26 HOMILÍAS MÁS PARA EL DOMINGO XXIII
1-9

 

1. SECRETO-MESIANICO.

-Los signos con que los profetas habían descrito los tiempos mesiánicos se están cumpliendo: los ciegos ven, los sordos oyen, los cojos andan, los mudos hablan. La vida se pone en marcha como en un desierto convertido en huerta. Marcos manifiesta que en Jesús ha llegado el reino de Dios a nosotros, pero, por otra parte, no conviene que la gente saque la conclusión de que Jesús es el mesías, ya que este título es demasiado ambiguo y tiene que ser purificado por la muerte de cruz.

-Jesús realiza con el sordomudo unos gestos taumatúrgicos usuales incluso en el mundo heleno, pero el sentido que lo define como "más que profeta" nos lo da el Antiguo Testamento y especialmente Isaías. En él se reconoce al salvador del final de los tiempos. Es como una nueva creación de Dios. Tras cada obra divina, el Génesis recalca que vio Dios que "estaba muy bien". También en el relato las gentes reconocen que "todo lo ha hecho bien".

-Pero ¿qué tiene de específico el sordomudo que no tenga otro tipo de enfermo? En el tiempo de Jesús se consideraba que, no pudiendo oír la ley, no podría cumplirla y, no pudiendo hablar, no podía alabar a Dios. Un enfermo así era visto como un muerto en cuanto a la fe, por no haber podido recibir el alimento de la palabra divina. Su boca le sirve para comer pan, pero no sólo de pan vive el hombre.

-El sordomudo tiene coartadas sus posibilidades de relación con los demás. No puede expresarse él ni puede comprender a los demás, tornándose imposible la comunidad y el servicio. Su dependencia de los otros se agranda. No tiene la plenitud de vida que sus convecinos disfrutan. Si todo esto nos es fácilmente comprensible hoy, pensemos hasta qué punto esto se agravaba en una cultura fundamentalmente oral.

-La curación supone para el afectado una especie de resurrección, un nacer de nuevo al mundo de los hombres y sus relaciones. Queda abierto a la palabra divina y recibe posibilidad de responder a ella. Ha sido abierto por la palabra de Dios y esto le permite una relación nueva que los demás no dejan de notar. Podría decirse que quien se cierra en sí o en su pequeño círculo no ha oído la palabra del reino.

-Es Juan, sobre todo, quien recalca que se nota el paso de la muerte a la vida en que amamos a los hermanos. Descubrir a Jesús lleva inexorablemente a la comunicación y solidaridad con los otros y a proclamar la llegada del reino.

-La sordera hacia las palabras e interpelaciones de los hermanos y, en general, hacia los retos de nuestro mundo, no sólo se debe a nuestras limitaciones y perezas, sino, sobre todo, a nuestro escaso descubrimiento de Jesús y a nuestra sordera hacia su palabra. Es un motivo de alegría el que la Biblia esté más cercana y sea más manejada en la vida de los católicos, pero nuestra capacidad de comprenderla no se mide por nuestros conocimientos sobre los géneros literarios, sino porque haya producido una mayor apertura solidaria hacia los demás. Si a un mayor conocimiento de la Biblia no siguiese como consecuencia un más intenso y mejor compromiso, podría significar que la estamos convirtiendo en arqueología o en entretenimiento piadoso.

-Contemplando nuestra responsabilidad ante la palabra, al igual que los profetas, dirigimos nuestra oración a Dios pidiendo que abra nuestros oídos y purifique con un carbón encendido nuestros labios, para que podamos anunciar dignamente la buena noticia del reino.

EUCARISTÍA 1988, 43


 

2. ORA/EGOISMO

Hoy el Evangelio es una invitación a acercarnos a Jesucristo, con conciencia de cristianos sordomudos, a pedirle que su gracia nos cure y remedie nuestros males.

SORDOS ANTE DIOS

Partimos de una afirmación que, por rotunda, no deja de ser verdadera: muchos cristianos padecemos de sordera ante Dios, y sordera de la peor, la de quien no quiere oír.

Y lo lamentable es que esta sordera la padecen también muchos cristianos que acuden con frecuencia a Dios, a lo que ellos llaman "oración" y que quizá no es otra cosa que escucharse y buscarse a sí, centrarse en sus problemas y pretender ocupar la atención de Dios en la solución de los mismos. Por deficiencia de su formación o por abundancia de su egoísmo, muchos cristianos acuden a Dios no para escucharle, sino para que les escuche; no para conocer su voluntad, sino para que El haga la suya; no para amarle, sino para continuar amándose a sí mismos. Utilizan a Dios o pretenden utilizarlo... y a eso lo llaman "oración".

Debemos pedirle a Jesucristo hoy que remedie nuestra sordera, que nos enseñe a hacer de la verdadera oración, aquélla de la que Él era modelo, el medio de conocer lo que Dios quiere de nosotros y de recibir de El no sólo su mensaje, sino la capacidad de hacerlo vida.

