22 HOMILÍAS MÁS PARA EL DOMINGO XXV
(9-22)

9. 

1. Comprender a Jesús 
El evangelista Marcos vuelve a plantearnos hoy uno de los problemas más candentes del Evangelio y de la historia de la Iglesia: la incomprensión del mensaje de Jesús y la distorsión de su imagen. Son muchos los que dicen seguir a Jesús, muchos los que se llaman cristianos, pero -cuestiona Marcos- ¿seguimos al auténtico Jesús, ese Jesús a quien los discípulos no comprendían y temían hacerle preguntas? 

Comprender a Cristo... He aquí el problema de los cristianos. Para eso fueron escritos los evangelios, después del anuncio oral de los apóstoles. Pero este problema no acabará con los evangelios escritos, y es posible que no acabe nunca. Cada comunidad, cada cultura, cada creyente trata de comprender a Jesús a su manera y de acuerdo con sus propios esquemas. El mismo Nuevo Testamento parece buscar la palabra que más cuadra para designar a Cristo, reflejando -al mismo tiempo- diversas mentalidades y circunstancias históricas. Así, en unos casos es «el Hijo del Hombre», acentuando con esta expresión su aspecto humano y su forma humilde de presentarse ante la gente. En otros, es el «Siervo de Yavé» que sufre y muere por todo el pueblo; o «el Profeta» o «el Maestro» que trae toda la palabra del Padre; o "el Emmanuel", el Dios con nosotros. También es llamado «el Hijo de Dios», tanto como enviado del Padre como el Dios encarnado; o «el Señor» que por la resurrección adquiere el dominio sobre el cosmos y la supremacía de cabeza de la Iglesia... Ciertamente que todos estos títulos reflejan un aspecto del misterio de Jesucristo, pero ¿con el solo empleo de estos títulos llegamos a comprender a Jesucristo? Marcos nos trae un caso concreto de cómo es posible emplear el título sin comprender su verdadero significado. Lo hemos visto el domingo pasado: los apóstoles llaman a Jesús «el Mesías», pero con una interpretación opuesta a la de Dios. La mayoría de los títulos que los primeros cristianos aplicaron a Jesús -y que constan en los libros del Nuevo Testamento- hoy casi han desaparecido del uso diario entre los cristianos. Más bien preferimos hablar de Jesús a secas, o de Cristo -palabra que en realidad significa: Mesias-Ungido-, tomando esta palabra, al igual que Jesucristo, como un nombre propio de Jesús. Pero, ¿qué consideramos lo esencial en Jesucristo? ¿Qué es esto fundamental que, a pesar de tanta diversidad cultural e histórica, debemos preservar, mantener y propulsar? ¿Cuál es la característica que hizo que aquel hombre, también llamado «hijo del carpintero», fuera considerado como el Salvador de los hombres y que hace que también hoy la Iglesia pueda presentarse en actitud salvadora? 

El evangelista Marcos reclama por dos veces consecutivas nuestra atención sobre un aspecto que considera esencial en Jesús: El es aquel que se entrega en manos de los hombres para ofrecer su vida por los mismos hombres. Pero los discípulos no lo comprenden. Es evidente que este «no comprender» tiene en Marcos un sentido muy especial, pues no puede referirse a una pura comprensión intelectual como cuando el alumno le dice al maestro: «No comprendo tal cosa, explíquemela de nuevo.» Si ése fuera el problema, deberíamos pensar que, con más inteligencia de nuestra parte, el Evangelio se nos haría mucho más accesible, y todo se resolvería con más estudio, más atención y mejores profesores de religión. Marcos más bien parece referirse a una comprensión del corazón, a una aceptación en la vida de la forma cristiana de actuar. «No comprender a Jesús» es como decir: No aceptarlo, no tragarlo, no estar dispuestos a la renuncia que él pide.

El texto de la Carta de Santiago -segunda lectura- nos ayuda a comprender lo anteriormente dicho. El tema es casi el mismo. Santiago constata que entre los cristianos no ha desaparecido del todo el vicio, la maledicencia, las discordias y disensiones. Entonces argumenta de la siguiente forma: hay dos clases de sabiduría, o sea, dos formas de encarar la vida. Una de ellas es sabiduría terrena, y nos impulsa hacia las contiendas, las guerras y las constantes envidias. Es la sabiduría que nos hace ambicionar y, si no conseguimos lo deseado, matamos o hacemos la guerra. La otra es la sabiduría divina: es pura, benévola, pacífica, conciliadora, dispuesta a hacer el bien, imparcial y sincera. Los que la siguen trabajan por la paz, y su fruto es la justicia. 

Intelectualmente, es fácil comprender el texto de Santiago, pero cuando nos encontramos ante un caso concreto y debemos actuar, la comprensión desaparece, y sabiendo cuál es la sabiduría divina, nos dejamos llevar por la ambición, la envidia y las riñas. Es la comprensión del corazón la que está en juego, la que crea en nosotros actitudes y la que efectivamente nos mueve a ciertos actos consecuentes con lo que pensamos y sentimos. Así, pues, cuando Marcos nos dice que nos cuesta comprender a Jesús entregándose a la muerte por los hombres, alude a la resistencia interna a aceptar esa actitud de Jesús como algo esencial y perentorio en nuestra vida. Nuestro ego no comprende que haya que morir por los otros o que sea necesario buscar el camino de la humildad y del servicio fraterno. Lo que sigue del evangelio, es prueba de cuanto vamos diciendo...

2. Servir a la comunidad 

Mientras caminaban de regreso hacia Cafarnaúm, Jesús observó que sus discípulos discutían nerviosamente. Cuando les preguntó de qué se trataba, callaron avergonzados, pues su discusión versaba sobre quién era el más importante entre ellos. Era evidente que no habían comprendido nada al Jesús que da su vida por los hermanos. Entonces el mismo Jesús se lo explicó con luz meridiana: «El que quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos.» La expresión de Jesús es una nueva formulación del principio de la cruz: entregarse a la muerte es servir a todos como si fuéramos el último. Por lo tanto, hay algo esencial en Jesús y en sus discípulos: el servicio a la comunidad. Se podrán hacer muchas elucubraciones teológicas sobre Jesús, discutir este o aquel título bíblico, pero ya tenemos un elemento sumamente concreto sin el cual no podemos "comprender" a Jesús. Y si Jesús es incomprensible sin esta actitud, también lo es el cristianismo y el cristiano en particular. 

PODER/RELIGION: La ambición es una actitud que debiera estar desterrada de la religión. La vemos hasta aceptable en el campo político o militar, pero ¿cómo es posible pensar que una persona pretenda el dominio sobre los otros precisamente en una religión? Sin embargo, no solamente vemos que dentro de las religiones se dan actitudes ambiciosas, sino que hay personas que usan la religión como forma de poder. Esto era lo que sucedía en los apóstoles: pretendían usar su proximidad con Jesús y su llamada al apostolado como una forma de primacía sobre el resto de los discípulos. De alguna manera, su modo de pensar parecía lógico: al entender a Jesús como un Mesías político era obvio que pensaran también compartir su poder. Por otra parte, en todo el mundo antiguo el servicio religioso daba prestigio y poder ante la comunidad. El sacerdocio introducía a sus miembros en la clase alta y gobernante y, de acuerdo con la concepción del mundo que se suponía gobernado por poderes sobrenaturales que Dios o los dioses depositaban sobre ciertas personas, el ejercicio del poder religioso tenía gran incidencia sobre conciencias timoratas y crédulas. Marcos constata que también dentro del cristianismo existen personas que entienden el sacerdocio de la misma manera. En cambio, lo típicamente nuevo de Jesús, lo que debiera ser siempre la característica de los hombres encargados de la conducción de la Iglesia, es que el servicio del culto no da más honor, ni prestigio, ni poder, ni lucro, ni ninguna otra forma de ambición humana. También los laicos que comparten con los sacerdotes la conducción de la comunidad deben estar alertas contra esta diabólica tentación. Estar al frente de un grupo apostólico o de cualquier tarea pastoral, no da privilegios ni honores. 

El evangelio de hoy es una llamada de atención a todos los que nos cobijamos bajo la sombra del templo cristiano. No estamos inmunes contra las más bajas pasiones, desde la simple envidia hasta la muerte del otro; y existen muchas formas de apartar de nuestro camino al que nos molesta o supuestamente nos hace sombra o nos quita aquel honor que suponemos nos corresponde. Hacerse «servidor de todos» es la exigencia evangélica por excelencia. Es el mandato más duro de todos los dados por el Señor. Es la cruz de la Iglesia y de cada cristiano. Jesús no le pide a la Iglesia que dé algo a los pobres o que se preocupe por los humildes y necesitados. Eso también lo hacen ciertos magnates y potentados. Le pide, en cambio, que se ofrezca como una esclava al servicio de un amo; que no se reserve nada para sí; que ni siquiera pueda decir con orgullo: «Hice una buena acción.» Ella es la Iglesia del servidor de los hombres, la que debe actuar callada y anónimamente; la que no aparenta ni hace alarde de sabiduría o de prestigio. Es la Iglesia que abraza a los pequeños y los recibe en nombre de Jesús; la que siente el gusto y la alegría de no tener más poder que el que otorga el amor sacrificado. Hoy todos tenemos la oportunidad de analizarnos a la luz de estos textos de Marcos y de Santiago. No pretendemos señalar con el dedo a los ambiciosos que están en la Iglesia. Los hay. Pero traicionaríamos a la Palabra de Dios si nos constituyéramos en jueces de los demás. La Iglesia -comunidad de Cristo- no sólo está presente en los de arriba. También lo está en cada hogar, en esa micro-iglesia, la iglesia doméstica en la que también cada uno, sobre todo los padres, debe hacerse servidor del otro. La Iglesia está presente en el barrio, en la ciudad o pueblo, y la presencia de los cristianos tiene la ocasión de mostrar con signos muy palpables qué significa esto de servir a los hombres. El mismo Santiago nos pone sobre aviso diciendo que aun rezando nos puede envenenar el incentivo de la ambición: porque pedimos mal, con el único fin de satisfacer nuestras pasiones. La ambición se puede filtrar en el culto, en una primera comunión o en un casamiento, en una predicación o en esa intención por la cual ponemos en oración a toda la comunidad. La ambición siembra en una parroquia la discordia, las querellas, las agrias disputas, las divisiones y el chismorreo; por ambición surgen los caudillos y los fieles se aglutinan tras uno u otro. Posiblemente, tal como les sucedió a los apóstoles, cuando encontremos nuestra propia forma de ambición, nos avergoncemos y callemos. A veces hace falta hacer un alto, dejar a un lado las estadísticas de bautismos y comuniones, cerrar los libros de actas de tantas reuniones fatuas, silenciar los triunfos obtenidos y quemar la lista de cosas importantes que hemos hecho durante el año... La sabiduría de Dios quiere actuar en nosotros de forma humilde y callada; busca la paz en silencio. Nos acicatea con este solo interrogante: ¿Qué necesita mi hermano? Hagamos un momento de silencio; analicemos las formas de nuestra ambición religiosa. Después, hagamos oración, la oración del servidor que dice: «Señor, que se cumpla esta tu palabra: que podamos ser los primeros en servir a nuestros hermanos.»

SANTOS BENETTI
EL PROYECTO CRISTIANO. Ciclo B. 3º
EDICIONES PAULINAS.MADRID 1978.Págs. 278 ss.


10.

EN DEFENSA DE LOS NIÑOS 

Quien acoge a un niño... me acoge a mí.

Se ha dicho que la labor que se hace en las escuelas es más importante y decisiva para el futuro de una sociedad que el trabajo que se realiza en las oficinas, las fábricas y los despachos de los políticos. Ciertamente, no es nada fácil el arte de educar. Las ciencias de la pedagogía nos hablan hoy de muchos factores que hacen ardua y compleja esta tarea. Pero, quizás, la primera dificultad sea la de encontrarnos realmente con el niño. No es fácil para un hombre o una mujer integrados en una sociedad como la nuestra acercarse a los niños de verdad. Su mirada y sus gestos espontáneos nos desarman. No les podemos hablar de nuestras ganancias y nuestras cuentas corrientes. No entienden nuestros cálculos y nuestras hipocresías. Para acercarnos a ellos, tendríamos que volver a apreciar las cosas sencillas de la vida, aprender de nuevo a ser felices sin poseer muchas cosas, amar con entusiasmo la vida y todo lo vivo. Por eso, es más fácil tratar al niño como una pequeña computadora a la que alimentamos de datos que acercarnos a él para abrirle los ojos y el corazón a todo lo bueno, lo bello, lo grande. Es más cómodo sobrecargarlo de actividades escolares y extraescolares que acompañarlo en el descubrimiento admirado de la vida. 

Sólo hombres y mujeres, libres de codicia y de odios, que no crean sólo en el dinero o en la fuerza, pueden hacer con los niños algo más que trasmitirles una información científica. 

Sólo hombres y mujeres respetuosos que saben escuchar las preguntas importantes del niño para presentarle con humildad las propias convicciones, pueden ayudarle a crecer como persona. 

Sólo educadores que saben intuir la soledad de tantos niños para ofrecerles su acogida cariñosa y firme, pueden despertar en ellos el amor verdadero a la vida. Como decía Saint-Exupéry, y tal vez hoy más que nunca, «los niños deben tener mucha paciencia con los adultos» pues no encuentran en nosotros la comprensión, el respeto, la amistad y acogida que buscan. 

Aunque la sociedad no sepa, tal vez, valorar y agradecer debidamente la tarea callada de tantos educadores y educadoras que desgastan su vida, sus fuerzas y sus nervios junto a los niños, ellos han de saber que su labor, cuando es realizada responsablemente, es una de las más grandes para la construcción de un pueblo. Y los que lo hacen desde una actitud cristiana, han de recordar que «quien acoge a un niño en nombre de Jesús, le acoge a él». 

JOSE ANTONIO PAGOLA
BUENAS NOTICIAS NAVARRA 1985.Pág. 229 s.


11.

1. «Veamos el desenlace de su vida». 
Resulta obligado aplicar este texto de la primera lectura al «Hijo de Dios», a Cristo. Cada uno de sus versículos concuerda con su comportamiento y con el de sus enemigos. El les ha echado en cara realmente sus pecados, su traición a la ley de Dios y a la auténtica tradición; y ellos han decidido su muerte, una «muerte ignominiosa». Las injurias de que Jesús fue objeto al pie de la cruz se corresponden con las de los malvados aquí descritos: si es realmente el Hijo de Dios, su Padre se ocupará de él; veamos si Dios le proporciona la ayuda con la que dice contar. Así considerada, la cruz de Cristo sería la prueba de que los enemigos que le condenaron a muerte tenían razón, aunque su muerte haya demostrado, como ellos pretendían, «su moderación y paciencia»: no ha sabido defenderse.

2. «El servidor de todos». 
El evangelio de hoy parece confirmar una vez más la concepción de los «malvados», según la cual el cristianismo sería una doctrina para niños indefensos y para los que quieren convertirse en tales: para la gente débil. Y sin embargo lo que se dice en él trastoca radicalmente todo lo dicho y hecho hasta ahora. En lugar de los malvados que acechan, aparece ahora la enseñanza de Jesús a sus discípulos: él será entregado en manos de los hombres, lo matarán y resucitará al tercer día. Pero es él mismo el que determina su destino, no ellos; y lo hace con una libertad suprema, como obra de su voluntad firme y decidida, obediente a Dios. Y en lugar de los malvados aparecen, como su desenmascaramiento y caricatura, los discípulos, que, después de haber oído esta enseñanza sin haber comprendido una palabra de la misma, discuten entre sí sobre quién es el más grande o el más importante. Ser grande y poderoso se opone a la paciencia y a la moderación de que Cristo hace gala. Entonces Jesús, cuya predicción no encuentra ningún eco entre los suyos, toma a un niño en sus brazos para demostrar en él, -en alguien cuya esencia todos conocen y comprenden la verdad que proclama toda su existencia: el más grande, Dios, manifiesta su grandeza humillándose y poniéndose en el último lugar como servidor de todos; y el niño, el más débil de los seres humanos, que por esencia ha de ser cuidado y acogido, es el símbolo real de este Dios que es acogido cuando se acoge a un niño: primero el Hijo humillado, pero en él también el Padre, que ha consentido esta humillación. Dios, en su servicio de esclavo asumido por libre amor hacia todos los malvados y embriagados de ansia de poder, se manifiesta justamente como el mayor de todos. ¿Quién tiene el coraje de seguirle?

3. «No podéis alcanzarlo».
La amarga segunda lectura, que desvela sin contemplaciones el interior pecaminoso del hombre ante Dios, saca ahora las consecuencias. El ansia de poder y grandeza, que es la causa de no pocas guerras y conflictos entre los hombres, no conduce a nada porque el «ambicioso», el «codicioso» es contradictorio en sí mismo. Ambiciona cosas que contradicen su naturaleza, vive en el «desorden» y se opone a «la sabiduría que viene de arriba». Por eso no obtiene nada cuando pide este tipo de sabiduría; no puede recibir nada porque para recibir debería ser como un niño: «amante de la paz, comprensivo, dócil». Sólo la doctrina de Jesús resuelve la contradicción interna que anida en el corazón del hombre, en la que éste se enreda y de la que no puede liberarse por sí solo.

HANS URS von BALTHASAR
LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 193 s.


12. ¡NO DAMOS UNA!

