildad. Lo que ahora iba a enseñarles no era lo que habría de hacerles preeminentes en su reino, sino más bien el significado de esta preeminencia. Les sugirió un contraste existente entre el despotismo de los potentados mundanos y el dominio de amor que hay en su propio reino. En los reinos terrenales, los que gobiernan, tales como reyes, nobles, príncipes y presidentes, dejan que se les sirva a ellos; en tanto que en el reino de Cristo el distintivo de la nobleza sería el privilegio de servir a los demás.

Sabéis que aquellos que se miran como gobernantes

de las naciones, se enseñorean de ellas ;

y sus grandes dominan en ellas con autoridad.

Mas no será así entre vosotros;

sino que quien quisiere hacerse grande entre vosotros,

se hará esclavo de todos. Mc 10, 42-43

En su reino, los que son los más bajos y los más humildes serán los más grandes y más ensalzados. Aunque consideraba a sus apóstoles como reyes, debían éstos, sin embargo, establecer sus derechos en el hecho de ser los más insignificantes de los hombres.

Pero el Salvador no quiso darles simplemente una lección moral sin señalar su propia vida como ejemplo de la humildad que quería que ellos tuvieran. La verdad completa era que Él no había venido para que se le sirviera, sino para servir. Él decía, en efecto, que era rey y que tendría un reino; pero este reino se alcanzará de una manera diferente a como los príncipes de la tierra consolidaban los suyos. Introdujo la relación directa que existía entre el hecho de entregar Él su vida y la soberanía espiritual que con aquella muerte adquiría.

Porque es así que el Hijo del hombre

no vino para ser servido,

sino para servir, y para dar su vida

en rescate por muchos. Mc 10, 45

Aquí, como en otros lugares, hablaba de sí mismo como de uno que había “venido” al mundo con objeto de indicar que su nacimiento humano no era el comienzo de su existencia personal. Su servicio había empezado mucho antes de que los hombres le vieran servir con compasión y misericordia. Su servicio empezó cuando se desprendió de la gloria celestial y se ciñó con la carne formada en las entrañas de María.

El propósito de su venida a este mundo fue el de procurar un rescate o redención. Si hubiera sido solamente el hijo de un carpintero fuera necedad decir que venía para servir. Semejante condición servil habría sido algo rutinario que se acepta sencillamente; pero que el rey se hiciera siervo, que Dios se convirtiera en hombre, no era presunción, sino humildad. Había un rescate que pagar, y este rescate era la muerte, ya que “el salario del pecado es la muerte”. El rescate habría sido algo absurdo si la naturaleza humana no estuviera en deuda con Dios. Supongamos que un hombre estuviera sentado en un malecón, en un día claro de verano, pescando tranquilamente; y que de pronto otro hombre saltara del malecón al río, delante del que estaba pescando, y en el momento de hundirse en las aguas y ahogarse gritara al hombre sentado en el malecón:

Nadie tiene amor más grande

que el de quien da su vida por su amigo.

Todo ello resultaría incomprensible, porque el hombre del malecón no se hallaba en peligro y, por lo tanto, no necesitaba ser rescatado. En cambio, si éste hubiera caído al agua y se estuviera ahogando, sí tendría significado la muerte del que se hubiera arrojado al río para salvarle la vida. Si la naturaleza humana no hubiera caído en el pecado, la muerte de Cristo habría carecido de sentido; si no hubiera habido esclavitud, no habría podido hablarse de rescate.

Muchos individuos eluden toda responsabilidad por las faltas o defectos colectivos. Por ejemplo, cuando se dan casos de corrupción de un gobierno, a menudo los individuos niegan que tengan ellos nada que ver con el asunto. Cuanto más sin pecado son las personas, tanto más se desentienden de toda relación con los que son pecadores. Incluso llegan casi a suponer que su responsabilidad varía en razón directa con su culpabilidad. Arguyen diciendo que, puesto que no son responsables de los errores de la sociedad, no quedan envueltos en ellos.

De hecho, es cierto lo contrario en el caso de aquellos que más exentos están de pecado. Cuanto mayor es la inocencia, tanto mayor es el sentido de responsabilidad y certeza de la culpa colectiva. La persona realmente buena advierte que el mundo es tal como es porque en cierto modo él no ha sido mejor. Cuanto más acentuada es la sensibilidad moral, tanto mayor es la compasión que se siente por los que languidecen bajo un enorme peso. Esta compasión puede llegar a ser tan grande que la agonía de la otra persona llegue a sentirse como propia. La única persona del mundo que tuviera ojos para ver querría servir de bastón para que los ciegos pudieran apoyarse en él; la única persona del mundo que fuera sana querría servir a los enfermos.

Lo que es cierto del sufrimiento físico lo es asimismo del mal moral. De ahí que el Cristo sin pecado haya querido cargar con los males del mundo. De la misma manera que los más sanos están más capacitados para cuidar a los enfermos, así también los más inocentes pueden expiar mejor la culpa de los otros. Si fuera posible; una persona que ama tomaría sobre sí los sufrimientos de la persona amada. La Divinidad toma sobre sí los males morales del mundo como si fueran propios. Siendo hombre, quiso compartirlos; siendo Dios, pudo redimirnos de ellos.

El Calvario, dijo Cristo a sus apóstoles, no sería una interrupción de las actividades de su vida, no sería un modo trágico y prematuro de malograr su plan, ningún mal final que las fuerzas hostiles quisieran imponerle. La entrega voluntaria de su vida le separaría del modelo de los mártires de la justicia, y de los patriarcas de las causas gloriosas. El propósito de su vida, dijo, era pagar un rescate para la liberación de los esclavos del pecado; éste era un divino “debe” que le fue impuesto al venir al mundo. Su muerte sería ofrecida en expiación del mal. Si los hombres hubieran estado solamente en el error, Él hubiese podido ser un maestro resguardado por todas las comodidades de la vida; y, después de haber enseñado la teoría del dolor, habría podido morir en lecho de plumas. Pero entonces su única misión habría consistido en legar a la humanidad un código moral al cual obedecer. Pero si los hombres estaban en pecado, Él sería redentor, y su mensaje sería : “Seguidme”, para que nosotros participásemos del fruto de tal redención.

Fulton J. Sheen, Vida de Cristo, Herder; Barcelona, 1968, 183-188.