Los cristianos tenemos necesidad de convencernos de que la oración no consiste, ni sólo ni principalmente, en pedir, aunque esta actitud sea signo de confianza y exprese, a su modo, una actitud humilde y, en muchos casos, una profunda fe.

Todos recordaremos aquella definición de oración, incompleta y como tal deformante, que aprendimos en algún catecismo: "Orar es elevar el alma a Dios y pedirle mercedes". Ante ella no podemos menos de excusar a nuestro pueblo fiel y de comprender alguna de las razones de su sordera ante Dios, a quien, al sólo pedirle, le impiden hablar o dejarse oír.

No es extraño que sea sordo para la Palabra de Dios aquél a quien se le ha enseñado primordialmente que debe temerle o que debe pedirle, como si de un mago más se tratara. PD/ESCUCHA.

Es necesario educar en la escucha de Dios. Nos es necesario a todos "concederle" la palabra al Padre, desde esa radical libertad que Él nos ha otorgado y que nos permite el triste privilegio de poder desconectar nuestra comunicación con El y dejarle "con la palabra en la boca" y "oírle como quien oye llover".

-DIOS NO CESA DE HABLARNOS. D/HABLA.

Lo admirable, en una visión cristiana de la relación de Dios con nosotros, es que ese Dios-Padre a quien no escuchamos, está constantemente hablándonos, nunca se cansa de lanzarnos mensajes aunque se tropiece con nuestra empecinada y voluntaria sordera.

Dios nos habla mediante su Hijo Jesucristo, Palabra increada y Eterna, expresión del Padre, cercano a nosotros, claramente comprensible; nos habla en su Palabra Escrita por la que, durante siglos, ha estado comunicándose con nosotros y expresándonos su voluntad y amor; nos habla por las personas que nos rodean y por sus circunstancias concretas, invitándonos por ellas al desprendimiento y a la generosidad, a la comprensión y a la humildad, al servicio y al diálogo, a la paciencia y al consejo, a la cercana acogida o al caritativo apartamiento, a la alegría y a la acción de gracias... Mil invitaciones distintas que de Dios recibiríamos si, con los ojos de la fe, entráramos en comunión con lo que El quiere decirnos mediante las diferentes necesidades por las que atraviesan nuestros hermanos que, al menos teóricamente, sabemos que son necesidades por las que El mismo atraviesa.

Nos habla también Dios por su Iglesia, en la que vive y mediante la cual continúa realizando en el mundo la misión que comenzó su Hijo Jesucristo y para la que hoy nos envía a nosotros. Nos habla finalmente por todos los acontecimiento, pasados, presentes o futuros, porque toda la historia del hombre -la hecha y la por hacer- es para el cristiano, desde Jesucristo, historia sagrada, historia de salvación.

No es, pues, nuestro Dios un Dios silencioso y callado. Somos nosotros los que, sordos a su voz, no le escuchamos. Sordera esta de la que Jesús quiere curarnos con su ejemplo, con su luz y con su gracia.

-MUDOS ANTE DIOS Y LOS HOMBRES

Esta sordera nuestra, como todas las sorderas, nos lleva a la segunda gran tarea de nuestra vida cristiana. Porque somos sordos ante Dios somos también incapaces de darle una respuesta cristiana y de anunciar a los hombres la salvación de Jesucristo, el Hijo de Dios. Por sordos para con su Palabra nos hemos convertido en mudos impotentes para decirle a El y decir a los hombres la palabra que quieren y tienen derecho a escucharnos. Con respecto a Dios, porque no le escuchamos no le alabamos, ni le damos gracias, ni le bendecimos... Tan sólo, cuando estamos en su presencia, volvemos la mirada sobre nosotros mismos y pretendemos que El atienda en exclusiva nuestros personales egoísmos.

Y con respecto a los hombres, por no escuchar a Dios no les anunciamos su mensaje, su redención, su amor infinito. Porque no escuchamos a Dios en actitud de disponibilidad somos incapaces de anunciar al mundo su voluntad de justicia y su amor humano, somos incapaces de denunciar las situaciones que en el mundo contradicen los planes de Dios, todo lo que El quiere desarraigar y para lo que nos envió a su propio Hijo. Porque somos sordos, somos también mudos e impotentes para vivir uno de los aspectos fundamentales de lo que en nuestro bautismo recibimos: la participación en la misión profética de Jesucristo, por la que somos llamados a hablar al mundo en nombre de Dios, con nuestras vidas, con nuestras actitudes evangélicas y, también, con nuestra palabra.

-EL MILAGRO QUE NECESITAMOS

"¿En dónde están los profetas?, se pregunta Cantalapiedra en una de sus canciones religiosas. Y nosotros podríamos responderle: sólo donde hay orantes puede haber profetas.

Allí donde se escucha a Dios, se es capaz de hablar en su nombre, se es capaz de vivir su mensaje, se es capaz de denunciar cuanto retrasa o impide la venida de su Reino. Allí donde se escucha a Dios surgen los profetas.

