30 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO XXIII -
CICLO C
15-25
15.
1. «El que no renuncia a todos sus bienes... ».
Esto es lo que Jesús exige en el evangelio cuando alguien quiere ser discípulo suyo. Bienes en este contexto son también las relaciones con los demás hombres, incluidos los parientes y la propia familia. Y Jesús utiliza la palabra «odiar», un término ciertamente duro que adquiere toda su significación allí donde algún semejante impide la relación inmediata del discípulo con el maestro o la pone en cuestión. Jesús exige, por ser el representante de Dios Padre en la tierra, aquel amor indiviso que la ley antigua reclamaba para Dios: «con todo el corazón, con todas las fuerzas». Nada puede competir con Dios, y Jesús es la visibilidad del Padre. El que ha renunciado a todo por Dios está más allá de todo cálculo. El hombre tiene que deliberar y calcular sólo mientras aspira a un compromiso. Si fija la mirada en este compromiso, no terminará su construcción, no ganará su guerra. Jesús plantea esta escandalosa exigencia a una gran multitud de gente que le sigue externamente: ¿pero quién en esta gran masa está dispuesto a cargar con su cruz detrás de Jesús? (Los romanos habían crucificado a miles de judíos revoltosos, todo el mundo podía entender lo que significaba la cruz: disponibilidad para una muerte ignominiosa en la desnudez más completa). Jesús había renunciado a todo: a sus parientes, a su madre; no tiene dónde reclinar la cabeza. El mismo tendrá que «llevar a cuestas su cruz» (Jn 19,17). Sólo el que lo ha dejado todo puede -en la misión recibida de Dios- recibirlo, «con persecuciones» (Mc 10,30).
2. «Me harás este favor con toda libertad».
En la segunda lectura Pablo intenta educar a su hermano Filemón en este desprendimiento, en esta renuncia a todo lo propio, un desasimiento que no sólo es compatible con el amor puro, sino que coincide con él. Cuando le remite al esclavo fugitivo, Pablo hace saber a Filemón que le hubiera gustado retenerlo a su servicio, pero que deja que sea él, Filemón, el que tome la decisión; le desliga de su propiedad (el esclavo pertenecía a Filemón), pero también de todo cálculo (pues no gana nada si se lo devuelve a Pablo). E incluso le expropia aún más profundamente, al enviar a Onésimo no como esclavo sino como hermano querido, pues en eso es en lo que se ha convertido para Pablo; por eso «cuánto más ha de quererlo» Filemón, y esto tanto «como hombre» (pues el esclavo se ha convertido para Filemón mediante el amor de Pablo en un semejante, en un hermano) como «según el Señor», que es el desasimiento por excelencia, superior a todo deseo de poseer.
3. «Se salvarán con la sabiduría».
El mandamiento de Jesús sobre la perfecta expropiación -con vistas a la pura disponibilidad para Dios- no es algo que pueda conseguir el hombre con su esfuerzo, es una sabiduría (en la primera lectura) que viene dada de lo alto. El que piensa con categorías puramente intramundanas, tiene que preocuparse de muchas cosas, porque las cosas terrenales son muy precarias; y esta preocupación le impide divisar el panorama de la despreocupación celeste. Su obligación de calcular no le permite hacerse una idea de los «planes de Dios», que se fundamentan siempre en la entrega generosa y no en cálculos o razonamientos. Sólo «la sabiduría» puede «salvar» al hombre de esta preocupación que le impide toda visión de las cosas del cielo.
HANS URS von
BALTHASAR
LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales
A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág.
281 s.
16. LA CIENCIA DE CALCULAR
Calcular es un arte. Y una ciencia. Y una profunda sabiduría que define al hombre prudente.
Cuando vimos en televisión lo bien que había «calculado» el arquero la distancia y la trayectoria de su flecha para encender la llama olímpica, todos nos quedamos admirados de su arte. Cuando comprendimos que Miguel Indurain, frente a nuestra impaciencia, había «calculado» al detalle que, ganadas las etapas contrarreloj, le sobraba para ganar las carreras ciclistas, nos dimos cuenta de su arte, su ciencia y su sabiduría ciclista. Es importante, por tanto, calcular.
Hay lugares en el evangelio en los que Jesús condena al calculador. ¿Os acordáis de aquel hombre que «abarrotó sus graneros de cosecha» y calculó» que allá tenía bienes suficientes para «tumbarse a comer, beber y darse buena vida». ¿Pues, calculó mal. Lo dijo Jesús. Y lo mismo dijo de aquel administrador que «calculó» que, rebajando los albaranes de los deudores, podría «granjearse amigos para el día de mañana».
Pero ved ahora la otra cara. En el evangelio de hoy nos dice Jesús que «si uno quiere construir una torre, debe primero sentarse a «calcular» los gastos, no vaya a ser que no le llegue para terminarla». Y, del mismo modo, deberá proceder un rey que emprenda una batalla. «Ha de "calcular" si podrá enfrentarse con diez mil soldados a quien viene con veinte mil». Hay cálculos, por lo tanto, buenos y absolutamente necesarios.
Y aquí es justamente donde Jesús llegaba al meollo de su discurso. Ser seguidor suyo no es cosa de improvisación y de «¡viva Cartagena!». El seguidor de Cristo es alguien que «tiene que construir una torre» y tiene que «emprender una batalla». Para ello, es menester «ponerse a calcular». Y lo primero que verá claro en ese «cálculo» es que hay que arrojar mucho lastre por la borda. Es decir, tendrá que desprenderse -o, al menos, relativizar- todo aquello que, en un momento, puede entorpecer sus pasos de caminante-seguidor de Cristo.
Lo dijo El mismo bien claramente: «Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos... no puede ser discípulo mío». Y «quien no cargue con su cruz detrás de mí, no puede ser discípulo mío».