Eso creo. Que, a veces, no damos una. Hace Jesús el primer anuncio de su Pasión y Pedro se pone ante él, increpándole, y quitándole la idea de la cabeza. Vuelve Jesús a hacer un segundo anuncio -ése que nos cuenta el Evangelio de hoy- y son sus discípulos los que dejan al descubierto su alarmante frivolidad: «Por el camino venían discutiendo sobre quién sería el más importante». Tuvo que ser muy decepcionante para Jesús. Cuanto más necesitaba él recoger energías y sentirse arropado, ellos no pensaban en otra cosa que en mandos y liderazgos. Como Pedro había recibido ya la promesa del «primado», quizá ellos no querían quedarse «fuera de la lista»: «¿Qué puesto ocuparé yo?» Sí, la verdad es que, a veces, no damos una. Pero no desaprovechó Jesús la lección, y, con un ejemplo gráfico, desgranó vanas ideas:

1ª «El que quiera ser el primero, que sea el último y el servidor de todos». Más claro, agua, Jesús quería ser el primero. Debía ser el primero. Era el primero. Pues, ved. No va a Jerusalén a que le proclamen «rey», cosa de la que siempre huyó, sino a colocarse el último, entre los indeseables y malhechores: «El hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres y lo matarán». En coherencia, por tanto, con su lema: «El que se humilla será ensalzado».

2ª «Acercándose a un niño, lo puso en medio». Oídlo bien: «Lo puso en medio». Al revés que nuestra moderna sociedad que «lo quita de en medio» y lo «echa a un lado». Buscad todos los eufemismos que queráis y todas las terminologías y «razones legales» que traten de justificarlo. Pero el aborto, y la interrupción del embarazo y la eliminación del «nasciturus» son modos clarísimos de «quitar de en medio al niño». Porque la vida del niño, como la del anciano, como la del atleta, como la de Miss Universo son igualmente preciosas a los ojos de Dios.

3ª «Lo abrazó». Que es tanto como ofrecerle soportes válidos durante su niñez, hasta que él mismo sepa andar su camino. Creo que también nosotros abrazamos a los niños. Pero cayendo frecuentemente en dos «ismos»: el proteccionismo, que es «auparlos tanto» a nuestros brazos, que tratamos de identificarlos con nuestro propio yo, queriendo que crezcan a nuestra imagen y semejanza, sin ningún respeto a su propia personalidad. Y, segundo, el ilusionismo: que es tapar con premios, regalos y concesiones fáciles el permisivismo lo que debía ser entrega seria, constante y pensada al desarrollo gradual de su personalidad.

4ª «El que acoge a un niño como éste, me acoge a mí». Daos cuenta y quitaos la posible nube romántica de los ojos. El niño que Jesús «puso en medio» no tenía por qué ser un niño prodigio: rubio, guapo y dechado de virtudes. Seguramente era «uno de tantos». Es decir, ególatra y absorbente, con marcada tendencia a la terquedad, con caprichos, con grandes dosis de inconstancia y volubilidad, con propensión a la pereza, con envidias repentinas. Esto es, un animalito herido ya por todas las concupiscencias, como todos los niños. Pues, bien, «acoger a un niño así, ¡es acoger a Jesús». Se trata, por tanto, de una labor dura y, a veces, poco lucida. Pero muy grande. Porque si Santa Teresa «veía a Dios entre los pucheros», Jesús nos dice que «El está en los niños»: «Cualquier cosa que hagáis a uno de estos pequeños, me la hacéis a mí». Y, claro, además, entre un puchero y un niño hay diferencia, ¿no?

ELVIRA, Págs. 180 s.


13.

Frase evangélica: «Quien quiera ser el primero, que sea el último y el servidor de todos»

Tema de predicación: EL SERVIDOR DE LOS DEMÁS

1. Jesús sitúa las exigencias del seguimiento a partir de un segundo anuncio de la Pasión, que los discípulos siguen sin entender, porque discuten acerca de «quién es el más importante». No comprenden el sentido de la cruz ni el protagonismo de los últimos. Precisamente en la cruz se hizo Jesús el último, y en la resurrección pasó a ser el primero. Los discípulos se resisten a aceptar una comunidad en la que los primeros criterios son el servicio y la humildad. Con estas actitudes se sirve a los niños.

2. La llegada del reino trastoca los esquemas del mundo, siempre proclives a encumbrar al primero y a menospreciar al último, en virtud de la vanidad, el orgullo y la ambición. Los menores, es decir, los pobres y marginados, tienen en la comunidad nueva una relevancia inusitada, porque son sacramento desconcertante de Dios. La comunidad cristiana se diferencia de cualquier otra comunidad por estos criterios operativos evangélicos. Por eso la acogida a los menores es acogida cristiana, y la opción por los pobres es criterio fundamental de la Iglesia.

3. El seguimiento de Jesús entraña incomprensión y persecución. Jesús fue «entregado en manos de los hombres», es decir, manipulado. Tiene conciencia de que se dirige al encuentro de una muerte violenta. Constantemente, a lo largo de la historia, los justos sufren afrentas, los profetas son perseguidos y los mártires padecen una muerte violenta.

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Aceptamos los sufrimientos inherentes a una vida cristiana? 
¿Por qué queremos ser siempre los primeros?

CASIANO FLORISTÁN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITÚRGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993.Pág. 227 s.


14.

En la vida pública el protocolo está a la orden del día. Hay una orden que determina quién es el primero, quién se pone a la derecha del más importante, quién le sigue en dignidad. Hay gente especializada en estas zarandajas. La gente se pega hasta en público por conseguir un puesto de honor. Cuando hay equivocaciones en la colocación o en el tratamiento surgen conflictos que no se superan con facilidad. es de risa. Por las Revistas nos enteramos que los artistas de cine o teatro ponen en sus contratos cláusulas para salir en cabecera de cartel o para aparecer como "estrella invitada". Si esto no se cumple, se rompen los contratos o se retiran de los espectáculos. Es de risa. También en la Iglesia nos hemos preguntado quién es el "más importante". Y nos hemos respondido organizando rangos, dignidades, preferencias, tratamientos. Es de risa. Todo esto es ridículo. ¿Cómo es posible que los hombres y, sobre todo los cristianos, seamos tan insensatos? "Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos, y el servidor de todos" ¿Acaso Jesús no habla claro? ¿Son confusas estas palabras? ¿Es que significan todo lo contrario de lo que dicen? ¿O es que nosotros estamos sordos?

-¿De qué discutíais por el camino? Ellos no contestaron, pues por el camino habían discutido quién era el más importante. Jesús, por el camino, va diciendo que "va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán; y después de muerto, a los tres días resucitará", y ellos, por el camino, discuten acerca de quién es el más importante. Dos actitudes opuestas: Jesús camina impulsado por su amor al Padre y a los hombres, y va a entregar su vida para gloria del Padre y salvación de los hombres, y los discípulos que caminan movidos solamente por su amor propio y buscando exclusivamente su propia gloria. Contemplemos la terrible soledad de Jesús...

Para Jesús lo único verdaderamente importante es el amor, y el servicio es la práctica del amor. Este es el único título de dignidad y de honor y de importancia. Sólo los que aman son ilustrísimos y excelentísimos. Sólo los que aman son los primeros y tienen la preferencia. A los servidores, a los últimos,a los que son capaces de lavar los pies, a los que no viven más que para ayudar, a los que sólo buscan el bien de los demás, a éstos es a los que hay que cuidar y mimar como oro en paño. Solamente a éstos. Lo demás es vanidad, fatuidad, fanfarronería. Para Jesús solamente vale el servicio por amor, el ponerse a los pies del otro, el despojarse de todo rango, el ser menos que nadie, el considerar a los demás más que a uno mismo. Esta es la dignidad de Jesús. Él es el hombre por excelencia y el modelo de todo comportamiento entre los hombres. Él está ahora entre nosotros presidiendo, porque fue capaz de dar su vida por todos, el siervo de sus hermanos. Por eso, si alguno de nosotros se pone delante de los otros, ha de ser sólo para servir.

No entendemos nada, ni aun recibiendo la comunión del Cuerpo entregado por nosotros, de la sangre derramada por nosotros. El que recibe a Jesús, el Siervo, el Servidor, o se pone de rodillas al servicio de los hombres, o contradice la misma comunión que recibe. ¿Cómo se puede comulgar al Servidor creyéndose uno más importante que alguien?

Toda la providencia es un anhelo de servir.
Sirve la nube, sirve el viento, sirve el surco.
Donde hay un árbol que plantar, plántalo tú;
donde hay un error que enmendar, enmiéndalo tú;
donde haya un esfuerzo que todos esquiven, acéptalo tú;
sé el que apartó del camino la piedra,
el odio de los corazones
y las dificultades del problema.

Hay la alegría de ser sano y la de ser justo,
pero hay sobre todo, la inmensa,
la hermosa alegría de servir.

Qué triste sería el mundo
si todo él estuviera hecho;
si no hubiera un rosal que plantar,
una empresa que emprender.

No caigas en el error
de que sólo se hacen méritos
con los grandes trabajos;
hay pequeños servicios:
arreglar una mesa,
ordenar unos libros,
peinar una niña.

Aquél el que critica,
éste el que destruye;
sé tú el que sirve.

El servir no es una faena de seres inferiores.
Dios que es el fruto y la luz, sirve.
Pudiera llamarse.. ¡el que sirve!

Y tiene sus ojos en nuestras manos
y nos pregunta cada día:
¿Serviste hoy? ¿A quién?
¿Al árbol? ¿A tu hermana? ¿A tu madre?

GABRIELA MISTRAL


15.

Sus discípulos no entendían aquello

Jesús vuelve de nuevo al tema del evangelio del domingo pasado. Habla de su entrega a los hombres, de su muerte y de su resurrección. Y el evangelio nos dice que los discípulos no entendían aquello. No podían concebir que Jesús, su amigo excepcional y maestro extraordinario, que tantas cosas había hecho, con tal autoridad y acompañadas de tamaños signos, ahora pudiera acabar desapareciendo de entre ellos. No les cabía en la cabeza. Jesús los prepara, pero son incapaces de conectar.

Y en cuanto a nosotros: ¿Lo entendemos? Creemos por la fe y sabemos que hemos sido redimidos por Jesús. Pero cuando el sufrimiento nos visita, cuando nos percatamos de que la vida se nos puede acabar, cuando alguien a quien amamos sufre o muere... ¿creemos que todo ese sufrimiento puede también unirse al de Jesús, y así se nos concede participar en nuestro cuerpo de su redención? Ser capaz de entrar en el corazón del dolor y hallar ahí un sentido redentor, sólo está al alcance de aquel que tiene una fe de gran calidad. Los discípulos no entendían lo que Jesús les decía. Pidamos nosotros que el Señor nos lo enseñe.

¿Quién es el más importante?

¡Qué contraste! Los intereses de los discípulos eran muy distintos. Ante el solemne anuncio de Jesús, ellos discutían quién iba a ser el primero, quién era el mas importante. Intereses demasiado humanos. Y eso sigue pasando en nuestro mundo, y entre nosotros. Y el mundo sigue por ese camino. Todo se resume en ser importante, figurar, ser alguien. ¿Acaso no nos afecta eso a nosotros también?

Lo cierto es que hay a quien le toca presidir y a los otros no. Así ocurre en todas las instituciones. En el plano político y en el religioso también. Existe lo que se llama el protocolo. Y se diría que es innato el afán por salir en la foto, por estar en el candelero. Y en la liturgia está muy bien determinado el orden a seguir en las celebraciones. Y, evidentemente, eso tiene un sentido. Y seguro que ha de ser así y que hay muchos argumentos para actuar de este modo. Pero es muy importante estar alerta para que el hecho de presidir sea en verdad un acto de servicio a los hermanos. i Y eso nos afecta a todos: obispos, sacerdotes y laicos. Las responsabilidades en el seno de la comunidad han de ser un servicio. Debemos guardar un estilo sencillo, humilde. Y no aprovecharnos de nuestra responsabilidad para imponer ni para presumir. Debemos ser, interior y exteriormente, servidores del Señor y de la comunidad. Y valorar este servicio. Esa es la gran vocación del cristiano. Así nos lo ha recordado hoy Jesús, como en tantas otras ocasiones: la gran dignidad del cristiano, del seguidor del Maestro, está en servir a los hermanos. Hoy lo concretaba con estas palabras: "Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos".

Ojalá que nuestro servicio, generoso, sincero y a menudo escondido, sea acogido con alegría y deseado. Servir al hermano es servir al mismo Jesús. Servir al más pequeño, al más indefenso, al más necesitado, es lo mismo que acercarnos al Señor. Es acoger a Jesús, es acoger al Padre del cielo. Así lo hemos escuchado en la parte final del evangelio: "El que acoge a un niño como éste en mi nombre me acoge a mí; y el que me acoge a mí no me acoge a mí, simo al que me ha enviado". ¡Qué gran dignidad y qué gran vocación es servir y acoger a los predilectos de Jesús!

Participemos en esta celebración y vivamos el misterio del amor de Dios. Vivamos la entrega de Jesús en favor de todos nosotros; una entrega que ha sido total. Él dio la vida por nosotros y nos la sigue dando.

Que el alimento que él nos da hoy de nuevo en la Eucaristía nos ayude a ser capaces de darnos, también nosotros, a los demás.

JOAN SOLER
MISA DOMINICAL 2000 12 17


16. Domingo 21 de septiembre de 2003

Sab 2, 12.17-20: Persigamos al Justo, que nos molesta
Salmo responsorial: 53, 3-6.8
Sant 3,16 - 4,3: La verdadera y falsa sabiduría
Mc 9, 29-36: Segundo anuncio de la pasión

El justo es puesto a prueba. El texto nos coloca en una confrontación entre sabios y necios. Los sabios son los judíos que guardan la ley de Dios y observan fielmente las tradiciones religiosas del pueblo de Israel; los necios son los paganos y los judíos que se han dejado contaminar por la cultura griega. El autor del libro de la sabiduría define muy bien la actitud de estos dos tipos de personas y de estas dos filosofías de la vida.

Los malvados acechan al justo, denuncian sus actitudes y sus modos de proceder y sus pretensiones de acaparar la amistad y el favor de Dios. Lo ponen a prueba, incluso lo condenan a una muerte afrentosa, y de paso verifican si Dios es en realidad lo que el justo dice que es.

El texto sirve a los autores del Nuevo Testamento para definir a Jesús, el Hijo de Dios, como “el justo por excelencia” o el “siervo de Yahvé”, y para definir su causa por los empobrecidos, en contraste con las actitudes de quienes pretendían acabar con Él.

El autor de la carta de Santiago nos dice que en la comunidad donde existen envidias y divisiones hay toda clase de maldades, en cambio donde reina la sabiduría, en el sentido de la primera lectura de hoy, está Dios y su proyecto de amor. Nos invita a que nos preguntemos: ¿de dónde proceden las guerras y las contiendas entre los seres humanos?, ¿no es acaso de los deseos de placer que combaten en nuestro cuerpo? Nos plantea que la codicia por tener para malgastar nos lleva a matar. Esta es la cruda realidad en la que nos movemos hoy con el fenómeno de la corrupción social y la política neoliberal que corroe como un cáncer a nuestra sociedad.

El texto del evangelio de hoy nos sitúa en la segunda fase de la catequesis que Jesús dirige a sus discípulos, acerca de las consecuencias que trae el seguirlo hasta Jerusalén y de las exigencias de este seguimiento.

Los discípulos no entienden lo que Jesús les quiere decir acerca de su propio destino, no entienden que el Hijo del hombre tenga que morir y resucitar al tercer día, y por eso no pueden entender que para ser los primeros se tienen que colocar en el último lugar. Jesús responde a esta incomprensión con una sencilla instrucción que tiene como objetivo hacer crecer, corregir sus defectos y disponerlos para la entrega generosa por los demás. Como es habitual en Marcos, Jesús instruye a sus discípulos en la casa. La casa era el lugar de reunión de los primeros cristianos para la celebración y para la catequesis; estamos ante una catequesis que se dirige a la comunidad.

La enseñanza de Jesús invita al cambio de puesto, con la llegada del Reino se han cambiado los esquemas de este mundo: los últimos serán los primeros; los pobres serán saciados; los que pierden su vida la están ganando; y los que quieren ser los primeros han de ser los últimos y los servidores de todos. Este mensaje esta dirigido a toda la comunidad, pero esencialmente para aquellos que tienen una responsabilidad dentro de ella.

El gesto que utiliza Jesús de abrazar y colocar a un niño en medio de los discípulos no debe ser entendido como si los niños fueran símbolo de inocencia, pureza o ternura; el símbolo es una invitación a acoger con amor a los más sencillos, humildes y necesitados, es decir, a los más pequeños. Los niños, en la sociedad de Jesús, eran un cero a la izquierda, no tenían ningún valor, no eran relevantes, ni tenían poder, eran los últimos: por eso son para Jesús los primeros en el Reino. En este sentido, ser discípulo de Jesús es “no ser” para una sociedad que tiene por valores justamente los contrarios a los del Evangelio. No olvidemos que en el Reino no hay categorías, todos somos iguales, y por tanto, todos tenemos el mismo valor. Es la sociedad de hoy la que ha generado jerarquías, ha ordenando a las personas de mayor a menor de acuerdo a sus propios parámetros.

Eso que Jesús revelaba -con una paradoja- era muy serio: Jesús identificaba su propia suerte y la de Dios con la suerte de los niños, los que no tienen derechos ni quien mire por ellos, los últimos, los despreciados, los no tenidos en cuenta. Porque en realidad todo él se identificaba con ellos: se había puesto de su lado, había asumido su causa como propia. Por eso decía que todo servicio hecho a ellos se le hacía a él mismo y, en definitiva, al Padre. Nuevamente ponía la jerarquía de valores de la sociedad al revés o, mejor, al derecho. Una sociedad que mira sólo por los de arriba –o en la que las decisiones la toman los que están arriba omiran por los intereses de los de arriba- no garantiza ni el Reino ni la Vida; ésta sólo puede sobrevivir en un mundo que desde abajo mire por los de abajo, los que no tienen derechos.



Para la revisión de vida
El afán de superación, el deseo de ser el primero, el anhelo de triunfo y éxito en la vida… parecen, en principio, aspiraciones legítimas del ser humano; el problema, normalmente, está en los medios que utilizamos para alcanzar esas metas. Jesús nunca dijo que no debamos aspirar a ser los primeros, antes al contrario: nos invita a serlo, pero nos señala el único camino humano y humanizador para lograrlo: el amor y el servicio a la Causa del Reino , que es también la Causa de los pobres. ¿Estoy atrapado en esa pseudomística de la competitividad, del arribismo a cualquier precio, de la búsqueda del éxito y del dinero a cualquier precio?

