SUGERENCIAS

 

1. MADUREZ/HUMILDAD  HUMILDAD/AG:

La ruta de la madurez cristiana tiene sus inicios en la humildad.

Es de san Agustín la sentencia según la cual, en el camino de la liberación y de la verdad, el primer paso es la humildad, el segundo la humildad, el tercero la humildad... "y cada vez que me lo preguntes te diré lo mismo".

En la humildad -que Sta. Teresa definió como la verdad- radica el inicio de la conversión. Si no se parte de la visión real de uno mismo, es imposible llegar a la verdad. La correcta visión es nuestra condición de pecadores y de vacío. "reconozcamos nuestros pecados", decimos al empezar la Eucaristía. Es lo único que poseemos: pecados. Y debemos reconocerlo, puesto que las infidelidades tienen nombres muy concretos en nuestra vida.

Tenemos proyectos, ideales, decimos palabras bellas y proclamamos principios morales; pero todo se estrella a menudo contra la realidad: hacemos el pecado que acusamos en los demás.

CREATURA/HUMILDAD: Ante el descubrimiento de uno mismo, contrastado con la santidad divina, uno sabe que no tiene nada y que todo lo debe esperar de Otro, Y a partir de esta esperanza es posible recibir la autocomunicación de Dios, la voluntad salvadora. Afirma un autor que la humildad consiste en saber ocupar el lugar de creatura.

Cuando se ocupa el propio lugar uno se encuentra en disposición de encontrar a Dios; esta disposición es fundamental para levantar el edificio de la fe. Porque la misericordia de Dios sólo fructifica en la humildad. Recordemos que la revelación se dirige a los humildes: "Padre, te doy gracias..." (/Mt/11/25).

Los secretos de Dios son propiedad de los humildes.

La Encarnación de JC es un misterio de humildad en su misma esencia. Y su desarrollo lo fue también, puesto que el misterio pascual es la gran humillación y, por esta misma razón, la gran revelación. Recordemos Flp/02/06.

La humildad que sitúa en la verdadera condición, en la realidad de pecadores, no conoce la desconfianza y se desarrolla en medio de la alegría. Ayuda a vivir en la esperanza y la alegría, puesto que hace posible sentirse amado por Dios. Hace descubrir al creyente a qué dignidad ha sido llamado y cuál es la vocación y nobleza a la que el Señor le invita. Humildad es ensalzamiento y grandeza; es posibilidad, receptividad, docilidad, deseo de la venida de Dios... realismo de la necesidad.

Uno pensaría que esa virtud nos debe hacer descubrir más intensamente el papel que nos corresponde en la vida humana. Es muy importante desempeñar este papel y no hacer el ridículo. Debe guiar las relaciones con los demás, nos ha de ahorrar sobreestimarnos a nosotros mismos, debe ayudar a escuchar a todo el mundo con atención...

Lo contrario de la esperanza es el orgullo. Humildad es medida exacta de las propias cualidades y capacidades. La vanidad, la autosuficiencia, la ambición, el orgullo, la soberbia..., son actitudes que hay que examinar.

JUAN GUITERAS
MISA DOMINICAL 1974, 2b


2. HUMILDAD/NERUDA "Nunca se aprende bastante de la humildad". Son palabras del poeta chileno Pablo PABLO Neruda. No era cristiano, pero supo expresar admirablemente uno de los núcleos del mensaje evangélico. Que se opone radicalmente a lo que es norma en nuestro mundo. Dominado por el culto al éxito, por la obsesión por ocupar los primeros lugares, el figurar, el imponerse. Es lo que propone la publicidad: "Para triunfar..." "para tener éxito...", "para ser admirado..". Todo lo contrario de la humildad. Todo lo contrario del Evangelio de JC.

(J. GOMIS
MISA DOMINICAL 1977, 16


3. CONSUMO/YO-AUTENTICO  MASA/DIFERENCIAS

El aumento de la población, la concentración de la misma en los grandes núcleos urbanos y otras muchas características de nuestra sociedad que no es necesario pormenorizarlas ahora, han hecho que el hombre de nuestra sociedad viva más masificado que nunca.