El gran error del cálculo, por lo tanto, que se suele colar en nuestras cuentas es ése: que solemos empeñarnos en compaginar la cruz con el placer; que mezclamos alegre e irresponsablemente «seguimiento de Cristo» con «seguimiento del mundo»; queremos «construir una torre» sin privarnos de nada; que soñamos en «ganar una batalla y todas las batallas» sin bajarnos del autobús.
Y no, amigos. Ahora que estamos comenzando un nuevo curso y todos volvemos a replantearnos nuestros pasos de seguidores de Jesús y comprobaremos la solidez de nuestra andadura cristiana, tendremos que recordar las palabras suyas: «El reino de los cielos padece la violencia y solamente los que saben hacerse violencia a sí mismos lo consiguen». O. si preferís elegir las últimas palabras del evangelio de hoy: «El que no renuncia a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío».
Resumiendo.-Preferir todos los bienes del mundo a Jesús es un lamentable error de cálculo.
ELVIRA-1.Págs. 260 s.
17.
Frase evangélica: «Quien no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío»
Tema de predicación: LAS CONDICIONES DEL SEGUIMIENTO
1. Jesús no promete el éxito en este mundo, ni tampoco lo exige. Las exigencias del cristiano, según este pasaje de Lucas, consisten en el desprendimiento total y en la renuncia a los bienes. Con un lenguaje paradójico, se dice que hay que posponer el mundo familiar al amor de Cristo. También se habla, en lenguaje figurado cristiano, de «llevar la cruz», es decir, de estar dispuesto a morir por la causa del reino. Y añade Jesús: «detrás de mí», para aludir al seguimiento, al discipulado.
2. La renuncia a todos los bienes lleva consigo el desprendimiento incluso de afectos legítimos. Pero, naturalmente, hemos de reflexionar, ponderar, examinar nuestra realidad personal...: no se construye como es debido ni se combate con posibilidades de éxito si no se conocen los propios efectivos.
3. El seguimiento de Cristo no puede depender de un impulso fácil, de un entusiasmo superficial o de una corazonada irreflexiva. Conscientes de una jerarquía de valores, los cristianos deben estar dispuestos a la renuncia por el seguimiento.
REFLEXIÓN CRISTIANA:
¿A qué renunciamos, de hecho, los cristianos?
¿Sabemos calcular bien nuestras propias fuerzas?
CASIANO
FLORISTAN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITURGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993.Pág. 300
18. Condiciones para ser discípulos de Jesús
La multitud iba tras Jesús porque los consolaba y los sanaba. Sin embargo, Jesús no es un populista. Él no quiere una masa de gente para que lo reconozca y aclame. Su interés es crear una comunidad de hombres y mujeres libres y disponibles que favorezcan la irrupción del Reino.
Por esto, rompe primero con los poderes establecidos (templo, impuestos, sinagogas...) que mantienen cautiva la novedad de la Palabra de Dios. Luego, rompe con una multitud que busca únicamente un líder político o un bienhechor. Para Jesús, el camino del Reino es un nuevo éxodo por medio del cual los seres humanos, esclavos de múltiples ataduras sociales, personales y religiosas, se liberan mediante un proceso de formación. Este proceso tiene unas exigencias muy concretas que no pueden ser ignoradas.
Jesús se dirige a la multitud para exponer las exigencias del seguimiento. La gente que corría tras el novedoso maestro o el profeta del pueblo se enfrenta a un hombre que tiene bien claro cuales son las condiciones del nuevo éxodo. La primera de ellas, es prescindir de las seguridades que brinda la familia.
Para la mayoría de los seres humanos la familia es su referente mental. Es el punto de partida al nacer y el punto de convergencia al madurar. El hombre nace en una familia y vive para ella. La familia brinda seguridades afectivas, económicas y psicológicas. La propuesta de Jesús funda una nueva familia que no se basa en los lazos de sangre ni en las seguridades estratégicas. Esa nueva familia es la comunidad cristiana, donde un grupo de hombres y mujeres se comprometen a vivir solidariamente los valores del Reino y a enfrentar la adversidad de los grupos humanos establecidos en el poder.
La segunda consiste en prescindir del prestigio personal. El buen nombre, las capacidades individuales y el ser cabezas de una familia o un grupo social proporcionan muchas seguridades. Jesús exige que el hombre se libere de estas certezas, porque la vida del discípulo ya no estará orientada a conseguir la autoafirmación personal con base en el reconocimiento ajeno, sino que el discípulo debe buscar su seguridad en la relación filial con Dios y en los valores del Reino. Jesús es la nueva referencia humana del discípulo.
La tercera es aceptar la cruz e ir en pos de Jesús. Esta es la exigencia más drástica. Significa que el discípulo asume la suerte del Maestro y se expone a ser rechazado por la por la sociedad e incluso por la propia familia. El camino de la cruz, el viacrucis, exige asumir la suerte de la humanidad marginada para redimirla. Y esta redención no es una reconciliación con el orden vigente, sino la creación de una espacio de Vida en compañía de los desheredados de este mundo. Una alternativa donde todos los seres humanos sean verdaderamente personas, hombres y mujeres dignos y solidarios.
Por esto, la última exigencia es un desafío a los candidatos para que examinen si tiene las condiciones y la disponibilidad para asumir el nuevo estilo de vida del discípulo. La renuncia a las seguridades de toda índole es condición fundamental para emprender el camino del ser humano libre, el nuevo éxodo que constituirá al nuevo pueblo de Dios.
