21 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO XXIII DEL TIEMPO ORDINARIO
9-17

9.

1. La fraternidad responsable

El texto desarrolla la actitud que debe tener el cristiano con los demás miembros de la comunidad, de la iglesia. Es evidente que debe tratarse de una verdadera falta, lo que exige mucha prudencia. No podemos olvidar que han sido frecuentes los casos de "corrección" en los que el presunto ofensor tenía razón.

Apelar al pluralismo, o al respeto a las opciones de los demás, o a las distintas formas de ver las cosas... para evadirnos de corregir al hermano es una grave responsabilidad. Es verdad que antes de corregir hay que ver claro, confrontar los propios criterios con el evangelio. Pero, una vez hecho esto, hay que actuar con caridad hasta el final.

Es posible que estas palabras de Jesús reflejen la práctica que existía en las primeras comunidades cristianas: corregir a solas, ante algunos testigos, ante la comunidad. Ya en la sinagoga se practicaba algo muy similar a lo que aquí se enseña, aunque los mismos rabinos se lamentaban de que, en la práctica, esto no existía o que eran rarísimos los que eran capaces de afrontar esta actitud con objetividad. No faltaban -nunca faltan- las reacciones arbitrarias de los dirigentes (Jn 9,34). También se practicaba en las comunidades monacales de los esenios establecidas a orillas del mar Muerto. La corrección fraterna ya se inculcaba en el Levítico (Lev 19,17), pero sin especificar los pasos a dar. En una comunidad muy grande es casi imposible ejercer este mandato de Jesús: falta conocimiento mutuo. Sólo es posible en las comunidades pequeñas. Por eso, al masificarse la iglesia y las comunidades estar insertas en parroquias enormes, se hizo imposible su práctica y se limitó a un diálogo entre el penitente y el sacerdote en la confesión privada. La doctrina que aquí se enseña es de una importancia capital. La iglesia está dotada de verdaderos poderes judiciales, como consecuencia de ser una sociedad perfecta dotada de todos los medios para poder realizar su fin.

En toda comunidad organizada existen normas que rigen la conducta de sus miembros. Cuando se trata de comunidades cuyo ingreso es libre, es lógico pensar que quien se adhiere a ellas se compromete a cumplir su estilo de vida y sus normas. Es un principio que se practica en los partidos políticos, sindicatos, centros escolares, clubes... El bien del grupo exige la defensa del patrimonio común cuando es afectado por conductas incongruentes.

Es importante notar que Jesús no prescribe al ofensor que vaya a pedir perdón al ofendido, sino que es éste quien debe tomar la iniciativa para mostrar que ha perdonado y facilitar la reconciliación. El ofensor debe mostrar su buena voluntad reconociendo su falta. Si el ofensor no hace caso, debe hacerse una segunda tentativa. Esta vez ante algunos testigos. Era la prueba testifical que exigía la ley judía (Dt 17,6; 19,15-17). Pero a diferencia de ésta, que alude a la prueba testifical jurídica, aquí no se trata de llevar la causa ante un tribunal. Sería contraproducente: en lugar de lograr la corrección, acarrearía el enfrentamiento o un asentimiento puramente externo.

Si esta segunda tentativa tampoco tiene éxito, el caso debe presentarse ante la comunidad reunida, a la que compete ofrecer la última posibilidad de retorno. Es difícil concretar de qué manera hay que hablar con la comunidad y de qué forma ésta puede ser efectiva. Jesús no lo especifica. Sólo cuando todos han hecho todo lo que está de su parte puede cortarse el vínculo.

Para corregir bien es necesario amar. El que ama puede corregir porque lo hará con delicadeza y tacto, sabrá encontrar la ocasión y las palabras, sabrá comprender viendo las virtudes del otro y no sólo sus defectos.

Sorprende el uso de los términos "pagano" y "publicano", dado que Jesús era considerado amigo de ellos (Mt ll,l9). Pero el texto no habla de individuos, sino de situaciones. Unas situaciones que Jesús no aprobaba, pero a las que tampoco consideraba como definitivas y ofrecía a todos la posibilidad de salir de ellas. Objetivamente eran situaciones de error e injusticia: el pagano equivale al que no conoce al verdadero Dios; el publicano, al que, conociéndole, no vive de un modo consecuente.

2. Los poderes de la iglesia

Lo que antes había dicho Jesús a Pedro solo (Mt 16,19), lo dice ahora al conjunto de sus discípulos y con las mismas palabras. La facultad de atar y desatar se da aquí a la iglesia. Son expresiones que indican, conforme a la literatura rabínica, el poder de permitir o de prohibir, respectivamente. Con ellas, Jesús faculta a su iglesia para decidir sobre la vinculación o no de sus miembros. Es evidente que la jerarquía no puede usar de este poder de un modo arbitrario, sino siempre tratando de interpretar fielmente la voluntad de Jesús, para lo que es necesario dedicar mucho más tiempo al estudio constante de los evangelios, tratando de traducirlos al momento presente. De otra forma es enorme el riesgo de interpretarlos de un modo subjetivo y erróneo.

Estas palabras no van en absoluto en contra de la promesa hecha a Pedro. Aquélla era personal y fundamental; ésta asocia a los apóstoles y a sus sucesores a participar del poder dado a Pedro.

3. Eficacia de la oración en común

"Si dos de vosotros se ponen de acuerdo..." Es la respuesta de Jesús a la pregunta de la comunidad y de todo hombre que busca a Dios: ¿Dónde y cómo podremos tener una verdadera experiencia del Padre? La respuesta es: donde hay una comunidad reunida en su nombre allí está presente Dios.

Lo que pedimos unidos, el Padre lo concede. Se supone que no pediremos nada que no deba pedirse. La oración concede a la comunidad una eficacia ilimitada siempre que tenga las características fijadas por Jesús en el Padrenuestro.

Jesús no dice nada de la oración privada, a la que él tanto acudía. Aquí insiste en la importancia de la oración en común.

Era ya creencia en Israel la fuerza religiosa de la oración realizada en común en la sinagoga. Jesús potencia esta oración al no exigir que se realice en la sinagoga -ni ahora en la iglesia-; es suficiente que sea realizada por dos o más y se haga en su nombre. Cuando esto sucede, él estará presente en medio de ellos.

En todo lugar donde se encuentren reunidos en oración hombres que estén intentando seguir el camino de Jesús, allí también se encuentra presente Dios. Es una afirmación que hemos escuchado en muchas ocasiones y a la que es preciso que no nos acostumbremos, porque la rutina puede velar su sentido.

Las palabras que pronuncia aquí Jesús equivalen a una nueva afirmación de su divinidad. Todos los textos que mencionaban una presencia misteriosa en el seno de una comunidad se referían a la de Dios. Ahora Jesús se pone a sí mismo, reivindica para sí esta presencia, lo que equivale a considerarse Dios.

FRANCISCO BARTOLOME GONZALEZ
ACERCAMIENTO A JESUS DE NAZARET - 3
PAULINAS/MADRID 1985.Págs. 147-150


10.

1. Una nueva pedagogía

Durante este domingo y el siguiente, la Palabra de Dios nos invita a reflexionar sobre la reconciliación y el perdón de los hermanos.

En toda comunidad organizada existen ciertas normas relativas a la conducta que se debe seguir con aquellos miembros cuya manera de ser no es la adecuada con los estatutos comunitarios. Al tratarse de comunidades cuyo ingreso es libre, es lógico pensar que quien se adhiera a ellas se comprometa a cumplir su estilo de vida.

