20 HOMILÍAS MÁS PARA EL DOMINGO XXVII
(1-7)

 

1. DIVORCIO/MA 

La pregunta se la hicieron a Jesús "para ponerlo a prueba". Y es que había en Israel diversas tendencias que explicaban la ley. Como ocurre en estos casos, estaban la escuela de manga estrecha -en pocos casos está permitido el divorcio-, y la de manga ancha: divorcio por cualquier motivo. Rabino había que afirmaba que, ver una mujer más guapa, bastaba para divorciarse de la propia.

Entonces la trampa es: Si Jesús se manifiesta estricto, tropezará con los liberales; si de manga ancha, tropezará con los conservadores.

Pero Jesús, como suele, va al fondo de la cuestión. La Escritura no sólo aborda el divorcio que concede Moisés, sino el orden inicial de la Creación: "Al principio no fue así". Lo de Moisés vino después como concesión legal a la debilidad humana "por la dureza de vuestro corazón"; pero el proyecto de Dios es otro.

El ser humano es creado por Dios con una doble forma -hombre y mujer- tan ordenadas y relacionadas una a la otra por la fuerza del sexo y el hambre de relación, que "dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne".

Este es el proyecto de Dios; que no lo rompa el hombre. Amarrados a leyes y desconocedores del Misterio de Dios, andan algunos cristianos practicantes un tanto azorados. No entienden el Matrimonio-Sacramento. Han llegado a pensar que el Estado es un padre moderno, benévolo y comprensivo, que entiende las dificultades de la vida, y ha establecido desde su sabiduría una ley de divorcio. La Iglesia sería la madrastra vieja, dura y áspera, que se aferra a la ley sin importarle el sufrimiento de la pareja. Unos lo ven así con orgullo y altivez, y desean que la Iglesia endurezca posturas legales y busque, como sea, caminos de imponer la legalidad.

Otros contemplan la misma realidad atormentados, acomplejados, disminuidos. Cuando el divorcio es ya desgraciadamente parte de nuestra cultura, ni saben ni se atreven a expresar una opinión en conversaciones que abordan el tema. Sólo esperan bobamente a que un día, la Iglesia, modernizada y actualizada, establezca su propia legislación divorcista.

Creemos que no. La Iglesia, dadora del Espíritu de Jesús, puede entender que los paganos, desconocedores del Misterio de Dios, rompan decepcionados el pacto que un día firmaron ilusionados. Y precisamente por eso, para bien, luz y sal de estos hombres que llevan camino de no creer en el amor, ha de seguir proclamando con palabras y hechos el proyecto de Dios: "Serán los dos una sola carne; lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre".

¿Cómo se podrá creer en el amor, si el máximo exponente del mismo -el matrimonial- queda reducido a simple contrato-negocio de intereses transitorios? "Nos va bien, nos casamos; nos va mal, nos separamos". ¿Será eso amor, que es por sí mismo gratuidad, perdón y permanente resurrección? ¿Tendrá el mundo que llamar amor al simple placer sexual, porque en el amor como tal ya no se cree? ¿Quién se toma el derecho de ocultar a los hombres el tesoro de la Revelación? ¿Y cómo entender a Dios en su Alianza gratuita con el hombre, si presuntos creyentes opinan que, cuando surge el pecado -el defecto del otro-, lo mejor es dar por liquidado el amor? Romper el matrimonio es, además de otras cosas, romper la imagen, la reproducción fotográfica, ¡el sacramento!, el signo que nos hace visible y creíble ese Amor de Dios que no se rompe por vicisitudes históricas o por pecados humanos.

Nuestra generación necesita urgentemente de parejas que sean, con su amor que permanece, un grito ilusionado dirigido a los hombres y mujeres del entorno: ¡Existe el amor!. Que es lo mismo que decir "Dios existe".

El amor irreversible -"todos los días de mi vida, en la salud y en la enfermedad, en las duras y en las maduras"- no lo garantiza un contrato firmado por dos voluntades enamoradas, sino Dios que lo hace Don para la pareja y Sacramento para el mundo. Como Don se recibe con alegría y humildad, y no anda lejos del espíritu de oración. Como Sacramento se anuncia para vida del mundo.

