COMENTARIOS A LA PRIMERA LECTURA

Is 5, 5-10

 

1.

Esta lectura está sacada de los poemas del Siervo paciente.

Cuatro en total, estos poemas han sido incrustados con bastante mala fortuna en los escritos más antiguos del Segundo Isaías.

El poema que se lee este día es el tercero. En él el Siervo habla de Sí mismo. Compara su lengua torpe (v. 4) con la de los grandes profetas del pueblo (Ex. 4, 10; Jer. 1, 6). Refiere después las vejaciones sufridas en el cumplimiento de su misión y, para describirlas, utiliza el mismo lenguaje de los antiguos profetas: "presenta su espalda" (cf. Is. 51, 23), "presenta sus mejillas a quienes le hieren" (cf. Ez. 21, 14), "no sustrae su rostro" (cf. Ez. 16, 52; Job. 14, 20; 30, 10). Sin embargo, convencido de que Dios le salvará (v.7), no siente los ultrajes (Jer. 1, 18).

* * * *

Probablemente la figura de Jeremías es el punto de partida para trazar los rasgos característicos del Siervo paciente. Encargado de "mimar" los acontecimientos del exilio (Jer. 13, 1-11; 16, 1-13; 18), Jeremías se nos presenta, en efecto, como quien lleva sobre sí a la vez las faltas del pueblo y su castigo.

Es, además, el único profeta del Antiguo Testamento que insiste tanto sobre su drama personal. El, el dulce y amante, se ve obligado a soportar vejaciones, persecuciones e injusticias. Se le adivina inocente en medio de un pueblo de pecadores (comparación con el cordero en Jer. 11, 19; 15, 10-21; 18, 18-25; 20, 7-18). Frente al pueblo superficial, Jeremías es el hombre de la interiorización de la religión, sensible al drama personal, y sus profecías concretan las normas de una nueva alianza fundamentada en el sacrificio interior, la conversión del corazón y la responsabilidad personal.

El Segundo Isaías elabora su doctrina del Siervo paciente (Is. 42, 1-4; 49, 1-7; 50, 4-11; 52, 13-53, 12), reflejando muchos elementos de la vida de Jeremías: a través de sus sufrimientos, el Siervo sustituye al gran número que hubiera debido sufrir por sus propios pecados. Este sufrimiento expiatorio permite al Siervo concertar con Dios una alianza nueva, de alcance universal.

Pero el autor presenta al Siervo paciente unas veces de manera personal (bajo los rasgos de Jeremías) y otras de forma colectiva (bajo los rasgos de Israel perseguido por los paganos).

Determinar cuál de los dos temas es más antiguo, si el individual o el colectivo, es imposible. Hay exegetas que se inclinan más bien a favor del segundo: Israel portador del designio de Dios por su castigo.

Si bien Cristo no se refirió explícitamente más que una sola vez al tema del Siervo paciente (Lc. 22, 37; Is. 53, 12), la tradición primitiva no dejó de advertir múltiples semejanzas: ya desde el bautismo la vocación mesiánica del Señor aparece como la del "Siervo-Hijo" (Mc. 1, 1; Is. 52, 1); las curaciones realizadas por Cristo ponen de manifiesto su función de Siervo expiador (Mt. 8, 16; Is. 53, 4); su humildad es la que se atribuía al Siervo (Mt. 12, 18-21; Is. 42, 1-3; Mc. 9, 31; Is. 53, 6, 12); el fracaso mismo de su predicación recuerda el de Jeremías y del Siervo (Jn. 12, 38; Is. 53, 1). El tema del Siervo paciente es, por tanto, el que más claramente hace referencia a la necesidad que se imponía al Salvador de pasar por el sufrimiento y por la muerte para realizar su designio (Act. 3, 13-26; 4, 25-30; Is. 53, 5, 6, 9, 12; Mc. 10, 45; Is. 53, 5; 1 Cor. 11, 24; Is. 53, 5).

* * * *

J/SIERVO:La reflexión judía llegó a concebir la muerte expiatoria del Justo por todos los pecadores porque su agudizado sentido de la retribución terrestre le obligaba a encontrar un sentido al sufrimiento del Justo. Cabe pensar que Cristo sacó de esa doctrina la serenidad necesaria para aceptar su sufrimiento y su muerte: sería el Justo que expía por los demás. En consecuencia, la muerte no se le presenta ya a Jesús como el epílogo sobrecogedor de su vida, sino como parte integrante de su misión.