Este principio lo vemos practicar en sociedades políticas, en organizaciones sindicales o sociales, en clubes, centros escolares, etc. El bien de la comunidad exige la defensa del patrimonio común que puede verse afectado por ciertas conductas incongruentes.

En las sociedades religiosas este fenómeno es ampliamente conocido, y en la sinagoga se practicaba algo muy similar a lo que enseña hoy el Evangelio. Varios eran los pasos a seguirse en el trato con un pecador que lesionaba seriamente los intereses de la comunidad: corrección a cargo de un hermano - corrección en presencia de testigos - juicio ante la comunidad - posible expulsión o excomunión en caso de pertinacia.

La Iglesia primitiva se adapta a este esquema, válido por cierto para comunidades más o menos pequeñas, pero que fue inadaptado para nuestras comunidades masivas. Así, pues, nos encontramos ante un texto cuyo literal cumplimiento es casi imposible, sin contar con otras circunstancias propias de la vida moderna.

Con el tiempo el tratamiento de los pecadores dejó de ser un problema de la comunidad para convertirse en un diálogo individual entre penitente y sacerdote, transformándose la confesión en la forma común de dar salida al problema de los fieles que se sentían en pecado ante Dios y ante sus hermanos.

Como vemos, nuestra Iglesia actual mantiene una serie de estructuras inadecuadas no sólo desde el punto de vista del Evangelio, según el texto de hoy, sino en relación con la mentalidad moderna que ha evolucionado muchísimo con respecto al trato con aquellas personas cuya conducta nosotros no aprobamos.

Siendo éste un problema sumamente complejo, procuraremos hoy hacer tan sólo algunas reflexiones que nos permitan ver un poco más claro en algo que está sumamente confuso. --En primer lugar, queda aún por revisar nuestro concepto de pecado. Una cosa es el pecado que refleja la debilidad común en todos los hombres, y otra el que atenta directamente contra la vida de la comunidad. En este sentido, el texto evangélico parece referirse más bien al caso segundo, ya que una comunidad tiene derecho a intervenir cuando está en peligro su misma vida.

En la antigüedad la lista de pecados atentatorios a la vida de la comunidad era más bien reducida: apostasía de la fe, homicidio y adulterio.

Hoy sería muy difícil establecer una lista de ese tipo: la apostasía de la fe, por ejemplo, es resuelta por la mayoría como un simple abandono de la práctica religiosa, pues el feligrés tiene toda la libertad para participar en el culto que quiera o para no participar en ninguno. El adulterio, según las modernas legislaciones, es cada vez más una cuestión interna de la pareja. A su vez el homicidio, en muchos casos, se ve entremezclado con cuestiones políticas de modo que la autoridad de la Iglesia para intervenir generalmente no llega más allá de la denuncia.

Por otra parte, los grandes pecados que atentan contra la vida de la comunidad se han hecho hoy pecados sociales más que individuales. Podemos así señalar, entre otros: la corrupción política y económica, el libertinaje sexual, la violencia organizada, el racismo y los odios históricos, la injusticia social hacia los más pobres, la mala repartición de los bienes, etc.

Por todo lo cual, nadie hoy puede encarar el saneamiento de la comunidad desde una simple perspectiva individual, pues el pecado parece enquistado en la misma estructura de la sociedad moderna.

Visto así el problema, hoy debiera hablarse más bien de un nuevo enfoque de la educación para que, más que corregir éste u otro mal, prepare a los hombres para una vida más digna y justa. En este sentido el sacramento de la Penitencia, tal como generalmente es practicado, es casi un instrumento inútil si no va acompañado de una amplia acción comunitaria desarrollada en los campos de la educación familiar, escolar, catequística, en centros de adultos, en órganos de información social y, en fin, en la reforma de los organismos nacionales que deben velar por el bien de la comunidad.

En este sentido, la Iglesia primitiva estuvo mucho más acertada cuando encaró la pastoral del pecado desde un largo e intenso catecumenado de adultos, e introduciendo aquellas estructuras que miraban siempre el pecado grave de un fiel desde el esquema global de la comunidad.

Puede sernos útil, pues, esta primera conclusión: nuestra comunidad debiera, en unión con todas las comunidades vecinas con quienes comparte los mismos problemas, pensar y organizar una extensa y profunda tarea educativa que, partiendo de la real situación por la que hoy atravesamos, dé la educación que el hombre necesita hoy.

Imposible pensar en preservarlo de todos los peligros a los que se verá expuesto; sí será importante darle el juicio capaz de discernir, elegir y optar sin ser destruido en su vida de fe.

En esta empresa señalamos, entre otros, estos elementos:

--Dirigirnos a todos los sectores de nuestra comunidad, particularmente a los más necesitados. La educación no puede reducirse solamente a los niños, por ejemplo...

--Revisar los contenidos de nuestra educación: estos contenidos deben reflejar la real vida que hoy nos caracteriza.

Más que enseñar cosas y doctrinas, urge ayudar a los educandos a ver y descifrar la realidad conforme a ciertos criterios que los capaciten para saber discernir, elegir y hacer lo que más convenga.

--Encontrar la metodología adecuada que respete la libertad y opción del educando, creando al mismo tiempo el clima de grupo en el que descubra el valor de la vida comunitaria. Una educación autoritaria y verticalista es hoy contraproducente y, a fin de cuentas, no hace más que acentuar la distancia entre el hombre y el Evangelio que pretendemos anunciarle.

2. El principio del amor fraterno

En esta vasta tarea debemos rescatar el espíritu del evangelio de hoy: también en la tarea disciplinaria o correctiva debe guiarnos el principio del amor fraterno. No es la ley lo que debemos defender, sino al hombre que se ve destruido en el seno mismo de la sociedad.

En este sentido, es mucho lo que la comunidad cristiana organizada debe revisar. Hoy debemos preguntarnos sinceramente hasta qué punto nuestro sistema disciplinar eclesiástico (en todos sus niveles) es signo de un amor que redime al hombre o de una ley que lo reprime. Esta sola consideración sería suficiente para un serio y largo examen de conciencia. En muchos casos podremos, sí, dejar a salvo esta ley o aquella norma, mas debemos preguntarnos si el precio a pagar será siempre la destrucción del individuo. No sólo hablamos de la destrucción física o cívica (pena de muerte, cárcel perpetua, etc.), sino de esa destrucción que se obra en su ser íntimo al verse avasallado por una ley que no entiende o que no lo comprende.

Nuestro país vive actualmente una ola llamada de «destape» que pretende tirar por tierra todo un esquema moral conforme al cual vivíamos o decíamos vivir. Este fenómeno debe llevarnos a una seria reflexión: hasta qué punto una moral represiva educa al hombre o lo prepara para vivir exactamente al contrario, con el agravante de la desilusión y el más negro resentimiento. Antes de condenar, hagamos un examen de conciencia para ver precisamente hasta qué punto educamos la conciencia del individuo, dándole una capacidad de sana elección, o más bien le exigimos una conducta que por sentirla como pura obligación es inmoral por sí misma.

El evangelio de hoy se mueve sobre esta base: salvar al hermano. En último caso, él mismo se condena solo, si pretende vivir al margen de la comunidad.

Salvar no como jueces omnipotentes ni como padres que se olvidan de que sus hijos están creciendo. Salvar acercándonos al hombre, mostrándole un estilo evangélico de conducta, dialogando sobre sus problemas y dificultades, comprendiendo su situación, esperándolo todo el tiempo necesario para que dé su respuesta, respetándolo aun cuando la respuesta no sea la nuestra.