Las dos parábolas precisamente ilustran esta verdad por medio de una paradoja. El que quiere una vida exitosa o una conquista individual debe sentarse a calcular si cuenta con los recursos para alcanzarlo. El que quiere ser discípulo de Jesús, por el contrario, se debe sentar a discernir de cuáles cosas, lazos familiares y ambiciones personales debe prescindir para ser fiel al maestro. Si no se hace este discernimiento es probable que la obra se quede a medio hacer como una torre con mucho cimiento y poco edificio.
Vale la pena preguntarnos hoy: ¿nuestras comunidades cristianas son espacios verdaderamente alternativos donde se viven los valores del Reino? ¿Estamos conscientes de la necesidad del discernimiento para aceptar con sobriedad y conciencia las exigencias del seguimiento de Cristo? ¿Buscamos un cristianismo de masas o un cristianismo de comunidades vivas que asuman el camino de Jesús?
Para la conversión personal
En mi seguimiento de Jesús ¿cómo ha sido mi discernimiento para asumir los valores del Reino? ¿He aceptado fielmente las exigencias de Jesús para seguirlo?
Para la reunión de comunidad o grupo bíblico
Jesús sigue llamando a seguirlo, con algunas condiciones y exigencias. ¿Cuáles serán esas exigencias para nuestro tiempo? ¿Qué significará desprenderse de los vínculos familiares? ¿Cómo asumimos los cristianos ese cargar con su propia cruz? Ante un sistema mundial al que no le importa excluir a los pobres en aras de un crecimiento económico para unos pocos, ¿no valdrá la pena tomar el ejemplo del Evangelio de ponerse a pensar y programar, para después actuar en favor de la Vida? ¿Cómo podríamos organizarnos en contra de la exclusión actual?
Para la oración de los fieles
-Para que los hombres y mujeres se comprometan a vivir ya desde ahora los valores del Reino, roguemos al Señor...
-Por todas las organizaciones populares que buscan la vida de sus comunidades, para que en este esfuerzo logren superar los conflictos que esto conlleva...
-Para que nuestra comunidad cristiana acepte desde el discernimiento las exigencias del seguimiento de Jesús...
Oración comunitaria
Dios Padre nuestro que en Jesús te has acercado a nosotros y nos lo has propuesto como modelo y Camino: ayúdanos a escuchar su invitación a seguirle, y danos coraje y amor para dejarlo todo por su Causa y seguirlo efectivamente, por el mismo Jesucristo nuestro Señor.
SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO
19.
Mientras Jesús sube hacia Jerusalén, nos va proponiendo sus enseñanzas sobre cómo tiene que ser el camino de sus seguidores. Son estampas concretas, sencillas, pero comprometedoras, que domingo tras domingo nos obligan a mirarnos al espejo del evangelio y a sacar consecuencias para nuestra vida.
Hoy, Jesús nos invita a tomar en serio su seguimiento, sabiendo renunciar a otros valores para conseguir los fundamentales, que es en lo que consiste la verdadera sabiduría en esta vida.
(La segunda lectura, La breva carta a Filemón, es interesante por diversos motivos. Pero, dado que la homilía no lo puede abarcar todo, tal vez es mejor no interrumpir la serie de lecturas de Lucas. Sobre todo, nunca habría que "violentar" o forzar la segunda lectura de los domingos para hacerla coincidir con el evangelio).
"ADQUIRAMOS UN CORAZON SENSATO"
La verdadera sabiduría es dar a cada valor su importancia y poner los medios oportunos para conseguir los fines que nos proponemos.
La primera lectura nos dice -de labios del rey Salomón- que la sabiduría viene de Dios. Con nuestras solas fuerzas apenas vemos algo más allá de nuestras narices. Mientras que Dios nos enseña el sentido de la historia y de la vida: de dónde venimos, a dónde vamos, y cómo podemos dar con el justo camino.
Pero es Jesús, el auténtico Maestro, el que, con ejemplos concretos y sorprendentes, nos dice dónde está la clave de la sabiduría para sus seguidores: tendrá que renunciar a otras cosas, a su familia, a sí mismo incluso, y aceptar la cruz. Ser discípulo de Jesús no va a ser fácil. Pero en ese riesgo y en esa aventura consiste el mejor negocio que podamos hacer en nuestra vida.
Es la sabiduría de la que habla también el salmo de hoy, que nos hace pedir a Dios: "enséñanos a calcular nuestros años, para que adquiramos un corazón sensato". La sabiduría, el sentido común, la sensatez. Nos vendría bien hacer hoy, con Salomón, una "oración para alcanzar sabiduría".
RENUNCIAR A LO QUE NO ES LO PRINCIPAL
En esta linea de la verdadera sabiduría, puede parecer hasta escandaloso lo que nos propone Jesús. Y, ciertamente, no resulta de lo más atractivo de predicar en un mundo tan indiferente hacia las cosas de la fe. ¿No será contraproducente presentar un seguimiento tan exigente? Eso ya pasaba en tiempos de Jesús. A veces, al oír sus exigencias, se le marchaba la gente asustada. Pero él no quería engañar a nadie. (Y menos mal que ahora, más fieles al sentido original, han traducido "quien no pospone a su padre y a su madre", en vez de lo que leíamos antes "quien no odia a su padre y a su madre").
Ciertamente Jesús no nos está invitando a odiar ni despreciar a la familia. Ni a suicidarse, cuando dice que tenemos que renunciar incluso a nosotros mismos. Nos está diciendo que hay que saber distinguir entre los valores importantes, los "absolutos", y los menos importantes, los "relativos". Y obrar en consecuencia, sabiendo renunciar a los secundarios para conseguir los principales.
Como el que hace números y presupuestos a la hora de empezar la construcción de una torre. O cuenta bien las fuerzas de que dispone antes de declarar la guerra al enemigo. O el estudiante que elige una carrera y sabe que, para conseguirla, renuncia a muchas cosas. O el atleta que, para ganar el premio, deberá renunciar a según qué comidas y géneros de vida para estar en forma. O el que decide casarse, y con ello, normalmente, deberá separarse de su familia para formar una nueva.
