32 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO XXIX DEL TIEMPO ORDINARIO
17-27

 

17. D/PODER.

-"Dad a Dios lo que es de Dios": El César no es Dios, pero ahora hay que decir inmediatamente que Dios no es el César. ¿Quiere decir esto que Dios y el César se reparten los derechos sobre el hombre? Evidentemente, no. Pues no hay señor frente al Señor.

¿Significa que hay que distinguir entre un poder temporal, el César, y otro espiritual, llámese sinagoga o iglesia, y que ambos poderes deben pactar entre sí en las cuestiones mixtas? Propiamente hablando, tampoco. El César es el poder y si la iglesia actúa como poder es también César. La distinción entre Dios y el César significa que Dios no es el poder, ningún poder, que no actúa en el mundo como los poderosos que dominan sobre los pueblos, que no sacraliza el poder sino que se distancia de él y lo seculariza, que no se hace representar por el poder o desde el poder. Si la tentación del César es aparecer en el mundo como si fuera Dios, el amor de Dios le lleva a encarnarse en el mundo como un hombre y como un hombre en la cruz: frente al poder, sea éste el poder del imperio o el poder de la sinagoga. Si la iglesia representa a Cristo en el mundo y, por lo tanto, a Dios ha de estar también en la cruz. La revelación de Dios en el mundo es Jesucristo crucificado, es la verdad crucificada y, en consecuencia, una verdad que no se impone. Por eso es la verdad que nos hace libres, el Señor que nos libera de todos los señores que se endiosan en este mundo. El reconocimiento de esa verdad es lo que debemos a Dios, eso es todo. Por eso debemos a Dios todas las cosas y a nosotros mismos: "Porque todo es vuestro, y vosotros de Cristo, y Cristo de Dios". Pero se lo debemos todo, y nos debemos a Dios, en libertad, y nunca bajo la coacción del poder. Porque Dios es Amor.

EUCARISTÍA 1981/49


18.

Pocas frases de Jesús han sido objeto de interpretaciones más interesadas e, incluso, de manipulaciones como ésta que escuchamos en el evangelio de hoy: «Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios». Estas palabras de Jesús han sido utilizadas para establecer una frontera clara entre lo político y lo religioso y defender así la autonomía absoluta del estado ante cualquier interpelación hecha desde la fe.

Según esta interpretación, Jesús habría colocado al hombre, por una parte, ante unas obligaciones de carácter cívico-político y, por otra, ante una interpelación religiosa. Como si el hombre tuviera que responder de los asuntos socio-políticos ante el poder político y de los asuntos religiosos ante Dios.

Ha sido G. Bornkamm quien, con claridad, ha ahondado en el verdadero sentido de la sentencia de Jesús.

El acento de las palabras de Jesús está en la parte final. Le han preguntado insidiosamente por el problema de los tributos y Jesús resuelve prontamente el problema. Si manejan moneda que pertenece al césar, habrán de someterse a las consecuencias que ello implica.

Pero Jesús introduce una idea nueva que no aparecía en la pregunta de los adversarios.

De forma inesperada, introduce a Dios en el planteamiento. La imagen de la moneda pertenece al césar, pero los hombres no han de olvidar que llevan en sí mismos la imagen de Dios y, por lo tanto, sólo le pertenecen a El. Es entonces cuando podemos captar el pensamiento de Jesús. «Dad al césar lo que le pertenece a él, pero no olvidéis que vosotros mismos pertenecéis a Dios».

Para Jesús, el césar y Dios no son dos autoridades de rango semejante que se han de repartir la sumisión de los hombres. Dios está por encima de cualquier césar y éste no puede nunca exigir lo que pertenece a Dios.

En unos tiempos en que crece el poder del estado de manera insospechada y a los ciudadanos les resulta cada vez más difícil defender su libertad en medio de una sociedad burocrática donde casi todo está dirigido y controlado perfectamente, los creyentes no hemos de dejarnos robar nuestra conciencia y nuestra libertad por ningún poder. Hemos de cumplir con honradez nuestros deberes ciudadanos, pero no hemos de dejarnos modelar ni dirigir por ningún poder que nos enfrente con las exigencias fundamentales de la fe.

JOSE ANTONIO PAGOLA
BUENAS NOTICIAS
NAVARRA 1985.Pág. 119 s.


19.

1. Jesús elude la trampa.

Cuando se pregunta a Jesús en el evangelio si es lícito o no pagar los impuestos al emperador, se le está tendiendo una trampa. En el universo espiritual en que se mueven los que le hacen la pregunta, parece imposible escapar a este ardid. Si Jesús responde que sí, se pronuncia contra la relación directa e inmediata del pueblo santo con Dios y condena automáticamente los esfuerzos de este pueblo por liberarse políticamente. Si responde que no, se declara partidario de los celotes y de su teología política de la liberación, con lo que se convierte tácita o abiertamente en un rebelde contra la autoridad romana. En el plano político, que es en el que se sitúan los que le plantean la cuestión, no hay tercera vía, no existe una solución intermedia. Pero Jesús no se deja encerrar en este plano, cuya legitimidad sólo reconoce en la medida en que se lo supera y relativiza. Los judíos como «pueblo carnal» se han adherido firmemente a este plano, aunque esto ciertamente no hubiera sido necesario; los cristianos, siguiendo el ejemplo de Cristo, se elevarán por encima de este plano y, desde un plano superior, se sentirán corresponsables de la política de este mundo. La segunda lectura, en la que Pablo anuncia a los Tesalonicenses la palabra de Dios con el poder (pero no político) y la fuerza del Espíritu Santo, es el preludio de una teología de la liberación totalmente diferente.

2. El emperador desacralizado.

Jesús pide que le enseñen la moneda del impuesto y, cuando le presentan un denario con la efigie y la inscripción del César, da una primera respuesta a la pregunta de sus interlocutores: «Pagadle al César lo que es del César». El poder del soberano antiguo se extiende hasta donde llega su moneda. Pero este poder es limitado, está muy por debajo del poder de Dios. La primera lectura es significativa al respecto: Dios ha encomendado al rey Ciro, a la vez que una tarea política, una misión religiosa: la misión de dejar volver a casa a los israelitas exiliados. Pero la relación puede también invertirse: Dios encomienda al profeta Jeremías la misión de hacer comprender al rey Joaquín que debe someterse al rey de Babilonia en vez de hacer «teología» política contra él. La respuesta que da Jesús en el evangelio de hoy parece una respuesta política, pero él habla desde un plano más elevado, como muestra claramente lo que sigue.