Que este estilo educativo supone un cambio en nuestro corazón y en nuestro esquema educativo, está fuera de duda. Que lo exige el Evangelio del amor a los pecadores, también está fuera de duda. Con este amor fraterno como premisa fundamental, pensemos ahora todo lo que está sucediendo y veamos juntos cuál puede ser la forma más adecuada para que nuestra comunidad sea levadura y fermento de una vida nueva.

SANTOS BENETTI
CRUZAR LA FRONTERA. Ciclo A.3º
EDICIONES PAULINAS.MADRID 1977.Págs. 226 ss.


11.

1. Orden cristiano.

Los textos de esta celebración dominical son absolutamente decisivos para la figura de la Iglesia querida por Dios. En el centro aparece la exhortación recíproca en un clima de amor mutuo, de corrección fraterna. Todo cristiano está invitado y obligado a ello, pues somos miembros de un único cuerpo y no es indiferente para el organismo entero que uno de sus miembros se perjudique a sí mismo y dañe con ello la vida de toda la comunidad.

Naturalmente la exhortación, y si es necesario también la corrección, sólo puede producirse como referencia a la autorrevelación divina y al orden eclesial establecido por Cristo, y el que exhorta debe tener por su parte la humildad de remitir, prescindiendo totalmente de sí mismo, a la gracia objetiva de Dios y a la exigencia que ella comporta. Esta exigencia es enteramente transferida por Pablo, en la segunda lectura, al amor cristiano, que integra en sí todos los mandamientos particulares y cumple así la ley, la voluntad de Dios. El que peca replicará quizá con su concepción del amor, en cuyo caso habrá que mostrarle que su concepción es demasiado estrecha y unilateral para ser el cumplimiento querido por Dios de todos los mandamientos.

2. Las fronteras de la Iglesia.

Pero el hombre es libre y lo será siempre; incluso la mejor exhortación, la más fraterna de las correcciones -ya sea personal, de tú a tú, o más oficial mediante el representante autorizado de la Iglesia- puede llegar a un límite en el que al admonitor se le responda claramente con un no. La primera lectura es significativa al respecto: cuando el que exhorta ha cumplido con su deber y esto no obstante el culpable no quiere enmendar su yerro, entonces el admonitor habrá cumplido con su obligación y, según se dice, habrá salvado su vida. El deber de exhortar y corregir se inculca con gran seriedad, pero Dios no promete que el éxito sea seguro. Por eso en el Nuevo Testamento hay también una frontera trazada por Dios más allá de la cual el pecador o el alejado no puede considerarse como perteneciente a la Iglesia de Dios. No es la Iglesia la que le excluye de su comunión, es él mismo el que se excomulga; la Iglesia debe tomar buena nota de ello y sancionarlo para que los demás lo comprendan. Así era ya en la Antigua Alianza, como lo muestra la primera lectura, y así debe ser también y en mayor medida en la Nueva Alianza, donde la pertenencia a la comunidad eclesial de Cristo es más personal, más responsable y más nítida.

3. La promesa de Jesús.

Gracias a las dos sentencias finales de Jesús, tenemos la seguridad de que la oración eclesial que recemos en común será escuchada por Dios. Las dos promesas son ciertamente grandiosas: lo que dos personas pidan a Dios, en comunidad de amor, en la tierra, será escuchado en el cielo. Cuando dos o tres se reúnen en nombre de Jesús, allí está él en medio de ellos. En tiempos de Jesús existía esta sentencia rabínica: «Cuando dos están sentados uno al lado del otro y las palabras de la tora están entre ellos, entonces la shekina (presencia de Dios en el mundo) habita en medio de ellos». En lugar del estar sentados, en el evangelio aparece la oración, en lugar de la ley, la nueva ley viviente de Jesucristo y en lugar de la shekina, la presencia eucarística encarnada. Debemos intentar volver a situar en este misterio del centro eclesial a todos aquellos que se quedan en los márgenes o que se han alejado más allá de ellos.

HANS URS von BALTHASAR
LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 102 s.


12. CORRECCIÓN-FRATERNA LOS ARBOLES CRECEN DE PIE

Creo que el hombre de hoy rechaza la corrección fraterna. Y la paterna. Y la... Hoy nadie soporta que le adviertan nada, ni que le aconsejen, ni, mucho menos, que le llamen la atención sobre algo. Como consecuencia, quienes, por su responsabilidad, están llamados a «corregir», huyen de la quema blandiendo argumentos asustados: «¡Cualquiera habla...!» «¡Que cada palo aguante su vela!» O ese tópico falaz y polivalente de nuestros días: «¡Cada cual es libre..., no se puede presionar.... vivimos en democracia!»

Efectivamente, huimos de la corrección fraterna, tanto pasiva como activamente: ni «ser corregidos», ni «corregir». Y paradójicamente rechazamos esta «corrección» en una época en la que exigimos correcciones técnicas en todo: en la puerta de mi coche, que no ajusta; en nuestro televisor, que no nos da una imagen suficientemente nítida, en la hechura del traje que nos acabamos de comprar. Se diría que, en la medida en que hemos conseguido precisiones tecnológicas increíbles a base de «corregir», en la misma medida hemos llegado a una irresponsable dejación de las conductas humanas, por «no corregir».

Pues bien. El evangelio de hoy dice: «Si tu hermano peca, repréndele a solas... Si no hace caso, llama a uno o dos testigos... Si aún no te hace caso, díselo a la comunidad». Como véis, se trata de una corrección preocupada, insistente, progresiva: «a solas..., ante dos..., ante la comunidad».

Y es que la mala conducta, amigos, no puede dejar nunca indiferente al cristiano. El pecado no sólo repercute en quien lo comete, sino en la comunidad a la que pertenece. Cuando un miembro de nuestro cuerpo está herido, todo nuestro cuerpo siente malestar y dolor.

Hoy está de moda la palabra «solidaridad». La solemos emplear cuando los «derechos humanos» de alguien han sido quebrantados. Pero «solidaridad» es también velar para que «los árboles tiernos --y todos lo somos-- crezcan y mueran de pie». El jardinero corrige las guías torcidas de sus arbustos. Y los padres, los educadores, los sacerdotes, los cristianos en general, somos jardineros de la viña del Señor.

Lo que pasa es que, para corregir, hacen falta dos cosas al menos. Una, mucha humildad. El que corrige no es infalible, sino un «servidor» dispuesto, a su ver, a «ser corregido». Alguien que conoce las palabras de Jesús: «El que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor; y el que quiera ser el primero, sea vuestro siervo». Corregir, por lo tanto, no es anatematizar, humillar, apabullar, sino «valorar» al corregido. Nos atrevemos a «corregirle», precisamente porque «le valoramos».

Y, dos. La corrección ha de partir del amor. No perdamos ese punto de vista. La corrección fraterna, o paterna, simplemente cristiana, son capítulos concretos del título global de la caridad. Corregir desde otras perspectivas, puede emborronar el resultado. Y en eso fallamos. El padre que corrige porque «en esta casa mando yo»; el profesor que corrige «por razones de orden y disciplina»; el superior que corrige por «mantener un principio de autoridad», riegan fuera del tiesto. Cuando el hijo, por el contrario, constata que su padre sufre al corregirle, vamos por buen camino. ¡Que bella la «Oración de la maestra», de Gabriela ·Mistral-G!: «Aligérame, Señor, la mano en el castigo, y suavízamela en la caricia. Y que reprenda con amor para saber que he corregido amando».