A veces pienso si el matrimonio no va a terminar siendo un nítido sacramento, no ya por aprendizaje teológico, sino por la propia dinámica histórica. Que así como renunciar al matrimonio por el Reino de Dios es un gesto que habla claramente de Trascendencia, lo sea también el "apuntarse sin condiciones" a un amor eterno y a una pareja estable, por parte de aquellos que creen en el poder regenerador de Jesucristo.

MIGUEL FLAMARIQUE VALERDI
ESCRUTAD LAS ESCRITURAS
REFLEXIONES SOBRE EL CICLO B
Desclee de Brouwer BILBAO 1990.Pág. 164


 

2.

La pregunta de los fariseos es capciosa y sólo tiene el objetivo de poner a Jesús a prueba. La trampa podía consistir en obligarle a declararse a favor de una de las escuelas rabínicas que estaban encontradas en esta materia, o hacerle caer en desgracia ante Herodes Antipas -como le había sucedido a Juan Bautista- por el episodio "candente" del repudio de su mujer legítima.

El divorcio estaba generalmente admitido en el judaísmo. La discusión quedaba abierta en los motivos que le podían autorizar. La iniciativa, salvo rarísimas excepciones, pertenecía siempre al marido. La gama de razones era bastante amplia. Iba desde los casos más fútiles (la mujer que dejaba quemar la comida), para pasar a través de los que se consideraban como atentados a la moral del tiempo (la mujer que salía sin el tradicional velo calado sobre la cara, o que se entretenía en la calle a hablar con todos o que se ponía a hilar en la vía pública), para llegar al caso más grave, el adulterio. Solamente para esta última situación no había prácticamente dudas acerca de la posibilidad e incluso el deber del divorcio.

Para los demás casos, las posiciones eran muy distintas. El texto fundamental era una disposición sancionada por el Deuteronomio (24, 1-4). Especialmente la expresión -"...porque descubre en ella algo vergonzoso" - daba origen a la controversia. Se enfrentaban dos escuelas que tenían por jefes a dos rabinos prestigiosos, Shammai (casi rigorista, y esta línea severa tutelaba, sobre todo, la dignidad de la mujer contra el arbitrio del marido) y Hillel (que adoptaba una actitud más permisiva, que de hecho desembocaba en la facilonería y legitimaba toda clase de pretextos, incluso los caprichos del marido).

La única restricción para un divorcio rápido era establecida por... el dinero. En efecto, el hombre, además de conceder el libelo de repudio, estaba obligado a dar a la mujer una suma establecida en el contrato matrimonial.

En el caso de que no tuviera esta posibilidad financiera, para... resarcirlo del inconveniente de tener que soportar una mujer desagradable, se le consentía llevar a casa otra mujer. Así se verificaban no pocos casos de poligamia. Jesús no se deja envolver en una casuística tediosa. En relación a aquella "concesión" de Moisés, Jesús precisa que aquella permisión que ellos interpretaban como una conquista, como un signo de benevolencia divina para ellos, en realidad sería un inquietante testimonio contra ellos, porque se mostraban incapaces de vivir el amor en la relación hombre-mujer como lo vive Dios en alianza estrecha con su pueblo.

Por ello Jesús, saltando el legalismo de los fariseos, lleva la cuestión "al principio del mundo" (v. 6) para encontrar el proyecto de Dios en la relación hombre-mujer. De esta forma les hace reflexionar sobre el hecho de que la voluntad divina implica una unión muy estrecha entre los sexos con la característica de indisolubilidad. "Luego lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre" (v. 9). Parece que aquí el hombre no hay que entenderlo como "legislador humano" o "autoridad judicial", sino que indicaría al marido en su responsabilidad personal. "Detrás de las imágenes Jesús se refiere a la relación personal. Es una locura tratar este texto como una prescripción legal. Sus palabras son espirituales y, por tanto, las más vinculantes; pero su aplicación es dejada a la conciencia cristiana iluminada" (V. Taylor).

