31 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO XXII -
CICLO C
25-31
25. DOMINICOS 2004
Agosto está yéndose. Con el mes, el tiempo de
excepción del año en el hemisferio norte, el tiempo de vacaciones de quienes han
tenido la suerte de disfrutarlas Aunque el calificativo más común que se aplica
a “vacaciones” es el de “merecidas”, no son pocos, quienes, mereciéndolas bien,
no las disfrutan. Posible es que algunos las disfruten sin merecerlas.
En este domingo último de agosto la palabra dominical nos invita a una bella e
inteligente actitud que hemos de mantener en la relación social: no buscar los
primeros puestos, no pretender ser más o tener más; sino tratar de estar a la
par con los demás, o, incluso, dejar que el otro levante la cabeza sobre
nosotros.
No se trata de simple educación: “usted delante”, ni de falsa humildad, “yo el
más grande los pecadores“; tampoco, como podía dar a entender una lectura rápida
del texto evangélico, de pura estrategia: abajarse para que te encumbren.
Se trata de situarse en el lugar que a uno le corresponde, ante Dios y ante los
demás. Eso es la humildad. Ante Dios, su criatura, pero criatura amada; ante los
demás, como compañeros de camino, que Dios me da para amar, no para juzgar ni
para engrandecerme ante ellos.
Comentario Bíblico
La verdadera humildad como generosidad y condescendencia
Iª Lectura: Eclesiástico (3,19-21.31.33): La humildad para dejar vivir a los
otros
I.1. Este domingo se nos presenta enmarcado en planteamientos muy humanos de la
vida; se propone a la comunidad la praxis de la humildad, una de las virtudes
que menos estima recibe en este mundo de competencias infernales, de luchas a
muerte por los primeros puestos, por las grandes producciones, por los estilos
arrogantes de comportamiento. Quien carezca de este estilo, hoy, parece que no
tiene futuro.
I.2. La primera lectura , del Sirácida, es una colección de dichos y refranes de
sabiduría, como casi todo el libro, en que se hace el elogio de la humildad, la
reflexión y la limosna. Si tienes conciencia de ser grande, de valer algo,
procura manifestarte ante los otros con humildad. Es una virtud ésta, no para
aparentar lo que no se es, sino para no apabullar a los otros.
IIª Lectura: Hebreos (12,18-19.22-24):
II.1. Se prosigue con la alta teología de la carta a los Hebreos sobre la fe.
Esta exhortación fervorosa se dirige a una comunidad judeo-cristiana que está
pasando por un mal momento, por dificultades internas y externas, pone de
manifiesto la obra redentora de Cristo, el Sumo Sacerdote, en comparación con la
liturgia, ya muerta e irreversible, del antiguo templo de Jerusalén. Ahora la
liturgia que se propone es de tipo celeste, vital, existencial.
II.2. Se quiere subrayar que la comunidad cristiana, llamada a la santidad, no
tiene que tener miedo, porque puede entrar en el misterio de la santidad divina,
ya que Jesucristo ha hecho posible que nuestros pecados se borren. No tenemos
que tener miedo a la santidad (como les sucedía a Moisés y a los israelitas en
el Sinaí frente a la santidad de Yahvé). Ahora con Jesucristo, la santidad de
Dios es cercanía, misterio curativo que humaniza la misma religión. Los ángeles,
los cielos, la Jerusalén celeste, son los signos para hablar de una experiencia
que no debemos perder de vista, una nueva alianza.
Evangelio: Lucas (14,1.7-14): La humildad ofrece dignidad a los otros
III.1. Nos encontramos con dos parábolas del buen comportamiento en la mesa. El
texto de Lucas está bien construido. En la primera, Jesús se dirige a los
comensales a propósito del puesto que deben ocupar cuando son invitados (vv.
7-11) y en la segunda se dirige a quien invita para que haga una buena elección
de los invitados (vv.12-14). Claro, que nada es lógico en estas parábolas,
porque sucede que cuando somos invitados nos gustaría ser de los principales; y
cuando invitamos nos gustaría hacerlo teniendo en cuenta la importancia de los
mismos. No es eso lo que se propone en este conjunto, que toma la “mesa” como
símbolo casi religioso. Las famosas “comunidades” fariseas (havurah/havurot, de
haver, amigo), tenían cuidado de no invitar a nadie que no cumplieran con normas
estrechas de comportamiento, de preceptos, de comidas kosher, etc.. No era
admitido cualquiera a estas havurot. Por eso tiene mucho sentido las propuestas
“alternativas” de Jesús a los suyos. En la mesa se compartía amistad e ideas, y
por eso tenía tanta importancia.
III.2. El evangelio, como ya se ha puesto de manifiesto, se nos propone la
humildad. ¿Por qué, para ser un buen seguidor de Jesús es necesario ser el
último, el servidor de todos? ¿No es una falsedad aparentar lo que no se es?
Aquí no cabe otra explicación que el mismo misterio de la condescendencia
divina, que siendo poderoso, se ha hecho como uno de nosotros. La parábola de
los primeros y los últimos puestos en un banquete le sirve a Jesús para poner de
manifiesto la humildad. El marco de esta parábola es la de un sábado en que
Jesús es invitado a casa de un fariseo. Los fariseos, sus escribas, no gozan de
buen nombre en el evangelio (Lc 20,46-47). ¿No es bueno aspirar a ser el
primero, el mejor, el más perfecto? Si lo miramos desde la perspectiva de los
deportistas en las Olimpiadas parecería que no es muy acertada la proposición de
Jesús, aunque hoy sabemos que solamente gana uno; y muchos deportistas nos dan
la lección de que es tan importante participar como ganar.
III.3. De alguna forma este ejemplo lo podíamos aplicar a la vida cristiana:
todos valen en una comunidad, todos tienen algo positivo, todos tienen algo
bueno. No importa ser los primeros si ser el primero nos lleva a ser arrogantes
e inmisericordes. Por eso la segunda parábola de la lectura de hoy pide que no
invitemos o compartamos nuestra amistad con los que nos van a pagar, sino con
aquellos que no pueden responder a nuestra generosidad. Y es que el tema de la
humildad, cristianamente hablado, se resuelve en la generosidad. El que es
humilde es generoso, misericordioso con los otros. Esa es la razón por la que la
humildad cristiana es actitud sabia y principio de amor.
Fray Miguel de Burgos, O.P.
mdburgos.an@dominicos.org
Pautas para la homilía
Jesús y los fariseos.