ELVIRA-1.Págs. 79 s.


13.

Frase evangélica: «Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo»

Tema de predicación: EL ESPÍRITU DE LA COMUNIDAD

1. Para redactar con orden las enseñanzas de Jesús, Mateo presenta cinco discursos sobre el reino de los cielos: el discurso de la montaña (caps. 5-7), el discurso apostólico (cap. 10), el discurso parabólico (cap. 13), el discurso eclesial (cap. 18) y el discurso escatológico (cap. 25). El evangelio de hoy pertenece al discurso eclesial, que está formado por una serie de instrucciones a los discípulos. Se trata, sobre todo, de apoyar a los hermanos más pequeños. En una primera parte (vv. 1-14), Jesús pone como modelo a un niño, para indicar que la pequeñez es el canon de la grandeza del reino. Dios se identifica con el niño, con el pequeño, con el pobre.

2. El evangelio de este domingo afirma que el débil/pecador está expuesto a perderse. Un caso límite es el del hermano cristiano convertido en pecador público. La corrección fraterna se dirige a quienes han faltado gravemente contra los hermanos en la fe. Sirve como ayuda en el proceso de conversión. Esto contrasta con nuestra actitud: apenas cuenta la vida de la comunidad, y con frecuencia criticamos y no corregimos.

3. Las tres sentencias que siguen a la corrección fraterna, referidas a la autoridad del discípulo, a la eficacia de la oración en común y a la presencia del Señor en medio de la asamblea, indican que la vida de la Iglesia es comunitaria. En una línea vertical, la oración se dirige al Padre de todos; en una línea horizontal, debe fomentarse la fraternidad de los cristianos.

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Por qué no nos ayudamos más con la corrección fraterna?

¿Nos reunimos de verdad en comunidad?

CASIANO FLORISTAN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITÚRGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993.Pág. 152 s.


14.

CORREGIR NO ES CASTIGAR, 
ES CONDUCIR A LA CONVERSIÓN

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Si tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos. Si te hace caso, has salvado a tu hermano».

Pecado es toda acción u omisión que te separa de ti mismo, de Dios o del prójimo. Que te aleja del proyecto de llegar a ser como Dios manda. Ocurre cuando el hombre, llevado de su capacidad de contradicción, no vive en armonía consigo mismo, consiente una dicotomía entre lo que piensa, siente, profesa y realiza.

Cuando lo veas vivir así, corrígelo. Él es parte consustancial de ti mismo y tú eres su responsable ante el Padre. Porque si te confiesas cristiano no puedes dar razón de ti mismo, no puedes explicarte a ti mismo sin citar o contar con los que te rodean, con los que la providencia ha puesto en tu mismo plan de salvación, plenitud o felicidad.

Cuando lo corrijas que reine en ti la caridad. Corrígelo, pero no utilices la verdad, o las verdades, como un dardo para herirle. Corregir no es castigar, es conducir a la conversión. Corregir es ayudar a recuperar la orientación fundamental de la vida .

Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos, para que todo el asunto quede confirmado por boca de dos o tres testigos. Si no les hace caso, díselo a la comunidad, y si no hace caso a la comunidad, considéralo como un pagano o un publicano».

Lamentablemente constato que este mandamiento/consejo se realiza, perfectamente y con mucha frecuencia, pero al revés: primero se publica y denuncia el asunto a los cuatro vientos y cuando ya todo va de boca en boca se llama al interfecto, que es el último en enterarse, y en presencia de dos o tres se le da la reprimenda que no sirve para nada, a lo sumo para escarnio y vergüenza, y aquí paz y allá gloria y que cada palo aguante su vela. Así nos va.

No se trata de castigar a nadie, se trata de respetar a todos. Un hombre, por muy en pecado que esté, nunca es un blanco a derribar...

Si se empeña en vivir en contradicción consigo mismo ayúdale a salir de la situación, si no lo consigues déjalo. Él es quien se va, pero espérale, - recuerda al «padre» de la parábola del «Hijo Pródigo» -. Tu hermano no es malo de raíz, no es radicalmente malo, está enfermo o simplemente equivocado.

No podemos condenar a nadie, ni somos Dios ni hoy es el día del Juicio Final. Cada hombre es como un puzzle compuesto de capacidades, méritos y defectos, capaz de bondad y de maldad, de justicia y de pecado. Tú no desesperes, -recuerda al «padre»-, no le taches de la lista de tu esperanza.

«Os aseguro que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo».

Lo que tú no perdones en esta vida nadie lo va a perdonar en tu lugar. Y sólo perdonarás de corazón, sin el más mínimo rencor, si has sido capaz de ternura.

La ternura no es blandura de corazón, la ternura es fruto de una participación consciente en la vida y en las necesidades del otro, (como una madre participa de las necesidades en la vida del hijo recién nacido). La ternura surge cuando uno tiene la convicción profunda de que es «alguien» importante, no sé si necesario, en la vida del «otro», (como ocurre con la madre y el hijo), ya que sin el «otro» no se encuentra razón de ser.

El «otro» y «yo» nos fundimos y confundimos en una sola realidad, esto es el fundamento de la comunidad soñada por Jesús; por tanto, el «otro» también tiene que tener conciencia de que es «alguien» muy importante y necesario en mi vida.

La ternura supone acogida cálida del «otro» aceptándolo tal y como es e incluso a pesar de ser como es. El «otro» es el mío y no tengo más.

La ternura, también requiere un trato basado en la confianza y en la fiabilidad mutuas. Confianza y fiabilidad nacidas de la esperanza. Confianza y fiabilidad que les llevarán a mantener en continuidad temporal el compromiso de relación adquirido.

Todos somos responsables de todos. Todos forman nuestro ser, nos pertenecen y les pertenecemos.

No se puede hablar de corrección fraterna donde reina la desconfianza o la sospecha; quien no se fía, no ama, sólo quiere poseer, controlar o manipular. Por tanto, si se ha de dar la corrección fraterna primero se ha de dar el amor.

La corrección, como el perdón, es una actividad de relación interpersonal y, en tal sentido, es un buen test para evaluar la distancia entre los miembros de una comunidad. La corrección y el perdón son, ante todo, comunicación y muy después decisión.

«Os aseguro además que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre del cielo. Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos».

La comunidad soñada por Jesús es una familia de hermanos que tienen como padre a Dios; nunca será la suma de personas yuxtapuestas, ni un club o asociación para conseguir unos fines concretos.

La comunidad soñada por Jesús encuentra en sí misma su propio fin. La comunidad es fin y medio en sí misma, es un grupo compacto, una persona de personas unidas por el corazón y por la voluntad de vivir, ahora y aquí, el reino o reinado de Dios. Y para conseguirlo mantienen unas relaciones basadas en la autoestima y en la estima de la persona del otro.

La comunidad, como toda familia, es una conquista, algo que hay que hacer con constancia, con tesón , con esfuerzo y entrega de todos y cada uno de sus miembros. La comunidad, como toda familia, nunca será un derecho a reivindicar sino una realidad a construir, de lo contrario quedaría reducida a pura asociación o a simple institución. Todo este discurso de Jesús sobre la comunidad sonará a música celestial a los que, lamentablemente, no guardan una memoria feliz de su historia familiar. Sonará a música celestial para todo aquel cuyo padre no ha pasado de ser un simple progenitor, para el que su padre no le hizo descubrir el gusto por llegar a ser persona, y sobre todo para aquellos cuyos hermanos en vez de ser compañeros en el viaje hacia la plenitud y realización personal han sido meros espectadores o incluso competidores envidiosos.

