COMENTARIOS AL EVANGELIO

Marcos 9, 29-36

Paralelos: Mt 17, 22-23    Mt 18, 1-5    Lc 9, 43-48 

3-1.

Por segunda vez, Jesús revela a sus discípulos su muy próxima pasión (v. 31). Al mismo tiempo, abandona deliberadamente la predicación a las muchedumbres (v. 30), decididamente incapaces de comprenderle, para dedicarse exclusivamente a la formación definitiva de discípulos.

a) Pero los apóstoles apenas si comprenden algo más que la muchedumbre. ¿Por qué habría de ser necesario que el Mesías se sometiera al sufrimiento para obtener la realeza?

En algunos versículos anteriores a estos (Mc 9, 9-13), Marcos se hace eco de una de las discusiones entre los apóstoles: Elías debe encargarse de todos los preparativos para que el Mesías no tenga más que subir al trono. ¿Por qué, entonces, un Mesías abocado al sufrimiento? La incredulidad de los apóstoles tenía, sin embargo, un medio para salir de tal situación: la Escritura podía revelarles cómo la pasión estaba sugerida por una serie de antecedentes. Parece que las predicciones, por Cristo, de su pasión están tan fuertemente impregnadas de referencias al Antiguo Testamento que se pueden descubrir en él los textos a los que Jesús ha podido hacer alusión. El verbo "ser entregado" (v. 31) está tomado de Is 53, 6 y 53, 12 y supone toda la doctrina del Siervo sufriente. La expresión "en manos de los hombres" (v. 31) proviene de Jer 33, 24 (o 26, 24) y de este modo asocia a Cristo al primer gran profeta perseguido. La expresión "sufrir mucho" (v. 31) remonta, probablemente, a Is 53, 4 y 11, según un targum arameo (abrumar) y nos remite de nuevo a la imagen del Siervo sufriente. "Ser arrojado" (v. 31) recuerda la suerte de la piedra arrojada por los constructores Sal 117/118, 22 (cf. Act 4, 11; Mc 12, 10). Los apóstoles poseían un equipo escriturario bastante importante que, al menos, les hacía posible comprender los acontecimientos que iban a desarrollarse.

b) El segundo tema de discusiones entre los apóstoles nace de la inminencia del Reino: estos comienzan a preocuparse por el lugar que puedan ocupar en el futuro Reino como ministros o consejeros del Mesías (v. 34; cf. Mc 10, 35-40). Jesús aprovecha esta discusión para poner de manifiesto las condiciones de ingreso en el Reino: no solo habrá de pasar por el sufrimiento el Mesías para entrar en el Reino, sino que también los suyos a su vez, deberán presentarse en él como siervos (v. 35) y como pobres (v. 36; el niño estaba considerado en aquella época como un ser insignificante, y la palabra aramea para designarlo era la misma que para designar al siervo).

c) No creemos, sin embargo, que las palabras clave establezcan solo un discurso artificial. De hecho, un denominador común reúne las parábolas de Jesús en torno a las condiciones de acceso y de vida en el Reino.

Para entrar en el Reino es preciso estar disponible como un niño, es decir, ser sencillo (v. 36) y no pretender los primeros puestos (vv. 33-35). Dentro del Reino es preciso hacerse el siervo de todos (v. 35) y ofrecer su amor a los más insignificantes (v. 37, en el que es preciso tener en cuenta que en Israel el niño no es objeto de ninguna consideración). Esta caridad revestirá un carácter especial entre los responsables de la comunidad, que procurarán no escandalizar a los pequeños, es decir, a los cristianos medio ignorantes de la casuística y de la doctrina (v. 42) y cuya fe podría bambolearse por teorías excesivamente avanzadas (cf. Rom 14, 1-15, 8).

d) Es posible que Jesús haya bendecido a los niños, porque estos seres actualmente desdeñados serán algún día los beneficiarios del Reino venido entre tanto.

Haremos aquí una indicación precisa sobre las condiciones a satisfacer para entrar en la ciudad futura: aceptar ser hoy tan simples como los niños, estar disponibles para el porvenir y estar poco embarazados por los sistemas y las teorías. Cristo ha querido reducir la ética del Reino a comportamientos infantiles. Apunta a una sociedad que respete al pequeño y tenga en cuenta sus reacciones, pero sobre todo desea que sus discípulos se parezcan a los niños en la aceptación de la dependencia de los otros: el hombre, y el cristiano, "a fortiori", no puede aspirar a salvarse solo.