Sin duda el enfrentamiento más duro que Jesús encuentra en su misión
evangelizadora es el que mantiene con los fariseos. Enfrentamiento sí, pero
entre personas que se encuentran, que dialogan, discuten , “se buscan las
cosquillas”; pero que no son indiferentes entre sí; como se dice ahora, ni Jesús
“pasa” de los fariseos ni éstos de Jesús. Así de vez en cuando Jesús acepta
invitaciones de ellos a sentarse a la misma mesa. Como también come con
publicanos y pecadores, según la acusación que los fariseos le hacen
Pero la invitación no implica que la consideración debida al anfitrión le
obligue a callar ante actitudes no “evangélicas”. Además del evangelio de hoy se
puede ver el episodio de la invitación que le hace el fariseo Simón a comer,
(Lucas 7, 36-49). La cortesía no le quita hablar con valentía, estableciendo
diferencias entre los fariseos y el modo de actuar que desea para sus
seguidores.
La búsqueda de los primeros puestos
Con frecuencia hablamos de nuestra sociedad como sociedad esencialmente
competitiva. Competir en política o en economía o incluso en religión es buscar
los primeros puestos. Buscar los primeros puestos no consiste simplemente en ser
más, sino en ser más que el otro, situarse por encima del otro. Creo que eso es
exigencia de la sociedad. Pero no es exclusivo de nuestros tiempos. Es propio de
la condición humana. El primer pecado consistió en querer ser tanto como Dios o
más que él; el segundo el de Caín, en querer estar por encima de Abel. La
historia de la humanidad está marcada por la sangre derramada por ser más, o
tener más que el vecino. Como sabemos, ni los discípulos de Jesús se libraron de
esa búsqueda de los primeros puestos en el Reino de Dios. Los evangelistas nos
lo atestiguan.
Sólo se es grande cuando se sirve.
Servir es la gran palabra. Sucede que hemos deteriorado su significado y creemos
que servir es lo propio del siervo, del esclavo. Y no, es lo propio del libre.
Del que entiende su vida como servicio a Dios y a los demás.
Servir es vivir saliendo de sí, haciéndose útil al otro, y, por lo tanto, dando
sentido a la propia vida. Vivir no es ser parásito que vive a cuenta de que los
demás le sirvan, le alimenten. Quien fija así el objetivo de su vida, la
malgasta, “no sirve para nada”.
Servir desde la igualdad.
No se trata de buscar servir sólo desde el poder, político o económico o
intelectual o religioso. Eso es bastante común: servir, pero dejando claro quién
ocupa los primeros puestos, quién es más.
Tampoco se ha de servir desde la actitud de quien no sirve para nada, se juzga
inútil o desecho humano. No, se sirve desde nuestra dignidad de personas e hijos
de Dios. Somos “siervos inútiles” sin la gracia de Dios, pero ésta se derrama
abundante en nosotros. Nunca Jesucristo, que vino a servir no a ser servido,
prescindió de lo que era; aunque eso sí, como dice Pablo, “no hizo alarde de su
categoría de Dios”. Se declaró el Hijo del Hombre, una misma cosa con el Padre.
Esto último en el momento en que se rebaja, como relata Juan, a lavar los pies
de sus discípulos para mostrarles prácticamente cómo tenían que ser servidores
unos de otros. .
Servir a los que quizás no pueden corresponder.
Es lo que se indica cuando Jesús manifiesta que se invite a los pobres,
lisiados, cojos y ciegos. La grandeza está en el servicio, no en el pago que
consigas por él. La grandeza y la felicidad: “dichoso tú porque no pueden
pagarte”, dice Jesús. Las dos expresiones más agradables de oír son: “te quiero”
y “me has ayudado”. Nada puede ofrecer más felicidad a una persona que saberse
querido y que ha servido eficazmente a otro. (Felicidad que es compatible con la
de amar y la de dejarse ayudar. Pero esto es otro asunto, que alargaría la
homilía).
Fray Juan José de León Lastra, O.P.
juanjose-lastra@dominicos.org
26. SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO 2004
El texto de hoy se inserta dentro de la sección del evangelio en la que Lucas cuenta las incidencias durante el camino de Jesús hacia Jerusalén.
Esta sección consta de tres partes: a) preámbulos del viaje (9,51-10,24); b) parte central (10,25-18,30) y c) subida a Jerusalén (18,31-19,46). El centro de toda la sección está en 13,31-35, escena en la que Jesús llora por la ciudad y la denuncia por su infidelidad:
31En aquel momento se acercaron unos fariseos a decirle:
-Vete, márchate de aquí, que Herodes quiere matarte.
32El les contestó:
-Vayan a decirle a ese don nadie: "Yo, hoy y mañana, seguiré curando y echando demonios; al tercer día habré acabado".
33Pero hoy, mañana y pasado tengo que proseguir mi camino, porque no cabe que un profeta perezca fuera de Jerusalén.
34¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que se te envían! ¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos como la clueca a sus pollitos bajo las alas, pero no han querido!
35Pues miren, su casa se les quedará vacía. Y les digo que no volverán a verme hasta el día que digan: "¡Bendito el que llega en nombre del Señor! (118,26)"
En los preámbulos (9,51-10,24), Jesús nombra a los setenta discípulos, de origen samaritano, que se constituyen como un grupo alternativo al de los doce; en la parte central (10,25-18,30), Jesús instruye a sus discípulos y a las multitudes sobre las características del reinado de Dios y los previene contra sus adversarios, los fariseos; esta sección es como un largo camino-éxodo, semejante al de Israel por el desierto (Dt 10,1-18,14); la subida a Jerusalén (18,31-19,46) comienza con la tercera y última predicción de Jesús de la muerte-resurrección, hecha a los Doce, y termina con la entrada de Jesús en Jerusalén y denuncia del templo, como “cueva de bandidos”.
Esta denuncia del templo provocará la confrontación final de Jesús y su muerte, pues, al terminar Jesús de denunciar el templo, el evangelista comenta:
19, 47Todos los días enseñaba en el templo. Por su parte, los sumos sacerdotes y los letrados trataban de acabar con él, y lo mismo los notables del pueblo, 48pero no encontraban modo de hacer nada, porque el pueblo entero lo escuchaba pendiente de sus labios.
La sentencia está ya, por tanto, dictada; sólo queda ejecutarla. El
enfrentamiento de Jesús culmina en su muerte; pero su éxodo, ese viaje hacia
Jerusalén, no acaba en la cruz, como prueba de su fracaso, sino en la tierra
prometida de la resurrección, al tercer día, que evidencia el triunfo de Dios en
Jesús. Este camino de Jesús hacia la muerte es el paso definitivo hacia la vida,
que confirma que Dios estaba con él, llenando de razón su existencia y negando
la sinrazón de los líderes del sistema judío que habían convertido el templo en
una cueva de bandidos (palabras que son cita de Jeremías 7,11; cf. Is 56,7),
lugar adonde iban a encontrar seguridad y refugio quienes llevaban una vida en
desacuerdo con la verdadera voluntad de Dios: el servicio y la entrega a los
demás por amor. Los jefes del pueblo se habían convertido en sus opresores.