BENJAMIN OLTRA COLOMER
SER COMO DIOS MANDA
Una lectura pragmática de San Mateo
EDICEP. VALENCIA-1995. Págs. 97-100


15.

1. VELAR POR EL BIEN DEL PUEBLO

El texto de la primera lectura nos presenta al profeta como un centinela que vela por el pueblo, para que se aparte del camino del mal, para que los pobres no sean aplastados y la justicia profanada. Es un encargo de Dios, no una manía personal ni una posición de dominio o superioridad sobre el pueblo. El profeta no ejerce su critica cuando se siente irritado personalmente o según sus propios prejuicios y sentimientos, sino cuando "escucha palabra de la boca del Señor".

Se habla mucho de la denuncia o critica profética, como una misión de la comunidad cristiana hacia la sociedad y también hacia la propia Iglesia.

En las democracias se va viendo cuán necesarias son las formas de control democrático de los que gobiernan, de los que administran justicia, de los poderes fácticos de la economía, de los medios de comunicación, de las multinacionales.

2. NO ENDUREZCÁIS VUESTRO CORAZÓN

El salmo invita a la confianza en Dios, como la roca que nos salva. Y es por eso que no nos cerramos nunca a la conversión permanente en nuestra vida personal, en la vida y acción de la comunidad cristiana, en la evolución social y cultural de nuestro mundo, de nuestro país.

3. AMAR ES TODA LA LEY, PERO EL AMOR INCLUYE INEVITABLEMENTE LA LUCHA CONTRA EL MAL

El amor y la solidaridad deben ser siempre críticas y autocríticas. El estímulo crítico de los profetas perfecciona el amor y la solidaridad. Y, a la vez, el amor nos ayuda a comprender la fragilidad de los procesos humanos y a dejar de lado todo sectarismo y toda puntualización obsesiva de tener siempre la última palabra.

"Como colectivo, los cristianos no acabamos de entender que la solidaridad no es sólo ayudar indirectamente a los que sufren, sino también construir unas estructuras jurídicas y políticas de regulación que dificulten la explotación de los pobres y marginados. Debemos evitar que la transición hacia una sociedad nueva no se tenga que echar atrás al cabo de cincuenta años, como pasó con la revolución industrial porque las cosas se habían construido con una desigualdad extraordinaria e hizo falta corregirlas, pero después de haber aguantado dramas enormes" (Joan Majó, XV Fórum "Vida i Evangeli", Foc Non, abril- mayo 1999).

4. EL CAMINO DEL DIÁLOGO

Según el evangelio de hoy, entre los discípulos de Cristo se estructuran desde el principio caminos de diálogo y de acompañamiento. Se buscan formas de resolución de los conflictos.

En nuestras comunidades hay una riqueza de encuentros, reuniones y formas de organización que posibilitan el diálogo. Este es el "ámbito en el que hemos aprendido a pensar, a reflexionar, a dialogar, a revisar posturas, a ser críticos respecto a evidencias aparentes, a buscar el Espíritu del Evangelio de Jesús.

Naturalmente la sobredosis puede matar, pero quien nunca se haya sentado a hablar, a escuchar, a reflexionar, a dialogar, difícilmente puede vivir una actitud sincera de búsqueda" (Gaspar Mora, XV Fórum "Vida i Evangeli", Foc Non, abril-mayo 1999).

5. DONDE DOS O TRES ESTÁN REUNIDOS EN MI NOMBRE, ALLI ESTOY YO EN MEDIO DE ELLOS

Nos encontramos a inicios de curso; muchos nos reencontramos en esta Eucaristía de la comunidad; a través de ese encontrarnos juntos podemos sentir que Cristo está en medio de nosotros.

Ahora estamos organizando el curso y empezamos a vivirlo; hagámoslo a la luz de esta sentencia evangélica: "Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos".

JOSEP HORTET
MISA DOMINICAL 1999/11


16.

NEXO ENTRE LAS LECTURAS

El capítulo 18 del evangelio de san Mateo forma una parte distinta del resto de su evangelio. En ella encontramos algunas enseñanzas de Jesús que se relacionan con la vida de las primeras comunidades cristianas. Por eso, a esta parte se le ha llamado el "discurso eclesiástico". Hoy consideramos dos indicaciones de este discurso: la corrección fraterna y la oración en común. Primero, Jesús manifiesta la responsabilidad de sus discípulos y seguidores en la salvación de sus semejantes. El discípulo de Jesús siente la viva responsabilidad de hacer el bien y ayudar a que los otros lo hagan, superando y desterrando el mal de sus vidas. Aquí se inserta el mandato de la corrección fraterna (EV). En la primera lectura se nos propone, de forma muy oportuna, la imagen del centinela. El centinela es el hombre que, desde la atalaya o desde un lugar preeminente, da la voz de alarma cuando ve al enemigo acercarse al campamento o las puertas de la ciudad. Su función es la de despertar a quien duerme y se encuentra en peligro de ser sorprendido por el enemigo. En nuestro caso el centinela, que es el mismo profeta, advierte a los hombres de su mala conducta, les anuncia el peligro que se acerca si no despiertan de su letargo (1L). La segunda admonición de Jesús a sus discípulos es la oración en común: "donde dos o más se reúnen para orar, allí está Jesús en medio de ellos". Pablo, por su parte, antes de concluir su carta a los romanos, dirige una última exhortación llena de contenido: "no tengáis con nadie ninguna deuda que no sea la de amaros mutuamente". El amor es la ley que regula toda la vida cristiana. Tanto el centinela, como el que ora en común, deben guiarse y nutrir su alma con el espíritu de Cristo, es decir, con aquel amor que da la vida por los que ama (2L).

Mensaje doctrinal

La misión del centinela. El centinela en los tiempos antiguos poseía una función decisiva en los combates entre los pueblos. Su misión era la de observar los litorales y campos de batalla, distinguir laos acechos y las formaciones enemigas, y dar la voz de alerta para que el ejército se preparara para la batalla. Si el centinela dormía, la vida del pueblo corría un grave riesgo. En el pasaje que nos ofrece Ezequías, se compara al centinela con el profeta. El profeta es un centinela con características especiales. El profeta debe advertir al "impío" de su mala conducta, debe informarle del mal que se le viene encima, si no se convierte, si no despierta del sueño que lo entretiene en el mal. Lo interesante es que la responsabilidad del profeta no termina aquí, él debe seguir más adelante. Al centinela le basta dar la alarma; si le escuchan o no, ya no es responsabilidad suya. No así es el caso del profeta: él debe advertir del mal que se viene encima, y debe hacer lo indecible por convencer a sus oyentes, porque lo que él anuncia no lo han visto sus ojos, ni escuchado sus oídos, es Dios mismo que se lo ha revelado. Él habla en nombre de Dios. Él expresa el deseo de Dios de salvar a los hombres y de que no se pierda ninguno (Ez 18,32). Él participa del amor divino que no se deja vencer por el pecado del hombre. El profeta-centinela asume una responsabilidad imponente: deberá responder ante Dios de la muerte de aquellos a los que ha sido enviado. El no puede dejar de aspirar a ser escuchado. El pastor de almas es, pues, el centinela que vela sobre el rebaño, aquel que se mantiene en vigilia durante la noche para que ninguno perezca. El pastor, como san Pablo, amonestará, insistirá, predicará a tiempo y a destiempo (2 Tim 4,2) el mensaje del evangelio. No habrá alguno que sufra sin que, al mismo tiempo, sufra el mismo apóstol. Sin duda, nuestra mente va espontáneamente a la figura del obispo (episcopus = el que observa desde lugar preeminente). Él es el principal centinela que vela ante el enemigo. Lo son también los sacerdotes, quienes, al frente de su grey, la conducen, la defienden, dan su vida por ella.