Finalmente, el discípulo será objeto de menosprecio como un ser débil e insignificante -al igual que un niño en la sociedad judía-. Deberá tener en cuenta que este menosprecio constituye, para él, la manera de seguir a Jesús en la subida a Jerusalén (Mc 9, 29-32).

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA VII
MAROVA MADRID 1969.Pág. 92


 

2.

Texto. La traducción litúrgica ha suprimido el v. 30. Partieron de allí y caminaban por Galilea. El no quería que nadie lo supiera. El v. 31 es la motivación-explicación de ese paso desapercibido por Galilea. Partiendo de la zona más septentrional judía iniciamos de la mano de Marcos la andadura hacia Jerusalén, hacia la muerte y la vida. El resumen es muy parecido al del domingo pasado. La variación más notable es el cambio de senadores, sumos sacerdotes y letrados por hombres en general.

Una vez más Marcos retoma uno de sus temas favoritos: la falta de comprensión de los discípulos. Esta falta de comprensión es también el punto de arranque de la escena siguiente, reducida al sólo grupo de co-caminantes con Jesús hacia Jerusalén. A estas alturas de su obra Marcos está exclusivamente interesado en la relación maestro-discípulos. Por eso la situación esbozada es típica de una sesión de enseñanza al estilo judío, con el maestro sentado en el suelo y los alumnos a su alrededor. El tema escogido tiene su origen en una conversación concreta de los discípulos durante el camino hacia Jerusalén. Una conversación sobre rango, sobre mayor y menor, más importante y menos. Marcos no concreta más: le basta el problema de fondo. Lo que sí concreta es la diferenciación entre discípulos y los doce, como ya lo ha hecho en 4, 10. Marcos explicita que se trata de una enseñanza a los doce.

La enseñanza es teórica y práctica. La teoría es muy breve, formulada por medio de lo que los especialistas denominan "logion": enunciado breve en forma de máxima o aforismo.

El que quiera ser el primero, que sea el último; el que quiera ser el primero de todos, que sea el servidor de todos. Se trata de un enunciado por contraste, en que el segundo miembro niega al primero: último y servidor niegan a primero.

La enseñanza práctica es la plástica de la imagen de un niño. Es inútil que nos preguntemos de dónde sale ese niño. El interés de Marcos es doctrinal y la escena la monta en razón de la doctrina.

El niño, a su vez, es una metáfora. Funciona como símbolo de pequeño, de menor, de alguien sin rango. No pega el hablar aquí del niño como símbolo de inocencia o de simplicidad. Las palabras finales de Jesús, es decir. el v. 37, son la explicación de la metáfora. Expresan la actitud cristiana ante los poco importantes o poco considerados. El esquema subyacente es el derecho judío del emisario, según el cual el enviado está en el lugar de aquél que lo envía. Los poco importantes están vistos como enviados de Jesús y, en última instancia, de Dios. Recibir en mi nombre significa recibir a los pequeños por su pertenencia a Jesús.

Comentario. 

Marcos nos vuelve a recordar hoy que no se puede hablar de Jesús, si no se parte de la consideración de sus tribulaciones, su muerte y su resurrección. Cualquier aspecto de su persona, incluida su divinidad, está supeditado a estos hechos. No es fácil aceptar y asumir esto, habida cuenta de que no encaja con los modos y maneras habituales de concebir los humanos a Dios.

El cambio de senadores, sumos sacerdotes y letrados por hombres en general quiere probablemente significar que los malos tratos a Jesús no son atribuibles a los judíos en cuanto judíos, sino en cuanto a humanos. A Jesús se le hubiera tratado igual de haber nacido y vivido en otras partes.

Ser discípulo de Jesús es seguirle en su camino hacia Jerusalén, contando con que la comprensión de Jesús no se adquiere de una vez por todas, sino que deberá ir ampliando y madurando siempre.

La diferencia básica, escribe un autor judío actual, entre los discípulos de Jesús y los de los rabinos es que aquellos se unen a Jesús fundamentalmente para seguirle, mientras que éstos se unen al rabino para aprender.

