SUGERENCIAS

 

1. EUCARISTÍA. ACCIÓN DE GRACIAS.

A la Misa venimos, por encima de todo, para dar gracias a Dios por todo lo que él nos da y, muy especialmente, porque nos ha dado a J.C., que se nos hace presente en el pan y el vino. La plegaría eucarística podría ser la segunda con su prefacio, que se concentra en lo más esencial, o bien la cuarta, que desarrolla ampliamente la acción de gracias.

MISA DOMINICAL 1989/19


2. TEMPORAS/AGTO:

La iglesia celebra una vez al año el día de la acción de gracias. Es un día al final del verano y pretende agradecer los frutos de las cosechas. Pero no en la sociedad agrícola ni en la industrial se puede limitar esta gesto elemental a un día determinado. En cada día y en cada momento hay motivos para dar gracias a Dios, entre otros por el don de la vida. Dar gracias es un rasgo fundamentalmente cristiano y humano. La dialéctica humana funciona en términos de "doy para que me des", pero la dialéctica divina se cambia por estos otros: "Me has dado mucho y por eso te doy gracias". Dar gracias cuesta muy poco, pero si sale del corazón es quizá la más noble expresión de un sentimiento humano.

El agradecimiento es a veces lo único que podemos dar. Si es sincero, eso basta. Quien da otras cosas sin agradecimiento, hará intercambio o comercio. El que no es agradecido es sumamente pobre. ¿Qué tiene en realidad? Quien no da gracias a Dios es porque en el fondo no está convencido de deberle nada. Pero a Dios se le debe todo, quizá sin saberlo. Un rabino daba gracias a Dios "por todo". 
-"¡Pero si no tienes nada!", le replicó otro que le oía. A lo que respondió: "Yo necesitaba precisamente la pobreza y Dios me la ha dado".

ALABANZA/ORACION:Puede suceder que uno necesite la enfermedad como medicina del espíritu y entonces hay que dar gracias también por la enfermedad. Pensándolo bien, lo único que el hombre puede dar a Dios es su agradecimiento. La oración de alabanza es, indudablemente, la más excelsa. Pero el agradecimiento no puede imponerse, como tampoco el amor. Tiene que salir del corazón como expresión de la persona. Eso es lo que agrada a Dios. De eso se quejó Jesús en el caso del evangelio. En el caso de los diez leprosos, nueve de ellos obedecieron y quedaron curados, el décimo creyó y fue salvado. Es el dato más esencial del relato. Porque no es lo mismo curar que salvar. Curar alude a lo exterior, mientras que salvar afecta a la totalidad de la persona. Uno de los diez leprosos se mostró agradecido y en ese gesto encontró la fe y la salvación. Los nueve restantes sólo encontraron la curación.

GUILLERMO GUTIERREZ
PALABRAS PARA EL CAMINO
NUEVAS HOMILIAS/C
EDIT. VERBO DIVINO ESTELLA 1988.Pág. 185


3. ALABANZA/EU:

El leproso que vuelve para agradecer la curación lo hace, dice el evangelio, "alabando a Dios a grandes gritos". Se ha dado cuenta de que aquel gran favor que Jesús le ha hecho es, en el fondo una señal de cómo Dios actúa misericordiosamente con los hombres, y por eso se volvió alabando y ensalzando al Dios salvador, al Dios que actúa de tantas y tantas maneras en la vida de los hombres.

Es el Dios que ha hecho nacer, de su bondad, la creación entera; el Dios que se ha escogido un pueblo y lo ha liberado de la esclavitud en Egipto; el Dios que, para dar la vida a todo hombre, ha venido a compartir la condición humana y así nos ha abierto a todos caminos de salvación y de amor pleno.

Por eso, en todo lo que vivimos, en toda realidad de amor, de vida, de esperanza, podemos descubrir esta presencia salvadora y misericordiosa de Dios. Por eso vale la pena que siempre, como aquel leproso, seamos capaces de "alabar a Dios" por sus dones. De hecho, cuando cada domingo nos reunimos aquí en la iglesia, nuestra reunión recibe precisamente este nombre: "Eucaristía", quiere decir "Acción de gracias". Y ahora, cuando dentro de unos instantes empezaremos el momento central de nuestro encuentro, lo haremos levantando nuestro corazón hacia Dios y diciendo que "en verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno". Damos gracias a Dios por todos sus dones, y damos gracias sobre todo por su don definitivo: la vida nueva de JC, su Espíritu que está con nosotros.

J. LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1986/18


4.

También los suicidas aman la vida. Pues ¿cómo podrían atentar contra su vida si no buscaran con desespero la vida? El suicida atenta contra su vida sólo cuando ésta ya no es vida para él.