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MANUEL DE TUYA

Petición de los hijos del Zebedeo. 10,35-45 (Mt 20,20-28) Cf. Comentario a Mt 20,20-28.

En Mc son Juan y Santiago los que hacen la petición a Cristo. En Mt, es su madre. Ambas divergencias se compaginan bien «quoad sensum», porque ellos lo piden por su madre, como recurso más discreto y hábil.

«En tu gloria» es la parusía (Mc 8,38). En Mt se pide que se sienten junto a El «en tu reino». Ambos términos expresan lo mismo. Parecería que se tratase de la fase celeste. Sin embargo, en el medio ambiente se esperaba que el reinado del Mesías precediese aquí a la fase final del reino de Dios, Esto es lo que piden (Act 1,6). Cristo les pone su ejemplo de servidor que vino a dar la vida en «redención» por «muchos», con el sentido semita de «todos».

(Profesores de Salamanca, Manuel de Tuya, Biblia Comentada, B.A.C., Madrid, 1964, p. 701-702)

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LEONARDO CASTELLANI

La Ambición

En un ensayo sobre Sarmiento, estudié en otro tiempo los efectos del vicio de la ambición sobre este hombre verdaderamente grande. El vicio de la ambición es una cosa realmente seria, aunque sea inexistente para el vulgo, el cual no distingue más vicios que la pereza, la gula y la lujuria, es decir, las flaquezas de la carne, que más que vicios son vergüenzas, comparadas con las sutiles perversiones del espíritu. Las corrupciones del espíritu son peores que las corrupciones de la carne. Si los africanos in­cendiaron la España fue más por la ambición del conde Julián que por la lascivia de Rodrigo, diga lo que quiera Fray Luis de León. La ambición ha hun­dido mas ciudades que los sismos, y ha muerto más hombres que la lúes. “Muchos hombres han dejado el Amor por el Poder; ninguno ha dejado el Poder por el Amor”, dijo Séneca; y los toscanos dicen lo mismo en un refrán, que no me atrevo a citar por pudor.

La ambición consiste en un apetito desordenado del mando por el placer del mando. El mando, ele­mento esencial de toda sociedad, es solamente un instrumento, una especie de espada filosa, formida­ble y frágil; y el ambicioso es una especie de criatura que agarra la espada sin saber el fin y el ma­nejo de la espada, solamente porque es brillante y con una ansia inmensa de jugar con ella; con lo cual empieza a cortar donde no debe y acaba por cortarse a sí mismo. ¡Ordeno y mando, y lo que yo quiero se hace! cuando la única dicha del hombre verdadera es conseguir que se haga lo que quiere Dios por medio suyo. La mayor picardía que el dia­blo puede hacerle a un hombre, dice con mucha ra­zón don Benjamín Villafañe, es ponerlo en un pues­to que le quede ancho, porque empieza a hacer daño al prójimo (lo cual a la larga es hacérselo a sí mis­mo), y acaba miserablemente. Y esa picardía del diablo es el vicio de la ambición.

El otro día le oí a una señora inteligente una fra­se que solamente una mujer es capaz de producir, un retrato caracterológico formidable hecho en dos palabras con una perfecta modestia. Le pregunté si Fulano de tal era inteligente y me contesto: “El cree que es inteligente; pero a mi no me parece...”. Formidable. ¡Ni Klagues es capaz de decir más en menos palabras! Pues bien, el ambicioso cree que él está lla­mado a mandar, aunque a todos los demás no les pa­rezca; mientras que el veramente llamado, a todos los demás les parece llamado a mandar mientras él duda, y tiembla de pavor, y al mismo tiempo de atracción hacia una obra grande que él ve que se ha de hacer y hay que empuñar para ella el instru­mento peligrosísimo. Como San Ignacio de Loyola el día de la elección a General, rehúsa ser nombrado Jefe y rehúsa a ha vez dar su voto a ninguno de los otros, en quienes no ve la preñez de la obra impostergable y divina; hasta que la voluntad de Dios se impone por encima de las voluntades de los hombres.

Ernesto Palacio en su libro “Catilina” dijo que existe una ambición mala y una ambición buena; y describió la ambición buena. Eso es como decir que existe una lujuria buena, que es el amor o el matrimonio; y una lujuria mala que es la prostitución. Toda ambición es mala. Lo que llama allí Ernesto “ambición buena” en realidad se llama “magnani­midad”, virtud tan escasa en la Argentina, que has­ta el nombre hemos perdido; más que virtud, una especie de disposición general y deiforme del alma, que es columna y basamento de muchas otras vir­tudes, justamente las virtudes necesarias para poder gobernar con provecho común y sin ruina propia. Confundir la magnanimidad con la angurria demagógica y prostitútica de los que andan a las corridas, a los gritos y a los manotazos de un sitial para quitar a los otros y ponerse ellos sin saber a qué, es haber perdido la brújula y la luz de Dios. No es ése el re­trato que hace del “magnánimo” Aristóteles, en pagi­nas que se han hecho inmortales. ¡Y está llena la Ar­gentina de esas mascaritas!

Hacer una revolución no es agarrar un arma, salir corriendo, sacar a otro de un sillón y ponerse él: eso es simplemente una elección fraudulenta. Revolución bien llamada es la realización externa de un principio: será buena si el principio es verdadero y mala si el principio (o llamémoslo mejor visión, cosmivisión) es falso. Lo contrario no es revolución sino asonada centroamericana. El que no tenga una idea que realizar, simple y segura, más clara y real que este árbol que tengo delante, es mejor que no se meta; porque va a acabar mal, en esta vida y en la otra.

Y si está por casualidad en un sillón glomerulado por la esfera magnética del fluido social y divino que se llama autoridad, que no ha sido creado por Dios para bien de un particular sino de todo el pueblo, lo mejor para él es abandonarlo despacio y digna­mente. Porque los rayos que de allí parten para to­dos lados, le pueden abrasar las manos.

(Leonardo Castellani, Las canciones de Militis, Jerónimo del Rey, Editorial Patria, Argentina 1945, pp. 114-117)

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EJEMPLOS PREDICABLES

Las tres manzanas del gran Franklin

Preguntó una madre al gran estadista Franklin, por qué la posesión de bienes va a menudo acompañada con desengaños. El calló; y viendo una canasta de manzanas, tomó una y la dio a un niño presente.