Ser grande, ser importante, tener rango: indómita aspiración humana. Desde Jerusalén, desde el Cristo muerto y resucitado, esta aspiración recibe un tratamiento radical. Es grande el que es pequeño; tiene rango el que hace algo por los demás.

Cristianamente hablando no hay importantes, sólo hay iguales. No es una cuestión de humildad, sino sencillamente de equiparación. El fallo puede provenir tanto de la importancia como del paternalismo.

ALBERTO BENITO
DABAR 1988, 48


 

3.

Por segunda vez anuncia Jesús a sus discípulos su pasión, muerte y resurrección al tercer día; pero en esta ocasión añade las siguientes palabras: "El Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los hombres". En el A.T. se contrapone esta expresión a la de "caer en manos de Dios, cuya misericordia es grande" (Sam 24, 41; Eclo 2, 18).

Hasta qué punto sea terrible caer en las manos del hombre, y no en las manos de Dios, se verá en la pasión de Jesús. Cuando los hombres hayan hecho su obra y todo haya sido consumado, Jesús encomendará su espíritu en las manos del Padre, y el Padre lo resucitará.

Los discípulos no alcanzan a comprender que su maestro, a quien reconocen como Mesías, tenga que sufrir tantas afrentas y hasta la misma muerte de cruz. Tampoco entienden nada sobre la resurrección al tercer día. Sin embargo, el miedo que les da preguntar demuestra que en realidad no entienden porque no quieren entender. Los discípulos no pueden aceptar el tremendo programa que les ha revelado su maestro. Por eso prefieren mantener la boca cerrada mientras su corazón se va llenando de tristeza (Mt 17, 23).

Un grupo de rezagados comienza a discutir, a espaldas de Jesús, sobre rangos y procedencias entre los discípulos. Jesús no se da por enterado y les deja que se despachen a su gusto. Pero tan pronto han llegado a Cafarnaún, posiblemente ya sentado en casa de Pedro, les pregunta qué habían discutido en el camino.

Avergonzados por su conducta y sabiendo que no podían agradar a su Maestro, callan. Los discípulos no responden ahora por las mismas razones que antes no se atrevieron a preguntar al Maestro sobre lo que les había dicho de su pasión. La vergüenza de los discípulos se explica perfectamente ante Jesús, que tiene preocupaciones mucho más profundas y sólo piensa en servir a los demás. Jesús enseña que el mayor honor es el mayor servicio, que el primero es el que se humilla para servir a todos. Durante la última cena Jesús lavará los pies a sus discípulos y les servirá colocándose en último lugar.

Cuando al día siguiente sea alzado en la cruz, los discípulos comprenderán el significado de las palabras de Jesús. El último será entonces el primero; el que muere por todos será el Señor de todos.

Es menester servir a todos, pero en especial a los más humildes y pequeños. El que sirve a los más pobres y humildes como a este niño, sirve a Jesús y al Padre que lo envía. La actitud de Jesús frente a los niños ha sido frecuentemente mal interpretada. No es que a Jesús le "gustaran" los niños o que los quisiera de un modo especial por su candor o su pureza de corazón. Un niño es para Jesús ni más ni menos que un pobre, alguien que no es habitualmente considerado por los demás y que ocupa el último lugar de la casa. Por eso Jesús lo toma como símbolo de todos aquellos que son sus preferidos y a quienes tenemos que servir si queremos ser los primeros en el Reino.

EUCARISTÍA 1982, 44


 

4. /Mc/09/30-48

Jesús anuncia por segunda vez la pasión. Como en las dos predicciones anteriores (Mc 8,31-33; 10,31-34), también en ésta hay que distinguir tres momentos: el anuncio, la incomprensión por parte de los discípulos, su adoctrinamiento en la ciencia de la cruz. Anuncio. Lo resume una afirmación fundamental, muy expresiva en el lenguaje bíblico: «El Hijo del hombre será entregado en manos de los hombres». El pasivo impersonal «será entregado» corresponde al modismo hebraizante que algunos llaman «pasivo teológico»: insinuaría que es Dios mismo el que ha tomado la iniciativa de entregarlo. Jesús entregado a la muerte redentora, don supremo de Dios a los hombres (Jn 3,16; Rom 8,32). El cáliz de la pasión, voluntad del Padre (= plegaria de Getsemaní). El "Hijo de hombre" glorioso según Daniel (c. 7) se identifica con el «Servidor» de Yahvé humillado y entregado a la muerte, de que habla Isaías (cc. 52-53).

