27 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO XXVII DEL TIEMPO ORDINARIO
9-15

9.

"La piedra que desecharon los arquitectos es hoy la piedra angular." Jesús es, en primer lugar, esa piedra angular. Y, en segundo, ese pueblo nuevo, ese nuevo Israel que va a nacer, el mundo cristiano que siga los pasos de Jesús, "un pueblo que produzca sus frutos".

Jesús es el punto clave y central en la nueva fe que está naciendo, en el nuevo modo de plantear el hombre sus relaciones con Dios. La causa de Jesús se va a convertir en la causa de Dios, en el Reino de Dios. Un Jesús pobre, sencillo, descalificado y matado por los dueños del poder y de la religión oficial, y tras él un pueblo inmenso que ha tomado en serio lo del amor, el perdón, la pobreza, la fraternidad entre todos los hombres...

Es el nuevo Israel que no nace del poder humano ni de la sangre común, cosas que no cuentan para entrar en el Reino de Dios. En este nuevo Israel desemboca el resto del antiguo Israel y recibe la crecida de nuevos pueblos para quienes Jesús va a ser la piedra angular. Esto, en aquel momento, era profecía; hoy es un hecho histórico.

Hay dos detalles que merecen ser destacados: el mimo de Dios por la viña, como describe Isaías, y la saña de los arrendatarios, que se constituyen en dueños y señores de la viña, del Reino de Dios.

En la parábola de Jesús hay una enseñanza que va más allá de la circunstancia histórica que la motivó. Me refiero al peligro de creerse uno dueño del Reino de Dios, de confundir la causa de Dios con la nuestra; cosa que puede hacerse a nivel personal y de grupo o institución, que quizá todavía es peor. La lección trágica que se desprende de Israel tiene que ser una lección para los responsables del nuevo pueblo de Dios. La propensión humana de querer encubrir nuestros intereses bajo el nombre de la religión es de todos los tiempos y, muy especialmente, de los hombres que se creen más religiosos. Pero Dios no se deja monopolizar ni secuestrar por nadie. Tampoco por los responsables de su Iglesia, que se consideran sus representantes. Sólo Dios es el dueño de la viña; los demás somos, como máximo, arrendatarios y trabajadores que han de dar sus frutos.

DABAR 1978/54


10.

-La palabra de Dios contra Israel: La lectura evangélica de este domingo es una parábola de Jesús inspirada sin duda en el canto de la viña del profeta Isaías (primera lectura). No obstante algunas diferencias formales y de género literario (el canto de la viña es una alegoría), el tema de fondo es el mismo: la infidelidad del pueblo elegido y en especial de sus dirigentes.

El canto de Isaías es una de las piezas líricas más hermosas de la Biblia. El profeta canta el amor de Dios a su pueblo, que es la viña de su cuidado, de sus trabajos, de sus esperanzas y desengaños. Porque esperaba uvas y la viña le dio agrazones.

Probablemente Isaías compuso esta canción para la fiesta de la vendimia, para denunciar en medio de la fiesta la sinrazón de la fiesta, para decir que no hubo cosecha de justicia sino de crímenes y de lamentos. Seguidamente, en el mismo capítulo del libro de Isaías, se describen y denuncian las principales lacras de aquella sociedad: la conducta de los ambiciosos que "juntan casa con casa y anexionan campo a campo hasta ocupar todo el sitio", la vida de crápula y desenfreno, la corrupción y venalidad de los jueces, la confusión de las ideas y la desfiguración de los auténticos valores, el engreimiento de los que se tienen a sí mismos por sabios y discretos, la presunción estúpida y supersticiosa de que todo irá bien a pesar de estos males...

En la parábola evangélica la viña sigue siendo el pueblo de Israel, pero la culpa recae ahora directamente sobre los arrendatarios de esta viña que son los sumos sacerdotes y senadores, los dirigentes del pueblo, que no dan al Señor el fruto que le corresponde y exige por medio de sus profetas y al fin por medio de su Hijo. Estos dirigentes, al escuchar la parábola de Jesús, sentencian sobre sí mismos condenando la conducta de los arrendatarios: "Por eso os digo que se os quitará a vosotros el reino de los cielos y se dará a un pueblo que produzca sus frutos".

-La palabra de Dios contra su Iglesia: Si hoy se predica esta palabra de Dios en medio de la Iglesia no es para que la Iglesia, fieles y sacerdotes, pronuncien su condena sobre la viña de Israel y sobre los sumos sacerdotes y senadores de aquel tiempo.

Porque esto sería desvirtuar la palabra de Dios y desposeerla de toda actualidad, como si fuera para nosotros agua pasada. Pero Dios no habla en vano, y su palabra no viene a proponernos hoy un caso teórico sino eminentemente práctico. Porque es nuestro caso. Porque nosotros somos hoy la viña y los arrendatarios.

No hace falta mucha imaginación para ver que las lacras de aquella sociedad de los tiempos de Isaías son nuestras propias lacras. Pues sigue entre nosotros la especulación del suelo en las ciudades ("juntan casa con casa") y el abuso de los latifundios (anexionan campo a campo"). La confusión de las ideas y el oscurecimiento de los auténticos valores, la corrupción de la justicia, el desenfreno y la irresponsabilidad... Después de dos mil años de cristianismo, cuando se esperaba justicia, ahí tenéis asesinatos y lamentos, guerras y mala uva por todas partes. No hace falta mucha imaginación para reconocer todo esto, pero sí mucha sinceridad para aceptarlos y más aún buena voluntad para cambiar de conducta. Porque de eso se trata y no de juzgar a los demás.