Sin embargo, no sólo ellos son centinelas. Aquí podemos ampliar nuestra visión para descubrir otros centinelas entre los discípulos de Cristo. El Papa llama a los jóvenes centinelas de la mañana, porque ellos son los que anuncian que la noche está pasando y que la mañana está encima. Ellos son los que dan fuerzas para esperar, en medio de un mundo con tantos signos de derrota. Allí donde las tinieblas son más hondas, allí mismo ha iniciado a despuntar el alba, porque la luz vence las tinieblas (cf Jn 1,5). Pero es necesario saber esperar pacientemente, discerniendo los tiempos. El Papa en la audiencia del 26 de julio del 2000 comentaba: "¡Vigilad!". Es el verbo del centinela que tiene que estar alerta, mientras espera pacientemente el paso del tiempo nocturno para ver surgir en el horizonte la luz del alba. El profeta Isaías representa de manera intensa y vivaz esta larga espera introduciendo un diálogo entre los dos centinelas, que se convierte en un símbolo de la utilización adecuada del tiempo: "Centinela, ¿cuánto le queda a la noche?". El centinela responde: "Llega la mañana y después la noche. Si queréis preguntar, ¡convertíos, venid!"(Is 21,11-12). Es necesario plantearse interrogantes, convertirse y salir al encuentro del Señor. Los tres llamamientos de Cristo: "¡Estad atentos, velad, vigilad!" resumen claramente la espera cristiana del encuentro con el Señor. La espera debe ser paciente, como nos advierte Santiago en su carta: "Tened, pues, paciencia, hermanos, hasta la venida del Señor. Mirad: el labrador espera el fruto precioso de la tierra aguardándolo con paciencia hasta recibir las lluvias tempranas y tardías. Tened también vosotros paciencia; fortaleced vuestros corazones porque la Venida del Señor está cerca" (Santiago, 5, 7-8). Para que crezca una espiga o se abra una flor hay tiempos que no se pueden forzar; para el nacimiento de una criatura humana hacen falta nueve meses; para escribir un libro o componer música hay que dedicar con frecuencia años de paciente investigación. Esta es la ley del espíritu: "Todo lo que es frenético/pronto pasará", cantaba un poeta (Reiner Maria Rilke, Sonetos a Orfeo). Para encontrarse con el misterio hace falta paciencia, purificación interior, silencio, espera. (Juan Pablo II Audiencia del 26 de julio del 2002).

Amar es cumplir la ley entera. La caridad es una deuda que jamás terminamos de saldar completamente. Ella es la clave de interpretación de todos los mandamientos. Así lo expresa san Pablo en la parte final de la carta a los romanos (55-57). Un tema que ya había tratado en el capítulo 13 de la carta a los corintios (52-55). En el fondo se trata de una invitación a ir a la raíz de la vida cristiana, porque "donde hay caridad y amor allí está Dios". La caridad es la que autentifica cualquier virtud, cualquier ciencia, cualquier vida de piedad u obra apostólica. Si uno se levanta con grandes palabras y obras, pero no tiene amor, nada es. En realidad, siempre tendremos una deuda de amor con relación a nuestros hermanos porque ellos, en cuanto personas, son amados eternamente por Dios. Ellos son imágenes de Dios, incluso cuando por sus pecados hayan afeado esta imagen. En Santa Teresita del niño Jesús encontramos un ejemplo vivo de la comprensión del amor cristiano: "Al considerar el cuerpo místico de la Iglesia, no me reconocí en ninguno de los miembros descritos por San Pablo, o mejor, quería reconocerme en todos. La caridad me dio la clave de mi vocación. Comprendí que si la Iglesia tenía un cuerpo compuesto por miembros diversos, el más necesario, el más noble de todos los órganos no le faltaría; comprendí que tenía un corazón y que este corazón ardía de amor; que el amor hacía obrar a sus miembros; que si el amor llegaba a perderse, los apóstoles no anunciarían más el evangelio y los mártires rehusarían verter su sangre. Comprendí también que el amor encerraba todas las vocaciones, que era todo y que abrazaba todos los tiempos y todos los lugares, ¡por qué es eterno! Entonces en el exceso de mi alegría exclamé: "Oh Jesús, amor mío, y mi vocación; por fin la he encontrado! ¡Mi vocación es el amor!". Así pues, la caridad es el único criterio con el que se deben hacer o dejar de hacer las cosas. Es el principio de discernimiento de nuestro hablar o callar, de nuestro obrar u omitir. Quien descubra en su obrar y pensar que lo dirige un principio distinto del amor, puede estar seguro de haber iniciado el camino de la infelicidad, de la infecundidad espiritual y del fracaso en la propia vida.

Sugerencias pastorales

El sentido de responsabilidad en relación con nuestros hermanos. Ahora tenemos ante nuestra mente dos realidades. Primero la de aquellos cristianos que viven su vida cristiana "hacia dentro": son buenos observantes de las normas de la Iglesia, participan en la vida de sacramentos, veneran y respetan el domingo, dan buen ejemplo. Sin embargo, no tienen un sentido misionero. No sienten que la expansión de la fe, la predicación del evangelio, la "nueva evangelización" es algo que les compete en primera persona. Sin embargo, son gente buena, más aún, son personas de grande calidad humana y espiritual. Ante esta situación es bueno volver al "principio del amor y de la misión". Es decir: hacer a los demás aquello que me gustaría que se hiciese conmigo; Id y predicad el evangelio a toda creatura. Así, nace de la esencia de la misma vida cristiana la sincera preocupación por el bien temporal y eterno de nuestros prójimos, cualesquiera que ellos sean. Nada, ni nadie puede ser indiferente para los discípulos de Jesús, porque Él, con su muerte y resurrección y su ascensión a los cielos, ha ganado para todos los hombres la redención de los pecados. Cada persona humana es alguien a quien puedo y debo ofrecer mi amor. No podemos sentirnos indiferentes ante nada: nos debe doler la pérdida de los hombres, el sufrimiento de los inocentes, las guerras e indecibles sufrimientos de miles de personas, los actos de terrorismo y de venganza... Toda esta situación del mundo impele al cristiano, no a la desesperación, muy por el contrario, casi le obliga a un nuevo compromiso con el mundo, a una nueva y más profunda evangelización. ¡El mundo está necesitado de Dios.

Las palabras de Ch. Péguy son muy ilustrativas: "Es necesario salvarse juntos. Es necesario llegar juntos al buen Dios, es necesario presentarse juntos; no podemos llegar a Dios los unos sin los otros. Debemos volver todos juntos a la casa del Padre. Es necesario pensar en los otros. Es necesario trabajar los unos por los otros. ¿Qué nos dirá si llegásemos, si volviésemos a la casa del Padre común los unos sin los otros? (Ch. Péguy Le mystère de la charitè de Jeanne d'ArcI Gallimard Paris 1943, p.39)

La segunda realidad que se presenta a nuestros ojos es la de aquellas personas, familias, grupos humanos, que encuentran en medio de sus hogares y de sus realidades cotidianas, el hecho de que uno de sus miembros se ha desviado del buen camino. ¿Qué hacer? ¿Intervenir? ¿Hablar? ¿Esperar? ¿Callar? En realidad, no es fácil responder en abstracto. Cada situación posee sus características propias y exigirá soluciones que varían de caso a caso. Sin embargo, hay un principio que prevalece: la caridad. Nos debe mover siempre y en toda circunstancia la caridad por la persona amada. Y cuanto más difícil sea aquello que debemos decir, tanta más caridad, comprensión y humildad se debe emplear en decirlo. Sí, debemos interesarnos por quienes se apartan del buen camino, pero debemos hacerlo con caridad y por amor. "Donde no hay amor, pon amor y sacarás amor". Huyamos pues de las descalificaciones, de las palabras descorteses, de las críticas solapadas, de la maledicencia y la calumnia. Eso no es cristiano y no debe ni mencionarse entre nosotros.