Todos decimos alguna vez "esto no es vivir", pero seguimos viviendo. Y es que para nosotros se trata tan sólo de una frase convencional, mientras que para un suicida es la expresión misma de su desesperación. Así, pues, el suicida no intenta destruir la vida, sino una vida que para él ya es la muerte. ¡Todos queremos vivir! Sin embargo, nos comportamos de tal manera que negamos en la práctica este deseo íntimo de supervivencia. Pues la vida del hombre sólo puede ser entendida como un vivir con otros y, no obstante, nos empeñamos en fundar nuestra convivencia sobre el egoísmo, que es precisamente el cáncer que amenaza la convivencia humana.

Se ha podido leer que, en opinión de sus promotores, el sistema económico que floreció en el ya viejo "milagro alemán" se basaba fundamentalmente en los intereses individuales, es decir, en el egoísmo. Naturalmente, no pretendemos poner en duda la eficacia de una estudiada combinación de los egoísmos individuales para lograr el desarrollo económico de un país o, mejor dicho, de un determinado sector de ese país; pero lo que no podemos creer es que el aumento cuantitativo de una renta nacional sea sin más un cambio cualitativo de la convivencia humana. No podemos creer, y sobran argumentos claros que avalan nuestra opinión, que un sistema capitalista haga efectivamente posible una vida mejor.

Queremos vivir y, sin embargo, hacemos imposible la vida. El que hace imposible la vida no cree en la vida eterna, pues ésta no puede ser entendida como negación de la vida presente, sino como su plenitud. Tampoco cree en la vida eterna el que no se esfuerza en la superación de las dificultades que encuentra la vida en este mundo y se resigna pensando en el cielo, pues el cielo no es el premio de nuestros sufrimientos y la liberación de nuestras depresiones, sino el fruto de nuestro esfuerzo y, sobre todo, la réplica de Dios a quien de verdad le agradece profundamente el don de la vida.

Creemos en un Dios que nos llama a la vida y nos pone en ella, haciéndonos responsables de su gran tarea.

Mientras tanto la esperanza de la vida eterna no es un soporífero con el que nos drogamos para dejar que el mundo vaya de tumbo en tumbo; por el contrario, es un aguijón que espolea al creyente para hacer posible la vida de todos, hasta llegar a la plenitud.

Jesús, que nos pone en marcha peregrinante hacia la casa del Padre, se toma en serio el mundo y la vida de los hombres, poniéndose incondicionalmente a su servicio. Sólo espera que demos gracias a Dios, porque eso significa que también nosotros creemos en la vida, en ésta y en la eterna.

EUCARISTÍA 1986/48


5.

"De gente bien nacida es agradecer los beneficios que recibe, y uno de los pecados que más a Dios ofende es la ingratitud".

M. CERVANTES
D. Quijote a Sancho cuando va a gobernar la ínsula Barataria


6.

Señor, desde luego,
Tú eres desconcertante.
Alabas al único leproso
que no ha obedecido tus órdenes,
al único que no se ha presentado
al inspector de sanidad.
Era un hombre como hay que ser
y el corazón le dijo
que lo más urgente era
darte gracias a Ti.
Me gusta que no seas legalista
sino que prefieras a los hombres de
corazón espontáneo y limpio.
Ayúdame, Señor, a tener
un corazón sensible
para con mis hermanos.

EUCARISTÍA 1992/26


7.

VIVIR EN ACCIÓN DE GRACIAS

Algunos, basándose en el relato evangélico de la curación de los diez leprosos, de los que solamente uno vuelve a dar gracias a Jesús, podrían deducir en un análisis del juicio global de la sociedad en que vivimos, que tan sólo el diez por ciento de las personas son agradecidas. No basta contener talante interior de gratitud, sino que es preciso demostrarlo. ¡Qué importante es reconocer los beneficios que otro nos ha hecho, saber agradecer sus palabras y obras buenas!

En términos fríos de justicia, de servicios obligados, de mero cumplimiento del trabajo profesional, se corre el peligro de ver todo normal, como debido, como pago, como obligación como reivindicación. Muchas personas son autómatas y actúan con una insensibilidad despersonalizada. No hacen el más mínimo esfuerzo por ayudar al que lo precisa, si el asunto no está contemplado en el reglamento laboral o en el contrato firmado.

Saber agradecer es mirar positivamente los gestos, las actitudes, las manos abiertas de los que nos favorecen. No es simple cuestión de cortesía, de buena educación, sino de buen corazón. Por eso se puede afirmar que el cristiano debe tener siempre mirada limpia para ver las continuas acciones gratuitas de Dios en favor nuestro.