3. A Dios le debemos todo.

«Pagad a Dios lo que es de Dios». A Dios se le debe todo porque el hombre ha sido creado no a imagen del César sino a imagen de Dios, y Dios es el soberano de todos los reyes de este mundo. Los reyes de la tierra consideran que tienen poderes sagrados y reivindican para sí atributos divinos. Pero Dios desencanta esta sacralidad. Dios es el único Señor, y en el mejor de los casos a los reyes de la tierra sólo se les confiere una tarea divina, la de velar por encargo de Dios del orden en el Estado. Por defender esta idea, los cristianos tendrán que derramar su sangre. Pero Jesús no se detiene en esta cuestión de la legitimidad o ilegitimidad de las pretensiones de la autoridad mundana. Lo único que a él le importa es que Dios reciba todo lo que se le debe, y lo que se le debe es realmente todo, tanto en el orden natural como en el sobrenatural. Y allí donde un poder mundano se rebela contra este todo -que supera ampliamente lo político- y lo reclama para sí, Jesús opondrá resistencia, y los suyos con él. Jesús reconoce que Pilato tiene el poder de crucificarlo, pero le dice que no tendría tal poder si no lo hubiera recibido de lo alto: tal es -algo que Pilato ni siquiera sospecha- la voluntad del Padre.

HANS URS von BALTHASAR
LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 111 s.


20. EL MANIQUEÍSMO QUE NO CESA

No sé si por naturaleza, o como consecuencia de la cultura heredada, lo cierto es que todos arrastramos una marcada tendencia al maniqueísmo: por un lado lo relativo al cuerpo, por otro lo del espíritu; a ratos buscamos las cosas del cielo, a ratos las de la tierra. Y la teórica línea divisoria que queda entre los dos campos nos suele acarrear no pocos quebraderos de cabeza y bastantes dolores de corazón.

Eso nos pasa también al escuchar la frase de Jesús en el evangelio de hoy. Ya recordáis la escena. Los fariseos le tendieron una trampa preguntándole: «¿Es lícito pagar tributo al César, sí o no?» La pregunta echaba chispas por los dos costados. Según fuera la respuesta, podía declararse «rebelde contra Roma» o «traidor contra su propio pueblo». Pero su voz sonó firme y transparente: «Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios».

Parecía que el tema no tenía vuelta de hoja. Sin embargo, al «llevarlo a la práctica» hemos conseguido hacer, mil veces, guerra y división. Por una elemental razón. Porque agrandamos o achicamos el «campo del César» o el «campo de Dios» a nuestra conveniencia.

Para muchos hombres, incluidos muchos creyentes, el «campo de Dios» tendría que circunscribirse a estructuras puramente espirituales, casi arcangélicas. Se concentraría en que la Iglesia y los curas nos dedicáramos a sacramentalizar a la gente por encima de todo; a practicar la oración y fomentarla entre los fieles; a presidir bodas, funerales y procesiones; a dignificar el culto. Ahora bien, eso de condenar el aborto porque «creemos que es matar al inocente», eso de ir contra el divorcio porque opinamos que «lo que Dios ha unido no puede separarlo el hombre»; eso de atacar la corrupción reinante subrayando que «está manchada de robo e injusticia»; eso de protestar contra ciertos aspectos de la reforma educativa por entender que va contra la libertad del individuo y de la familia que tiene el derecho a una educación integral etc., todo eso sería meternos en el terreno del César.

Y no, amigos. La Iglesia, a la que Cristo llamaba el «Reino de los Cielos», no puede renunciar a su clara condición de «peregrina en la tierra». Por eso ha de estar plenamente encarnada. Los cristianos tenemos una doble nacionalidad: «ciudadanos del cielo» y «ciudadanos de la tierra».

Por eso el Vaticano II, en las primeras líneas de su «Constitución sobre la Iglesia en el mundo actual» expuso con transparencia su declaración de principios: «Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de los que sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón».

Cuando se preocupa y habla por tanto de todos esos temas arriba mencionados, no está invadiendo subrepticiamente el terreno del César. Está en su propio terreno, ya que tiene que llevar el evangelio «a todas las gentes» y «al mundo entero». Y ese evangelio, lo mismo que Cristo, tiene una vertiente sobrenatural y una vertiente humana.

Eso sí, también tiene que lamentar y pedir perdón. Porque reconoce que, a lo largo de la historia, perdió la perspectiva. Y, lo mismo que en el cine, cuando se funden y confunden y superponen dos imágenes distintas, ella también, buscando «poderes» y «grandezas» que no le había dado el Señor, se fusionó con el «cesarismo» y dio una imagen muy deteriorada y triste, muy lejana de como Cristo la diseñó.

Por eso ahora, no puede añadir, a las calamidades pasadas, la de la cobardía. Tiene que predicar la verdad, aunque duela, aunque le traiga incomprensiones y cruces. Pero, eso sí, clarificando bien, sin maquetismos peligrosos y deformantes, cuál es el terreno de Dios y cuál el del César.

ELVIRA-1.Págs. 88 s.


21.

Frase evangélica: «Dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios» 

Tema de predicación: REINO DE DIOS Y SOCIEDAD

1 . El evangelio del tributo al César se inscribe en un contexto polémico de la misión de Jesús frente a la oposición tenaz de los dirigentes judíos. El tributo al emperador era rechazado de plano por los zelotas, odiado en general por los judíos y discutido por los rabinos. Los «herodianos», que eran favorables a que se pagara, y los «fariseos», inclinados a cumplir la ley judía, se presentan hipócritamente como gente piadosa y escrupulosa, con una moneda y un dilema para desacreditar a Jesús: si éste rechaza el pago del impuesto, se enfrenta a los romanos; si lo acepta, se opone a los judíos.

2. Los adversarios de Jesús hablan de «pagar» al César; lo contrario equivale a quedarse con ese dinero. Jesús habla de «devolver», con objeto de no reconocer el señorío del César. Para ser fieles a Dios hay que renunciar a la posesión injusta del dinero, que debe ser de todo el pueblo. Si el dinero no está debidamente repartido, se produce la explotación económica. Al mismo tiempo que descubre la hipocresía y ambición de sus adversarios, Jesús indica que el César debe administrar los bienes de todos y que a Dios hay que devolverle lo que le ha sido arrebatado por los intrusos: su pueblo.