Más aún: el tema bíblico del Siervo enlazaba al proceso de humillación el proceso de exaltación: porque el Siervo se entrega deliberadamente a la muerte puede ver una posteridad y sellar la nueva alianza. También Jesús toma conciencia de que su muerte se convertirá en victoria merced a una glorificación posterior. Penetra, pues, en el misterio de la muerte con la certeza de que encierra un secreto de exaltación.

Al actuar así, Cristo pone de manifiesto lo que es su divinidad. La imagen del Siervo paciente no significa tan solo que Cristo se enfrenta con su condición humana lo más fielmente posible; es también la que evidencia en Jesús la naturaleza misma de Dios, quien, no contento con ser el Dios absoluto y todopoderoso del mito y de la metafísica, se descubre como "Dios para los demás".

La humanidad de Jesús-Siervo no es, pues, un accidente o un paréntesis en su vida de Hijo de Dios: es la manifestación más perfecta posible de lo que es en cuanto Dios, ya que traduce una trascendencia antigua, pero de tipo nuevo: la que se pone de manifiesto en la universalidad absoluta del amor a otro hasta en la muerte y la desposesión de sí.

Esto no significa que no exista un Dios-en-sí. Pero la única manera de decir algo de El no consiste en acudir al mito y a la metafísica, sino en acudir a la imagen de Cristo-Siervo. El Dios conocido a través del servicio de Cristo no es un Dios que se olvida por un instante de su divinidad para venir a compartir la pobreza de los hombres durante algunos años, sino el Dios verdadero cuya trascendencia es captada a través de la trascendencia que implica el servicio amoroso de otro.

Y si hay expiación en el servicio de Jesús, no lo es porque un Dios vengador estuviera esperando la sangre de su Hijo para calmar su cólera, sino porque Jesús ha prestado al servicio de los hermanos a la vez su dimensión de victoria sobre el egoísmo radical de cada uno y su dimensión de trascendencia divina, en donde ya no hay pecado posible.

OMNIPOTENCIA/A: Es absolutamente cierto, en efecto, que Cristo no actúa como un Dios autoritario y vengador, hacedor de prodigios y celoso de poder. Ese Dios murió realmente en Jesús. Pero la trascendencia de Dios, si ya no reside en la omnipotencia, no deja por eso de ser menos real en el amor del hombre y en su servicio. Al ponerse al servicio de los hombres, "expiando por ellos", Jesús no traiciona a Dios, sino que, por el contrario, revela su verdadera naturaleza: es el Todo-Otro en razón de su servicio a los demás.

En cierto modo, cada cristiano se convierte también en servidor de los demás en la medida de su participación en la promoción del hombre, y en cuanto tal, vive implícitamente esa trascendencia de Dios puesta de manifiesto en el amor del hombre y el desprendimiento de la limitaciones impuestas por el pecado. Mas esa referencia a la trascendencia es tan solo implícita; parece que no supera el moralismo y el humanismo. En Jesús, por el contrario, esa referencia es objetiva y explícita. Merced a El, la trascendencia divina experimenta una mutación humana y cósmica decisiva que llevará a la victoria sobre el pecado y sobre la muerte.

Para que nuestra actuación en servicio del hombre sea también explícitamente obra de la trascendencia divina y no un humanismo cualquiera, es necesario que nuestro servicio a los hombres esté explícitamente vinculado al de Cristo. Solo así podemos vivir por nuestra parte la alteridad de Dios. La Eucaristía es ese lugar en el que el Dios que inspira implícitamente nuestro servicio se hace explícito.

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA III
MAROVA MADRID 1969.Pág. 251 ss


2.

En hermoso contraste con el Israel histórico, el Israel de la carne de la perícopa anterior, nos encontramos de repente con el anverso de la medalla, con el Israel fiel, con el siervo de Yahveh pintado en esta perícopa errante con nuevos, característicos e inconfundibles rasgos de una personalidad madura.

El poema es el testimonio personal de la función profética de Israel dentro del plan divino, a pesar de las vejaciones porque tiene que pasar al presente.

Este siervo de Yahveh tiene lengua de discípulo, de receptor y transmisor de la enseñanza revelada, eslabón fiel en la tradición. Con su palabra, la que ha recibido, que es fuerza de Yahveh, sostiene al cansado, al Israel histórico, escéptico y desilusionado. Y con la bella imagen del despertar mañanero a la voz de Yavheh sugiere en nosotros el misterioso contenido de la inspiración.

