36 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO XXVIII
CICLO C
32-36

 

32. DOMINICOS 2004

En los relatos de curaciones se pone de manifiesto la compasión de Dios. Dios es clemente y compasivo y se vuelca con el que pasa necesidad.

En las lecturas de este domingo se nos invita a la acción de gracias, a la alabanza, al reconocimiento agradecido de la salvación que Dios nos regala.

Acción de gracias que dos personajes, al margen de la ley (Naamán y el samaritano), encarnan, quizás porque la recibieron como un don y no como algo que les era debido.


Comentario Bíblico

Necesidad de la acción de gracias a Dios
Iª Lectura: IIº Reyes (5,14-17): El acceso a Dios de los malditos
I.1. La lectura del Libro de los Reyes nos presenta una narración del ciclo del profeta Eliseo -discípulo del gran profeta Elías-, en la que se nos muestra la acción beneficiosa para un leproso extranjero; nada menos que Naamán, el general de Siria, pueblo eterno enemigo de Israel. La enfermedad de la lepra era una de las lacras de aquella sociedad, como existen hoy entre nosotros pandemias de enfermedades malditas, especialmente para pueblos sin acceso a los medicamentos imprescindibles. Por eso era considerada la enfermedad más impura y diabólica. ¿Cómo tratar a este enfermo, que además es un maldito extranjero? Eliseo, a diferencia de su maestro Elías, que era un profeta de la palabra, se nos presenta más taumatúrgico y recurre el mítico Jordán, el río de la tierra santa, para que se bañe o se bautice en sus aguas curativas, casi divinas, para aquella mentalidad. Es como un baño en la fe de Israel; este es el sentido del texto.

I.2. Pero lo importante es la acción de gracias a Dios, ya que el profeta no quiere aceptar nada para sí. Este ejemplo, concretamente, había sido puesto ante los ojos de sus paisanos en Nazaret (Lc,4,14ss) para mostrar el proyecto nuevo del reino de Dios que no se atiene a criterios de raza y religión para mostrar su gratuidad y su paternidad para todo ser humano. Toda persona, ante Dios, es un hijo verdadero. Ese es el Dios de Jesús. El ejemplo moral de Eliseo de no despreciar a un extranjero es un adelanto profético de lo que había de venir con la predicación del evangelio. Por ello, cuando las religiones dividen y justifican guerras y odios, entonces las religiones han perdido su razón de ser y de existir.


IIª Lectura: IIª Timoteo (2,8-13): Morir y vivir con Cristo
II.1. La segunda lectura es uno de los textos cristológicos más sublimes del Nuevo Testamento. Seguramente procede de una antigua fórmula de fe; un credo que confiesa no solamente la descendencia davídica de Jesús, sino principalmente su resurrección, a partir de la cual viene al mundo la salvación. Pero es una fórmula que no se queda exclusivamente en la proclamación ideológica de una cristología al margen de la vida del apóstol y de los hombres. Este acontecimiento de la resurrección es lo que llevó al apóstol a abandonar su vida de seguridad en el judaísmo y a luchar hasta la muerte para que el mundo encuentre en este acontecimiento la razón última de la historia futura. El quiere ayudar a salvarse a los hermanos.

II.2. Eso significa que la resurrección de Jesús es determinante. Su opción por el crucificado es una opción para la salvación y por la vida eterna. Así, en la estrofa de cuatro miembros, se va proponiendo la actitud y la forma de vivir una de las experiencias más radicales de la vida cristiana: morir con El, lleva a la vida; sufrir con El, nos llevará a reinar; si le negamos, nos negará, pero si somos infieles, El siempre es fiel. Por lo mismo, pues, no hay razón para la desesperación. En sus manos está nuestro futuro.


EVANGELIO: Lucas (17,11-19): La verdadera religión: ¡Saber dar gracias a Dios!
III.1. El relato de los leprosos curados por Jesús, tal como lo trasmite Lucas, que es el evangelio del día, quiere enlazar de alguna manera con la primera lectura, aunque es este evangelio el que ha inducido, sin duda, la elección del texto de Eliseo. Y tenemos que poner de manifiesto, como uno de los elementos más estimados, la acción de gracias de alguien que es extranjero, como sucede con Naamán el sirio y con este samaritano que vuelve para dar gracias a Jesús. El texto es peculiar de Lucas, aunque pudiera ser una variante de Mc 1,40-45 y del mismo Lc 5,12-16. No encontramos en el territorio entre Galilea y Samaría, cuando ya Jesús está camino de Jerusalén desde hace tiempo. Lo de menos es la geografía, y lo decisivo la acción de gracias del extranjero samaritano, mientras que los otros, muy probablemente judíos (eso es lo que se quiere insinuar), al ser curados, se olvidan que han compartido con el extranjero la misma ignominia del mal de la lepra.

III.2. Ahora, liberados, se preocupan más de cumplir lo que estaba mandado por la ley: presentarse al sacerdote para reintegrarse a la comunidad religiosa de Israel (cf Lev 13,45; 14,1-32), aunque Jesús se lo pidiera. ¿Es esto perverso, acaso? ¡De ninguna manera! En aquella mentalidad no solamente era una obligación religiosa, sino casi mítica. Y es algo propio de todas las culturas hasta el día de hoy. No son unos indeseables lo que esto hacen, pero se muestra, justamente, las carencias de esa religiosidad mítica y a veces fanática que tan hondo cala en el sentimiento de la gente, y especialmente de la gente sencilla. No obstante, la crítica evangélica a esta reacción religiosa tan legalista o costumbrista es manifiesta. Antes de nada quieren integrarse de nuevo en su religión nacionalista y se olvidan de algo más decisivo.

III.3. El samaritano, extranjero, casi hereje, sabe que si ha sido curado ha sido por la acción de Dios. Pero además, el texto pone de manifiesto que no es la curación física lo importante sino que, profundizando en ella, se habla de salvación; y es este samaritano quien la ha encontrado de verdad viniendo a Jesús antes de ir a cumplir preceptos. Quien sabe dar gracias a Dios, pues, sabe encontrar la verdadera razón de su felicidad. Es verdad que los judíos leprosos también darían gracias a Dios en su afán de cumplir con lo que estaba mandado, no debe caber la menor duda. Lo extraño de relato, como alguien ha hecho notar, es que mientras estaban enfermos de muerte, estaban juntos, pero ahora curados cada uno va por su camino, casi con intereses opuestos. La intencionalidad de relato es mostrar que la verdadera acción de gracias es acudir a quien nos ha hecho el bien. Lo hace un hereje samaritano, que para los judíos era tan maldito como el tener todavía la lepra.

III.4. Es, pues, ese maldito samaritano quien muestra un acto religioso por excelencia: la acción de gracias a quien le ha dado vida verdadera: a Jesús y a su Dios. El Dios de Jesús, desde luego, no siempre coincide con el Dios de la ley, de los ritos y de los mitos. Es el Dios personal que, con entrañas de misericordia, acoge a todos los desvalidos y a todos los que la sociedad margina en nombre, incluso, de lo más sagrado. La lepra en aquella época, por impura, alejaba de la comunidad santa de Israel. Pero en el evangelio se nos quiera decir que no alejaba del Dios vivo y verdadero. Por eso el samaritano-hereje -sin religión verdadera para la teología oficial del judaísmo-, expresa su religión de corazón agradecido y humano. Porque una religión sin corazón, sin humanidad, sin entrañas, no es una verdadera religión.

Fray Miguel de Burgos, O.P.
mdburgos.an@dominicos.org


Pautas para la homilía


Encuentro en el camino de la vida

Jesús va de camino y se pone a tiro propiciando encuentros sanadores. Presta atención a los gritos de los que sufren y reacciona ante su dolor. Y es en el mismo camino donde acontece la salvación aunque sólo uno de los diez leprosos lo reconoce con muestras de agradecimiento.

Hay muchas formas de ir de camino por la vida. Se puede pasar por la vida yendo siempre a lo de uno, insensibles o indiferentes ante lo ajeno, mirando y escuchando solo lo que sirve a los propios intereses sin querer darse cuenta de que existe algo más que el pequeño mundo de bienestar y comodidad. Aquí no queda sitio para la gratuidad.

Hay quienes parece que tienen un instinto especial para centrarse en lo negativo y pasan por la vida con un tono pesimista y apesadumbrado. Para casi todo o en casi todo ven dificultades y motivos suficientes para desalentar al más pintado. Aquí tampoco quedarían muchas cosas que agradecer o por las que sentirse agraciado.

También están los que critican todo. Se pasan la vida enjuiciando a los demás y nada les parece bien. Tampoco aquí queda mucho espacio para la admiración, para saber reconocer lo positivo y para el agradecimiento.

Pero es posible ir por la vida sabiendo apreciar lo bueno, lo positivo, descubriendo la belleza y la bondad a nuestro alrededor. Para ello hace falta un corazón humilde, compasivo y agradecido, que es capaz de asombrarse y enternecerse, de valorar y comprometerse con un mundo que es obra de Dios. Se necesita ir limando las asperezas y los juicios que separan, suavizando las actitudes agresivas que nos enfrentan, y sacudiendo la indiferencia y apatía.