Para la reunión de grupo
- Léase la primera lectura en todo lo que es el capítulo 2 del libro de la Sabiduría, del que la lectura de hoy es sólo un mínimo extracto. Al "justo" lo persiguen sus coetáneos, no por capricho ni por odio irracional, sino porque les resulta incómodo y con sólo su vida justa echa en cara la maldad de sus enemigos. Al emparejar esta lectura con el evangelio del anuncio de la Pasión la liturgia está interpretando que en Jesús se cumple el caso del justo del libro de la sabiduría: Jesús fue asesinado porque molestaba a los poderosos, porque declaraba a Dios de parte de los pobres y evidenciaba la injusticia de los poderosos. Jon Sobrino habla de los mártires "jesuánicos" de estas últimas décadas en América Latina, muy distintos de los mártires de muchos otros siglos, y muy semejantes al mártir Jesús, y al justo del libro de la Sabiduría. Esa presencia martirial del justo, que molesta a los injustos, es tal vez (o debería ser) permanente. ¿Se da hoy en nuestra Iglesia? ¿Molesta nuestra Iglesia institucional a algún poderoso injusto? ¿Y nuestra comunidad local? Si no se da esa incomodidad, ¿a qué se debe?, ¿no hay en el mundo poderosos injustos?, ¿o no hay profecía en nuestras comunidades o en nuestra Iglesia?

Para la oración de los fieles
- Por toda la Iglesia, para que comprenda y acepte al Cristo del Evangelio y lo anuncie sin miedos. Oremos.
- Por todos los creyentes, para que se eliminen de nosotros todas las formas de dominio y poder sobre las personas. Oremos.
- Por todos los que queremos vivir como discípulos de Jesús, para que sepamos aceptarlo como el que no vino a ser servido sino a servir, y sepamos imitarlo. Oremos.
- Por cuantos nos sentamos a la mesa del Señor, para que hagamos de la Eucaristía signo de nuestra disponibilidad para servir y dar la vida por los pobres y los pequeños. Oremos.
 

- Por esta comunidad nuestra, para que brille por su afán de ser la última en honores y poderes, y así poder ser la primera en servir a los demás. Oremos.


Oración comunitaria
Dios, Padre nuestro, que enviaste a tu Hijo Jesús para mostrar al mundo "que no todo está permitido" y para mostrarnos el sentido de la vida humana en un mundo estructurado sobre la injusticia y el poder; enséñanos a seguir el camino de tu Hijo Jesús, el justo perseguido, para que tu Iglesia cumpla la misión que le diste. Por el mismo J.N.S.

SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO


17.

Nexo entre las lecturas

Jesucristo con su persona, con su enseñanza y su vida ha traído un cambio al mundo del hombre. En este cambio se centran de alguna manera los textos litúrgicos del actual domingo. Al impío que no entiende ni acepta la vida del justo se le pide implícitamente un cambio de actitud (primera lectura). Los discípulos de Jesús necesitan cambiar de mentalidad ante las enseñanzas sorprendentes de su Maestro (Evangelio). Santiago propone a los cristianos un programa espiritual que implica un cambio en el estilo de vida que antes llevaban (segunda lectura).


Mensaje doctrinal

1. Cambiar la actitud. ¿Cuál es la actitud del impío para con el justo? ¿Del pagano o del judío renegado que vivía en Alejandría de Egipto para con el judío fiel a la ley que regula toda su vida? Según el libro de la Sabiduría, el impío piensa que el justo es un fastidio para él, porque es la conciencia crítica de su obrar; en lugar de admirarle e imitarle, como debería, prefiere someterle a prueba; incluso a la prueba de la muerte, saltándose las leyes humanas y divinas, para ver si el Dios en quien confía le protege y le salva. En los versículos 21 y 22 del mismo capítulo se añade: "Así piensan, pero se equivocan... No conocen los secretos de Dios". Se equivocan. Su actitud no corresponde a la que Dios quiere. Hay, por tanto, que cambiar. El justo, el fiel, el santo ha de ser admirado y propuesto como modelo digno de imitación. Es verdad que el hombre fiel es un reclamo a la conciencia, pero esto debe ser causa de alegría y de gratitud. ¿Por qué no acudir a Dios con la confianza del justo en lugar de ponerle a prueba incluso con la muerte?

2. Cambiar la mentalidad. A los discípulos de Jesús no les entra en la cabeza el que su Maestro tenga que pasar por el túnel del sufrimiento, que para ser el primero se haya de ser el servidor de todos, que en las nuevas categorías del Reino de Cristo el niño ocupe un lugar primordial. No es fácil para ellos dejar la concepción en la que se habían educado desde su infancia. Pero si quieren ser discípulos de Cristo tienen que cambiar. Han de aceptar que el sufrimiento es camino de redención para Jesucristo y lo sigue siendo para los cristianos. Se han de convencer vitalmente que el servir no es un favor que se hace alguna vez, sino el estilo habitual de ser cristiano y de vivir en cristiano. Deberán olvidar que el niño es algo que no cuenta en la reunión de los mayores, para llegar a la certeza de que acoger a quien no cuenta, al marginado, al débil, al necesitado es acoger a Cristo y mediante Cristo al mismo Padre celestial. El trato y la compañía de Jesús, por un lado, y la acción del Espíritu, por otro, realizarán el milagro.

3. Cambiar de vida. Si cambiar el modo de pensar es difícil, mucho más lo es el cambio de vida. El Bautismo y la Eucaristía reestructuran al hombre por dentro, le infunden un nuevo modo de ser y un principio nuevo de actuación. En ello está la base del cambio de vida, pero este cambio requiere gracia de Dios, trabajo humano, tiempo para que las nuevas estructuras sean vitalmente asimiladas y configuren día tras día, acción tras acción, el comportamiento humano. Sólo cuando se haya logrado la nueva configuración existencial, "la sabiduría que viene de arriba, que es pura, pacífica, indulgente, dócil, llena de misericordia y buenos frutos, imparcial, sin hipocresía" guiará el obrar humano y cada uno de sus actos. Sin esta configuración que requiere gracia, esfuerzo y tiempo, las viejas estructuras seguirán vigentes y con ellas actuar conducido por las contiendas, las codicias, los deseos de placeres, las envidias. Cambiar la vida es la gran tarea del cristiano, llevada a cabo con constancia y entusiasmo.


Sugerencias pastorales

1. Cambiar desde Dios. La cultura en la que vivimos y la mentalidad de nuestros contemporáneos está hecha al cambio. Se cambia más fácilmente que antes de trabajo, de ordenador, de coche, de casa, de país... Se cambian también los modos de pensar y vivir, los valores de comportamiento, y hasta la misma religión. El cambio está a la orden del día, y quien no cambia, pronto pasa a formar parte de los retros. El cambio, al contrario, es propio de los progres, que parece que lo llevan en el DNA. Pero, ¡claro!, no todo cambio es bueno para el hombre. Ni todo cambio indica progreso. Hay cambios que son una desgracia: que lo cuenten si no tantos emigrantes, obligados por la necesidad a dejar sus patrias; que lo digan tantas jovencitas obligadas a vender su cuerpo en el supermercado de la prostitución; que lo griten tantos niños obligados a trabajar en condiciones inhumanas o raptados para comerciar con sus órganos. ¡Esos cambios gritan al cielo! El cambio al que la liturgia nos invita es el cambio desde Dios. Es decir, aquel cambio que Dios quiere y espera del hombre para que sea más hombre, para que viva mejor y más plenamente su dignidad humana. El cambio que Dios quiere es el de la injusticia a la justicia, del abuso al servicio de los demás, de la infidelidad a la fidelidad, del odio al amor, de la venganza al perdón, de la cultura de muerte a la cultura de la vida, del pecado a la gracia y a la santidad.

2. Tu programa de vida. Con mayor o menor claridad, todo hombre se traza un propio proyecto de vida. Qué quiere ser, qué quiere hacer, a qué valores no puede renunciar, de qué medios servirse. Pienso que todo cristiano debería tener un pequeño proyecto o programa de vida en su condición precisamente de cristiano. Qué voy a hacer por Cristo y por mis hermanos. Qué valores voy a proponer a mis hijos. Por qué valores voy a luchar en mi vida personal, familiar, social. Cuánto tiempo voy a dedicar a mi misión de apóstol de Jesucristo dentro de mi comunidad parroquial, diocesana, dentro del movimiento al que pertenezco. Qué iniciativa, pequeña o grande, voy a proponer para fomentar el sentido de Dios, para promover las vocaciones al sacerdocio o a la vida consagrada, para visitar y atender a los enfermos o a los que viven solos en mi barrio, en mi parroquia. No es necesario que sea un programa grande, completo. Haz un pequeño programa para un año. Un programa que te ayude a crecer en tu vida espiritual: dedicar, por ejemplo, un tiempo diario a la oración, o confesarte con más frecuencia y regularidad, o luchar con más decisión y energía contra el vicio del alcohol o de la droga blanda. Un programa que te mantenga activo en tu misión eclesial: dar catequesis, formar parte del coro parroquial, prestar más atención a la educación espiritual y moral de tus hijos. Al final del día, o al menos de la semana, reflexiona un poco sobre cómo lo has cumplido. ¡Cuánto bien puede hacer un pequeño programa!

P. ANTONIO IZQUIERDO


18. DOMINICOS 2003

Este domingo: 25º del Tiempo Ordinario

Aceptamos sin dificultad los anhelos de la humanidad por conseguir una sociedad más justa, en la que se rompan los desequilibrios actuales, en que unos pocos tienen mucho, y otros muchos tienen muy poco. El desarrollo y progreso de los pueblos es deseable, pero están en tela de juicio los principios o criterios económicos que se ponen en práctica para conseguirlo.

El justo resulta incómodo; la acusación serena y más intolerable de la injusticia es la denuncia que verifica con sus modos de ser y estar inmerso en la sociedad. El sabio se inspira en la imagen del Siervo paciente, que es acusado y maltratado para ver si Dios se ocupa de él; la misma forma de reaccionar indica que lo está consiguiendo.

Pero la fortaleza necesaria para mantenerse en la fidelidad exige la acción del espíritu, que le lleva a vivir con otros criterios que los de la eficacia y rentabilidad inmediatas en que quiere moverse el corazón humano. Dios recompensa a sus seguidores, en el tiempo y al final, sin que la felicidad/sufrimiento correspondan de inmediato al comportamiento bueno o malo. En definitiva, una recompensa ya incoada y no concluida, que se realiza a través de un complejo sistema de fuerzas, resultando gratuita por un lado y por otro vinculada a las propias obras.

Comprender a Jesús, sus palabras, sus hechos, vida y entrega se convierte en el ideal de los discípulos. Cada cultura, tiempo o persona ha subrayado algunos aspectos o rasgos de la relevación ofrecida por el Hijo de Dios, encarnado. Tantas formas de vida religiosa, congregaciones, institutos o asociaciones como han surgido a lo largo de la historia revelan la incomprensión plena de su personalidad; cada cual, nosotros mismos intentemos hacer la aplicación iluminadora a nuestra propia vida en particular.

Comentario bíblico:
La religión verdadera es acoger desde la solidaridad


Iª Lectura: Sabiduría (2,12.17-20): El justo piensa como vive
I.1. La primera lectura se toma concretamente de un pasaje que pone de manifiesto el razonamiento de los impíos, de los que están instalados en la sociedad religiosa y política y que no aceptan que un hombre justo, honrado, simplemente con el testimonio de su vida, pueda ser una contrarréplica de la ética, de la moral y de las tradiciones ancestrales con las que se consagra, muy a menudo, la sociedad injusta y arbitraria de los poderosos. Como el libro de la Sabiduría es propio de la literatura religiosa griega, algunos han pensado que a la base de esta lectura está el razonamiento práctico de una filosofía que se muestra en la ética de los epicúreos, quienes defendían una praxis de justicia y honradez en la sociedad.

I.2. En todo caso, la lectura cristiana de este pasaje ha dado como resultado la comparación con los textos del Siervo de Yahvé de Isaías (52-53) y más concretamente, se apunta a la inspiración que ha podido suponer para los cristianos sobre la Pasión del Señor, ya que en ese justo del libro de la Sabiduría se ha visto la actuación de Jesús, tal como podemos colegir de la lectura misma del evangelio de hoy. Los “no sabios” saben muy bien condenar a muerte ignominiosa a los justos. Esa es la única sabiduría que entienden de verdad: el desprecio y la ignominia; es una sabiduría contracultural: ni divina ni humana. Y esta es ya una historia muy larga en la humanidad que tanto se valora a sí misma, hasta quedarse ciega.



IIª Lectura: Santiago (3,16-4,3): Sabiduría: justicia y paz
II.1. La carta de Santiago (3,16-4,3), sigue siendo el hilo conductor de esta segunda lectura litúrgica. Además, como es una carta que pretende establecer un cristianismo práctico, ético y moral, nos pone en contraste dos sabidurías: la que nace de este mundo y anida en el corazón del hombre (envidias, desorden, guerras, asesinatos) y la sabiduría que viene de lo alto (pacificadora, limpia de corazón, condescendiente, dócil y misericordiosa). En realidad a la primera no se le debe llamar sabiduría sino insensatez y negatividad. Son dos mundos y podríamos preguntarnos, de verdad, si el corazón humano no está anidado por estas dos tendencias (dualismo). Nuestra propia experiencia personal podría darnos la respuesta.

II.2. El autor considera que el ser humano, guiado por sus instintos (es el misterio de nuestra debilidad, aunque le atribuye un débito especial al “diablo” para no caer en el principio de maldad en el corazón humano), va hacia la perdición por la envidia con la que nos destrozamos los unos a los otros. Pero el autor propone la sabiduría, que se adquiere por la oración para llegar a esas actitudes positivas que ha mencionado antes. No se trata, pues, de leer este texto en clave moralizante para rebajarlo. Es uno de los textos fuertes del NT, de ese calibre es el cristianismo que pide la paz fundamentada en la justicia.



Evangelio: Marcos (9,30-37): El que se entrega debe ser el primero
III.1. El evangelio de Marcos nos muestra un segundo paso de Jesús en su camino hacia Jerusalén, acompañado por sus discípulos. El maestro sabe lo que le espera; lo intuye, al menos, con la lucidez de un profeta. Sí, le espera la pasión y la muerte, pero también la seguridad de que estará en las manos de Dios para siempre, porque su Dios es un Dios de vida. Bien es verdad que ese anuncio de la pasión se convierte en el evangelio de hoy en una motivación más para hablar a los discípulos de la necesidad del servicio.

III.2. No merece la pena discutir si este segundo anuncio de la pasión son “ipsissima verba” o son una adaptación de la comunidad a las confidencias más auténticas de Jesús. Hoy se acepta como histórico que Jesús “sabía algo” de lo que le esperaba. Que la comunidad, después, adaptara las cosas no debería resultar extraño. Este segundo anuncio de la pasión lo presenta el evangelista como una enseñanza (edídasken= les enseñaba). Pero los discípulos ni lo entendían ni querían preguntarle, ya que les daba pánico. Este no querer preguntarle es muy intencionado en el texto, porque no se atrevían a entrar en el mundo interior y profético del Maestro. Jesús tuvo paciencia y pedagogía con ellos y por eso Marcos nos ha presentado “tres” anuncios en un corto espacio de tiempo (8,27-10,32).

III.3. Tampoco Pedro, en el primer anuncio (8,27-33), lo había entendido cuando quiere impedir que Jesús pueda ir a Jerusalén para ser condenado. No encajaba ese anuncio con su confesión mesiánica, que tenía más valor nacionalista que otra cosa. Marcos ha emprendido, desde ahora, en su narración, una dirección que no solamente es reflejo histórico del camino de Jesús a Jerusalén, sino de “enseñanza” para la comunidad cristiana de que su “Cristo” no se fue de rositas a Jerusalén. Que confesar el poder y la gloria del Mesías es o puede ser un tópico religioso poco profético. En realidad eso es así hasta el final, como se muestra en la escena de Getsemaní (14,32-42) y en la misma negación de Pedro (14,66-72). Los discípulos no entendieron de verdad a Jesús, ni siquiera por qué le siguieron, hasta después de la Pascua.

III.4. En Carfarnaún, en la casa, que es un lugar privilegiado por Marcos para las grandes confidencias de Jesús, porque es el símbolo donde se reúne la comunidad, (como cuando les explica el sentido de las parábolas), les pregunta por lo que habían discutido por el camino; seguramente de grandezas, de ser los primeros cuando llegase el momento. Sus equivocaciones mesiánicas llegaban hasta ese punto. Jesús tomó a un niño (muy probablemente el que les servía) y lo puso ante ellos como símbolo de su impotencia. Es verdad que el niño, como tal, también quiere ser siempre el primero en todo, pero es impotente. Sin embargo, cuando los adultos quieren ser los primeros, entonces se pone en práctica lo que ha dicho el libro de la Sabiduría. Y es que el cristianismo no es una religión de rangos, sino de experiencias de comunión y de aceptar a los pequeños, a los que no cuentan en este mundo.

III.5. Acoger en nombre de Jesús a alguien como un niño es aceptar a los que no tienen poder, ni defensa, ni derechos; es saber oír a los que no tienen voz; son los pobres y despreciados de este mundo. La tarea, como muy bien se pone de manifiesto en la praxis cristiana que Marcos quiere trasmitir a su comunidad, no está en sopesar si los que se acogen son inocentes o no, sino que debemos fijarnos en su vulnerabilidad. Quizás los pequeños, los niños, los pobres, los enfermos contagiosos, no son inocentes. Tampoco los niños lo son. Es el misterio de la vulnerabilidad humana lo que Jesús propone a los suyos. Pero los “suyos” –en este caso los Doce-, discutían por el camino quién sería el segundo de Jesús en su ”mesianidad” mal interpretada. Esta es una enseñanza para el cristianismo de hoy que se debe plasmar en la Iglesia. La opción por los “vulnerables” (¡los pobres!) es la verdadera clave de la moral evangélica.