-Hagamos la justicia que Dios espera: La palabra de Dios denuncia un estado de cosas, una situación injusta, un sistema de vida que produce mala uva y marginación social. Lo que promete y anuncia es un orden nuevo, construido precisamente sobre la piedra que desecharon los artífices del orden viejo. Esta piedra es Cristo, arrojado de la ciudad y marginado hasta la muerte por las autoridades de Israel. Esta piedra es Cristo, solidarizado en la cruz con todos los marginados del mundo y con los que no cuentan.

Es Cristo, relegado en el olvido por tantos cristianos y en tantas ocasiones. Es Cristo y los que son de Cristo, padeciendo con él el mismo olvido y marginación. Si queremos participar en el surgimiento del nuevo pueblo de Dios, en la gran renovación anunciada por el evangelio, no podremos conformarnos con un cambio de conducta individual. Será necesario un esfuerzo colectivo que renueve la faz de la tierra y sustituya las bases de la vieja sociedad.

EUCARISTÍA 1978/46


11. VIÑA/FRUTO: LA VIÑA QUE DEFRAUDA

-Arrendará la viña a otros labradores (Mt 21, 33-43) Este texto ha planteado y plantea todavía serios problemas a los exegetas. Algunos ven en el un relato compuesto por la comunidad cristiana que querría describir la historia de las preferencias de Dios por su pueblo hasta el momento en que envía a su propio Hijo. Sería, pues, una manera de presentar la vida de Cristo en relación con la historia de Israel, el fracaso y el paso de la elección de Dios a un pueblo nuevo. Esto no quita nada al hecho de que el Espíritu Santo ha guiado la redacción de esta historia de Israel, de Cristo y del nuevo pueblo escogido. Sin embargo, y sin querer entrar en estos problemas de crítica literaria, diversos especialistas no admiten esta forma de ver y consideran más indicado buscar en el evangelio de san Marcos las líneas más exactas y más antiguas del relato, para poder después constatar que san Mateo, tomando como base la parábola contada por san Marcos, la utilizó para las necesidades catequéticas de su propia comunidad.

Sin entrar aquí en el detalle comparativo entre el relato de san Mateo y el de san Marcos, debemos, sin embargo, señalar diferencias importantes.

En san Marcos (12, 1-12), es enviado un siervo una primera y una segunda vez antes de ser enviado el hijo. Ambos siervos son maltratados, el segundo peor que el primero; hay como una exasperación en contra del dueño; por fin es matado el hijo. En san Mateo, los enviados son dos grupos, el segundo más numeroso que el primero, y, de golpe, son cruelmente maltratados; por fin, el envío del hijo se salda con su asesinato. Cabe pensar que san Mateo ha querido subrayar el trato infligido a los distintos profetas enviados a la viña del propietario, es decir, al pueblo de Israel; se refiere después al Hijo, Jesús, condenado a muerte por los judíos. San Mateo quiere subrayar, como lo hace a menudo en su evangelio, la responsabilidad de los sumos sacerdotes y de los ancianos del pueblo, a quienes se dirige aquí Jesús, lo mismo que lo hace también a los fariseos.

La conclusión de san Marcos y de san Mateo es idéntica: los viñadores merecen la muerte, y la viña será arrendada a otros.

Pero hay una conclusión especialmente puesta de relieve por san Mateo: los nuevos viñadores deberán entregar los frutos a sus tiempos.

Esta particularidad de san Mateo caracteriza, por lo demás, todo su relato. Los viñadores no entregaron el fruto de su viña; estos nuevos deberán preocuparse de entregar al dueño esos frutos de la viña. Entregarlos a sus tiempos; hay, pues, un momento establecido en el que deberán dar cuenta de su trabajo.

Parece claro que san Mateo ha querido acentuar la forma en que Israel recibió a los profetas y las advertencias de Dios. No produjo frutos. Es responsable de la muerte del Hijo enviado al final de los tiempos por el Padre. San Marcos también pone esto de relieve. Y los críticos piensan que aquí -como es el caso frecuentemente cuando el texto nos dice: "¿No habéis leído nunca en la Escritura...?"- la frase: "La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular", habría sido introducida por los cristianos. Y añade san Mateo: "Se os quitará a vosotros el Reino de Dios (y no "de los cielos", como escribe habitualmente) y se dará a un pueblo que produzca sus frutos". Advirtamos de nuevo aquí la insistencia de san Mateo en los frutos que el nuevo pueblo de Dios debe producir.

-La viña del Señor es la casa de Israel (Is 5, 1-7)

Este notable poema describe toda la historia de la fidelidad de Dios para con su pueblo y la de las múltiples manifestaciones de esta fidelidad y, por otra parte, las infidelidades de Israel.

El plan del pasaje es claro: El propietario de la viña prodiga todos sus cuidados a su plantación. Pero resulta un fracaso. Se invita a los habitantes de Jerusalén y de Judá a que den su juicio sobre estos hechos. ¿Qué más podía hacer el dueño de la viña? En un caso así, tienen que comprender el duro castigo que el dueño hará sufrir a su viña. Sólo queda descubrir quiénes son los actores reales que se ocultan bajo el relato. El autor lo hace.

Tenemos aquí, por lo tanto, la descripción poética del amor de Dios por su pueblo Y las infidelidades de este último. Se le apremia a juzgarse a sí mismo y a reconocerse en esa viña que merece ser castigada: "La viña del Señor de los ejércitos es la casa de Israel".

