COMENTARIOS A LA SEGUNDA LECTURA

Santiago 2,14-18

 

1.FE/OBRAS.

Este pasaje es uno de los más importantes de la carta de Santiago. En primer lugar, porque es uno de los más claramente cristianos en una carta intensamente impregnada de cultura judía, pero, sobre todo, porque al enfrentarse con el problema de la relación entre la fe y las obras, parece representar el contrapunto de la doctrina de Pablo.

No puede negarse que en Santiago se da una cierta animosidad contra los abusos a los que podían arrastrar determinadas afirmaciones paulinas. Los observadores que a veces envió Santiago tras de Pablo (Gál 2, 12) pudieron informarle no sólo de lo que pensaba y decía Pablo, sino también de la forma en que a veces era entendido.

Mas por encima de "agarradas" y cuestiones personales, Pablo y Santiago comparten claramente la misma fe y la misma posición respecto a las relaciones entre la fe y las obras. En primer lugar, Santiago reconoce la existencia de la ley de la libertad (v. 12) y, probablemente, en el sentido que Pablo da a esta expresión (2 Cor 3, 17; Gál 4, 23-31; 5, 1-13): una ley que anula la ley de Moisés.

En segundo lugar, Pablo y Santiago comparten el mismo concepto de la fe que no es la adhesión a las fórmulas de un credo, sino que debe abarcar la vida y transformarla (v. 14; cf. Gál 5, 6).

Ciertamente que Santiago es menos místico que Pablo; le importa más la dimensión horizontal y práctica de la fe, mientras que Pablo subraya más bien su dimensión vertical y personal. Los puntos de vista son complementarios y no contrapuestos.

Ciertamente que Santiago matiza la interpretación que hace Pablo de Gén 15, 6 (Abraham confió en Dios y esto le valió aumento de justicia: v. 3; cf. Gál 3, 5-7; Rom 4, 2-3), precisando que la fe de Abraham se manifestó en una "obra" tan heroica como el sacrificio de su hijo (vv. 21-22). Pero Santiago y Pablo no se contraponen respecto a este problema; lo que pasa es que atribuyen a la palabra "obra" significados muy distintos: para San Pablo designa tan solo los medios de salvación que la ley de Moisés puso en manos de los judíos (circuncisión, templo, etc).

Pablo exige más de esas obras, puesto que hoy depende de una "ley de libertad", y no hay indicios de que Santiago, que cree también en esa ley de la libertad, le niegue ese derecho. Santiago, por el contrario, entiende las "obras" en el sentido de las actividades que se apoyan en la fe (vv. 14-20, 26), y no hay razón para suponer que Pablo no reconoce esa exigencia (Ef 2, 8-10)

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA VII
MAROVA MADRID 1969.Pág. 63


2.FE/DEMONIACA.OBRAS/FE.

Es muy importante entender con claridad de qué fe habla el autor de este escrito en este texto. Podemos imaginarlo fácilmente porque él se coloca en una perspectiva no muy diferente de una extendidísima todavía hoy, en la cual la fe aparece como algo fundamentalmente intelectual, de cabeza; asentimiento a verdades o misterios. No se trata de la fe paulina. Véase el v. 19, donde el autor dice que también los demonios creen, pero tiemblan. Es evidente que la fe de los demonios -¡entiéndase la terminología! -no es la fe que salva. Podemos pensar más bien en que se trata de una aceptación de la revelación divina, pero nada más. No hay compromiso existencial, no hay vida en esa fe.

Evidentemente una actitud de este tipo no sirve para nada auténtico y profundo. En ese sentido el autor tiene toda la razón cuando dice que esa fe está muerta si no tiene obras, acción, amor realizador, auténtico. No es que las obras aporten algo a la fe. Es que son la realización misma de ella. Sólo que desde otras perspectivas teológicas y neotestamentarias, en concreto la paulina, a una fe como la que aquí se menciona, no se llamaría fe. Pero "Santiago" lo hace y se le entiende. Lo único es que no pensemos que obras y fe son dos cosas distintas y autónomas. A no ser que se hable como él lo hace, más en plan dialéctico.

Mucha "fe" de ésta hay en nuestro mundo. Mucha, demasiada "ortodoxia"; aceptación incomprometida de verdades teóricas que nos dejan indiferentes y no sirve para nada. En el fondo es igual que digamos con Pablo que lo importante es "la fe que obra por el amor", o con Santiago que la fe sin obras está muerta. Lo importante es que la relación con Dios sea viva, global, abarcando lo interno y externo de la persona, dependiendo únicamente de El, amante del otro. Eso es lo central. Sin ello no hay nada.

FEDERICO PASTOR
DABAR 1988, 47


3.