Miguel de Burgos, OP
mdburgos.an@dominicos.org

Pautas para la homilía
El justo vive como piensa.

La disociación entre las formas de pensar y de vivir es una deformación grave que acecha a la persona, y que en caso de verificarse habitualmente, durante cierto tiempo, acaba hiriendo en lo más profundo del propio ser. Los sistemas defensivos más profundos de identificación personal protestan ante la mentira, y de alguna forma se desorganizan y se vuelven contra el propio sujeto que vive enmascarado.

Quizás se bueno prestar atención a estos efectos dañinos de la hipocresía, de la mentira y de la injusticia a la hora de buscar criterios de felicidad en nuestra sociedad del desarrollo. La sabiduría que nace de este mundo y anida en el corazón del hombre genera envidias, desorden, guerras, asesinatos, dice Santiago en la lectura de hoy; la sabiduría que viene de lo alto es pacificadora, limpia el corazón, produce condescendencia, docilidad, misericordia. Son dos mundos que en la propia experiencia los encontramos con facilidad.

Desde tal experiencia dolorosa tendremos que reflexionar para descubrir los fundamentos de la verdadera Sabiduría, para cultivarlos tanto cuanto esté a nuestro alcance. En el campo personal comunitario, social son elocuentes los resultados ofrecidos.



Comprender a Jesús.

¿Vaya pregunta! El ser humano ¿no quiere, no puede o no sabe? Hay una sabiduría adquirida por la oración y los dones sobrenaturales que ofrecen un marco especial de referencia, y que facilita dicha comprensión. Los discípulos arrancan de la mentalidad del pueblo judío y les rechinan los oídos oyendo hablar de sufrimiento y muerte.

Nos dice san Marcos que los discípulos ni entendían, ni querían preguntarle, porque les daba pánico; no querían entrar en el mundo interior y práctico del Maestro, que quiere llevarles hacia un discipulado y un reinado diferente al político en que ellos basaban sus esperanzas mesiánicas. Tienen miedo de preguntar a Jesús porque intuyen que sus respuestas contrariarán sus ambiciones personales, que se cifran en quien será el segundo en su mesianidad mal interpretada. No podían comprenderle desde su mentalidad, no sabían qué hacer y de hecho (llevados por el miedo) no querían enterarse. Así una vez, y dos y tres, hasta el punto de no entender plenamente a Jesús, ni siquiera porqué le siguieron, hasta después de la Resurrección.

Para comprender a Jesús, su persona y su mensaje, se requieren como punto de partida unas herramientas que no son humanas, sino divinas, y una actitud de cambio y conversión de índole personal. Jesús hace su obra; en nuestras manos queda la cooperación y fidelidad. Con demasiada frecuencia aspiramos a una nueva humanidad, pero nos olvidamos de los puntos de apoyo en los que puede sustentarse adecuadamente.

Aplicaciones pastorales
Individuales. El justo trabaja por el reinado de la justicia y la paz desde su coherencia de vida individual. Primero el ejemplo, después las palabras; en los pequeños cambios diarios que conoce, que puede verificar y exigen firme voluntad de cambio renovador.

Comunitarios. Jesús acoge a los niños, a los indigentes, a los más despreciados y vulnerables. Adopta con ellos una actitud de misericordia y servicio. Nos dice a todos, para que lo apliquemos a nuestros grupos de referencia, que quien busca ser el primero en su reinado ha de adoptar actitudes habituales de comprensión y servicialidad. Son demasiado elocuentes las situaciones actuales de marginación, que piden remedio, y esperan nuestra respuesta compartida ¿queremos, podemos, sabemos?

Sociedad civil. Otro tanto podemos decir y aplicar a los problemas sociales. Partiendo de la justicia y la paz, en pequeña y gran escala, se abre un horizonte de salvación. Y paradójicamente quienes más beneficios obtienen (no meramente económicos) son los que tratan de escuchar la Palabra de Dios y darle cumplimiento.

Fr. Manuel González de la Fuente, O.P.
sanpablova.es@dominicos.org


19.

SI ALGUNO QUIERE SER EL PRIMERO, QUE SEA EL ÚLTIMO DE TODOS Y EL SERVIDOR DE TODOS.

Comentando la Palabra de Dios

Sab. 2, 12. 17-20. ¿Realmente creemos en la Iglesia que, por amor, se hace servidora de todos los hombres? Es muy sencillo esperarlo todo de la Iglesia; más aún: ponernos exigentes con ella reclamando nuestros derechos. Pero qué difícil es detenernos a considerar nuestros deberes, nuestras responsabilidades en ella. La Iglesia, a la par que requiere servicios en el aspecto litúrgico y de anuncio de la Palabra, requiere servicios en el aspecto de asistencia social, o servicio de caridad, como le llama la Escritura. Ya el Concilio Vaticano Segundo nos invita a todos los creyentes a dar testimonio del Señor en todos los ambientes en que se desarrolle nuestra vida, impulsando entre nosotros el apostolado del semejante por el semejante. Ahí, no sólo nuestras palabras, sino nuestro testimonio, nuestra vida misma debe hacer al hombre confrontar su vida con la verdad, con el amor verdadero, con la responsabilidad que se tiene para construir la paz, con la capacidad de amar sirviendo fraternalmente. Probablemente se nos rechace, se nos persiga y se haga mofa de nosotros; sin embargo, no son sólo nuestras palabras, somos nosotros, convertidos en testigos del Señor quienes nos hemos de convertir en el llamado más fuerte a cambiar la forma de llevar la vida. Tal vez callen nuestra voz, o por lo menos nos desprecien; sin embargo, puesta nuestra confianza en Dios, hemos de permanecer firmes y constantes en el anuncio del Nombre del Señor especialmente con el testimonio de nuestra vida, aceptando todos los riesgos que, a causa de eso, tengamos que sufrir o soportar por el Señor.

Sal. 53. Ante un Dios, justo en la retribución, el salmista no sólo le pide al Señor que le defienda de sus enemigos, sino que extienda su mano en contra de ellos. Nosotros, siendo pecadores y dignos de recibir el castigo merecido a nuestra rebeldías y ofensas al Señor, hemos sido buscados por Él para que recibamos su perdón y la participación de su misma vida. Aquel que puso orden en el caos inicial y lo convirtió en fuente de vida, llega a nosotros para hacer desaparecer el desorden y las tinieblas del pecado, y a concedernos su Espíritu para que ilumine nuestros caminos y nos haga fecundos en buenas obras. Si así hemos sido amado por Dios, quienes nos consideramos hijos suyos, hemos de seguir el mismo ejemplo que Él nos dio amando a nuestro prójimo y buscándolo para que vuelva al Señor.

Stgo. 3, 16-3, 3. Nadie puede decir que se ha liberado totalmente de las malas pasiones que combaten dentro del interior de la persona. El dominio de las mismas no es sólo cuestión de la buena voluntad de cada uno de nosotros; la experiencia nos dice que muchas veces nos hemos propuesto superarlas y, al paso de las horas o de los días hemos vuelto a dejarnos dominar por ellas. El Apóstol Santiago nos invita a pedir la sabiduría de Dios, no para malgastarla, sino para que nos ayude a vivir con pureza de costumbres y a convertirnos en amantes de la paz, comprensivos, y dóciles; a estar llenos de misericordia y buenos frutos, a ser imparciales y sinceros. Como nos dice san Pablo: No yo, sino la gracia de Dios conmigo; pues, efectivamente el Señor nos dice: permanezcan en mí y yo en ustedes, para que den fruto abundante; pues sin mí no puede hacer nada. Si queremos dejar de destruirnos unos a otros, si queremos dejar de asesinar a los demás, si queremos dejar de hacer la guerra, abramos sinceramente nuestro corazón a Dios y dejémonos guiar por su Espíritu de Sabiduría.

Mc. 9, 30-37. Jesús es el más importante pues se ha hecho como el último, como el servidor de todos. Él no vino a brillar y a elevarse por encima de todos pisoteando los derechos de los demás; Él ha sido exaltado a la Gloria del Padre y ha recibido el Nombre que está sobre todo nombre porque se humilló a sí mismo tomando condición de esclavo. Él no vino a ser servido sino a servir y a dar su vida por nosotros. Él enseña a sus discípulos el camino que conduce a la Gloria: Entregar la vida para que los demás tengan vida. No debemos tener miedo a preguntar, no tanto a lo que hace Cristo por nosotros, sino a lo que hemos de hacer nosotros en favor de los demás. A pesar de que los apóstoles tienen miedo y eluden esta pregunta, Jesús les indica que si alguno quiere ser el primero, debe hacerse el último de todos y el servidor de todos. Hay muchos que viven desprotegidos a causa de su pobreza, a causa de sus enfermedades, a causa de haber sido estigmatizados malamente por la sociedad. Esa ralea de gente despreciada debe ser recibida por nosotros, como si recibiéramos al mismo Cristo; ellos merecen, más que nadie, nuestras muestras de afecto y nuestra preocupación para ayudarles a salir de su condición de dolor y sufrimiento. Hacer eso es hacérselo al mismo Cristo; despreciarlos a ellos equivale a despreciar al mismo Cristo. Ojalá y, a imagen de Cristo, nos convirtamos en el último de todos y en el servidor de todos.

La Palabra de Dios y la Eucaristía de este Domingo.

En esta Eucaristía no celebramos al Señor vencido por la muerte, sino que venció a la muerte, ahora vive para siempre. Este es el Misterio Pascual que nos reúne en torno al Señor. Su servicio más grande hacia la humanidad se convirtió en servicio en el amor; en el amor que salva, que perdona y que da vida, y Vida eterna. Mediante este lenguaje de amor el Señor quiere que, quienes creemos en Él y entramos en comunión de vida con Él, sigamos sus mismas huellas. La Iglesia, que lo tiene a Él como Cabeza y principio, no puede inventarse otro camino, sino que al igual que su Señor ha de pasar por la muerte, por la entrega hasta el extremo, para dar vida, para hacer que la vida del Señor llegue a todos los hombres de todos los tiempos y lugares.

La Palabra de Dios, la Eucaristía de este Domingo y la vida del creyente.

¿Entendemos este lenguaje de Cristo? o ¿Nos da miedo preguntarle al Señor lo que hemos de hacer para no quedarnos en cristianos de pacotilla, sino vivir con la máxima lealtad nuestra fe en Él? Ojalá y no queramos mal utilizar nuestra fe cristiana para un medro personal, de tal forma que, incluso, a nombre de Cristo hagamos guerras santas para brillar ante los demás y tratar de conservar nuestro prestigio, nuestro poder. Recordemos que el servicio a favor del Evangelio no es servicio a la muerte, sino a la vida. Junto con Pablo gloriémonos de Cristo, y Cristo crucificado, y que ha dado su vida para salvar a quienes fueron atrapados por el mal, por el pecado. Recordemos que quien pudiendo servir domina, es de este mundo; y que quien pudiendo dominar , sirve, es de Cristo. Nosotros hemos sido puestos al servicio del Evangelio, no para purificar al mundo librándolo de los malvados acabando con ellos en guerras fratricidas, no para empujarlos a la salvación con violencia, sino para llevarlos a Cristo mediante el amor que se hace entrega y servicio. Este es el camino de salvación que Cristo nos manifestó. Este, y no otro, es el mismo camino que hemos de seguir quienes creemos en Él, especialmente quienes nos gloriamos de llamarnos su Iglesia

Que Dios nos conceda, por intercesión de María, nuestra Madre, la gracia de saber amar como siervos que están al servicio del Evangelio. Que no nos convirtamos en perseguidores de nuestro prójimo, que no lo humillemos ni le hagamos más difícil su existencia, sino que, poseyendo la Sabiduría de Dios, proclamemos la Buena Nueva siendo comprensivos con todos y dóciles a la Palabra de Dios que nos quiere como signos de la Misericordia divina y portadores de la Paz. Entonces seremos realmente dignos de participar de la Gloria de nuestro Señor Jesucristo. Amén.

www.homiliacatolica.com


20.Autor: Neptalí Díaz Villán CSsR.          Fuente: www.scalando.com

SERVIR

El conocimiento no es algo que se aprende de una vez y para siempre. El ser humano va cambiando con el mundo en continua evolución. Nunca terminamos de aprender. Hace ya varios años se está hablando en las universidades, de la formación permanente. Un profesional que se gradúe hoy y no se actualice, dentro de 10 años será un tegua. En las universidades se han multiplicado las especializaciones, maestrías, doctorados y post-doctorados, cursos intensivos, diplomados, etc. En la Internet encontramos charlas, conferencias, simposios o reuniones virtuales y toda una gama de posibilidades, con las que se puede aprender, preguntar, opinar, concordar o discordar. Buenas posibilidades para la formación permanente. 

 

En el evangelio que hoy leemos, encontramos una vez más a Jesús enseñando mientras camina. Era la formación permanente de Jesús con sus discípulos. No todo podía ser trabajo: el trabajo dignifica al ser humano, pero el trabajo excesivo lo descontextualiza, lo ciega, lo embrutece, lo convierte en una máquina que produce resultados y que un día se acaba y se bota.

 

Dice el texto que Jesús empezó a recorrer Galilea pero no quería que se supiera porque estaba instruyendo a sus discípulos. El sofisma de trabajar, trabajar y trabajar, en últimas lo que produce es una fatiga que nos incapacita no sólo para ser efectivos en el trabajo sino también para vivir bien. Necesitamos dejar espacios para reflexionar, para analizar lo vivido, para conocer otras experiencias, es decir, para la formación permanente y no sólo en campo estrictamente laboral y profesional. También para los amigos, la familia, la fe, el deporte, el arte, la música, la poesía y todo aquello que nos hace más humanos y felices.

 

En cuanto al mensaje propio de la enseñanza de Jesús a sus discípulos, descubrimos que hablaban en un lenguaje distinto. Él les mostraba las dificultades que tendrían por asumir su compromiso, como persecuciones, maltratos, e incluso la muerte. Ellos andaban en un mundo idílico, a la espera de que el Mesías diera el zarpazo final y se tomara el poder con signos portentosos, para ver qué puesto les tocaba. Y desde ya, se disputaban quién de ellos sería el más importante dentro de ese reino imaginario. Mientras Jesús con su vida sencilla y servicial, les mostraba otra manera de ser hombres: cordiales, entrañables, fraternos y solidarios con los demás seres humanos, ellos esperaban que se volteara la torta para dejar de ser los pobres pescadores y convertirse en los ministros principales del nuevo rey de Israel, con posibilidades de mando. “Una cosa piensa burro y otra quien lo está enjalmando”.

 

Jesús pensaba en todo el pueblo, ellos pensaban en ellos mismos. Dejaron que su corazón se llenara de ambición. Éste es uno de los males que más afecta a la humanidad. Esa realidad estaba también presente en las comunidades a las que escribió Santiago (2da lect). Como por lo general valoramos, respetamos y queremos más a quienes tienen poder, dinero, fama e influencias, entonces adquirirlos se convierte en un ideal de vida ambicionado por todos.

 

Los robos, los asesinatos, y la destrucción de la vida de tantas personas llevan por lo general alguna ambición de quienes son el origen de tantos males causados a la humanidad para agrandar su poder. Quieren tener más capacidad económica, ser más fuertes y asegurarse la vida, quieren ser más importantes, más respetados y más amados. Y cuando conseguir eso se convierte en un fin último, entonces todo aquello que se interponga en el camino deberá ser eliminado, incluso las personas.

 

Tanto la carta de Santiago como el evangelio, invitaban a sus destinatarios y hoy a nosotros, a ver lo peligroso que es dejarnos invadir por la ambición, la codicia de dinero, prestigio y poder. Podemos entrar a un callejón sin retorno si nos dejamos cegar por ellos y no fijamos nuestra mirada en Jesús cuyos móviles estuvieron siempre animados por un interés de servicio.

 

Por eso Él fue muy claro con sus discípulos: “Quien quiera ser el primero, deberá ser el último de todos y el servidor de todos.” ¡Claro que toda obra necesita líderes para organizar y sacar adelante los procesos![1] Mas la autoridad del cristiano no debe estar impulsada por la voluntad de poder, sino por la voluntad de servicio.

 

Federico Niezsche criticó fuertemente lo que él llamó “el hombre camello”, que vive sometido en un sistema que lo explota y no le permite pensar en sí mismo como individuo y como sujeto de la historia; en cambio propuso la “voluntad de poder” para llegar al “superhombre”. Una crítica que sigue siendo válida cuando vamos por la vida sin pensar en nuestro ser y quehacer como seres humanos, y nos dejamos subyugar por tantos sistemas de esclavitud que cada día aparecen. Pero orientar nuestra vida por la “voluntad de poder” para alcanzar al superhombre… ¡dudo mucho que resulte! Tendríamos primero que analizar muy bien a los hombres que organizaron su vida con la voluntad de poder.

 

Voluntad de poder la de Adolfo Hitler, cuyo cuadro de Niezsche tenía en su despacho como un idolillo. Voluntad de poder la de Benito Mosolini en Italia, Mobutu Sese Seko en el antiguo Zaire, Videla en Argentina, Franco en España, João Baptista en Brasil y Alfredo Stroessner en Paraguay. Voluntad de poder la de los grupos guerrilleros y paramilitares colombianos, y la de los políticos y empresarios que los apoyan.

 

Hace unos días recordamos aquel 11S de 2001 cuando chocaron dos voluntades de poder: la de los talibanes y la del imperio norteamericano. Eso nos hizo recordar a otro personaje con mucha voluntad de poder: Augusto Pinochet, en Chile, quien en otro 11S pero de 1973, encabezó el golpe de estado contra el gobierno de Salvador Allende con el apoyo económico y logístico de la CIA, durante el gobierno republicano de R. Nixon y H. Kissinger.