3. La respuesta de Jesús es una llamada a la liberación en toda su plenitud, sin confundir la política con el Evangelio y sin separarlos tajantemente. El Evangelio no es neutro frente a la política, ni Jesús es «apolítico». Jesús desacraliza la sociedad; ahora bien, aunque la política tiene autonomía propia, se justifica por la justicia. Jesús nos invita a vivir la vida política en fidelidad al espíritu del Evangelio. Al mismo tiempo, el reino de Dios, sin que se confunda con la Iglesia o con la sociedad, está en este mundo, pero no es del «sistema». La Iglesia, como comunidad de fe, no tiene función de dominio ni de gerencia; posee un ministerio profético y evangélico como apelación a la conversión de los corazones y al cambio de las estructuras sociales injustas. La distinción entre los dominios del César (la sociedad civil) y los de Dios (su reino) ha sido siempre difícil y, en ocasiones, polémica. En un mundo secularizado, la introducción de la categoría «reino de Dios» produce una nueva extrañeza. Para los creyentes es categoría central, porque lo fue para Jesús.

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Cómo repartimos nuestro dinero, con quiénes y por qué?

¿En qué medida somos ciudadanos y cristianos al mismo tiempo?

CASIANO FLORISTAN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITÚRGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993.Pág. 158 s.


22.

POLÍTICA, ECONOMÍA Y RELIGIÓN FRAGUAN LA LIBERTAD

En aquel tiempo los fariseos se retiraron y llegaron a un acuerdo para comprometer a Jesús con una pregunta. Le enviaron unos discípulos, con unos partidarios de Herodes, y le dijeron: «Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad; sin que te importe nadie, porque no te fijas en las apariencias».

Los fariseos definen a Jesús como un hombre que ha apostado por la libertad. Y quieren probar el temple de esa libertad frente al poder político y frente al religioso. (La política, lo económico y la religión son la fragua de la libertad).

«Dinos, pues, qué opinas: ¿Es lícito pagar impuestos al César o no?»

Los fariseos parten de la base que el individuo, como ser social, se debe a los poderes de este mundo, sean políticos, económicos o religiosos y que en la medida en que se le rinde pleitesía y acatamiento a uno de ellos se la está sustrayendo a los otros, pues los poderes del mundo están en pugna entre sí, lo que gana uno lo pierden los otros.

Comprendiendo su mala voluntad, les dijo Jesús: «¡Hipócritas!, ¿por qué me tentáis? Enseñadme la moneda del impuesto». Le presentaron un denario. Él les preguntó: «¿De quién son esta cara y esta inscripción?» Le respondieron: "Del César». Entonces les replicó: «Pues pagadle al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios».

Cualquier poder, sea del tipo que sea, está en pugna con el Dios que predica Jesús por una razón: porque la sed y el hambre de felicidad en el hombre son infinitas. Él se experimenta capaz de vivir fuera de sí mismo, capaz de trascenderse, y busca, como es lógico, esa trascendencia que le reporta felicidad. Quiere experimentar la trascendencia total, romper las barreras espacio/temporales, llegar al infinito y a la eternidad para ser imagen y semejanza de Dios, cosa que está muy bien: poner en acto cuanto en nosotros hay en potencia de Dios y asemejarnos así a él. Pero hay que caer en la cuenta de que en la medida en que actualizamos, ponemos en acto, nuestras potencialidades humanas más divinizados quedamos y, al revés, cuanto más divinos seamos más humanos nos convertimos.

El pecado está en querer ser Dios para los demás, ésta es la tendencia y tentación del poder; pues no trata de ser imagen y semejanza de Dios, sino Dios para los demás obligándoles a sumisión, acatamiento y adoración.

Personalmente os digo que el mayor regalo que me ha hecho la historia, la providencia, ha sido presentarme a Jesús de Nazaret, llegar a conocerle. Pues me liberó revelándome qué es la libertad: «Dar al César lo que es del César» y me provocó a la libertad: «Dar a Dios lo que es de Dios».

El dar a Dios lo que es de Dios me lleva a aceptar que nunca puede pasar algo que me sea imposible de perdonar. Y el dar al César lo que es del César me lleva a no perderme vendiéndome a ningún postor. Jesús constantemente me presenta unos valores, un estilo de vida, que en momentos me siento incapaz de alcanzarlos por mis propias fuerzas, sólo con su ayuda y presencia constante, a trancas y barrancas, voy haciéndolos míos. Estos valores piden de mí en el amor, esfuerzo; en la esperanza, fortaleza y aguante; en la fe, trabajo.

Jesús me enseñó a relativizar los hechos y los acontecimientos tanto como a las personas. Me enseñó a objetivizar mis sentimientos ante ellos. En este estado nada ni nadie me puede absorber hasta el punto de perder mi libertad. Tampoco puedo consentir que alguien dependa de mí hasta el punto de quedar anonadado, anulado. Ni endioso, ni permito que me endiosen. Tan canallesco es lo primero como lo segundo. (Esto vale en especial para los que viven en pareja estable, en matrimonio).

Decir cristiano es decir «neutralidad relativizante», es decir capacidad de otear la realidad valorándola en su justo medio pudiendo tomar partido, pero no aceptando las «disciplinas» del partido. Decir cristiano es decir «neutralidad comprometida», no soporífera, incolora e insípida, es neutralidad revolucionaria. Es no consentir en hipotecarse por nada ni por nadie en este mundo para poder, desde la libertad, ser hombre auténtico. No querer darle a Dios lo que es del César y no querer darle al César lo que es de Dios cuesta dar la vida, a Jesús le acarreo la muerte.

Dar la vida es el acto supremo de libertad. Aquel que tenga miedo a darla ya la ha perdido, pues al perder la libertad su vida deja de ser humana y pasa a ser supervivencia pura.

Por Jesús de Nazaret no acepto a los que quieren gobernar vidas y haciendas apelando a un absolutismo de estado o de conciencia. («De internis neque Ecclesiam»). Tan contrarios son a mi credo las teocracias como los cultos a la personalidad; ni militancia en lo religioso, ni feligresía en lo político.

Jesús me enseña y da fuerzas para resistir cuándo y cuánto haga falta ante ciertas órdenes, porque previamente me hizo capaz de verdadera obediencia a mi conciencia. Someterse al poder porque es poder solamente lo hacen los borregos o los que esperan sacar alguna ventaja de su fingida, sincera e inquebrantable lealtad u obediencia.

BENJAMIN OLTRA COLOMER
SER COMO DIOS MANDA
Una lectura pragmática de San Mateo
EDICEP. VALENCIA-1995. Págs. 120-122


23.