Comentario:
Es humano el afán de ser, de situarse, de estar sobre los demás. Parece tan natural convivir con este deseo que lo contrario se etiqueta en nuestra sociedad de “idiotez”. Quien no aspira a más, quien no se sitúa por encima de los demás, quien no se sobrevalora, es tachado, a veces, de “tonto” en este mundo tan competitivo.
En nuestra sociedad hay un complejo sistema de normas de protocolo por las que cada uno se debe situar en ella según su valía. En los actos públicos, las autoridades civiles o religiosas ocupan uno u otro lugar según escalafón, observando una rigurosa jerarquía en los puestos. Se está ya tan acostumbrado a tales reglas, que parece normal este comportamiento jerarquizado.
Jesús acaba con este tipo de protocolo, invitando a la sensatez y al sentido
común a sus seguidores. Es mejor, cuando se es invitado, no situarse en el
primer puesto, sino en el último, hasta tanto venga el jefe de protocolo y
coloque a cada uno en su lugar.
El consejo de Jesús debe convertirse en la práctica habitual del cristiano. El
lugar del discípulo, del seguidor de Jesús es, por libre elección, el último
puesto. Lección magistral del evangelio que no suele ponerse en práctica con
frecuencia. No hay que darse postín; deben ser los demás quienes nos den la
merecida importancia; lo contrario puede traer malas consecuencias. El cristiano
no debe situarse nunca por propia voluntad en lugar preferente.
No sólo no darse importancia, sino actuar siempre desinteresadamente. Jesús denuncia la práctica de aquellos que invitan a quienes los invitan, del “do ut des”, del “te doy para que me des” y anima a invitar a pobres, lisiados, cojos y ciegos, gente a la que nadie invita, cuando se da un banquete; quien actúe así será dichoso, porque no tendrá recompensa humana, sino divina “cuando resuciten los justos”. Las palabras de Jesús son una invitación a la generosidad que no busca ser compensada, al desinterés, a celebrar la fiesta con quienes nadie la celebra y con aquellos de los que no se puede esperar nada. El cristiano debe sentar a su mesa, o lo que es igual, compartir su vida con los marginados de la sociedad, que no tienen, por lo común, lugar en la mesa de la vida: pobres, lisiados, cojos y ciegos. Quien así actúa sentirá la dicha verdadera de quien da sin esperar recibir.
Las palabras de Jesús en el evangelio de hoy muestran las reglas de oro del protocolo cristiano: renunciar a darse importancia, invitar a quienes no pueden corresponder; dar la preferencia a los demás, sentar a la mesa de la vida a quienes hemos arrojado lejos de la sociedad.
Quien esto hace, merece una bienaventuranza que viene a sumarse al catálogo de las ocho del sermón del monte: «Dichoso tú, porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos.»
Para Jesús adquiere el verdadero honor quien no se exalta a sí mismo sobre los demás, sino quien se abaja voluntariamente. Paradójicamente, se adquiere el verdadero honor no exaltándose a sí mismo sobre los demás, sino poniéndose el último a su servicio. La generosidad se debe compartir con los “pobres”! que no pueden pagar con la misma moneda, porque no tienen nada. Honor y vergüenza adquieren en boca de Jesús un contenido diferente: el honor consiste en servir ocupando los últimos puestos y esto ya no es motivo de vergüenza sino señal verdadera de que se está ya dentro del grupo de los verdaderos seguidores de un Jesús que no ha venido para ser servido, sino para servir y dar la vida por muchos”
Las restantes lecturas de este domingo van en la misma línea del evangelio; en
la primera, del libro del Eclesiástico se dan consejos de sentido común: la
conveniencia de proceder siempre con humildad, de hacerse pequeño en las
grandezas humanas, de no darse demasiada importancia, tan en la línea del
comportamiento y los consejos de Jesús que se ha hecho asequible, menos solemne,
menos accesible y ya no se manifiesta, como Dios en el Antiguo Testamento, con
señales de fuego, nubarrones, tormenta y estruendo, sino como mediador de la
Nueva Alianza, como puente entre la comunidad y Dios. Para llegar a Dios, los
cristianos tienen que pasar por Jesús, verdadero camino para el Padre y el único
sendero que debe practicar la comunidad cristiana. El se ha definido en el
evangelio de Juan como camino, verdad y vida, o como camino que lleva a la
verdad que es y conduce a la vida. Y la vida florece en plenitud cuando está
impregnada de amor sin aspavientos ni deseos de protagonismo, cuando se sabe
ocupar el único lugar de libre elección del cristiano: el último puesto, para
que no haya últimos, para que no haya quienes estén arriba y abajo, como Jesús
se propuso. Maravillosa utopía que nos empuja para conseguir cuanto antes la
única aspiración o meta que debe ponerse el cristiano: la de hacer un mundo de
hermanos, igualados en el servicio mutuo.
Para la revisión de vida
-¿Qué maneras conscientes o inconscientes tiene mi corazón para llevarme a buscar "los primeros puestos"?
-Cuando invito, incluso cuando me doy a mí mismo, ¿lo hago pensando -consciente o inconscientemente- en la recompensa que me podrán devolver?
-En definitiva: ¿soy humilde y gratuito? ¿Tengo mi esperanza puesta en "la
resurrección de los justos", como dice Jesús?
Para la reunión de grupo
- Los dos temas que la Palabra de Dios ofrece hoy para la reunión de grupo podrían ser la humildad y la gratuidad.
- La humildad: ¿Qué es realmente? Diferenciarla del apocamiento, del complejo de inferioridad, de la timidez, de la falta de autoestima... ¿Cómo conjugarla con la verdad, con la legítima aspiración a ser más, con la sana rebeldía?
- La gratuidad: significa un salto cualitativo del ser humano sobre el
egocentrismo inscrito en nuestros instintos animales. Y el evangelio lo potencia
al máximo. El amor es verdadero sólo en la medida en que es gratuito. Toda
"comercialización" o búsqueda de recompensa en el amor es su destrucción. ¿Cómo
vivirla en un tiempo donde todo se compra y se vende, donde la rentabilidad es
un valor central, y donde la beneficencia o la donación es considerada como
negativa para el desarrollo...?
Para la oración de los fieles
- -Para que la vida interna de la Iglesia sea una muestra de la búsqueda del mayor servicio y no del mayor honor o poder, roguemos al Señor...
- -Para que la "jer-arquía" (poder sagrado) sea entendida en cristiano más bien como "iero-dulía" (servicio sagrado)...