Seguir a Cristo exige opciones valientes, personales. A veces, supone tomar la cruz y renunciarse a sí mismo, o sea, a nuestras apetencias más instintivas o a las sugerencias de este mundo, que no nos llevan a ninguna parte. Seguir a Cristo no consiste en saber cosas o adherirse a unas verdades. Es aceptar su estilo de vida. No se trata de renunciar a cosas por masoquismo, sino por conseguir valores mayores.
¿Qué estamos dispuestos a hacer para salvarnos? ¿a qué estamos dispuestos a renunciar para acompañar a Jesús en su camino y compartir con él la alegría del triunfo final? ¿Somos inteligentes sólo en cuestiones económicas, o también para las religiosas? ¿sólo nos detenemos a calcular y hacer presupuestos para lo que nos interesa materialmente, o también para las cosas del espíritu, que van a decidir nuestro futuro para siempre?
No podemos pretender un cristianismo a gusto de cada uno, "a la carta". El plan de Cristo hay que aceptarlo entero. Con las renuncias que conlleve. Ser buen cristiano es algo más que cumplir los diez mandamientos ("yo no mato, yo no robo»). Jesús nos avisa que seguirle comporta un riesgo, una dificultad, y que no podemos servir a dos señores.
J.
ALDAZÁBAL
MISA DOMINICAL 1998, 12, 7-8
20.
¿Nos sentimos con fuerzas para ser cristianos?
Jesús es duro y claro, en el evangelio de hoy. "EI que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mio". Desde luego, no es ninguna tontería. Y no es algo que Jesús lo diga porque si, y que nosotros podamos hacer como si no nos enterásemos.
No, Jesús lo dice sabiendo que aceptar y vivir lo que él pide no es nada fácil. Y por eso, explica que si alguien quiere construir una casa antes tiene que echar cuentas y, si ve que no va a tener dinero suficiente, mejor será que no empiece. Y con este ejemplo nos está diciendo que, si no nos vemos con fuerzas para seguir el camino que nos propone, será mejor que no pretendamos ser seguidores suyos: será mejor que dejemos de llamarnos cristianos.
Jesús es duro y claro. Al principio del evangelio que acabamos de leer, nos ha dicho que seguirle a él tiene que ser más importante que cualquier otra cosa. Más importante, incluso, que la familia. Más importante, incluso, que nuestra propia vida.
Jesús y sus criterios, lo más importante
Y eso, ¿qué significa? ¿Qué significa poner a Jesús por delante de la familia y de la propia vida? ¿Y qué significa esa otra exigencia de Jesús que también hemos escuchado hoy, la exigencia de que tenemos que "llevar la cruz detrás de él?"
Pues quiere decir algo muy sencillo. Sencillo, aunque no fácil. Quiere decir que tenemos que sentirnos muy unidos a Jesús, hasta el punto de querer vivir como él. Quiere decir tener sus mismos criterios, sus mismos intereses, sus mismas ilusiones. E intentar vivir así y seguir ese camino pase lo que pase. Como él hizo.
Él vivió lleno del amor de Dios, y ese amor le llevaba a acercarse a los pobres y a los débiles, a combatir el egoísmo y la hipocresía, a buscar una religión honesta y auténtica, a ponerse al servicio de los demás, a no conformarse con el ir tirando de cada día, a confiar muy hondamente en el Padre incluso en los momentos más dolorosos. Vivir así le llevó a veces a ser incomprendido por su propia familia, como nos explican los mismos evangelios. Y, sobre todo, le llevó a ser mal visto por los poderosos de su tiempo, que le persiguieron hasta clavarle en una cruz.
Poner a Jesús por encima de todo, y llevar la cruz con él, significa empaparse de estos criterios, intentar vivirlos todo lo que seamos capaces, y hacer que nada sea para nosotros más importante.
Ni siquiera, como dice Jesús, nuestra familia. Al decir esto, Jesús no pretende, naturalmente, que no tengamos que querer a nuestros hijos o a nuestros padres. Sino que quiere decir que no tienen que ser nuestro ídolo Y serán nuestro ídolo si, por ejemplo, procuramos que nuestros hijos lo tengan todo -comodidades, estudios, preparación- y nos olvidamos del resto de la humanidad, de la inmensa cantidad de hombres y mujeres que son tan hijos de Dios como nuestros propios hijos y que no han tenido tanta suerte. Si sólo pensamos en nuestros hijos y nos olvidamos de los demás, significa que Jesús no es el centro de nuestra vida. Significa, si hemos escuchado bien el evangelio de hoy, que no tenemos capacidad para ser cristianos.
Jesús, en definitiva, nos pide que estemos dispuestos a cambiar nuestros criterios, para que cada vez se asemejen más a los suyos. Y nos dice también que eso no es fácil. A él, le llevó hasta la muerte en cruz. A nosotros, probablemente no. Pero no podemos pensar que ser cristiano es algo que no exige ningún esfuerzo, que se trata sólo de ir tirando.
Un ejemplo: el caso del esclavo huido
Un buen ejemplo de lo que todo esto significa lo podemos encontrar hoy en la segunda lectura que hemos leído, que quizá nos haya pasado por alto.
La segunda lectura de este domingo es una breve carta que san Pablo escribe a un amigo cristiano. Ese cristiano era un hombre rico y, como los ricos de su tiempo, tenía esclavos. Uno de los esclavos había huido, y se había encontrado con Pablo, y se había hecho cristiano también. Y ahora Pablo devuelve al esclavo a su dueño, pero con una carta en la que le pide que lo reciba no como esclavo, sino como un hermano.