Allí donde se ora y donde el hombre supera su sordera, allí también queda curada su mudez que lo encerraba en sí mismo y que lo incapacitaba para vivir y anunciar la Salvación de Jesucristo.

Por eso hoy, para nosotros y para todos los cristianos, debemos pedirle a Jesucristo que repita su milagro, que "nos aparte de la gente a un lado", que toque los oídos y las lenguas de nuestras almas, que realice el milagro de cambiar nuestros corazones y de superar nuestros egoísmos y que nos lleve a escucharle a El y a escuchar al Padre para, como consecuencia, vivir nuestra vocación de profetas y anunciar al mundo la Salvación.

DANIEL ORTEGA GAZO
DABAR 1988, 46


 

3.

¡ÁBRETE!

Nosotros necesitamos, como el sordomudo del Evangelio, que Cristo nos coja, nos lleve a un lugar apartado y, metiendo sus dedos en nuestros oídos, pronuncie la palabra mágica:

¡Ábrete! Hay un refrán popular sabio, como todos los refranes, que dice: "No hay peor sordo que el que no quiere oír". Y algo de eso nos debe pasar a los cristianos. Nos pasamos la vida oyendo la doctrina de Cristo, sin lograr que penetre en nosotros y nos empape con su vigor. Algún que otro tapón debe oponerse a esa doctrina y hace que nuestros oídos no quieran oír.

Para muestra, y sin agotar la posibilidad de tapones, ahí van unos cuantos:

Tenemos el tapón de la soberbia, que nos imposibilita para adoptar la postura que Cristo pidió a los suyos para entender el gran misterio de su mensaje. No hay que olvidar que dijo claramente: "Si no sois como niños...". Lo cual no quiere decir, evidentemente, que seamos tontos.

Tenemos el tapón de la vanidad, que nos impide seguir a Cristo por el camino de la sencillez, despojados de todo ese plumaje ridículo con el que el hombre se adorna frente a sus semejantes, al dividir a los hombres en importantes y magníficos, a los que veneramos, y en insignificantes, a los que despreciamos.

Tenemos el tapón del egoísmo, un tapón grandísimo, que nos impide oír lo que Jesucristo dice sobre el amor al prójimo y al espíritu de servicio que debe caracterizar a sus seguidores. Es un tapón éste del egoísmo que está dando al traste con las más preciosas realidades que puede y debe conseguir el hombre en el mundo. Por este tapón el hombre se ama a sí mismo más que a nadie y a nada y hace fracasar la convivencia y el amor; por este tapón estamos creando un mundo de hombres solitarios e insolidarios donde el problema de "uno" no es el problema de nadie, sino de aquél a quien le afecta.

Tenemos el tapón de la violencia y, porque lo tenemos, sacamos constantemente "la espada de la vaina" y arremetemos sin pensarlo dos veces contra el que calificamos tranquilamente de enemigo. Y por este tapón podemos tener constancia diaria de unas cuantas docenas de guerras que en pleno siglo XX están vistiendo de dolor, luto e ignominia a nuestra tierra.

Tenemos el tapón de la avaricia, por el cual cerramos a cal y canto lo que consideramos "nuestro" y no lo compartimos con nadie por nada. Y, por este tapón, junto a la hartura y el esplendor de muchos, aparece la miseria y el hambre de otros más que nos aspiran, como es natural, más que a ocupar el sitio de los primeros.

Tenemos tantos y tantos tapones obstaculizando nuestra audición para recibir la doctrina de Cristo, que resulta urgente acudir a El para obtener el mismo resultado que el sordomudo del Evangelio de hoy. Y es importante y deseable que ocurra lo mismo con nosotros, porque el resultado práctico de tanto tapón como hay por el mundo está a la vista: es la incomprensión, la violencia, la intolerancia, la infidelidad, la muerte.

Sin embargo, cuando se abren los oídos de los hombres al viento de Dios, el panorama cambia radicalmente. Lo dice así la lectura del profeta Isaías: cuando la lengua del mudo cante, y el oído del sordo oiga, y el cojo salte, cuando el hombre se deje manejar por Dios sin poner obstáculos insalvables al soplo de su espíritu, brotarán las aguas en el desierto y torrentes en la estepa, el páramo será un estanque; lo reseco, un manantial. No puede decirse de forma más bella el espléndido resultado de la acción de Dios sobre el hombre.

Este mundo nuestro está muy, muy necesitado de que el páramo se convierta en estanque y lo reseco en manantial. Y no me refiero sólo, claro está, sino a esa otra sequía que padece la Humanidad cuando los hombres se empeñan en mirarse sólo a si mismos y actúan con "oídos sordos" hacia todo lo que no sean su ambiciones.

Es lamentable que el hombre sea sordo a tantas iniciativas buenas como puede haber en el mundo. Es lamentabilísimo que los cristianos seamos sordos a la doctrina de Cristo y todavía, después de tantos siglos de cristianismo, vivamos tozudamente empeñados oponiéndonos al soplo del Espíritu. Desde luego, tenacidad no nos falta. Lástima que esta virtud no la empleemos mejor y para mejor causa.