Desterrado y lleno de vejaciones, azotado, escupido y abofeteado, realidades simbólicas de todos los escarnios y humillaciones, supo obedecer a Yahveh, supo aguantar. Los Sinópticos dependen de este pasaje al pintarnos la situación de Jesús ante Pilato. Es que, aunque identifiquemos al Siervo de Yahveh con el "Resto", con el Israel de la fe, no cabe duda de que este Israel no era un fantasma abstracto sino la suma de muchos individuos que sufrieron en su propia carne estas violencias físicas y escarnios. Entre ellos, de un modo eminente y pleno, está Jesús y con él cuantos completemos en nosotros lo que falta a la pasión de Cristo.

Quizás también el Deuteroisaías se sintió identificado como uno más con este Siervo de Yahveh, que, a pesar de todas las dificultades y contradicciones, de todos los sufrimientos y desprecios, supo confiar duramente en Yahveh.

En él estaba su fuerza y vivía con la esperanza inminente de que estaba cerca su justificador. Es la seguridad de la cercanía de Yahveh en su vida como defensor sentado a la derecha en el juicio para defender y justificar al inocente. Todos lo acusan. Humanamente no hay respuesta. Las circunstancias lo condenan.

Pero Yahveh sabe la verdad y está allí, a su lado, como justificador. ¿¡Quién contenderá contra él? La confianza es plena. Es el "Dios mío, Dios mío por qué me has abandonado". Paso a paso el siervo de Yavheh nos va conduciendo hasta Cristo.

Ellos lo vivieron a su modo. Nosotros al nuestro. Ambos mirando al Mesías y un Mesías crucificado.

COMENTARIOS A LA BIBLIA LITURGICA AT
EDIC MAROVA/MADRID 1976.Pág. 660 s.


3.

Su relación con el Evangelio. El Evangelio de hoy narra la confesión mesiánica de Pedro; según Marcos se trata de un mesianismo paradójico, de un Mesías paciente, que Pedro no logra comprender. El texto del Antiguo Testamento está enfocado hacia ese Evangelio, indicando que el sufrimiento de Cristo estaba proféticamente previsto.

Texto. -Se trata del tercer cántico del Siervo, privado de su primer versículo (se podría comenzar la lectura en el verso 4, mejorando el sentido). Habla un personaje anónimo: no se llama "siervo", pero es semejante al personaje del capítulo precedente; no se llama profeta, pero narra una vocación profética. Es el hombre de la palabra, que deberá arrastrar las dificultades de su misión, confiando sólo en el Señor.

-Dios modela enteramente a su profeta o enviado: le da una lengua, le abre el oído. El profeta no opone resistencia a la llamada de Dios (compárese con Jr. 1, 6; 15, 17; 20, 9); ésta es su primera justificación. En el desempeño de su misión acepta plenamente el sufrimiento. Como no resiste a la palabra del Señor tampoco resiste a las injurias humanas: ésta es su segunda justificación. En medio del sufrimiento experimenta la ayuda de Dios, que lo hace más fuerte que el dolor.

-La no resistencia podía tomarse como confesión de culpa, que da razón al contrario. El profeta, confiando en el Señor, acude tranquilo al juicio humano. Dios se encargará de la causa y probará la inocencia del acusado, su siervo.

Reflexión. Véase el desafío de Jesús en Jn. 8, 46; la función del Espíritu respecto a Cristo en Jn. 16, 8-11, respecto al cristiano en Rom. 8, 33 ss. La iglesia y cuantos participan de la misión mesiánica de Jesús deben estar a la escucha, "abrir el oído", antes de hablar o pronunciar "una palabra de aliento". Sabiendo que la misión mesiánica pasa a través del sufrimiento y confiando sólo en Dios.

A. GIL MODREGO
DABAR 1988, 47


4.

