30 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO XXIII - CICLO C
15-25

 

15.

1. «El que no renuncia a todos sus bienes... ». 

Esto es lo que Jesús exige en el evangelio cuando alguien quiere ser discípulo suyo.  Bienes en este contexto son también las relaciones con los demás hombres, incluidos los  parientes y la propia familia. Y Jesús utiliza la palabra «odiar», un término ciertamente duro  que adquiere toda su significación allí donde algún semejante impide la relación inmediata  del discípulo con el maestro o la pone en cuestión. Jesús exige, por ser el representante de  Dios Padre en la tierra, aquel amor indiviso que la ley antigua reclamaba para Dios: «con  todo el corazón, con todas las fuerzas». Nada puede competir con Dios, y Jesús es la  visibilidad del Padre. El que ha renunciado a todo por Dios está más allá de todo cálculo. El  hombre tiene que deliberar y calcular sólo mientras aspira a un compromiso. Si fija la mirada  en este compromiso, no terminará su construcción, no ganará su guerra. Jesús plantea esta  escandalosa exigencia a una gran multitud de gente que le sigue externamente: ¿pero quién  en esta gran masa está dispuesto a cargar con su cruz detrás de Jesús? (Los romanos  habían crucificado a miles de judíos revoltosos, todo el mundo podía entender lo que  significaba la cruz: disponibilidad para una muerte ignominiosa en la desnudez más  completa). Jesús había renunciado a todo: a sus parientes, a su madre; no tiene dónde  reclinar la cabeza. El mismo tendrá que «llevar a cuestas su cruz» (Jn 19,17). Sólo el que lo  ha dejado todo puede -en la misión recibida de Dios- recibirlo, «con persecuciones» (Mc  10,30).

2. «Me harás este favor con toda libertad». 

En la segunda lectura Pablo intenta educar a su hermano Filemón en este  desprendimiento, en esta renuncia a todo lo propio, un desasimiento que no sólo es  compatible con el amor puro, sino que coincide con él. Cuando le remite al esclavo fugitivo,  Pablo hace saber a Filemón que le hubiera gustado retenerlo a su servicio, pero que deja  que sea él, Filemón, el que tome la decisión; le desliga de su propiedad (el esclavo  pertenecía a Filemón), pero también de todo cálculo (pues no gana nada si se lo devuelve a  Pablo). E incluso le expropia aún más profundamente, al enviar a Onésimo no como esclavo  sino como hermano querido, pues en eso es en lo que se ha convertido para Pablo; por eso  «cuánto más ha de quererlo» Filemón, y esto tanto «como hombre» (pues el esclavo se ha  convertido para Filemón mediante el amor de Pablo en un semejante, en un hermano) como  «según el Señor», que es el desasimiento por excelencia, superior a todo deseo de poseer.

3. «Se salvarán con la sabiduría». 

El mandamiento de Jesús sobre la perfecta expropiación -con vistas a la pura  disponibilidad para Dios- no es algo que pueda conseguir el hombre con su esfuerzo, es una  sabiduría (en la primera lectura) que viene dada de lo alto. El que piensa con categorías  puramente intramundanas, tiene que preocuparse de muchas cosas, porque las cosas  terrenales son muy precarias; y esta preocupación le impide divisar el panorama de la  despreocupación celeste. Su obligación de calcular no le permite hacerse una idea de los  «planes de Dios», que se fundamentan siempre en la entrega generosa y no en cálculos o  razonamientos. Sólo «la sabiduría» puede «salvar» al hombre de esta preocupación que le  impide toda visión de las cosas del cielo.

HANS URS von BALTHASAR
LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 281 s.


16. LA CIENCIA DE CALCULAR 

Calcular es un arte. Y una ciencia. Y una profunda sabiduría que define al hombre  prudente.

Cuando vimos en televisión lo bien que había «calculado» el arquero la distancia y la  trayectoria de su flecha para encender la llama olímpica, todos nos quedamos admirados de  su arte. Cuando comprendimos que Miguel Indurain, frente a nuestra impaciencia, había  «calculado» al detalle que, ganadas las etapas contrarreloj, le sobraba para ganar las  carreras ciclistas, nos dimos cuenta de su arte, su ciencia y su sabiduría ciclista. Es  importante, por tanto, calcular.

Hay lugares en el evangelio en los que Jesús condena al calculador. ¿Os acordáis de  aquel hombre que «abarrotó sus graneros de cosecha» y calculó» que allá tenía bienes  suficientes para «tumbarse a comer, beber y darse buena vida». ¿Pues, calculó mal. Lo dijo  Jesús. Y lo mismo dijo de aquel administrador que «calculó» que, rebajando los albaranes  de los deudores, podría «granjearse amigos para el día de mañana».

Pero ved ahora la otra cara. En el evangelio de hoy nos dice Jesús que «si uno quiere  construir una torre, debe primero sentarse a «calcular» los gastos, no vaya a ser que no le  llegue para terminarla». Y, del mismo modo, deberá proceder un rey que emprenda una  batalla. «Ha de "calcular" si podrá enfrentarse con diez mil soldados a quien viene con veinte  mil». Hay cálculos, por lo tanto, buenos y absolutamente necesarios.

Y aquí es justamente donde Jesús llegaba al meollo de su discurso. Ser seguidor suyo no  es cosa de improvisación y de «¡viva Cartagena!». El seguidor de Cristo es alguien que  «tiene que construir una torre» y tiene que «emprender una batalla». Para ello, es menester  «ponerse a calcular». Y lo primero que verá claro en ese «cálculo» es que hay que arrojar  mucho lastre por la borda. Es decir, tendrá que desprenderse -o, al menos, relativizar- todo  aquello que, en un momento, puede entorpecer sus pasos de caminante-seguidor de  Cristo.