Nexo entre las lecturas

El tema que parece dar unidad a las lecturas de este día es la soberanía y el señorío del Señor. La primera lectura nos muestra a Ciro, Rey de Persia del 550 al 530 a.C., y lo califica con el alto nombre de "ungido del Señor". En realidad no fue poco lo que Ciro hizo en favor de Israel: él puso fin a la deportación a Babilonia -a partir del 538-, restituyó los objetos de oro y plata expropiados por Nabucodonosor y publicó el edicto de la reconstrucción del templo. El libro de Isaías hace una lectura de estos hechos históricos a partir de la soberanía de Dios. El Señor guía los hilos de la historia. Él es el Señor y no hay otro. Israel ha aprendido que el Señor no es solamente el único Dios de Israel, sino que es, en absoluto, el único Dios existente. (1L). El evangelio nos narra un encuentro muy significativo entre Jesús y los legados de los fariseos. Estos últimos tienden a Jesús una asechanza para hacerlo caer. Le presentan un dilema, al parecer, insoluble: ¿se debe dar, sí o no, el tributo al César? Pregunta insidiosa. Pero Jesús ofrece una respuesta que sorprende a todos, adversarios y discípulos: dad al César lo que es del César y dad a Dios lo que es de Dios. Con estas palabras, Jesús ,no sólo confunde a sus adversarios, sino que nos enseña aquello que debemos ofrecer a Dios. Nos indica que a Dios le debemos dar todo aquello que le conviene como creador, como Señor de la vida y de la historia. Las palabras de Jesús están llenas de sabiduría divina; nos muestran qué grande y sagrada es la vida humana pues pertenece a Él. Nos instruyen sobre el único modo que el hombre tiene para realizar plenamente su humanidad, es decir, dando a Dios lo que le pertenece, ofreciéndole a Él un homenaje y una oblación de la propia vida y viviendo en la plena donación de sí mismo a los demás.

Con este domingo, además, iniciamos la lectura de la carta a las Tesalonicenses. Carta de gran interés pues está escrita sólo 30 años aproximadamente después de la muerte de Jesús (51), y nos presenta algunas de las costumbres y modos de vida de las primeras comunidades cristianas.


Mensaje doctrinal

Los domingos XXIX-XXX-XXXI del tiempo ordinario nos ofrecen algunas enseñanzas de Jesús, pero ya no usan, como los domingos anteriores, las parábolas como medio de transmisión del mensaje. Ahora, en cambio, estas enseñanzas se presentan a través de los encuentros entre Jesús y los fariseos. Encuentros no exentos de hipocresía por parte de los doctores de la ley y de una grande sinceridad y profundidad por parte de Cristo.

1. Yo te llamé por tu nombre, aunque tú no me conocías: Estas palabras de la primera lectura del libro de Isaías comentan las gestas de Ciro en favor de Israel. El profeta ve todo aquello que Ciro ha hecho, como parte del llamado divino; ve en Ciro, no sólo el rey de Persia, sino el ungido del Señor; es decir, ve en él un instrumento humano de los designios del Dios de la historia. De aquí se siguen algunas implicaciones teológicas importantes: el Señor no fuerza la libre determinación del Rey, sin embargo, sin que él se dé cuenta exactamente, guía sus pasos: Yo te llamé por tu nombre, aunque tú no me conocías. Se demuestra, como en otras ocasiones, la iniciativa de Dios en la elección de los hombres. Es Dios el primero en salir a nuestro encuentro. Es él, rico en amor y misericordia, quien no se olvida de nosotros. No se olvida de aquella creatura que Él mismo creó al inicio de los tiempos, pero que se alejó de Él por el pecado. Es Dios quien, con entrañas de padre, siente ternura por sus hijos. Por otra parte, conviene subrayar la importancia de la mediación de la creatura. Cuando decimos que Dios es el primer protagonista no podemos prescindir del puesto de intermediarios que ocupan los hombres en el desarrollo de la historia.

En realidad no son los hombres quienes, por su cualidades, se lanzan al cumplimiento de una misión, sino más bien es la misión dada por Dios que los transforma en personas capaces de llevar adelante esa tarea

Este modo de obrar de Dios se repite en la historia de cada ser humano: Yo te llamé por tu nombre...aunque tú no me conocías. Al llamarnos por nombre, el Señor revela sus pensamientos de benignidad sobre nosotros, porque los pensamientos de Dios son de paz y no de aflicción. Nuestro nombre pronunciado dulce y firmemente por Dios adquiere sentido y un valor trascendente. Nuestra pequeña vida, en cierto sentido, se ha convertido en sagrada, desde el día en que Dios pronunció nuestro nombre. Sin embargo, muchas veces, da la impresión de que no conocemos al Señor; parece que, aunque Dios pronuncia nuestro nombre, no sabemos quién es y cuáles son sus planes e intenciones. Caminamos con sospecha por la vida en vista del mal existente a nuestro alrededor y dentro de nosotros mismos. Caminamos atemorizados ante la perspectiva de la muerte, de la inevitable caducidad del mundo y las creaturas, de la acción de las fuerzas del mal. Entonces es necesario, más que nunca, escuchar que Dios pronuncia nuestro nombre con amor, pero con autoridad. Él nos da un título, nos pone en pie, nos da una tarea que realizar. Él vence el mal con el bien y nos hace instrumentos de bien, como a Ciro.

Debemos, pues, reconocer que el Señor es Dios y no hay otro. Reconocer que él tiene en sus manos los hilos de la historia y que su poder y bondad actúan ya, aunque de modo misterioso, en este mundo y lo preparan para su final transformación. Sólo en Cristo llegaremos a la plena realidad del "ungido del Señor" aquel que libera definitivamente a su pueblo de la esclavitud, de la muerte y del pecado. En Cristo, conocemos la bondad del Padre, porque Él nos revela el rostro amoroso del Padre.

2. Los deberes del hombre ante la majestad de Dios. Si Dios es el Señor, el único Dios y no hay otro, al hombre le corresponde alabarlo, darle gracias, pedirle dones, solicitar su perdón.