La misma sociedad se ha organizado, en buena medida, en orden a favorecer o, cuando menos, sostener esta masificación: hospitales, medios de comunicación, transportes, viviendas...

Pero todo esto no ha conseguido anular en el hombre su sentimiento de individualidad; más aún: ante tal incremento de la masificación se han agudizado los deseos de reafirmar la propia individualidad, de ser diferente, de distinguirse de los demás, de romper con ese gregarismo que se podría tener por una de las características de nuestra sociedad.

Para conseguir romper con la masificación hay un camino fácil y rápido: la diferencia en lo exterior, en lo visible, en el aspecto, el vestido, los complementos... Este tipo de diferencias llevan al individuo a identificarse con un grupo concreto y reducido, "su grupo", en el que se encuentra a gusto porque está con los "suyos"; y esta misma identificación grupal le ayuda a marcar las distancias con la gran masa.

Sin embargo, siendo muy respetable -e incluso valiosa- esta forma de identificación, suele ser muy pobre y poco satisfactoria. El dinero, que "huele" enseguida los negocios, ha encontrado un buen filón en este asunto y no ha desaprovechado la ocasión; así, el capital ha hecho suya la "diferencia", y ahora está a la venta en tiendas y grandes almacenes, y a todos los precios. Muchos eslóganes publicitarios se basan precisamente en esa idea de la diferencia: "vive la diferencia", "marca la diferencia", "una vida diferente", "se tú mismo", "para gente especial"...

Así se consigue una buena cantidad de diferencias... que no se construyen sobre la identidad personal de cada uno, sino en los prototipos prefijados; al final resulta que somos masificados incluso en nuestras diferencias, aunque por lo visto eso a la mayoría no le importa y le es suficiente con hacerse la ilusión de creerse diferentes.

Pero hay otro camino; un camino para aquéllos que no quieran ser diferentes sólo por esnobismo, por moda o por necesidades creadas artificialmente por la publicidad; un camino para aquéllos que quieran ser diferentes por sus cualidades, por su propia identidad, por la hondura de su propia personalidad. Un camino que nos lo propone el Evangelio; un camino que, ¡esta vez sí!, nos hará ser realmente diferentes.

EV/NOVEDAD: Porque la diferencia que nos propone y nos ofrece el Evangelio no es una diferencia externa, de vestidos, complementos, aspecto...; tampoco es una diferencia de costumbre, lugares a visitar, sitios en los que estar...; en lo más profundo, ni siquiera se trata de una diferencia de ritos, cultos, oraciones... El Evangelio nos invita a ser personas radicalmente nuevas, con un tipo de novedad que afecta incluso a lo más profundo de la psicología humana: "a los arquetipos de comportamiento, a las formas inmanentes de la psicología humana, tanto individual como colectiva. Ser cristiano es ciertamente difícil, porque significa ser una persona diferente" CR/DIFERENTE.

Diferencia en el ser, no en el tener o en el parecer: ahí está la grandeza, la novedad y la dificultad del cristiano. (...continúa exponiendo diferencias derivadas del Evangelio).:¿Qué tal estaría si, para variar, para ser diferentes de la masa, para romper con ese gregarismo que a nadie nos gusta -pero en el que vivimos cómodamente instalados- nos decidiésemos a vivir en serio según el estilo del Evangelio? Seguro que seríamos diferentes, muy diferentes de los demás; tendremos que cambiar lo más profundo de nuestro ser, pero merece la pena; lograremos una verdadera y plena identidad personal. Seremos diferentes, pero, ahora sí, con una diferencia profunda, seria, que verdaderamente merecerá la pena; de lo contrario tendremos que seguir dejando que los publicistas y los comerciantes nos vendan "la identidad personal" con la ropa, la bebida o el coche... ¡Vaya panorama!