Dar las gracias

Dar las gracias es síntoma de cortesía, buena educación, por eso enseñamos a los niños a ser agradecidos aunque los mayores vivimos y construimos un mundo en el que escasea la gratuidad.

La vida, lo más importante, nos es dado. Somos personas agradecidas cuando reconocemos lo que recibimos como un regalo, sin merecerlo, sólo por pura donación. En la vida tenemos muchos motivos y a muchas personas a las que darles las gracias. Gracias a todos aquellos que con sus gestos y palabras nos muestran su cariño, a todos los que sabes que siempre puedes contar con ellos, a todos los que pierden parte de sí para entregarlo gratuitamente. Si no encontramos algo que agradecer podemos aplicarnos la moraleja del cuento “el eco de la vida”: la vida es como el eco, te devuelve aquello que antes le has dado.

Conforme pasa la vida nos vamos dando cuenta de que vivimos de milagro y que gracias a Dios podemos disfrutar de cada día. Por eso una fe que no se afianza en una actitud de alabanza y gratitud a Dios es una fe interesada. Sólo uno de los diez leprosos vuelve a dar gracias a Dios. El que vuelve es el que tiene una fe verdadera, aunque esté alejado, aunque sea extranjero, porque ha captado el amor, reconoce la fuente de su curación y de dentro le brota la alabanza. ¿Y el resto?, pues supongo que a lo de siempre…

Ante el amor, la bondad y la misericordia de Dios sólo cabe la respuesta agradecida del creyente. Gracias Señor.

Carlos Colmenarejo OP.
carloscolme@dominicos.org


33. 

I. La Primera lectura de la Misa [1] nos recuerda la curación de Naamán de Siria, sanado de la lepra por el Profeta Eliseo. El Señor se sirvió de este milagro para atraerlo a la fe, un don mucho mayor que la salud del cuerpo. Ahora reconozco que no hay Dios en toda la tierra más que el de Israel, exclamó Naamán al comprobar que se encontraba sano de su terrible enfermedad. En el Evangelio [2], San Lucas nos relata un hecho similar: un samaritano -que, como Naamán, tampoco pertenecía al pueblo de Israel- encuentra la fe después de su curación, como premio a su agradecimiento.

 

Jesús, en su último viaje a Jerusalén, pasaba entre Samaría y Galilea. Y al entrar en una aldea le salieron al encuentro diez leprosos que se detuvieron a lo lejos, a cierta distancia del lugar donde se encontraban el Maestro y el grupo que le acompañaba, pues la Ley prohibía a estos enfermos [3] acercarse a las gentes. En el grupo va un samaritano, a pesar de que no había trato entre judíos y samaritanos [4], por una enemistad secular entre ambos pueblos. La desgracia les ha unido, como ocurre en tantas ocasiones en la vida. Y levantando la voz, pues están lejos, dirigen a Jesús una petición, llena de respeto, que llega directamente a su Corazón: Jesús, Maestro, ten piedad de nosotros. Han acudido a su misericordia, y Cristo se compadece y les manda ir a mostrarse a los sacerdotes, como estaba preceptuado en la Ley [5], para que certificaran su curación. Se encaminaron don de les había indicado el Señor, como si ya estuvieran sanos; a pesar de que todavía no lo estaban, obedecieron. Y por su fe y docilidad, se vieron libres de la enfermedad.

 

Estos leprosos nos enseñan a pedir: acuden a la misericordia divina, que es la fuente de todas las gracias. Y nos muestran el camino de la curación, cualquiera que sea la lepra que llevemos en el alma: tener fe y ser dóciles a quienes en nombre del Maestro, nos indican lo que debemos hacer. La voz del Señor resuena con especial fuerza y claridad en los consejos que -nos dan en la dirección espiritual.

 

II. Y sucedió que, mientras iban, quedaron limpios. Nos podemos imaginar fácilmente su alegría. Y en medio de tanto alborozo, se olvidaron de Jesús. En la desgracia, se acuerdan de Él y le piden; en la ventura, se olvidan. Sólo uno, el samaritano, volvió atrás, hacia donde estaba el Señor con los suyos. Probablemente regresó corriendo, como loco de contento, glorificando a Dios a gritos, señala el Evangelista. Y fue a postrarse a los pies del Maestro, dándole gracias. Es ésta una acción profundamente humana y llena de belleza. «¿Qué cosa mejor podemos traer en el corazón, pronunciar. con la boca, escribir con la pluma, que estas palabras, «gracias a Dios»? No hay cosa que se pueda decir con mayor brevedad, ni oír con mayor alegría, ni sentirse con mayor elevación, ni hacer con mayor utilidad» [6]. Ser agradecido es una gran virtud.

 

El Señor debió de alegrarse al ver las muestras de gratitud de este samaritano, y a la vez se llenó de tristeza al comprobar la ausencia de los demás. Jesús esperaba a todos: ¿No son diez los que han quedado limpios? Y los otros nueve, ¿dónde están?, preguntó. Y manifestó su sorpresa: ¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios sino sólo este extranjero? ¡Cuántas veces, quizá, Jesús ha preguntado por nosotros, después de tantas gracias! Hoy en nuestra oración queremos compensar muchas ausencias y faltas de gratitud, pues los años que contamos no son sino la sucesión de una serie de gracias divinas, de curaciones, de llamadas, de misteriosos encuentros. Los beneficios recibidos -bien lo sabemos nosotros- superan, con mucho, las arenas del mar [7], como afirma San Juan Crisóstomo.

 

Con frecuencia tenemos mejor memoria para nuestras necesidades y carencias que para nuestros bienes. Vivimos pendientes de lo que nos falta y nos fijamos poco en lo que tenemos, y quizá por eso lo apreciamos menos y nos quedamos cortos en la gratitud. 0 pensamos que nos es debido a nosotros mismos y nos olvidamos de lo que San Agustín señala al comentar este pasaje del Evangelio: «Nuestro, no es nada, a no ser el pecado que poseemos. Pues ¿qué tienes que no hayas recibido? (1 Cor 4, 7)» [8].

 

Toda nuestra vida debe ser una continua acción de gracias. Recordemos con frecuencia los dones naturales y las gracias que el Señor nos da, y no perdamos la alegría cuando pensemos que nos falta algo, porque incluso eso mismo de lo que carecemos es, posiblemente, una preparación para recibir un bien más alto. Recordad las maravillas que Él ha obrado [9], nos exhorta el Salmista. El samaritano, a través del gran mal de su lepra, conoció a Jesucristo, y por ser agradecido se ganó su amistad y el incomparable don de la fe: Levántate y vete: tu fe te ha salvado. Los nueve leprosos desagradecidos se quedaron sin la mejor parte que les había reservado el Señor. Porque -como enseña San Bernardo- «a quien humildemente se reconoce obligado y agradecido por los beneficios, con razón se le prometen muchos más. Pues el que se muestra fiel en lo poco, con justo derecho será constituido sobre lo mucho, así como, por el contrario, se hace indigno de nuevos favores quien es ingrato a los que ha recibido antes» [10].

 

Agradezcamos todo al Señor. Vivamos con la alegría de estar llenos de regalos de Dios; no dejemos de apreciarlos. «¿Has presenciado el agradecimiento de los niños? -Imítalos diciendo, como ellos, a Jesús, ante lo favorable y ante lo adverso: "¡Qué bueno eres! ¡Qué bueno! ... 1”» [11]. ¿Agradecemos, por ejemplo, la facilidad para limpiar nuestros pecados en el Sacramento del perdón? ¿Damos gracias frecuentemente por el inmenso don de tener a Jesucristo con nosotros en la misma ciudad, quizá en la misma calle, en la Sagrada Eucaristía?

 

III. Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas [12], invita el Salmo responsorial Cuando vivimos de fe, sólo encontramos motivos para el agradecimiento. «Ninguno hay que, a poco que reflexione, no halle fácilmente en sí mismo motivos que le obligan a ser agradecido con Dios (...). Al conocer lo que Él nos ha dado, encontraremos muchísimos dones por los que dar gracias continuamente» [13].

 

Muchos favores del Señor los recibimos a través de las personas que tratamos diariamente, y por eso, en esos casos, el agradecimiento a Dios debe pasar por esas personas que tanto nos ayudan a que la vida sea menos dura, la tierra más grata y el Cielo más próximo. Al darle gracias a ellas, se las damos a Dios, que se hace presente en nuestros hermanos los hombres. No nos quedemos cortos a la hora de corresponder. «No creamos cumplir con los hombres porque les damos, por su trabajo y servicios, la compensación pecuniaria que necesitan para vivir. Nos han dado algo más que un don material. Los maestros nos han instruido, y los que nos han enseñado el oficio, o también el médico que ha atendido la enfermedad de un hijo y lo ha salvado de la muerte, y tantos otros, nos han abierto los tesoros de su inteligencia, de su ciencia, de su habilidad, de su bondad. Eso no se paga con b illetes de banco, porque nos han dado su alma. Pero también el carbón que nos calienta representa el trabajo penoso del minero; el pan que comemos, la fatiga del campesino: nos han entregado un poco de su vida. Vivimos de la vida de nuestros hermanos. Eso no se retribuye con dinero. Todos han puesto su corazón entero en el cumplimiento de su deber social: tienen derecho a que nuestro corazón lo reconozca» [14]. De modo muy particular, nuestra gratitud se ha de dirigir a quienes nos ayudan a encontrar el camino que conduce a Dios.