DABAR 1982, 46


 

4.

-Si nosotros consideramos realmente este evangelio de Marcos no como el relato de un milagro, sino de una epifanía o revelación, tendremos que fijarnos sobre todo en el hecho de cómo Jesús se manifiesta: como aquél que se abre a los hombres. Otro hecho que consiste en que sólo san Marcos nos transmite esa imagen de Jesús, es decir, sólo él desarrolla este relato, es también algo que nos ha de llamar la atención en orden a tener en cuenta cómo ese Jesús -según Marcos- sufre la incomprensión de sus discípulos y la sordera de su pueblo. Marcos ve en el sordomudo la personificación clara de la sordera reinante en el entorno en que Jesús se mueve. Por eso, no sólo suspira él ante el enfermo; por eso, no sólo le dice: "ábrete". Esta palabra peculiar de Jesús -la única en todo el relato- podría ser entendida más bien como una formulación abreviada, enigmática, llena de inmenso contenido salvífico, como una indicación que no sólo llama o convoca, sino que al mismo tiempo realiza, dentro del presupuesto de la fe, la apertura total del hombre.

-¿Es este "estar abierto" un verdadero valor moral? En realidad, Cristo se ha hecho hombre, ha muerto y ha resucitado para hacernos o convertirnos en hombres "abiertos". En esto alcanza su objetivo la salvación, en la medida en que nosotros nos convertimos en personas abiertas, atentas, dispuestas a la escucha.

Y es que si nosotros somos hombres así, somos igual que Jesús. Nada es más característico en él que la atención con la que ha vivido, su ilimitada atención para con los hombres entre los que se desenvolvió: los niños, las mujeres, los marginados; abierto cada día de manera nueva a la voluntad de Dios. Jesús, el Rabbi oyente, el orante "escuchador", obediente "hasta la muerte de cruz"... Este Jesús, "aun con ser Hijo, aprendió con la experiencia del sufrimiento la obediencia. Y, glorificado, vino a ser para cuantos le obedecen causa de salvación eterna". Estar y ser "abierto" es un valor cristiano definitivo, porque Jesús es el hombre de la apertura absoluta.

Esto realmente podemos entenderlo de un modo muy (profundamente) humano. Si nosotros somos abiertos, somos personas libres o liberadas, puesto que somos capaces de actuar con responsabilidad, responsables para ayudar, responsables para servir.

Quien está sordo no sólo se queda aislado consigo mismo, sino que, como podemos decir, no es un miembro válido de y para la sociedad. El sordo no puede tomar responsabilidades y aceptar preocupaciones en relación con los demás; su pobreza de contacto hace que se convierta en una rémora o un peso para los otros.

Por el contrario, quien puede "oír" es, a la vez, el que puede estar "atento" y el que puede ponerse en el lugar de otro cuando es necesario. En la medida en que está abierto podrá ver en dónde y en qué es necesario.

Por último, quien está "abierto" libre de toda "sordera" es quien -como hemos dicho- está salvado, porque sólo él tiene la capacidad de percibir "lo que ningún ojo ha visto ni ningún oído oyó, lo que Dios ha preparado para aquellos que le aman".

-La proclamación del evangelio debe mantenernos abiertos y la proclamación de nuestra fe, como cristianos, debe abrir a los hombres. Si después de nuestras homilías o nuestras catequesis las gentes son o somos más "estrechos" que antes, podremos pensar que no ha habido proclamación alguna en el alcance cristiano del término.

IDEOLOGIA/EV Tal vez en esto podamos distinguir "anuncio" o "proclamación" (cristianos) de "ideología". La ideología inmoviliza al hombre, lo adoctrina, lo fanatiza. Donde se proclama el mensaje del Evangelio las gentes vuelven a sus puestos más "abiertas" de lo que habían ido. "Tú, Señor, has hecho amplio mi corazón".

-Desde estos presupuestos podemos tomar conciencia los creyentes de quiénes somos nosotros y dónde estamos, los que hoy día escuchamos la palabra de Dios, los que escuchamos el anuncio de Jesús: "epheta" (ábrete). De nuestra comprensión de esta palabra, es decir, de este "anuncio" dependen muchas cosas o todas las cosas. Y nuestras posibilidades de comprender esto no son pequeñas, sino que en nuestros días son mucho mayores, puesto que sabemos mucho mejor que las generaciones pasadas que, muy a menudo, estamos sordos de algún oído.

Comprendemos correctamente la palabra de Jesús, si aceptamos el hecho de que tal palabra es núcleo de su mensaje: invitación a estar "abiertos" como él lo estuvo, no sólo para nuestra salvación, sino sobre todo para tomar responsabilidades en nuestro mundo y respecto a los demás.