- -Para que seamos capaces de poner nuestro corazón y nuestro tesoro en los verdaderos valores, los que resisten hasta la "resurrección de los justos", hasta la victoria de la Justicia...
- -Para que el evangelio desafíe en nosotros a la ideología neoliberal que todo lo compra y lo vende, sin dejar espacio a la gratuidad y el amor generoso...
- -Para que eduquemos nuestra mirada y nuestro corazón, de forma que seamos
capaces de gozarnos en los valores gratuitos, allí donde otros pueden ver sólo
pérdida de ocasiones de lucro...
Oración comunitaria
Dios Padre y Madre, que por puro amor gratuito nos has creado y nos has regalado
también gratuitamente la Vida. Danos un corazón grande para amar, fuerte para
luchar y generoso para entregarnos a nosotros mismos como regalo a tu familia
humana. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que entregó su vida generosamente
por nosotros como el camino que hemos de seguir para llegar hasta ti, que vives
y reinas por los siglos de los siglos.
27. I.V.E. 2004
Comentarios Generales
Eclesiástico 3, 19- 21. 30- 31:
El Sabio nos anima a buscar y a practicar la humildad. Se trata de una
disposición en el alma para con Dios y para con el prójimo. Para con Dios es
plegarse a su voluntad; para con el prójimo se traduce en dulzura, amabilidad,
benignidad, paciencia, etcétera:
- Quien ante el Señor se presenta y actúa con humildad halla gracia a los ojos
de Dios; y es bendecido y amado de los hombres, especialmente de los sencillos y
humildes (17- 20).
- El orgulloso, por el contrario, no tiene remedio para sus males; el pecado
tiene en él raíces muy hondas. Y ya incapaz de reconocerse pecador, rechaza toda
medicina que podría curarle (28). El humilde, empero, está siempre oído atento;
y siempre aprende (30).
-Estas normas de sabiduría alcanzan en Cristo no sólo confirmación, sino
plenitud y elevación. Jesús en su programa de la “Bienaventuranzas” coloca la
pobreza y humildad como las disposiciones básicas que han de cultivar sus
seguidores (Mt 5, 3. 4). La humildad nace y crece en clima de pobreza y
desafección, así como el orgullo engorda en clima de riqueza y avaricia.
Hebreos 12, 18- 19. 22- 24:
A todo lo largo de la Carta a los Hebreos se han puesto frente a frente la
Antigua Alianza y la Nueva. En los versículos que hoy leemos se vuelve por
última vez a esta confrontación:
- A la Antigua se la denomina Alianza del Sinaí. Los fenómenos físicos que
acompañan aquel acontecimiento dejan a todos sumidos en el temor y espanto. El
mismo Moisés exclama: “Espantado estoy y estremecido” (21). En efecto, aquellas
llamas y truenos, aquella hórrida tempestad, aquellas densas tinieblas,
escenario de la Alianza del Sinaí, eran signo de que nos hallamos aún en una
Alianza de temor, concertada entre Dios y un pueblo que tiene aún espíritu de
siervos.
-A esta Alianza del Sinaí, provisional y umbrátil, sucede la Nueva eterna
Alianza (= Sión Nueva). La belleza y riqueza de esta Alianza muestran su
evidente y comparable superioridad frente a la Antigua. En la Nueva: Somos
familia de Dios, hermanos de los ángeles (22); ciudadanos ya del cielo por
derecho, pues vivimos en el Reino de Dios nuestro Padre (23); Cristo es en esta
Alianza el Mediador y Abogado; su Sangre es nuestra expiación; y su Palabra es
nuestra luz (24). Vivir en la Sión “celeste” significa, en contraposición a la
Jerusalén “terrena”, que la Nueva Alianza lo es de gracia, de amor, de santidad,
de filiación y vida divina. Y, por lo tanto, la Antigua, no obstante su
esplendor, era sólo carnal, material, humana, terrena, impotente, umbrátil,
prefigurativa, provisional, caduca. La Nueva, empero, es espiritual, viviente,
divina, poderosa, verdadera, real, eficaz, definitiva, eterna (cfr. Heb 8, 1-
13). Querer retornar al culto y prácticas de la Antigua Alianza sería pasar de
la luz a la noche. Querer detenerse en la Antigua Alianza sería inmovilizarse y
petrificarse en el camino sin jamás llegar a la meta: “El fin de la Ley (=
Antigua Alianza) es Cristo” (Rom 10, 4). Es la fe en Cristo la que da Salvación
a cuantos creen en Él.
-San Pablo, que fue fervoroso fariseo y, por tanto, entusiasta en el amor y
cumplimiento de la Ley, hace varias veces el cotejo de la Vieja y Nueva Alianza.
En la segunda Carta a los Corintios las contrapone como Alianza de la letra y
Alianza del Espíritu. La economía de la Ley es economía de la letra, de pecado,
de muerte, de servidumbre, de condenación. Es decir, dicta leyes pero no da
gracia. Con ello no hace sino multiplicar y agravar el pecado. La economía del
Espíritu es economía de gracia, de vida, de salvación, de filiación de
confianza. Y concluye: “Tanto, que podemos decir que la gloria de la Antigua no
fue tal ni merece nombre gloria, en comparación con esta incomparable gloria de
la Nueva. A la verdad, si lo efímero tuvo gloria transitoria mucho más lo
perdurable tendrá su gloria sin ocaso” (2 Cor 3, 10). ¡Cuán gloriosa la Nueva
Eterna Alianza! Su gloria bien que velada mientras somos peregrinos, es divina y
eterna.
Lucas 14, 1. 7- 14:
Jesús insiste en una lección muy importante y la propone en el estilo que le es
peculiar: la parábola:
-Jesús aprovecha la oportunidad de un convite. Su intención no es dar normas de
urbanidad social, sino de conducta religiosa. En particular quiere enseñar a los
que en el Reino Mesiánico van a desempeñar cargos de presidencia y gobierno. Lo
normal entre los hombres es la lucha por escalar los primeros puestos; y una vez
alcanzados vivir en ellos en ostentación y fausto. En el Reino Mesiánico la
autoridad debe ser humilde y servicio de amor. Quienes no se guíen por esta
norma de Cristo se encontrarán con la sorpresa de que a la hora del juicio ellos
pasarán a ser los últimos, mientras los que acá fueron acá servidores humildes
ocuparán los primeros puestos.
-Otra lección interesante del maestro es la rectitud de intención con que
debemos proceder en cuanto hacemos. Si al prestar a otro un servicio buscamos su
gratitud y que nos lo retorneál a su vez, no damos, sino que exigimos; no
ejercitamos la caridad, sino el egoísmo. De ahí la enseñanza de Jesús: “Cuando
prepares un banquete invita a los mendigos, mutilados, cojos, ciegos.” Estos no
pueden recompensártelo. Te lo premiará el Padre (14).