El infante la tomó en sus manos; apenas podía tenerla. Franklin le ofreció otra; el niño la tomó con gran esfuerzo. Al presentarle una tercera, a pesar de los esfuerzos, no alcanzó a retenerla. Cayó la manzana al suelo y el niñito empezó a llorar.

El estadista entonces, advirtió a la madre: «He aquí un hombrecillo con demasiada riqueza, para poder disfrutarla. Con dos manzanas era feliz; con tres dejó de serlo, y debió llorar»... La ambición desmedida pierde al ser humano, robando su felicidad. «Los deseos matan; la avaricia rompe el Saco».

No anhelar desordenadamente honras o dignidades. Es desorden desear lo que no se merece, procurándolo con malos medios o demasiada afición.

(Rosalio Rey Garrido, Anécdotas y reflexiones, Ed. Don Bosco, Bs. As., 1962, nn° 28 -24)


20.NO HA DE SER ASÍ - JOSÉ ANTONIO PAGOLA - 22 de octubre de 2006

ECLESALIA, 18/10/06.- Santiago y Juan se acercan a Jesús con una petición extraña: ocupar los puestos de honor junto a él. «No saben lo que piden». Así les dice Jesús. No han entendido nada de su proyecto al servicio del reino de Dios y su justicia. No piensan en «seguirle», sino en «sentarse» en los primeros puestos.

Al ver su postura, los otros diez «se indignan». También ellos alimentan sueños ambiciosos. Todos buscan obtener algún poder, honor o prestigio. La escena es escandalosa. ¿Cómo se puede acoger a un Dios Padre y trabajar por un mundo más fraterno con un grupo de discípulos animados por este espíritu?

El pensamiento de Jesús es claro. «No ha de ser así». Hay que ir exactamente en la dirección opuesta. Hay que arrancar de su movimiento de seguidores esa «enfermedad» del poder que todos conocen en el imperio de Tiberio y el gobierno de Antipas. Un poder que no hace sino «tiranizar» y «oprimir».

Entre los suyos no ha de existir esa jerarquía de poder. Nadie está por encima de los demás. No hay amos ni dueños. La parroquia no es del párroco. La Iglesia no es de los obispos y cardenales. El pueblo no es de los teólogos. El que quiera ser grande, que se ponga a servir a todos.

El verdadero modelo es Jesús. No gobierna, no impone, no domina ni controla. No ambiciona ningún poder. No se arroga títulos honoríficos. No busca su propio interés. Lo suyo es «servir» y «dar la vida». Por eso es el primero y más grande.

Necesitamos en la Iglesia cristianos dispuestos a gastar su vida por el proyecto de Jesús, no por otros intereses. Creyentes sin ambiciones personales, que trabajen de manera callada por un mundo más humano y una iglesia más evangélica. Seguidores de Jesús que «se impongan» por la calidad de su vida de servicio.

Padres que se desviven por sus hijos, educadores entregados día a día a su difícil tarea, hombres y mujeres que han hecho de su vida un servicio a los necesitados. Son lo mejor que tenemos en la Iglesia. Los más «grandes» a los ojos de Jesús.


21.EL FRACASO DE JESÚS

1.- Qué nadie se ofenda pero pienso que Jesús de Nazaret tuvo poca suerte e, incluso, fue, como muchos de nosotros, un poco fracasado. Jesús y sus apóstoles subían a Jerusalén, donde se iba a confirmar su imponente fracaso ante los importantes de su nación. Y entonces se le acercan los Zebedeos, que, en principio, parecían de los más listos del grupo, para pedirle que los nombrara vicepresidente y primer ministro de su futuro gobierno. No se habían enterado, para nada, de cual era la misión de Jesús. Y mucho menos de cómo iba a realizarse. Luego más tarde, y tras pasado el tiempo terrible de la Pasión y Muerte del Salvador, cuando, ya resucitado, se dispone a subir al Padre, hay quien le pregunta si es entonces cuando va a liberar a Israel de la ocupación romana. Y ese que preguntaba, había tenido a su lado, a un ser extraordinario, cuarenta días y había querido enseñarles, desde la gloria de su cuerpo resucitado, su auténtica misión, la que le había encargado el Padre y por la que, en acto de obediencia suprema, había muerto en medio de un enorme tormento.

2.- Podríamos decir, entonces, que Jesús fracasó con los apóstoles y fracasó con su propio pueblo, que tras admirarle y querer hacerle rey porque los daba pan gratis, luego lo ultrajaron y lo mataron como al peor de los criminales. Nadie parece que le entendió. Y si leemos con atención los Evangelios pues sabemos que repitió muchas veces su auténtico mensaje a los discípulos, y a todos aquellos que le quisieron oír. Les pidió varias veces –como en esta ocasión—que fueran servidores y que no buscaran ser servidos. Les avisó que Él no tenía donde reposar la cabeza. No tenía el menor sentido de aplicar la fuerza –cosa que los políticos saben hacer muy bien--, aconsejándoles que pusieran la otra mejilla, ante la primera bofetada y que dieran el manto a quien les pidiera la capa. Les lavó los pies y les pidió, en definitiva, amor entre ellos. Pero nada, todo el mundo seguía pensando en términos políticos, en posición de poder y más poder. Incluso, también los de Emaús cuando refieren lo ocurrido en Jerusalén esos días de la Pasión, hablan del no reconocimiento de las autoridades hacia Jesús y para nada de su misión, ni de su doctrina. Reconocen su fuerza como profeta, pero ni siquiera su amor por todos.

3.- Es verdad que todo cambió con la llegada del Espíritu Santo y que, incluso, Jesús se tuvo que aparecer a Pablo de Tarso y así buscar un refuerzo al grupo de los doce. Entonces, Jesús ¿fracasó verdaderamente? No. En realidad, fracasaron sus coetáneos que no supieron ver quien era Jesús de Nazaret y la felicidad que les traía de parte de Dios Padre. Es verdad que era difícil entenderle. Decía lo contrario de lo que la cerrada sociedad judía de tiempos de Jesús había enseñado a sus hijos. Si hubiera traído mensajes de conquista, o de convencimiento dialéctico y político, pues tal vez a Jesús de Nazaret le hubieran ido mejor las cosas, pero…hablaba como solo Dios puede hablar, respetando la libertad de todos y no practicando engaños para convencer; buscando un reino de amor en el que todos iban a ser iguales, mostrando la felicidad de las profecías pacíficas de Isaías. Cierto, también, que los libros del profeta hablaban de la profecía del Siervo de Yahvé, apenas conocida por los contemporáneos de Jesús –que hemos escuchado en las lecturas de hoy--, y que es una descripción muy ajustada de lo que fue la Pasión de Nuestro Señor.