En aquella época, si un esclavo se escapaba, el dueño podía castigarle con la mayor dureza. Y resulta que Pablo le pide, por el contrario, que lo suelte, que lo deje libre. Le pide que se dé cuenta de que un cristiano no tiene esclavos; que un cristiano, por muy rico que sea, sólo tiene hermanos, iguales todos ante Dios.
A aquel propietario sin duda no le resultaría fácil aceptar la petición de Pablo. Era un gran cambio en la forma de ver las cosas en aquella sociedad. Pero, si quería ser coherente, sin duda tuvo que hacerlo.
También nosotros tenemos que cambiar. En nuestro modo de actuar, en nuestro modo de pensar. Para que nuestro cristianismo no sea falso, para que nuestra Eucaristía no sea falsa. Porque este Jesús que ahora recibiremos como alimento, es el que lavó los pies a sus discípulos, y es el que dio su vida en la cruz.
EQUIPO-MD
MISA DOMINICAL 1998, 12, 11-12
21 .
"La empresa más arriesgada"
Salomón pide sabiduría a Dios para que le guíe prudentemente en sus empresas; con ella sus obras serán agradables a Dios, y podrá juzgar a su pueblo con justicia. Si Salomón pide a Dios discernimiento para tener tino en el enfoque y solución de los problemas terrenos, ¿cuánto más necesita pedirlo para saber cumplir la voluntad de Dios?, pues "¿qué hombre conoce el designio de Dios, quién comprende lo que Dios quiere..., si tú no le das tu sabiduría enviando tu santo Espíritu desde el cielo?" (Sabiduría 9,13). Si los asuntos humanos a veces son tan difíciles, ¿qué ocurrirá, con los caminos del Señor, que son: "Un abismo de riqueza, de sabiduría y de conocimiento, sus decisiones son insondables y sus caminos irrastreables? ¿Quién conoce la mente del Señor? ¿Quién es su consejero?" (Rom 11,33). Si las realidades terrestres apenas las conocemos, ¿qué ocurrirá con las realidades sobrenaturales?
Dios ha grabado en el corazón de todos los hombres la ley natural, y ha dado a su pueblo la ley en el Sinaí, pero el instinto desordenado, la fuerza de las pasiones y la influencia del ambiente mundano, enturbian el agua clara de la conciencia de los hombres, como lo testifica Pablo: "Los objetivos de los bajos instintos son opuestos al Espíritu y los del Espíritu a los bajos instintos, porque los dos están en conflicto. Resultado: que no podéis hacer lo que quisierais" (Gál 5,17). De tal manera que "en lo íntimo, cierto, me gusta la ley de Dios, pero en mi cuerpo percibo unos criterios diferentes que guerrean contra los criterios de mi razón y me hacen prisionero de esa ley del pecado que está en mi cuerpo" (Rom 7,22). "¡Desgraciado de mí! ¿Quién me librará de este ser mío, instrumento de muerte?" (Rom 7, 24). Sólo la sabiduría de Dios nos enseñará lo que le agrada y con ella nos dará la fuerza salvadora.
Con tu sabiduría, Señor, nos enseñarás a "calcular nuestros años para que adquiramos un corazón sensato, y comprendamos que mil años en tu presencia son un ayer que pasó, una noche en vela, y como la hierba que por la mañana florece y por la tarde la siegan y se seca. Que tu bondad, Señor, baje a nosotros y haga prósperas las obras de nuestras manos" (Salmo 89).
Dios nos ha revelado su designio de amor en Jesús, Sabiduría divina encarnada, quien, mientras va caminando hacia Jerusalén acompañado de mucha gente, que ha escuchado la parábola de la gran cena y la invitación general para que se llene su casa: "Sal a los caminos y a los cercados y haz entrar a la gente para que se llene mi casa" (Lc 14,23), plantea las exigencias de su seguimiento.
La primera condición y fundamental, es seguirle con la cruz: "El que no carga con su cruz y viene en pos de mí, no puede ser discípulo mío" (Lucas 14,25). Como Cristo, su discípulo ha de entregarse a Dios y a los hermanos, especialmente a los más pequeños y desprovistos.
La segunda, es el desprendimiento de la propia familia: "Si alguno viene conmigo y no está dispuesto a renunciar a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, hermanos y hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío". Lo que quiere Jesús significar es que hay que renunciar a cerrarse en el gueto de la biología, de la tribu, del clan familiar, nacional-racista, dominado por el orgullo y por el egoísmo, individual o colectivo. Jesús no quiere que se utilice a Dios para difundir el ideal propio, la "capilla" propia. Así no se sirve al Reino, sino que se aprovecha como escalón para conseguir prestigio y otros intereses. Esos apegos afectivos atan e impiden la creación de la familia universal que él está ya creando, a cuya edificación puede y debe contribuir la familia propia, que sólo así quedará justificada en su fin.
Por último, el que quiera seguir a Jesús ha de renunciar a todo lo que tiene. Es lo que le pidió al joven rico (Mt 19,29), a cambio de su amistad. Se puede vivir la renuncia sin necesidad de salir del mundo y de su ambiente y de su propio trabajo. Basta con orientar todas las energías y todo lo que se tiene hacia el reino de Jesús, que ya está actuante entre nosotros. Y poner nuestras cosas al servicio de los hermanos.
Esa es la torre que hemos de construir. Esa es la guerra que hemos de ganar. Torre y guerra ante cuya construcción y conquista no nos podemos evadir, porque en ellas está implicada nuestra salvación. La enseñanza del Señor es: Si los proyectos de este mundo exigen e imponen un precio, unos planes y unos sacrificios, ¿cómo podremos sin planes, sin sacrificios, sin precio, enfrentar el plan supremo del Reino? Para eso necesitamos y hemos de pedir, como Salomón, un espíritu de sabiduría que él nos da, junto con el consuelo y la seguridad de que el principal constructor de la torre y el general que dirige la guerra es el Señor que ha vencido la muerte con su resurrección. Y que nos fortalece con el pan de la eucaristía.