Podemos sintetizar así la posición del Maestro:

1. Superación del legalismo. Tanto del permisivo como del restrictivo. Jesús no ha venido ni para ampliar ni para restringir la ley, sino para abrir horizontes. Saltando decididamente el aspecto jurídico, lleva el debate a su verdadero horizonte: la intención fundamental del Creador.

2. Jesús rechaza también el ponerse en un plano que entienda el matrimonio fundamentalmente como un contrato, donde todo es cuestión de obligaciones, dar y recibir, propiedad, derechos, razones más o menos válidas. El se coloca en el plano de la dignidad de la persona y de la seriedad del amor. No duda en definir como "adulterio" la ruptura de una relación y de un "pacto", que no tienen nada de contrato, sino que deben producir el esquema de alianza de Dios con su pueblo, y constituir por ello una comunidad estable, a pesar de las distintas contingencias.

3. Pero en todo el discurso de Jesús me parece poder captar esencialmente una oferta. Moisés había ofrecido una derogación, una concesión. El ofrece una posibilidad. Precisamente él, que parece más exigente, en realidad es más abierto. Abierto en dirección de las posibilidades del hombre. La posibilidad que se ofrece es precisamente la de volver al proyecto inicial de Dios, a pesar de la fragilidad y debilidad humanas. La vuelta "al principio, a la fuente, no es sencillamente una llamada para descubrir la voluntad originaria de Dios, sino a encontrar en él aquella fuerza que el hombre no puede obtener por sí mismo. (...)

La posición de Jesús, hoy sería definida "intransigente". En realidad, él no pide prolongar una relación puramente exterior, mantener en pie una fidelidad-como-soga-al-cuello, vacía de contenido y de alegría. Exige un compromiso que, al referirse a Dios, encuentra la luz y la fuerza para superar todos los elementos disgregadores, para soldar las roturas, para encontrar la frescura de un don que representa un desafío a lo provisional.

Lo que pretende es una fidelidad creativa, no cansinamente repetitiva. Una fidelidad que se inserte en la línea del amor, no de la ley; en la línea de la alianza, no del contrato-comercio.

Una fidelidad portadora de valores actuales, no de gestos vacíos. Jesús, en el fondo, más que pedir continuar, pide re-comenzar. La posibilidad que ofrece no es ciertamente la de apuntalar un edificio en ruinas, sino la de reconstruirlo. Sí, Jesús es intransigente. No puede no serlo. Porque está de parte de la libertad.

A/ENCARNACION: Ciertamente los lazos se atenúan y se desgastan. Las motivaciones iniciales "ya no valen". La costumbre hace cansino el paso y nivela la realidad. Las dificultades son reales. Nos cansamos. También Dios ha conocido dificultades parecidas en su relación con el hombre. Ha ocurrido algo grave. También Dios se ha cansado del hombre. Y precisamente cuando no podía más, ha decidido terminar. Y ha venido a buscar al hombre... Este es el estilo de Dios.

Cuando la distancia es demasiada, cuando entre los dos no hay ya nada en común, Dios decide abolir las distancias, rompe su clausura divina y viene a plantar su tienda en medio de nosotros.

¿Quién no ha dicho alguna vez "así no se puede seguir", "en estas condiciones es imposible continuar"? Y nos paramos. Dios, en cambio, precisamente entonces da el paso decisivo con relación al hombre. Con la encarnación Jesús no viene a traernos a domicilio el "libelo de repudio", sino el "gozoso anuncio" de su amor incurable por el hombre.

ALESSANDRO PRONZATO
EL PAN DEL DOMINGO CICLO B
EDIT. SIGUEME SALAMANCA 1987.Pág. 233 ss


 

3. UNIDAD DE LA PAREJA

-Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre (Mc 10, 2-16)

El evangelio de hoy contiene dos partes que no están visiblemente unidas entre sí. San Marcos refiere diferentes enseñanzas de Jesús agrupándolas bajo un mismo título, el de la revelación y la fe, pero sin preocuparse de una unión lógica entre tales enseñanzas. La 1ª lectura de hoy tendrá conexión únicamente con la primera parte del evangelio. Nos vemos, por ello, impulsados a insistir en ésta, sin por eso olvidar completamente la otra parte. Al comentario de la primera parte del evangelio haremos que siga el de la 1ª lectura, tomando a continuación la segunda parte del evangelio.