De todas formas, y si somos sinceros, debemos disculpar a los discípulos, y a los apóstoles, porque si a nosotros, hoy, alguien nos viniera contando las mismas cosas que decía Jesús, no le haríamos caso, ningún caso. Porque preferimos nuestro dinero, nuestra casa calentita, nuestro refrigerador bien lleno de comida, aunque sepamos que fuera la gente se muere de hambre. No somos capaces, ni siquiera de recibir bien a los emigrantes y los que trabajan lo hacen porque cobran menos, mucho menos. Pienso incluso que, partiendo del conocimiento de la doctrina de Jesús –algunos casi se sabrán los evangelios de memoria—si alguien expusiera en nuestras calles una doctrina idéntica a la que enseñaba –intentaba enseñar—Jesús de Nazaret entre sus paisanos, le enviaríamos directamente a la cárcel o al manicomio.

4.- Hay en las lecturas de hoy una concreción litúrgica de la misión de Jesús que me parece fundamental y maravillosa. Me refiero al fragmento que hemos escuchado de la Carta a los Hebreos El autor de esa epístola nos muestra a Jesús como conocedor de la condición humana, de sus sufrimientos, de sus limitaciones y es mediador ante Dios. Y es que no solo murió por nosotros, sino que nos ayuda en los pasos de la vida. Jesús nos entiende porque es como nosotros, salvo en el pecado. Y comprende nuestras infidelidades, egoísmos y la permanente dureza de nuestro corazón. También, claro está, saber ver la generosidad de muchos hermanos y el camino de seguimiento que ellos realizan de la forma de entender el mundo que tiene Jesús de Nazaret y que nos lleva enseñando desde hace 20 siglos. Ahí está, por ejemplo, Teresa de Calcuta, servidora de los pobres que nadie quería. O de Teresa del Niño Jesús, que es patrona de las misiones y eso que nunca salió de su convento y de tantos otros que son ejemplo de lo que es el reino.

5.- No olvidemos hoy que es el Domingo Mundial de la Propagación de la Fe y que hay muchos hermanos que lo abandonan todo para servir a los más pobres. Porque, realmente, hoy el servicio principal de los misioneros en enseñar con el ejemplo de la pobreza. Primero intentan paliar en lo posible la pobreza e indigencia de los que sirven. Y después les hablan de que hubo uno como ellos, tal vez un poco fracasado como ellos, que habló de amor, de ayuda, de paz y de verdad. Tengamos en cuenta a los misioneros y misioneras que se parecen más a Jesús que nosotros. Eso parece claro. El cartel de este año del Domund no se parece a casi ninguno de los anteriores. Y es que la presencia de San Francisco Javier, patrón de las misiones, le da, sin duda, una gran solemnidad y no poca emoción. Se cumplen los quinientos años del nacimiento del gran misionero jesuita. Sabemos que las misiones tienen un gran intercesor en cielo. Qué San Francisco Javier haga muy grande esta jornada de hoy dedicada a las misiones y a los misioneros…

No está mal, pues, que sepamos escuchar a Jesús y que le entendamos. Tenemos completa su historia y su misión en los Evangelios. No podemos hacernos los sordos o los desmemoriados. Sabemos lo que Él quiere. No le dejemos fracasar, por favor, ahora, otra vez.

Ángel Gómez Escorial
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22. ¿POR QUÉ SERÁ QUE JESÚS NUNCA PIENSA COMO NOSOTROS?

1. - La autoridad de una persona se mide por los metros cuadrados de su despacho. A más autoridad, mas despacho; mas salas y antesalas.

Este concepto de autoridad, que todos llevamos muy adentro, no sé si hará reír al Señor o llorar. Nos verá a todos nosotros jugando a gigantes y cabezudos. El que no se atreva a subir en altos zancos, al menos engordará su cabezota para ser notado, para no pasar desapercibido, para mostrarse a sí mismo y a los demás que es algo.

Un sillón así lleno de gloria y autoridad es lo que Juan y Santiago vienen a reclamarle al Señor: los mejores puestos para tener más poder, para poder escalar, para poder favorecer a los familiares y amigos. No ha cambiado mucho, desde entonces la humanidad.

2. - ¿Por qué será que Jesús nunca piensa como nosotros? El que quiera ser grande sea vuestro servidor. El que quiera ser el primero sea vuestro esclavo. ¿Puede pedirse al hombre de hoy mayor indignidad y bajeza? Servir cuando ya no se sirve a la Patria, ni se sirve al Rey, ni hay chicas de servir.

Solo ya uno que sigue sirviendo, que no se siente abajado de su grandeza, que ha bajado miríadas de kilómetros desde lo alto del cielo, que ha llegado a la mayor muestra de servicio, dando la vida por los amigos. Y ese es el Hijo del Hombre. Ese es Jesús.

Y Jesús nos dice que en su Reino toda autoridad está en servir y que no hay autoridad sin servicio a los demás. No es un servicio de relumbrón. Ni servicio de fotografía, como aquella vieja instantánea de la revista “Blanco y Negro” de los años 20, en la que una señora muy emperifollada, mirando al fotógrafo, echa un cazo de sopa en el plato de una huerfanita, que mira con horror como la sopa cae fuera del plato.

3. - Servir no es sólo trabajar. Se puede trabajar amargado y con el corazón lleno de odio. Eso no es el servir cristiano. Servir es mirar a la persona y se hace algo por alguien a quien se considera hermano.

Servir es estar con los ojos abiertos para ver en qué puedo echar una mano, en que puedo ayudar, cómo puedo dar alegría. Al que tengo cerca.

Servir es atender a los demás en nuestra profesión con delicadeza y cariño. Es saber sonreír detrás de despacho, tras una ventanilla o en un mostrador.

Servir es estar dispuesto a hacer el tonto precisamente porque se está siempre dispuesto a ayudar a hacer un favor.

Pero yo os diría que la novena bienaventuranza sería: bienaventurado cuando sientas que haces el tonto atendiendo a todos los que acuden a ti, porque eso es señal de que sirves a los demás y de que estás en la verdadera dinámica del Reino.