 

El Señor se siente dichoso cuando también nos ve agradecidos con todos aquellos que cada día nos favorecen de mil maneras. Para eso es necesario pararnos, decir sencillamente «gracias» con un gesto amable que compensa la brevedad de la palabra... Es muy posible que aquellos nueve leprosos ya sanados bendijeran a Jesús en su corazón.... pero no volvieron atrás, como hizo el samaritano, para encontrarse con Jesús, que esperaba. Quizá tuvieron la intención de hacerlo... y el Maestro se quedó aguardando. También es significativo que fuera un extranjero quien volviera a dar las gracias. Nos recuerda a nosotros que a veces estamos más atentos a agradecer un servicio ocasional de un extraño y quizá damos menos importancia a las continuas delicadezas y consideraciones que recibimos de los más allegados.

 

No existe un solo día en que Dios no nos conceda alguna gracia particular y extraordinaria. No dejemos pasar el examen de conciencia de cada noche sin decirle al Señor: «Gracias, Señor, por todo». No dejemos pasar un solo día sin pedir abundantes bendiciones del Señor para aquellos, conocidos o no, que nos han procurado algún bien. La oración es, también, un eficaz medio para agradecer: Te doy gracias, Dios mío, por los buenos propósitos, afectos e inspiraciones que me has comunicado...

 

 

Notas:

 

[1] 2 Rey 5, 14-17.

[2] Lc 17, 11-19.

[3] Cfr. Lev 13, 45.

[4] Cfr. 2 Rey 17, 24 ss.; Jn 4, 9.

[5] Cfr. Lev 14, 2.

[6] SAN AGUSTÍN, Epístola 72. –

[7] Cfr. SAN JUAN CRISÓSTOMO, Homilías sobre San Mateo, 25, 4.

[8] SAN AGUSTIN, Sermón 176, 6.

[9] Sal 104, 5.

[10] SAN BERNARDO, Comentario al Salmo 50, 4, 1.

[11] J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Camino, n. 894.

[12] Salmo responsorial. Sal 97, 1-4.

[13] SAN BERNARDO, Homilía para el Domingo VI después de Pentecostés, 25, 4.

[14] G. CREVROT, «Pero Yo os digo ... ». Rialp, Madrid 1981, pp. 117-118.

 

 

Meditación extraída de la serie «Hablar con Dios», Tomo V, Vigésimo Octavo Domingo del Tiempo Ordinario por Francisco Fernández Carvajal.

 


34.

Fuente: Catholic.net
Autor: P. Antonio Izquierdo

Nexo entre las lecturas

“La obediencia de la fe” nos ayuda a leer unitariamente los textos de este domingo. Los diez leprosos se fían de la palabra de Jesús y se ponen en camino para presentarse a los sacerdotes, a fin de que reconocieran que están curados de la lepra (Evangelio). Naamán el sirio obedece las palabras de Eliseo, a instancias de sus siervos, sumergiéndose siete veces en el Jordán, con lo que quedó curado (Primera lectura). La obediencia de la fe hace que Pablo termine en cadenas y tenga que sufrir no pocos padecimientos (Segunda lectura).


Mensaje doctrinal

1. El poder de la obediencia. Los dos milagros de que nos hablan los textos destacan el poder de la obediencia. No hay gestos curativos ni de Eliseo ni de Jesús. No se mencionan fórmulas terapéuticas, dirigidas al enfermo, como sucede en otros relatos de milagros. Hay solamente un mandato. El de Eliseo a Naamán suena así: “Ve y báñate siete veces en el Jordán”. A los leprosos Jesús les dice: “Id y presentaos a los sacerdotes”. Tanto Naamán como los diez leprosos todavía no han sido curados, ni siquiera saben si lo serán. Pero se fían y obedecen. Y la fuerza de su confianza y de su obediencia hizo el milagro. La obediencia implica ya, al menos, un grado mínimo de fe en la persona a la que se obedece. Una fe que no está exenta de tropiezos y dificultades.

Esto es patente en la historia de Naamán. Él tenía otra concepción y otras expectativas sobre el milagro y sobre el modo de realizarse: “¡Saldrá seguramente a mi encuentro, se detendrá, invocará el nombre de su Dios, frotará con su mano mi parte enferma, y sanaré de la lepra!”. Nada de esto se efectuó. Ni siquiera vio a Eliseo, pues el mensaje del profeta le llegó por un intermediario. Naamán estaba hecho una furia, y regresaba a su casa, habiendo perdido toda esperanza de curación. En el camino, persuadido por sus siervos, obedeció, se bañó en el Jordán y “su carne volvió a ser como la de un niño pequeño, y quedó curado”. Naamán, por fin, se dio cuenta de que no son las aguas las que curan la lepra, sino el Espíritu de Dios que se sirve del Jordán, como de otros muchos medios, para hacer el bien y salvar al hombre.

Los diez leprosos, ante el mandato de Jesús, se pusieron en camino hacia el templo de Jerusalén. Tenían que caminar unos buenos kilómetros. Seguían siendo leprosos y... ¿cómo subir así hasta Jerusalén y presentarse a los sacerdotes? ¿No sería mejor esperar hasta constatar que estaban realmente curados? Vencieron estas dificultades y, en el camino sintieron que su carne se renovaba y quedaba sanada. La obediencia de la fe posee la potencia del milagro. ¿No es acaso también la obediencia de la fe la que hace que Pablo esté encarcelado por el Evangelio? ¿La que permite a Pablo soportar cualquier sufrimiento para que la salvación llegue a todos?


2. La “curación” integral. Naamán quedó curado de lepra, pero seguía enfermo de ceguera espiritual. Como hombre bien educado retorna a casa de Eliseo y le ofrece, en señal de agradecimiento, ricos regalos. Eliseo los rehúsa. Ahora, ante el hombre de Dios, comienzan a abrírsele los ojos sobre el verdadero Dios, hasta el punto de llegar a decir: “Tu siervo no ofrecerá ya holocausto ni sacrificio a otros dioses más que a Yahvé”. Algo semejante le sucede a uno de los leprosos al quedar curado. Nueve de ellos prosiguen su marcha hacia Jerusalén, se presentan al sacerdote y regresan felices a la casa familiar, olvidándose de Jesús e imposibilitando con ello el que Jesús les otorgue la salvación que Él ha venido a traer a los hombres. El último, un samaritano, al verse curado, siente interiormente el impulso de volver a Jesús para agradecérselo. Se postra a sus pies en adoración agradecida. Y Jesús le concede no sólo verse libre de la lepra, sino también del pecado, de todo aquello que le impedía obtener la salvación. “Vete, tu fe te ha salvado”. A Pablo el encuentro con Jesús en el camino de Damasco le ha abierto los ojos a la fe en Cristo, liberándole de su mentalidad estrictamente farisaica, de su odio a los cristianos, incluso de las mismas debilidades humanas, hasta el punto de soportar serenamente las cadenas de la prisión y de mantenerse firme en el seguimiento y anuncio del mensaje evangélico. Jesucristo en verdad es El gran médico de cuerpos y almas.


Sugerencias pastorales

1. Razones para obedecer. Todo hombre, desde el nacimiento a la tumba, se pasa gran parte de la vida obedeciendo. Como hombres y como cristianos resulta provechoso que tengamos buenas razones para obedecer.

La obediencia agrada a Dios. Dios no es un extraño, es nuestro Padre. ¿Cómo no buscar agradarle?

Jesús, nuestro modelo, es un testigo supremo de obediencia. Obedeció a Dios en los largos años pasados en Nazaret, sometiéndose a sus padres. Obedeció a Dios durante su vida pública, teniendo como su alimento diario la voluntad de su Padre. Le obedeció hasta la muerte y tuvo una muerte de cruz.

El Espíritu Santo nos acompaña y fortalece interiormente, de modo que al obedecer no nos sintamos solos y débiles.

El “fiat” de María nos interpela en nuestra obediencia solícita, sencilla y constante a la vocación y misión que Dios nos ha confiado. El “fiat” generoso de María, que recordamos tres veces cada día, es un aguijón en la conciencia cristiana.

El carácter social del hombre y el carácter comunitario de la fe hablan por sí mismos de la necesidad de una organización, de una autoridad, y, por consiguiente, de la necesidad de la obediencia.

La obediencia, cuando se hace con fe y con amor, infunde una gran paz en el que obedece. El lema episcopal del Papa Juan XXIII lo pone de manifiesto: Oboedientia et pax.

La obediencia creyente y amorosa contribuye poderosamente a la maduración de la personalidad cristiana, que tiene como programa, por encima de todo, la voluntad de Dios. “Ante todas las cosas, tu Voluntad, Señor”.

La experiencia y la prudencia que poseen los padres y educadores, al igual que la gracia propia que han recibido quienes detentan alguna autoridad en la Iglesia.