-El premio pleno se nos dará en la resurrección (14b.). Será premio para el alma
y para el cuerpo; y será premio que se nos dará en presencia de todos. Esta
perspectiva de la escatología final en nada minusvaloriza el premio de la
escatología intermedia en la que goza ya el alma que, purificada, entró ya en la
visión de Dios.
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SAN JUAN DE ÁVILA
La humildad alcanza la misericordia
a) Dios lo impone a nuestra naturaleza
“No sé si habéis caído en la cuenta... en cuánto cuidado está puesto nuestro
Dios por nosotros. Púsonos... tanta inclinación para subir, que no nos
contentamos aunque subamos hasta los cielos. Todos queremos subir. Y ansí veréis
que tan descontento estáis después de haber subido a una deseada dignidad como
antes. Y, aunque subieses a ser señor de todo el mundo, no te hartarías de
subir; tan descontento estarías como si no tuvieses nada. Y ansí, aunque fueses
señor de los ángeles y de los cielos, no estarías contento si no subieses a ver
a Dios. Fecisti nos ad te et inquietum est cor nostrum donec requiescat in te
(San Agustín). Y en tanto es necesario subir a hasta alcanzar a Dios, que o lo
has de alcanzar, o sérate necesario bajar hasta el infierno a pasar tormentos
eternos”
b) Lucifer y el hombre caen al subir
“Allá quiso Lucifer subir, y aunque recio de cabeza, aunque tan excelente, como
sea tan peligroso el subir, no acertó... Desvaneciósele la cabeza y cayó y no
paró hasta dar en lo profundo del infierno. Y de tan excelente criatura es el
más malaventurado que Dios crió ni criará. Ya allá a aquellos buenos de nuestros
padres díjoles el demonio: Seréis como dioses... (Gen 3, 5), y, como quisieron
subir, dieron tal caída, que dieron con todos nosotros en el lodo”.
c) Es negocio que exige toda nuestra atención
“Y, Señor, pues que hemos de subir y hay tanto peligro en subir, ¿qué remedio
para que acertemos a subir? ¿No os parece que, pues tanto va con el negocio, que
debemos de subir hasta tener a Dios? Que, si no lo tenemos, aunque seamos
señores del cielo y de la tierra y de los ángeles, somos malaventurados. ¿No os
parece en qué tan gran cuidado nos ha puesto Dios?...
Ansí ha de hacer el cristiano, que, si tiene tantico seso y se para a pensar el
negocio que tiene entre sus manos, no es posible sino que muchas veces pierda el
sueño y en medio de la comida se le pare el bocado en la boca, y en medio de los
placeres se pare pensativo y diga: “Vete, mundo; vete y no me pidas que me pare
a holgar, reír ni jugar, que no me vaga hasta que se dé por mí la sentencia y
diga mi Dios: Ven acá, entra conmigo en la gloria. No descansaré, pues tal
negocio tengo entre las manos”. ¿No os parece que es negocio que os ha de poner
en cuidado?”...
(Verbum Vitae, t. VI, B.A.C., Madrid, 1955, p. 990-991)
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Dr. D. Isidro Gomá y Tomás
En la Perea
JESÚS EN CASA DE UN FARISEO. HUMILDAD Y CARIDAD: Lc. 14, 1-14
Explicación. La humildad (7-11). Entretanto fueron los convidados acomodándose
en los divanes para el festín. Jesús observa las maniobras de los comensales
para hacerse con los primeros puestos, acercándose cuanto pueden al asiento del
jefe de la casa, hombre principal. Y observando también cómo los convidados
escogían los primeros asientos en la mesa, defecto propio de los fariseos (Mt.
23, 6), les propuso una parábola, una lección, y dijo: Cuando fueres convidado a
bodas, a un festín solemne manera delicada de reprender a los presentes, no te
sientes en el primer lugar, no sea que haya allí otro convidado de más dignidad
que tú, de mayor categoría, y venga aquel que te convidó a ti y a él, y te diga:
Da el lugar a éste: y entonces tengas que tomar el último lugar con vergüenza,
tanto mayor cuanto que los lugares intermedios están ya ocupados. Mas cuando
fueres convidado, ve, y siéntate en el último puesto: no por humildad afectada,
sino por sincera prudencia; para que cuando viniere el que te convidó, te diga:
Amigo, sube más arriba. Entonces serás honrado delante de los que estuvieron
contigo en la mesa. Nótese el contraste entre el que baja, lleno de confusión, y
el que sube, lleno de honor, y entre las palabras duras dichas al primero y las
suaves con que se invita al segundo a mejorar de puesto. Y saca Jesús la
moraleja de la parábola: Porque todo aquel que se ensalza, humillado será: y el
que se humilla, será ensalzado: es esta norma de los divinos juicios; no siempre
sucede así en el criterio ni en la conducta de los hombres.
La caridad (12-14). Solían los judíos aderezar con parábolas sus conversaciones
durante los festines: Jesús ha puesto una para todos los convidados; ahora
refiere otra al anfitrión: Y decía también al que le había convidado: Cuando das
una comida o una cena, no llames a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus
parientes, ni a tus vecinos ricos, a lo menos sistemática y exclusivamente; la
razón es porque se halla pronto la recompensa del obsequio: no sea que te
vuelvan ellos a convidar, y te sirva (esto) de recompensa, no quedando lugar
para una recompensa superior. Mas cuando haces convite, llama a los pobres,
lisiados, cojos y ciegos, a los que no tienen manera de recompensarte,
convidándote a su vez: Y serás bienaventurado, porque no tiene con qué
corresponderte: mas se te galardonará en la resurrección de los justos, en la
vida eterna. No se prohíbe en la parábola cumplir con los deberes de familia o
de amistad, pero se recomienda una acción superior, como es la de hacer obras de
caridad para con los desvalidos.
Lecciones morales. V. 7: Escogían los primeros asientos en la mesa... Cura
primero Jesús la hinchazón material del hidrópico, dice San Ambrosio; y luego la
espiritual de quienes apetecen los puestos de honor. Porque es temeridad
empeñarse en asaltar los primeros puestos, dice San Cirilo, cuando no nos son
convenientes, y puede llenar nuestra vida de vituperio. A veces se escuda esta
ambición en las exigencias de nuestro cargo o dignidad: de aquí las cuestiones
tan frecuentes de etiqueta y precedencia. Es muy cristiano no altercar en estos
casos, ceder si no es en desdoro de nuestro cargo, o indicar con modestia y
humildad lo que juzguemos nuestro derecho.