J. MARTI BALLESTER
22. COMENTARIO 1
LAS TRES CONDICIONES
Para ser cristiano, la Iglesia exige en realidad muy poco. Se bautiza a los
niños recién nacidos, y apenas se exige nada a sus padres; todo lo más, la
asistencia a unas charlas preparatorias del acto del bautismo y un vago
compromiso de actuar en cristiano, educando al niño según la ley de Dios y de la
Iglesia. Sin embargo, esto no era así al principio. Para ser cristiano o
discípulo, Jesús ponía unas duras condiciones, que llevaban a quien quería ser
su discípulo a pensarlo seriamente. Pocos seríamos cristianos si para ello
tuviéramos que cumplir las tres condiciones exigidas por Jesús a sus discípulos:
- Primera condición: «Si uno quiere ser de los míos y no me prefiere a su padre
y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, y hasta a sí
mismo, no puede ser discípulo mío» (Lc 14,26-27). El discípulo debe subordinarlo
todo a la adhesión al maestro. Si en el propósito de instaurar el reinado de
Dios, evangelio y familia entran en conflicto de modo que ésta impida la
implantación de aquél, la adhesión a Jesús tiene la preferencia. Jesús y su plan
de crear una sociedad alternativa al sistema mundano están por encima de los
lazos de familia.
- Segunda condición: «Quien no carga con su cruz y se viene detrás de mí, no
puede ser discípulo mío.» No se trata de hacer sacrificios o mortificarse, que
se decía antes. No. Se trata simplemente de aceptar que la adhesión a Jesús
conlleva la persecución por parte de la sociedad, persecución que hay que
aceptar y sobrellevar como consecuencia del seguimiento.
Por eso hay que pensárselo seriamente antes para no hacer el ridículo: «Ahora
bien, si uno de vosotros quiere construir una torre, ¿no se sienta primero a
calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla? Para evitar que, si echa
los cimientos y no puede acabarla, los mirones se pongan a burlarse de él a
coro, diciendo: 'Este empezó a construir y no ha sido capaz de acabar'. Y si un
rey va a dar batalla a otro, ¿no se sienta primero a deliberar si le bastarán
diez mil hombres para hacer frente al que viene contra él con veinte mil? Y si
ve que no, cuando el otro está todavía lejos, le envía legados para pedir
condiciones de paz.» No hay que precipitarse. Hay que sopesar las fuerzas.
- Tercera condición. Por si fuera poco dar la preferencia más absoluta al plan
de Jesús y estar dispuesto a sufrir persecución por ello, el evangelio continúa:
« Esto supuesto, todo aquel de vosotros que no renuncia a todo lo que tiene, no
puede ser discípulo mío.» Casi nada. Así, como suena. Renunciar a todo lo que se
tiene es condición para ser discípulo de Jesús, pues esta renuncia es el camino
idóneo para poner fin a una sociedad injusta en la que unos acaparan en sus
manos los bienes de la tierra que otros necesitan para sobrevivir. Sólo desde el
desprendimiento se puede hablar de justicia, sólo desde la pobreza se puede
luchar contra ella. Sólo desde ahí se puede construir la nueva sociedad, el
reino de Dios, erradicando la injusticia de la tierra.
Para quienes quitamos con frecuencia el aguijón al evangelio, para quienes nos
gustaría que las palabras y actitudes de Jesús fuesen menos radicales, leer este
texto resulta duro, pues el Maestro nazareno es tremendamente exigente. Para ser
discípulo de Jesús, las condiciones son tales que antes hay que pensárselo
seriamente.
23.
COMENTARIO 2
EXIGENCIAS MÍNIMAS PARA TODOS
Según algunos, hay dos clases de cristianos: la mayoría -la clase de tropa, que
dijo uno que conocía poco el evangelio- que se limitan a ser buenas personas, no
matan, no roban, van los domingos a misa... y hacen alguna que otra obra de
caridad, y los selectos, los que aspiran a la perfección y deciden cumplir las
exigencias más duras del evangelio, los llamados consejos evangélicos. Pero esta
distinción, ¿está basada en el evangelio mismo?
LO MAS IMPORTANTE
Si uno quiere venirse conmigo y no me prefiere a su padre y a su madre, a su
mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas y hasta a sí mismo, no puede ser
discípulo mío.
Jesús va de camino (a enfrentarse con Jerusalén, lo ha dicho el evangelista un
poco antes, 9,51) y lo acompañan grandes multitudes; no se trata de un grupo
selecto de discípulos, sino de una gran cantidad de personas que seguramente
tenían motivos muy diversos para seguir a Jesús. A ellos se dirige Jesús, a
todos, sin diferencias, sin ofrecer diversos niveles de exigencias.
«Si uno quiere»... Jesús habla a la multitud toda, pero sus palabras se dirigen
a cada uno de los oyentes en particular. Hace a todos la misma invitación, pero
espera una respuesta personal de cada uno. El ser cristiano es una propuesta,
una llamada, una vocación («la» vocación) que nos llega a todos. Y a esa llamada
corresponde una respuesta personal, responsable, adulta. Una respuesta que tiene
que ser ejercicio práctico de libertad personal. No podía ser de otra manera,
puesto que se trata de una invitación a vivir y a construir la libertad:
«A vosotros, hermanos, os han llamado a la libertad» (Gál 5,13).