La eficacia que la obediencia proporciona a una institución civil o eclesiástica en la consecución de sus fines propios. De la unión y de la obediencia viene la fuerza.


2. Disensión y obediencia. El individualismo, tan acentuado hoy día, es una vía amplia que conduce fácilmente a la disensión en el seno de la familia, de la sociedad y de la comunidad eclesial. El disentir sobre cosas opinables, sin mucha importancia, pase. Pero el disentir habitual sobre aspectos fundamentales de la vida y de la fe, –y el hacerlo como un derecho inalienable del hombre–, constituye una osadía rayana en una cierta intemperancia intelectual o en una clara ignorancia supina. Es verdad que en ocasiones puede darse una disensión legítima, si surge después de una madura reflexión, con un sincero afán de búsqueda de la verdad, y si se manifiesta con discreción y por los cauces establecidos. A veces, sin embargo, se tiene la impresión de que hay gente que está a la caza de una declaración del obispo o del papa para casi automáticamente disentir de ella. La Iglesia no es una aglomeración de individuos, ni la razón es el único metro de la vida eclesial. ¿Por qué no elevarse por encima de todo ello, y obedecer la tentación de disentir por medio de una fe robusta y de una obediencia sencilla y eclesial? ¡El Reino de Cristo ganaría credibilidad en el concierto de los hombres! ¡Y sobre todo seríamos mejores cristianos!


35. INSTITUTO DEL VERBO ENCARNADO 2004

Comentarios Generales

2 Reyes 5, 14- 17:

La intención de esta escena de la curación de Naamán, general del ejército de Siria, es poner de relieve la soberanía y omnipotencia de Yahvé Dios único:

- Naamán recibe la instantánea curación de su lepra tan luego se baña en el Jordán. Esta curación sabe él que es debida no al agua (Siria tenía ríos mejores que el Jordán), sino al poder de Yahvé Dios de Israel, en cuyo nombre Eliseo le ha devuelto la salud. A vista de tal prodigio Naamán cree con fe sincera en Yahvé, confiesa y profesa valiente y agradecido su fe: “Reconozco que no hay en toda la tierra otro Dios que el Dios de Israel” (15). Y a Él solo da culto.

- Otra enseñanza de este relato es el desinterés con que ha de proceder el enviado de Dios. Eliseo rechaza los obsequios y regalos que Naamán le ofrece con generosa gratitud. Eliseo no ha sido más que el instrumento de Dios. La gloria debe ser toda para Dios. Y nunca los dones de Dios pueden ser objeto de compra venta. Contrasta este desinterés de Eliseo con la avaricia del criado Gehazi (20).

- Jesús nos propone como modelo de fe a Naamán en contraste con la incredulidad de sus oyentes: “Muchos eran los leprosos en Israel en tiempos de Eliseo Profeta, mas ninguno de ellos fue curado sino el sirio Naamán” (Lc 4, 27). Siempre la fe es un don de Dios. Pero los hombres pueden no aceptarlo; pueden rechazarlo con protervia; pueden tenerlo estéril e inoperante. Es de nuestra responsabilidad mantenernos abiertos a la fe; ser dóciles a su llamada y a su dinamismo; perseverar en ella; y granjearnos con la misma plenitud de la vida divina.

2 Timoteo 2, 8- 13:

San Pablo instruye a Timoteo acerca del contenido, de la vivienda y del dinamismo de nuestra fe:

- El contenido de la fe se cifra en la Persona y en la Obra Salvífica de Cristo (8): Cristo Jesús, Mesías del linaje de David, Redentor nuestro con su Pasión y Muerte, Hijo de Dios entronizado en gloria por la Resurrección. Siempre debemos tener en la memoria estas verdades que forman el contenido esencial de nuestra fe.

- Pero la fe no es un sistema de dogmas ni tampoco un programa moral. Para Pablo creer en Cristo significa vivir en Cristo y vivir de Cristo. Una vivencia que se llama “comunión”; comunión que debe ser total y perenne: “Es doctrina indiscutible: Si con Él morimos, también con Él viviremos; si con el sufrimos, también con Él reinaremos”; y, por el contrario: “Si le somos traidores, también Él nos repudiará” (11- 12). La vida del cristiano será una imitación tan perfecta de Cristo, una unión tan íntima con Él, que hará propias la Pasión y la Resurrección de Cristo. La asimilación perfecta y vital a Cristo queda como exigencia ineludible de nuestro Bautismo, como fruto precioso de nuestra fe.

- Pablo no olvida que escribe a Timoteo; Pastor de la Iglesia. Y si en todo cristiano la fe debe ser luz que ilumina a todos y fermento que transmuda la masa, en un Pastor es mucho más apremiante el deber de predicar y dilatar la fe. No hay poder humano que pueda impedir al Apóstol predicar el mensaje del Evangelio. Pablo es consciente de esta virtud divina del Evangelio: “Por el Evangelio estoy encadenado. Pero la Palabra de Dios no está encadenada” (9). Los poderes humanos pueden encadenar a los mensajeros del evangelio, pero no tienen cadenas para el mensaje. Las mismas cadenas del heraldo encarcelado son los mejores voceros de Cristo (Flp 1, 13). ¿Hay algo más eficaz en la vida del Apóstol que su propia pasión?: “Todo lo sufro en bien de los elegidos, a fin de que ellos también obtengan la salvación que nos da Cristo Jesús con la eterna gloria” (10). ¡La salvación al precio de la Sangre de Jesús! ¡Y de la pasión del Apóstol!

Lucas 17, 11- 19

En un contexto todo él dedicado a la fe nos pone Lucas este relato. Es también exhortación a la fe. A este sublime don de Dios puede el hombre responder con amor y gratitud o con tibieza y negligencia; incluso puede rechazarlo:

- Los leprosos tenían prohibido por la Ley toda convivencia social. Y no podían reanudarla si el sacerdote no les declaraba limpios y perfectamente curados. Este grupo de diez leprosos se ha asociado en la desgracia común. Entre ellos hay un samaritano. En el dolor y miseria que comparten por igual los diez nada montan las rencillas que dividen a judíos y samaritanos.

- En la escena de la curación va a descollar este samaritano. Cierto, los diez muestran una fe inicial al ponerse en camino en busca del sacerdote que ha de confirmar su curación. Fe inicial que premia Jesús dándoles a los diez plena salud. Pero como en el caso del extranjero Naamán, que al recibir la curación de su lepra por medio de Eliseo se convierte totalmente a Dios, así sólo ahora el extranjero samaritano se acuerda de dar gracias a Jesús, de dar gloria a Dios. Este responde plenamente al don de la fe. Los otros nueve son tibios y desagradecidos.

- Jesús premia al samaritano. A su curación corporal añade la más valiosa de su alma: “Tu fe te ha salvado” (19). Siempre a toda aceptación agradecida de un don de Dios corresponde inmediatamente una dádiva mayor. El samaritano, por su fe, entra plenamente en la salvación que trae Cristo.

- La oración de los leprosos es modélica:

“Jesús”. Invocan al “Salvador”. Los milagros de Jesús manan de su Poder divino y son “signos” de su función de Redentor.

“Maestro”: Ellos necesitan Médico; les sanará el amor y la Palabra de Jesús.

“Ten compasión de nosotros”: Apelan a la misericordia de Jesús. La Liturgia conserva esta súplica: “Cristo ten piedad de nosotros”.

Uno de los leprosos, el Samaritano, es prototipo del creyente perfecto. Se adhiere con fe plena (Fe Teologal) a Jesús y de él recibe la Salud plena (la Salvación).

La ingratitud de los otros apena a Cristo. A cuántos, que han recibido tantas gracias en la Iglesia y se han apartado de ella, podría dirigir Jesús la queja: “¿Dónde están...?”

*Aviso: El material que presentamos está tomado de José Ma. Solé Roma (O.M.F.),"Ministros de la Palabra", ciclo "C", Herder, Barcelona 1979.

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Dr. D. Isidro Gomá y Tomás

ÚLTIMO VIAJE A JERUSALÉN: CURACIÓN

DE DIEZ LEPROSOS: Lc. 17, 11-19

Explicación. —Viaje a Jerusalén (11). — En Efrén, a donde se había retirado Jesús después de la resurrección de Lázaro, estuvo Jesús unos días, tal vez unas semanas. No es improbable que desde la ciudad hiciese algunas excursiones a los lugares limítrofes para predicar el Evangelio. Por las cercanías de Pascua, la última de su vida mortal, resolvió Jesús subir a Jerusalén. No lo hizo directamente, por lo que le hubiese bastado menos de una jornada de marcha, sino que se remontó al norte, atravesando probablemente la Samaria, hasta llegar a los confines de la Galilea, y allí dobló hacia el este, teniendo la Galilea a la izquierda y la Samaria a la derecha, tomando la dirección de la Perea y bajando a la Judea por la ruta del valle del Jordán y a la izquierda de este río. El viaje fue lento, y duró quizás algunas semanas: Y aconteció que, yendo él a Jerusalén, pasaba por entre la Samaria y la Galilea. Mientras iba a la capital, predicaba y obraba milagros. El tercer Evangelista es el más copioso en la narración de los sucesos de este tiempo, que quizá comprenda las últimas semanas antes de la Pascua del año último de la vida pública de Jesús.