Lo dijo El mismo bien claramente: «Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y  a su madre, a su mujer y a sus hijos... no puede ser discípulo mío». Y «quien no cargue con  su cruz detrás de mí, no puede ser discípulo mío».

El gran error del cálculo, por lo tanto, que se suele colar en nuestras cuentas es ése: que  solemos empeñarnos en compaginar la cruz con el placer; que mezclamos alegre e  irresponsablemente «seguimiento de Cristo» con «seguimiento del mundo»; queremos  «construir una torre» sin privarnos de nada; que soñamos en «ganar una batalla y todas las  batallas» sin bajarnos del autobús.

Y no, amigos. Ahora que estamos comenzando un nuevo curso y todos volvemos a  replantearnos nuestros pasos de seguidores de Jesús y comprobaremos la solidez de  nuestra andadura cristiana, tendremos que recordar las palabras suyas: «El reino de los  cielos padece la violencia y solamente los que saben hacerse violencia a sí mismos lo  consiguen». O. si preferís elegir las últimas palabras del evangelio de hoy: «El que no  renuncia a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío».

Resumiendo.-Preferir todos los bienes del mundo a Jesús es un lamentable error de  cálculo.

ELVIRA-1.Págs. 260 s.


17.

Frase evangélica: «Quien no renuncia a todos sus bienes  no puede ser discípulo mío» 

Tema de predicación: LAS CONDICIONES DEL SEGUIMIENTO 

1. Jesús no promete el éxito en este mundo, ni tampoco lo exige. Las exigencias del  cristiano, según este pasaje de Lucas, consisten en el desprendimiento total y en la  renuncia a los bienes. Con un lenguaje paradójico, se dice que hay que posponer el mundo  familiar al amor de Cristo. También se habla, en lenguaje figurado cristiano, de «llevar la  cruz», es decir, de estar dispuesto a morir por la causa del reino. Y añade Jesús: «detrás de  mí», para aludir al seguimiento, al discipulado.

2. La renuncia a todos los bienes lleva consigo el desprendimiento incluso de afectos  legítimos. Pero, naturalmente, hemos de reflexionar, ponderar, examinar nuestra realidad  personal...: no se construye como es debido ni se combate con posibilidades de éxito si no  se conocen los propios efectivos.

3. El seguimiento de Cristo no puede depender de un impulso fácil, de un entusiasmo  superficial o de una corazonada irreflexiva. Conscientes de una jerarquía de valores, los  cristianos deben estar dispuestos a la renuncia por el seguimiento.

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿A qué renunciamos, de hecho, los cristianos? 

¿Sabemos calcular bien nuestras propias fuerzas? 

CASIANO FLORISTAN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITURGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993.Pág. 300


18.  Condiciones para ser discípulos de Jesús 

La multitud iba tras Jesús porque los consolaba y los sanaba. Sin embargo, Jesús no es  un populista. Él no quiere una masa de gente para que lo reconozca y aclame. Su interés es  crear una comunidad de hombres y mujeres libres y disponibles que favorezcan la irrupción  del Reino. 

Por esto, rompe primero con los poderes establecidos (templo, impuestos, sinagogas...)  que mantienen cautiva la novedad de la Palabra de Dios. Luego, rompe con una multitud  que busca únicamente un líder político o un bienhechor. Para Jesús, el camino del Reino es  un nuevo éxodo por medio del cual los seres humanos, esclavos de múltiples ataduras  sociales, personales y religiosas, se liberan mediante un proceso de formación. Este  proceso tiene unas exigencias muy concretas que no pueden ser ignoradas.

Jesús se dirige a la multitud para exponer las exigencias del seguimiento. La gente que  corría tras el novedoso maestro o el profeta del pueblo se enfrenta a un hombre que tiene  bien claro cuales son las condiciones del nuevo éxodo. La primera de ellas, es prescindir de  las seguridades que brinda la familia. 

Para la mayoría de los seres humanos la familia es su referente mental. Es el punto de  partida al nacer y el punto de convergencia al madurar. El hombre nace en una familia y vive  para ella. La familia brinda seguridades afectivas, económicas y psicológicas. La propuesta  de Jesús funda una nueva familia que no se basa en los lazos de sangre ni en las  seguridades estratégicas. Esa nueva familia es la comunidad cristiana, donde un grupo de  hombres y mujeres se comprometen a vivir solidariamente los valores del Reino y a  enfrentar la adversidad de los grupos humanos establecidos en el poder.

La segunda consiste en prescindir del prestigio personal. El buen nombre, las  capacidades individuales y el ser cabezas de una familia o un grupo social proporcionan  muchas seguridades. Jesús exige que el hombre se libere de estas certezas, porque la vida  del discípulo ya no estará orientada a conseguir la autoafirmación personal con base en el  reconocimiento ajeno, sino que el discípulo debe buscar su seguridad en la relación filial con  Dios y en los valores del Reino. Jesús es la nueva referencia humana del discípulo. 

La tercera es aceptar la cruz e ir en pos de Jesús. Esta es la exigencia más drástica.  Significa que el discípulo asume la suerte del Maestro y se expone a ser rechazado por la  por la sociedad e incluso por la propia familia. El camino de la cruz, el viacrucis, exige asumir  la suerte de la humanidad marginada para redimirla. Y esta redención no es una  reconciliación con el orden vigente, sino la creación de una espacio de Vida en compañía de  los desheredados de este mundo. Una alternativa donde todos los seres humanos sean  verdaderamente personas, hombres y mujeres dignos y solidarios. 

Por esto, la última exigencia es un desafío a los candidatos para que examinen si tiene las  condiciones y la disponibilidad para asumir el nuevo estilo de vida del discípulo. La renuncia  a las seguridades de toda índole es condición fundamental para emprender el camino del  ser humano libre, el nuevo éxodo que constituirá al nuevo pueblo de Dios.