4.- Hoy pide la Iglesia ayuda para esos miles de misioneros y misioneras que ha hecho de su vida un servicio a los demás. Hombres y mujeres que olvidados de si mismos han dejado patria y familia, cultura y lengua, su acostumbrada, de comer, de dormir, todo para llevar a sus hermanos el conocimiento de un Dios hermano que dio por ellos su cuerpo, su sangre su vida en acto de servicio. Seamos como un vagón de tren casando y envejecido de tanto viaje, y que abandonado en vía muerta es feliz de dar cobijo, contra el frío y la lluvia, a una familia, desplazada y refugiada que huye del hambre y de la guerra. Y decir para terminar que a mí como jesuita me emociona la elección de San Francisco Javier como eje y centro de la campaña del Domund de este año. Se cumplen los 500 años del nacimiento de ese grande y singular misionero que es, además, patrón de las misiones. Ayudemos a nuestros hermanos y seamos, al menos, como ese vagón que cobija a los más pobres.

José María Maruri, SJ
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23. EL GUSANO SILENCIOSO

1.- “Dijo entonces Jesús: Los jefes de los pueblos los tiranizan y los grandes los oprimen. Vosotros nada de eso. El que quiera ser grande sea vuestro servidor”. San Marcos, Cáp. 10. Muchos le atribuyen el problema a Constantino, aquel emperador romano convertido a nuestra fe en el siglo IV. Por motivos políticos les dio carta de ciudadanía a los cristianos, entregándoles además abundantes privilegios y riquezas. La Iglesia adquirió entonces poder político y económico, cosas no muy acordes con la enseñanza de Jesús, que la llevaron a absurdas situaciones.

Cuenta san Marcos que al Señor no le hizo mucha gracia la petición de los hijos del Zebedeo: “Maestro, queremos que en tu futuro reino nos concedas sentarnos, uno a tu derecha y otro a tu izquierda”. El texto de san Mateo advierte que fue la madre de Santiago y Juan quien hizo tal demanda. Esta familia seguía entendiendo a Cristo como un Mesías temporal, que iba a instaurar un Israel próspero y libre.

El Señor no rebate de entrada el pedido de aquellos discípulos. Les pregunta, eso sí, sobre su capacidad de abnegación y entrega: “¿Podéis beber el cáliz que yo beberé?”. Los dos apóstoles, sin entender quizás el compromiso, responden afirmativamente. Pero el Maestro termina luego: Esas futuras recompensas de quienes le siguen se medirán de otra manera. “El sentarse a mi derecha y a mi izquierda está ya reservado”. San Mateo añade: “Ese premio ya está señalado por mi Padre”. La intriga de los dos zebedeos molestó, con sobrada razón, a sus colegas: “Al oír aquello, los otros diez apóstoles se indignaron”. Hubiera sido interesante saber los términos y el tono de aquella protesta.

2.- El Señor, conociendo la ambición y el deseo de dominio que a todos nos contagian, reunió aparte a los apóstoles y les dijo: “Los jefes de los pueblos los tiranizan y los grandes los oprimen. Vosotros nada de eso. El que quiera ser grande sea vuestro servidor”. Aquí Jesús distingue, con mucha sabiduría, entre autoridad y poder. Ella es algo esencial en toda sociedad humana. El otro es una contaminación no evangélica. La primera procura el bien común. El segundo trata de proveer el bien particular. Por lo tanto, a la luz del evangelio, toda autoridad ha de entenderse como un servicio. Es la capacidad de dar la mano a los demás, para promoverlos.

Sin embargo, en la vida real, autoridad y poder se unen y entremezclan de tal modo, que a veces no logramos separarlos. Un instinto maléfico pervierte, no pocas veces, a cuantos presiden en la sociedad y también en la Iglesia. Olvidan que la auténtica manera de subir en la escala social, lo ha enseñado Jesús, consiste en hacernos servidores de todos, manteniendo además un bajo perfil que a nadie moleste.

3.- Recordamos entonces aquella fábula del gusano, que por orifico diminuto logró penetrar una roja manzana, y allí dentro instaló su reino. Nadie sabía por qué se marchitaban los colores de la fruta. Por qué no tenía aroma. Por qué empezaba a podrirse. El gusano continuó en silencio su propósito, únicamente en beneficio personal y burlándose de quienes pretendieran lo contrario. Cuantos están constituidos en autoridad, han de cuidar su corazón. Allí, quizás sin hacer ruido, se instala de pronto el egoísmo, como un insomne roedor.

Gustavo Vélez, mxy
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24.Predicador del Papa: Cómo ser el primero en la «nueva carrera» inventada por Cristo. Comentario del padre Raniero Cantalamessa, ofmcap., a la liturgia del próximo domingo

ROMA, viernes, 22 septiembre 2006 (ZENIT.org).- Publicamos el comentario del padre Raniero Cantalamessa, ofmcap. -predicador de la Casa Pontificia- a la liturgia del próximo domingo, XXV del tiempo ordinario.

* * *

Si uno quiere ser el primero...
XXV Domingo del tiempo ordinario (B)
Sabiduría 2,12.17-20; Santiago 3,16-4,3; Marcos 9,30-37

«Entonces se sentó, llamó a los Doce y les dijo: “Si uno quiere ser el primero, sea el último de todos y el servidor de todos”». ¿Es que Jesús condena, con estas palabras, el deseo de sobresalir, de hacer grandes cosas en la vida, de dar lo mejor de uno, y privilegia en cambio la dejadez, el espíritu abandonista, a los negligentes? Así lo pensaba el filósofo Nietzsche, quien se sintió en el deber de combatir ferozmente el cristianismo, reo, en su opinión, de haber introducido en el mundo el «cáncer» de la humildad y de la renuncia. En su obra Así hablaba Zaratustra él opone a este valor evangélico el de la «voluntad de poder», encarnado por el superhombre, el hombre de la «gran salud», que quiere alzarse, no abajarse.

Puede ser que los cristianos a veces hayan interpretado mal el pensamiento de Jesús y hayan dado ocasión a este malentendido. Pero no es ciertamente esto lo que quiere decirnos el Evangelio. «Si uno quiere ser el primero...»: por lo tanto, es posible querer ser el primero, no está prohibido, no es pecado. No sólo Jesús no prohíbe, con estas palabras, el deseo de querer ser el primero, sino que lo alienta. Sólo que revela una vía nueva y diferente para realizarlo: no a costa de los demás, sino a favor de los demás. Añade, de hecho: «...sea el último de todos y el servidor de todos».