«... venirse conmigo». Y es una llamada para todo el que quiera ser discípulo de
Jesús. No se trata de exigencias especiales para grupos selectos; Jesús no
propone un camino de perfección, sino que plantea las exigencias mínimas para
todo el que decida irse con él, seguirlo, ser cristiano.
«...y no me prefiere...» La exigencia fundamental es que lo principal para quien
decide ser cristiano es... ser cristiano. Ni siquiera algo tan grande como el
amor al compañero o a la compañera, el amor a los padres o el amor a los hijos
pueden ser considerados como valores más importantes que el ser cristiano.
Atención: Jesús no está diciendo que para seguirlo a él hay que renunciar al
amor o a la familia; lo que está diciendo es que, en caso de conflicto entre el
compromiso cristiano y alguno de estos amores, deberá vencer la fidelidad al
compromiso cristiano; incluso sobre los propios intereses, incluso sobre uno
mismo.
LOS RIESGOS
Quien no carga con su cruz y se viene detrás de mí, no puede ser discípulo mío.
El compromiso cristiano, seguir a Jesús, consiste en ponerse de su parte y
aceptar que la razón de nuestra vida sea contribuir a la realización de un
proyecto: transformar este mundo y convertirlo en un mundo de hermanos. Este
proyecto va a encontrar muchas resistencias y hay que estar dispuesto a todo,
incluso a ser considerado reo de muerte: «Quien no carga con su cruz y se viene
detrás de mí, no puede ser discípulo mío». Lo de cargar con la cruz no es
aceptar pasivamente las injusticias (ni siquiera el dolor inevitable, como es el
de la enfermedad, debe aceptarse pasivamente). Dios no quiere que sus hijos
sufran. No es cierto que el dolor, por ser dolor, nos acerque a Dios. Dios es
Padre bueno y quiere la felicidad para sus hijos. Por eso nos anima a luchar
contra la injusticia, que tanto sufrimiento causa, y nos invita a incorporarnos
a la tarea de construir un mundo en el que sea posible la felicidad para todos.
Pero ese compromiso de lucha contra el dolor que unos hombres causan a otros nos
enfrentará, como enfrentó a Jesús, con los injustos, con los opresores, con los
explotadores... y con sus consejeros espirituales. Y eso nos puede llevar a la
cruz, o a la hoguera, o al descrédito... Este sufrimiento, por lo que tiene de
amor, sí es agradable a Dios.
CALCULAR LAS FUERZAS
Ahora bien: si uno de vosotros quiere construir una casa, ¿no se sienta primero
a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla? Para evitar que, si echa
los cimientos y no puede acabarla, los mirones se pongan a burlarse de él...
La fidelidad a Jesús, por tanto, puede llevarnos al enfrentamiento con el poder
de Jerusalén, el del imperio y el de sus colaboradores, el político y el
religioso, el económico y el militar... Y a quien no utiliza en su lucha más
armas que el amor le resultará difícil soportar la persecución de tantos
poderes. Por eso hay que calcular las fuerzas.
Primer dato a tener en cuenta: el dinero no sirve, estorba: «todo aquel de
vosotros que no renuncia a todo lo que tiene no puede ser discípulo mío». No se
puede anunciar el evangelio a golpe de millones. El capital y la fraternidad son
incompatibles, y los servidores del capital no pueden ser seguidores de Jesús.
La fuerza del dinero es nuestra debilidad.
Segundo dato: hay que calcular las propias fuerzas o, quizá más bien, la propia
generosidad, porque las fuerzas las suplirá, si es necesario, el Espíritu de
Jesús. En cualquier caso, el que decida ser cristiano ya sabe a lo que se
arriesga.
24.
COMENTARIO 3
JESUS EXTREMA LAS CONDICIONES PARA SER DISCIPULO
En la primera parte (vv. 25-35), Jesús invita a las multitudes por triplicado a
la renuncia total (vv. 26b.27a.33a) y al seguimiento (vv. 26a.27b), de otro modo
no podrán llegar a ser discípulos suyos (vv. 26c.27c.33b). La primera condición
dice así: «Si uno quiere venirse conmigo y no me prefiere a su padre y a su
madre... y hasta a sí mismo, no puede ser discípulo mío» (14,26). Se trata de
hacer una opción radical por la persona de Jesús y por la nueva escala de
valores que él propone. (La antigua, personificada por las relaciones familiares
a la que es necesario renunciar, es común a toda sociedad humana.) Los valores
del reino deben estar por encima de todo. Quien no hace opción por la Vida que
él personifica, tendrá que contentarse con una vida raquítica y no conseguirá
superar jamás los problemas que plantean las relaciones humanas.
La segunda condición es consecuencia de la anterior: «Quien no carga con su cruz
y se viene detrás de mí, no puede ser discípulo mío» (14,27). A imitación de
Jesús, el discípulo tiene que estar preparado para afrontar el rechazo de la
sociedad que tan segura se muestra de sí misma, si bien tiene los pies de barro
como la estatua de Nabucodonosor. Quien no esté dispuesto a aceptar el fracaso a
los ojos de los hombres, viene a decir, que no se apunte. Uno debe ir por el
mundo sin seguridades de ninguna clase, llevando a cuestas como Jesús la suerte
de los marginados y asociales.
La tercera condición es reasuntiva: «Esto supuesto, todo aquel de vosotros que
no renuncia a todo lo que tiene, no puede ser discípulo mío» (14,33).