La enseñanza de este domingo tiene su importancia para la Iglesia de hoy. La falta que se reprocha a los primeros viñadores, al primer pueblo de Dios, es sobre todo la de no haber producido frutos; no ha escuchado a los profetas y se ha mostrado infiel. Si ahora se ha arrendado la viña a un nuevo pueblo, este último -la Iglesia, la comunidad que san Mateo quiere catequizar- no debe olvidar tampoco ella el producir ese fruto a su tiempo. En este intervalo que le queda entre el momento en que el Señor construyó su nuevo pueblo, y el momento de su vuelta, es preciso que la comunidad trabaje por producir frutos, frutos que son, ante todo, el amor. La Iglesia ha de ser, pues, un instrumento dócil en las manos del Señor, y no puede comportarse como dueño del Reino, como si éste no se le hubiera confiado.

La respuesta, tomada del salmo 79, expresa el desconsuelo de Israel:

¿Por qué has derribado su cerca,
para que la saqueen los viandantes,
la pisoteen los jabalíes
y se la coman las alimañas?

Expresa, asimismo, muy bellamente la plegaria de los nuevos viñadores, el nuevo pueblo de Dios que tiene por misión hacer que la viña dé frutos en la fidelidad:

Dios de los ejércitos, vuélvete:
mira desde el cielo, fíjate,
ven a visitar tu viña,
la cepa que tu diestra plantó,
y que tú hiciste vigorosa.

ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 7
TIEMPO ORDINARIO: DOMINGOS 22-34
SAL TERRAE SANTANDER 1982.Pág. 56 ss.


12. FRUSTRACION/ATEO: DESPUÉS DE LA MUERTE DE DIOS 

Lo matamos y nos quedamos con su herencia.

Es difícil todavía hoy no estremecerse ante los gritos del loco en «La Gaya Ciencia» de F. Nietzsche: "¿Dónde está Dios? Yo os lo voy a decir. ¡Nosotros lo hemos matado, vosotros y yo! ¡Todos somos sus asesinos! Pero, ¿cómo hemos podido hacer eso?... ¿Qué hemos hecho al cortar la cadena que unía esta tierra al sol? ¿Hacia dónde se dirige ahora? ¿A dónde nos dirigimos nosotros?"

Según F. Nietzsche, el mayor acontecimiento de los tiempos modernos es que "Dios ha muerto". Dios no existe. No ha existido nunca. En cualquier caso, los hombres estamos solos para construir nuestro futuro.

Esta es la convicción profunda que se encierra en todos los proyectos de liberación que se le ofrecen al hombre moderno, sean de carácter cientifista, de inspiración marxiana o de origen freudiano.

Las religiones representan hoy una respuesta arcaica, ineficaz, insuficiente para liberar al hombre. Una respuesta ligada a una fase todavía infantil e inmadura de la historia humana.

Ha llegado el momento de emanciparnos de toda tutela religiosa. Dios es un obstáculo para la autonomía y el crecimiento del hombre.

Hay que matar a Dios para que nazca el verdadero hombre. Es, una vez más, la actitud de los viñadores de la parábola: "Venid, lo matamos y nos quedamos con su herencia" (/Mt/21/33-46).

La historia reciente de estos años comienza a descubrirnos que no le es tan fácil al hombre recoger la herencia de «un Dios muerto».

Después de la declaración solemne de la muerte de Dios, son bastantes los que comienzan a entrever la muerte del hombre. Bastantes los que se preguntan como A. Malraux si el «verdugo de Dios» podrá sobrevivir a su víctima.

Las revoluciones socialistas no parecen haber traído consigo la libertad a la que el hombre aspira desde lo más hondo de su ser. La libre expansión de los impulsos instintivos, predicada por S. Freud, lejos de hacer surgir un hombre más sano y maduro, parece originar nuevas neurosis, frustraciones y una incapacidad cada vez más profunda para el amor de comunión. «El desarrollo científico, privado de dirección y de sentido, está convirtiendo el mundo en una inmensa fábrica» (·Marcuse-H) y va produciendo no sólo máquinas que se asemejan a hombres sino «hombres que se asemejan cada vez más a máquinas» (I. Silone).

Este hombre, frustrado en sus necesidades más auténticas, víctima de la «neurosis más radical» que es la falta de sentido totalizante para su existencia, atemorizado ante la posibilidad ya real de una autodestrucción total, ¿no está necesitado más que nunca de Dios? Pero, ¿ya encontrará entre los creyentes a ese Dios capaz de hacer al hombre más responsable, más libre y más humano?

JOSE ANTONIO PAGOLA
BUENAS NOTICIAS
NAVARRA 1985.Pág. 115 s.


13.

1. La incomprensible incredulidad de los hombres religiosos de siempre Si los textos evangélicos insisten en un tema, no debemos evadirlo, aunque nos resulte muy conflictivo y desagradable. Vamos a comentar la segunda de las tres parábolas que Jesús dedicó al final de su vida a la incredulidad del pueblo de Israel en general, encabezados por unos dirigentes religiosos que anteponían sus intereses y ganancias a los deseos de Dios. Una parábola que, con una fuerza extraordinaria, pide cuentas de su actuación a los falsos pastores de Israel, que han llevado al pueblo al rechazo del enviado de Dios, y anuncia la sustitución del pueblo judío por un nuevo pueblo. Nos cuenta una terrible historia de maldad humana, nos revela el drama del judaísmo y el futuro de la Iglesia si es infiel a la misión que le han encomendado. A diferencia de la anterior, que sólo nos narraba Mateo, esta parábola nos es relatada por los tres evangelistas sinópticos con ligerísimas diferencias secundarias.

Existen en ella muchos puntos alegóricos, por lo que podemos considerarla como una parábola alegorizante, evitando dar interpretación a todos los detalles (cerca, lagar, casa del guarda...) puestos en función de la narración.