LUIS GRACIETA
DABAR 1989


4. RELACIONES/CONVIVENCIA:

"Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a tus vecinos ricos; porque corresponderán invitándote y quedarás pagado. Cuando des un banquete, invita a los pobres, lisiados, cojos y ciegos..." Porque una de las primeras consecuencias en la actitud de engreimiento y soberbia es la selección de las amistades y relaciones. Se entra en la convivencia de los privilegiados. El evangelio nos habla de invitación a un banquete, pero utilizando esta imagen tan común como símbolo de la convivencia, de la amistad, de las relaciones. Uno de los epifenómenos de la soberbia es restringir el círculo de la relación en razón directa a las personas con quienes puedo alcanzar un plus en mi status social o económico. La sabiduría humana nos dice que ahí no vamos a encontrar otra paga que la propia utilidad, no se nos van a abrir horizontes nuevos tales que no dejen sentir una nueva felicidad, que casi siempre está unida con la gratuidad y con la entrega a los demás.

De nuevo pienso que esta reflexión individual habría que agrandarla a nivel de las relaciones grupales e internacionales.

Muy especialmente en el momento español en que hemos ingresado en el Mercado Común (comunidad occidental de algunos de los países más ricos del mundo) y nos quedamos en la OTAN (pacto de defensa de algunos de los países más fuertes del mundo).

Los comentarios políticos y de prensa nos hablan casi todos los días del secreto orgullo de invitar y ser invitados a la mesa por los países más ricos del mundo. España está en el club de los grandes. Y desde que esto es así, imperceptiblemente van cambiando sus preocupaciones, sus actitudes, sus invitaciones a pobres, lisiados, cojos y ciegos. Es más, se ha inventado una palabra (horrorosa) para descalificar en política, economía o praxis social la preocupación por los más débiles: tercermundismo. Quien quiere invitar a su mesa política, económica o social algún comensal de Tercer Mundo, con peligro de que se le enfaden los del Club de los Grandes, es calificado de tercermundista, y con ello parece que ha recibido ya un insulto definitivo. Porque hoy lo propio de España es invitar y dejarse invitar por los más grandes y no hacer nada que ponga en peligro este hermoso banquete.

Yo creo que los cristianos tendríamos que reflexionar la parábola también desde nuestro hoy colectivo, y desenmascarar cómo la mayor parte de la motivaciones que se nos dan políticamente bajo el epígrafe de "legítimos intereses" y que podrían valer en confrontación con los grandes del mundo, se aplican en realidad a los pequeños y quieren decir "injustos egoísmos".

-DIOS SE REVELA A LOS HUMILDES.-Pero, decíamos, que casi imperceptiblemente debajo de este nivel de sentido común y sabiduría humana, se desliza una profunda experiencia religiosa.

"Hazte pequeño en las grandezas humanas y alcanzarás el favor de Dios; porque es grande la misericordia de Dios, y revela sus secretos a los humildes" /Si/03/20-21. Esta afirmación del Eclesiástico no nos resulta nueva a quienes meditamos el evangelio. Jesús da gracias al Padre porque oculta las cosas más importantes a los sabios de este mundo y las revela a los sencillos y humildes (/Mt/11/25). Y cuando no sólo se trata de humildes sino de humillados, con mayor razón Dios se pone de su parte: es el argumento del Magnificat, canto de agradecimiento de María y definitivo credo de los pobres.

La soberbia (y lo que a la soberbia conduce, como la riqueza, el poder, etc.) no sólo dificulta la convivencia humana, sino que impide al hombre ponerse en una actitud verdadera ante Dios. Y es una constante de la Biblia la afirmación de que El se revela a los humildes.

De manera que la sabiduría humana se convierte en este punto en una afirmación religiosa.

JESÚS MARÍA ALEMANY
DABAR 1986, 45


5. PODER/ORGULLO: HUMILDAD CONTRA ARROGANCIA. Frecuentemente se acusa de prepotencia y de arrogancia a los que detentan el poder. La inveterada tentación de "ordeno y mando", consustancial a los regímenes impuestos por la fuerza, parece renacer en los que tratan de imponerse por la fuerza de los votos. Y es que la autoridad, que debería adornar a los que ocupan el poder, nada tiene que ver con la arrogancia de los que confunden la democracia con la mayoría.