Las dos parábolas precisamente ilustran esta verdad por medio de una paradoja. El que  quiere una vida exitosa o una conquista individual debe sentarse a calcular si cuenta con los  recursos para alcanzarlo. El que quiere ser discípulo de Jesús, por el contrario, se debe  sentar a discernir de cuáles cosas, lazos familiares y ambiciones personales debe prescindir  para ser fiel al maestro. Si no se hace este discernimiento es probable que la obra se quede  a medio hacer como una torre con mucho cimiento y poco edificio. 

Vale la pena preguntarnos hoy: ¿nuestras comunidades cristianas son espacios  verdaderamente alternativos donde se viven los valores del Reino? ¿Estamos conscientes  de la necesidad del discernimiento para aceptar con sobriedad y conciencia las exigencias  del seguimiento de Cristo? ¿Buscamos un cristianismo de masas o un cristianismo de  comunidades vivas que asuman el camino de Jesús?

Para la conversión personal

En mi seguimiento de Jesús ¿cómo ha sido mi discernimiento para asumir los valores del  Reino? ¿He aceptado fielmente las exigencias de Jesús para seguirlo?

Para la reunión de comunidad o grupo bíblico

Jesús sigue llamando a seguirlo, con algunas condiciones y exigencias. ¿Cuáles serán  esas exigencias para nuestro tiempo? ¿Qué significará desprenderse de los vínculos  familiares? ¿Cómo asumimos los cristianos ese cargar con su propia cruz? Ante un sistema mundial al que no le importa excluir a los pobres en aras de un  crecimiento económico para unos pocos, ¿no valdrá la pena tomar el ejemplo del Evangelio  de ponerse a pensar y programar, para después actuar en favor de la Vida? ¿Cómo  podríamos organizarnos en contra de la exclusión actual?

Para la oración de los fieles

-Para que los hombres y mujeres se comprometan a vivir ya desde ahora los valores del  Reino, roguemos al Señor...

-Por todas las organizaciones populares que buscan la vida de sus comunidades, para  que en este esfuerzo logren superar los conflictos que esto conlleva...

-Para que nuestra comunidad cristiana acepte desde el discernimiento las exigencias del  seguimiento de Jesús...

Oración comunitaria

Dios Padre nuestro que en Jesús te has acercado a nosotros y nos lo has propuesto  como modelo y Camino: ayúdanos a escuchar su invitación a seguirle, y danos coraje y  amor para dejarlo todo por su Causa y seguirlo efectivamente, por el mismo Jesucristo  nuestro Señor. 

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


19.

Mientras Jesús sube hacia Jerusalén, nos va proponiendo sus enseñanzas sobre cómo  tiene que ser el camino de sus seguidores. Son estampas concretas, sencillas, pero  comprometedoras, que domingo tras domingo nos obligan a mirarnos al espejo del  evangelio y a sacar consecuencias para nuestra vida. 

Hoy, Jesús nos invita a tomar en serio su seguimiento, sabiendo renunciar a otros valores  para conseguir los fundamentales, que es en lo que consiste la verdadera sabiduría en esta  vida. 

(La segunda lectura, La breva carta a Filemón, es interesante por diversos motivos. Pero,  dado que la homilía no lo puede abarcar todo, tal vez es mejor no interrumpir la serie de  lecturas de Lucas. Sobre todo, nunca habría que "violentar" o forzar la segunda lectura de  los domingos para hacerla coincidir con el evangelio). 

"ADQUIRAMOS UN CORAZON SENSATO" 

La verdadera sabiduría es dar a cada valor su importancia y poner los medios oportunos  para conseguir los fines que nos proponemos. 

La primera lectura nos dice -de labios del rey Salomón- que la sabiduría viene de Dios.  Con nuestras solas fuerzas apenas vemos algo más allá de nuestras narices. Mientras que  Dios nos enseña el sentido de la historia y de la vida: de dónde venimos, a dónde vamos, y  cómo podemos dar con el justo camino. 

Pero es Jesús, el auténtico Maestro, el que, con ejemplos concretos y sorprendentes, nos  dice dónde está la clave de la sabiduría para sus seguidores: tendrá que renunciar a otras  cosas, a su familia, a sí mismo incluso, y aceptar la cruz. Ser discípulo de Jesús no va a ser  fácil. Pero en ese riesgo y en esa aventura consiste el mejor negocio que podamos hacer en  nuestra vida. 

Es la sabiduría de la que habla también el salmo de hoy, que nos hace pedir a Dios:  "enséñanos a calcular nuestros años, para que adquiramos un corazón sensato". La  sabiduría, el sentido común, la sensatez. Nos vendría bien hacer hoy, con Salomón, una  "oración para alcanzar sabiduría". 

RENUNCIAR A LO QUE NO ES LO PRINCIPAL 

En esta linea de la verdadera sabiduría, puede parecer hasta escandaloso lo que nos  propone Jesús. Y, ciertamente, no resulta de lo más atractivo de predicar en un mundo tan  indiferente hacia las cosas de la fe. ¿No será contraproducente presentar un seguimiento  tan exigente? Eso ya pasaba en tiempos de Jesús. A veces, al oír sus exigencias, se le  marchaba la gente asustada. Pero él no quería engañar a nadie. (Y menos mal que ahora,  más fieles al sentido original, han traducido "quien no pospone a su padre y a su madre", en  vez de lo que leíamos antes "quien no odia a su padre y a su madre"). 

Ciertamente Jesús no nos está invitando a odiar ni despreciar a la familia. Ni a suicidarse,  cuando dice que tenemos que renunciar incluso a nosotros mismos. Nos está diciendo que  hay que saber distinguir entre los valores importantes, los "absolutos", y los menos  importantes, los "relativos". Y obrar en consecuencia, sabiendo renunciar a los secundarios  para conseguir los principales. 