Curación de diez leprosos (12-19). — Y entrando en una aldea, ignórase cuál fuese, ni a qué provincia perteneciese, saliéronle al encuentro diez hombres leprosos, nueve de ellos judíos y uno samaritano, que se pararon de lejos, como lo prescribía la ley (Lev. 13, 45.46): si el viento sopla del lado del leproso, el rabino Jocanán afirma no poderse acercar a menos de cuatro codos del leproso; a menos de cien, según Simeón. Y alzaron la voz, por razón de la distancia y por sus deseos vehementes de curar, diciendo: Jesús Maestro, ten misericordia de nosotros: claman juntos, a una voz, para mover a compasión a Jesús; a pesar de los odios nacionales entre judíos y samaritanos hay entre ellos comunidad de sentimientos, efecto de la identidad de desgracia.

Jesús prueba su fe: mandaba la Ley que el curado de lepra se presentase al sacerdote para la pública declaración de limpieza (Lev. 13, 2); ellos, aunque no curados, obedecen: El, cuando los vio, dijo: Id, mostraos a los sacerdotes. Y aconteció que, mientras iban, quedaron limpios, en premio de su fe sincera y a su pronta obediencia. La repentina curación del terrible mal llenó de gozo a aquellos hombres, aunque sólo uno lo manifiesta: Y uno de ellos, cuando vio que había quedado limpio, volvió glorificando a Dios a grandes voces, efecto de su emoción y gratitud, que manifiesta hacia Dios, que por el Taumaturgo le ha concedido tal don, y hacia el mismo Jesús: Y se postró, rostro en tierra, a los pies de Jesús, como lo hacen los orientales ante los grandes personajes, dándole gracias: y éste era samaritano, y, como tal, odiado de los judíos (Ioh. 4, 9; Lc. 10, 33).

Jesús aprovecha la ocasión del retorno del samaritano para quejarse de la ingratitud de los demás, que quizá como israelitas, se creían con derecho a ser curados: Y respondió Jesús, y dijo: ¿Por ventura no quedaron limpios los diez? Y los nueve, ¿dónde están? Hace Jesús las preguntas para dar a los circunstantes la grave lección que sigue: No hubo quien volviese y diese gloria a Dios, sino este extranjero: todos tuvieron fe y obediencia; sólo unο es de alma agradecida: muchos reciben beneficios; pocos demuestran su gratitud con las obras. Y, después de haber Jesús alabado el samaritano, le dijo, amablemente para despedirle: Levántate, vete, que tu fe te ha hecho salvo. Parece a muchos intérpretes este episodio un presagio de la conversión y gratitud de muchos gentiles y de la indiferencia y protervia de los judíos.

Lecciones morales. — A) v. 12. — Salieron le al encuentro diez hombres leprosos... — La identidad de dolencia hizo concordes a estos infelices. Y deseaban que pasara Jesús, y estaban ansiosos de verle, dice un intérprete. Se quedan lejos de Jesús, porque les infunde rubor su inmundicia, y temen que Jesús sienta hacia ellos la repugnancia que los demás, dice Teofilacto. ¡Qué bella imagen de la plegaria en común de cuantos sienten la misma necesidad y a quienes da rubor la santidad de Jesús y la propia miseria! La oración acerca a Jesús a los leprosos, que son curados. La humildad de la plegaria nos hará propicio al Señor, y más si somos unánimes en la oración.

B) v. 13. — Y alzaron la voz... —Levantaron la voz, no avergonzándose de la súplica ni de la miseria física que padecían. Y le llamaron «Jesús», dice un comentarista, para lograr la eficacia del nombre, que es «salvación». Y le dijeron: «ten misericordia de nosotros», confesando su poder y pidiendo una cosa justa. Y le apellidaron «Maestro», Señor, reconociendo su gran dignidad. Están condensadas en esta brevísima oración las principales condiciones de la nuestra ante Jesús.

C) v. 14. — Id, mostraos a los sacerdotes. — Todavía no estaba abolido el sacerdocio de la ley divina; y, a pesar del odio que aquellos días sentían los principales sacerdotes contra Jesús, Él observa con ellos todo lo que la ley prescribe. En lo que nos da dos lecciones: primera, de respeto a las prescripciones legales, especialmente en materia religiosa, de las que ni El, el Sumo Sacerdote, quiere dispensarse; y luego, de consideración al ministerio, aunque quien lo ejerce no tenga tal vez las condiciones de dignidad personal y de virtud que sus oficios reclaman. Necios son quienes dicen, ante la conducta de algún ministro de Dios, que ello les hace perder la fe; porque ésta nunca puede depender de las condiciones personales de quien la predica. ¡Pobre fe la de quien funda, no en la infalibilidad y en la veracidad de Dios que nos la impone, sino en la vida movediza de un hombre, aunque sea un ministro de Dios y un predicador de su fe!

D) v. 16. — Y éste era samaritano. — La diferencia de nacionalidad y de religión, los prejuicios de raza, no son bastante a debilitar la fe del samaritano, ni son obstáculo a la magnífica conducta que sigue con Jesús. Ni todo ello es óbice para que le alabe el 'Señor. Nadie, aunque sea nacido de santos, se ensoberbezca; nueve eran los israelitas, y fueron todos ingratos. Dios no es aceptador de personas. Cumplamos con él como debemos, y él no nos faltará, ni nos echará en cara lo que desplazca a los hombres.

E) v. 17. — Y los nueve, ¿dónde están?— Nos colma Jesús de sus dones, siempre y en todas las circunstancias de la vida. ¡Qué de gracias de iluminación, de moción, de perdón! ¡Cuántos beneficios en el orden temporal y espiritual! ¡Qué de exquisiteces ha tenido con nosotros, sacándonos de apuros, librándonos de peligros, dándonos, en fin, mil pruebas de su paternal benevolencia! Y los nueve, ¿dónde están? ¿Cuántas veces damos gracias a Dios por sus beneficios? ¿Cuántos son los hombres que se las dan? ¿Cuántos, sobre todo, manifiestan su gratitud con las obras, haciendo que ellas sean semilla de otros dones de la munífica mano del Señor?

(Dr. D. Isidro Gomá y Tomás, El Evangelio Explicado, Vol. II, Ed. Acervo, 6ª ed., 1967, p. 282-285)

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P. leonardo castellani

El evangelio de la ingratitud

El evangelio de este Domingo relata la curación de diez leprosos, y se podría llamar "el evangelio de la Ingratitud", tomando ese título de un gran sermón de San Bernardo, el XLIII. Aparentemente no hay nada que comentar en él: el Salvador o Salud-Dador - que esto significa Salvador- curó a los leprosos, uno de ellos dio la vuelta a darle las gracias y el Salvador reprendió la ingratitud de los otros nueve. El gran exegeta Maldonado dice: "el que quiera interpretaciones alegóricas, que lea San Agustín, Teofilacto o San Bernardo"; la interpretación literal no tiene dificultad ninguna, es un relato simple, uno de tantos entre los milagros que hizo Nuestro Señor... La gratitud y la ingratitud todos saben lo que son: al Samaritano curado que volvió a agradecer, Jesucristo le dijo: "Tu fe te ha sanado", como lo hubiera dicho a los otros nueve judíos si hubieran venido; porque fe aquí (pistís en griego) significa simplemente confianza, fiarse de alguno, que es el significado primitivo de esa palabra, dice Maldonado. Y ellos tuvieron confianza en Cristo que les dijo: "Vayan a mostrarse a los sacerdotes", que era lo que el Levítico, Capítulo XIV, mandaba a los leprosos ya curados; ellos se pusieron en camino confiadamente: y en la mitad del camino se sintieron sanos...

No hay nada que comentar. No hay enseñanzas profundas... Listo.

En cualquier trozo del Evangelio hay una enseñanza profunda: sucede sin embargo que no la vemos: no somos capaces de desentrañarla a veces.

Lastima que Maldonado murió hace casi cuatro siglos: me gustaría hablar con él.

-¡Che, andaluz! - le diría-. ¿No te parece que Cristo hizo aquí una andaluzada? ¿Te parece tan sencillo lo que dijo Cristo? Dime un poco, gachó: los leprosos curados fueron todos al sacerdote, recibieron su certificado que los restituía a la vida social, y entonces el Samaritano volvió a dar gracias a Cristo, y los demás se fueron a sus casas? ¿No es así?

- ¡No! De ninguna manera. El Evangelio no dice eso...

-¡Qué lástima! Porque si lo dijera tendrías razón tú: no habría nada que comentar: menos trabajo para mí.