El debate se abre a partir de una insidiosa pregunta planteada por un fariseo. Se trata de un grupo que interroga a Jesús, concretamente acerca del divorcio. Podría uno pensar que se encuentra en una reunión mundana de hoy día, con ocasión de la cual un sacerdote se encuentra en un aprieto a propósito de un problema lleno de actualidad en la vida de un Estado, cuyo gobierno se ve a menudo envuelto en dificultades, precisamente por el mismo tema planteado a Jesús en el evangelio. Está claro que san Marcos se siente en esta ocasión satisfecho de poder ofrecer una instrucción precisa a sus fieles a propósito del matrimonio.

Se trata de la manera cristiana de concebir el matrimonio, concepción que se enfrenta con la manera palestina y pagana de concebirlo. Conflicto entre cristianismo, judaísmo y paganismo a propósito de la fidelidad en el matrimonio.

En efecto, según el judaísmo, el adulterio se da en la mujer con respecto a su marido; el hombre, en cambio, no es adúltero respecto a su mujer. San Marcos es claro en la forma de referir las afirmaciones de Cristo. Hombre y mujer están en el mismo plano en lo que a su deber de fidelidad se refiere: un hombre que repudie a su mujer y se case con otra, es adúltero. El adulterio existe lo mismo para el hombre que para la mujer. La ley mosaica sobre el repudio está claramente abolida. Jesús propone aquí, pues, la ley de Dios que sobrepasa toda disposición particular y temporal adoptada por Moisés. Cristo no se queda en el enunciado de un principio, sino que se apoya en la Escritura, y, así, leemos aquí la interpretación que Jesús da al texto de Génesis: "Al principio de la creación, Dios los creó hombre y mujer. Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne. De modo que ya no son dos, sino una sola carne". Es afirmar la unidad irrompible y permanente del matrimonio.

-Y serán los dos una sola carne (Gn 2, 18-24)

El relato del Génesis nos presenta al hombre y a la mujer como dos seres iguales que tienen un origen común. En efecto, la mujer no es objeto de una "creación" a la manera que lo fue el hombre, sino que la mujer sale del hombre; la persona del hombre se encuentra únicamente diversificada, con el fin de recibir la ayuda que solicita de Dios, pero no existe otro ser humano profundamente diferente que sea creado. Por eso exclama Adán: Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne". Adán mismo le da nombre a la mujer: "Su nombre será Mujer". Las traducciones aquí son impotentes para dar el realismo, importante sin embargo, de esta exclamación de Adán. El término hebreo empleado es ish: hombre; "ish" da a la que ha salido de él el nombre de "mujer", es decir, ishah, femenino de ish.

Pero el libro del Génesis prosigue explicando las consecuencias de esta "creación" de la mujer: "Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne". El libro pone así de relieve la unidad de la pareja. Sin embargo, no habría que exagerar el alcance del texto del Génesis; el papel de la mujer como ayuda del hombre fue perfectamente comprendido en los tiempos antiguos, sin que por ello se admitiera la poligamia en la vida de los patriarcas. En nuestro texto de san Marcos no se trata más que del repudio; la poligamia no queda recogida en las reflexiones de Jesús. Lo que el autor y autores del Génesis querían, era afirmar la igualdad de la mujer: en el plano humano no es distinta del hombre, no le es inferior. En ella encuentra el hombre una compañera igual a sí mismo, de la misma naturaleza que él y que proviene de él, de quien aquella es "una parte".