 

Voluntad de poder la de Goerge Bush y su poderoso ejército genocida que ha llenado de miseria la vida de mucha gente con la llamada “lucha contra el terrorismo”; sofisma de distracción para afianzar más la dominación y el imperialismo salvaje. Voluntad de poder la de Fidel Castro y Hugo Chávez, quienes en nombre de la revolución combaten y aplastan todo tipo de oposición tildándola de imperialista y enemiga del pueblo.

 

Voluntad de poder la de tantos pseudopolíticos de nuestros pueblos, que aprovechan su rol para los mezquinos intereses. Tenemos que reconocer que muchos hombres “de Iglesia” y en nombre de Cristo, saquearon, aplastaron, explotaron y mataron grupos, comunidades y hasta pueblos enteros supuestamente para defender la fe, mas en el fondo estaban dominados por la voluntad de poder.

 

Después de este corto vistazo, vale la pena preguntarnos si estamos conducidos por la voluntad de poder o por la voluntad de servicio. Es legítimo, bueno y necesario que cada persona busque su propio bienestar, su estabilidad económica y social, pero sin pasar por encima de los demás.

 

¿Estamos acaso atrapados en un afán de lucro y competitividad, en la búsqueda del éxito y de los primeros puestos a cualquier precio? ¿Cómo somos con las personas que están a nuestro cargo? Si tenemos empleados, ¿cómo los tratamos? ¿En nuestras relaciones interpersonales y en los diálogos, buscamos concertar o buscamos siempre imponer nuestro pensamiento, nuestra ideología y nuestra voluntad? ¿Si tuviéramos hoy la capacidad de mando sobre todo un pueblo estamos seguros de que no actuaríamos de la misma manera como lo hacen aquellas personas que tanto criticamos?

 

Como en la primera lectura (Sab 2, 12.17-20), ¿nos resultan incómodas las personas justas, honestas y leales? ¿Nosotros como personas y como Iglesia molestamos con nuestro testimonio a los poderosos e injustos, que dominados por la voluntad de poder aplastan a los demás? o ¿vivimos camaleónicamente para no meternos en problemas en medio de la injusticia? ¿Acaso en nuestro mundo no hay injusticia? o ¿hay injusticia pero no hay profetas?

 

¿El testimonio y la propuesta de Jesús nos anima o nos incomoda? ¿Estamos dispuestos a aprender de la sencillez y la espontaneidad de los niños? ¿Estamos dispuestos a valorar a los pequeños de este mundo[2] y a recibirlos con el convencimiento de que ahí, y de manera especial ahí, en los pequeños, está la presencia de Dios?: “El que reciba a un niño como este por amor a mí, me recibe a mí. Y el que me recibe a mí, no me recibe a mí sino al que me envió.”


[1] La anarquía es contraria al evangelio, por eso escribió Santiago (2da lect): “donde hay envidia y rivalidad, hay anarquía y toda clase de obras malas”.

[2] Cuando en el evangelio se habla de niños, se entiende por extensión, también de los pequeños, aquellos que el mundo no tiene en cuenta: los pobres, los marginados, los enfermos, los desposeídos, los esclavos y tantas personas a quienes normalmente ignoramos por mirar más a los “grandes”.
 


21. INSTITUTO DEL VERBO ENCARNADO

COMENTARIOS GENERALES

Primera lectura:  Sabiduría 2, 12-20:

Es un cuadro de emocionado dramatismo que describe el odio que los impíos profesan a los justos, la guerra implacable que les hacen y el triunfo aparente del mal:

- El justo por su sola presencia incomoda (12); su conducta es un continuo reproche para el impío (14); y lo más imperdonable es el amor y confianza que tiene el justo en Dios.

- Declarada la guerra abierta, faltos los impíos de todo escrúpulo, se desatan contra los justos implacablemente: «Probémosle con el ultraje y la tortura. Condenémosle a una muerte vergonzosa» (20). Y dado que el proyecto se realiza, puede la impiedad dar por definitivo su triunfo: «Veamos si sus palabras son verdaderas, veamos qué fin tiene el justo» (17). Si bien este cuadro puede ser la historia de infinitos justos, los Evangelistas lo tienen presente cuando describen la Pasión de Cristo, el «Justo» por excelencia. La doctrina y la conducta de Jesús eran un reproche incómodo para los dirigentes políticos y religiosos de Israel instalados en sus vicios. Planean la supresión del Justo. Se mofan de El en su agonía. Al pie de la letra le lanzan a la cara el sarcasmo: «Puso en Dios su confianza; líbrele ahora, si de verdad se complace en El; pues El lo ha dicho: Soy Hijo de Dios» (Mt 27, 43; cfr Sab 2, 13).

Segunda Lectura: Santiago 3, 16-4, 3:

Santiago trata en esta perícopa tres diversos temas, los tres muy prácticos:

- Santiago, que al «discípulo» de la Sabiduría le exige sea dócil y manso de corazón (1, 21); ahora el «Maestro» de la Sabiduría (al Misionero, al Sacerdote, diríamos hoy) le recuerda asimismo cómo la mansedumbre y benignidad son el signo y el fruto y el clima de la auténtica Sabiduría. Y así debe mostrarse en la conducta y en las obras. Si carece de mansedumbre es: terrena, animal, diabólica (14). Es decir, no nace de Dios, sino del mundo, de las pasiones, del demonio. De ahí que sus frutos sean: celos, ambiciones, turbulencias y banderías (16). La auténtica produce la justicia en clima de paz (17): Celo sin humildad y bondad es: terreno-animal-diabólico.

- Otro punto interesante: ¿De dónde nacen en las comunidades y grupos las guerras y altercados? Y responde Santiago: «De las concupiscencias (codicia de dinero, honores y placeres) instaladas en nuestro interior» (4, l). Las codicias acuciadas, las ambiciones desatadas, la sensualidad desenfrenada, producen necesariamente altercados, envidias, guerras fraticidas (4, 2). Esto es aplicable en mayor grado a personas que en la sociedad civil o en la comunidad eclesial tienen cargos de magisterio o de gobierno.

-  Santiago nos muestra el camino que de verdad conduce a los valores seguros: La oración (3). No poseemos estos valores porque no los pedimos (2b). Y si los pedimos y no los obtenemos es porque pedimos mal (3). Aun la oración podemos convertirla en instrumento de nuestras pasiones. Cuántas cosas se piden a Dios que sólo servirían para fomentar nuestro egoísmo, nuestro orgullo o nuestro comodismo. Sólo son dádivas dignas de Dios las que nos hacen mejores; éstas debemos pedir: « Quos  tuis, Domine, reficis sacramentis, continuis attolle benignus auxiliis, ut redemptionis effectum et mysteriis capiamus et moribus » (Poscom.). La hora de la comunión es hora de gracias. Pidámosle al Señor las que nos hagan vivir más ricamente el misterio de la Redención; las que nos hagan mejores cristianos.

Evangelio: Marcos 9, 29-36:

Son insistentes e intencionadas las aclaraciones que hace Jesús de su Mesianismo. Un Mesías-Redentor no encajaba en la mentalidad de Israel:

     - Jesús en sus instrucciones a los Apóstoles y discípulos insiste en que es el Mesías-Redentor; el Mesías en cruz. Todos los Evangelistas nos han dejado testimonio de cuán impermeables son los Apóstoles a este Mesianismo. Aquí Marcos nos advierte cómo tras una de estas instrucciones, con ser tan clara, nada han comprendido. Y añade el Evangelista: «Ni se atrevían a preguntarle» (31). Rehuían aquel tema. Es una precisión psicológica interesante. Aún hoy en muchos temarios de catequesis y de misión, y no hay que decir en muchos programas de vida cristiana, la cruz de Cristo es silenciada, rehuida, marginada. Pero un Cristo sin cruz es un Mesías sin redención.

     - No es menos interesante la precisión psicológica el «silencio» ante la pregunta de Jesús (33). Aquellos Apóstoles de Jesús ni mejores ni peores que nosotros, hombres con toda la carga de egoísmo, ambición y orgullo que arrastramos nosotros, se habían pasado la jornada discutiendo sobre primacías y cargos. Imaginaban el «Reino» Mesiánico al estilo de los reinos políticos. Pero el «Reino» de Cristo, por ser espiritual y divino, va al revés de todos los imperios y poderíos terrenos y humanos. En el Reino Mesiánico es primero el que busca el último lugar y se hace servidor de todos (35). Esta lección de Jesús pone en crisis todos nuestros conceptos y es un reproche a todas nuestras actitudes.

      - Y Jesús explica con un gesto o ejemplo su gran lección: Pone en medio del grupo de los Apóstoles un párvulo. Lo estrecha contra su pecho; y les dice: «El que se convierte y se torna como este niño, éste es el mayor en el Reino de los cielos» (38). El niño simboliza bien la ingenuidad y sencillez. El niño es, sobre todo, la pequeñez, la debilidad, la fragilidad: la humildad: «Puesta la humildad por fundamento, puede el arquitecto construir sobre ella el edificio. Pero si éste se quita, por más que su santidad parezca tocar el cielo, todo se vendrá abajo al instante y terminará en catástrofe» ( in Mt 15, 2). Todo cuanto en la Iglesia o en la propia perfección se edifica sin humildad acaba en catástrofe. El cristiano genuino ora siempre: «Señor, purifica y protege a tu Iglesia con misericordia continua; y pues sin tu ayuda no puede mantener su firmeza, que tu protección la dirija y la sostenga siempre» (Lunes 3ª semana cuaresma- Colecta). La misericordia de Dios es nuestro universal refugio. Siempre la necesitamos. Siempre la pedimos. Ante Dios somos indigentes todos. Acudamos a él con la humildad y la confianza con que los niños acuden a sus padres.

 *Aviso: El material que presentamos está tomado de José Ma. Solé Roma (O.M.F.),"Ministros de la Palabra", ciclo "B", Herder, Barcelona 1979.

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SAN JUAN CRISÓSTOMO

 

NUEVA CONVERSACIÓN SOBRE LA PASIÓN

1. A fin de que sus discípulos no le dijeran: “¿Por qué estamos aquí, en Galilea, continuamente?”, el Señor les habla nuevamente de su pasión, pues con sólo oír eso no querían ni ver Jerusalén. Mirad, si no, cómo, aun después de reprendido Pedro, aun después que Moisés y Elías habían hablado sobre ella y la habían calificado de “gloria”, a despecho de la voz del Padre, emitida desde la nube, y de tantos milagros y de la resurrección inmediata (pues no les dijo que había de durar mucho tiempo en la muerte, sino que al tercer día resucitaría), a despecho de todo esto, no pudieron soportar el nuevo anuncio de la pasión, sino que se entristecieron, y no como cualquiera, sino profundamente. Tristeza que procedía de ignorar la fuerza de las palabras del Señor. Así lo dan a entender Marcos y Lucas al decirnos: Marcos, que ignoraban la palabra y tenían miedo de preguntarle ; y Lucas, que aquella palabra era para ellos oculta, para no comprender su sentido, y temían preguntarle sobre ella . —Pero si lo ignoraban, ¿cómo se entristecieron? —Porque no todo lo ignoraban. Que había de morir, lo sabían perfectamente, pues se lo estaban oyendo a la continua; mas qué muerte había de ser aquélla y cómo había de terminar rápidamente y los bienes inmensos que había de producir, todo eso si que no lo sabían aún a ciencia cierta, como ignoraban en absoluto qué cosa fuera, en fin, la resurrección. De ahí su tristeza, pues no hay duda que amaban profundamente a su Maestro.

CELOS ENTRE LOS APÓSTOLES (Mateo)

En aquel momento. se acercaron a Jesús sus discípulos y le dijeron: ¿Quién es, pues, el mayor en el reino de los cielos? Sin duda los discípulos habían experimentado algún sentimiento demasiado humano, que es lo que viene a significar el evangelista al decir: En aquel momento, es decir, cuando el Señor había honrado preferentemente a Pedro. Realmente, de Santiago y Juan, uno tenía que ser primogénito, y, sin embargo, nada semejante había hecho con ellos. Luego, por vergüenza de confesar la pasión de que eran victimas, no le dicen claramente al Señor: ¿Por qué razón has preferido a Pedro a nosotros? ¿Es que es mayor que nosotros? El pudor les vedaba plantear así la pregunta, y lo hacen de modo indeterminado:

¿Quién es, pues, el mayor?

Cuando vieron preferidos a los tres —Pedro, Santiago y Juan—, no debieron de sentir nada de eso; pero cuando ven que el honor se concentra en uno solo, entonces es cuando les duele. Y no fue eso solo, sino que sin duda se juntaron muchos otros motivos para encender su pasión. A Pedro, en efecto, le había dicho el Señor: A ti te daré las llaves... Y: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás. Y ahora: Dáselo por mí y por ti. Y lo mismo había de picarles ver tanta confianza como tenía con el Señor. Y si Marcos cuenta que no le preguntaron, sino que lo pensaron dentro de si, no hay en ello contradicción con lo que aquí cuenta Mateo. Lo probable es que se diera lo uno y lo otro. Y es probable también que esos celillos los sintieran ya antes en otra ocasión, una o dos veces; pero ahora lo manifestaron y lo andaban revolviendo dentro de si mismos. Vosotros, empero, os ruego que no miréis solamente la culpa de los apóstoles, sino considerad también estos dos puntos: primero, que nada terreno buscan, y, segundo, que aun esta pasión la dejaron más adelante y unos a otros se daban la preferencia. Nosotros, en cambio, no llegamos ni a los defectos de los apóstoles, y no preguntamos quién sea el mayor en el reino de los cielos, sino quién sea el mayor, quién el más rico, quién el más poderoso en el reino de la tierra.

LECCIÓN DE HUMILDAD

¿Qué les responde, pues, Cristo? El Señor les descubre su conciencia, y no tanto responde a sus palabras cuanto a su pasión. Porque: Llamando a sí—dice e evangelista—a un niño pequeño, les dijo: Si no os cambiáis y os hacéis como este niño pequeño, no entraréis en el reino de los cielos. Vosotros me preguntáis quién es el mayor y andáis porfiando sobre primacías; pero yo os digo que quien no se hiciere el más pequeño de todos, no merece ni entrar en el reino de los cielos. Y a fe que pone un hermoso ejemplo; y no es sólo ejemplo lo que pone, sino que hace salir al medio al niño mismo, a fin de confundirlos con su misma vista y persuadirles así a ser humildes y sencillos. A la verdad, puro está el niño de envidia, y de vanagloria, y de ambición de primeros puestos. El niño posee la mayor de las virtudes: la sencillez, la sinceridad, la humildad. No necesitamos, pues, sólo la fortaleza, ni sólo la prudencia: también es menester otra virtud, la sencillez, digo, y la humildad. A la verdad, si estas virtudes nos faltan, nuestra salvación anda coja también en lo más importante. Un niño, ora se le injurie, ora se le alabe, ya se le pegue, ya se le honre. ni por lo uno se irrita ni por lo otro se exalta.

(San Juan Crisóstomo, Obras de San Juan Crisóstomo, Vol. II, Ed. B.A.C., Madrid, 1956, p.216 - 223) 

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COMENTARIO PATRÍSTICO

Comentario Patrístico

Las lecturas primera y tercera nos hablan de la pasión del Señor. La vida ha de estar fundada sobre la justicia y la paz (segunda lectura). El misterio de la cruz fue consustancial a la Persona y a la obra del Verbo encarnado para nuestra salvación. Lo mismo debe suceder en los que le siguen por la inevitable reacción del mal, del egoísmo y de la degradación humana. Ni la cobardía, ni el disimulo irenista, ni la condescendencia vergonzante o acomodaticia serán jamás actitudes auténticas del verdadero discípulo de Cristo.

Sabiduría 2,17-20: Lo condenaremos a muerte ignominiosa. La fidelidad insobornable a Dios y a su Voluntad amorosa hará siempre del creyente un proscrito, un ser incómodo en medio del mundo y de los hombres.

El contraste entre la perversidad de los malvados y la mansedumbre de los justos es siempre actual. La mentalidad terrena, cerrada a la trascendencia y ávida solo de éxito y de placer, también hoy actúa y se puede llamar el mito del bienestar y del consumismo.

El hecho de que la vida humilde del justo inquiete la conciencia de los impíos y suscite una rabiosa reacción confirma que el testimonio de una vida recta es de por sí un medio de evangelización, con tal que el justo mantenga la mansedumbre de su carácter y no sea él mismo prepotente con la excusa de imponer el bien. No podemos, no debemos usar las armas de los adversarios.

La protección divina es infalible... El Evangelio de la Cruz siempre triunfa, aun en la misma debilidad.

Santiago 3,16-4,3: Los que procuran la paz, están sembrando la paz y su fruto es la justicia. La verdadera sabiduría cristiana supera todas las bajas pasiones de los hombres, respondiendo con el sufrimiento, la paz y la caridad humilde y bienhechora. San Beda comenta:

«Pide mal el que, despreciando los mandamientos del Señor, desea de Él beneficios celestiales. Pide mal también el que, habiendo perdido el amor de las cosas celestiales, solo busca recibir bienes terrenales, y no para el sustento de la fragilidad humana, sino para que redunde en el libre placer» (Exposición sobre la Carta de Santiago 4,3).

Orar mal consiste en ser infiel a la sabiduría de que hemos tratado anteriormente. La oración cristiana es eficaz sólo si está animada de caridad, y el servicio, si no es interesado. Estas dos cosas: sabiduría y oración evocan la ley fundamental de la Cruz. El cristiano verdadero es solo el que está dispuesto al don total de sí mismo, hasta considerar siempre a los demás superiores a él.