EUCARISTÍA 1985, 42


 

5. J/PALABRA COR/DURO.

-Jesús cura a un sordomudo: Lo que acabamos de escuchar en la primera lectura de este domingo 23, lo que había anunciado gozosamente el profeta Isaias, se cumple en Jesús de Nazaret, que ha venido a anunciar el reino de Dios con palabras y señales. El evangelio de este domingo nos lo recuerda en la versión escueta y sencilla de Marcos. Jesús atiende la petición de la gente que le rodea y que se interesa por un sordomudo, que le traen a su presencia. Jesús abre los oídos del sordo para que pueda oír y escuchar, luego desata su lengua para que pueda hablar y expresarse. Jesús, la palabra de Dios, pone al hombre, herido por el pecado, cerrado en su egoísmo, en situación de apertura, para que escuche y pueda responder, para que salga de su ensimismamiento y entre en responsabilidad, para que oiga la palabra de Dios y la palabra de los hermanos y dé cumplida respuesta a unos y otros.

BAU/EFETA  -La iglesia conserva el signo de Jesús: En la liturgia del sacramento del bautismo se conserva la palabra y el significado de este gesto de Jesús. Sobre el niño, o el adulto, que va a ser bautizado o ya ha sido bautizado, el sacerdote señala su oreja y pronuncia el "effetá", ábrete. Por el bautismo el hombre está en la mejor disposición para escuchar la palabra de Dios. La fe ha de entrar por el oído, como recuerda el apóstol san Pablo. Pero ha de penetrar hasta el corazón, como la semilla cuando cae en buena tierra. De ahora en adelante, el bautizado tendrá que prestar la mayor atención a la palabra de Dios, a la voz de Dios, que nos sorprende constantemente en la proclamación del evangelio y en la lectura de la Biblia, y que nos sale al encuentro en la palabra del hermano que se dirige a nosotros. La palabra de Dios, que conserva, transmite y actualiza la Iglesia, pero que cobra su sentido pleno en los pobres, con los que Jesús se ha identificado.

-Pero los cristianos nos hacemos el sueco: No basta con haber sido bautizados, no basta con haber recibido la gracia de poder escuchar. Hace falta escuchar, estar atentos, vivir en vilo para oir la voz de Dios en cualquier parte y por cualquier medio que nos llegue. Tampoco basta con leer la Biblia, con ir a misa y escuchar las lecturas y prestar la atención a la homilía. Hace falta abrir el oído y el corazón a los hermanos. No podemos escuchar la voz de Dios si cerramos las entrañas al prójimo.

Precisamente en la segunda lectura nos recuerda Santiago la importancia de atender el prójimo, de escuchar y acoger a los pobres. ¿Cómo es posible que podamos escuchar la voz de Dios, si hacemos distinción entre pobres y ricos, más aún, si permitimos y no hacemos nada para evitar las desigualdades hirientes? Hay una sordera peor que la de tener taponado el oído y es la de tener cerrado el corazón, la de hacerse el sueco ante los pobres, ante el paro, la injusticia, ante los oprimidos y marginados. El que se tapa los oídos para no escuchar el clamor de los pobres, tampoco puede oir la voz de Dios. El que no atiende a los más insignificantes y pequeños, tampoco atiende a Jesús, el Hijo de Dios.

-La responsabilidad cristiana: San Pablo decía que "porque creemos, por eso hablamos". Si de verdad prestamos oídos a la palabra de Dios, no podemos estar tan tranquilos como si tal cosa. No podemos oír el evangelio u oír la misa como quien oye llover. Escuchar la palabra de Dios, o escuchar el evangelio, es aceptar su mensaje y su misión. Por eso, debemos dar curso a la palabra que se nos ha confiado convirtiéndonos en mensajeros de esa palabra y en hacedores de lo que esa palabra significa.

FE/OBRAS. Predicar y dar trigo, fe y compromiso, palabras y obras, es decir, fe y testimonio. Porque nada significa la palabra que decimos si no hacemos lo que decimos. No hablamos, si nuestras palabras son sólo mentiras al ser contrastadas con nuestra vida. Y si no se nos desata la lengua, si no nos hacemos lenguas de la Buena Noticia, si no anunciamos el evangelio, ¿en qué puede notarse que hemos escuchado la palabra de Dios? Pero tampoco escuchamos la palabra de Dios, si hacemos oídos de mercader a la voz de los hijos de Dios. Somos responsables delante de Dios, pero también delante de los hombres. Porque la palabra de Dios es siempre una llamada a la responsabilidad para con nuestros semejantes. La palabra de Dios, Jesús, se ha hecho nuestro hermano y así nos ha convocado a todos a crear una gran familia de todos los hijos de Dios, la fraternidad universal.

EUCARISTÍA 1982, 41


 

6.