¿Pero cuáles son los frutos de una u otra forma de sobresalir? La voluntad de poder conduce a una situación en la que uno se impone y los demás sirven; uno es «feliz» (si puede haber felicidad en ello), los demás infelices; sólo uno sale vencedor, todos los demás derrotados; uno domina, los demás son dominados.

Sabemos con qué resultados se puso por obra el ideal del superhombre por Hitler. Pero no se trata sólo del nazismo; casi todos los males de la humanidad provienen de esta raíz. En la segunda lectura de este domingo Santiago se plantea la angustiosa y perenne pregunta: «¿De dónde proceden las guerras?». Jesús, en el Evangelio, nos da la respuesta: ¡del deseo de predominio! Predominio de un pueblo sobre otro, de una raza sobre otra, de un partido sobre los demás, de un sexo sobre el otro, de una religión sobre otra...

En el servicio, en cambio, todos se benefician de la grandeza de uno. Quien es grande en el servicio, es grande él y hace grandes a los demás; más que elevarse por encima de los demás, eleva a los demás consigo. Alessandro Manzoni concluye su evocación poética de las empresas de Napoleón con la pregunta: «¿Fue verdadera gloria? En la posteridad la ardua sentencia». Esta duda, acerca de si se trató de verdadera gloria, no se plantea para la Madre Teresa de Calcuta, Raoul Follereau y todos los que diariamente sirven a la causa de los pobres y de los heridos de las guerras, frecuentemente con riesgo para su propia vida.

Queda sólo una duda. ¿Qué pensar del antagonismo en el deporte y de la competencia en el comercio? ¿También estas cosas están condenadas por la palabra de Cristo? No; cuando están contenidas dentro de límites de corrección deportiva y comercial, estas cosas son buenas, sirven para aumentar el nivel de las prestaciones físicas y... para bajar los precios en el comercio. Indirectamente sirven al bien común. ¡La invitación de Jesús a ser el último no se aplica, ciertamente, a las carreras ciclistas o a las de Fórmula 1!

Pero precisamente el deporte sirve para aclarar el límite de esta grandeza respecto a la del servicio. «En las carreras del estadio todos corren, mas uno solo recibe el premio», dice San Pablo (1 Co 9,24). Basta con recordar lo que ocurre al término de una final de 100 metros lisos: el vencedor exulta, es rodeado de fotógrafos y llevado triunfalmente en volandas; todos los demás se alejan tristes y humillados. «Todos corren, mas uno solo recibe el premio».

San Pablo extrae, sin embargo, de las competiciones atléticas, también una enseñanza positiva: «Los atletas -dice- se privan de todo; y eso ¡por una corona corruptible!; nosotros en cambio [para recibir de Dios la] corona incorruptible [de la vida eterna]». Luz verde, por lo tanto, a la nueva carrera inventada por Cristo en la que el primero es quien se hace último de todos y siervo de todos.

[Traducción del italiano realizada por Zenit]


25. Fray Nelson

Temas de las lecturas: Cuando entregue su vida como expiación, verá su descendencia, prolongará sus años. * Acerquémonos con seguridad a trono de la gracia * El hijo del hombre ha venido para dar su vida en rescate por todos.

1. Sentido de la Humildad Cristiana
1.1 Digamos de entrada, hermanos, que Cristo no condena el deseo de ser importante ni habla mal de quien quiere tener el primer puesto. Por lo menos en el evangelio de hoy no es ese su propósito.

1.2 Más bien se trata de mostrar en dónde radica la verdadera "importancia" y cuál es el "primer puesto" al que hay que aspirar. Esto es muy importante para poder entender en qué consiste la humildad cristiana: no es tanto "hacer de cuenta" que no me interesa lo que en realidad sí me interesa, sino encauzar ese interés según la mente de quien mejor me conoce y ama, que es Dios.

2. La Grandeza del Servicio
2.1 Por otro lado, ya en la primera lectura Dios nos empuja a cambiar nuestros parámetros. Grande es el que hace algo grande. La grandeza no está en lo que cada uno dice de sí mismo, ni en lo que obliga a otros a decir, sino en las obras, en la realidad, en los hechos.

2.2 Por eso el Siervo de Yahvé, en la primera lectura, es presentado como un modelo de dolor, pero sobre todo como un modelo de fecundidad, y es esto lo que se enfatiza: "verá su descendencia", "prolongará sus años", "por medio de él prosperarán los designios del Señor". En ningún caso es una actitud de "el dolor por el dolor". No hay aquí una actitud de complejo ni de cobardía, como calumnió Nietzsche, sino más bien una conciencia del precio que tiene el bien futuro, y de la inmenso fruto que brota del amor cuando es consecuente.


26.

1. Nos advierte Isaías adelantándonos los planes de Yahvé sobre su Siervo: "El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento. A causa de los trabajos de su alma mi Siervo justificará a muchos" Isaías 53,10. El cántico cuarto del Siervo de Yahvé nos lo presenta despreciado y abandonado de los hombres, familiarizado con el dolor y víctima de las injusticias.

2. La lectura de Isaías nos estremece de dolor, pero nos llena de gratitud saber que con esos dolores hemos sido comprados también nosotros. El Siervo ha cargado con nuestros crímenes. Con su satisfacción vicaria ha pagado por todos.