- Alabar a Dios: La alabanza de Dios debe estar siempre en nuestros labios, porque Él es Dios y nosotros sus creaturas. El fin de nuestra existencia es alabar y glorificar a Dios porque Él es el Señor digno de toda alabanza. Son tantos los beneficios de Dios para con el hombre que la alabanza nace espontánea de nuestros labios: 12 ¿Cómo a Yahveh podré pagar todo el bien que me ha hecho?13 La copa de salvación levantaré, e invocaré el nombre de Yahveh. Salmo 116 12-13. Dado que hemos sido creados a imagen de Dios, nuestra vida no debería ser otra cosa sino un canto de alabanza al Señor por su inmenso amor. El comentario de Agustín al texto evangélico de este día es muy elocuente al respecto: "Así como el César exige su imagen en tu moneda, así del mismo modo exige su propia imagen en tu alma. Da a César -dice- aquello que es del César. ¿Qué cosa exige el César de ti? Su propia imagen. ¿Qué cosa te exige el Señor? Su propia imagen. Pero la imagen del César está sobre la moneda, en cambio la imagen de Dios está en ti mismo. Si lloras cuando pierdes la moneda, porque has perdido la imagen del César ¿no deberías llorar cuando adoras a los ídolos porque injurian en ti la imagen de Dios? Agustín Discorsi, Disc. 113/A,8

- Darle gracias. Ante Dios el hombre se presenta como un deudor de los dones divinos: el don de la existencia, el don de la fe, el don de la redención... La vida del hombre, en este sentido, debe ser una continua "acción de gracias" a un Dios providente que vela por sus creaturas con amor de Padre. " Deo Gratias! " Sean dadas gracias a Dios. Ésto, ante todo es un acto sabio, porque nos obliga a hacer una reflexión sobre la dignidad de la vida, la cual nace de un pensamiento original y creativo de Dios. La vida es un don que tiene su origen en Dios. Después debemos descubrir que todo es un don: "Tout est grâce". ¿Es bello el mundo? Demos gracias a Dios. ¿Es fecunda la naturaleza? Demos gracias a Dios. Nuestra misma existencia ¿es un milagro? Demos gracias a Dios (Cf. Pablo VI Ángelus 10-XI-1974).

- Pedirle dones : Nuestra vida inmersa en la historia está siempre necesitada del auxilio y de la protección divina. Nuestra oración se eleva como incienso para suplicar al Señor las gracias necesarias para continuar el camino. Sólo con la ayuda y el apoyo de Dios podemos cumplir cabalmente nuestras tareas. En realidad, al pedir dones, lo que hacemos es ampliar nuestra capacidad de deseo, porque el Señor sabe muy bien lo que necesitamos y está dispuesto a concederlo. La oración, por tanto, aumenta nuestro deseo y con ello la capacidad de recibir el regalo de Dios.

- Solicitar su perdón Si el Señor tomase en cuenta nuestras faltas, ¿quién podría resistir ante su mirada? ¿Quién podría presentarse inocente ante el Señor? ¡Ten misericordia de nosotros, Señor, porque hemos pecado contra ti!


Sugerencias pastorales

1. El descubrimiento de que Dios es el Señor de la historia. ¿Quién duda que los acontecimientos dramáticos de nuestra historia ponen a prueba nuestra fe y nuestra esperanza? Sentimos la misma interpelación que los malvados hacían al hombre justo: Con quebranto en mis huesos mis adversarios me insultan, todo el día repitiéndome: ¿En dónde está tu Dios? Salmos (42,11). "Ciertamente los dramáticos sucesos en el mundo de estos últimos años han impuesto a los pueblos nuevos y más fuertes interrogantes que se han añadido a los ya existentes, surgidos en el contexto de una sociedad globalizada, ambivalente en la realidad, en la cual «no se han globalizado sólo tecnología y economía, sino también inseguridad y miedo, criminalidad y violencia, injusticia y guerras». (Caminar desde Cristo: un renovado compromiso de la Vida Consagrada en el Tercer Milenio, Instrucción de la Congregación para los Institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica No.1). De frente a estas realidades, se hace más actual que nunca la misión del cristiano que testimonia con su fe que Dios sigue presente en el mundo y que, a pesar de las apariencias, es el amor de Dios quien triunfa del mal, del pecado y de la muerte. No conviene olvidar que, como menciona el catecismo de la Iglesia Católica,: "La creación tiene su bondad y su perfección propias, pero no salió plenamente acabada de las manos del Creador. Fue creada "en estado de vía" ("In statu viae") hacia una perfección última todavía por alcanzar, a la que Dios la destinó. Llamamos divina providencia a las disposiciones por las que Dios conduce la obra de su creación hacia esta perfección:

Dios guarda y gobierna por su providencia todo lo que creó, "alcanzando con fuerza de un extremo al otro del mundo y disponiéndolo todo con dulzura" (Sb 8, 1). Porque "todo está desnudo y patente a sus ojos" (Hb 4, 13), incluso lo que la acción libre de las criaturas producirá (Cc. Vaticano I: DS 3003).

El testimonio de la Escritura es unánime: la solicitud de la divina providencia es concreta e inmediata; tiene cuidado de todo, de las cosas más pequeñas hasta los grandes acontecimientos del mundo y de la historia. Las Sagradas Escrituras afirman con fuerza la soberanía absoluta de Dios en el curso de los acontecimientos: "Nuestro Dios en los cielos y en la tierra, todo cuanto le place lo realiza" (Sal 115, 3); y de Cristo se dice: "si él abre, nadie puede cerrar; si él cierra, nadie puede abrir" (Ap 3, 7); "hay muchos proyectos en el corazón del hombre, pero sólo el plan de Dios se realiza" (Pr 19, 21). Catecismo de la Iglesia Católica 302-303

2. El valor de la propia vida en la historia de la salvación. Ahora bien, nosotros como creatura libres, podemos colaborar con la providencia de Dios que todo lo dispone y gobierna con firmeza y suavidad. Como Ciro, podemos convertirnos en instrumentos de gracia y aportar nuestro granito de arena en la historia de la salvación. Podemos hacerlo de diversos modos:

- Teniendo un creciente sentido de responsabilidad por nuestros hermanos; por todos, pero especialmente por los que sufren. Debemos hacernos en nuestra propia humanidad dispensadores de bien, de paz, de alegría.

- Reconociendo la unidad y la verdadera dignidad de todos los hombres: Todos han sido hechos "a imagen y semejanza de Dios" (Gn 1,26). Así como la moneda tiene la imagen del César, cada ser humano posee la imagen de Dios (Cf San Agustín).

- Buscando el bien de las cosas creadas: La fe en Dios, el único, nos lleva a usar de todo lo que no es él en la medida en que nos acerca a él, y a separarnos de ello en la medida en que nos aparta de Él (cf. Mt 5,29_30; 16, 24; 19,23_24): "Señor mío y Dios mío, quítame todo lo que me aleja de ti. Señor mío y Dios mío, dame todo lo que me acerca a ti. Señor mío y Dios mío, despójame de mi mismo para darme todo a ti" (S. Nicolás de Flüe, oración).

- Confiando en Dios en todas las circunstancias, incluso en la adversidad.