Todos sabemos que la capacidad de hablar depende de la capacidad que tenga el hombre para escuchar. Por eso, los niños, antes de comenzar a hablar, antes de poder hablar, necesitan desarrollar su capacidad auditiva. Aquellos que son sordos de nacimiento permanecen asimismo mudos. Esta relación de dependencia se da también en un plano superior, en el plano de la auténtica comunicación entre las personas. Podemos observar cómo los hombres que sólo escuchan lo que les conviene reducen culpablemente su capacidad de comprender a los demás, y, en consecuencia, limitan sus posibilidades de relacionarse con ellos: pues el que se hace el sordo se va haciendo inexorablemente mudo.

Parece claro que la raíz de este mal que impide la comunicación humana se encuentra en el egoísmo que encierra a los hombres en la jaula de sus propios intereses. En efecto, el que siempre va a lo suyo se incapacita para escuchar a los demás y, lógicamente, acaba por no escuchar a nadie. Y entonces, aferrado cada vez con mayor fuerza a sus prejuicios, se encastilla en sus trece y levanta el puente levadizo de la comunicación. Ya no puede dirigir la palabra y mantener un diálogo auténtico con un verdadero interlocutor; pero, por desgracia, puede todavía dar órdenes, emitir comunicados, hacer propaganda...

Cuando en una sociedad domina esta especie de sordomudos, se impide sistemáticamente la comunicación entre aquellos hombres que, en principio, podrían hablar, ya que conservan aún su capacidad de escuchar. Esto se lleva a cabo, en primer lugar, controlando la información y conculcando así el derecho que todos tienen a ser informados en aquello que les concierne. A veces se ejerce un control discriminado, permitiendo una mayor dosis informativa para determinados sectores "más cultivados" y dejando al pueblo llano en su "buena fe", es decir, en su ignorancia. De esta suerte se impide también el ejercicio de otro derecho: el de manifestar cada cual su propia opinión.

Porque es imposible tener una opinión propia, cuando faltan datos, cuando se retiene la información y no se deja escuchar las opiniones ajenas. En estas circunstancias sería algo más que un sarcasmo consultar a un pueblo en un "referéndum", cuando a este mismo pueblo no se le ha permitido escuchar otra cosa que la opinión de los que dominan. El referéndum sería una pregunta a un pueblo incapaz de responder y del que sólo cabría esperar el eco deseado por aquellos que le preguntan. Vamos, un juego sucio con el pueblo.

Jesús cura a un sordomudo. Primero le abre los oídos, después le desata la lengua. Jesús, la Palabra de Dios, pone a este hombre en situación de escuchar y, por lo tanto, en responsabilidad. Abierto a la comunicación con Dios en Jesucristo, este hombre queda igualmente abierto a los otros hombres. El que puede escuchar la Palabra, puede y debe escuchar también las otras palabras. La iglesia ha recogido el gesto de Jesús en la liturgia bautismal. Y cuando la Iglesia pronuncia hoy, en el mundo, la palabra "effetá" (esto es: ¡ábrete"), denuncia el egoísmo que nos hace sordos y anuncia el amor que nos hace comprensivos.

Los que hemos sido bautizados debemos permanecer abiertos a la Palabra que cura a los sordomudos. Y debemos escucharla de tal manera que nos haga hablar. Pues, como dice Pablo: "porque creemos, por eso hablamos". Testigos de esa Palabra, los cristianos han de pronunciarla en el mundo con oportunidad y sin ella. Y han de gritarla muy alto, con hechos y signos de liberación, para exorcizar de esta sociedad al demonio mudo, que nos quita la capacidad de hablar. Sólo así con la eficacia de la Palabra de Dios, podremos encontrarnos en el amor, allí donde hoy se enfrentan los intereses egoístas con la injusticia y la violencia.

EUCARISTÍA 1976, 50


 

7.

-La acción sacramental

Jesús, que no necesitaba el contacto físico para curar -recordemos cómo cura a distancia al criado del centurión-, en algunos momentos practicó unos ritos extraños, parecidos a los que realizan los curanderos o los hechiceros de las tribus primitivas. Si nos fijamos bien, esto tiene una explicación. Tanto el ciego de nacimiento como el sordomudo del evangelio de hoy, son personas que tienen una percepción deficiente del mundo que les rodea. Una persona que trata habitualmente con sordomudos decía no hace mucho que suelen ser desconfiados, quizá más que los ciegos, con frecuencia tienen miedo de que alguien les engañe o hable mal de ellos.

Jesús quiere que el ciego y el sordomudo se den cuenta de que él está a su lado y que hace algo para ayudarles. Por eso unta con barro los ojos del ciego. Al sordomudo, siguiendo la misma lógica, le mete los dedos en los oídos y le toca la lengua. El contacto físico suple lo que faltaba a las otras facultades. No debería extrañarnos, pues, que en los sacramentos y en la liturgia existan unos signos sensibles. Los necesitamos. Nos ayudan a darnos cuenta de que Dios actúa en nuestra vida.

Este mismo signo del "Effetá" ha quedado incorporado en el ritual del bautismo para significar el deseo de que el nuevo cristiano tenga el oído bien dispuesto para escuchar la palabra de Dios y la lengua bien dispuesta para dar testimonio de su fe.

-Palabra-imagen. FE/OIDO.