V. 8: no te sientes en el primer lugar... En el orden social, dice San Basilio,
conviene dejar al cuidado del que invita disponer el orden de los asientos. Así
nos sostenemos mutuamente en paciencia y caridad, haciéndolo todo ordenadamente.
En el orden personal, añade San Cirilo, nada hay comparable a la modestia:
porque el que ambiciona lugares que no le corresponden, logra repulsa; y el que
está ansioso de honores inmerecidos resulta a la postre deshonrado. Jesús no
sólo prohíbe asaltar los primeros puestos, sino que manda tomar los últimos.
V. 11: El que se humilla será ensalzado. No busquemos ahora, dice San Beda, lo
que se nos reserva para el fin; la gloria y el honor debemos esperarlos para la
otra vida. Aunque puede también esto tener lugar en la vida presente: porque
cada día entra el Señor en el convite de sus bodas con las almas, despreciando a
los soberbios, y colmando con frecuencia a los humildes de tal abundancia de
dones, que la asamblea de los comensales, que son los fieles, llena de
admiración los glorifique.
V. 12: No llames a tus amigos. Se reprueba aquí toda logrería que se intente en
los obsequios que prestemos a nuestras relaciones. Es una clase de avaricia,
dice un Santo Padre, ser obsequiosos con los que nos lo han de retribuir . Es
mal éste muy frecuente en nuestros días , por la trabazón múltiple de personas y
cosas y por el valor que suele darse a quienes tienen una preponderancia social,
a veces más que al mismo valer personal. Lo que falta por éste lado se suple a
veces con la prepotencia ajena: de aquí los esfuerzos para conquistarla. Y de
aquí no pocas faltas de justicia o de equidad.
V. 13: Llama a los pobres, lisiados, cojos y ciegos. – Pero dirás, dice el
Crisóstomo: Sucio es el pobre; lávalo, y hazlo sentar a tu mesa; es Cristo quien
se acerca a tí por él, y tú no lo atiendes. Piensa lo que son los pobres, dice
el Niceno, y hallarás el valor que tienen: herederos de los bienes futuros,
representan la imagen del Salvador; son los llaveros del reino, acusadores y
excusadores delante del Juez. Si no los recibimos con nosotros, añade el
Crisóstomo, vayan a lo menos con nuestra servidumbre: sea el pobre doméstico
nuestro; porque donde está la limosna, no entra el diablo.
(Dr. D. Isidro Gomá y Tomás, El Evangelio Explicado, vol. II, Ed. Acervo, 6ª ed.,
1967, p. 223-227)
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Catena aurea
Lucas 14,1.7-14
v.7-11.
Primeramente curó al hidrópico, en quien la hinchazón extraordinaria de la carne
no permitía funcionar bien al alma y extinguía el ardor del espíritu; después
enseña la humildad, refrenando el deseo de ocupar el primer lugar en el banquete
nupcial (San Ambrosio).
Porque el subir pronto a los honores que no merecemos, da a conocer que somos
temerarios, y hace a nuestras acciones dignas de vituperio.
Si alguno no quiere ser colocado delante de otros, lo obtiene por disposición
divina.
Era conveniente a todos ocupar el último lugar en los convites, según lo que
manda el Señor; pero querer volver con obstinación al mismo es digno de
reprensión, porque altera el orden y produce tumulto (San Cirilo).
Y así el ambicioso de honor nunca obtiene lo que desea; sino que sufre repulsa,
y buscando el modo de tener muchos honores nunca llega a ser honrado. Y como
nada hay que pueda compararse con la modestia, inclina al que le oye a hacer lo
contrario, no sólo prohibiendo ambicionar el primer sitio, sino mandando que se
busque el último (Crisóstomo).
Una vez demostrado (y con un ejemplo tan sencillo) el menosprecio que merecen
los ambiciosos, y que los que no lo son merecen ser exaltados, añadió lo grande
a lo pequeño pronunciando una sentencia general, cuando dice: 'porque todo aquel
que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado', lo cual se
dice según el juicio de Dios, y no según la costumbre humana, por la que muchos
que desean honores los consiguen, y otros que se humillan no llegan a
alcanzarlos (San Basilio).
En sentido místico, todo aquel que invitado viniese a las bodas de Jesucristo y
de la Iglesia no se ensalce como si fuese superior a los demás, ni se gloríe por
sus méritos; porque cederá su lugar al que sea más digno, convidado después,
cuando es aventajado por el fervor de aquéllos que entraron en la Iglesia
después de él, y con vergüenza ocupará el último puesto conociendo que los demás
son mejores que él en todo lo que se creía superior. Pero alguno se coloca en el
último sitio, según aquellas palabras de Ecl. 3,20: 'cuanto más grande seas,
humíllate más en todo'. Y entonces, viniendo el Señor, hará bienaventurado con
el nombre de amigo al que encuentre humilde, y le mandará subir más alto; y todo
aquel que se humilla como un niño, es más grande en el reino de los cielos. Así
es que dice: 'entonces será para ti la gloria'; para que no empieces a buscar
ahora lo que está reservado para el fin (Beda).
v.12-14
El convite se compone de dos clases de personas, esto es, de los que convidan y
de los convidados; a los convidados ya les había aconsejado que fuesen humildes;
ahora premia al que convida aconsejándole que no lo haga por agradar a los
hombres (Teófil.).
Por tanto, no hagamos beneficios a otros en la confianza de que nos lo paguen;
porque esta intención es fría, y de aquí viene que tal amistad se desvanezca
pronto. Si convidas al pobre, tendrás por deudor a Dios que nunca olvida. (Por
eso) cuanto más pequeño es tu hermano, tanto más se aproxima a Cristo y visita
por él; porque quien recibe a un grande lo hace muchas veces por vanagloria, y
por otros fines, y se busca en muchas ocasiones la ventaja de ser promovido por
él.
No nos turbemos, por tanto, cuando no recibamos el pago de nuestros beneficios,
sino cuando le recibamos; porque si lo recibimos aquí, nada recibiremos allí (en
el cielo); pero si los hombres no nos pagan, Dios nos lo pagará.
Pero dirás: el pobre está sucio y lleno de inmundicias: lávale, y haz que se
siente contigo a la mesa; y si lleva vestidos sucios, dale un vestido limpio. Es
Jesucristo quien viene por él y tú te ocupas de cosas frívolas.
Donde se da limosna no se atreve a penetrar el diablo; y si no quieres que se
sienten contigo, al menos mándale algo de tu mesa (Crisóstomo).