Como el que hace números y presupuestos a la hora de empezar la construcción de una  torre. O cuenta bien las fuerzas de que dispone antes de declarar la guerra al enemigo. O el  estudiante que elige una carrera y sabe que, para conseguirla, renuncia a muchas cosas. O  el atleta que, para ganar el premio, deberá renunciar a según qué comidas y géneros de  vida para estar en forma. O el que decide casarse, y con ello, normalmente, deberá  separarse de su familia para formar una nueva. 

Seguir a Cristo exige opciones valientes, personales. A veces, supone tomar la cruz y  renunciarse a sí mismo, o sea, a nuestras apetencias más instintivas o a las sugerencias de  este mundo, que no nos llevan a ninguna parte. Seguir a Cristo no consiste en saber cosas  o adherirse a unas verdades. Es aceptar su estilo de vida. No se trata de renunciar a cosas  por masoquismo, sino por conseguir valores mayores. 

¿Qué estamos dispuestos a hacer para salvarnos? ¿a qué estamos dispuestos a  renunciar para acompañar a Jesús en su camino y compartir con él la alegría del triunfo  final? ¿Somos inteligentes sólo en cuestiones económicas, o también para las religiosas?  ¿sólo nos detenemos a calcular y hacer presupuestos para lo que nos interesa  materialmente, o también para las cosas del espíritu, que van a decidir nuestro futuro para  siempre? 

No podemos pretender un cristianismo a gusto de cada uno, "a la carta". El plan de Cristo  hay que aceptarlo entero. Con las renuncias que conlleve. Ser buen cristiano es algo más  que cumplir los diez mandamientos ("yo no mato, yo no robo»). Jesús nos avisa que seguirle  comporta un riesgo, una dificultad, y que no podemos servir a dos señores. 

J. ALDAZÁBAL
MISA DOMINICAL 1998, 12, 7-8


20.

¿Nos sentimos con fuerzas para ser cristianos? 

Jesús es duro y claro, en el evangelio de hoy. "EI que no renuncia a todos sus bienes no  puede ser discípulo mio". Desde luego, no es ninguna tontería. Y no es algo que Jesús lo  diga porque si, y que nosotros podamos hacer como si no nos enterásemos. 

No, Jesús lo dice sabiendo que aceptar y vivir lo que él pide no es nada fácil. Y por eso,  explica que si alguien quiere construir una casa antes tiene que echar cuentas y, si ve que  no va a tener dinero suficiente, mejor será que no empiece. Y con este ejemplo nos está  diciendo que, si no nos vemos con fuerzas para seguir el camino que nos propone, será  mejor que no pretendamos ser seguidores suyos: será mejor que dejemos de llamarnos  cristianos. 

Jesús es duro y claro. Al principio del evangelio que acabamos de leer, nos ha dicho que  seguirle a él tiene que ser más importante que cualquier otra cosa. Más importante, incluso,  que la familia. Más importante, incluso, que nuestra propia vida. 

Jesús y sus criterios, lo más importante 

Y eso, ¿qué significa? ¿Qué significa poner a Jesús por delante de la familia y de la  propia vida? ¿Y qué significa esa otra exigencia de Jesús que también hemos escuchado  hoy, la exigencia de que tenemos que "llevar la cruz detrás de él?" 

Pues quiere decir algo muy sencillo. Sencillo, aunque no fácil. Quiere decir que tenemos  que sentirnos muy unidos a Jesús, hasta el punto de querer vivir como él. Quiere decir tener  sus mismos criterios, sus mismos intereses, sus mismas ilusiones. E intentar vivir así y seguir  ese camino pase lo que pase. Como él hizo. 

Él vivió lleno del amor de Dios, y ese amor le llevaba a acercarse a los pobres y a los  débiles, a combatir el egoísmo y la hipocresía, a buscar una religión honesta y auténtica, a  ponerse al servicio de los demás, a no conformarse con el ir tirando de cada día, a confiar  muy hondamente en el Padre incluso en los momentos más dolorosos. Vivir así le llevó a  veces a ser incomprendido por su propia familia, como nos explican los mismos evangelios.  Y, sobre todo, le llevó a ser mal visto por los poderosos de su tiempo, que le persiguieron  hasta clavarle en una cruz. 

Poner a Jesús por encima de todo, y llevar la cruz con él, significa empaparse de estos  criterios, intentar vivirlos todo lo que seamos capaces, y hacer que nada sea para nosotros  más importante. 

Ni siquiera, como dice Jesús, nuestra familia. Al decir esto, Jesús no pretende,  naturalmente, que no tengamos que querer a nuestros hijos o a nuestros padres. Sino que  quiere decir que no tienen que ser nuestro ídolo Y serán nuestro ídolo si, por ejemplo,  procuramos que nuestros hijos lo tengan todo -comodidades, estudios, preparación- y nos  olvidamos del resto de la humanidad, de la inmensa cantidad de hombres y mujeres que son  tan hijos de Dios como nuestros propios hijos y que no han tenido tanta suerte. Si sólo  pensamos en nuestros hijos y nos olvidamos de los demás, significa que Jesús no es el  centro de nuestra vida. Significa, si hemos escuchado bien el evangelio de hoy, que no  tenemos capacidad para ser cristianos. 

Jesús, en definitiva, nos pide que estemos dispuestos a cambiar nuestros criterios, para  que cada vez se asemejen más a los suyos. Y nos dice también que eso no es fácil. A él, le  llevó hasta la muerte en cruz. A nosotros, probablemente no. Pero no podemos pensar que  ser cristiano es algo que no exige ningún esfuerzo, que se trata sólo de ir tirando. 