P. Octavio Ortiz


24. COMENTARIO 1

LOS DOS PODERES
"Dad al César lo que es del César, y a Dios, lo que es de Dios". Lo dijo Jesús -se decía- y se interpretaba: que la Iglesia no se meta en política, ni los políticos en religión; dos poderes, religioso y civil, al mando de dos mundos paralelos. El uno mira al espíritu, al alma y al más allá; el otro, a lo material, al mundo y al más acá. Uno, lo espiritual con su gama de valores; otro, lo social y político con su conflictividad cotidiana. Los dos, poderes soberanos e independientes. Dios y el César, dos mundos separados por voluntad divina, formulada por Jesús, cada uno con sus propias competencias.

Nada más contrario a la mentalidad del Maestro nazareno que esta interpretación burguesa de sus palabras, producto típico de una clase eclesiástica que se beneficiaba de los privilegios del poder político, a cambio de no inmiscuirse en su campo de acción. Jesús no fundamentó semejante barbaridad. Este Jesús al que, unas veces, se presenta como tremendamente revolucionario y radical, aparece aquí, según esta interpretación, de lo más conservador y centrista:
Dios, por un lado, y el César, por otro: a cada uno, lo suyo. Sacada de contexto, e incluso mal traducida, esta frase de Jesús ha servido de fundamentación religiosa a la teoría de los dos poderes.

Todo comienza por una pregunta, inteligente y capciosa: "¿Es licito pagar tributo al César, sí o no?". Si Jesús responde afirmativamente, queda mal con la gente y los zelotas, que consideraban insulto y agravio tener que pagar el impuesto al César; si dice no, proporciona a sus enemigos demandantes un argumento para acusarlo de subversión política ante los romanos, alentando a no pagar el tributo apetecido. Magnífica trampa.

"Enseñadme la moneda del tributo". Esta llevaba la imagen del César y una inscripción: Tiberio Emperador, hijo de Augusto (=Excelso él mismo). "De quién son esta efigie y esta inscripción?" pregunta Jesús. "Del César" -le responden. (En el sistema judío estaba prohibido hacer imágenes de Dios o del hombre (Dt 5,8); quien las hacia o mandaba hacer iba en contra de Dios y su ley).

A la vista de esto, Jesús responde: "Devolved al César lo que es del César, y a Dios, lo que es de Dios". (El verbo griego "apodídômi" ha sido mal traducido por "dar"; significa más bien "devolver"). Esta imagen, con esa inscripción, no es de Dios ni de Israel que no tiene imágenes. Es símbolo del colonialismo romano y signo evidente de un emperador que, con su comportamiento -haciendo imprimir su imagen y llamándose Augusto (=Excelso), título divino- mancha el país de Dios, viola su ley y usurpa su puesto. Con esta autoridad hay que romper. Hay que acabar, según Jesús, con ese estado de cosas, situación de verdadera opresión y dominación.

Pero no basta con eso. Hay que devolver también a Dios lo que es de Dios. La viña de Israel -propiedad exclusiva de Dios- estaba en manos de los jefes religiosos que defendían de palabra al pueblo, pero de hecho se aprovechaban de él, colaborando con la potencia ocupante o, al menos, no rebelándose abiertamente contra ella. Aceptando a Jesús, verdadero liberador, Dios será de nuevo rey de su pueblo y se acabará la opresión de cualquier tipo: religiosa o política. La única autoridad que Jesús acepta es la de Dios y la de quien, como Dios, libera al pueblo. Ni la del César ni la de los fariseos y herodianos entra dentro de esta categoría. Deben rechazarse, por tanto.

Jesús no es neutral. Ha tomado partido, una vez más, por el pueblo y su liberación. "Los enviados, sorprendidos al oír aquello, lo dejaron allí y se marcharon". Desconcertante Maestro...


25. COMENTARIO 2

EL PODER NO VIENE DE DIOS
Prácticamente, todas las culturas han intentado justificar el poder en nombre de Dios. Y, dentro de la historia del mundo cristiano, esta justificación ha buscado apoyo en diversos textos del evangelio, entre ellos el que hoy leemos en la eucaristía; pero ni este ni ningún otro texto evangélico respaldan la afirmación de que el poder procede de Dios.

FARISEOS Y HERODIANOS
Extraña alianza. Más extraña que las que vemos realizarse a veces entre los políticos actuales.
Resulta que los fariseos eran furibundos enemigos de los romanos y de sus partidarios; y los herodianos eran los partidarios de Herodes y de sus sucesores, los cuales debían su corona a los romanos, con los que, por tanto, colaboraban. Los fariseos y los herodianos eran enemigos, pero por una vez...
En la escena que nos relata el evangelio de hoy aparecen unidos contra un enemigo común: Jesús les caía muy mal a los dos grupos. A los fariseos les había dirigido acusaciones gravísimas (podemos echarle un vistazo al capítulo 23 de Mateo; los primeros versículos los comentamos en el domingo trigésimo primero); de Herodes, Jesús había dicho que era un ser insignificante, un Don Nadie, que diríamos nosotros. Peto parece que decidieron hacer una tregua entre ellos para ponerle juntos una trampa a Jesús.

UN SOLO SEÑOR
"Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios con verdad; además, no te importa de nadie, porque tú no miras lo que la gente sea. Por eso, dinos qué opinas: ¿está permitido pagar el tributo al César o no?"

La pregunta era una espada de doble filo. Si Jesús decía que no se debía pagar el tributo al emperador de Roma, los romanos se encargarían de él; si, por el contrario, decía que sí debían pagar los impuestos a los invasores, Jesús perdería toda la simpatía con que contaba entre el pueblo; en cualquier caso, a ellos, a fariseos y herodianos, les sería mucho más fácil quitárselo de en medio.
Esta era su intención; pero no se presentan a cara descubierta, sino que quieren aparentar que son unos israelitas piadosos que tienen un escrúpulo de conciencia y buscan ayuda para salir de la duda. Para muchos israelitas de entonces pagar el tributo al César era reconocer que el emperador de Roma era señor de Palestina; y eso iba en contra del primero de los mandamientos: "Yo soy el Señor y no hay otro", como recuerda el profeta Isaías (45,5; véase Dt 6,4). La pregunta la podrían haber hecho de este modo: "Si pagamos el impuesto al señor de Roma, ¿ ofendemos al Señor del cielo, al Señor de Israel, al único Señor?"
En realidad ellos no tenían otro señor que su propio egoísmo, su soberbia y sus ansias de poder. Y Jesús los puso en evidencia.

... DEVOLVEDSELO AL CESAR
"Pues lo que es del César, devolvédselo al César, y lo que es de Dios, a Dios".

