Jesús propone otra parábola sobre el Reino de
los Cielos a los sumos sacerdotes y a los notables del pueblo: a aquellos que se
consideraban a sí mismos como los grandes destinatarios de la invitación de
Dios, pero que no aceptaban la predicación de Jesús y criticaban su
comportamiento.
1.
Se celebra una gran fiesta de bodas y hay unos invitados pudientes. Pero, al
llegar el momento, no quieren asistir: "uno se marchó a sus tierras, otro
a sus negocios", sin hacer caso de la invitación. Sin embargo, el banquete
está preparado y no debe perderse por ellos. Los criados reciben, pues, esta
orden desconcertante: "Id a los cruces de los caminos y a todos los que
encontréis, malos y buenos, convidadlos a la boda". Ellos lo hacen así, y
la sala se llena de comensales.
Con
esta parábola JESÚS JUSTIFICA SU PROPIO COMPORTAMIENTO: Como el rey de la
parábola, ante el desinterés de los primeros invitados, llena la sala del
banquete con los desconocidos y los perdularios que se encuentran en los cruces
de los caminos y que reciben la invitación como pan bendito; también yo, ante
vuestro desinterés, os dejo de lado -sumos sacerdotes y senadores-, y me dirijo
a esos que no son nadie: publicanos, pecadores, pueblo de la tierra, mujeres de
todo tipo. ¿Por qué me criticáis? Toda la culpa la tenéis vosotros,
demasiado atados a vuestros caminos y a vuestros negocios, encerrados en
vuestros intereses, vuestras conveniencias, vuestros tinglados, vuestro juego de
influencias.
Habéis
dejado de lado el gran banquete del Reino, al que yo os llamo en nombre de Dios,
mi Padre. ¿No os dais cuenta? Y no es la primera vez. Vuestros padres hicieron
lo mismo con los profetas: en vez de escucharlos los maltrataron e incluso los
mataron.
2.
Sí, hermanos, ES UN GRAN BANQUETE AL QUE EL PADRE NOS INVITA. A nosotros, gente
sin ningún mérito, recogidos de los cruces de los caminos. Al gran banquete
que sólo él puede celebrar: "Preparará el Señor de los ejércitos para
todos los pueblos un festín de manjares suculentos, un festín de vinos de
solera".
¡Cuán
pobres resultan nuestros banquetes y nuestras fiestas al lado de ese gran
banquete! El "arrancará el velo que cubre a todos los pueblos, el paño
que tapa a todos las naciones. "Aniquilará la muerte para siempre".
Es
la gran fiesta a la que el Padre nos invita; el banquete al que nos abre de par
en par las puertas: "El Señor Dios enjugará las lágrimas de todos los
rostros". ¿Es eso posible? Sí, es posible. Más aún: esa es la gran
esperanza, el gran regalo del Padre, que esperamos y que celebramos, porque ya
lo poseemos, como en la oscuridad. Lo que hacemos aquí cada domingo es la
pregustación del gran banquete, su anuncio, su promesa, la celebración de su
certeza.
Y
esta fiesta es la Salvación, que todos anhelamos. Y que sólo puede venir de
Dios, Fuente de Vida: sólo él puede enjugar verdaderamente las lágrimas de
todos los ojos, hacer desaparecer el velo de dolor que cubre todos los pueblos
-¡todos!-, aniquilar para siempre, para siempre, la Muerte. Convertir nuestra
vida -la tuya, la mía, la de todos- en una gran fiesta. Por eso podemos
exclamar con las palabras del profeta Isaías: "Aquí está nuestro Dios,
de quien esperábamos que nos salvara: celebremos y gocemos con su
salvación".
3.
Ojo, pues, que no hay que dormirse.
La
última parte de la parábola es como un añadido, destinado a los cristianos: a
los primeros lectores del evangelio de Mateo, hace mil novecientos años, y a
nosotros, los cristianos de hoy.
Porque,
una vez llegó el gran rechazo y abiertas las puertas del banquete del Reino a
los publicanos y pecadores y a todos nosotros, DEBEMOS ASISTIR CON EL TRAJE DE
FIESTA, un vestido que el propio Padre nos regala.
Los
primeros cristianos veían en ese traje EL BAUTISMO. Todavía hoy, cuando
llevamos a un niño a bautizar, el vestido blanco simboliza el don que el Padre
nos hace de su gracia, y que nos convierte en invitados de su Reino.
En
este vestido nosotros podemos ver, también, EL COMPORTAMIENTO CRISTIANO. Por
decirlo con palabras de san Pablo, el esfuerzo por vivir de acuerdo con la
vocación a la que hemos sido llamados.
Por
eso cada domingo, al mismo tiempo que celebramos el gran banquete del Reino y de
la Vida en el que el Señor nos acoge, se nos recuerdan las palabras y los
comportamientos de Jesús. El nos da siempre la pauta. Y nosotros no debemos
hacer como los sumos sacerdotes y los notables judíos o como los primeros
invitados de la parábola que hoy hemos leído, que no consideran importante el
banquete de bodas. Abramos nuestro corazón, muy de verdad, a la invitación del
Padre. Esforcémonos cada día por seguir a Jesucristo.
J.
TOTOSAUS
MISA DOMINICAL 1978/18
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