El autor expone ahora la relación entre fe y obras. Entre los lectores de la carta había cristianos que se contentaban con una fe teórica, que confesaban la fe con la boca, pero no actuaban de acuerdo con ella en la vida práctica (cf. 1, 22). A éstos les indica el autor con toda fuerza que la fe manifiesta su efectividad en las obras de cada día. Esta exposición es a la vez una exigencia que se subraya expresamente, se fundamenta y se defiende contra cualquier falsa concepción. Con todo esto, el autor es portador de la enseñanza de Jesús en Mt 7, 21-27. La "redención" no consiste en la primera justificación del hombre, en el paso del pecado a la gracia, sino en la consecución de la "salud", de la vida eterna por medio precisamente del hombre justificado. Se trata, pues, de aprender aquí que la adhesión al mensaje de Jesús (esto es, la fe) exige la colaboración efectiva con Dios en su designio de solucionar los problemas del hombre.

Esta colaboración no se hace cumpliendo las obras de la ley, sino amando al prójimo como "hermano" (cf. 2, 8s; Mt 25, 34-36; Gál 6, 6.13-26; 1 Cor 13, 1-3; Col 3, 14).

EUCARISTÍA 1988, 44


4.

El autor de la carta se esfuerza por mostrar la íntima y necesaria vinculación entre la verdadera fe y las obras. Parece ser que entre los posibles lectores había quienes se gloriaban mucho de su ortodoxia y descuidaban, en cambio, la buena conducta (la ortopraxis). El que cree escucha a Dios, y esto quiere decir, para Santiago, que hace lo que Dios dice. Creer es obedecer, según el doble significado de la palabra catalana "creure" y la etimología latina de la palabra "obediencia". Creer es hacer la verdad, según afirma también san Juan. Y, en concreto, es cumplir, ante todo, el mandamiento del amor. Al acentuar la necesidad de la ortopraxis, el autor de esta carta no hace otra cosa que recordar las palabras de Jesús: "No todo el que dice ¡Señor, Señor!, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre" (Mt 7, 21). En esta misma carta dice Santiago que la religión verdadera, la auténtica fe, consiste en "visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones y no mancharse las manos en este mundo" (1, 27).

Cuando Pablo critica la doctrina de los fariseos sobre la salvación por la obras de la Ley, cuando afirma que lo que salva es la fe en Jesucristo (p. e. en Gál 2, 16), no se refiere a una fe de los labios. Porque, también para Pablo, creer es hacer la verdad que viene de Dios en Jesucristo para los hombres.

Con un ejemplo sencillo y tremendamente realista, el autor ilustra lo que entiende por verdadera fe y muestra lo poco que sirve una fe sin obras. Si las buenas palabras no resuelven nunca los problemas del prójimo, tampoco resuelve nada la fe sin obras. La fe es un principio de vida. Cuando carece de obras no da señales de vida; es una fe muerta. La fe no es una tontería, ni simple adhesión teórica a unas verdades prácticas. El que sólo cree con la cabeza, no cree.

Es muy cómodo decir que se tiene fe cuando no se practica; pero esto no prueba nada. Las obras son las únicas señales que acreditan la fe delante de los hombres.

EUCARISTIA 1991, 42


5.

La carta de Santiago sigue el estilo propio de la literatura sapiencial del A. T. El contexto judeo-cristiano es claro. Es una colección de dichos, exhortaciones y normas morales. Se caracteriza no por la reflexión teológica, sino por las indicaciones explícitas hacia la vida concreta. El diálogo polémico es una ficción literaria. No es posible establecer quién sea el adversario con quien polemiza. En la carta no hay indicaciones concretas. En la lectura de hoy se desarrolla el tema Fe-Obras. Algunos han querido oponer esta doctrina a la de Pablo en Romanos y Gálatas.

Se trata de puntos de vista distintos, no de contraposiciones. La fe que Santiago rechaza es totalmente distinta de la fe a la que Pablo atribuye la justificación. Pablo conoce la fe que opera por medio de la caridad, Ga 5, 6. Es posible que en este texto se polemice contra un paulinismo mal entendido que quería renunciar a hacer la fe operante en la vida. Contra esta actitud se propone una fe que actúa en la vida.

El modo cómo esta concreción se realiza depende del mensaje de la carta de Santiago. Una fe viva y dinámica significa una vida tan radical y profundamente solidaria con los otros como lo fue la de Cristo que es el sujeto de nuestra fe. Es un mensaje que nos toca de cerca. El tema es hoy tan actual como en los tiempos de Santiago. También hoy se da la fe sin obras o la fe que no se encarna en la vida.

Una fe simplemente intelectual, que no es capaz de cambiar la vida, que no es compromiso y entrega a los hombres, es una fe muerta que no salva ni da vida. Decir palabras bonitas y vacías a quien tiene necesidad de ayuda es lo mismo que la fe sin obras.

PERE FRANQUESA
MISA DOMINICAL 1985, 17


6.

El tema principal de este párrafo es totalmente sencillo de entender en el contexto del escrito. La fe no puede ser sólo teórica, o tal como dice la "carta", si se da una fe puramente pensada, o retórica, o como acto interno, pero sin consecuencias prácticas, esa fe no sirve de nada.