La respuesta de Jesús se ha interpretado erróneamente durante mucho tiempo. Sus palabras se traducían de esta manera: "dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios", y se explicaban diciendo que los hombres tenían que observar dos clases de obligaciones: las que les imponía la autoridad civil, cualquiera que ésta fuera, y las de tipo religioso. Pero eso no es lo que dice Jesús. Vayamos por partes.
Jesús, después de haber dejado claro que ha comprendido cuáles son sus intenciones, pregunta a fariseos y herodianos que con qué moneda hay que pagar el impuesto a Roma; y, ¡ qué casualidad!, tenían monedas romanas en la bolsa. Odiaban a los romanos y, por supuesto que con razón, deseaban con todas sus fuerzas que se marcharan de su país, pero... al dinero no le habían hecho ascos: rechazan al César en lo que les conviene, pero se someten libremente a su sistema cuando éste los beneficia. Y a esta actitud se refiere la respuesta de Jesús: "Pues lo que es del César devolvédselo al César". Lo que significa: Romped de verdad con el sistema opresor del Imperio, pero del todo; rechazad su dominio sobre vosotros y sobre vuestro pueblo, pero no os sometáis gustosos a la esclavitud de su dinero, no dejéis que vuestra ambición anule vuestros principios. Devolvédselo al César, como cuando se rompe una relación de amor o de amistad y se devuelven los regalos o los recuerdos...

...Y LO QUE ES DE DIOS, A DIOS
No. Tampoco se habla del cumplimiento de deberes religiosos, en el sentido tradicional de la expresión. Aquí se trata de devolver a Dios algo que le habían robado: el pueblo, su pueblo. Recordemos de nuevo la parábola de los viñadores perversos. Aquellos labradores decidieron matar a los criados y al hijo del dueño para quedarse con la viña (el pueblo de Dios). Al final de la parábola, el evangelista hace este comentario: "Al oír sus parábolas, los sumos sacerdotes y los fariseos se dieron cuenta de que iban por ellos". Ellos, que acusaban a los romanos de ser unos opresores, también explotaban al pueblo, y además lo hacían en nombre de Dios, usurpando el lugar de Dios.
Y si en lugar de "denario" leyéramos "dólar", ¿ qué consecuencias se deducirían?


26. COMENTARIO 3

vv. 15-16. Los fariseos, conocidos observantes de la Ley, buscan entonces desacreditar a Jesús ante el pueblo o hacerlo prender por las tropas romanas, haciendo que Jesús pronuncie una declaración comprometedora. La delegación que envían, además de sus propios discípulos, comprende a los herodianos, judíos partidarios de la monarquía de Herodes, simpatizantes del poder romano. Se dirigen a Jesús cortésmente ("Maestro") y preparan el terreno alabando su enseñanza y su valentía, que no se deja impresionar por la posición social de los hombres.

v. 17. La pregunta es neta y pide a Jesús una opinión autorizada como maestro. Se presentan como israelitas piadosos que tienen un escrúpulo de conciencia. Había sido precisamente la introducción del tributo al César la que había provocado la rebelión de Judas en el templo el año 6 d. C. Los zelotas sostenían que reconocer el señorío del emperador mediante el pago del tributo se oponía directamente al primer mandamiento, que manda reconocer a Dios por solo Señor (Dt 6,5).

v. 18. Jesús no se deja engañar y denuncia su hipocresía: el escrúpulo de que alardean es falso; su única intención es ponerlo en una situación difícil. Si responde que está permitido pagar el tributo, se enajena al pueblo y pierde su crédito ante él; las autoridades encontrarían el camino despejado para poder prenderlo. Si, por el contrario, sostiene que no estaba permitido, inmediatamente sería detenido como sedicioso por la autoridad romana. La pregunta renueva implícitamente la tercera tentación del desierto ("¿Por qué me tentáis") (cf. 4,8-10). Esperan en realidad que Jesús se declare como un Mesías nacionalista que pretende conquistar el poder en rebeldía contra Roma. La presencia de los herodianos aseguraría la denuncia.
Jesús pide una moneda del emperador (un denario), que llevaba su efigie y en la que estaba inscrito su nombre.

v. 21. Para comprender la respuesta de Jesús hay que tener presente la diferencia entre el verbo utilizado por sus adversarios: "pagar/dar tributo al César", y el que usa Jesús: "Devolved al César lo que es del César." La imagen y leyenda de la moneda muestran quién es su propietario. La idea de ellos es un robo; proponen no pagar el tributo, pero quedándose con el dinero del César. No basta negarse a pagar el tributo, hay que salir de la dependencia económica, rechazando el dinero del César ("devolved"); así no se le reconocerá por Señor ni habrá que pagarle tributo. Cuando ellos sean capaces de renunciar a ese dinero y a la riqueza que les procura, podrán ser fieles a Dios, a quien deben devolver el pueblo que le han robado. Respecto al César, deben renunciar a su dinero, que los mantiene sometidos a él; respecto a Dios, al dominio del pueblo, al que tienen sometido con la explotación económica en nombre de Dios (cf. 21,13.38). Es la ambición de los dirigentes, su amor al dinero, la que da pie al dominio romano y crea la injusticia en Israel.