Un ejemplo: el caso del esclavo huido 

Un buen ejemplo de lo que todo esto significa lo podemos encontrar hoy en la segunda  lectura que hemos leído, que quizá nos haya pasado por alto. 

La segunda lectura de este domingo es una breve carta que san Pablo escribe a un  amigo cristiano. Ese cristiano era un hombre rico y, como los ricos de su tiempo, tenía  esclavos. Uno de los esclavos había huido, y se había encontrado con Pablo, y se había  hecho cristiano también. Y ahora Pablo devuelve al esclavo a su dueño, pero con una carta  en la que le pide que lo reciba no como esclavo, sino como un hermano. 

En aquella época, si un esclavo se escapaba, el dueño podía castigarle con la mayor  dureza. Y resulta que Pablo le pide, por el contrario, que lo suelte, que lo deje libre. Le pide  que se dé cuenta de que un cristiano no tiene esclavos; que un cristiano, por muy rico que  sea, sólo tiene hermanos, iguales todos ante Dios. 

A aquel propietario sin duda no le resultaría fácil aceptar la petición de Pablo. Era un gran  cambio en la forma de ver las cosas en aquella sociedad. Pero, si quería ser coherente, sin  duda tuvo que hacerlo. 

También nosotros tenemos que cambiar. En nuestro modo de actuar, en nuestro modo de  pensar. Para que nuestro cristianismo no sea falso, para que nuestra Eucaristía no sea  falsa. Porque este Jesús que ahora recibiremos como alimento, es el que lavó los pies a sus  discípulos, y es el que dio su vida en la cruz. 

EQUIPO-MD
MISA DOMINICAL 1998, 12, 11-12


21 .

"La empresa más arriesgada"

Salomón pide sabiduría a Dios para que le guíe prudentemente en sus empresas; con ella  sus obras serán agradables a Dios, y podrá juzgar a su pueblo con justicia. Si Salomón pide  a Dios discernimiento para tener tino en el enfoque y solución de los problemas terrenos,  ¿cuánto más necesita pedirlo para saber cumplir la voluntad de Dios?, pues "¿qué hombre  conoce el designio de Dios, quién comprende lo que Dios quiere..., si tú no le das tu  sabiduría enviando tu santo Espíritu desde el cielo?" (Sabiduría 9,13). Si los asuntos  humanos a veces son tan difíciles, ¿qué ocurrirá, con los caminos del Señor, que son: "Un  abismo de riqueza, de sabiduría y de conocimiento, sus decisiones son insondables y sus  caminos irrastreables? ¿Quién conoce la mente del Señor? ¿Quién es su consejero?" (Rom  11,33). Si las realidades terrestres apenas las conocemos, ¿qué ocurrirá con las realidades  sobrenaturales? 

Dios ha grabado en el corazón de todos los hombres la ley natural, y ha dado a su pueblo  la ley en el Sinaí, pero el instinto desordenado, la fuerza de las pasiones y la influencia del  ambiente mundano, enturbian el agua clara de la conciencia de los hombres, como lo  testifica Pablo: "Los objetivos de los bajos instintos son opuestos al Espíritu y los del Espíritu  a los bajos instintos, porque los dos están en conflicto. Resultado: que no podéis hacer lo  que quisierais" (Gál 5,17). De tal manera que "en lo íntimo, cierto, me gusta la ley de Dios,  pero en mi cuerpo percibo unos criterios diferentes que guerrean contra los criterios de mi  razón y me hacen prisionero de esa ley del pecado que está en mi cuerpo" (Rom 7,22).  "¡Desgraciado de mí! ¿Quién me librará de este ser mío, instrumento de muerte?" (Rom 7,  24). Sólo la sabiduría de Dios nos enseñará lo que le agrada y con ella nos dará la fuerza  salvadora. 

Con tu sabiduría, Señor, nos enseñarás a "calcular nuestros años para que adquiramos  un corazón sensato, y comprendamos que mil años en tu presencia son un ayer que pasó,  una noche en vela, y como la hierba que por la mañana florece y por la tarde la siegan y se  seca. Que tu bondad, Señor, baje a nosotros y haga prósperas las obras de nuestras  manos" (Salmo 89). 

Dios nos ha revelado su designio de amor en Jesús, Sabiduría divina encarnada, quien,  mientras va caminando hacia Jerusalén acompañado de mucha gente, que ha escuchado la  parábola de la gran cena y la invitación general para que se llene su casa: "Sal a los  caminos y a los cercados y haz entrar a la gente para que se llene mi casa" (Lc 14,23),  plantea las exigencias de su seguimiento. 

La primera condición y fundamental, es seguirle con la cruz: "El que no carga con su cruz  y viene en pos de mí, no puede ser discípulo mío" (Lucas 14,25). Como Cristo, su discípulo  ha de entregarse a Dios y a los hermanos, especialmente a los más pequeños y  desprovistos. 

La segunda, es el desprendimiento de la propia familia: "Si alguno viene conmigo y no  está dispuesto a renunciar a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, hermanos y  hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío". Lo que quiere Jesús significar  es que hay que renunciar a cerrarse en el gueto de la biología, de la tribu, del clan familiar,  nacional-racista, dominado por el orgullo y por el egoísmo, individual o colectivo. Jesús no  quiere que se utilice a Dios para difundir el ideal propio, la "capilla" propia. Así no se sirve al  Reino, sino que se aprovecha como escalón para conseguir prestigio y otros intereses.  Esos apegos afectivos atan e impiden la creación de la familia universal que él está ya  creando, a cuya edificación puede y debe contribuir la familia propia, que sólo así quedará  justificada en su fin. 