De este modo, ya en los primeros tiempos de la Iglesia tiende ésta a dar una doctrina que viene de su experiencia vivida. En el plan de Dios, la mujer es entregada al hombre como su ayuda, pero como su igual. Hay entre ellos tal unidad, que no se puede pensar en romperla; todos los motivos que puedan aducirse, no tienen consistencia ante el hecho ontológico que representa su "creación" en la unidad. Y así, la unidad de la pareja y la exigente fidelidad de los esposos, uno para con el otro, no es únicamente una exigencia moral, que sería obediencia a unos acuerdos, a una ley externa a ellos mismos, sino que esa exigencia de fidelidad está inscrita en lo que ellos son uno para el otro ontológicamente. Nadie puede ir en contra de esta ontología; ni nadie, ni la Iglesia, y esto tiene consecuencias hasta el heroísmo. Meditación salvadora para todos los esposos, especialmente en nuestra época, en que las concepciones paganas y eróticas tienden a cobrar empuje. No es sólo un hecho de moralidad externa el que exige la moralidad de los esposos, sino la manera en que Dios mismo ha concebido el mundo y ha pensado al hombre dándole una ayuda que sea para el otro yo-mismo.

-El Reino de Dios es de los que son como ellos

El evangelio de hoy tiene una segunda parte que no tiene unión con la primera.

Ha podido haber confusión sobre las palabras de Jesús a propósito del Reino y de los niños. Cristo no recomienda la actitud general e ingenua, ni tampoco la irresponsabilidad de los niños, en orden a la entrada en el Reino, sino que quiere llamar la atención sobre un hecho: la acogida del don del Reino que se nos ofrece. Nadie tiene acceso a el si no recibe este don como recibe un don el niño. No se trata, por lo tanto, de una candidez infantil, ni de una pretensión de permanecer en la infancia, sino de mantener en uno mismo las posibilidades de acogida que encontramos en el niño. Un niño no está endurecido por el propio egoísmo, ni por su orgullo de saber; por eso acepta fácilmente y con generosidad lo que se le da. Así ocurre con el Reino. Los niños entran en él fácilmente, porque son capaces de acoger un don. Este frescor, que nada tiene que ver con la candidez, es lo que desea el Señor en quienes quieren entrar en el Reino.

ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 7
TIEMPO ORDINARIO: DOMINGOS 22-34
SAL TERRAE SANTANDER 1982.Pág. 58 ss.


 

4.

-Dios ha creado la persona humana como hombre y mujer

Hemos escuchado, como primera lectura, un fragmento del libro del Génesis que nos presenta los orígenes de la Humanidad, con una narración casi ingenua, diciéndonos que Dios es el autor del matrimonio y que, por eso, no quiere que el corazón del hombre lata solo, sino que lo quiere latiendo al ritmo del corazón de una compañera.

Según el Génesis, Adán, al despertarse, abre los ojos y queda admirado de la novedad y la belleza de su compañera. Esta sorpresa de la pareja bíblica es la misma sorpresa de las parejas que nosotros conocemos, cuando el amor ha nacido entre los dos y el entusiasmo, la alegría, los proyectos y el amor los han llevado al matrimonio.

-La experiencia humana y la voluntad de Dios confluyen en el matrimonio 

Sabemos, por propia experiencia, que nuestra vida progresa y se enriquece cuando avanza al lado de los demás y no cuando vamos solos. Y sabemos también que la complementariedad y el amor de los que se aman aumentan y tienden hacia la plenitud y el Absoluto. Por eso, la relación entre el hombre y la mujer, que se da en el matrimonio, lleva hacia la plenitud si es vivida en el amor y fundamenta su crecimiento humano porque proporciona equilibrio a las dos personas y aporta un gran sentido a su vida. Es una relación que cobra tanta fuerza, que lleva a la pareja a dejar padre y madre y a iniciar una vida nueva de verdad y que es la fusión en una misma carne de dos vidas que, hasta entonces, avanzaban aisladas.

-Jesús hace suyas las palabras del Génesis

En el evangelio hemos visto que Jesús hace suyas estas palabras del Génesis; pero es posible que nos haya sorprendido (como si sobrasen) los versículos finales que hablan de los niños y del Reino de Dios. De hecho, son versículos muy importantes, porque Jesús quiere ir más allá del cumplimiento estricto de la Ley para orientar el comportamiento de sus discípulos a la luz del Reino que él proclama. Y esta Buena Noticia que él proclama, no se limita simplemente a descubrir y denunciar la miseria humana; sino que quiere, sobre todo, alimentar, fortalecer la vida de los que confían en él. Para la pareja humana hay una promesa gozosa: "Serán los dos una sola carne". Pero, para alcanzar totalmente esta promesa, los seguidores de Jesús deben progresar en el amor mutuo y frenar cuanto imposibilita la unidad real de los esposos: el egoísmo, la indiferencia, el trato frío, la disputa, la falta de respeto...