El concepto de "fe" que tiene el autor de este escrito se parece bastante al común que existe en tiempos modernos. Es decir, se piensa en un acto del entendimiento que acepta milagros, los afirma, pero se para ahí. Naturalmente el autor de la carta dice que esa fe no sirve de nada si no va acompañada de obras que hagan real tal fe. Es muy importante tener presente esa forma de comprender la fe en la Carta de Santiago. El tema básico es decir que una fe sin obras está muerta. Lo cual implica que el autor puede imaginar algo, a lo que llama fe, que puede estar sin amor. Así en el v. 19 habla de que los demonios tienen fe y sin embargo tiemblan. La fe de este tipo es una pura aceptación a más no poder, de misterios o realidades transcendentes pero sin que ello influya en la propia vida. Siendo eso así, y dado que lo une con Dios y le transforma a uno no son puros artilugios mentales por costosos que sean, esa fe no vale. El autor insiste en la absoluta necesidad de que esa fe, para que sea real, tenga obras que la demuestren.

Eso no significa contradicción ninguna con la tesis de San Pablo en Romanos y Gálatas de que las obras humanas no sirven de nada para la salvación (lo cual no es luterano, sino paulino). La diferencia está en que Pablo no llamaría fe a lo que Santiago llama fe muerta. Porque también para San Pablo la fe ha de obrar por el amor (Gál. 5, 6) y si no opera, si no actúa, es que no existe. Se trata pues de matices terminológicos o concepciones teológicas un tanto diferentes en las expresiones, pero en ningún caso de que "Santiago" defienda las obras humanas como salvadoras. Eso no lo puede hacer ni él ni ningún cristiano que entienda mínimamente en qué consiste la salvación.

F. PASTOR
DABAR 1991, 45


7.

-La fe sin las obras 

Con los actos es como hay que demostrar la fe. Este pasaje de Santiago nos preserva de toda ilusión en la vida cristiana: ésta no consiste en conceptos, sino en realizaciones concretas. Al leer el pasaje, caemos en la cuenta de que está hecho más bien para ser proclamado; es incisivo, y su proclamación a nadie puede dejar indiferente. El cristiano que lo oye, se siente inmediatamente invitado a considerar cómo vive. No nos dice Santiago -que lo da por sabido- qué es la fe y cuál es su objeto. En cuanto a la concreta actividad que ella supone, nos la describen estos versículos orientados al cuidado del otro y de la caridad. Es un estilo pastoral muy simple y un tema querido de Juan en sus cartas.

La fe conceptual no salva; tiene que pasar a lo concreto de la vida. Para expresarlo mejor, Santiago recurre, como buen predicador, a un ejemplo. No le falta humor en la elección de su parábola, de hecho, en ella encontramos a nuestros buenos cristianos de siempre, fecundos en principios de vida, pero poco inclinados a ponerlos en práctica. Decía san Agustín que no se evangeliza a vientres vacíos. El verdadero testigo de la fe no se contenta con predicarla, sino que percibe de hecho las necesidades y busca solucionarlas. Para Santiago, el cristiano de su parábola sólo tiene una fe muerta... "Yo, por las obras, te probaré mi fe". Así pues, la sola posesión del don de la fe no puede salvar, es preciso obrar.

Ninguna oposición en esto a san Pablo: aunque éste escribe que la fe sola salva ( Rm 3, 28), en él se trata de una manera de expresar teológicamente la iniciativa del Señor que salva mediante el don de la fe; nuestras actividades nada pueden por sí mismas. La fe es don de Dios (Rm 3, 27; 4, 2-5), y la salvación está condicionada por la fe (Rm 3, 22-28). Sin embargo, san Pablo nos dice insistentemente que es la actividad obediente de Cristo la que nos salva (Rm 5, 18-19), en ese sentido, no son las obras de los hombres las que pueden salvarlos (Rm 3, 28); pero la colaboración del hombre que ha recibido la fe es necesaria para su salvación: "... hechura suya somos: creados en Cristo Jesús, en orden a las buenas obras que de antemano dispuso Dios que practicáramos" (Ef 2, 10).

ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITÚRGICO: CELEBRAR A JC 7
TIEMPO ORDINARIO: DOMINGOS 22-34
SAL TERRAE SANTANDER 1982.Pág. 125 s.


8. La fe, si no tiene obras, está muerta

La sección 2,14?18 de la carta de Santiago desarrolla el tema de la relación particular entre la fe y las obras. Ambos términos, constantemente relacionados, determinan el desarrollo literario de la sección. La fe, en abstracto, sin las obras, es impensable. Por ello, Santiago explica a partir de ejemplos, el sentido de esta convicción (v 14?17). Y al contrario, así como la fe es inseparable de las obras, también éstas son inseparables de la fe (v 18). Acaba la sección evocando el recuerdo de los patriarcas, quienes vivieron poniendo en práctica su fe (v. 19-26).

Para Santiago la fe no es un compendio de dogmas, sino la adhesión personal a Cristo. Una adhesión que lleva al creyente a asumir las mismas actitudes existenciales que su Maestro. Por ello, necesariamente la fe ha de traducirse en la práctica: es imposible vivir unas actitudes que no queden reflejadas en la conducta. Se entiende así el v 18: a partir de las obras es posible llegar a mostrar la fe, a partir de la conducta podemos adivinar las actitudes que hay debajo y que la mueven.

JORDI LATORRE
MISA DOMINICAL 2000 12 10