27. COMENTARIO 4

Los textos elegidos para esta liturgia dominical hablan del Señorío de Yahveh y del Ungido. El salmo interleccional, que forma parte de los himnos de Yahveh Rey, culmina con la aclamación de que "el Señor es Rey, él afianzó el orbe y no vacilará; él gobierna a los pueblos rectamente" (v. 10). El mismo señorío es proclamado por la primera lectura en que un profeta del exilio interpreta la actuación de Ciro, rey de los persas, como acción liberadora de Dios en favor de Israel.
Y frente a la ciudad griega, constituida por una asamblea (Iglesia) de notables que reconoce la autoridad del Señor imperial, Pablo, Silvano y Timoteo saludan a una asamblea convocada por el Padre y el Señor Jesús, constituida por pequeños artesanos, que reconoce a Éste como único detentor del poder: "a los que en Tesalónica forman la Iglesia de Dios Padre y del Señor Jesús" (1 Tes 1,1).
Este señorío de Dios coexiste en la realidad humana con la presencia de otros señoríos. La relación con ellos es el punto central de la enseñanza del pasaje evangélico.
La introducción (vv. 15-16) presenta a los personajes y sus intenciones. Estas son las de "cazar a Jesús con sus propias palabras". Aquellos pertenecen a dos grupos de la época de Jesús: los fariseos y los partidarios de Herodes. Se trata por tanto de individuos que no rechazan abiertamente el poder imperial romano o que son sus fervientes partidarios. Por tanto quieren presentar a Jesús ante este poder como representante de la tendencia zelota o independentista y de esta forma obligar a los romanos a tomar medidas contra Jesús.
La forma de dirigirse a Jesús es cortés, y con ella buscan esconder su verdadera actitud. Le llaman "maestro" y alaban su valentía, que no se deja impresionar por las consecuencias que su enseñanza pudiera acarrearle. El contenido de la pregunta es la opinión de Jesús sobre el tributo al César. Para el ala más radical del judaísmo, dicho tributo constituía una traición al credo fundamental de Israel en Dt 6,5: "Escucha Israel, el Señor nuestro Dios es solamente uno".
Jesús no se deja engañar por la cortesía hipócrita de los que preguntan. El v. 18, primero, como nota del evangelista, y luego por los propios labios de Jesús, los pone al descubierto. Una respuesta afirmativa tendría como consecuencia inevitable la de retirarle las simpatías del pueblo; una respuesta negativa le haría reo de sedición a los ojos de la autoridad imperial.
A pesar de esta evidente mala fe, Jesús no evita dar la respuesta solicitada. Viendo una imagen en la moneda del tributo pregunta sobre a quién representa. La elección de concentrar el problema en torno a la imagen lo coloca en un ámbito superior. Frente a frente serán comparadas dos imágenes: la imagen del César que aparece en la moneda y la imagen de Dios que para un hebreo que conoce Gen 1 es indudablemente el ser humano. La moneda tiene la imagen de su propietario. Negarse a pagar el tributo constituye un robo ya que significaría apropiarse de lo que es ajeno. Pero hay que dar un paso más rechazando el dinero del César. Y, a continuación, Jesús señala un segundo deber que puede definirse también como una restitución: "lo que es de Dios, a Dios".
Fariseos y herodianos no sólo pretenden quedarse con el dinero del César sino también que, como los viñadores homicidas se han apropiado del ser humano que lleva grabado en su misma naturaleza la imagen de Dios. Explotando al pueblo se apropian de la imagen de Dios. De esta forma se pone de manifiesto la ambición de la dirigencia israelita que conduce a la explotación de sus hermanos de raza y que da pie al dominio romano.
"Lo que es del César devuélvanselo al César y lo que es de Dios, a Dios" no significa, por tanto, una división de zonas en que se ejerce el poder, sino un urgente llamado a recuperar la verdadera imagen de Dios en el ser humano sometido mediante la práctica de una relación de auténtica justicia. Sólo de esa forma se hará posible la liberación de la dependencia humillante del poder extranjero que aprovecha la codicia de los propios dirigentes del pueblo.
En tiempos de globalización neoliberal ese llamado vuelve a resonar con fuerza en la conciencia cristiana. Los imperios siempre saben aprovechar el desenfrenado afán de poseer de los clases dirigentes de los países. Sólo una renuncia a dicho afán hará posible salir de ese asfixiante orden económico, impuesto por el César a los territorios ocupados.
El Señorío de Dios no tiene límites ni excepciones. Pero sólo puede ser visualizado en un apasionado amor por su justicia. Los humildes trabajadores de Tesalónica fueron capaces de expresar "esa fuerza exuberante del Espíritu Santo" (v. 5) y es deber de todo cristiano comportarse de la misma manera, creando una sociedad alternativa, liberada del señorío de los ídolos hechos por las manos de los seres humanos.

Para la revisión de vida
Dios nos habla a través de la historia, en los grandes acontecimientos y en los cotidianos, pero siempre en los acontecimientos que nos suceden a las personas, tal y como nos lo enseña la historia del pueblo judío, la historia de la Iglesia y, en definitiva, la historia de la humanidad. ¿Dónde busco yo a Dios, en un cielo lejano, abstracto, teórico... o en los sucesos de la vida de cada día y en las personas que están a mi alrededor?

Para la reunión de grupo
- La Biblia hebrea (Antiguo Testamento) está lleno de pasajes como el de Isaías que hoy leemos, en que para afirmar la fe en Dios, se utiliza el recurso de la negación "de los demás dioses": nuestro Dios es el único, no hay otro Dios fuera de él, no tiene igual, "nada existe fuera de mí". Para nuestra sensibilidad actual de diálogo religioso, es, sin duda, una forma de hablar inadecuada. ¿Es que nuestro Dios se afirma a base de negar todo otro Dios?
- Bien considerado, el pasaje evangélico de hoy tal vez nos trae simplemente una "boutade" de Jesús, una forma ingeniosa de salir del paso con un juego de palabras, evadiendo la respuesta comprometedora que le quieren obligar a dar. De ahí, a hacer toda una teología sobre "den al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios" va un abismo. ¿Se puede justificar en esas palabras una teoría de la separación entre la religión y la política? ¿Jesús fue un hombre religioso que "no se metió en política"?
- Respondamos nosotros sin subterfugios a la pregunta que le hicieron a Jesús: ¿era lícito pagar el impuesto? Justifiquemos las razones en pro y en contra.

Para la oración de los fieles
- Por toda la comunidad eclesial, para que viva el Evangelio no como escuela diplomática sino como la fuerza que necesitamos para construir un mundo nuevo. Oremos.
- Por todos los que aún sufren el problema del paro, para que, con la solidaridad y generosidad de todos, encuentren trabajos dignos y bien remunerados. Oremos.
- Por todas las comunidades cristianas, para que vivan su fe con profunda convicción, no sólo de palabra, y la traduzcan en obras. Oremos.
- Por todos los pueblos que viven situaciones de opresión y dictadura, para que encuentren el camino que les lleve a una vida social en paz y solidaridad. Oremos.
- Por todos los educadores: padres, maestros, catequistas..., para que formen a quienes están bajo su tutela en criterios de solidaridad y servicio a las personas. Oremos.
- Por todos y cada uno de nosotros, para que vivamos cada día con más alegría nuestra condición de cristianos, de modo que llevemos a todos gozo, paz y esperanza. Oremos.

Oración comunitaria
Oh Dios, Padre nuestro: ayúdanos a entregarnos a ti de todo corazón y a servirte con fidelidad en el prójimo, de modo que vivamos como verdaderos hijos tuyos y como hermanos de todas las personas. Por Jesucristo.

1. R. J. García Avilés, Llamados a ser libres, "Seréis dichosos". Ciclo A. Ediciones El Almendro, Córdoba 1991

2. J. Mateos - F. Camacho, El Evangelio de Mateo. Lectura comentada, Ediciones Cristiandad, Madrid.

3. Diario Bíblico. Cicla (Confederación internacional Claretiana de Latinoamérica).