San Pablo, en la carta a los romanos (10, 17), nos presenta una reflexión muy precisa sobre el proceso que sigue la transmisión de la fe. Y termina constatando que la fe entra por el oído, es decir, como consecuencia de la predicación del evangelio. Ante la presencia desbordante de los medios audiovisuales en nuestra civilización, los curas, catequistas y educadores a veces nos sentimos acomplejados al ver que apenas disponemos de programas propios de televisión, que tenemos pocas grabaciones en vídeo sobre temas religiosos, que en la catequesis de niños las diapositivas nos quedan demasiado estáticas en comparación con el ritmo trepidante de las películas de dibujos animados a las que los niños están acostumbrados.

Pero deberíamos darnos cuenta de que nuestra pobre palabra de hombres, en la medida que es portadora de la Palabra de Dios, es "viva y eficaz, más tajante que espada de doble filo" (/Hb/04/12).

Y la palabra, incluso contemplada humanamente, impresiona más que la imagen. Los anuncios de televisión, por ejemplo, son a veces más efectivos en lo que tienen de sonoridad que en su parte visual. Un anuncio, sin sonido, pierde buena parte de su impacto. No desconfiemos, pues, de la eficacia de la palabra. En todo caso, utilicémosla correctamente huyendo de los conceptos abstractos y de la terminología técnica e intentemos hablar de cosas concretas, con un lenguaje imaginativo; que el oyente "vea" en la pequeña pantalla de su frente lo que se le dice. Es lo que hacía Jesús cuando utilizaba las parábolas.

Pero todo esto todavía lo podríamos considerar desde otro punto de vista: nuestras palabras pueden resultar vacías y resbalar. Aparecerán verdaderas cuando, además de hablar con sinceridad, las obras las acompañan, las visualicen.

-Primero, escuchar. Después, hablar

Nadie da lo que no tiene. Para poder hablar, antes debemos escuchar. Los niños, si no son sordos, tienen suficiente con dos años para empezar a hablar en cualquier lengua. Nosotros no podemos hablar el lenguaje del amor si antes no hemos estado atentos a escuchar el clamor de los que sufren a nuestro alrededor. Tenemos el peligro de distanciarnos de la realidad que nos rodea. Nos encerramos dentro de nosotros mismos, como el caracol dentro de su caparazón. Y nos convertimos en sordos y mudos.

-Referencia eucarística

Jesús, hoy, nos ha tocado el oído. Ha dicho: "Abrete"; y hemos escuchado su palabra. Dentro de unos momentos, al ir a comulgar, nos tocará la lengua y nos dirá: "Desátate y habla". Ojalá la gente que nos mire pueda decir de nosotros lo que decía de Jesús de Nazaret: "Todo lo ha hecho bien".

ALBERT TAULE
MISA DOMINICAL 1988, 18


 

8. Enfermos/Cuidado

JESÚS PONE SU FUERZA, SU DEDICACIÓN AL SERVICIO DE LA LIBERACIÓN DE LA ENFERMEDAD Y LA MARGINACIÓN, y eso es un signo visible del Reino de Dios que llega.

¿Y nosotros? ¿Qué signos realizamos nosotros para que se note que el Reino de Dios, la salvación de Dios, está llegando?

-Nuestra atención a los enfermos marginados, signo también del Reino de Dios Estos signos pueden ser de muchas clases, toda acción que traiga liberación y sirva para construir un mundo más digno será un signo del Reino de Dios. Pero yo quisiera invitaros hoy a QUE NOS FIJÁSEMOS EN ESOS MISMOS SIGNOS QUE JESÚS REALIZA: la atención a los enfermos y marginados.

La primera pregunta sería ésta: ¿COMO NOS PREOCUPAMOS NOSOTROS DE LOS ENFERMOS? A un enfermo puede hacerle a veces más bien, puede hacerlo sentir más feliz, ver que lo tenemos en cuenta, que nos preocupamos de él, que todas las medicinas y atenciones médicas que le podamos ofrecer. Jesús, acercándose personalmente, atentamente, a los enfermos, les da vida; y por el contrario, con demasiada frecuencia, la atención que ahora se da a los enfermos es una atención puramente técnica, casi sin humanidad. Desde luego que todos los casos son distintos, pero merece la pena que hoy nos lo preguntemos: si tenemos enfermos en casa, si conocemos vecinos enfermos y sabemos que agradecerían una visita, ¿nos preocupamos de ellos? Y lo mismo podríamos decir DE LAS PERSONAS MAYORES, DE LOS ANCIANOS que, por decirlo del modo que mucha gente valora las cosas, "ya no resultan útiles ni productivos". A menudo esas personas mayores quedan en una situación que casi se puede llamar de marginación: o bien en casa en un rincón sin que nadie les haga caso, o bien en una residencia. También, sin duda, todos los casos son distintos. Pero, ¿qué hacemos nosotros? (Si en la parroquia o en la zona está organizado el voluntariado u otras actividades similares, podría hacerse referencia a ello e invitar a participar).