En sentido espiritual el que evita la vanagloria, llama a los pobres a un
convite espiritual (esto es, a los ignorantes) para enriquecerlos; a los débiles
(o a los que tengan la conciencia dañada) para curarlos; a los cojos (o a los
que se apartan de la recta razón) para que enderecen sus caminos; a los ciegos
(esto es, a los que carecen de la contemplación de la verdad) para que vean la
verdadera luz (Orígenes).
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Juan Pablo II
Humildad y servicio
La Iglesia está llamada a dar su testimonio de Cristo, asumiendo posiciones
valientes y proféticas ante la corrupción del poder político o económico; no
buscando la gloria o bienes materiales; usando sus bienes para el servicio de
los más pobres e imitando la sencillez de vida de Cristo. La Iglesia y los
misioneros deben dar también testimonio de humildad, ante todo en sí mismos, lo
cual se traduce en la capacidad de un examen de conciencia, a nivel personal y
comunitario, para corregir en los propios comportamientos lo que es
antievangélico y desfigura el rostro de Cristo. (Redemptoris Missio V, 43).
Jesucristo es cabeza de la Iglesia, su cuerpo. Es «cabeza» en el sentido nuevo y
original de ser «siervo», según sus mismas palabras: «Tampoco el Hijo del hombre
ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos»
(Mc 10, 45). El servicio de Jesús llega a su plenitud con la muerte en cruz, o
sea, con el don total de sí mismo, en la humildad y el amor: «se despojó de sí
mismo tomando condición de siervo haciéndose semejante a los hombres y
apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta
la muerte y muerte de cruz...» (Flp 2, 7-8). La autoridad de Jesucristo cabeza
coincide pues con su servicio, con su don, con su entrega total, humilde y
amorosa a la Iglesia. Y esto en obediencia perfecta al Padre: él es el único y
verdadero siervo doliente del Señor, sacerdote y víctima a la vez.
Este tipo concreto de autoridad, o sea, el servicio a la Iglesia, debe animar y
vivificar la existencia espiritual de todo sacerdote, precisamente como
exigencia de su configuración con Jesucristo, cabeza y siervo de la Iglesia. San
Agustín exhortaba de esta forma a un obispo en el día de su ordenación: «El que
es cabeza del pueblo debe, antes que nada, darse cuenta de que es servidor de
muchos. Y no se desdeñe de serlo, repito, no se desdeñe de ser el servidor de
muchos, porque el Señor de los señores no se desdeñó de hacerse nuestro siervo».
La vida espiritual de los ministros del Nuevo Testamento deberá estar
caracterizada, pues, por esta actitud esencial de servicio al pueblo de Dios (cf.
Mt 20, 24ss.; Mc 10, 43-44), ajena a toda presunción y a todo deseo de
«tiranizar» la grey confiada (cf. 1 P 5, 2-3). Un servicio llevado como Dios
espera y con buen espíritu. De este modo los ministros, los «ancianos» de la
comunidad, o sea, los presbíteros, podrán ser «modelo» de la grey del Señor que,
a su vez, está llamada a asumir ante el mundo entero esta actitud sacerdotal de
servicio a la plenitud de la vida del hombre y a su liberación integral.
(Pastores Dabo Vobis, III, 21).
Para que la abundancia de los dones del Espíritu Santo sea acogida con gozo y dé
frutos para gloria de Dios y bien de la Iglesia entera, se exige por parte de
todos, en primer lugar, el conocimiento y discernimiento de los carismas propios
y ajenos, y un ejercicio de los mismos acompañado siempre por la humildad
cristiana, la valentía de la autocrítica y la intención -por encima de cualquier
otra preocupación-, de ayudar a la edificación de toda la comunidad, a cuyo
servicio está puesto todo carisma particular. Se pide, además, a todos un
sincero esfuerzo de estima recíproca, de respeto mutuo y de valoración
coordinada de todas las diferencias positivas y justificadas, presentes en el
presbiterio. Todo esto forma parte también de la vida espiritual y de la
constante ascesis del sacerdote. (Pastores Dabo Vobis, III, 31).
El profesor de teología, como cualquier otro educador, debe estar en comunión y
colaborar abiertamente con todas las demás personas dedicadas a la formación de
los futuros sacerdotes, y presentar con rigor científico, generosidad, humildad
y entusiasmo su aportación original y cualificada, que no es sólo la simple
comunicación de una doctrina -aunque ésta sea la doctrina sagrada-, sino que es
sobre todo la oferta de la perspectiva que, en el designio de Dios, unifica
todos los diversos saberes humanos y las diversas expresiones de vida.
En particular, la fuerza específica e incisiva de los profesores de teología se
mide, sobre todo, por ser «hombres de fe y llenos de amor a la Iglesia,
convencidos de que el sujeto adecuado del conocimiento del misterio cristiano es
la Iglesia como tal, persuadidos por tanto de que su misión de enseñar es un
auténtico ministerio eclesial, llenos de sentido pastoral para discernir no sólo
los contenidos, sino también las formas mejores en el ejercicio de este
ministerio. De modo especial, a los profesores se les pide la plena fidelidad al
Magisterio porque enseñan en nombre de la Iglesia y por esto son testigos de la
fe». (Pastores Dabo Vobis, V, 3. 67).
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Catecismo de la Iglesia Católica
Humildad y servicio
786 El Pueblo de Dios participa, por último, en la función regia de Cristo.
Cristo ejerce su realeza atrayendo a sí a todos los hombres por su muerte y su
resurrección. Cristo, Rey y Señor del universo, se hizo el servidor de todos, no
habiendo "venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por
muchos" (Mt 20,28). Para el cristiano, "servir es reinar", particularmente "en
los pobres y en los que sufren" donde descubre "la imagen de su Fundador pobre y
sufriente". El pueblo de Dios realiza su "dignidad regia" viviendo conforme a
esta vocación de servir con Cristo.
La señal de la cruz hace reyes a todos los regenerados en Cristo,
y la unción del Espíritu Santo los consagra sacerdotes; y así, además de este
especial servicio de nuestro ministerio, todos los cristianos espirituales y
perfectos deben saber que son partícipes del linaje regio y del oficio
sacerdotal. ¿Qué hay más regio que un espíritu que, sometido a Dios, rige su
propio cuerpo? ¿Y qué hay más sacerdotal que ofrecer a Dios una conciencia pura
y las inmaculadas víctimas de nuestra piedad en el altar del corazón? [San León
Magno]
852 Los caminos de la misión. "El Espíritu Santo es en verdad el protagonista de
toda la misión eclesial". El es quien conduce la Iglesia por los caminos de la
misión. Ella "continúa y desarrolla en el curso de la historia la misión del
propio Cristo, que fue enviado a evangelizar a los pobres... impulsada por el
Espíritu Santo, debe avanzar por el mismo camino por el que avanzó Cristo; esto
es, el camino de la pobreza, la obediencia, el servicio y la inmolación de sí
mismo hasta la muerte, de la que surgió victorioso por su resurrección". Es así
como la "sangre de los mártires es semilla de cristianos" [Tertuliano].