Puede ser muy aleccionador leer la historia de estos veinte siglos de Iglesia a la luz de esta parábola-alegoría. Muchas cosas incomprensibles pueden resultar diáfanas. De nada sirve esa falsa seguridad de creer que lo nuestro es lo que Dios quiere y bendice, tan frecuente en muchas personas de la Iglesia, en los políticos que se llaman sin rubor cristianos, en los hombres muy acomodados... En lugar de identificar, sin más, sus opiniones con las de Dios, deberían tener en cuenta la opinión de ciertas comunidades cristianas aleccionadas por unos profetas que aparecen de vez en cuando como estrellas fugaces. No estamos lejos de los tiempos en que los intereses de un Estado, o de un partido político, o de un régimen, o de una ideología, fueron presentados como los auténticos intereses de Dios. El desastre a que lleva este proceder está anunciado en el texto y es una experiencia que todos podemos tener si queremos abrir los ojos. La parábola-alegoría nos invita a la conversión al presentarnos la culminación de una larga historia de infidelidades. Es una seria advertencia para los cristianos, obligados a dar los frutos que no dio el pueblo de la antigua alianza.

2. La muerte de los profetas no es consecuencia de un trágico error

Desde los tiempos del profeta Isaías, aparece frecuentemente en la literatura bíblica el tema de la viña como símbolo de Israel. Una gran vid de oro macizo y de grandes proporciones estaba colocada encima de la entrada del santuario en el templo de Jerusalén, representando al pueblo israelita. Jesús calca su parábola del cántico conmovedor del profeta (Is 5,1-7), cambiando su final. Ambos -Isaías y Jesús- describen la viña en condiciones óptimas para producir frutos abundantes.

Para tener más claro desde el principio el significado de la parábola, adelantamos su simbolismo: el propietario es Dios; los trabajos que realiza en la viña nos están indicando su solicitud y amor por el pueblo elegido; los labradores son principalmente los dirigentes religiosos de Israel, y con menor responsabilidad el resto del pueblo; el fruto es el amor, la justicia...; los criados, los profetas; los envíos repetidos significan la constante llamada de Dios a la conversión; el hijo es Jesús.

Dios había formado un pueblo de esclavos en Egipto y lo había hecho propiedad personal, adoctrinándolo con una historia de salvación-liberación. Frecuentemente le enviaba profetas para que le indicaran el camino a seguir. Y esperó que diera fruto, pero le dio agrazones (Is 5,2).

Todavía hoy podemos comprobar en Palestina la existencia de muchos de los detalles que adornan o se insinúan en la parábola. El muro que sirve de cerca a las viñas, construido con piedras sueltas, sin conexión entre sí, pero colocadas con gran maestría. El lagar, menos frecuente, también se construía dentro de algunas viñas, excavado en roca. La casa del guarda -que Marcos llama "torre" (Mc 12,1)- no era más que una caseta redonda y sin techo, construida también con piedras sueltas, y que cuando maduraban las uvas se la cubría de follaje, dejando una especie de atalaya para vigilar la viña, y se utilizaba de vivienda permanente para el guarda y para los viñadores en la época de la vendimia. Todos estos elementos pretenden indicarnos que en la viña no faltaba ningún detalle para que los frutos pudieran ser muy abundantes; que el dueño había puesto todo el interés (se ve mucho más claro en el texto citado de Isaías).

El detalle del amo que arrienda la viña a unos labradores y se va de viaje al extranjero era normal. Muchos terrenos de Palestina, principalmente de Galilea, pertenecían a latifundistas extranjeros. Como siempre, Jesús trata de ser en sus parábolas lo más realista posible.

Las viñas comenzaban en Palestina a dar fruto al tercer año, y la renta se cobraba a partir del quinto año, según estipulaba la ley (Lev 19,23-25). Es lo que hace el dueño: envía unos criados para recibir su parte de los frutos de la viña.

Las condiciones de Palestina en tiempos de Jesús eran difíciles: todo el país, sobre todo Galilea, vivía revuelto desde Judas el Galileo (año 6 d.C.). Los numerosos latifundios en manos de extranjeros, unido a los sentimientos nacionalistas del pueblo, influido por la propaganda de los zelotes, hacían posible la verosimilitud del comportamiento de los arrendatarios, que alimentaban un vivo odio hacia esos propietarios extranjeros. En una situación así era muy posible que la reclamación de unas rentas ocasionara palizas e incluso muertes. Parece que la parábola refleja el ambiente que se respiraba antes de la gran revolución (año 66 d.C.).

Los malos tratos que reciben los criados van en aumento, lo que nos indica que las relaciones del pueblo con Dios son cada vez peores. Es el trato que han recibido la mayoría de los grandes profetas. Un antiguo texto judío ha reunido unas breves biografías de veintitrés profetas. Seis de ellos murieron violentamente: Amós, muerto a mazazos; Miqueas, arrojado a un precipicio; Isaías, aserrado en dos; Jeremías, lapidado en Egipto; Ezequías, muerto en Babilonia; Zacarías, despedazado. El último había sido el Bautista. Es evidente que las lamentaciones de Jesús sobre el asesinato de los profetas están plenamente justificadas (Mt 23,37).

Es verdad que no todos fueron maltratados, que la viña no siempre dio agrazones. Pero en la historia de Israel -como en toda historia que describa las relaciones del hombre con Dios- pesan más las infidelidades que el amor.

Maltratar, apedrear, matar a los enviados... es el fiel reflejo de la pretensión del hombre que quiere construir su vida por sí mismo, desde sí mismo y para sí mismo, con autonomía absoluta y total, eliminando toda injerencia exterior, incluso la de Dios.