-El Evangelio dice expresamente que apenas se sintió curado, el Samaritano volvió grupas y vino a “magnificar a Dios con grandes voces”; de los demás no dice dónde fueron; pero es mas probable que fueron a presentarse a los Sacerdotes, como la Ley se los mandaba, y como a ellos les convenía tremendamente; porque has de saber que - diría Maldonado con su gran erudición- por la ley de Moisés -y muy prudente ley higiénicamente hablando- los leprosos eran separados (que es como todavía se dice leproso en lengua alemana Aussaetzige), eran denominados impuros y debían gritar esa palabra y agitar unas campanillas o castañetas cuando alguien se les acercaba; no podían vivir en los pueblos, y solían juntarse en grupitos para ayudarse unos a otros los pobres -cosas todas que se ven en este evangelio - y para ser liberados de estas imposiciones legales en caso de curarse -pues la lepra es curable en sus primeros pasos, y además existe la falsa lepra- debían ser reconocidos y testificados por los sacerdotes... De modo que es claro lo que pasó: uno volvió a Cristo y los demás siguieron su camino adonde debían y adonde además los había mandado el mismo Cristo..., me diría Maldonado.

-Por lo tanto -habría de decirle yo- si es así, aquí Cristo estuvo un poco mal, pues reprendió a los nueve judíos que no hacían sino lo que él les había dicho; y los reprendió antes de saberse si iban a volver o no después, a darle las gracias. Su conducta es bastante inexplicable. Parecería que pecó de apresurado en condenar de ingratos a los nueve judíos; y de presuntuoso en pretender le diesen las gracias a El antes de cumplir con la Ley. Los que estaban allí debieron de haberse asombrado; y uno de ellos podía haberle dicho: “No te apresures, Maestro, en reprender a los otros; al contrario, éste es el que parece merecer reproche, porque ha obrado impulsivamente, irrefrenablemente...”.

-Yo soy un teólogo de gran fama, conocido en toda Europa, por lo menos: en los dominios de la Sacra Cesárea Real Majestad de nuestro Amo y Señor Carlos V de Alemania y Primero de España; he enseñado en la Universidad de París, donde desbordaban mis aulas de alumnos, y de donde tuve que salir por la malquerencia y envidia de los profesores franceses, y retirarme a Bourges a componer mi Comentario a los Evangelios, que es lo mejor que ha producido la ciencia de la Contrarreforma; y a mí se me ha aparecido dos veces en sueños el Apóstol San Juan, como cuenta el Menologio de Varones Ilustres de la Compañía de Jesús. Tú eres un pobre cura, que no se sabe bien si pertenece al clero regular o irregular, de una nación ignorante y chabacana, sin educación, sin tradición y sin solera. De modo que es mejor que ni hablemos más, me figuro me diría Maldonado si estuviera vivo: que era bastante vivo de genio.

Por suerte está muerto. Si él ha visto en sueños al Apóstol San Juan, yo he visto al demonio innumerables veces; y si él tiene el derecho de no asombrarse del Evangelio, yo tengo el derecho de asombrarme todo cuanto puedo. No es exacto que Jesucristo es profundo, como dije arriba, me equivoqué. Platón es profundo, San Agustín es profundo; Jesucristo no dice nada más que lo que dice el seminarista Sánchez o el peor profesor de Teología; pero lo que dice es infinito, y hasta el fin del mundo encontrarán los hombres allí cosas nuevas. Platón tiene una teoría profunda sobre la inmortalidad del alma; Jesucristo no hace más que afirmar la inmortalidad del alma. Pero...

La conducta con el Leproso Samaritano significa simplemente que, según Cristo, las cosas de Dios están primero y por encima de todos los mandatos de los hombres; una nota que resuena en todo el Evangelio continuamente; y que en realidad define al Cristianismo.

Dios está inmensamente por encima de todas las cosas. Delante de El todo lo demás desaparece; la relación con El invalida todas las otras relaciones. El leproso samaritano que en el momento de sentirse curado sintió el paso augusto de Dios y se olvidó de todo lo demás, hizo bien; los demás hicieron mal. Y la palabra con que Cristo cerró este episodio: “Levantate, tu fe te ha hecho salvo”, no se refiere solamente a la confianza común que tuvo al principio en El -la cual no fue la que lo sanó, a no ser a modo de condicionamiento- sino también a otra divina confianza que nació en su alma al ser limpiado; y que limpió su alma con ocasión de ser limpiado su cuerpo; y que importa mucho más que la salud del cuerpo. Porque lo que hizo este forastero al volver a Cristo, no fue gritarle como antes desde lejos “¡Maestro!”, sino tirarse en el suelo con el rostro ante sus pies, postrarse panza a tierra, que es el gesto que en Oriente significa la adoración de la Divinidad. Por lo tanto: “levanta y vete tranquilo, tu Fe te ha salvado”, cuerpo y alma.

Dios está inmensamente por encima de todas las cosas. ¿Eso lo enseñó Cristo? Eso lo dijo mucho antes el Bhuda, Sidyarta Gautama. Sí, pero en Cristo hay una palabrita diferente, una palabrita terrible. “Por Dios debes dejarlo todo”, dijo el Bhuda. Cristo dijo lo mismo: “Por «Mí » debes dejarlo todo”.

Esa palabrita diferente resuena en todo el Evangelio:

“El que ama a su padre y a su madre más que a «Mí », no es digno de Mí”.

“-El que deja por «Mí », padre, madre, esposa, hijos y todos sus bienes...”.

“-Os perseguirán por «Mí » nombre...”.

“-Os darán la muerte por causa «Mía »....”.

“-Deja todo lo que tienes y sigue«Me »...”

“-Deja a los muertos que entierren a los muertos...”.

“-La vida eterna es conocerme a «Mí »...”. Y así sucesivamente.

De manera que en este evangelio hay también una paradoja, que no vio Maldonado -lo cual no le quita nada al buen Maldonado- que es la eterna paradoja de la fe; y en la manera de obrar de Cristo con el leproso Samaritano está afirmada -como en cada una de las páginas de cada uno de estos cuatro folletos- lo que constituye la originalidad y por decirlo así la monstruosidad del cristianismo; que es una cosa sumamente simple por otro lado: “Dieu premier servi”, como decía Juana de Arco: Dios es el Absolutamente Primero; Dios es el Excluyente, el Celoso; y... Cristo es Dios.

Mas si pide de nosotros gratitud -o si quieren llamarla correspondencia-, no es porque El la necesite sino porque nosotros la necesitamos. La ingratitud seca la fuente de las mercedes, y hace imposible a veces los beneficios; como podemos constatar a veces en nuestra pequeña experiencia, que a pesar de desearlo no podemos hacer bien a alguna persona; porque por su falta de disposición, no recibirá bien el bien; de modo que lo convertirá en mal.

- ¿Por qué no viene usted más a visitarme?

- Porque no le puedo hacer ningún bien.

- ¿Y por qué no me puede hacer ningún bien?

- Porque una vez le hice un bien... y usted me tomó por sonso.

Dios a veces no nos hace nuevos beneficios, porque no le hemos agradecido bastante los beneficios pasados. No los hemos tornado como beneficios de Dios, sino como cosas que nos son debidas; lo cual es tomarlo a Dios por sonso.



(P. Leonardo Castellani, El Evangelio de Jesucristo, Ed. Dictio, Bs. As., 1977, pp. 312-316)

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San Agustín

Sobre las palabras del Evangelio de San Lucas (17,11-19) ¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?

«No perdáis la esperanza. Si estáis enfermos, acercaos a Él y recibid la curación... Los que estáis sanos dadle gracias y los que estáis enfermos corred a Él para que os sane... Retened esto y perseverad en ello. Que nadie cambie; que nadie sea leproso. La doctrina inconstante, que cambia de color, simboliza la lepra de la mente. También ésta la limpia Cristo. Quizá pensaste distintamente en algún punto, reflexionaste y cambiaste para mejor tu opinión, y de este modo lo que era variado, pasó a ser de un único color. No te lo atribuyas, no sea que te halles entre los nueve que no le dieron gracias. Sólo uno se mostró agradecido; los restantes eran judíos; él, extranjero, y simbolizaba a los pueblos extraños. A Él, por tanto, le debemos la existencia, la vida y la inteligencia; a Él debemos el ser hombres, el haber vivido bien y el haber entendido con rectitud» (Sermón 176,6).


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Juan Pablo II

El Don de la Fe

La iglesia responsable de la verdad

Así, a la luz de la sagrada doctrina del Concilio Vaticano II, la Iglesia se presenta ante nosotros como sujeto social de la responsabilidad de la verdad divina. Con profunda emoción escuchamos a Cristo mismo cuando dice: "La palabra que oís no es mía, sino del Padre, que me ha enviado". En esta afirmación de nuestro Maestro, ¿no se advierte quizás la responsabilidad por la verdad revelada, que es "propiedad" de Dios mismo, si incluso El, "Hijo unigénito" que vive "en el seno del Padre", cuando la trasmite como profeta y maestro, siente la necesidad de subrayar que actúa en fidelidad plena a su divina fuente? La misma fidelidad debe ser una cualidad constitutiva de la fe de la Iglesia, ya sea cuando enseña, ya sea cuando la profesa. La fe, como virtud sobrenatural específica infundida en el espíritu humano, nos hace partícipes del conocimiento de Dios, como respuesta a su Palabra revelada. por esto se exige de la Iglesia que, cuando profesa y enseña la fe, esté íntimamente unida a la verdad divina y la traduzca en conductas vividas de "rationabile obsequium", obsequio conforme con la razón. Cristo mismo, para garantizar la fidelidad a la verdad divina, prometió a la Iglesia la asistencia especial del Espíritu de verdad, dio el don de la infalibilidad a aquellos a quienes ha confiado el mandato de transmitir esta verdad y de enseñarla -como había definido ya claramente el Concilio Vaticano I y, después, repitió el Concilio Vaticano II- y dotó, además, a todo el Pueblo de Dios de un especial sentido de la fe. (Redemptor Hominis 4,19).