Por último, el que quiera seguir a Jesús ha de renunciar a todo lo que tiene. Es lo que le  pidió al joven rico (Mt 19,29), a cambio de su amistad. Se puede vivir la renuncia sin  necesidad de salir del mundo y de su ambiente y de su propio trabajo. Basta con orientar  todas las energías y todo lo que se tiene hacia el reino de Jesús, que ya está actuante entre  nosotros. Y poner nuestras cosas al servicio de los hermanos. 

Esa es la torre que hemos de construir. Esa es la guerra que hemos de ganar. Torre y  guerra ante cuya construcción y conquista no nos podemos evadir, porque en ellas está  implicada nuestra salvación. La enseñanza del Señor es: Si los proyectos de este mundo  exigen e imponen un precio, unos planes y unos sacrificios, ¿cómo podremos sin planes, sin  sacrificios, sin precio, enfrentar el plan supremo del Reino? Para eso necesitamos y hemos  de pedir, como Salomón, un espíritu de sabiduría que él nos da, junto con el consuelo y la  seguridad de que el principal constructor de la torre y el general que dirige la guerra es el  Señor que ha vencido la muerte con su resurrección. Y que nos fortalece con el pan de la  eucaristía. 

J. MARTI BALLESTER


22. COMENTARIO 1

LAS TRES CONDICIONES

Para ser cristiano, la Iglesia exige en realidad muy poco. Se bautiza a los niños recién nacidos, y apenas se exige nada a sus padres; todo lo más, la asistencia a unas charlas preparatorias del acto del bautismo y un vago compromiso de actuar en cristiano, educando al niño según la ley de Dios y de la Iglesia. Sin embargo, esto no era así al principio. Para ser cristiano o discípulo, Jesús ponía unas duras condiciones, que llevaban a quien quería ser su discípulo a pensarlo seriamente. Pocos seríamos cristianos si para ello tuviéramos que cumplir las tres condiciones exigidas por Jesús a sus discípulos:


- Primera condición: «Si uno quiere ser de los míos y no me prefiere a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, y hasta a sí mismo, no puede ser discípulo mío» (Lc 14,26-27). El discípulo debe subordinarlo todo a la adhesión al maestro. Si en el propósito de instaurar el reinado de Dios, evangelio y familia entran en conflicto de modo que ésta impida la implantación de aquél, la adhesión a Jesús tiene la preferencia. Jesús y su plan de crear una sociedad alternativa al sistema mundano están por encima de los lazos de familia.


- Segunda condición: «Quien no carga con su cruz y se viene detrás de mí, no puede ser discípulo mío.» No se trata de hacer sacrificios o mortificarse, que se decía antes. No. Se trata simplemente de aceptar que la adhesión a Jesús conlleva la persecución por parte de la sociedad, persecución que hay que aceptar y sobrellevar como consecuencia del seguimiento.

Por eso hay que pensárselo seriamente antes para no hacer el ridículo: «Ahora bien, si uno de vosotros quiere construir una torre, ¿no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla? Para evitar que, si echa los cimientos y no puede acabarla, los mirones se pongan a burlarse de él a coro, diciendo: 'Este empezó a construir y no ha sido capaz de acabar'. Y si un rey va a dar batalla a otro, ¿no se sienta primero a deliberar si le bastarán diez mil hombres para hacer frente al que viene contra él con veinte mil? Y si ve que no, cuando el otro está todavía lejos, le envía legados para pedir condiciones de paz.» No hay que precipitarse. Hay que sopesar las fuerzas.

- Tercera condición. Por si fuera poco dar la preferencia más absoluta al plan de Jesús y estar dispuesto a sufrir persecución por ello, el evangelio continúa: « Esto supuesto, todo aquel de vosotros que no renuncia a todo lo que tiene, no puede ser discípulo mío.» Casi nada. Así, como suena. Renunciar a todo lo que se tiene es condición para ser discípulo de Jesús, pues esta renuncia es el camino idóneo para poner fin a una sociedad injusta en la que unos acaparan en sus manos los bienes de la tierra que otros necesitan para sobrevivir. Sólo desde el desprendimiento se puede hablar de justicia, sólo desde la pobreza se puede luchar contra ella. Sólo desde ahí se puede construir la nueva sociedad, el reino de Dios, erradicando la injusticia de la tierra.

Para quienes quitamos con frecuencia el aguijón al evangelio, para quienes nos gustaría que las palabras y actitudes de Jesús fuesen menos radicales, leer este texto resulta duro, pues el Maestro nazareno es tremendamente exigente. Para ser discípulo de Jesús, las condiciones son tales que antes hay que pensárselo seriamente.


23. COMENTARIO 2

EXIGENCIAS MÍNIMAS PARA TODOS

Según algunos, hay dos clases de cristianos: la mayoría -la clase de tropa, que dijo uno que conocía poco el evangelio- que se limitan a ser buenas personas, no matan, no roban, van los domingos a misa... y hacen alguna que otra obra de caridad, y los selectos, los que aspiran a la perfección y deciden cumplir las exigencias más duras del evangelio, los llamados consejos evangélicos. Pero esta distinción, ¿está basada en el evangelio mismo?


LO MAS IMPORTANTE

Si uno quiere venirse conmigo y no me prefiere a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas y hasta a sí mismo, no puede ser discípulo mío.


Jesús va de camino (a enfrentarse con Jerusalén, lo ha dicho el evangelista un poco antes, 9,51) y lo acompañan grandes multitudes; no se trata de un grupo selecto de discípulos, sino de una gran cantidad de personas que seguramente tenían motivos muy diversos para seguir a Jesús. A ellos se dirige Jesús, a todos, sin diferencias, sin ofrecer diversos niveles de exigencias.