Después se formula una pregunta doble, donde se insiste en la absoluta necesidad
de calcular/deliberar antes de tomar una decisión tan importante: «¿Quién de
vosotros, en efecto, si quiere construir una torre, no se sienta primero a
calcular los gastos...? Y ¿qué rey, si quiere presentar batalla a otro rey, no
se sienta primero a deliberar si le bastarán diez mil hombres para hacer
frente...?» (14,28-32). Los dos ejemplos propuestos sirven para demostrar que la
decisión no puede hacerse a la ligera. Los medios humanos con que se puede
contar son del todo insuficientes para acometer la construcción del reino de
Dios y para afrontar las dificultades humanamente insuperables que se derivan de
ello. La única escapatoria inteligente de este callejón sin salida es sopesar la
gravedad de la situación, renunciando a contar exclusivamente con los propios
medios. Solamente así se podrá hacer la experiencia del Espíritu, la fuerza de
que Dios dispone para la construcción del reino.
25.
COMENTARIO 4
El evangelio de hoy podríamos estructurarlo en dos partes. La primera parte:
(14, 25-27) renuncia a todo lo que se ama; la segunda parte: (14,28-3) renuncia
a los bienes materiales. Se trata de las implicaciones que conlleva el
seguimiento. Jesús camina hacia Jerusalén (al momento cumbre de su entrega); es
la temática de trasfondo de toda esta sección (9,51-19, 27).
Es en este contexto donde suenan las condiciones de un seguimiento radical. Los
proyectos humanos, la familia, los intereses y ambiciones personales, contrastan
con la llamada que lanza Jesús. Por eso el creyente, el discípulo de Jesús, la
comunidad, tiene que rechazar, "odiar" todo aquello que se constituye en
impedimento al seguimiento. Si no se está dispuesto a asumir estas condiciones,
sencillamente no se reúnen las condiciones necesarias para el proyecto del
reino.
Las exigencias del seguimiento expresan cómo la única planificación que se le
permite al cristiano, a la comunidad es precisamente el renunciar absolutamente
a todo en función de este seguimiento.
Quizás más que recargar las tintas en la renuncia, sería más conveniente, al
menos al principio, hablar de la opción que totaliza la entera existencia
cristiana. El seguimiento es el proyecto por excelencia ante el cual todo
proyecto humano cae por tierra o sencillamente pasa a un segundo plano. Se trata
de una opción que llega hasta la raíz misma de la persona y la lanza hacia el
ideal más alto y elevado.
Es entonces cuando podemos hablar de pasión por el reino, por el seguimiento de
Cristo, por el evangelio. Y cuando alguien se apasiona por algo, la renuncia se
hace sencillamente liviana, pierde sus dimensiones que la hacen difícil, se
vuelve yugo llevadero y carga ligera. Dicha opción se convierte en la perla
preciosa o el tesoro escondido ante el cual se vende todo lo que se siente para
adquirirlo, sabiendo que todo lo demás se nos dará por añadidura.
Así resulta la vida cristiana, una opción de vida, de incalculable valor, que
conviene renovar día a día, mediante todos los medios que tenemos a nuestro
alcance: la oración, la vida comunitaria y fraterna, la escucha de la Palabra de
Dios, la cercanía con los más necesitados, la caridad.
En un segundo momento se puede plantear la opción como exigencia. Pero el
Evangelio advierte de un peligro ante esta opción. Se trata de la posibilidad de
perder el ideal, la mística, la pasión por el seguimiento. Es entonces cuando la
opción se hace cuesta arriba y cualquier mínima exigencia se convierte en carga
pesada; un camino angosto, o una puerta estrecha por la que hay que entrar. Las
preocupaciones de la vida comienzan a minar la existencia cristiana, hasta que
puesta la mano en el arado... se llega a no servir para el reino de Dios. Ya no
se puede ser discípulo.
Es ahora cuando surge la necesidad de plantear la opción como un proyecto que
exige cálculo y planificación. El evangelio nos pone antes del compromiso la
visión clara y la capacidad de sopesar nuestras posibilidades y disposición de
vida.
El Evangelio de hoy nos presenta dos parábolas, que dan un sabor sapiencial e
ilustran esta realidad. Se trata de una planificación y previsión. Así como uno
que construye una casa o una torre, el cristiano debe sentarse y examinar,
calcular, evaluar, programar, para ver si está en capacidad y en condiciones de
iniciar y llevar adelante hasta su culmen este ambicioso proyecto. Igual que el
rey que planea una guerra con todo cuidado; se sienta a deliberar a ver si con
diez mil hombres podrá salir al paso del que le ataca con veinte mil. La
enseñanza es clara y contundente: Ser discípulo de Cristo es un compromiso muy
serio que exige una total entrega de la vida. Mejor sería no lanzarse a tal
compromiso si no se está dispuesto a asumirlo hasta las últimas consecuencias.
¿Cuantos después de un retiro, convivencia, encuentro de fe, han iniciado
entusiastas la vida cristiana y luego al enfrentarse a la cruda realidad de la
vida han terminado peor que al inicio? Son como aquella tierra llena de espinos
de la parábola del sembrador. Las preocupaciones de la vida, las ambiciones del
dinero y las pasiones ahogan la buena semilla y al final no dan fruto.
No olvidemos que Dios no nos pide algo que supere nuestras capacidades. Que él
mismo pone todo el cuidado posible y nos capacita con sus dones. Nos toca ahora
a nosotros poner eso poco o mucho que está a nuestro alcance, para garantizar el
éxito de este proyecto de vida. Y el mismo que inicó en ustedes esta buena obra
él mismo la llevará a su término.
COMENTARIOS
1. Jesús Peláez, La otra lectura de los evangelios II, Ciclo C, Ediciones El
Almendro, Córdoba
2. R. J. García Avilés, Llamados a ser libres, "Para que seáis hijos". Ciclo C.
Ediciones El Almendro, Córdoba 1991
3. J. Mateos, Nuevo Testamento (Notas al evangelio de Juan). Ediciones
Cristiandad Madrid.
4. Diario Bíblico. Cicla (Confederación internacional Claretiana de
Latinoamérica).