Este texto, que recoge casi completamente el tercer canto del siervo de Yavé, constituye una unidad con los otros cantos sobre el mismo tema (cfr. 42, 1-9, 1-6; 42, 13-53, 12). La figura del siervo de Yavé ha sido diversamente interpretada hasta nuestros días. Para unos, el siervo tenía un colectivo humano; esto es, el pueblo de Israel o más probablemente, el "resto de Israel" o "los pobres de Yavé". Para otros, se trataría de una persona individual, de un profeta y, sobre todo, del Mesías prometido. En cualquier caso, se trataría de uno (persona individual o colectiva) que padece por muchos, que toma sobre sí los pecados ajenos y que salva a los culpables con su resistencia hasta la muerte y con su triunfo a pesar de la muerte. Nos encontramos así con la idea de "representación", que permite conciliar las diversas interpretaciones apuntadas. Ya que en la historia de la salvación se observa como un proceso en el que la interpretación expiatoria y redentora se va concentrando cada vez más hasta llegar al Mesías: Israel representa a la humanidad; los "pobres de Yavé" representan a Israel; el Mesías representa a estos últimos y, en consecuencia, a Israel y a toda la humanidad. De esta manera el Siervo de Yavé es siempre el vehículo de una esperanza para todos y en cierto modo de todos, esperanza que en él se viste de paciencia a causa de los pecados ajenos. El poeta inspirado de estos cantos ha conseguido un alto grado de espiritualización de las expectativas mesiánicas de Israel, acercándose mucho a las realidades de la cruz de Cristo. No es de extrañar que Mateo identifique en Jesús de Nazaret al mismo Siervo de Yavé (Mt/12/15-21).

Volviendo a nuestro texto conviene advertir que el autor acaba de describir en los versillos anteriores (1 ss) la situación en que actúa el Siervo de Yavé. El pueblo exiliado en Babilonia no cree ya en su liberación; piensa que Dios le ha abandonado como el esposo que repudia a su mujer o como un mal padre que vende a su hijo como esclavo (y. 1; cfr. Dt 24, 1; Jer 3, 8). Pero lo que ha ocurrido es muy distinto: han sido los hijos de Israel los que han abandonado a Yavé; por lo cual han caído bajo el poder de Babilonia y padecen ahora el exilio y la esclavitud (v. 1).

Alejados de Dios, no quieren escuchar la palabra que les dirige y desconfían que pueda salvarlos (v. 2). Pero se equivocan; Dios es poderoso para salvar y cumplir lo que promete (vv. 2 y 3). El Siervo de Yavé, que ha recibido buenos oídos para escuchar la palabra de Dios y una lengua expedita para anunciarla (a diferencia de Moisés, que era tartamudo; Ex 4, 10) no ha dejado de predicar la salvación de este pueblo cerril.

En este ambiente hostil, la fidelidad del Siervo de Yavé y el valor con que cumple su misión despierta el enojo y la violencia de sus propios paisanos. Pero él lo aguanta todo, hasta los golpes y las acciones más débiles con que el populacho se ensaña contra su persona. El Siervo de Yavé no se vuelve atrás ni cejará en su empeño.

Contra todos los ataques tiene el mejor defensor; contra todas las falsas acusaciones, el mejor abogado. El Siervo de Yavé confía salir victorioso de todos sus enemigos, porque Dios está con él.

EUCARISTÍA 1991, 42


5.

Hay que partir del versículo anterior que habla de la "lengua de los iniciados" y del oído para escuchar como iniciado. El Siervo ha recibido el encargo de sostener con su palabra a los desalentados. Para ello ha recibido el don de la palabra Is 49, 2 a diferencia de Moisés que tenía dificultad en el hablar Ex 4, 10. Pero ha recibido también la capacidad de escuchar la palabra-revelación de Dios.

Profeta y mediador de salvación es aquel a quien Dios ha capacitado para escuchar su palabra y no se echa atrás a pesar de la dificultad que esta actitud comporta. El Siervo no se desanima porque Dios está presente, lo asiste y le hace justicia.

La existencia del Siervo se caracteriza por "escuchar" y "anunciar". Puede cumplir la doble misión porque Dios le ha abierto el oído. Recibe y así puede dar=comunicar. Esta es la característica del servicio profético en Israel: ministerio profético-ministerio de la palabra.

El drama del Siervo es interior y exterior: en lo exterior oprobios y malos tratos, en lo interior la actitud paciente y constante en medio de las angustias. Sin dudas ni vacilaciones se mantiene fiel a su compromiso. No sale de su boca una palabra de queja. Ha superado la concepción religiosa de su tiempo según la cual la desgracia era signo de castigo. El Siervo está seguro de su actitud al esperar que Dios le hará justicia. No sabe cómo pero no duda.

La actitud del Siervo que sufre está en la línea de las enseñanzas del sermón del monte: "... A quien te golpee la mejilla... ofrécele la otra..." Mt 5, 39s.