Como lo hizo la Virgen, cuya vida fue un prolongado "Magníficat". Sabido es que Dios no obra por obligación, sino por amor.

En este domingo (XXVIII del tiempo ordinario) conviene recordar que agradecer es sinónimo de alabar y bendecir. Tener capacidad de alabar es tener capacidad de admirar, de contemplar, de adorar, de olvidarse de si mismo. Es lo que hizo el leproso dando gloria a Dios. La alabanza engloba la acción de gracias. Lo repetimos sin darnos cuenta, en el Gloria de la Misa: "Te alabamos, te bendecimos, te adoramos, te glorificamos, te damos gracias, Señor".

Una cosa importante para vivir en acción de gracias es tener memoria. Cuando se recuerda el estado anterior se analiza la situación actual mejorada, surge casi espontáneamente el agradecimiento. Memoria tuvo el leproso samaritano que volvió, porque no sólo miró su cuerpo limpio, sino sobre todo su corazón; los otros nueve solo miraron su cuerpo y no se acordaron de más.

Andrés Pardo


8. Para orar con la liturgia

"El presidente los toma (el pan y el vino) y eleva alabanza y gloria al Padre del universo, por el nombre del Hijo y del Espíritu Santo y da las gracias largamente porque hayamos sido juzgados dignos de estos dones"

S. Justino


9.

La ley que mata

San Lucas nos describe la escena con detalles que se nos escapan a los que no estamos muy enterados de las leyes que ordenaban el estatuto social de los leprosos. Pero es necesario detenernos en esos detalles, así descubriremos la novedad que trae Jesús respecto a los comportamientos meramente legalistas,

En primer lugar el evangelista nos dice que los leprosos, que deseaban pedir la curación a Jesús, "se pararon a lo lejos". Respetaban, de este modo, la prohibición que recaía sobre los leprosos de no acercarse a los poblados ni a los caminos.

La actitud de Jesús rompe el contexto legal pues les habla y les da un consejo que los llevará a la curación: "Id a presentaros a los sacerdotes".

Se realiza la curación prometida y el grupo se rompe. Nueve de ellos siguen el camino de la ley que obliga a al leproso, que se cure, a presentarse a un sacerdote para que le dé el certificado de que está curado y pueda ser admitido de nuevo en sociedad.

El décimo, precisamente samaritano, no hace caso a la ley y vuelve hacia atrás al encuentro con Jesús. La acogida que le dispensó Jesús tuvo que desconcertar a los escribas y fariseos pues alabó su comportamiento y añadió: "Los otros nueve, donde están? No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?".

La queja de Jesús debe plantearnos una revisión de nuestra vida cristiana. Veamos si nos comportamos con un frío sometimiento a la ley o, más bien, con la espontaneidad de un corazón agradecido, que se sabe ante un Dios, que se estremece más ante un pecador agradecido por el perdón recibido, que ante un observante de la ley que se cree con derechos ante Él.

Antonio Luis Martínez
Semanario "Iglesia en camino"
Archidiócesis de Mérida-Badajoz
Número 269.4 de octubre de 1998


10.

Es frecuente que los textos del evangelio nos presenten curaciones de enfermos por parte de Jesús, esto nos invita a reflexionar sobre los milagros de Jesús para entenderlos debidamente.

Cuando el Señor realizaba sus milagros, no se proponía hacer alarde de su divinidad, él mandaba callar a los que eran curados; los milagros que realizaban hay que entenderlos como signos, señales de la presencia salvadora del Reino de Dios, y forman parte de la Buena Nueva que Cristo anunció con sus palabras y obras.

Porque Jesús estaba ungido con la fuerza del Espíritu Santo se mostró como Señor de la naturaleza (milagros sobre los elementos), Señor de la vida y Salvador de los hombres (sanaciones). Vencedor de los demonios (curación de endemoniados). Vencedor de la muerte (caso de la hija de Jairo, caso de Lázaro, etc.)

Los milagros brotaban de la fe en Jesús, era la fe de los seguidores del Señor lo que permitía la acción del poder divino que residía en Jesús; Dios obraba maravillosamente en la persona, palabra y obra de Jesús, y, como consecuencia, es gracias a los milagros que creció la fe de sus discípulos en él.

Jesús siempre repite: "Tu fe te ha curado, "Tu fe te ha salvado". Donde Jesús no encontraba fe, como sucedió en Nazareth, no podía hacer ningún milagro.

Sus milagros estaban en relación con la salvación integral que trae al hombre la Buena Nueva de la salvación. Cada milagro del Señor nos dice que él es fuente de vida, esperanza y liberación para el hombre amado por Dios.

C. E. de Liturgia. PERU