3. La prosperidad de la salvación y de la santidad ha tenido su precio, el que ha pagado el Siervo de Yahvé. La muchedumbre de salvados debemos la salvación a sus sufrimientos y a su sangre. El Siervo, el Israel de la fe, ha compensado con su dolor y ha satisfecho el desorden de todos los pecados. Lo que no pudo conseguir el Israel histórico con la incontable multitud de sacrificios rituales, ni los paganos con los sacrificios a sus divinidades, lo ha conseguido el siervo de la fe, abandonado en las manos del Señor. Sabemos que todo lo que nos dice Isaías del Siervo de Yahvé, lo han visto cumplido en plenitud en Jesús, Cordero de Dios, los evangelistas, inspirados por Dios. Santa Teresita de Lisieux tenía clarísimo que las almas sólo se salvan con el sacrificio y la oración. Jesús lo había dicho: "Esta clase de demonios se lanzan con la oración y el ayuno". Hoy se va extendiendo una doctrina que elimina de un brochazo, el sacrificio y la cruz, y así se convierten pocos, escribe Santa Teresa y se derrumba toda la historia de la Iglesia, porque en todo el santoral será difícil encontrar algún santo que en mayor o menor medida, no haya hecho penitencia. "Dichosa penitencia, dijo San Pedro de Alcántara aparecido a Santa Teresa, dichosa penitencia, que me ha merecido tanta gloria! El fruto de la era del pensamiento débil y de la vida hedonista y de la idolatría de los cuerpos es conseguir una religión y una santidad sin penitencia, o sea, santidad sin amor, que viene a ser como una tortilla sin huevos, porque la santidad es el amor y el sacrificio fruto del amor. Notemos que muchos errores de hoy ya tienen larga historia. Cuando Pablo VI lloraba en San Pedro por el humo de Satanás infiltrado en la Iglesia, que le hacía exclamar "Tutta Chiesa e inficionata", refiriéndose a esa herejía larvata que se nos ha inoculado, se lamentaba por el retoñar de herejías viejas como la Iglesia, que los que hoy profesan y expanden, creen que las inventan ellos para ser más modernos y progres, son más viejas que Jerusalén. San Jerónimo en Belén ya escribió contra el monje Joviniano que discutía el valor de la virginidad y de la ascética cristiana, y propugnaba otros errores teológicos, que luego confirmaría el Santo en sus libros.

4. Los hijos de Zebedeo estaban muy lejos de esperar la respuesta que recibieron de Jesús, a su ambición de sentarse en su gloria a su derecha y a su izquierda: "No sabéis lo que pedís, ¿sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber, o de bautizaros con el bautismo con que yo me voy a bautizar?" Marcos 10,35. Aunque el relato de Mateo es diferente, pues según él, no son los discípulos Santiago y Juan quienes piden a Jesús, sino su madre, postrada a sus pies. Es lo mismo. Ellos la habrán inducido y, por supuesto, consienten. Era discreción y habilidad, fundamentada en el tacto y en la influencia del parentesco. La madre de los Zebedeos, que estará al pie de la cruz es designada por Juan (19,25) como "la hermana de su madre". Las recomendaciones siempre han utilizado los mismos resortes. Nos dirán: "Yo no he movido un dedo para conseguir ese puesto". Y será verdad. No lo necesitabas, porque había quien moviera no sólo el dedo sino toda su influencia en tu favor.

5. A los que piden puestos preferentes de gloria, de prestigio, de supuesto poder y de vanidad humana, el Siervo de Yahvé les ofrece cáliz de amargura y bautismo de sangre para completar lo que falta a su pasión (Col 1,24). Pero con la delicadeza en la expresión de que él va a beber antes el cáliz. Si lo beben y cuando ellos lo beban, sus labios se posarán donde él ha puesto los suyos, para aliviar su amargura con el amor del Maestro. Y su bautismo de sangre habrá sido precedido por el del Señor.

6. Las dos imágenes se refieren con claridad a la superación de dificultades, incluso a la muerte. Y son una invitación a participar en la misión redentora del Siervo de Yahvé, encarnado ya claramente en Jesús. Invitación que nos hace a todos sus discípulos.

7. Los apóstoles imaginaban que el Reino de Jesús estaría organizado y funcionaría como los que ellos conocían. Miraban los primeros puestos al estilo del mundo. Conocían, como galileos, el estilo del gobierno de Herodes el Grande, de Arquelao, de Antipas, y los abusos de los procuradores de Roma. Era el espejo que tenían ante sus ojos. Pero Jesús había corregido la hoja de ruta de la Redención: "Vosotros nada de eso: el que quiera ser grande sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos".

Es una perspectiva nueva e inaudita. Pero sólo así podréis tomar parte en mi reino, donde los puestos primeros serán gratuitamente concedidos por mi Padre. Lo vuestro es vivir y sufrir conmigo. Mi compañía y mi gracia os lo harán suave. Y después, tendréis parte en mi Resurrección.

8. Es natural que, con este concepto de los puestos, brotara y se manifestara la indignación de los otros discípulos contra aquellos ambiciosos, ya que ellos no lo eran menos. Y en seguida pensamos también nosotros en nuestras apetencias, aunque sean de ser la cabeza del ratón, en vez de cola de león. Sin caer en la cuenta de que ser cabeza de algo incluye mayor esclavitud, que después pesa y se incumple por falta de espíritu de servidor y esclavo: "El que quiera ser el primero sea el esclavo de todos". Así se dice, pero difícilmente se practica.

9. El sentido literal del salmo: "Los ojos del Señor están puestos en sus fieles que esperan en su misericordia, para librar sus vidas de la muerte" Salmo 32, expresa el amor con que el Señor mira a sus fieles condenados a morir muerte eterna, y su voluntad de librarles de esa muerte, con la muerte de su Siervo, que "con sus sufrimientos salvará a muchos cargando con sus crímenes".

Pero al mismo tiempo, esos ojos escrutan el corazón del Siervo, y de todos los siervos, para conocer cuántos querrán exponer su vida por la salvación de tantos, uniéndola a la vida del Siervo, con amor. Porque no es la cantidad de sangre derramada, sino el amor con que es derramada. La aceptación del sacrificio, como lo aceptó Cristo con plena voluntad (Is 53,7), es lo que nos incorpora al corazón del siervo del Señor: "Nos amó y se entregó por nosotros en ofrenda y sacrificio de suave olor, ofrecido al Padre" (Ef 5,2). En la ofrenda no sólo cuentan sacrificios sangrientos, sino también los dolores morales, el trabajo y el amor de toda su vida, la soledad, el fuego lento de la monotonía y la grisura, las angustias, las decepciones, los rechazos y los fracasos, la sensación de esterilidad y desamparo. En el libro entero de Job, en los Profetas y en muchísimos Salmos encontraremos los cristianos respuesta al camino de la cruz que nos espera, si queremos ser intercesores y evangelizadores eficaces. "Mi palabra no te ha convencido, pero mi sangre te convertirá", dijo San Estanislao al rey de Polonia, y ha repetido Juan Pablo II en un poema suyo, aludiendo a su atentado mortal.