«Si uno quiere»... Jesús habla a la multitud toda, pero sus palabras se dirigen a cada uno de los oyentes en particular. Hace a todos la misma invitación, pero espera una respuesta personal de cada uno. El ser cristiano es una propuesta, una llamada, una vocación («la» vocación) que nos llega a todos. Y a esa llamada corresponde una respuesta personal, responsable, adulta. Una respuesta que tiene que ser ejercicio práctico de libertad personal. No podía ser de otra manera, puesto que se trata de una invitación a vivir y a construir la libertad:

«A vosotros, hermanos, os han llamado a la libertad» (Gál 5,13).

«... venirse conmigo». Y es una llamada para todo el que quiera ser discípulo de Jesús. No se trata de exigencias especiales para grupos selectos; Jesús no propone un camino de perfección, sino que plantea las exigencias mínimas para todo el que decida irse con él, seguirlo, ser cristiano.

«...y no me prefiere...» La exigencia fundamental es que lo principal para quien decide ser cristiano es... ser cristiano. Ni siquiera algo tan grande como el amor al compañero o a la compañera, el amor a los padres o el amor a los hijos pueden ser considerados como valores más importantes que el ser cristiano. Atención: Jesús no está diciendo que para seguirlo a él hay que renunciar al amor o a la familia; lo que está diciendo es que, en caso de conflicto entre el compromiso cristiano y alguno de estos amores, deberá vencer la fidelidad al compromiso cristiano; incluso sobre los propios intereses, incluso sobre uno mismo.


LOS RIESGOS

Quien no carga con su cruz y se viene detrás de mí, no puede ser discípulo mío.


El compromiso cristiano, seguir a Jesús, consiste en ponerse de su parte y aceptar que la razón de nuestra vida sea contribuir a la realización de un proyecto: transformar este mundo y convertirlo en un mundo de hermanos. Este proyecto va a encontrar muchas resistencias y hay que estar dispuesto a todo, incluso a ser considerado reo de muerte: «Quien no carga con su cruz y se viene detrás de mí, no puede ser discípulo mío». Lo de cargar con la cruz no es aceptar pasivamente las injusticias (ni siquiera el dolor inevitable, como es el de la enfermedad, debe aceptarse pasivamente). Dios no quiere que sus hijos sufran. No es cierto que el dolor, por ser dolor, nos acerque a Dios. Dios es Padre bueno y quiere la felicidad para sus hijos. Por eso nos anima a luchar contra la injusticia, que tanto sufrimiento causa, y nos invita a incorporarnos a la tarea de construir un mundo en el que sea posible la felicidad para todos. Pero ese compromiso de lucha contra el dolor que unos hombres causan a otros nos enfrentará, como enfrentó a Jesús, con los injustos, con los opresores, con los explotadores... y con sus consejeros espirituales. Y eso nos puede llevar a la cruz, o a la hoguera, o al descrédito... Este sufrimiento, por lo que tiene de amor, sí es agradable a Dios.


CALCULAR LAS FUERZAS

Ahora bien: si uno de vosotros quiere construir una casa, ¿no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla? Para evitar que, si echa los cimientos y no puede acabarla, los mirones se pongan a burlarse de él...


La fidelidad a Jesús, por tanto, puede llevarnos al enfrentamiento con el poder de Jerusalén, el del imperio y el de sus colaboradores, el político y el religioso, el económico y el militar... Y a quien no utiliza en su lucha más armas que el amor le resultará difícil soportar la persecución de tantos poderes. Por eso hay que calcular las fuerzas.

Primer dato a tener en cuenta: el dinero no sirve, estorba: «todo aquel de vosotros que no renuncia a todo lo que tiene no puede ser discípulo mío». No se puede anunciar el evangelio a golpe de millones. El capital y la fraternidad son incompatibles, y los servidores del capital no pueden ser seguidores de Jesús. La fuerza del dinero es nuestra debilidad.

Segundo dato: hay que calcular las propias fuerzas o, quizá más bien, la propia generosidad, porque las fuerzas las suplirá, si es necesario, el Espíritu de Jesús. En cualquier caso, el que decida ser cristiano ya sabe a lo que se arriesga.

24. COMENTARIO 3

JESUS EXTREMA LAS CONDICIONES PARA SER DISCIPULO

En la primera parte (vv. 25-35), Jesús invita a las multitudes por triplicado a la renuncia total (vv. 26b.27a.33a) y al seguimiento (vv. 26a.27b), de otro modo no podrán llegar a ser discípulos suyos (vv. 26c.27c.33b). La primera condición dice así: «Si uno quiere venirse conmigo y no me prefiere a su padre y a su madre... y hasta a sí mismo, no puede ser discípulo mío» (14,26). Se trata de hacer una opción radical por la persona de Jesús y por la nueva escala de valores que él propone. (La antigua, personificada por las relaciones familiares a la que es necesario renunciar, es común a toda sociedad humana.) Los valores del reino deben estar por encima de todo. Quien no hace opción por la Vida que él personifica, tendrá que contentarse con una vida raquítica y no conseguirá superar jamás los problemas que plantean las relaciones humanas.

La segunda condición es consecuencia de la anterior: «Quien no carga con su cruz y se viene detrás de mí, no puede ser discípulo mío» (14,27). A imitación de Jesús, el discípulo tiene que estar preparado para afrontar el rechazo de la sociedad que tan segura se muestra de sí misma, si bien tiene los pies de barro como la estatua de Nabucodonosor. Quien no esté dispuesto a aceptar el fracaso a los ojos de los hombres, viene a decir, que no se apunte. Uno debe ir por el mundo sin seguridades de ninguna clase, llevando a cuestas como Jesús la suerte de los marginados y asociales.

La tercera condición es reasuntiva: «Esto supuesto, todo aquel de vosotros que no renuncia a todo lo que tiene, no puede ser discípulo mío» (14,33).