El don más precioso que la Iglesia puede ofrecer al mundo de hoy, desorientado e inquieto, es el formar unos cristianos firmes en lo esencial y humildemente felices en su fe. La catequesis les enseñará esto y desde el principio sacará su provecho: "El hombre que quiere comprenderse hasta el fondo a sí mismo- no solamente según criterios y medidas del propio ser inmediatos, parciales a veces superficiales e incluso aparentes- debe, con su inquietud, incertidumbre e incluso con su debilidad y pecaminosidad, con su vida y con su muerte acercarse a Cristo. Debe, por decirlo así, entrar en El con todo su ser, debe "apropiarse" y asimilar toda la realidad de la Encarnación y de la Redención para encontrarse a sí mismo. (Catechesi Tradendae 8,61).

Discernimiento evangélico

El Discernimiento hecho por la Iglesia se convierte en el ofrecimiento de una orientación, a fin de que se salve y realice la verdad y la dignidad plena del matrimonio y de la familia.

Tal discernimiento se lleva a cabo en el sentido de la fe que es un don participado por el Espíritu Santo a todos los fieles. Es por tanto obra de toda la Iglesia, según la diversidad de los diferentes dones y carismas que junto y según la responsabilidad propia de cada uno, cooperan para un más hondo conocimiento y actuación de la Palabra de Dios. La Iglesia, consiguientemente, no lleva a cabo el propio discernimiento evangélico únicamente por medios de los Pastores, quiénes enseñan en nombre y con el poder de Cristo, sino también por medio de los seglares: Cristo "los constituye sus testigos y les dota del sentido de la fe y de la gracia de la palabra para que la virtud del evangelio brille en la vida diaria familiar y social". Más aún, los seglares por razón de su vocación particular tienen el cometido específico de interpretar a la luz de Cristo la historia de este mundo, en cuanto que están llamados a iluminar y ordenar todas las realidades temporales según el designio de Dios Creador y Redentor. (Familiaris Consortio I, 5).

La primera experiencia de Iglesia

La misión de la educación exige que los padres cristianos propongan a los hijos todos los contenidos que son necesarios para la maduración gradual de su personalidad, desde un punto de vista cristiano y eclesial. Seguirán pues las líneas educativas recordadas anteriormente, procurando mostrar a los hijos a cuán profundos significados conducen la fe y la caridad de Jesucristo. Además, la conciencia de que el Señor confía en ellos el crecimiento de un hijo de Dios, de un hermano de Cristo, de un templo del Espíritu Santo, de un miembro de la Iglesia, alentará a los padres cristianos en su tarea de afianzar en el alma de los hijos el don de la gracia divina.

El Concilio Vaticano II precisa así el contenido de la educación cristiana: "La cual no persigue solamente la madurez propia de la persona humana..., sino que busca, sobre todo, que los bautizados se hagan más conscientes cada día del don recibido de la fe, mientras se inician gradualmente en el conocimiento del misterio de la salvación; aprendan a adorar a Dios Padre en espíritu y en verdad, ante todo en la acción litúrgica, formándose para vivir según el hombre nuevo en justicia y santidad de verdad, y así lleguen al hombre perfecto, en la edad de la plenitud de Cristo y contribuyan al crecimiento del Cuerpo místico. Conscientes, además de su vocación, acostúmbrense a dar testimonio de la esperanza que hay en ellos y a ayudar a la configuración cristiana del mundo".

También el Sínodo, siguiendo y desarrollando la línea conciliar ha presentado la misión educativa de la familia cristiana como un verdadero ministerio, por medio del cual se transmite e irradia el Evangelio, hasta el punto de que la misma vida de familia se hace itinerario de fe y, en cierto modo, iniciación cristiana y escuela de los seguidores de Cristo. En la familia consciente de tal don, como escribió Pablo VI, "todos los miembros evangelizan y son evangelizados". (Familiaris Consortio II, 39).


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Catecismo de la Iglesia Católica

El Don de la Fe

99 En virtud de su sentido sobrenatural de la fe, todo el Pueblo de Dios no cesa de acoger el don de la Revelación divina, de penetrarla más profundamente y de vivirla de modo más pleno.

153 Cuando san Pedro confiesa que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios vivo, Jesús le declara que esta revelación no le ha venido "de la carne y de la sangre, sino de mi Padre que está en los cielos" (Mt 16,17). La fe es un don de Dios, una virtud sobrenatural infundida por El. "Para dar esta respuesta de la fe es necesaria la gracia de Dios, que se adelanta y nos ayuda, junto con el auxilio interior del Espíritu Santo, que mueve el corazón, lo dirige a Dios, abre los ojos del espíritu y concede «a todos gusto en aceptar y creer la verdad»".

162 La fe es un don gratuito que Dios hace al hombre. Este don inestimable podemos perderlo; san Pablo advierte de ello a Timoteo: "Combate el buen combate, conservando la fe y la conciencia recta; algunos, por haberla rechazado, naufragaron en la fe"(1 Tm 1,18-19). Para vivir, crecer y perseverar hasta el fin en la fe debemos alimentarla con la Palabra de Dios; debemos pedir al Señor que la aumente; debe "actuar por la caridad" (Ga 5,6), ser sostenida por la esperanza y estar enraizada en la fe de la Iglesia.

179 La fe es un don sobrenatural de Dios. Para creer, el hombre necesita los auxilios interiores del Espíritu Santo.

706 Contra toda esperanza humana, Dios promete a Abraham una descendencia, como fruto de la fe y del poder del Espíritu Santo. En ella serán bendecidas todas las naciones de la tierra. Esta descendencia será Cristo en quien la efusión del Espíritu Santo formará "la unidad de los hijos de Dios dispersos". Comprometiéndose con "juramento" (Lc 1,73). Dios se obliga ya al don de su Hijo Amado y al don del "Espíritu Santo de la Promesa, que es prenda... para redención del Pueblo de su posesión" (Ef 1,13-14) .

823 "La fe confiesa que la Iglesia... no puede dejar de ser santa. En efecto, Cristo, el Hijo de Dios, a quien con el Padre y con el Espíritu se proclama «el solo santo», amó a su Iglesia como a su esposa. El se entregó por ella para santificarla, la unió a sí mismo como su propio cuerpo y la llenó del don del Espíritu Santo para gloria de Dios". La Iglesia es, pues, "el Pueblo santo de Dios", y sus miembros son llamados "santos".

875 "¿Cómo creerán en aquél a quien no han oído?, ¿cómo oirán sin que se les predique?, y ¿cómo predicarán si no son enviados?" (Rm 10,14-15). Nadie, ningún individuo ni ninguna comunidad, puede anunciarse a sí mismo el Evangelio. "La fe viene de la predicación" (Rm 10,17). Nadie se puede dar a sí mismo el mandato ni la misión de anunciar el Evangelio. El enviado del Señor habla y obra no con autoridad propia, sino en virtud de la autoridad de Cristo; no como miembro de la comunidad, sino hablando a ella en nombre de Cristo. Nadie puede conferirse a sí mismo la gracia, ella debe ser dada y ofrecida. Eso supone ministros de la gracia, autorizados y habilitados por parte de Cristo. De El reciben la misión y la facultad [el "poder sagrado" de actuar "in persona Christi Capitis". Este ministerio, en el cual los enviados de Cristo hacen y dan, por don de Dios, lo que ellos, por sí mismos, no pueden hacer ni dar, la tradición de la Iglesia lo llama "sacramento". El ministerio de la Iglesia se confiere por medio de un sacramento específico.

983 La catequesis se esforzará por avivar y nutrir en los fieles la fe en la grandeza incomparable del don que Cristo resucitado ha hecho a su Iglesia: la misión y el poder de perdonar verdaderamente los pecados, por medio del ministerio de los apóstoles y de sus sucesores:

El Señor quiere que sus discípulos tengan un poder inmenso: quiere que

sus pobres servidores cumplan en su nombre todo lo que había hecho

cuando estaba en la tierra. [San Ambrosio]

Los sacerdotes han recibido un poder que Dios no ha dado ni a los

ángeles, ni a los arcángeles... Dios sanciona allá arriba todo lo que

los sacerdotes hagan aquí abajo. [San Juan Crisóstomo]

Si en la Iglesia no hubiera remisión de los pecados, no habría ninguna esperanza,

ninguna expectativa de una vida eterna y de una liberación

eterna. Demos gracias a Dios que ha dado a la Iglesia semejante don.

[San Agustín]

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EJEMPLOS PREDICABLES


Gratitud


Esto, que nos cuenta Lamartine, el poeta y político francés, le sucedió a él mismo.

Iba paseando el poeta cuando oyó a un picapedrero exclamar a cada golpe de martillo: “¡Gracias!”

-Buen hombre, ¿a quién das gracias?

-A Dios – respondió el otro.