10. Llamados a evangelizar, los cristianos hemos de tener muy claro que ésta no es una obra humana. "Sin Mí no podéis hacer nada". La evangelización presupone preparación del instrumento. No sólo es instrucción, sino conversión y ésta sólo la hace Dios, mediante instrumentos humanos unidos a El. El elemento unitivo es el amor, y el amor puro pide, exige, implica, pureza y limpieza de intenciones y motivos. Una instalación eléctrica formidable, por ultramoderna que sea, sin conexión con la corriente, es inútil. Muchos focos, poca luz, muchos altavoces, poca resonancia, mucha técnica, poca fidelidad. De nada sirve la magnificencia sin conexión. Teresita lo describe con esta imagen: una hermana encendió su pobre velita en la lámpara del sagrario, e iluminó a toda la comunidad. El secreto de la eficacia no es el poder, ni la influencia, ni el prestigio, ni la altura de los ornamentos y los oros que los recaman, ni los colores que los distinguen. Es el amor y la conexión amorosa y limpia; y sin amor, no sólo no se hace nada, sino que lo que se hace está podrido por dentro, y el reino de Dios no avanza de esa manera. "Ha de ser todo puro, todo puro", decía en su lecho de muerte el Cardenal Veuillot de París al actual Cardenal Lustiger. Todo puro, sin ningún egoísmo, ni vanidad, ni ambición, ni apego a honores ni a intereses bastardos. Un examen de conciencia a fondo nos haría descubrir que la invasión de desierto de la Iglesia durante tantos años ya, tiene su raíz en la mediocridad, superficialidad, rutina y tibieza, déficit de amor puro.

11. El domingo anterior Jesús pedía la renuncia al tener: "Vende lo que tienes". Hoy la pide al poder: "El esclavo de todos". Como él lo es: "Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo pasando por uno de tantos" (Flp 2,6). Después de aquél sobre las riquezas, el Evangelio de este domingo nos da a conocer el juicio de Cristo sobre otro de los grandes ídolos del mundo: el poder.

12 «Jesús les dijo: “Sabéis que los que son tenidos como jefes de las naciones, las dominan como señores absolutos y sus grandes las oprimen con su poder. Pero no ha de ser así entre vosotros, sino que el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, será esclavo de todos”». Tampoco el poder es intrínsecamente malo, como no lo es el dinero. Dios se define a sí mismo «el omnipotente» y la Escritura dice que «el poder pertenece a Dios» (Sal 62, 12).

13. Ya que el hombre había abusado del poder que se le había concedido, transformándolo en dominio del más fuerte y en opresión del débil, Dios para darnos ejemplo, se despojó de su rango; de «omnipotente» se hizo «impotente». «Se desnudó de sí mismo, tomando la condición de esclavo» (Flp 2,7).Transformó el poder en servicio. «Creció como un retoño delante de él, como raíz de tierra árida. Despreciado y deshecho de hombres, varón de dolores y conocedor de dolencias».

Se revela así un nuevo poder, el de la cruz: «Dios ha escogido lo necio del mundo para confundir a los sabios» (1 Cor 1, 24). María, en el Magnificat, canta esta revolución silenciosa obrada por la venida de Cristo: «Derribó del trono a los poderosos» (Lc 1, 52).

14. El problema del poder no se plantea, sólo en el mundo político. El cambio nos afecta a todos. El poder tiene infinitas ramificaciones, se mete por todas partes. Hasta en la Iglesia. Es fácil unirnos a los que están siempre dispuestos a dar golpes en el pecho de los demás. Es fácil denunciar culpas colectivas, o del pasado; es más difícil denunciar las personales y actuales.

15. María dice que Dios «dispersó a los soberbios de corazón; derribó del trono a los poderosos» (Lc 1, 51). Señala dónde hay que combatir la «voluntad de poder»: el propio corazón. Nuestra mente puede convertirse en un trono desde donde dictar leyes y fulminar a los que no se nos someten y así nos convertimos en la práctica, en los «poderosos en sus tronos». En la misma familia es posible, que se manifieste nuestra voluntad innata de dominio y atropello, causando continuos sufrimientos. El Beato Juan XXIII decía que la paciencia era el fruto de un largo trabajo que se elaboraba en el corazón

Por eso Jesús opone al poder el servicio. Un poder para los demás, no sobre los demás. El poder confiere autoridad, dominio, pero el servicio confiere a la autoridad respeto, estima, altura moral sobre los demás, no violencia. Jesús decía que habría podido pedir al Padre doce legiones de ángeles para derrotar a los enemigos que le iban a torturar y crucificar (Mt 26,53), pero prefirió rogar por ellos. Y así logró su victoria.

16. Pero ¡alerta! Que el servicio no se expresa, siempre y sólo con el silencio y la sumisión al poder. A veces será necesario alzar valientemente la voz contra el poder y contra sus abusos. Así lo hizo Jesús. Él experimentó el abuso del poder político y religioso de la época. Se hizo cercano a todos los que en cualquier ambiente, familia, comunidad o sociedad civil, sufren un poder soberbio, indiferente, altanero y tiránico, que no tiene en cuenta la debilidad del prójimo, que en fin de cuentas no son más que pobres criaturas humanas, que sólo con la ayuda de Jesús pueden no «sucumbir al mal», sino vencer «el mal con el bien» (Rm 12, 21).

17. El Señor pidió la negación a Abraham exigiéndole el hijo de la promesa; a Israel, salir de Egipto, que, aunque iba camino de la liberación, protestaba, porque le había quitado lo que tenía allá y le hizo vivir en una soledad de desierto, por todas partes nada, nada, nada, y en el monte nada, donde no puede tener ni poseer más que sequedad, alacranes y escorpiones. Así aquilataba su fe que, la mayoría no supo aprovechar. Igualmente sigue pidiendo renuncia, para llegar al todo. Es que no se trata de acercar a más gente, sino de purificarnos nosotros con lo cual se salvará y se santificará más gente: "Mi siervo santificará a muchos, cargando con sus crímenes". Purificación de todos, sobre todo de los más encumbrados. Nitidez de todos, para difundir más claramente la luz.

18. ¿Podéis beber el cáliz? Con generosidad respondieron los Zebedeos: "Lo somos". ¿Somos capaces de beber el cáliz?. Jesús nos invita a participar sacramentalmente en su sacrificio al comer su eucaristía, en la que morimos al pecado y recibimos la fuerza para responder como Santiago y Juan: "Somos capaces". "Contamos con un sumo sacerdote que no es incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, porque ha sido probado en todo como nosotros, por eso acerquémonos confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y encontrar gracia que nos auxilie oportunamente" Hebreos 4,14

JESUS MARTI BALLESTER