"Por último, les mandó a su hijo". El comportamiento del amo es inexplicable; parece un hombre ingenuo o un inconsciente al exponer al peligro también a su propio hijo, después del asesinato de numerosos criados. Pero se trata de Dios, que cuando entra en acción pone en crisis todos los modelos humanos de comportamiento, hace saltar los criterios de la racionalidad y de la prudencia.

El envío del hijo es el punto central del relato. No han hecho caso de los profetas, y tampoco lo harán del hijo. La situación histórica en que se encuentra Jesús cuando propone esta parábola es dramática: está a escasos días de ser crucificado. Israel, con sus jefes religiosos al frente, está ante el último enviado de Dios. Si no lo acogen, les será quitado el reino. Jesús es consciente de esto, y hace los últimos intentos para que crean en él, en su misión y en su mensaje, aunque no espera tener mejor suerte que los profetas que le han precedido. Más bien parece convencido de que sufrirá la prueba del justo (Sab 2,12-20).

La muerte del hijo no es consecuencia de un error trágico. Es un asesinato muy consciente y premeditado. Tienen plena conciencia de la gravedad de su acción. Con ella, el enfrentamiento entre el propietario -Dios- y sus arrendatarios llega a su punto culminante. El complot de los dirigentes religiosos se basa en motivos claramente blasfemos: quieren matar a Jesús porque saben que él proclama una religión universal, lo que les quita a ellos el monopolio de Dios, sobre el que han construido su poder económico y político. Quieren ser ellos los únicos dueños y señores de la viña, del pueblo de Dios. Jamás aceptarán al que pretenda poner en duda las bases de su sistema.

El asesinato del heredero era una manera de entrar en posesión de la viña, puesto que el derecho concedía a los primeros ocupantes una tierra vacante. A la muerte del propietario, que quizá pensaban ya hubiera sucedido, puesto que venía el heredero para tomar posesión de los frutos, la viña pasaba al hijo. Si lo mataban, quedaba sin dueño. Como ellos eran los primeros ocupantes, podrían posesionarse de ella. Asocian la legalidad y la bajeza.

"Lo empujaron fuera de la viña y lo mataron". Prefigura la muerte de Jesús fuera de las murallas de Jerusalén, según Mateo y Lucas. En Marcos, el asesinato tiene lugar dentro de la viña, y arrojan el cadáver fuera de ella (Mc 12,8). Indica la exclusión de la sociedad judía que los dirigentes han decretado contra Jesús.

La parábola se refiere directamente a los dirigentes religiosos; pero indirectamente toca también al pueblo, en cuanto se deja arrastrar y participa de la infidelidad de sus jefes (Mt 27,20).

3. Los frutos de la viña

La viña no es estéril. Pero, desde el punto de vista del amo, es como si lo fuese, ya que los frutos que le corresponderían le son retenidos por los arrendatarios, que se comportan como si la viña fuese de su propiedad. La referencia a lo que sucede en el templo, en donde prospera un comercio y un tipo de religiosidad útil para algunos -no para el destinatario original ni para el pueblo-, es bastante transparente. Los dirigentes deberían preocuparse de los intereses de Dios, del que son representantes, en lugar de buscar los propios. Administran el templo como si fuese de su propiedad y no debieran responder de su gestión ante el dueño -Dios-. Han recurrido a la violencia y al asesinato cuando han visto peligrar sus ingresos y su poder.

Nunca faltaron -ni faltan- quienes se apoderaron de la institución religiosa para aprovecharse de ella, incapacitándola como bien al servicio de la humanidad. En todas las religiones suele darse este fenómeno: lo que comienza siendo obra de Dios al servicio de todos los hombres, se transforma con el paso del tiempo en el negocio de unos pocos. Cuando aparecen los reformadores y los profetas, suelen encontrarse generalmente con la oposición sistemática de los dirigentes religiosos -nunca del pueblo-, que ven peligrar su prestigio y sus intereses ante la sola idea de una reforma a fondo. ¡Cuántos intereses personales y de grupos están dificultando la puesta al día de la Iglesia!

Lo que más falsea una religión es hacer coincidir los intereses del reino de Dios con los propios y mezquinos intereses personales o comunitarios. Fue lo que Jesús reprochó a aquellos jefes del pueblo judío; atrevimiento que le llevó a ser apresado y asesinado. Es triste constatar cómo la historia fue testigo del mismo proceso en el seno de la Iglesia en demasiadas ocasiones. Y lo sigue siendo.

¿Por qué han sido rechazados Jesús y los profetas? Porque el verdadero profeta o creyente no halaga nunca los oídos del pueblo, y mucho menos permite a los jefes que confundan la voluntad de Dios con sus propias decisiones interesadas.

4. La última palabra pertenece a Dios

"Cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores?" La respuesta de los dirigentes a esta pregunta de Jesús es lógica: "Hará morir de mala muerte a esos malvados y arrendará la viña a otros labradores que le entreguen los frutos a sus tiempos". Los viñadores se equivocaban: el propietario acudiría personalmente y se la confiaría a otros.

La última palabra de la historia no es la muerte del profeta, sino la intervención de Dios, que se hace solidario con los que le son fieles. Jesús les cita el salmo 118, salmo mesiánico, que también había sido empleado en las aclamaciones triunfales de la entrada en Jerusalén. "La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular" (/Sal/118/22). Es una clara alusión a la resurrección, y supone la costumbre de que el encargado de la construcción diera su aprobación a cada uno de los sillares destinados a un edificio: los defectuosos eran desechados. La piedra que los dirigentes desechan ahora será la que fundamente la nueva edificación, el nuevo pueblo de Dios.