Marcos 9,30-37: El Hijo del Hombre va a ser entregado... El que quiera ser el primero que sea el último de todos. El misterio de la Cruz de Cristo es para el cristiano un imperativo permanente de caridad y humilde servicio, nunca un título de engreimiento o señorío sobre los hermanos. Ante el misterio de la Cruz la sabiduría humana queda descarriada, porque se encuentra con la reprobación y el sufrimiento del justo. Solo el Espíritu puede hacernos entender que la verdadera sabiduría es la locura de la Cruz. Cuando se ha escogido y vivido este mensaje se llega a la paz del alma. San Agustín escribe:

«Cuando mi alma se turba, no tiene otro remedio que la humildad para no presumir de sus fuerzas: se confunde y abate esperando que la levante Dios; nada bueno se atribuye a sí mismo el que quiera recibir de Dios lo que necesita» (Comentario al Salmo 39,57).

«No dice el Señor: “Aprended de Mí a fabricar el mundo, o a resucitar muertos”, sino “que soy manso y humilde de Corazón”... ¿Tan grande cosa es, oh Señor, el Ser humilde y pequeño, que si Tú que eres grande no lo hubieras practicado, no se pudiera aprender?» (Sobre la Santa Virginidad 35, 29).

Y San León Magno:

«La cruz de Jesucristo, instrumento de la redención del género humano, es justamente sacramento y modelo. Es sacramento que nos comunica la gracia y es ejemplo que nos excita a la devoción: porque, libres ya de la cautividad, tenemos la ventaja de poder imitar a nuestro Redentor» (Sermón 72,1).

Manuel Garrido Bonaño, O.S.B., Año litúrgico patrístico, Tomo 6, Fundación GratisDate.

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 JUAN PABLO II

 

Homilía de S.S. Juan Pablo II en la Misa de Clausura del XX Congreso Mariológico - Mariano Internacional 24 de septiembre del 2000

Amadísimos hermanos y hermanas:

1. "Acercando a un niño, lo puso en medio de ellos" (Mc 9, 36). Este singular gesto de Jesús, que nos recuerda el evangelio que acabamos de proclamar, viene inmediatamente después de la recomendación con la que el Maestro había exhortado a sus discípulos a no desear el primado del poder, sino el del servicio. Una enseñanza que debió impactar profundamente a los Doce, que acababan de "discutir sobre quién era el más importante" (Mc 9, 34). Se podría decir que el Maestro sentía la necesidad de ilustrar una enseñanza tan difícil con la elocuencia de un gesto lleno de ternura. Abrazó a un niño, que según los parámetros de aquella época no contaba para nada, y casi se identificó con él: "El que acoge a un niño como este en mi nombre, me acoge a mí" (Mc 9, 37).

En esta eucaristía, que concluye el XX Congreso mariológico-mariano internacional y el jubileo mundial de los santuarios marianos, me agrada asumir como perspectiva de reflexión precisamente ese singular icono evangélico. En él se expresa, antes que una doctrina moral, una indicación cristológica e, indirectamente, una indicación mariana.

En el abrazo al niño Cristo revela ante todo la delicadeza de su corazón, capaz de todas las vibraciones de la sensibilidad y del afecto. Se nota, en primer lugar, la ternura del Padre, que desde la eternidad, en el Espíritu Santo, lo ama y en su rostro humano ve al "Hijo predilecto" en el que se complace (cf. Mc 1, 11; 9, 7). Se aprecia también la ternura plenamente femenina y materna con la que lo rodeó María en los largos años transcurridos en la casa de Nazaret. La tradición cristiana, sobre todo en la Edad Media, solía contemplar frecuentemente a la Virgen abrazando al niño Jesús. Por ejemplo, Aelredo de Rievaulx se dirige afectuosamente a María invitándola a abrazar al Hijo que, después de tres días, había encontrado en el templo (cf. Lc 2, 40-50): "Abraza, dulcísima Señora, abraza a Aquel a quien amas; arrójate a su cuello, abrázalo y bésalo, y compensa los tres días de su ausencia con múltiples delicias" (De Iesu puero duodenni 8: SCh 60, p. 64).

2. "Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos" (Mc 9, 35). En el icono del abrazo al niño se manifiesta toda la fuerza de este principio, que en la persona de Jesús, y luego también en la de María, encuentra su realización ejemplar.

Nadie puede decir como Jesús que es el "primero". En efecto, él es el "primero y el último, el alfa y la omega" (cf. Ap 22, 13), el resplandor de la gloria del Padre (cf. Hb 1, 3). A él, en la resurrección, se le concedió "el nombre que está sobre todo nombre" (Flp 2, 9). Pero, en la pasión, él se manifestó también "el último de todos" y, como "servidor de todos", no dudó en lavar los pies a sus discípulos (cf. Jn 13, 14).

Muy de cerca lo sigue María en este abajamiento. Ella, que tuvo la misión de la maternidad divina y los excepcionales privilegios que la sitúan por encima de toda otra criatura, se siente ante todo "la esclava del Señor" (Lc 1, 38. 48) y se dedica totalmente al servicio de su Hijo divino. Y, con pronta disponibilidad, también se convierte en "servidora" de sus hermanos, como lo muestran muy bien los episodios evangélicos de la Visitación y las bodas de Caná.

3. Por eso, el principio enunciado por Jesús en el evangelio ilumina también la grandeza de María. Su "primado" está enraizado en su "humildad". Precisamente en esta humildad Dios la llamó y la colmó de sus favores, convirtiéndola en la kexaritwmSnh, la llena de gracia (cf. Lc 1, 28). Ella misma confiesa en el Magníficat: "Ha mirado la humillación de su esclava. (...) El Poderoso ha hecho obras grandes por mí" (Lc 1, 48-49).

En el Congreso mariológico que acaba de concluir, habéis fijado la mirada en las "obras grandes" realizadas en María, considerando su dimensión más interior y profunda, es decir, su relación especialísima con la Trinidad. Si María es la Theotókos, la Madre del Hijo unigénito de Dios, no nos ha de sorprender que también goce de una relación completamente única con el Padre y el Espíritu Santo.

Ciertamente, esta relación no le evitó, en su vida terrena, las pruebas de la condición humana: María vivió plenamente la realidad diaria de numerosas familias humildes de su tiempo, experimentó la pobreza, el dolor, la fuga, el exilio y la incomprensión. Así pues, su grandeza espiritual no la "aleja" de nosotros: recorrió nuestro camino y ha sido solidaria con nosotros en la "peregrinación de la fe" (Lumen gentium, 58). Pero en este camino interior María cultivó una fidelidad absoluta al designio de Dios. Precisamente en el abismo de esta fidelidad reside también el abismo de grandeza que la transforma en "la criatura más humilde y elevada" (Dante, Paraíso XXXIII, 2).

4. María destaca ante nosotros sobre todo como "hija predilecta" (Lumen gentium, 53) del Padre. Si todos hemos sido llamados por Dios "a ser sus hijos adoptivos por obra de Jesucristo" (cf. Ef. 1, 5), "hijos en el Hijo", esto vale de modo singular para ella, que tiene el privilegio de poder repetir con plena verdad humana las palabras pronunciadas por Dios Padre sobre Jesús: "Tú eres mi Hijo" (cf. Lc 3, 22; 2, 48). Para llevar a cabo su tarea materna, fue dotada de una excepcional santidad, en la que descansa la mirada del Padre.

Con la segunda persona de la Trinidad, el Verbo encarnado, María tiene una relación única, al participar directamente en el misterio de la Encarnación. Ella es la Madre y, como tal, Cristo la honra y la ama. Al mismo tiempo, ella lo reconoce como su Dios y Señor, haciéndose su discípula con corazón atento y fiel (cf. Lc 2, 19. 51) y su compañera generosa en la obra de la redención (cf. Lumen gentium, 61). En el Verbo encarnado y en María la distancia infinita entre el Creador y la criatura se ha transformado en máxima cercanía; ellos son el espacio santo de las misteriosas bodas de la naturaleza divina con la humana, el lugar donde la Trinidad se manifiesta por vez primera y donde María representa a la humanidad nueva, dispuesta a reanudar, con amor obediente, el diálogo de la alianza.

5. Y ¿qué decir de su relación con el Espíritu Santo? María es el "sagrario" purísimo donde él habita. La tradición cristiana ve en María el prototipo de la respuesta dócil a la moción interior del Espíritu, el modelo de una plena acogida de sus dones. El Espíritu sostiene su fe, fortalece su esperanza y reaviva la llama de su amor. El Espíritu hace fecunda su virginidad e inspira su cántico de alegría. El Espíritu ilumina su meditación sobre la Palabra, abriéndole progresivamente la inteligencia a la comprensión de la misión de su Hijo. Y es también el Espíritu quien consuela su corazón quebrantado en el Calvario y la prepara, en la espera orante del Cenáculo, para recibir la plena efusión de los dones de Pentecostés.

6. Amadísimos hermanos y hermanas, ante este misterio de gracia se ve muy bien cuán apropiados han sido en el Año jubilar los dos acontecimientos que concluyen con esta celebración eucarística: el Congreso mariológico-mariano internacional y el jubileo mundial de los santuarios marianos. ¿No estamos celebrando el bimilenario del nacimiento de Cristo? Así pues, es natural que el jubileo del Hijo sea también el jubileo de la Madre.

Por tanto, es de desear que, entre los frutos de este año de gracia, además de un amor más intenso a Cristo, se cuente también el de una renovada piedad mariana. Sí, hay que amar y honrar mucho a María, pero con una devoción que, para ser auténtica, debe estar bien fundada en la Escritura y en la Tradición, valorando ante todo la liturgia y sacando de ella una orientación segura para las manifestaciones más espontáneas de la religiosidad popular; debe expresarse en el esfuerzo por imitar a la Toda santa en un camino de perfección personal; debe alejarse de toda forma de superstición y de credulidad vana, acogiendo en su sentido correcto, en sintonía con el discernimiento eclesial, las manifestaciones extraordinarias con las que la santísima Virgen suele concederse para el bien del pueblo de Dios; y debe ser capaz de remontarse siempre hasta la fuente de la grandeza de María, convirtiéndose en incesante Magníficat de alabanza al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.

7. Amadísimos hermanos y hermanas, "el que acoge a un niño como este en mi nombre, me acoge a mí", nos ha dicho Jesús en el Evangelio. Con mayor razón, podría decirnos: "El que acoge a mi Madre, me acoge a mí". Y María, por su parte, acogida con amor filial, nos señala una vez más a su Hijo, como hizo en las bodas de Caná: "Haced lo que él os diga" (Jn 2, 5).

Queridos hermanos, que esta sea la consigna de la celebración jubilar de hoy que une, en una sola alabanza, a Cristo y a su Madre santísima. A cada uno de vosotros deseo que reciba abundantes frutos espirituales de ella y se sienta estimulado a una auténtica renovación de vida. Ad Iesum per Mariam! Amén. 

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DR. D. ISIDRO GOMÁ Y TOMÁS

 

OTRA VEZ JESÚS PREDICE SU MUERTE Y SU RESURECCIÓN (Mt 18, 21-22)

Explicación. — Algunos concordistas de los Evangelios suponen que Jesús, después de la curación del muchacho poseso al pie del monte de la Transfiguración, se trasladó inmediatamente a Jerusalén para asistir a la fiesta de los Tabernáculos, ocurriendo allí los hechos que sólo narra Ioh.; de manera que los episodios que se refieren en este número y cuatro siguientes ocurrieron, según esta opinión, al dejar Jesús la gran ciudad, celebrada ya la fiesta. Pero seguimos el orden adoptado por la mayoría de los intérpretes, por no ver razones bastantes para dejarlo.

JESÚS PREDICE DE NUEVO SU PASIÓN — Del pie del Tabor, donde había Jesús curado al poseso, se dirigió acompañado de sus discípulos a Cafarnaúm. Se acercan horas graves para el Señor, y aprovecha el tiempo para enseñar a sus Apóstoles, adiestrándoles para la labor futura. “Para ello, al atravesar la Galilea lo hace como Sigilosamente y evitando manifestarse públicamente: Y habiendo partido de allí, atravesaban la Galilea: y no quería que nadie lo supiese, seguramente para tratar con más intimidad a sus Apóstoles: Y enseñaba a sus discípulos. Y estando ellos en la Galilea, de paso y como ocultamente, y maravillándose todos de cuantas cosas hacía, aprovechando este estado del alma de sus Apóstoles, que no saldrían de su asombro al ver el poder de Jesús, va a hablarles de su pasión, para que comprendan que, siendo tal su poder, sólo libérrimamente podrá entrar en los dolores de la pasión y morir. Para ello reclama especial atención a lo que va a decirles: Díjoles Jesús a sus discípulos: Grabad en vuestros corazones estas palabras, las que va a decirles, que importan un hecho en pugna aparente con la manifestación actual de su poder y con la gloria que recibe de los hombres: El Hijo del hombre ha de ser entregado en manos de los hombres, a su poder y arbitrio, para que hagan de él lo que quieran; en el lenguaje de la Escritura es cosa horrenda caer en manos de los hombres (1 Par. 21, 13). Y lo matarán, y, muerto, resucitará al tercer día.

La predicción es la misma que hizo Jesús en Cesarea de Filipo hacía pocos días, después de la confesión de Pedro, aunque con menos detalles. El efecto producido por el terrible anuncio en el ánimo de los discípulos es doble. Por una parte, quedan desorientados y perplejos: Mas ellos no entendían este lenguaje; y les era tan obscuro, que nada comprendieron. Pudieron creer, acostumbrados a oír hablar a Jesús en parábolas, que en la tremenda claridad de aquella para ellos inverosímil profecía se ocultara alguna verdad más alta y espiritual; o quizás mejor pueda decirse que no estaban “aún en condición, rudos como eran, de comprender el profundo misterio de la cruz, verdad sobrenatural en que descansa toda la obra de Jesús”. Y, sea que temiesen una repulsa semejante a la que recibió Pedro, sea que les espantase levantar el velo que ocultaba la terrible predicción, ni se atrevían a preguntarle sobre lo dicho. Por otra parte, palpaban el sentido de las palabras y la realidad de la muerte de Cristo que en ellas se anunciaba, y bien que no podían penetrar el misterio de la muerte del Maestro, a quien creían “Mesías e Hijo de Dios”, ni la finalidad de la misma muerte, el amor que sentían por Jesús y el pensamiento de su muerte les llenó de profunda pena: Y se entristecieron en extremo. La lección dada a Pedro en ocasión análoga ha aprovechado, y ya no se reputa cosa indigna del Cristo de Dios que sufra la muerte.

Lecciones morales.A) v. 21. — El Hijo del hombre ha de ser entregado en manos de los hombres... — Es un nuevo detalle que añade Jesús a sus anteriores predicciones, y que fue gran motivo de tristeza para los discípulos. Cosa incomprensible era que muriese el Hijo de Dios, pero no lo era menos que cayese en poder de sus enemigos, en el concepto de los Apóstoles, que creían al Mesías absoluto Dominador de todos los hombres y de todas las cosas. Por lo demás, no hubiese podido ser entregado Jesús a los hombres sin la voluntad del Padre (Rom. 8, 32) y la suya propia, ya que se ofreció porque quiso» (Is. 53, 7), permitiendo se desataran contra él las fuerzas del infierno y los poderes de la tierra. Para que aprendamos la generosidad con que hemos de aceptar los sufrimientos y la muerte cuando Dios nos los envíe.

LA HUMILDAD. ESCANDALO DE LOS PEQUEÑOS. VALOR DE LAS ALMAS: MT. 18, 1-14 (Mc. 9, 32-36; 41-49; Lc. 9, 46-48)

Explicación. — Después de robustecer la fe de sus Apóstoles con el prodigio del pez y del didracma, Jesús les da una serie de interesantísimas lecciones con que irá forjando paulatinamente sus espíritus para la vida cristiana y de apostolado. En el fragmento que vamos a comentar trata Jesús, de una manera admirable, tres puntos capitales de la nueva doctrina: la humildad, el interés que debemos tomarnos por los pequeñuelos y el valor de sus almas. Seguirán las lecciones en los tres números siguientes.

EL MAYOR EN EL REINO DE LOS CIELOS (1-4). — Había hablado Jesús repetidas veces de su Reino, y probablemente había platicado de las cosas del Reino durante el camino a Cafarnaúm; y como quiera que asimismo les había anunciado su muerte y resurrección, creyendo sus discípulos ya cercano el día de la instauración del Reino del Mesías, les entra, dice Lucas, el pensamiento de quién de ellos será el mayor en el Reino futuro. Por el camino disputan sobre la preeminencia, mientras Jesús y Pedro se habían adelantado entrando en Cafarnaúm, donde ocurren los hechos narrados en el número anterior. Llegados los demás Apóstoles entablaban ante Jesús la trascendental cuestión que les traía divididos. Es el momento en que nos los ofrece esta narración: En aquella hora, como estuviesen en la casa, probabilísimamente la de Pedro, acercáronse los discípulos a Jesús, diciendo: ¿Quien piensas que es el mayor en el Reino de los cielos? Algunos de los Apóstoles habían recibido del Señor señaladas muestras de estima y preferencia: a Pedro se le había prometido el Primado; al mismo Pedro, y a los hijos del Zebedeo, les habían sido impuestos nombres simbólicos y habían sido admitidos, con exclusión de los demás, a las escenas de la resurrección de la hija de Jairo y de la Transfiguración: de aquí se originó algún movimiento de envidia entre ellos al pensar en la proximidad del Reino, del que por otra parte, como sus coterráneos, tenían equivocado concepto.

Jesús descubre con divina mirada, porque sabe lo que hay en el hombre (Ioh. 2, 25), los secretos movimientos del corazón de sus discípulos, y sabiendo con su ciencia divina el objeto de su conversación mientras venían a Cafarnaúm, les responde con una pregunta que les desconcierta: Mas Jesús, leyendo los íntimos pensamientos de ellos, preguntábales: ¿Qué ibais tratando por el camino? Y ellos callaban, avergonzados de que supiese Jesús habían tenido una disputa que no podía agradarle; pues en el camino habían disputado, entre sí, quién de ellos fuese el mayor: su conducta está en flagrante oposición con el sentir del Maestro, y están confundidos ante El.