Incomprensión. Los discípulos no entienden nada y comienzan a discutir quién es el mayor... El evangelista lo recuerda, aludiendo quizá a «problemas» semejantes que perduran en la Iglesia. Contraste radical entre el pensamiento de Cristo y los egoístas sentimientos humanos (cf. Flp 2,1-8).

Adoctrinamiento. Sigue una colección de diversos dichos del Señor, que el evangelista encadena artificiosamente. Marca las líneas fundamentales de la espiritualidad que se debe respirar en la Iglesia. Idea-maestra: «Si alguno quiere ser el primero que sea el último de todos». Es decir: "el servidor de todos" (v 35). Signo pedagógico: al estilo de los profetas, que hablaban con gestos, el Maestro pone un niño en medio de ellos. Lección viva de pequeñez. De humillación connatural. De «infancia evangélica». A continuación, en torno siempre a la presencia del niño, va desgranando reflexiones, consejos y mandamientos: acoger a los pequeños, ser abierto y comprensivo con los demás, no escandalizar a los débiles y saberse débil ante el escándalo... Si continuásemos la lectura hasta el final de esta cadena de sentencias, encontraríamos el consejo-clave de la conversación entera: «Convivid en paz unos con otros» (50). La paz florecerá en las comunidades cristianas si los discípulos hacen suyo el espíritu evangélico de humildad y sencillez.

I. GOMA
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas
de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 895 s.


 

5.

El Hijo del hombre va a ser entregado. Quien quiera ser el primero, que sea el servidor de todos

En la sección 8,27-10,52, que presentábamos el pasado domingo, hoy encontramos el segundo anuncio de la pasión. Cada uno de los tres anuncios va seguido de una enseñanza particular a los discípulos que pretende romper malentendidos.

"No quería que nadie se enterase". Jesús, llegado a este punto, considera que su misión pública ha acabado. Ha dicho y ha hecho ya todo lo que pretendía. Lo importante es que ahora la gente, y más todavía sus discípulos, asimilen su enseñanza y la traduzcan a sus vidas.

La realidad con la que Jesús se ha de enfrentar es dura: sus discípulos no le entienden. Empieza a gustar el fracaso del evangelizador, que llegará a su culmen en la cruz, a la que acaba de aludir. Prueba de esto es la preocupación por ser el más importante. Preocupación ya entonces de moda entre los círculos de los fariseos: el protocolo a observar en las sinagogas, en los banquetes fraternos del movimiento, en las reuniones... Jesús rompe esquemas y protocolos.

La figura bíblica del niño no es símbolo de ternura e inocencia, sino de marginación e indefensión. Los niños eran entonces pequeños esclavos de los adultos, sobre todo entre las clases populares. Acoger a uno de ellos es acoger al mismo Cristo.

JORDI LATORRE
MISA DOMINICAL 2000, 12, 16


6./Mt/18/01-10 (paralelo): INFANCIA-ESPIRITUAL  NIÑO 

A la pregunta única de los discípulos ("¿Quién es el mayor en el reino de los cielos?") Jesús da una respuesta triple. Con ello se amplía considerablemente la perspectiva. Helas aquí: si no os hiciereis como niños no entraréis al reino de los cielos; el que se hace pequeño como un niño será el mayor en el reino de los cielos; el que acoge aunque sólo sea a uno de estos niños en mi nombre, a mi me acoge. Cada respuesta ha de ser examinada aparte, y es importante poner de relieve los múltiples significados que asume sucesivamente la palabra niño (o pequeño).

