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H O M I L Í A S 

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DOMINGO XXVIII
TIEMPO ORDINARIO

CICLO A

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Jesús propone otra parábola sobre el Reino de los Cielos a los sumos sacerdotes y a los notables del pueblo: a aquellos que se consideraban a sí mismos como los grandes destinatarios de la invitación de Dios, pero que no aceptaban la predicación de Jesús y criticaban su comportamiento.

1. Se celebra una gran fiesta de bodas y hay unos invitados pudientes. Pero, al llegar el momento, no quieren asistir: "uno se marchó a sus tierras, otro a sus negocios", sin hacer caso de la invitación. Sin embargo, el banquete está preparado y no debe perderse por ellos. Los criados reciben, pues, esta orden desconcertante: "Id a los cruces de los caminos y a todos los que encontréis, malos y buenos, convidadlos a la boda". Ellos lo hacen así, y la sala se llena de comensales.

Con esta parábola JESÚS JUSTIFICA SU PROPIO COMPORTAMIENTO: Como el rey de la parábola, ante el desinterés de los primeros invitados, llena la sala del banquete con los desconocidos y los perdularios que se encuentran en los cruces de los caminos y que reciben la invitación como pan bendito; también yo, ante vuestro desinterés, os dejo de lado -sumos sacerdotes y senadores-, y me dirijo a esos que no son nadie: publicanos, pecadores, pueblo de la tierra, mujeres de todo tipo. ¿Por qué me criticáis? Toda la culpa la tenéis vosotros, demasiado atados a vuestros caminos y a vuestros negocios, encerrados en vuestros intereses, vuestras conveniencias, vuestros tinglados, vuestro juego de influencias.

Habéis dejado de lado el gran banquete del Reino, al que yo os llamo en nombre de Dios, mi Padre. ¿No os dais cuenta? Y no es la primera vez. Vuestros padres hicieron lo mismo con los profetas: en vez de escucharlos los maltrataron e incluso los mataron.

2. Sí, hermanos, ES UN GRAN BANQUETE AL QUE EL PADRE NOS INVITA. A nosotros, gente sin ningún mérito, recogidos de los cruces de los caminos. Al gran banquete que sólo él puede celebrar: "Preparará el Señor de los ejércitos para todos los pueblos un festín de manjares suculentos, un festín de vinos de solera".

¡Cuán pobres resultan nuestros banquetes y nuestras fiestas al lado de ese gran banquete! El "arrancará el velo que cubre a todos los pueblos, el paño que tapa a todos las naciones. "Aniquilará la muerte para siempre".

Es la gran fiesta a la que el Padre nos invita; el banquete al que nos abre de par en par las puertas: "El Señor Dios enjugará las lágrimas de todos los rostros". ¿Es eso posible? Sí, es posible. Más aún: esa es la gran esperanza, el gran regalo del Padre, que esperamos y que celebramos, porque ya lo poseemos, como en la oscuridad. Lo que hacemos aquí cada domingo es la pregustación del gran banquete, su anuncio, su promesa, la celebración de su certeza.

Y esta fiesta es la Salvación, que todos anhelamos. Y que sólo puede venir de Dios, Fuente de Vida: sólo él puede enjugar verdaderamente las lágrimas de todos los ojos, hacer desaparecer el velo de dolor que cubre todos los pueblos -¡todos!-, aniquilar para siempre, para siempre, la Muerte. Convertir nuestra vida -la tuya, la mía, la de todos- en una gran fiesta. Por eso podemos exclamar con las palabras del profeta Isaías: "Aquí está nuestro Dios, de quien esperábamos que nos salvara: celebremos y gocemos con su salvación".

3. Ojo, pues, que no hay que dormirse.

La última parte de la parábola es como un añadido, destinado a los cristianos: a los primeros lectores del evangelio de Mateo, hace mil novecientos años, y a nosotros, los cristianos de hoy.

Porque, una vez llegó el gran rechazo y abiertas las puertas del banquete del Reino a los publicanos y pecadores y a todos nosotros, DEBEMOS ASISTIR CON EL TRAJE DE FIESTA, un vestido que el propio Padre nos regala.

Los primeros cristianos veían en ese traje EL BAUTISMO. Todavía hoy, cuando llevamos a un niño a bautizar, el vestido blanco simboliza el don que el Padre nos hace de su gracia, y que nos convierte en invitados de su Reino.

En este vestido nosotros podemos ver, también, EL COMPORTAMIENTO CRISTIANO. Por decirlo con palabras de san Pablo, el esfuerzo por vivir de acuerdo con la vocación a la que hemos sido llamados.

Por eso cada domingo, al mismo tiempo que celebramos el gran banquete del Reino y de la Vida en el que el Señor nos acoge, se nos recuerdan las palabras y los comportamientos de Jesús. El nos da siempre la pauta. Y nosotros no debemos hacer como los sumos sacerdotes y los notables judíos o como los primeros invitados de la parábola que hoy hemos leído, que no consideran importante el banquete de bodas. Abramos nuestro corazón, muy de verdad, a la invitación del Padre. Esforcémonos cada día por seguir a Jesucristo.

J. TOTOSAUS
MISA DOMINICAL 1978/18

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