A la insólita pretensión de los discípulos responde Jesús con la lección de la humildad cristiana, que da en forma solemne y plástica: Y, sentándose, llamó a los doce, y les dijo: Si alguno quiere ser el primero, habrá de ser el último de todos, y el siervo de todos. En la actitud sentada revela la serenidad, la gravedad, la autoridad de su enseñanza; llama a los doce porque la lección de la humildad es para todos, mayores y menores; la lección es de doctrina, no de sanción penal, como si la servidumbre debiese ser el castigo de la ambición. Equivale, pues, la lección a ésta: Para ser el mayor es necesario hacerse el último: Pues el menor entre vosotros, ése es el mayor.

Y hace Jesús tangible, en forma de lección de cosas, como lo hicieron a veces los antiguos profetas, la doctrina que acaba de darles; la escena es deliciosa e impregnada de suma amabilidad: Y llamando Jesús a un niño, de muy corta edad según el griego, lo tomó, púsolo junto a sí, recibiéndolo seguramente en su regazo, en medio de ellos, como si fuera el niño el personaje principal del bello Cuadro; y, habiéndolo abrazado, significando así cuánto le agrada a Jesús la sencillez y la inocencia, dijo a ellos: En verdad os digo, como bajo juramento, que si no os volviereis e hiciereis como niños no entraréis en el Reino de los Cielos. Si no cambiáis de dirección moral, deponiendo toda ambición; si no os hacéis semejantes a los niños, humildes, sencillos, obedientes, no sólo no tendréis el primer lugar en mi Reino, sino que no entraréis en él. De hecho, para entrar en la Iglesia, que es el Reino de los cielos en la tierra, necesitamos la fe, que es la humildad del pensamiento, y la obediencia, que lo es de la voluntad. Y prosigue la misma lección en forma positiva: cualquiera, pues, que se humillare como este niño, en todo, de pensamiento, palabra y obra, en todas las cosas, éste es el mayor en el Reino de los cielos, en el cual la regla de la excelencia no es la propia estimación y grandeza, sino la pequeñez y humildad: pues el menor entre vosotros, ése es el mayor.

EL CUIDADO DE LOS NIÑOS (5-9). — Jesús ha dado la lección de la humildad, valiéndose como en una lección de cosas, del niño que tiene aún en sus rodillas. Ello le consiente pasar de una manera naturalísima a otra lección: la de la diligencia que debemos tener con los niños. Es éste uno de los momentos trascendentales del magisterio de Jesús y uno de los más fecundos en orden a la restauración del mundo; es asimismo un aspecto nuevo en cuestión de educación y de vida religiosa, porque el niño nunca fue factor computable en los planes de los llamados grandes maestros.

Empieza Jesús estableciendo una especie de equivalencia entre él y los niños: Quienquiera que acogiere a un niño tal en mi nombre, a mí me acoge, y quien a mí me acoge, no me acoge a mí, sino al que me envió. Recibir a alguien es ser benévolo con él en todo, cuidar de su alma y cuerpo; todo lo que en este concepto se haga por el niño, Jesús lo reputará como hecho por él mismo, con tal se haga en su nombre, es decir, por Cristo, porque él lo quiere, por su doctrina y ejemplo, por el amor que él mismo tiene a los niños, no por el amor natural que nosotros podamos tenerles.

Adviértase que la mayor parte de los intérpretes, si aplican en primer lugar a los niños estas palabras de Jesús, las extienden asimismo, y ello se deduce del contexto y de la expresión «un niño tal», a todos aquellos que por ser desvalidos, despreciados, humildes, se asemejan a los niños, y como ellos necesitan especial socorro.

La gravedad del precepto que antecede se deduce de la gravedad de la sanción que señala para los infractores: Y el que escandalizare, siéndole ocasión de pecado y espiritual ruina, a uno de estos pequeñitos que en mí creen, de cuyo número son los infantes, que tienen derecho a la buena doctrina y al buen ejemplo, y los adultos pobres y sencillos, mejor fuera que colgaran a su cuello una de esas piedras de molino (que mueve) un asno, una muela grande, de las que mueven las caballerías por contraposición a las pequeñas que se movían a mano, y lo anegasen en lo profundo del mar: pena extraordinaria que responde a enormísimo pecado.

¡Ay del mundo por los escándalos!, dice Jesús en exclamación sentidísima, al considerar los futuros males que el escándalo producirá en su Iglesia, en quienes lo dan y en quienes lo reciben. El escándalo es efecto de una exigencia moral, considerados los hombres en masa, por su inclinación al mal, por la debilidad de la libertad, por la instigación del demonio: Porque necesario es que vengan escándalos; pero ello no aminora la responsabilidad del escandaloso que abusó de su libertad: ¡Mas ay de aquel hombre por quien viene el escándalo!

Para excitar la solicitud y la energía en este punto, Jesús emplea otra vez la misma metáfora viva, fuerte, ejecutiva, del sermón del monte (Mc. 5, 29.30; cf. n. 51): Por tanto, si tu mano o tu pie te escandaliza, aunque sea cosa conjunta a ti, que quieras mucho, córtalo y échalo de ti; mejor es sufrir ahora una amputación moral dolorosa, que condenarse: Porque más te vale entrar en la vida manco o cojo, que, teniendo dos manos o dos pies, ser precipitado al fuego eterno, donde, más que vivir, se muere eternamente en medio de dos clases de horribles tormentos, que llamamos vulgarmente pena de daño, el remordimiento de haber perdido voluntariamente a Dios: Donde el gusano de ellos no muere; y la pena de sentido, que es el dolor acerbo que tortura cuerpo y alma de los réprobos: Y el fuego nunca se apaga. Más caro que la mano o el pie es para el hombre el ojo, el sentido de la vista; hasta lo más caro debe sacrificar el hombre para no perder el Reino de los cielos: Y si tu ojo te escandaliza, sácalo y échalo de ti; más te vale entrar en la vida con un solo ojo, que tener dos ojos y ser lanzado al fuego del infierno. Marcos repite íntegramente las tres metáforas análogas de la mano, del pie y del ojo, cerrándolas, como un estribillo, con la misma tremenda frase, tres veces repetida: Donde el gusano de ello no muere, y el fuego no se extingue. Son palabras tomadas de Isaías (66, 24): El profeta ve a los adoradores de Dios que le asisten en su presencia, mientras los cadáveres de los impíos están hacinados, ardiendo sin consumirse, devorados por los gusanos, pero permaneciendo íntegros. Es presagio y figura de los eternos tormentos del infierno: el fuego debe tomarse en sentido propio; el gusano es el emblema del remordimiento, o bien el mismo fuego en cuanto atormenta al alma. El segundo Evangelista, en confirmación de la misma doctrina, propone la pequeña parábola de la sal: Porque todos (ellos) serán salados con el fuego, como toda víctima será de sal rociada. El sentido es: Según prescripción de la ley (Lev. 2, 13), toda víctima, para ser grata a Dios, debía ser condimentada con sal, signo de la incorrupción y perpetuidad de la alianza entre Dios y el oferente; de la misma manera, para ser grato a Dios, debemos ser salados con el fuego de la mortificación, que consume el de las concupiscencias y nos libra del fuego eterno.

El símil de la sal de los sacrificios, le ofrece a Jesús ocasión de dar a sus discípulos una lección de apostolado (y. 49): Buena es la sal: mas si la sal perdiere su sabor, ¿con qué la sazonaréis? Es la misma lección del sermón del monte (n. 50): Tened sal en vosotros, sabiduría, fe, palabra de Dios, caridad, todo aquello que pueda ser eficaz para librar a los demás de la corrupción del pecado. Y guardad paz entre vosotros: que no os agiten cuestiones que puedan dividiros, como la que teníais por el camino sobre la primacía en el Reino de los cielos.

Lecciones morales. — A) v. 1. — ¿Quién piensas que es el mayor en el Reino de los cielos? — Del hecho de que se pagase el mismo tributo por el Señor y por Pedro, dice San Jerónimo, deducen los demás Apóstoles que Pedro tiene el primer lugar entre todos. De aquí la pasión de ambición que sintieron, no atreviéndose a manifestar claramente al Señor su pensamiento. Con todo, dice el Crisóstomo, avergoncémonos nosotros, porque ni siquiera podemos llegar a los defectos de los Apóstoles, porque ellos ambicionaron el primer lugar en el Reino de los cielos, y nosotros sólo apetecemos el primero en la tierra.

B) v. 3. — Si no os volviereis e hiciereis como niños, no entraréis en el Reino de los cielos. — No manda Jesús a los Apóstoles, dice San Jerónimo, que vuelvan a la edad infantil, sino a la inocencia de niños; y que lo que éstos poseen por sus años, lo adquieran aquéllos por su trabajo e industria. Como si dijera: Así como este niño que os propongo por ejemplo no persevera en la ira, olvida las injurias, no se deleita en la visión de una mujer hermosa, no piensa una cosa y dice otra, así vosotros, si no tuvieseis tal inocencia y pureza de alma, no podréis entrar en el Reino de los cielos.

C) v. 6. — Y el que escandalizare a uno de estos pequeñitos... Notemos, dice San Jerónimo, que el que sufre escándalo es el pequeño, porque los mayores no suelen recibirlo. Y aunque la sentencia de Jesús puede ser general contra todos aquellos que escandalizan a otros, pero por el mismo contexto del discurso podemos entender que la dijo también contra los Apóstoles, quienes, preguntando a Jesús quién de ellos era el mayor en el Reino de los cielos, dejaban adivinar que los movía la ambición de dignidad; si hubiesen persistido en su defecto, podían escandalizar a aquellos a quienes llamarían a la fe, cuando les viesen luchar entre si para tener los mejores puestos. Lo cual es lección espacialísima para los que están constituidos en dignidad o autoridad, que nunca deben dar motivo a escándalo de los que son inferiores a ellos, porque las consecuencias son muy funestas, y a veces tanto cuanto es más visible el que escandaliza.

(Dr. D. Isidro Gomá y Tomás, El Evangelio Explicado, Vol. II, Ed. Acervo, 6ª ed., Barcelona, 1967, p. 61-72)

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MANUEL DE TUYA, O.P.

 

Segunda predicación de su muerte. 9,30-32 (Mt 17,21-31; Lc 9,44-45) Cf. Comentario a Mt 17,21-31.

30 Saliendo de allí, atravesaban de largo la Galilea, queriendo que no se supiese. 31 Porque iba enseñando a sus discípulos, y les decía: El Hijo del hombre será entregado en manos de los hombres y le darán muerte, y, muerto, resucitará al cabo de tres días. 32 Y ellos no entendían estas cosas.

Por segunda vez Cristo habla a los apóstoles de su muerte y de su resurrección. Van camino de Jerusalén, y quiere pasar inadvertido en su travesía por Galilea. Posiblemente quiere dedicar este viaje a la instrucción de los apóstoles, por lo que deseaba evitar manifestaciones tumultuosas de la turba. Pero, aunque les habla de esto, ellos «no entendían estas cosas, pero temían preguntarle». La no comprensión de ellos se explica porque no sabían compaginar a Cristo Mesías doliente con un Mesías triunfante y victorioso en conquistas, conforme estaba en el medio ambiente. Buena prueba histórica de la necesidad de reiterarles esta predicción. Pero ¿por qué «temían preguntarle»? Ellos saben que las predicciones del Maestro se cumplen, y tienen un presentimiento de aquel programa sombrío—sobre El y sobre ellos—y evitan el insistir sobre él.

Quién sea el mayor. 9,33-37 (Mt 18,1-5; Le 9,46-48) Cf. Comentario a Mt 18,1-5.

33 Vinieron a Cafarnaúm, y, estando en casa, les preguntaba: ¿Qué discutíais en el camino? Ellos se callaron, porque en el camino habían discutido entre sí sobre quién sería el mayor. Sentándose, llamó a los doce, y así les dijo: Si alguno quiere ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos. 36 Y tomando un niño, lo puso en medio de ellos, y, abrazándole les dijo: 7 Quien recibe a uno de estos niños en mi nombre, a mí me recibe, y quien me recibe a mí, no es a mí a quien recibe, sino al que me ha enviado.

Entrando en Cafarnaúm, probablemente en casa de Pedro (1,29), les pregunta sobre discusiones que los apóstoles traían entre sí en el camino. A su pregunta se callaron. Era la grandeza de Cristo sorprendiendo su miseria humana. Pues hablaban sobre «quién sería el mayor» en los puestos «del reino» (Mt).

Y la enseñanza que les hace es doble. Con una sentencia: el primero, que sea el último. Naturalmente, por la actitud de su espíritu. Pero también hace la enseñanza con una parábola en acción. La grandeza a la que ha de aspirarse es a hacer las cosas por Dios. Así, abrazó a un niño, poniéndolo «en medio de ellos» como símbolo de lo pequeño y desvalido, Pero eso que es pequeño, si se le protege en su nombre, se le hace a El y al Padre que lo envió.

Hasta cabría que estas enseñanzas estuviesen respondiendo a un simple contexto lógico, ya que la de los niños no tiene aquí una vinculación perfecta. En Lc la formulación está más lógicamente hecha.

(Profesores de Salamanca, Manuel de Tuya, Biblia Comentada, B.A.C., Madrid, 1964, p. 695-696)

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Leonardo Castellani

Este trozo, tomado del final de Lucas XVIII, contiene dos perícopas —como dicen— heterogéneas; de manera que habría que hacer propiamente dos homilías: una, donde Jesucristo profetiza por tercera vez a sus discípulos su Pasión y Muerte; y enseguida, la curación del ciego de Jericó, que no fue un ciego sino dos ciegos; y que estaban a la vez a la entrada y a la salida de Jericó... si ustedes me entienden.

“Jericó, Jericó,

donde Jesús salió y no entró,”

cantan los chiquillos en España...

...La profecía procede de la fe, enseña Santo Tomás. Cristo fue un gran profeta; justamente aquel “Gran Profeta” que había predicho Moisés que vendría después de él, que sería grande como él, “y que nos enseñaría todas las cosas” (Deum. XVIII, 15-19). En este camino de Galilea a Jerusalén, el último camino que hizo, Cristo predijo por tercera vez su Pasión y su Muerte a sus discípulos; los cuales “no entendieron nada”, dice San Lucas. Esto le pasa por lo general a todos los profetas: no les creen. ¿Por qué? “Porque tenían miedo”, dice Marcos.

Homero inmortalizó en la figura de Casandra esa tragedia del “profeta que no es creído”.

La profecía de Cristo acerca de sí mismo es enteramente determinada y concreta: predice la entrega a los Gentiles, la ignominia, las escupidas, los azotes, la cruz; y lo más arcano de todo, la resurrección; es decir, el milagro: Lo imposible. Si Cristo hubiese dicho: “Ahora vamos a Jerusalén; es una cosa sumamente riesgosa para mí, voy a acabar mal”, sería una profecía en sentido lato, que no sobrepasa las fuerzas humanas... Muchos hombres geniales han hecho profecías de este tipo, como en el siglo pasado Donoso Cortés, Nietzsche, Soren Kirkegor, por ejemplo. Son hombres que tiene un poder de “retrovidencia”, son capaces de mirar fuerte hacia atrás, y penetrar el “Pasado”; y de ahí les viene un especie de pálpito del “Futuro”. Donoso Cortés predijo que Inglaterra caería y Rusia se levantaría en Europa; Nietzsche previó muchísimas cosas del siglo XX; entre otras, las guerras mundiales; Kirkegor previó el éxito póstumo de sus libros y su gloria tardía. Pero estas profecías humanas —que son como parientes pobres de las profecías sobrenaturales— son generales y vagas; segundo, son a corto plazo; y, en fin, son de cosas ordinarias y razonables. Al contrario son las profecías sobrenaturales, que son verdaderos milagros, pues solamente Dios puede saber el futuro concreto y contingente; más, el futuro “imposible”.

Cristo profetizó acerca de Sí mismo, de sus discípulos, de su Iglesia y del fin del mundo. Los tres primeros vaticinios se han cumplido, el cuarto se ha de cumplir todavía.

Cuando celebremos el Domingo de Ramos hemos de recordar esto: que cuando Cristo entró en Jerusalén sabía que iba a la muerte. Esto suscita una grande y patética idea de Cristo. Cuando se hizo aclamar por una muchedumbre, cuando se prestó a ser proclamado Rey, Cristo sabía que otra muchedumbre iba a gritar “¡Crucifícalo!” antes de una se mana; y que Él entraba allí para morir. Y lo había dicho a sus discípulos, los cuales no lo quisieron creer.

Cuando nos digan que “vox populi vox Dei” y que la mayoría siempre tiene razón, recordemos aquella mayoría fraudulenta que gritó: “Crucifícalo”. Los demagogos cuando quieren algo, dicen que “el pueblo lo quiere”. Casi siempre es mentira. Pero aun cuando fuere verdad, con eso no está todo dicho todavía. El pueblo puede querer cosas malas y cosas buenas: según cómo se lo oriente.

Inmensa y melancólica figura, dotada de una fuerza de carácter sobrehumana, que encara de frente la tormenta de su derrumbe aceptando de paso la provisoria y melancólica brisa de su efímero triunfo; la figura del Cristo es enormemente diferente de la figura del joven campesino galileo sentimental imprevisor y medio alocado que quiso encajarnos el pérfido Renán... Todo lo supo, todo lo previó, todo lo aceptó; y por en cima de todo se levantó.

Un gran escritor cristiano, el danés Soren Kirkegor, en un opúsculo titulado: “¿Tiene derecho un hombre a hacerse matar por la Verdad?”, dice que esta actitud de Cristo y este último viaje son una prueba indirecta de su Divinidad; porque solamente uno que “fuera la Verdad”, tendría derecho a hacerse matar por la Verdad. Si Cristo fuera un puro hombre, no debiera haber subido a Jerusalén sabiendo lo que sabía; por esta razón aunque más no fuera, porque ningún puro hombre puede saber seguro si tiene en sí las fuerzas para sobrellevar el martirio. Eso es cosa de Dios.