P. Octavio Ortíz

17.

Pocas lecturas bíblicas podrían llamar con tanta urgencia,  la responsabilidad profética del creyente como éstas de la liturgia dominical de hoy.

El profeta tiene la misión de señalar el camino recto. Debe decir cuando así acontece, que el camino que se está siguiendo es contra la ley de Dios. Es fácil decir que no hay que tomar parte personal en la corrección, porque la realidad es que el que tiene la misión de corregir, siente la lucha en su espíritu y se afecta interiormente y  a veces hasta físicamente. Dura fue la tarea de los profetas en el pueblo Israelita, la difícil tarea de anunciar al pueblo cosas que no siempre les agradaba y denunciar en muchas ocasiones las malas acciones que realizaban, pero el Señor con claridad advierte la necesidad de corregir, de anunciar con valentía la verdad aún a sabiendas del rechazo. Al leer la primera lectura del día de hoy no podemos dudar de que nadie pueda eximirse de la tarea de corregir:

A ti, hijo de Adán, te he puesto de atalaya en la casa de Israel; cuando escuches palabra de mi boca, les darás la alarma de mi parte. Si yo digo al malvado: «Malvado, eres reo de muerte»,
y tú no hablas, poniendo en guardia al malvado,
para que cambie de conducta; el malvado morirá por su culpa, pero a ti  se te pedirá cuenta de su sangre.

Pero si tú pones en guardia al malvado, para que cambie de conducta, si no cambia de conducta, él morirá por su culpa,  pero tú has salvado la vida

( Ezequiel 33,7-9).

El Señor Jesús confirma lo que en el Antiguo Testamento hemos leído:

"Si tu hermano peca, repréndelo a solas..." dice Jesús en el texto evangélico de san Mateo.

Meditamos estas palabras del Señor, reconociendo lo duro y difícil que resulta también hoy,  la corrección fraterna, sobre todo, en un mundo que valora en primer lugar el individualismo, un mundo que tiene como lemas: "vive y deja vivir" “No te compliques”  “No es tu problema” “Déjalo, el sabe lo que hace” “Déjalo, es su vida” “Déjalo está en la edad difícil, se corregirá sólo”.

Un mundo cerrado que no está abierto a ningún tipo de crítica constructiva…  Un mundo en que la soberbia nos puede, en el que tenemos en la punta de la lengua una excusa cuando hacemos algo no debido o cuando dejamos de hacer lo que teníamos que hacer… Un mundo en que la soberbia nos puede y en el que continuamente nos excusamos diciendo: “yo soy así” (la excusa del cobarde”);  “no se metan en mi vida”.

Un mundo en el que lejos de aceptar nuestros errores tenemos la tendencia marcada  de echarle la culpa de lo que hacemos a todo, y a todos, menos a nosotros mismos, que en la mayoría de los casos, somos los verdaderos culpables de todas nuestras tragedias.

Ante todo esto es entendible que prefiramos un cristianismo cómodo,  en el cual cada uno vive su vida sin meterse con el otro.  Un cristianismo que no nos complique al punto de hacer algo que a veces nos parece desagradable. Muchas veces preferimos criticar, hablar mal del prójimo, chismorrear etc todo menos ir a la persona y transmitirle con caridad lo que pensamos. Pero Cristo no deseaba un conjunto de seguidores individualistas, separados y aislados. Cristo nos enseño a llamar a Dios Padre, y eso significa que somos hermanos, no podemos abstraernos de la realidad que nos rodea, no podemos dar la respuesta de Caín. La Sagrada Escritura en el libro del Génesis nos dice que cuando Dios le hace la pregunta a Caín: “Dónde esta tu hermano” (Abel: el cual fue asesinado por este), contesta: “Yo no soy guardian de mi hermano”

Existe la tentación, no obstante,  de aislarnos en el cumplimiento de devociones, que en sí mismas no son malas, pero que no pueden. llevarnos a vivir con "sensación de altura", quitando los pies de la tierra. Es verdad que en algunos momentos resulta más fácil dicha "elevación". El mundo nos parece desagradable, nuestros próximos --la gente cercana-- no siempre actúan de buena manera, y esto no nos gusta. Dios parece que es nuestra sola medida. Pero no es así, porque Jesús esta detrás del rostro de cada hermano con quien nos encontramos. No nos engañemos, la "propuesta" de continuar solos es tentación. Sin duda, que lo es. Esa soledad, como única posibilidad, es perniciosa. Habremos creado una religión a nuestra medida, olvidando lo principal de ella que es el amor. Toda devoción verdadera me tiene que llevar necesariamente a salir al encuentro del hermano.

"Jesús nos llama a vivir la fraternidad de sentirnos hijos de Dios, y por tanto hermanos entre sí. Es por  eso que  con humildad, podemos corregir y ser corregidos.  Mas aún tenemos la obligación de corregir.

“Os exhortamos, hermanos, a que amonestéis a los que viven desconcertados, animéis a los pusilánimes, sostengáis a los débiles y seáis pacientes con ellos” (1 Te 5,14).

”Lo que soportáis os educa. Dios os trata como a hijos; y ¿Qué hijo hay a quien su padre no corrija? . Si os eximen de la corrección, que es patrimonio de todos, será que sois bastados y no hijos” (Hb 12,7).

El deber de la corrección en la familia y en los colegios, estos últimos tiempos, ha brillado por su ausencia porque es impopular. Porque fundamentados en una pseudo-psicología  muchos padres de familia, muchos profesores, muchos rectores de Colegio,  temiendo “traumatizar”  a los jóvenes llegan a una situación en muchas ocasiones hasta ridícula en aras a la nueva religión de está época: “El sicologismo” forjan jóvenes incapaces de enfrentar el futuro,  jóvenes que no conocen los límites, jóvenes que no saben lo que es la disciplina, jóvenes a los que los padres, los profesores o cualquiera que represente autoridad tiene miedo de enfrentar… de corregir. Triste panorama es el que nos espera: Lo que uno siembra eso recoge (Gal 6,8).  Aún en esta vida, se arrepentirán muchos padres y madres, de no haber corregido a su debido tiempo. Se habrán hecho daño mutuamente: Y "uno que ama a su prójimo, no le hace daño. Y amar es cumplir la ley entera" Romanos 13,8, también en este punto.

Grave es el daño que está sufriendo nuestra civilización al tomar está actitud muchas veces permisiva y destructiva en la educación de la juventud,  para las futuras generaciones.

Nosotros los sacerdotes no estamos exentos de la tentación de no corregir, de  mantener silencio. La verdad, el decir la verdad, nos vuelve impopulares…

Debo corregiros, aunque sepa que me mataréis cuando baje del púlpito, indicaba el Cura de  Ars  y  Santa Teresa advertía en su tiempo (nada diferentes a los actuales) que los predicadores componían  sus sermones para no incomodar, por eso se convierten tan pocos (añadía la Santa).