Pero esa misma arrogancia, que vemos y denunciamos en la cúspide, se agazapa y cultiva a todos los niveles de la vida organizada en sociedad. Pues tal es la arrogancia de los que presumen de títulos honoríficos o universitarios, de los que se jactan de alcurnia esclarecida, de victoria en reñidas oposiciones, de méritos en los concursos, de inmensas fortunas amasadas con el propio esfuerzo, o simplemente de ganarse la vida ellos solitos.

AUTOSUFICIENCIA/DEPENDENCIA: Todos padecemos la misma tentación de la autosuficiencia, de ser como Dios. Pretendemos ganarnos la vida por nosotros mismos, nos enorgullece haber llegado hasta aquí con nuestro esfuerzo; incluso hay quien presume de ser autodidacta. Y en eso andamos completamente errados. Sin negar ni restar nada al esfuerzo y la voluntad personal, tenemos que reconocer, guste o no guste, que nadie es autosuficiente. Y menos que nadie los que están más arriba. Todos necesitamos de todos, incluso necesitamos a los que creemos no necesitar. Tal es el principio de la sociabilidad humana, sin el que el hombre jamás sería persona.

Nadie tiene razón para presumir de nada. y menos los que se han aupado en la vida social aprovechando la desigualdad de oportunidades en vigor. Es fácil, pero miope, presumir de una brillante carrera, de éxitos en la investigación, de dividendos en los negocios, de triunfos en el arte o en la política. Los que tal presumen deberían evaluar cuánto deben -y no lo han pagado con su arrogancia- a los millones de anónimos trabajadores que han litografiado los textos, levantado los escenarios, fabricado los utensilios o mantenido el fluido eléctrico, el agua corriente, los alimentos o la ciudad limpia... para que ellos, los privilegiados, pudieran dedicarse a la ciencia, al arte o a la política. Pero no es así y, encima, pretenden -y lo imponen- vivir diez mil veces mejor (discriminación salarial) que los "simples" trabajadores, es decir, los que hacen posible que ellos se lleven la buena vida y la fama.

Nadie tiene nada de qué presumir. Todos debemos a los demás casi todo. Lo único nuestro, si lo tenemos, es la buena voluntad, la solidaridad y la humildad, que es la verdad.

EUCARISTÍA 1989, 41


6. LA VERDADERA HUMILDAD

¡Qué oportuno es el evangelio de este domingo! Los hombres buscamos siempre sobresalir para ser invitados y tenidos en cuenta, nos parecemos a los fariseos del tiempo de Jesús que apetecían honras exteriores y soñaban con destacarse de la plebe. El egoísmo puede cegarnos de soberbia e impedirnos ver a los que son más dignos. La autojustificación y la arrogancia nunca son buenas consejeras.

Los fariseos (¿nosotros?) se ponían en los primeros puestos de los banquetes para mirar, observar, pasar revista, descalificar a los demás. Se convertían en jueces creyendo que así no eran juzgados. Cuántas veces las cenas y comidas son mentideros y ocasiones que menosprecian a los inferiores socialmente y que rompen la convivencia e igualdad de todos.

Los que somos invitados por Cristo a su mesa deberíamos poseer la virtud del "último puesto", que nos hace reconocer sinceramente que nuestro "curriculum vitae" no es notable, incluso contradictorio. Ante Dios no valen pretensiones ni suficiencias, sino coherencia y humildad. La invitación nos llega no por merecimientos humanos, sino por gracia.

La humildad cristiana no consiste en cabezas bajas y en cuellos torcidos, sino en reconocer que debemos doblegar el corazón por el arrepentimiento, para que nuestra fe no sea pobre, nuestra esperanza coja y nuestro amor ciego.

Andrés Pardo