Y, para terminar, permitidme decir una palabra a LOS MÉDICOS, ENFERMEROS Y DEMÁS PERSONAS QUE TRABAJÁIS CON ENFERMOS y que estéis aquí escuchándome. Bastante conocéis la importancia de vuestro trabajo y como influís en la felicidad y el gozo de vivir de las personas. Permitidme que os lo diga así muy simple:

Hacedlo bien, tan bien como sepáis y podáis. Con la mayor competencia profesional, con dedicación y espíritu de servicio, con sentimientos de humanidad y de proximidad a los enfermos... esta labor vuestra, así realizada, será también un buen signo del Reino de Dios.

JOSEP LLIGADAS
Misa dominical 1985, 17


9. LOS TIEMPOS MESIÁNICOS

-Hace oír a los sordos y hablar a los mudos (Mc 7, 31-37) Esta escena de la curación nos parece extraña, no debía de ser así en tiempos de Jesús, y formaba parte de prácticas más menos curativas de la época.

De nuevo nos encontramos ante la prohibición de hablar del milagro. La multitud se encuentra, evidentemente, admirada; tal vez se da cuenta de que tales curaciones anuncian la presencia del Mesías. Se puede pensar así escuchando sus aclamaciones, que podrían ser el eco de poemas populares en el sentido que nos da a conocer Isaias en la 1ª lectura (Is 35, 4-7). Es, sin duda, el motivo de que Jesús les prohíba hablar. Se constata, en efecto, que se impone silencio -aunque no siempre se observa- a propósito de milagros considerados como obras del Mesías que había de venir: "Los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan" (Mt 11, 5). Por eso Jesús prohíbe contar el milagro en el caso de la curación del leproso (Mt 11, 1-44), de la resurrección de la hija de Jairo (5, 43), del sordomudo (Mc 7, 36), del ciego de Betsaida (8, 26). No quiere desvelar su identidad antes del tiempo previsto; tenía que cumplir su pasión. Quería hacerse conocer progresivamente en la fe. Las reacciones de la gente señaladas por san Marcos a continuación de este milagro denotan un progreso: un grito de aclamación que va dirigido a lo que acaba de suceder, pero que no expresa nada en cuanto a la persona misma de Jesús, aun dando pie a que se pueda reflexionar sobre su identidad.

Podemos, sin embargo, preguntarnos si ese grito de la muchedumbre no es en realidad de los cristianos, iluminados por la celebración pascual de la muerte y de la resurrección de Cristo, que han comprendido la importancia mesiánica del gesto de Jesús, a la luz de los acontecimientos que celebran. Es sabido cómo la liturgia del bautismo ha utilizado el rito seguido por Jesús.

-Los oídos del sordo se abrirán y la lengua del mudo cantará de alegría (Is 35, 4-7) Isaías anuncia esta venida del Mesías, cuya realización en Jesús queda significada mediante curaciones típicas. San Marcos conocía esta profecía y, al escribir, debió de pensar en ella, al igual que también sus cristianos serían sensibles a ella. Entre el anuncio profético y la venida de Cristo ahora significada, se han sucedido muchas etapas de la historia; y después de esta venida del Mesías y de su pasión gloriosa, nos hallamos situados ante la espera de una nueva venida. Caminamos con la Iglesia y somos testigos de la presencia del Mesías y del cumplimiento de su misión de salvación. Sólo Cristo puede darnos la luz para caminar por los senderos rectos, como sólo él puede curar nuestra lepra y arrancarnos de la muerte. Constantemente se nos ofrecen estos milagros espirituales, y el espectáculo del don de la fe despierta la admiración en quien es su testigo. Sabemos que los milagros liberadores de Jesús continúan, sin que seamos siempre capaces de verlos ni de expresarlos. Nuestra dificultad consiste en la interpretación de los signos que vemos en nuestros días; es el mismo problema -aunque después de veinte siglos de experiencia de la Iglesia- que el de los discípulos que vivían con Jesús. Era preciso verle tal como era, formarse del Mesías una idea distinta de la imaginada; era preciso intentar comprender el significado de sus milagros, y es sabido como la primera proposición que hizo del signo de la eucaristía -comer su cuerpo y beber su sangre-, chocó con una dura y penosa incomprensión por parte de muchos. Todavía en nuestros días, en torno a los signos sacramentales, que afirman la presencia del Reino y la marcha hacia su definitiva constitución, se realizan muchos milagros: interiores, luz de conversión que ilumina a un hombre o a un grupo de hombres que no pueden ya vivir si no es centrados en la muerte y resurrección de Cristo, y para quienes la existencia humana adquiere un sentido nuevo. Lejos de menospreciarla, trabajan en su progreso, pero le asignan un objetivo invisible que sobrepuja las pretensiones de los hombres.

ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 7
TIEMPO ORDINARIO: DOMINGOS 22-34
SAL TERRAE SANTANDER 1982.Pág. 26 s.

 

 


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