Jesús llama a sí a un niño y lo coloca en medio de los discípulos; en un gesto plástico, ilustrativo, como solían hacerlo los antiguos profetas, y aquí niño significa justamente un niño. Pero ¿qué significa la expresión siguiente "hacerse como los niños" (v.2)? Es importante responder exactamente, aunque no es fácil, porque la invitación de Jesús es particularmente solemne ("En verdad os digo..."), y pone una condición indispensable para la salvación ("no entraréis en el reino de los cielos"). Inmendiatamente hay un aspecto claro: la semejanza del niño, que el discípulo debe apropiarse, no es una cualidad espontánea, sino que únicamente es posible en la conversión; o sea, forma parte de aquel cambio radical de la persona (mentalidad y comportamiento) que es precisamente la conversión evangélica.

Pero la pregunta queda en pie: ¿En qué sentido debe el discípulo asemejarse al niño? Probablemente el contexto originario de la invitación de Jesús se encuentra en la escena de los niños que le salen al encuentro (/Mt/19/13-15; /Mc/10/13-16; /Lc/18/15-17). Jesús se sorprende al ver el abandono y la confianza de los niños; lo aceptan sin miedo y sin cálculos; sin demasiados porqués; al contrario que los adultos, constantemente vacilantes, complicados en continua búsqueda de excusas y justificaciones. Para entrar en el reino hay que ser así: disponibles, confiados, simples; hay que abandonarse a la fe con sencillez de niño.

-El Niño Y La Necesidad

La segunda palabra de Jesús ("El mayor es el que se hace pequeño") corresponde perfectamente a la pregunta de los discípulos e introduce una nueva perspectiva. Aquí el pequeño no es ya el símbolo de la disponibilidad y de la sencillez, sino el símbolo de quien carece de grandeza, de quien no cuenta, de quien sirve. Pequeño es quien es pobre, sin peso, olvidado, no tenido en consideración. El primer puesto en la comunidad y en el amor de Cristo es para éstos. Hay una doble invitación. Primero: vosotros discípulos (y esto vale ante todo para la autoridad), poned a los pequeños en el primer puesto de vuestra consideración. Segundo: si queréis contar en el reino de Dios, haceos pequeños, o sea, poneos en actitud de servicio. Aquí la pequeñez no es ya una situación de hecho, sino una dimensión espiritual, que se traduce concretamente en la actitud del servicio.

La tercera palabra de Jesús ("El que recibe a un niño, a mí me recibe") trae a la memoria la parábola del juicio (Mt/25/31-46) y el final de discurso misionero (Mt/10/42). Así el niño asume una vez más un sentido nuevo; no es el niño en sentido propio, ni el símbolo de la disponibilidad, ni el que no cuenta, ni el que sirve; es más exactamente el necesitado. Es el sediento, el hambriento, el desnudo, el prisionero, el marginado (Mt 25). Y es también el discípulo o el misionero que llama a la puerta de casa para sentarse un instante (Mt 10,42).

-El Escándalo De Los Pequeños

El discurso sigue desarrollando todavía el tema del pequeño e introduciendo un nuevo motivo: el escándalo (vv. 6-10). En el lenguaje bíblico, el escándalo se sitúa en el plano de la fe, más que en el plano de la moral. Escándalo es todo lo que pone a prueba la fe y la desorienta. Jesús condena con violencia a los que escandalizan a los "pequeños" que creen en él. Pequeños no son los niños, sino los fieles simples, incapaces de soportar las novedades y los atrevimientos de los "maduros"; su fe es frágil, quizás inmadura, escandalizable; también éstos entran en el numero de los pequeños que tienen derecho al primer puesto en la comunidad. La comunidad debe crear un ambiente que facilite su crecimiento en la fe; no debe constituir un obstáculo que obligue a los débiles a sucumbir.

Este me parece que es el sentido de la otra afirmación: "Guardaos de despreciar a uno solo de estos pequeños". Quizás "despreciar" no sea la traducción mejor (es demasiado fuerte), sino "descuidar". La comunidad no puede obrar como si no existieran estos pequeños; no puede hacer reformas sin tener en cuenta las repercusiones de las mismas en la fe de los pequeños. Mas, por desgracia, la comunidad (ya la de Mateo) se siente tentada a menudo a lo contrario; por tanto, ellos no cuentan, no tienen peso; el futuro está en otras manos... Pero no es así en la estimación de Dios: "Sus ángeles en el cielo ven el rostro de mi Padre que está en los cielos".

BRUNO MAGGIONI
EL RELATO DE MATEO
EDIC. PAULINAS/MADRID 1982.Pág. 187