Y, nosotros, escuchamos lo que dice Jesús sobre el matrimonio, "lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre", con la misma atención que le escuchamos cuando proclamamos las bienaventuranzas, el amor a los enemigos, y la necesidad de imitar a su Padre: "Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto". Porque Jesús no es ni un psicólogo de la pareja, ni un legislador; sino el Mesías del Reino de Dios, el Primogénito de un mundo nuevo que se abre paso hacia el amor intenso al otro, sin rebajas de ningún tipo. Precisamente la segunda lectura de hoy, la carta a los Hebreos, nos acaba de mostrar la cualidad y las consecuencias del amor sin límites que ha vivido Jesús.

-Nosotros somos estos seguidores de Jesús

Este hito del amor "a todos y por siempre", que el Evangelio propone y la Iglesia no se cansa de recordar, puede parecer una utopía a mucha de la gente que nos rodea. Pero, para los matrimonios cristianos, ésta es una tarea posible, porque cuenta, no sólo con el propio esfuerzo, sino también con la ayuda de Dios; que, por el sacramento del matrimonio, viene a reforzar la solidaridad y el amor de la pareja y a fortalecer su conocimiento mutuo y el gozo de vivir juntos.

Por eso, hoy, los cristianos hemos de reforzar nuestras convicciones y proclamarlas sin ninguna vergüenza: estamos a favor de las parejas que viven un amor totalmente entregado en todas las circunstancias de la vida y por siempre; que se esfuerzan para que este amor progrese cada día más; que saben apartar desde el inicio las dificultades que se interponen entre ambos; que valoran la celebración cristiana del matrimonio como sacramento del amor de Dios y colaboran para que los cristianos más jóvenes también puedan descubrir este valor. Y acogiendo y respetando a los divorciados, tanto como nos sea posible, entenderemos que, de hecho, ésta es una salida para poner un parche a un proyecto de amor que se ha roto; pero no un ideal de vida.

En esta Eucaristía que estamos celebrando, pidámosle, pues, al Señor que nos ayude a tomarnos en serio la Palabra que hoy nos ha proclamado.

JAUME GRANE
MISA DOMINICAL 1994, 13


 

5. ANTE LOS MATRIMONIOS ROTOS 

"Lo que Dios ha unido".

Son cada vez más los creyentes que, de una manera o de otra, se hacen hoy la pregunta:

¿Qué actitud adoptar ante tantos hombres y mujeres, muchas veces amigos y familiares nuestros, que han roto su primera unión matrimonial y viven en la actualidad en una nueva situación considerada por la Iglesia como irregular?

No se trata de rechazar ni de discutir la doctrina de la Iglesia, sino de ver cuál ha de ser nuestra postura verdaderamente cristiana ante estas parejas unidas por un vínculo que la Iglesia no acepta.

Son muchos los cristianos que, por una parte, desean defender honradamente la visión cristiana del matrimonio pero, por otra, intuyen que el evangelio les pide adoptar ante estas parejas una actitud que no se puede reducir a una condena fácil.

Antes que nada, tal vez hemos de entender con más serenidad la posición de la Iglesia ante el divorcio y ver con claridad que la defensa de la doctrina eclesiástica sobre el matrimonio no ha de impedir nunca una postura de comprensión, acogida y ayuda.

Cuando la Iglesia defiende la indisolubilidad del matrimonio y prohíbe el divorcio, fundamentalmente quiere decir que, aunque unos esposos hayan encontrado en una segunda unión un amor estable, fiel y fecundo, este nuevo amor no puede ser aceptado en la comunidad cristiana como signo y sacramento del amor indefectible de Cristo a los hombres.

Pero esto no significa que necesariamente hayamos de considerar como negativo todo lo que los divorciados viven en esa unión no sacramental, sin que podamos encontrar nada positivo o evangélico en sus vidas.