Se discute si "la piedra angular" es la puesta en los cimientos del edificio o la colocada en el remate de la construcción, encima del arquitrabe. Aquí encaja mejor lo segundo, pero puede ser una y otra: algo fundamental y que unifica y ensambla el conjunto al mismo tiempo.

El final de Jesús no coincide con Isaías: la parábola sugiere un castigo y una promesa. Su castigo no cae sobre la viña -como en Isaías-, sino sobre los viñadores. La viña -que ya no es sólo Israel, sino toda la humanidad- pasará a otras manos. Algo inconcebible para los judíos: siempre, a pesar de las infidelidades y de los castigos, Israel permanecía como el pueblo elegido. No se trata ya de un exterminio, sino de una sustitución: la elección de Israel quedará suprimida "y el reino de los cielos se dará a un pueblo que produzca sus frutos". La parábola pasa de la viña al reino de los cielos, término mucho más universal que el primero, que solamente se refería a Israel.

Es necesario dar frutos verdaderos. Si la Iglesia no los da, le será arrebatado el reino y dado a otros. Preguntémonos con seriedad: ¿Qué frutos concretos está dando la Iglesia universal, nuestra comunidad, cada uno de nosotros? ¿Cómo nos comportamos con los profetas que surgen entre nosotros, sean o no de los nuestros? No podemos seguir edificando la vida al margen del evangelio, aunque nos justifiquemos con mucho derecho canónico. Y no olvidemos que el reino de Dios es mucho más grande e importante que nuestra Iglesia.

5. Los dirigentes han entendido

Los destinatarios principales de la parábola -sumos sacerdotes y guías de Israel, entre los que vuelven a aparecer los fariseos- han entendido perfectamente el ataque de Jesús. Al darse cuenta de que iba por ellos, piensan en un primer momento capturarle, pero tienen miedo de la gente. Aunque son palabras claras, no conducen a aquellos hombres al verdadero conocimiento y conversión, sino a un mayor endurecimiento y enfrentamiento con Jesús. Es la reacción normal de los jefes cuando le han cogido gusto al cargo. Nadie es dueño de la Iglesia. El sentirse los dueños de la comunidad y el usufructuarla a la sombra del supuesto interés de Dios lleva necesariamente a excluir a las personas que con sus ideas, esquemas y actuaciones pueden tirar por tierra los propios planes.

Sería muy cómodo aplicar la lección a Israel y a su infidelidad. Pero ¿no nos portamos los cristianos de hoy de la misma manera?, ¿no somos labradores descuidados, infieles, estériles, que frustran constantemente los planes de Dios? ¿Reconocemos a Cristo como la única piedra en la que fundamentar nuestra vida, con algo más que con palabras? ¿Creemos en él, en su evangelio, aceptando sus criterios de vida como nuestros? ¿Estamos verdaderamente unidos a la vid? (Jn 15,1-8). Los dirigentes religiosos de Israel eran cumplidores, conservaban externamente la alianza, iban al templo y a las sinagogas, recitaban sus oraciones..., pero no cumplían el espíritu de la ley. Por eso no aceptaron a Jesús. ¿Y nosotros? ¿No le falta a nuestro cristianismo encarnación? ¿Damos al mundo la imagen de Dios que es y necesita?

Dios sigue enviando profetas: voces inconformistas que reclaman un cambio de dirección en la humanidad y en la Iglesia. Voces que tratamos de esquivar de mil modos: difamando, acusando, excluyendo, ignorando, despreciando..., incluso asesinando. Mientras, defendemos un cristianismo tranquilo, cómodo, egoísta, individualista, clasista... La parábola sigue siendo actual, escandalosa, directa, acusadora. No tratemos de "aguarla". No olvidemos que los textos evangélicos van siempre mucho más allá del contexto histórico.

El reino de Dios se hace presente allí donde existen hombres dispuestos a dedicarse, desinteresadamente, al bien de la humanidad. Estar dentro de la Iglesia no garantiza estar trabajando para Dios, si nuestra actitud profunda no se adecúa a los criterios del reino, expuestos en todo el evangelio.

FRANCISCO BARTOLOME GONZALEZ
ACERCAMIENTO A JESUS DE NAZARET- 4 PAULINAS/MADRID 1986.Págs. 40-46


14.

1. Nadie es dueño del Reino de Dios

La parábola de los viñadores homicidas es una clara alusión a las relaciones entre el Reino de Dios y el pueblo de Israel, y nos permite situar el Reino desde una perspectiva histórica.

Ya en el Antiguo Testamento se había comparado a Israel con una viña plantada y protegida por Dios con todo lujo de cuidados; sin embargo, más que uvas produjo agrazones. La idea simbólica es recogida por Jesús en una alegoría en la que los diversos profetas del Señor fueron, por lo general, maltratados por el pueblo elegido. Finalmente, no se detuvieron ni ante el «hijo» al que condujeron fuera de la ciudad para matarlo.

La conclusión histórica es clara: el Reino les será quitado para que lo disfruten los nuevos pueblos llegados del paganismo. Ellos son esa piedra que el judaísmo siempre despreció, y que sin embargo fue bien vista por Dios para ser el fundamento de su nuevo edificio.

Como otras parábolas, también ésta se encuadra dentro de la polémica Iglesia-Judaísmo, y explica desde una perspectiva de fe el porqué del fracaso de la relación de Jesús con su pueblo. Hoy procuraremos que la parábola ilumine ciertos rasgos de nuestro cristianismo, ya que la lección del texto evangélico va mucho más allá de su mero contexto histórico. Ante todo, Jesús relaciona el Reino de Dios con toda la historia de la salvación. El Reino no es un brote recién nacido con Jesús, sino que en él más bien adquiere plenitud, pues siempre ha estado presente en la historia del pueblo como una invitación a un trabajo eficaz en orden a toda la humanidad.