¡Cuánto tenemos que lamentar cuando nos hemos inhibido de corregir para no perder popularidad!

Con todo lo dicho anteriormente  no podemos dudar de la necesidad de corregir a quien yerra, pero ¿Cómo debe ser nuestra corrección?

El Señor nos da los lineamientos a seguir: "Si tu hermano peca, repréndelo a solas..."

La transformación de los pueblos comienza por los individuos, persona a persona. La corrección debe ser personal y con caridad.

El Señor se cuida de poner de relieve el secreto de la corrección:   “repréndelo a solas” No es algo dicho sin razón. En labios del Señor no hay palabras de más. Nada más perjudicial para un muchacho que es corregido por sus padres,  que una corrección hecha en presencia de sus hermanos,  sus amigos  o parientes, peor aún, si al hacerlo se lo compara con alguno de los demás, poniéndolo en situación de inferioridad. Sicológicamente esto es un golpe fuerte a la autoestima. Cada uno de los hijos es diferente, con sus propias aptitudes, capacidades, dones, cualidades y también defectos. Es un atentado contra la caridad el hacer una corrección poniendo al corregido en evidencia y  sin necesidad,  ante los suyos, y es el mismo evangelio el que nos invita a no hacerlo de esa manera. Las comparaciones son odiosas y lejos de llevar a quien las escucha a reflexionar sobre lo que se pretende transmitir lleva a la rebeldía y es causa de muchos traumas y resentimientos a quien los recibe.

Hay que tener en cuenta que corregir no es coaccionar. Corregir no es usar la violencia, corregir es decir lo que se ha de decir, con tino, tacto y comprensión,  lo acepten o no. Con dificultad ejercerá bien una buena corrección el que al hacerlo lo hace apasionadamente, con ira o con su amor propio herido, o carece de autoridad moral.

Quien tiene que corregir debe hacerlo con humildad por deber de caridad y no por venganza, rencor o resentimiento; sin lastimar y sin herir. Con ánimo de curar para restablecer el orden y la salud del hermano. De ninguna manera con el ánimo de  hundir y con suma caridad.

La corrección destemplada hecha con orgullo, aires de superioridad y suficiencia, o con murmuración previa,  con aires de impecabilidad por parte de quienes la ejercen, está condenada al fracaso.

La corrección fraterna nunca debe tener visos de venganza, de envidia satisfecha; tiene como fin salvar al hermano, no mancharlo, no pisotearlo tratando de apagar la mecha que aún humea.

Cuando se clama por una corrección severa se suele apelar a los derechos de la Verdad, olvidando que el único sujeto de derechos es el hombre. Ensartar la Verdad para desplomarla brutalmente sobre la cabeza del hermano no es cristiano. Hay que agarrar la verdad por el mango del Amor.

“No los miréis como a enemigos, sino amonestadlos como a hermanos” (2 Tes 3,15), nos aconseja san Pablo.

Modelo de corrección fraterna es san Dimas, el ladrón. Aquel ladrón que muere en una cruz junto a aquel otro llamado el ladrón malo y junto al Señor. Él comienza por reconocer su pecado: “nosotros sufrimos lo que merecemos…”,” en cambio, éste nada malo ha hecho El evangelio calla el efecto de esta corrección, lo cierto es que el otro ladrón no vuelve a decir palabra,

Lc 23, 39-42:Uno de los malhechores colgados le insultaba: «¿No eres tú el Cristo? Pues ¡sálvate a ti y a nosotros!» Pero el otro le respondió diciendo: «¿Es que no temes a Dios, tú que sufres la misma condena? Y nosotros con razón, porque nos lo hemos merecido con nuestros hechos; en cambio, éste nada malo ha hecho.»         Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino.»

La correción debe ser fruto del Espíritu Santo, por consiguiente, humilde. Pero no se debe dejar pasar por alto, lo exige una misericordia bien comprendida.

Sólo cuando el que corrige con humildad al tener que corregir, se sitúa en el caso del infractor de la ley y lo hace sin brusquedad y con mansedumbre,  puede esperar buen resultado, y a veces basta con señalar con el dedo. “Ahora, todo va con amor”, escribe Santa Teresa. .

Un punto importante es nuestro testimonio de vida.  No hay mejor corrección que la de aquel, cuya vida misma es ya una luz que ilumina el camino a seguir:

Escribe San Juan de Avila que quien no practica lo que tiene que enseñar, no enseñará lo que debe porque es antipsicológico enseñar contra si mismo.

Muchas veces el no querer corregir muchas veces es miedo a ser corregidos.

Quién ha entendido lo anterior entiende también lo importante que es el acoger con reverencia, gratitud y humildad, las correcciones que los demás nos hacen. No importa quien nos haga la corrección,  de que manera nos llegue, de buena o mala manera; no importa el porque lo hace, por hacernos un bien o un mal;  lo que importa es, si es verdad lo que nos dicen, escuchar con atención y abrirnos a la posible necesidad de un cambio en nuestra actitud.  Ésta es la mejor manera de crecer hacia una vida plena de felicidad, crecimiento y maduración personal.

Con el corazón abierto al Señor y a su palabra le pedimos en la oración que sea él el primero que nos corrija.      

Algunas ideas finales para reflexionar.

Corregir no es imponer criterios. No es buscar que la otra persona sea una replica nuestra es transmitir criterios de verdad   y con paciencia, como quien lanza la semilla ayudarla a crecer, sin violentar a la persona  a quien se corrige, dándole tiempo al tiempo y con la conciencia clara de la libertad de la que ella goza. 

Corregir no es domesticar, sino educar. San Francisco de Sales decía: “Más moscas se cazan con una cucharadita de miel, que con un barril de vinagre” La violencia consigue sólo resultados a corto plazo, pero no forma a la persona. La violencia consigue sólo resultados aparentes, pero no cambia el corazón de las personas, solamente quien ha descubierto la verdad y está convencido de ella, la seguirá toda la vida.

La corrección con enojo no es otra cosa que un desquite, una venganza camuflada de caridad.

La corrección está orientada a hacer crecer a la persona corregida, a ayudarla a ser mejor. La corrección no puedes convertirse de ninguna manera en la ocasión para agredir, o hacer sentir nada a la persona que recibe la corrección.  Una corrección sin humildad, una corrección hecha desde un pedestal, lejos de ser corrección es la ocasión para satisfacer nuestros deseos de sentirnos grandes, una manera también camuflada de soberbia. Cuando al corregir lo hacemos creyendo que somos incapaces de cometer la falta que el otro ha cometido, porque somos demasiado buenos para hacerlo, estamos muy, muy lejos de la verdad; si nos faltase la gracia de Dios, seriamos capaces de hacer cosas inimaginables. No en vano nos advierte el Señor diciendo: “Sin mi nada podéis hacer” y “nada” incluye  todo lo bueno que ahora si podemos hacer.

Para que nuestra corrección sea con caridad tiene que partir de la conciencia de que no somos ni mejores ni peores que la persona corregida, debemos tener conciencia de que lo que el otro ha hecho es fruto de su condición humana, de la cual yo también participo y por tanto no puede ser mi actitud la del verdugo, sino la actitud de quien con caridad cristiana sale al encuentro del hermano, sea este el esposo, la esposa, el hijo, el amigo etc  Debemos corregir como quisiéramos que los demás nos corrijan.