Los cristianos no podemos rechazar ni marginar a esas parejas, víctimas muchas veces de situaciones enormemente dolorosas, que están sufriendo o han sufrido una de las experiencias más amargas que pueden darse: la destrucción de un amor que realmente existió.

¿Quiénes somos nosotros para considerarlos indignos de nuestra acogida y nuestra comprensión? ¿Podemos adoptar una postura de rechazo sobre todo hacia aquellos que, después de una trayectoria difícil y compleja, se encuentran hoy en una situación de la que difícilmente pueden salir sin grave daño para otra persona y para unos hijos?

Las palabras de Jesús: «Lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre» nos invitan a defender sin ambigüedad la exigencia de fidelidad que se encierra en el matrimonio. Pero esas mismas palabras, ¿no nos invitan también de alguna manera a no introducir una separación y una marginación de esos hermanos y hermanas que sufren las consecuencias de un primer fracaso matrimonial?

JOSE ANTONIO PAGOLA
BUENAS NOTICIAS
NAVARRA 1985.Pág. 233 s.


 

6. ¿POR QUÉ ES TAN GRANDE EL AMOR?

Como un precioso regalo de Dios, envuelto en papel de colorines: así veo yo estas ideas sobre el amor que hoy nos trae la lectura del Génesis.

Envueltas en el ropaje rancio y pintoresco de una leyenda del pueblo, tan vieja como el mundo, estas ideas nos aclaran lo que Dios piensa sobre la mujer, sobre el amor, sobre la familia. Es todo un bonito pasaje, al que vale la pena asomarse.

Amar no es dominar, ni poseer; es algo inmensamente distinto, y mucho mejor. Se dominan las cosas, los animales. ('El hombre puso nombre a todos los animales domésticos, a los pájaros del cielo y a las bestias del campo'). Y vemos la bota del hombre sobre la cima más alta de la tierra; la barca del hombre sobre las olas del mar embravecido; el freno y la brida del hombre domando a un potro salvaje. El oro y la energía, la ciencia y el arte, a los pies del hombre.

Pero el amor no es nada de eso. Puede el hombre dominar, y estar, sin embargo, completamente solo; y 'no está bien que el hombre esté solo'. Todo el oro y la fuerza del mundo no valen para comprar ese latido apresurado de un corazón cuando ama; esa sonrisa serena y ese brillo en los ojos de alguien, igual a ti, que te ofrece libremente su alma para que, en adelante, seáis el uno para el otro. 'Voy a buscarle alguien como él, que le ayude' . Y él, cuando la ve: '¡Ésta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne!'.

Exactamente iguales en dignidad. La mujer reflejando, como el hombre, el enorme corazón de Dios; llamada, como el hombre, a ser plenamente feliz. Si la compras, podrá ser 'tuya', pero nunca será 'tú': la has rebajado a la categoría de 'cosa' . Si sólo la 'usas', ya no es 'carne de tu carne': la has convertido en objeto. Eso no sería amor, porque el amor sólo se da entre iguales; y solamente cuando respiran -los dos- el aire limpio de la libertad.

Ahora bien, el amor, si es verdadero, ha de ser fiel . El amor tiene que dar la medida del hombre entero. No hay descuentos en el amor: o se toma, o se deja. Lleva el sello de lo definitivo. 'Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre'. No se puede entrar en el amor con el reloj en la mano, con el cálculo tacaño de lo provisional. Por eso excluye de antemano, valiente y generosamente, cualquier otro amor que pudiera venir a hacerle sombra. El amor se lo juega todo a una carta. Para siempre.

Es más, hasta el amor bendito al padre y a la madre tendrá que inclinarse cuando, en el cielo del alma de un hombre y una mujer, Dios haga que despunte y se vaya levantando el sol maravilloso del amor. 'Abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne' . Es ley de vida. Es una comunidad de amor que nace; que será, a su vez, fuente de amor y de vida; y que también tendrá que plegar sus alas, algún día, para que los hijos de ese amor emprendan su personal aventura: el vuelo libre de su propio amor...