También hoy nosotros nos integramos en esa historia, conscientes de que no somos los primeros ni seremos los últimos. Mas esto poco importa: en cada época el Reino se presenta como una llamada dirigida a los presentes que tienen a su cargo el cuidado de la viña. También hoy Dios nos envía sus mensajeros para comprobar si nuestro trabajo está en función del Reino o de nuestros intereses.

Bien podemos, pues, descubrir en nuestra Iglesia a esa viña que con tanto cuidado ha sido protegida por Dios, si bien en más de una oportunidad los obreros han abusado de ese benéfico cuidado de modo que la viña resultó ser una mera fuente de ganancias.

La parábola no niega que aquellos obreros trabajaran la viña, pero en lugar de ponerla al servicio de los intereses del Reino (intereses de todos los hombres), la usufructuaron como su propiedad personal, recurriendo a la violencia y al asesinato con tal de no perder sus pingües intereses.

Dicho de otra forma: hay quienes se apoderan de la institución religiosa para aprovecharse de ella, por lo que automáticamente la esterilizan como bien al servicio de toda la comunidad. Son lobos depredadores que destruyen lo que es de todos... Estamos frente a un capítulo importante de la historia de la Iglesia: el enajenamiento del Reino por los que solamente fueron llamados a la viña que tiene un solo dueño: Dios. En todas las religiones se suele dar este fenómeno, tan humano por otra parte: lo que comienza siendo obra de Dios al servicio de todos los hombres, se transforma en el negocio de unos pocos y para su único uso y usufructo.

Cuando aparecen los reformadores, generalmente la oposición sistemática no viene del pueblo sino de los dirigentes, que ven peligrar su prestigio y sus negocios ante la sola idea de una reforma a fondo. La historia del Concilio Vaticano II es una de las muestras de esta larga historia: son demasiados los intereses personales que dificultan un proceso de cambio, en la cabeza y en los miembros.

En más de una oportunidad hemos hecho alusión a un punto de partida que falsea todo el esquema: hacemos coincidir los intereses del Reino con nuestros propios y mezquinos intereses. Fue esto lo que Jesús les reprochó a los jefes del pueblo judío, y fue por esto, por este atrevimiento de rebelarse contra tal corrupción, por lo que fue apresado, juzgado y ejecutado. Triste es decirlo: pero la historia fue testigo del mismo proceso en más de una oportunidad dentro del seno mismo de la Iglesia.

En este sentido, la parábola de hoy es una seria advertencia a todos los que, de una u otra manera, nos sentimos los dueños de la comunidad, más preocupados de llevar adelante nuestros proyectos que de pensar en cuáles son los proyectos de Dios con su Iglesia en relación con los demás pueblos.

Conclusión clara y terminante: nadie es dueño de la Iglesia; que nadie confunda esta historia concreta de la Iglesia con la historia del Reino que siempre encontrará canales para no quedar aprisionado en nuestro esquema mezquino. Ni siquiera hace falta que otros pueblos nuevos entren a formar parte de la Iglesia para que se cumpla el plan de Dios; el Reino se hace presente allí donde existen hombres dispuestos a servir en una causa desinteresada.

En la parábola resulta claro el concepto de que Dios no confunde sus planes con los de quienes dicen trabajar en su viña. El estar dentro de la Iglesia no nos da garantías de estar trabajando para Dios si nuestra actitud profunda no se adecúa a los criterios del Reino, bien clarificados en todo el Evangelio.

Desde esta perspectiva, nos puede resultar aleccionador leer la historia de estos veinte siglos de Iglesia a la luz de esta parábola. Muchas cosas incomprensibles pueden resultar extremadamente claras y diáfanas.

2. Todas las piedras pueden servir para la construcción del Reino

Durante estos domingos la Palabra de Dios parece insistir en forma repetida y casi monótona en los mismos conceptos que, aunque claros de por sí, se hacen duros de digerir en el momento concreto.

Sabemos ya que la frontera del Reino sólo es conocida por el mismo Dios, y que de nada nos sirve descansar sobre una supuesta seguridad de que lo nuestro es, no solamente lo mejor, sino lo que Dios quiere y bendice.

Todavía es común que, no solamente altos dignatarios de la Iglesia, sino hasta políticos llamados cristianos, ponen a Dios por testigo de la legitimidad de sus pensamientos y actos, sin considerar la opinión de toda la comunidad mejor aleccionada por ciertos profetas que aparecen como estrellas fugaces.

Todavía no estamos lejos de los tiempos en que los intereses de un Estado, o de un partido político, o de un régimen, o de una ideología fueron presentados como los auténticos intereses de Dios. El desastre al que lleva este modo de proceder ya está anunciado en la parábola que hoy nos ocupa.

No podemos construir el edificio de la comunidad del Reino seleccionando nosotros las piedras, como si unas fuesen válidas y otras despreciables. Esta es otra importante lección de la parábola: lo que a nuestros ojos es despreciable, puede no serlo a los ojos de Dios; y viceversa...

¿Qué significa esto concretamente? Que hagamos bien lo que cada uno descubre como su compromiso personal, pero que no juzguemos la forma de compromiso de otras personas, aunque no piensen como nosotros. Si partimos de que no somos los dueños ni de la Iglesia ni menos del Reino, lo conveniente es una actitud de apertura hacia todos los que con buena voluntad intentan agregar su cuota de sacrificio en la construcción de una humanidad mejor o de un país o comunidad mejores.

El sentirse los dueños de la comunidad y el usufructuarla a la sombra del supuesto interés de Dios, nos lleva necesariamente a excluir a las personas que con sus ideas, esquemas y actos pueden tirar por tierra nuestros planes.