Después se formula una pregunta doble, donde se insiste en la absoluta necesidad de calcular/deliberar antes de tomar una decisión tan importante: «¿Quién de vosotros, en efecto, si quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos...? Y ¿qué rey, si quiere presentar batalla a otro rey, no se sienta primero a deliberar si le bastarán diez mil hombres para hacer frente...?» (14,28-32). Los dos ejemplos propuestos sirven para demostrar que la decisión no puede hacerse a la ligera. Los medios humanos con que se puede contar son del todo insuficientes para acometer la construcción del reino de Dios y para afrontar las dificultades humanamente insuperables que se derivan de ello. La única escapatoria inteligente de este callejón sin salida es sopesar la gravedad de la situación, renunciando a contar exclusivamente con los propios medios. Solamente así se podrá hacer la experiencia del Espíritu, la fuerza de que Dios dispone para la construcción del reino.


25. COMENTARIO 4

El evangelio de hoy podríamos estructurarlo en dos partes. La primera parte: (14, 25-27) renuncia a todo lo que se ama; la segunda parte: (14,28-3) renuncia a los bienes materiales. Se trata de las implicaciones que conlleva el seguimiento. Jesús camina hacia Jerusalén (al momento cumbre de su entrega); es la temática de trasfondo de toda esta sección (9,51-19, 27).

Es en este contexto donde suenan las condiciones de un seguimiento radical. Los proyectos humanos, la familia, los intereses y ambiciones personales, contrastan con la llamada que lanza Jesús. Por eso el creyente, el discípulo de Jesús, la comunidad, tiene que rechazar, "odiar" todo aquello que se constituye en impedimento al seguimiento. Si no se está dispuesto a asumir estas condiciones, sencillamente no se reúnen las condiciones necesarias para el proyecto del reino.

Las exigencias del seguimiento expresan cómo la única planificación que se le permite al cristiano, a la comunidad es precisamente el renunciar absolutamente a todo en función de este seguimiento.

Quizás más que recargar las tintas en la renuncia, sería más conveniente, al menos al principio, hablar de la opción que totaliza la entera existencia cristiana. El seguimiento es el proyecto por excelencia ante el cual todo proyecto humano cae por tierra o sencillamente pasa a un segundo plano. Se trata de una opción que llega hasta la raíz misma de la persona y la lanza hacia el ideal más alto y elevado.

Es entonces cuando podemos hablar de pasión por el reino, por el seguimiento de Cristo, por el evangelio. Y cuando alguien se apasiona por algo, la renuncia se hace sencillamente liviana, pierde sus dimensiones que la hacen difícil, se vuelve yugo llevadero y carga ligera. Dicha opción se convierte en la perla preciosa o el tesoro escondido ante el cual se vende todo lo que se siente para adquirirlo, sabiendo que todo lo demás se nos dará por añadidura.

Así resulta la vida cristiana, una opción de vida, de incalculable valor, que conviene renovar día a día, mediante todos los medios que tenemos a nuestro alcance: la oración, la vida comunitaria y fraterna, la escucha de la Palabra de Dios, la cercanía con los más necesitados, la caridad.

En un segundo momento se puede plantear la opción como exigencia. Pero el Evangelio advierte de un peligro ante esta opción. Se trata de la posibilidad de perder el ideal, la mística, la pasión por el seguimiento. Es entonces cuando la opción se hace cuesta arriba y cualquier mínima exigencia se convierte en carga pesada; un camino angosto, o una puerta estrecha por la que hay que entrar. Las preocupaciones de la vida comienzan a minar la existencia cristiana, hasta que puesta la mano en el arado... se llega a no servir para el reino de Dios. Ya no se puede ser discípulo.

Es ahora cuando surge la necesidad de plantear la opción como un proyecto que exige cálculo y planificación. El evangelio nos pone antes del compromiso la visión clara y la capacidad de sopesar nuestras posibilidades y disposición de vida.

El Evangelio de hoy nos presenta dos parábolas, que dan un sabor sapiencial e ilustran esta realidad. Se trata de una planificación y previsión. Así como uno que construye una casa o una torre, el cristiano debe sentarse y examinar, calcular, evaluar, programar, para ver si está en capacidad y en condiciones de iniciar y llevar adelante hasta su culmen este ambicioso proyecto. Igual que el rey que planea una guerra con todo cuidado; se sienta a deliberar a ver si con diez mil hombres podrá salir al paso del que le ataca con veinte mil. La enseñanza es clara y contundente: Ser discípulo de Cristo es un compromiso muy serio que exige una total entrega de la vida. Mejor sería no lanzarse a tal compromiso si no se está dispuesto a asumirlo hasta las últimas consecuencias.

¿Cuantos después de un retiro, convivencia, encuentro de fe, han iniciado entusiastas la vida cristiana y luego al enfrentarse a la cruda realidad de la vida han terminado peor que al inicio? Son como aquella tierra llena de espinos de la parábola del sembrador. Las preocupaciones de la vida, las ambiciones del dinero y las pasiones ahogan la buena semilla y al final no dan fruto.

No olvidemos que Dios no nos pide algo que supere nuestras capacidades. Que él mismo pone todo el cuidado posible y nos capacita con sus dones. Nos toca ahora a nosotros poner eso poco o mucho que está a nuestro alcance, para garantizar el éxito de este proyecto de vida. Y el mismo que inicó en ustedes esta buena obra él mismo la llevará a su término.

COMENTARIOS

1. Jesús Peláez, La otra lectura de los evangelios II, Ciclo C, Ediciones El Almendro, Córdoba

2. R. J. García Avilés, Llamados a ser libres, "Para que seáis hijos". Ciclo C. Ediciones El Almendro, Córdoba 1991

3. J. Mateos, Nuevo Testamento (Notas al evangelio de Juan). Ediciones Cristiandad Madrid.

4. Diario Bíblico. Cicla (Confederación internacional Claretiana de Latinoamérica).