Son cosas éstas que no se pueden comprender desde el lado de acá de un corazón pequeño. El amor no se mide, ni se discute, ni se compra, ni se impone: está muy por encima de todo eso. Es algo que tenemos, pero que nos supera con mucho. Es nuestro, sí; pero, al mismo tiempo, es mucho más que nosotros. Nos viene de herencia. Es la mejor huella que ha dejado en nosotros nuestro Padre: Dios.

JORGE GUILLÉN GARCÍA
AL HILO DE LA PALABRA
Comentario a las lecturas de
domingos y fiestas, ciclo B
GRANADA 1993.Pág. 159 s.


7.

1. «Lo que Dios ha unido... ».

El evangelio clarifica la cuestión del matrimonio, en la que Jesús, más allá de Moisés, se remite al orden original de la creación de Dios. Un orden que no es una ley positiva, cambiante, sino que está escrito en la naturaleza del hombre. Esta naturaleza es a la vez e inseparablemente corporal y espiritual. El hombre y la mujer se convierten en «una sola carne» corporalmente, y como el hombre «abandona a su padre y a su madre para unirse a su mujer», y de esta unión nacen hijos que deben ser educados, ambos se convierten también en «un solo espíritu». Por eso la unión, que se remonta a un acto de Dios, es definitiva y no puede ser rota por el hombre. El episodio de la bendición de los niños, que se añade al final del evangelio, puede relacionarse con lo anterior. Los niños son aquí expresamente el modelo de todo hombre que acepta el reino de Dios, y por tanto también de los cónyuges cristianos, que, si conservan ante Dios la actitud del niño, no pueden adoptar frente al esposo o la esposa la actitud superior del adulto. Permanecer juntos como niños ante Dios hace posible una comprensión y una benevolencia mutuas, con las que se superan las inevitables tensiones de la existencia.

2. «El Señor Dios trabajó la costilla que le había sacado al hombre, haciendo una mujer».

En la primera lectura aparece el relato de la creación de la mujer a partir de la costilla de Adán: el orden de la redención de Jesús confirma plenamente el orden de la creación del Padre. El sentido profundo de esta ingenua y plástica leyenda es evidente: el hombre y la mujer son ya desde los orígenes una sola carne, a diferencia de todos los demás seres inferiores, de modo que su unirse y su «ser una sola carne» corresponde a su esencia más personal e intransferible. El hombre domina los animales, pero en la mujer se reconoce a sí mismo: «¡Esta sí que es carne de mi carne!». «Por eso» -se dice expresamente- el hombre se une a la mujer y ambos se convierten en lo que ya son: una sola carne. A la fecundidad de esta unidad se alude en el primer relato de la creación; esta fecundidad pertenece, como ya se ha dicho, a la fundación de la indisolubilidad de la unión, como subraya Jesús.

3. «No se avergüenza de llamarlos hermanos».

Jesús, como se hace saber en la segunda lectura, no se casará, porque, «por la gracia de Dios, ha padecido la muerte para bien de todos», se ha entregado enteramente a todos, y no solamente a una mujer particular. La entrega de su carne y de su sangre en el momento de la cruz, y permanentemente en la Eucaristía, es un grado más eminente, un símbolo, o mejor aún, el arquetipo de toda entrega conyugal: en lugar de la mujer aparece la humanidad entera, a la que Cristo se une y se mantiene fiel. Aunque esta humanidad entera está también representada por la Iglesia como esposa de Cristo, aquí no se habla expresamente de la Iglesia, sino que se dice en general que Jesús, que nos santifica, y los miembros de la humanidad, que son santificados por él, «proceden todos del mismo», del Creador, que es el Padre de Jesús; por eso «no se avergüenza de llamarlos hermanos»: hermanos ya por naturaleza, en razón del origen común; pero hermanos también, y mucho más profundamente, en razón de su entrega en la cruz y en la Eucaristía, en virtud de la cual se convierten de manera supereminente en «una sola carne». «Dios», el Padre, «para quien y por quien existe todo», es el que ha fundado este orden salvífico «para llevar a una multitud de hijos a la gloria».

HANS URS von BALTHASAR
LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 196 s.

 

 


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