Este canto de la viña, compuesto
por Isaías al principio de su ministerio y recitado, probablemente, con
ocasión de la fiesta de la vendimia, es una de las piezas líricas más
hermosas de toda la Biblia. Se trata de lo que hoy llamaríamos una
canción-denuncia, por lo que interesa mucho conocer la situación
socio-política del momento. De esta situación podemos hacernos idea si leemos
después las siete maldiciones que se pronuncian contra los acaparadores de
tierras y fortunas, los especuladores del suelo y los estafadores, los jueces
corrompidos, los campeones en beber vino y los que banquetean despreocupados,
los que confunden el mal y el bien y los que son sabios a sus propios ojos...
En
el poema se habla mucho del trabajo del viñador. Se trata de un amor que no se
sacia con palabras, necesita obras de toda clase, constantes. Tales obras
apuntan a que el pueblo obre la justicia. Dios quiere que le corresponda el
pueblo practicando el amor con los demás, esta es la justicia.
Conviene
entender bien el texto para no hacerlo derivar en una correspondencia a Dios que
supone un Dios egoísta y necesitado de amor. Yahvé busca la justicia: amarle a
él es imposible sin amar al prójimo. Su amor no encierra, sino que abre. Si
Dios necesita algo de nosotros es que nos amemos los hombres.
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El
modelo de comportamiento que se propone a los creyentes es el del mismo Pablo,
en tanto que su vida es una vida en Xto. El cristiano no será nunca un hombre
pasivo, sino que se interesa por todo lo bueno y justo que hay en el mundo: las
cualidades que aquí se enumeran («lo que es verdadero, noble, justo...»)
formaban parte del ideal del mundo pagano de la época. Todo esto lo vivirá el
cristiano desde su pertenencia a Xto y dará como fruto la presencia de Dios en
él.
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Aunque
nunca haya ocurrido que una piedra desechada por los arquitectos que la
consideraban inutilizable, terminara por ser la pieza principal del edificio,
sí ha sucedido, al menos una vez, que un hombre desechado por sus
contemporáneos, que llegaron hasta hacerle morir, se haya convertido en la base
de una comunidad nueva. Esta maravilla de la que sólo Dios es capaz, se produjo
una vez en Jesús.
A
los oyentes de la parábola toca ahora elegir. Cada uno ha de tender a estar
ligado a esta piedra, para con ella, por ella, gracias a ella, encontrarse
integrado en el edificio; cada cual ha de atender a que esta piedra no sea la
roca sobre la que uno cae y se rompe los huesos, o la piedra que se desprende y
cae, aplastando al que se encuentra debajo.
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Con
la misión del Hijo se pone en evidencia el último intento realizado por Dios,
su extremo y definitivo «mensaje» para los rebeldes. Marcos (12. 1-12)
precisará: «...Todavía le quedaba uno, su hijo querido».
Es
una expresión que me desconcierta cada vez que la leo.
Parece
que Dios ha quedado al borde de la pobreza.
Le
queda solamente el hijo.
Por
causa de los hombres, ha dilapidado todos los recursos, agotado todas las
posibilidades.
Excepto
el Hijo. El último tesoro que arriesgar en ese «juego» en donde hasta ahora
sólo ha encontrado mala suerte.
Sigue
diciendo Marcos: «Y se lo envió el último...» (mejor que Lc: «por último,
les mandó»).
Jesús
es verdaderamente el último, el «eskatos», desde la perspectiva de Dios.
No
el último en relación al tiempo, no el último de una serie de intentos.
El
ultimo, es decir, el definitivo, todo. Después del cual ya no queda nada (Ver
San Juan de la Cruz: SUBIDA DEL MONTE CARMELO, libro II, cap. 22).
Ahora
Dios es verdaderamente el pobre por excelencia. Pobre porque ha dado todo. En su
incurable pasión por los hombres no se ha quedado ni con su Hijo. También se
lo «ha jugado».
Dios
es pobre. La prueba está en que, con la venida de Jesús, no les falta nada a
los hombres.
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La
conducta de los labradores se juzga durante la ausencia del amo.
Se
diría que la ausencia de Dios garantiza el trabajo del hombre.
Nadie
está desocupado, gracias a ella.
«El
Dios de la confianza es también el Dios de la ausencia. Pero hay que comprender
exactamente esta ausencia. Esta significa sólo que Dios nos toma en serio, nos
deja el campo libre. Desaparece.
Deja
su puesto. No se trata ni de abandono, ni de evasión ni de deserción.
Es
un signo de amor. Se podría decir que se va el Dios de los filósofos y de los
sabios (el Dios de la Religión). Y se queda en medio de nosotros únicamente el
Dios confiado, pero débil, de la revelación. El Dios que pretende actuar
exclusivamente a través del amor que lleva a los hombres». El Dios de Jesús.
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