Jesús en la parábola condena severamente a estos obreros de la viña que juzgan a los demás con su propia vara. Ese solo juicio es suficiente para dudar de sus sanas actitudes. Concluyamos: nadie puede ignorar que tanto en el mundo entero como en nuestro país en particular, se están haciendo grandes esfuerzos por lograr una sociedad más justa y democrática; en esta tarea, los que tienen más deberán ceder parte de lo suyo en función de los que tienen menos. Si queremos defender nuestros intereses, tenemos derecho a hacerlo siempre y cuando no pongamos a Dios por medio. Si, en cambio, nos interesan de veras los objetivos del Reino de Dios, tendremos el coraje de aceptar nuestra cuota de renuncia y de sacrificio en pro de aquellos que hasta el momento han sido tratados injustamente.

No esperemos a que Dios envíe a un santo milagrero o a Jesús en persona para hacernos abrir los ojos. Si hay sinceridad, ya tenemos elementos más que suficientes para que adoptemos una actitud realmente evangélica: esa actitud que interpreta que los bienes de Dios pertenecen a todos los hombres, sean bienes del espíritu o bienes materiales. Todos comprendemos que no es fácil adoptar esta actitud: demasiado nos hemos acostumbrado a un señorío sobre los bienes de Dios como para que ahora renunciemos a ellos.

Sin embargo, no otra es la conclusión a la que nos lleva esta escandalosa parábola de Jesús: se nos podrá quitar el Reino y éste será entregado a gente con más deseos de servir a sus hermanos. Aunque lo más posible es que ni siquiera hará falta que se nos quite el Reino: podemos ya estar fuera arañando solamente su fachada... Esto es para pensarlo más profundamente...

SANTOS BENETTI
CRUZAR LA FRONTERA. Ciclo A.Tres tomos
EDICIONES PAULINAS.MADRID 1977.Págs. 269 ss.


15.

1. Rechazo del enviado de Dios.

Indudablemente la parábola de los «viñadores perversos» se refiere en primer lugar al comportamiento de Israel en la historia de la salvación: los criados enviados por el propietario de la viña para percibir los frutos que le correspondían son ciertamente los profetas, que son asesinados por los labradores egoístas por exigir lo que corresponde a Dios. Pero la parábola no estaría en el Nuevo Testamento si no afectara de alguna manera a la Iglesia. Esta Iglesia, como se dice al final del evangelio de hoy, es precisamente el pueblo al que se ha dado el reino de los cielos quitado a Israel para que Dios pueda recoger por fin los frutos esperados. Preguntémonos si los recoge realmente de la Iglesia tal y como nosotros la representamos. Ciertamente los percibe de los criados enviados en la Iglesia, sobre todo de los santos (canonizados o no), pero la cuestión que acabamos de plantearnos sigue en pie: ¿cómo los ha recibido la Iglesia y como los recibe todavía? En la mayoría de los casos mal, y muy a menudo no los recibe en absoluto; muchos de ellos (también papas, obispos y sacerdotes) experimentan una especie de martirio dentro de la misma Iglesia: rechazo, sospecha, burla, desprecio. Y si se les canoniza después de su muerte, su imagen se falsifica no pocas veces según los deseos de la gente: así, por ejemplo, Agustín se convierte en el promotor de la lucha contra la herejía, Francisco en un entusiasta de la naturaleza, Ignacio en un astuto estratega, etc. Estas palabras de Jesús siguen siendo verdaderas: «No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa» (Mc 6,4). Y todo miembro de la Iglesia tendrá que preguntarse también si y en qué medida la decepción de Dios a causa de la viña que él ha plantado con tanto cariño -«esperaba que diera uvas y dio agrazones»- le afecta a él personalmente, a él que está habituado a criticar a la Iglesia como tal.

2. La decepción de Dios.

¡Sí, la decepción de Dios! A causa de la Sinagoga y de la Iglesia, que tiende siempre a alejarse de él, y hoy quizá más que nunca, porque cree saber -en las cuestiones de la fe, de la liturgia, de la moral- todo mejor que Dios con su revelación anticuada. Esa Iglesia que, en vez de alabarle y adorarle, corre constantemente tras dioses extraños -la misa como autosatisfacción de la comunidad (al final, si la representación ha gustado, se aplaude), la oración como higiene del alma, el dogma como arquetipo psíquico, etc.- y da pábulo a la preocupación de Pablo: «Me temo que, igual que la serpiente sedujo a Eva con astucia, se pervierta vuestro modo de pensar y abandone la entrega y fidelidad al Mesías» (2 Co 11,3). Lo mismo que de la Sinagoga quedó un «residuo» fiel y santo (Rm 11,S), así también subsistirá siempre -y en este caso ciertamente mucho mayor- ese «resto santo» formado por María, los santos y la Iglesia de los verdaderos cristianos.

3. El resto.

Pablo, que se considera parte de ese resto, nos da en la segunda lectura una descripción de los sentimientos que reinan o deberían reinar en él. Y si en la Iglesia infiel predomina una inquietud permanente, una búsqueda de lo nuevo o de lo novedoso, de lo más aprovechable temporalmente, de lo que asegura la mejor propaganda, en el resto fiel, a pesar de la persecución, o precisamente en la persecución, domina «la paz de Dios que sobrepasa todo juicio». Y si Pablo promete a la comunidad: «El Dios de la paz estará con vosotros», entonces se reconocerá al verdadero cristiano por esa paz que reina en él, aunque lamente la actual situación del cristianismo y pertenezca a los que tienen hambre y sed, que son llamados bienaventurados.

HANS URS von BALTHASAR
LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 108 s.