-Si hubieras sido rico, me parecería natural que dieras gracias a Dios, pero sabes que Dios pensó en ti sólo una vez al tiempo de criarte; luego te dio un martillo y no ha vuelto a pensar en ti.

-¿Así que dice usted que Dios pensó en mí por lo menos una vez?

-¡Hombre! Eso está claro- respondió el poeta.

Y el picapedrero, que si no era más poeta era más cristiano que Lamartine, dijo así, llorando:

-¿Y le parece a usted poco? Todo un Dios pensar en un picapedrero. ¡Gracias, Dios mío, gracias!- y siguió picando piedras.


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Ingratitud


En una de sus visitas a Claypole, cuando recorría una de las salas ya habilitadas, Don Orione se detuvo junto a una anciana española que se mostraba particularmente irritada y protestaba por el abandono de su familia ne­gándose a aceptar la hospitalidad del Cottolengo. Don Orione, inclinado hacia ella, procuraba calmarla y conso­larla, siendo objeto, él mismo, de las invectivas de la mujer. A los presentes esto les pareció una prueba de ingratitud monstruosa, y hubo quien no pudo dejar de decírselo a Don Orione mientras se alejaba del lecho de la enferma.

-Qué quieren -respondió con una sonrisa angelical y cierto rubor-. Así somos nosotros con Dios.


36. SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO 2004

Entre samaritanos y judíos –habitantes del centro y sur de Israel, respectivamente- existía una antigua enemistad, una fuerte rivalidad que se remontaba al año 721 a.C. en el que el emperador Sargón II tomó militarmente la ciudad de Samaría y deportó a Asiria la mano de obra cualificada, poblando la región conquistada con colonos asirios, como nos cuenta el segundo libro de los Reyes (cap. 17). Con el correr del tiempo, éstos unieron su sangre con la de la población de Samaría, dando origen a una raza mixta que, naturalmente, mezcló también las creencias. "Quien come pan con un samaritano es como quien come carne de cerdo (animal prohibido en la dieta judía)", dice la Misná (Shab 8.10). La relación entre judíos y samaritanos había experimentado en los días de Jesús una especial dureza, después de que éstos, bajo el procurador Coponio (6-9 p.C.), hubiesen profanado los pórticos del templo y el santuario esparciendo durante la noche huesos humanos, como refiere el historiador Flavio Josefo en su obra Antigüedades Judías (18,29s); entre ambos grupos dominaba un odio irreconciliable desde que se separaron de la comunidad judía y construyeron su propio templo sobre el monte Garizín (en el siglo IV a.C., lo más tarde). Hacia el s. II a.C., el libro del Eclesiástico (50,25-26) dice: “Dos naciones aborrezco y la tercera no es pueblo: los habitantes de Seir y Filistea y el pueblo necio que habita en Siquén (Samaría)”. La palabra "samaritano" constituía una grave injuria en boca de un judío. Según Jn 8,48 los dirigentes dicen a Jesús en forma de pregunta: ¿No tenemos razón en decir que eres un samaritano y que estás loco?

Esta era la situación en tiempos de Jesús, judío de nacimiento, cuando tiene lugar la escena del evangelio de hoy. Los leprosos vivían fuera de las poblaciones; si habitaban dentro, residían en barrios aislados del resto de la población, no pudiendo entrar en contacto con ella, ni asistir a las ceremonias religiosas. El libro del Levítico prescribe cómo habían de comportarse éstos: “El que ha sido declarado enfermo de afección cutánea andará harapiento y despeinado, con la barba tapada y gritando: ¡Impuro, impuro! Mientras le dure la afección seguirá impuro. Vivirá apartado y tendrá su morada fuera del campamento” (Lv 13, 45-46). El concepto de lepra en la Biblia dista mucho de la acepción que la medicina moderna da a esta palabra, tratándose en muchos casos de enfermedades curables de la piel.

Jesús, al ver a los diez leprosos, los envía a presentarse a los sacerdotes, cuya función, entre otras, era en principio la de diagnosticar ciertas enfermedades, que, por ser contagiosas, exigían que el enfermo se retirara por un tiempo de la vida pública. Una vez curados, debían presentarse al sacerdote para que le diera una especie de certificado de curación que le permitiese reinsertarse en la sociedad.

Pero el relato evangélico no termina con la curación de los diez leprosos, pues anota que uno de ellos, precisamente un samaritano, se volvió a Jesús para darle las gracias.

Por lo demás algo parecido había sucedido ya en el libro de los Reyes, donde Naamá, general del ejército del rey sirio, aquejado de una enfermedad de la piel, fue a ver al profeta de Samaría, Eliseo, para que lo librase de su enfermedad. Eliseo, en lugar de recibirlo, le dijo que fuese a bañarse siete veces en el Jordán y quedaría limpio. Naamán, aunque contrariado por no haber sido recibido por el profeta, hizo lo que éste le dijo y quedó limpio. Cuando se vió limpio, a pesar de no pertenecer al pueblo judío, se volvió al profeta para hacerle un regalo, reconociendo al Dios de Israel, como verdadero Dios, capaz de dar vida. Este Dios, además, se manifiesta en Jesús como el siempre fiel a pesar de la infidelidad humana.

Pienso que lo sucedido al leproso del evangelio sentaría muy mal a los judíos. De los diez leprosos, nueve eran judíos y uno samaritano. Éste, cuando vió que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos y se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias. Estar a los pies de Jesús es la postura del discípulo que aprende del maestro. Los otros nueve, que eran judíos, demostraron con su comportamiento el olvido de Dios que tenían y la falta de educación, que impide ser agradecidos. Sólo un samaritano, el oficialmente heterodoxo, el hereje, el excomulgado, el despreciado, el marginado, volvió a dar gracias. Sólo éste pasó a formar parte de la comunidad de seguidores de Jesús; los otros quedaron descalificados.

Tal vez, los cristianos, estemos demasiado convencidos de que sólo los de dentro, los de la comunidad, los de la parroquia o iglesia somos los que adoptamos los mejores comportamientos. Con frecuencia hay gente mucho mejor fuera de nuestras iglesias. En el evangelio de hoy es precisamente uno venido de fuera, despreciado por los de dentro, el único que sabe reconocer el don recibido de Dios, dando una lección magistral a quienes, a pesar de haber sido curados, no supieron que la verdadera curación comienza con la salud del cuerpo, pero culmina en el seguimiento de Jesús que da vida a quien se acerca a él.. Aprendamos la lección del samaritano.

Los diez leprosos (Pedro Casaldáliga)

Eran diez leprosos. Era
esa infinita legión
que sobrevive a la vera
de nuestra desatención.

Te esperan y nos espera
en ellos Tu compasión.
Hecha la cuenta sincera,
¿cuántos somos?, ¿cuántos son?

Leproso Tú y compañía,
carta de ciudadanía
nunca os acaban de dar.

¿Qué Francisco aún os besa?
¿Qué Clara os sienta a la mesa?
¿Qué Iglesia os hace de hogar?


Para la revisión de vida

-¿Tengo personas en el círculo en que me muevo -o más allá- a las que he marcado para mí con una señal de segregación o marginación?

-¿Como cristianos, vivimos en actitud de acción de gracias y en alegría pascual?

Para la reunión de grupo

- -Naamán no quería poner en práctica lo que el profeta le había mandado para curarse, porque le parecía demasiado simple; él esperaba algo más complicado, incluso espectacular... ¿Ocurre esto hoy día también?

- -¿Quiénes son las personas más pobres y marginadas (los actuales "leprosos") del entorno en que vivimos? Describir los actitudes concretas con las que se les margina.

- -¿Cuál es nuestra proyección concreta hacia esos desvalidos?

Para la oración de los fieles

-Para que descubramos los motivos que tenemos para vivir en "continua acción de gracias", roguemos al Señor

-Por los modernos "leprosos", los que la sociedad evita... para que nuestra fe rompa con esa imposición social y demos testimonio de una faternidad que salta fronteras y separaciones...

-Para que, como Jesús, estemos atentos a recibir la sorpresa de la gratitud del extranjero, del pagano, del no creyente... y para que nosotros mismos seamos siempre agradecidos...

-Para que los cristianos defiendan el derecho de los pobres a buscar mejores condiciones de vida fuera de sus fronteras, cuando a los capitales de sus países nunca se les opuso resistencia para su fuga, y cuando el mercado libre proclama la igualdad de oportunidades...

-Para que, como recomienda Pablo a Timoteo, "hagamos memoria permanente de Jesús", y hagamos memoria también de quienes le siguieron fielmente, especialmente de los mártires de estas últimas décadas...

-Para que prolonguemos nuestra "eucaristía" (nuestra "acción de gracias") durante toda la semana que comenzamos...

Oración comunitaria

Dios Padre Nuestro, que en Jesús nos has mostrado tu voluntad de que se rompan las barreras y fronteras que nos separan, de que los "leprosos" de todos los tiempos sean curados y se integren a la comunidad; danos una actitud abierta y acogedora como la suya, que destruya los efectos de la marginación y nos ayude a construir una ciudad humana para todos, de hijos de Dios, hermanos y hermanas sin distinción. Por Jesucristo Nuestro Señor.