La primitiva Iglesia condenó a los llamados “provocadores” y los santos obispos de aquel tiempo como San Cipriano y San León prohibieron a los cristianos provocar el martirio; por ejemplo, derribando con violencia las estatuas de los ídolos, como hacían algunos exaltados, o como el famoso Guy Fawkes en Inglaterra, el de la Conspiración de la Pólvora. En el mejor de sus dramas, Corneille hace que Polyeucte derribe los ídolos y se haga martirizar. Es un cristiano temerario.

Muchas cosas de las que Cristo hizo o dijo, no se pueden hacer lícitamente si uno no posee una “Conciencia Absoluta”, como dicen los filósofos de hoy. Por ejemplo, Cristo dijo: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. En un puro hombre sería pecado porque es una impaciencia y una desesperación y una falsedad: Cristo sabía que eso no era verdad sino en un sentido. Por eso se puede decir lo que dijo Lacordaire discutiendo con Renán: que si Cristo no fue el Hijo de Dios, entonces fue el loco más grande que se ha visto en el mundo.

“Conciencia Absoluta” significa no solamente conciencia de estar en la verdad, sino “conciencia de ser la Verdad”: cosa de nadie, fuera de Cristo.

No es lícito buscar el martirio; pero todo hombre que crea en Cristo debe resignarse de antemano a ese evento porque “todo aquel que quiera vivir fielmente en Cristo Nuestro Señor, sufrirá persecución”, dijo San Pablo. “Si a mí me persiguieron, a vosotros os perseguirán: no es el Miembro mayor que la Cabeza.”

Estar preparado, eso sí; buscarlo, no. Si no fuere por una inspiración especial o indudable del Espíritu de Dios: a la cual parece haber obedecido el místico danés —en nuestra opinión— cuando después de cuatro años de silencio, expectación y oración, se decidió, rindiendo su vida, a atacar abiertamente la corrupción de la Iglesia Oficial Danesa.

(Leonardo Castellani; El Evangelio de Jesucristo; Ed. By Ediciones Vórtice, Bs. As. 29 de marzo de 1957; Domingo de Quincuagésima pág. 124-129)

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FULTON J. SHEEN

ORGULLO Y HUMILDAD

El hombre puede creer que se eleva sobre sus semejantes y sentirse superior a ellos en dos formas: por su sabiduría o por su poder, es decir, alabándose de lo que conoce, o usando dinero e influencia para alcanzar la supremacía. Tales formas de conducta siempre nacen del orgullo.

El orgullo de la primera clase, que es el orgullo intelectual, cambia de expresión según la moda de la época. En ciertos períodos de la Historia (cuando los ídolos públicos eran los hombres cultos y estimados por su intelectualidad) los soberbios pretendían poseer vastos conocimientos que realmente no eran suyos. Eran comunes los defraudadores intelectuales. Los que siempre desean parecer más que ser, pueden ser aplaudidos en su tiempo, fingiendo una intelectualidad que no les corresponde.

Esos defraudadores intelectuales son menos comunes hoy, porque nuestra sociedad no recompensa a los cultos con suficiente publicidad ni esplendor. Por ello, los mentecatos imitadores no ganan nada con fingirse intelectuales. Quedan trazas de esos elementos antiguos en ciertos círculos intelectuales donde se pregunta si uno ha leído tal libro o tal otro como prueba de si uno está culturalmente bien situado.

Hoy la forma más común del orgullo intelectual es negativa. El orgulloso no se exalta a sí mismo, pero procura humillar a los otros y así cumple al fin el mismo objetivo, que es el de encontrarse superior a sus compañeros. El cínico y el burlón constituyen ejemplos comunes del orgullo moderno. No fingen compartir la sabiduría de los cultos y se limitan a decirnos que lo que los sabios saben es falso, que las grandes disciplinas de la mente son un compuesto de absurdos pasados de moda, y que nada vale aprenderse porque todo es anticuado. El ignorante, al jactarse de su ignorancia, procura hacerse pasar por superior a los que saben más que él y da por hecho que conoce lo que ellos no, añadiendo que el estudio sólo sirve para perder el tiempo.

El ególatra de este tipo, que desprecia la ajena sabiduría, incurre en tanta culpa de orgullo como el seudo-intelectual a la antigua, que fingía una sabiduría que no se ha molestado en adquirir.

Los dos errores, el viejo y el nuevo, serían más raros si la educación insistiera más, que lo hace, en la receptividad. El niño se humilla ante los hechos y se sume en admiración de lo que ve. El maduro, muy a menudo, pregunta acerca de todo: «¿usaré esto para extender mi ego, para distinguirme entre todos y para hacer que la gente me admire más? » La ambición de usar el conocimiento para nuestros fines egoístas elimina la humildad necesaria en nosotros antes de aprender nada.

La soberbia intelectual destruye nuestra cultura y coloca una nube de egolatría ante nuestros ojos, lo que nos impide gozar de la vida que nos rodea. Cuando estamos ocupados en nosotros mismos no prestamos plena atención a las cosas o personas que cruzan nuestro camino, por lo cual no conseguimos en ninguna experiencia el regocijo que os pudiera dar. El niño pequeño sabe que lo es y acepta el hecho sin fingir ser grande, por lo que su mundo es un mundo de maravilla. Para todo chiquillo pequeño, su padre es un gigante.

La capacidad de maravillarse ha sido extinguida en muchas universidades. El hombre empieza interesándose en si es el primero o el último de la clase, o en si figura entre los medianos y pretende elevarse o no. Ese interés en si propio y en la calibración moral que tiene, envenena la vida de los orgullosos, porque pensar demasiado en uno mismo es siempre una forma de la soberbia.

El deseo de aprender, de cambiar y de crecer es una cualidad propia de quien se olvida a sí mismo y es realmente humilde.

El orgullo y el exhibicionismo nos imposibilitan el aprender, y hasta nos impiden enseñar lo que sabemos. Sólo el ánimo que se humilla ante la verdad desea transmitir su sabiduría a otras mentalidades. El mundo nunca ha conocido educador más humilde que Dios mismo, que enseñaba con parábolas sencillas y ejemplos comunes que se referían a ovejas, cabras y lirios del campo, sin olvidar los remiendos de las ropas gastadas, ni el vino de las botas nuevas.

El orgullo es como un perro guardián de la mente, que aleja la prudencia y la alegría de la vida. El orgullo puede reducir todo el vasto universo a la dimensión de un solo yo restringido a sí mismo y que no desea expandirse.

(Fulton J. Sheen, Paz interior, Ed. Planeta, Madrid, 1966, cap. 18, pp. 113-115)

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 EJEMPLOS PREDICABLES

 

 "La humildad es andar en verdad" -Santa Teresa de Avila.

El humilde ve las cosas como son, lo bueno como bueno, lo malo como malo. En la medida en que un hombre es más humilde, tiene una visión mas correcta de la realidad.

"El grado mas perfecto de humildad es complacerse en los menosprecios y humillaciones. Vale mas delante de Dios un menosprecio sufrido pacientemente por su amor, que mil ayunos y mil disciplinas." -San Francisco de Sales, 1567

¿Quien como Dios?

La tentación de creernos dioses es fatal. Ante la arrogancia de Satanás, San Miguel exclamó: "¿Quien como Dios?". La arrogancia ha contaminado a toda la humanidad y todos debemos examinarnos de ella y pedir a Jesús que nos haga humildes.

EL TITANIC, el barco que se decía indestructible

Fue en su tiempo el mayor y mas fuertemente construido barco de pasajeros. Al emprender su primer viaje, un periodista preguntó al constructor: "¿Que tiene usted que decir de su navío en cuestiones de seguridad?". Y el constructor le respondió: "Ni si quisiera Dios podría hundirlo". En ese primer viaje el soberbio Titanic naufragó al chocar con un iceberg. Y el gigantesco barco, que se jactaba de ser indestructible, yace humillado en las profundidades del mar.

La humildad escapa a los lazos del demonio

Se cuenta en la vida de San Antonio Abad que Dios le hizo ver el mundo sembrado de los lazos que el demonio tenía preparados para hacer caer a los hombres. El santo, después de esta visión, quedó lleno de espanto, y preguntó: “Señor, ¿Quién podrá escapar de tantos lazos?”. Y oyó una voz que le contestaba: “Antonio, el que sea humilde; pues Dios da a los humildes la gracia necesaria, mientras los soberbios van cayendo en todas las trampas que el demonio les tiende".


22.

Se nos recordaba en los domingos pasados, que la FE sin las OBRAS está muerta. Que nuestra FE, nuestros ritos y culto tienen que ser un COMPROMISO manifiesto con el descubrimiento que vamos haciendo de Jesucristo, como nuestro Redentor: todo los pecados nos los perdona; nuestro Salvador: nos salva de esta vida terrestre para darnos una nueva vida celestial, que no podemos ni imaginar; nuestro amigo: pues ya no nos llamará siervos, sino amigos, porque nos revelará todo lo sabe de Dios y de nuestra nueva vida.  
Las buenas obras que hago no son para conseguir el perdón, ni menos para comprar mi salvación, que son un don o regalo de Dios, sino para demostrar mi agradecimiento mayúsculo a Dios que me perdona y me salva, repito como un don o regalo que me hace, porque está enamorado de mi. Me quiere, pues ”tanto amó Dios al mundo que le dio su Hijo unigénito, para que todo el que crea en él, no perezca, sino  que tenga la vida eterna”.

Si no hago buenas obras es señal de que no creo en este amor enorme, que Dios me tiene; mi Fe está muerta, no existe. Las buenas obras son una señal para mí, de que creo de tal manera en el amor enorme que Dos me tiene, que yo no puedo responder nada más que con un amor “loco” por él. ¿No decimos que “amor con amor se paga”?

Se nos decía aun más: que nuestro compromiso de agradecimiento, para que sea au­téntico, tiene que pasar por la "prueba del dolor": por la pasión, por la muerte, como prenda o señal de la absoluta autenticidad. Tanto te quiero que estoy dispuesto, incluso a dar mi vida por ti. ¿No se dicen esto los novios, llevados de la pasión del enamoramiento? ¿No dicen que el oro se prueba y se purifica en el crisol? Oro auténtico. Amor auténtico.

Jesús comprometerá su vida y lo autentificará con su pasión, que le llevará al triunfo definitivo: "El Hijo del Hombre debe sufrir mucho, se nos decía el domingo último, debe ser rechazado por los ancianos que gobiernan, por los jefes de los sacerdotes, por los Escribas. Le matarán, pero TRES DíAS MÁS TARDE, RESUCITARÁ”.

Pedro y nosotros con él no entendemos este lenguaje. No interesa entenderlo, a nuestro egoísmo, a nuestra comodidad, a nuestro orgullo, a nuestra Fe pobre, por que nos falta el convencimiento del amor que él nos tiene. Nos resulta duro y hasta humillante. Es demasiado esto que se nos pide

Pues bien, este domingo nos vuelve a recordar Marcos, qué digo Marcos, el mismo Jesús, esta enseñanza porque debe ser bastan­te importante... muy importante y por ello insiste en esta idea clave para la vida cristiana, para el "seguimiento de Jesucristo: Jesús instruía a los apóstoles, diciéndoles: "El Hijo del Hombre será entregado a los hombres. Lo matarán, pero TRES DíAS DES­PUÉS DE SU MUERTE, RESUCITARÁ."

 

De nuevo y siempre el anuncio del Misterio PASCUAL, como clave del sentido pleno de la VIDA. Todo el Evangelio de San Marcos, su enseñanza, su catequesis, nos conduce a este momento cumbre de la PASCUA. Curiosa "biografía" de un hombre: no es su VIDA lo que resulta importante, sino su MUERTE. Y ¡qué muerte! Lo importante es, pues, la dimensión de su amor mayúsculo por la humanidad. Por ti, por mi, por nosotros.

 

LA FE VIVA, que me hace creer en su amor “loco”, porque no lo entiendo, ni lo podré entender, hacia mí, me impulsa y me impele a preguntarle sin miedo: ¿Por qué me quieres tanto? ¿Qué ves en mí, que yo aun no lo he encontrado? Tu amor inexplicable me mueve a decir gracias hasta con mi vida si preciso fuera: “No me tienes que dar porque te quiera –porque aunque lo que espero, no esperara, -lo mismo que te quiero, te quisiera…”. Te quiero,,, porque te quiero.

 

Las buenas obras son una necesidad en mí, no para comprar nada, sino para expresar lo que le quiero. Eso es la FE VIVA.

Verdad es, que este hombre anuncia siempre y al mismo tiempo y de modo imperturbable, que él volverá a VIVIR después de la muerte... pero de otra manera, que se dice: "GLORIFICACiÓN"; Como si su primera vida no fuera lo más importante y la más im­portante.

¿Estamos convencidos de que Jesucristo está vivo hoy? ¿Real­mente vivimos con el convencimiento de que esta vida terrena no es la más importante? ¿O estamos materialmente agarrados a esta vida y no dejamos un espacio, ni un resquicio para la esperanza de otra mejor y diferente?

Lógico, pues, que suframos el malestar y la angustia de la deses­peranza, cuando el horizonte de nuestra vida lo limitamos y lo es­trechamos a la dimensión de nuestro hedonismo y permisividad, (no hay moral) y desechamos las dimensiones del espíritu. No cabe entonces la fidelidad del amor y en el amor. Solo cabe el relativismo como norma de mi vida

Hagamos una breve letanía de estos valores y contravalores: jus­ticia, servicio, amor y paz, frente a injusticia, dominio déspota, ego­ísmo, odio y guerra.

Los discípulos y nosotros con ellos, no comprendían este lenguaje de sacrifico, de entrega, de servicio hasta la muerte. Y tenían miedo de preguntarle, nos dice el evangelio de hoy.

¡Pobres hombres, los apóstoles, como todos nosotros! Espíritus obtusos, limitados estrechos. Nos representan muy bien a los cris­tianos de todos los tiempos. A los de hoy; también a ti y a mi. No te escondas. Son una buena muestra de una humanidad corriente, pobre, vulgar.

 

Pero no cabe duda que estos hombres han tenido que vivir un acontecimiento único, espectacular, profundo, desconcertante, que les ha trasformado de tal manera, que se COMPROMETIERON hasta con su propia vida, a COLABORAR, a PARTICIPAR en ese in­menso movimiento histórico, de una nueva humanidad y descono­cida y desconcertante, que de lo gregario, masa amorfa; de lo tri­bal, va camino de lo universal estructurado y pensado, donde el individuo pasa a ser persona, responsable en la "aldea" que ahora empieza a vislumbrase, cada vez más y más, que es una "aldea global". Es la "Ecclesia". La Iglesia: Asamblea de "hijos", que se van sintiendo "hermanos", porque descubren tienen un mismo PADRE.

La trasformación de estos apóstoles se descubre de forma notoria: de cobardes, (Pedro), egoístas, (Judas), soberbios, (Juan y San­tiago), se convirtieron, el día de Pentecostés, en hombres valien­tes, desprendidos y serviciales.

Pero antes de entregarse y comprometerse a esta llamada insis­tente de Dios, han tenido unos pensamientos y un lenguaje como el nuestro en tantas ocasiones: pensamientos de ambición, de es­calar puestos, ser los primeros; puestos de honor y de poder, sir­viéndose de los demás y no sirviendo a los demás. Es lo que hoy se repite dentro de las parroquias, en tu grupo de apostolado y de oración. Queremos descollar. Y no se libran de ello ni las diócesis, ni los que las regentan. Escuchad:

"De Qué discutías por el camino, les dijo Jesús, que los había visto y sentido muy acalorados. Ellos se callaron (les dio ver­güenza de responder. Menos mal), porque habían discutido entre ellos para saber quién era el más importante.

Este es el nivel de reflexión y de ambición de los Apóstoles, de nosotros, en contraste y contraposición con el camino, que Jesús les estaba trazando: "El Hijo del Hombre será entregado a los hombres, lo matarán".  -"Si alguno quiere ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos."        

En el CAMINO de PASIÓN que Jesús les está anunciando, él se hace el último, y será su servidor, hasta lavarles los pies.

 

Renunciará a todo, hasta su porte y dignidad humana. “No tendrá ni aspecto si quiera de hombre”, en el momento cumbre de su Pasión.

No hay otro camino para que nuestro COMPROMISO en el AMOR sea auténtico, que el de la Eucaristía, que es:

ANUNCIO Y ACTUALIZACIÓN DE LA PASIÓN, DEL DOLOR Y DE LA MUERTE (cuerpo entregado-sangre derramada, que repite el sacerdote en la celebración)
Y DEL TRIUNFO DEL AMOR (ya no hay pecado, pues todo ha sido realizado, ejecutado, dado para la REMISIÓN DE LOS PECADOS)

Por amor murió en la CRUZ por nosotros. Por amor se quedó hecho pan para nosotros.

ESTO ES MI CUERPO, QUE SERÁ ENTREGADO POR VOSO­TROS. Habla de entregarse, de darse, de inmolarse, de ser entrega­do a la muerte. Ese es el CAMINO. No hay otro.

Es el CAMINO que San Juan de la Cruz lo bautizó y le llamó:

CAMINO DE LAS NADAS

Para venir a saberlo TODO,                       
Para venir del todo al TODO,

No quieras saber algo en NADA.                  
Has de dejar del todo, TODO.

Para venir a gustarlo TODO,

No quieras gustar algo en NADA.         

Y cuando lo vengas TODO a tener,

Para venir a poseerlo TODO,              
Has de tenerlo sin NADA querer.

No quieras poseer algo en NADA.    
Porque si quieres tener algo en TODO,
Para venir a serlo TODO
,                    
No tienes puro en DIOS TU TESORO
No quieres ser algo en NADA.

Para venir del todo al TODO,

Has de dejar del todo, TODO.

          P. Eduardo MTNZ. Abad, escolapio

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