PERE FRANQUESA
MISA DOMINICAL 1985, 17


6. /Is/50/04-11:/Is/51/01-03

Aunque todos los versículos del fragmento de hoy están dedicados a cantar la misión que el Siervo de Yahvé lleva a cabo y la esperanza que desvela, ello ocurre especialmente en 50,41 1 , mientras que en 51,1-3 se quiere mostrar la continuidad de la historia de salvación desde Abrahán hasta el último día.

La relación del Siervo de Yahvé con Dios es descrita en términos que evocan las relaciones del profeta Jeremías con su Dios. Como el profeta de las lamentaciones, el Siervo de Yahvé aparece en constante diálogo con Dios. Su obediencia, su apertura a la palabra divina, lo capacita para confortar a los fatigados y percibir las vibraciones más delicadas del hecho de la revelación. Aquí, la interpretación colectiva no sería adecuada. La figura de Moisés, tal como ha sido captada por una corriente de tradición, puede inspirar determinados rasgos del Siervo de Yahvé: el de mediador, el de sufriente, el de hombre que ora y muere por su pueblo porque no se arredra ante las dificultades. El Siervo de Yahvé deuteroisaiano, como nuevo Moisés, guía a los desterrados de Babilonia a la tierra prometida. El NT considera tales rasgos del mesianismo universal como realizados en la persona de Jesús de Nazaret (Mt 27,29-31; Jn 12,38). El propio Jesús, y con él la tradición apostólica, contempla su ministerio mesiánico a la luz del anuncio del Segundo Isaías, si bien a veces, como sucede en los Hechos, el título mesiánico atribuido también a Israel y a David, parece evitarse. En este caso, Jesús aparece más bien como un Moisés redivivo.

La segunda parte de nuestro fragmento (51,1-3) presenta a Abrahán como el gran precedente que debe inspirar confianza en Yahvé; el Dios de Abrahan puede transformar las ruinas de Sión en un edén: «Mirad la roca de donde os tallaron...; mirad a Abrahán, vuestro padre, a Sara, que os dio a luz» (51,1b-2a). Abrahán es fuerte en la Roca, y de este modo se convierte en roca para los demás.

De forma semejante, Jesús nos hace partícipes de su muerte liberadora en la celebración de una «memoria de libertad» que tiene sus raíces en el éxodo de Egipto. Es un recuerdo que no exime engañosamente del riesgo del futuro. La muerte de Jesús no es un sustitutivo cómodo de la esperanza, sino una anticipación del futuro para los que parecen no tener ninguno: los faltos de esperanza, los insignificantes, los marginados, los fracasados y los oprimidos. Jesús es la manifestación del amor que libera.

F. RAURELL
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas
de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 570 s.


7. Ofrecí la espalda a los que me apaleaban

Por segunda vez nos hallamos este año con el tercer cántico del Siervo (cf. miércoles santo). Los rasgos más característicos del anónimo personaje que pronuncia este cántico son: vocación en vistas a la palabra, los sufrimientos que acompañan la misión y la confianza en el apoyo del Señor.

La liturgia nos priva del primer versículo del cántico (v 4) centrado en la palabra de consuelo que está llamado a transmitir a sus contemporáneos. A continuación se nos presenta a Dios forjando interiormente la personalidad de su enviado: "El Señor me abrió el oído", expresión sapiencial que caracteriza la actitud abierta y obediente del discípulo.

Al desarrollar su misión, el personaje acepta el sufrimiento. Con la misma actitud de no rebelarse a la acción de Dios, tampoco se resiste a las injurias de sus contemporáneos. De este modo la obediencia y la aceptación de su destino resultan perfectas..

En medio del sufrimiento experimenta la ayuda del Señor, quien le fortalece para resistir el dolor (cf. Jr 1,18;15,17?18; 20,11.13; Ez 2,8).

La sumisión ante el sufrimiento podría hacer pensar en la aceptación de la culpabilidad del personaje. Éste, no obstante, afronta la dureza del juicio humano porque se sabe en manos de un abogado infalible: Dios en persona. Del mismo modo, san Juan nos presentará a Jesús afrontando su destino con fortaleza y serenidad, pues sabe que un Abogado, el Espíritu, probará su justicia (cf. Jn 16,4?11).

El Salmo responsorial (114) narra la experiencia de liberación del salmista quien, tras sentir la muerte muy próxima, es escuchado por Dios que le retorna a la vida.

JORDI LATORRE
MISA DOMINICAL 2000 12 9