874 El mismo Cristo es la fuente del ministerio en la Iglesia. El lo ha
instituido, le ha dado autoridad y misión, orientación y finalidad:
Cristo el Señor, para dirigir al Pueblo de Dios y hacerle progresar
siempre, instituyó en su Iglesia diversos ministerios que están
ordenados al bien de todo el Cuerpo. En efecto, los ministros que
posean la sagrada potestad están al servicio de sus hermanos para que todos los
que son miembros del Pueblo de Dios... lleguen a la salvación. [LG 18]
876 El carácter de servicio del ministerio eclesial está intrínsecamente ligado
a la naturaleza sacramental. En efecto, enteramente dependiente de Cristo que da
misión y autoridad, los ministros son verdaderamente "esclavos de Cristo", a
imagen de Cristo que, libremente ha tomado por nosotros "la forma de esclavo" (Flp
2,7). Como la palabra y la gracia de la cual son ministros no son de ellos, sino
de Cristo que se las ha confiado para los otros, ellos se harán libremente
esclavos de todos.
931 Aquel que por el bautismo fue consagrado a Dios, entregándose a El como al
sumamente amado, se consagra, de esta manera, aún más íntimamente al servicio
divino y se entrega al bien de la Iglesia. Mediante el estado de consagración a
Dios, la Iglesia manifiesta a Cristo y muestra cómo el Espíritu Santo obra en
ella de modo admirable. Por tanto, los que profesan los consejos evangélicos
tienen como primera misión vivir su consagración. Pero "ya que por su misma
consagración se dedican al servicio de la Iglesia están obligados a contribuir
de modo especial a la tarea misionera, según el modo propio de su instituto".
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EJEMPLOS PREDICABLES
Humildad y servicio
En la carpeta de trabajo del ex ministro de la guerra de la Argentina, general
Manuel A. Rodríguez, cuya muerte ocurrió el 23 de febrero de 1936, se hallaron
estas máximas escritas por su mano. Cada una de ellas encierra una norma de
humildad y de fe. Dicen:
Silenciosamente, realizar buenas obras.
Silenciosamente, amar a Dios y a los hombres.
Silenciosamente, cumplir con su deber.
Silenciosamente, aceptar la voluntad de Dios.
Silenciosamente, alegrarse con los demás.
Silenciosamente, callar los defectos ajenos.
Silenciosamente, desear y aspirar en silencio.
Silenciosamente, abrazar la cruz de Jesús.
Silenciosamente, sacrificarse y renunciar.
Silenciosamente, mirar hacia la patria celestial.
Silenciosamente, alcanzar la virtud.
Silenciosamente, hasta la muerte.
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Al regresar un día san Macario a su celda encontró en ella al demonio, que lo
esperaba con una hoz en la mano y trató de segarlo por el medio. Pero al
acercarse el santo perdió las fuerzas y no pudo mover la hoz.
Entonces, lleno de coraje le dijo:
- Demasiada violencia sufro por ti, Macario, pues deseo vivamente dañarte y no
puedo lograrlo: y me extraña sobremanera, porque yo hago todo lo que tú y aún
más. Tú ayunas algunas veces: yo jamás como. Tú duermes poco: yo jamás cierro
los ojos. En una sola cosa me aventajas.
- ¿Cuál es ella?- preguntó san Macario.
- Tu humildad- respondió el demonio.
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Mientras san Canuto, rey de Dinamarca, se paseaba en cierta ocasión por las
orillas del mar, uno de sus cortesanos le dijo, adulándole, que él era el señor
más poderoso, el soberano de los hombres, del mar y de la tierra.
El humilde rey se puso entonces a la orilla del agua y dijo: “¡Ola!, te ordeno
no toques mis pies.” Pero la ola le tocó los pies. “¿Cómo podéis llamarme el rey
más poderoso, cuando ni una pequeña ola me obedece? Dios es el rey más poderoso,
el rey de cielos y tierra. Adorémosle a Él.”
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En 1586, san Francisco de Sales estaba gravemente enfermo en Papua, a los 19
años de edad. Por aquellos tiempos, los estudiantes de medicina, para poder
ejercitarse en la cirugía, sólo disponían de los cadáveres que robaban por la
noche en los cementerios.
Francisco, creyéndose próximo a la muerte, dijo a su tutor:
- Señor, disponga mi entierro como a usted le parezca; sólo una cosa le pido, y
es que entregue mi cadáver después de los funerales a los estudiantes de
medicina…
- ¡Pero eso sería una deshonra para la familia!
- No me niegue ese favor. Es un gran consuelo para mí, al morir, pensar que, si
he sido un siervo inútil en vida, seré al menos de algún provecho después de mi
muerte.
(Mauricio Rufino, Vademecum de ejemplos predicables, Ed. Herder, Barcelona,
1962, nnº 1427, 1429, 1451 y 1465)
28.
La vanidad y el orgullo
Nuestro Señor ejemplifica de modo muy gráfico, en el pasaje de san Lucas que nos
presenta para hoy la Liturgia de la Iglesia, las tristes actitudes de aquellos
que consideran decisivo estar sobre los demás, ser famosos, recibir un
reconocimiento notorio por lo que son: por lo que valen, por lo que saben, por
lo que pueden, por sus éxitos, etc. En la práctica, consideran más importante la
opinión de los demás que la suya propia, en la que no suelen ahondar, no vayan a
sufrir un desengaño. Les basta, de hecho, con la impresión subjetiva de ser
grandes ante los demás. Su verdadera categoría, lo que podríamos llamar, su peso
específico, les trae en realidad sin cuidado.
Queramos aprender, todavía un poco mejor, la lección de Nuestro Maestro.
Posiblemente tendremos que esmerarnos de por vida en la Escuela Divina, de modo
particular cuando se enseñaba esta lección: la humildad. Se suele reconocer,
entre los buenos directores de almas y entre quienes se afanan por los santidad
según Jesucristo, que la soberbia –pecado que se opone a la humildad– muere una
hora después de fallecida la persona. No nos ha de importar la meditación
repetida sobre la necesidad de ser humildes, que es tanto como ser sinceros con
nosotros mismos y en la vida. La primera conclusión de nuestra reflexión en la
presencia de Dios, tal vez podría ser, en este caso, que debemos súplicar
habitualmente a Dios, por la intercesión de Nuestra Madre del Cielo –Maestra de
humildad–, que nos conceda esta virtud. La humildad es condición imprescindible
en el cristiano, pues sin ella no pueden fructificar, en absoluto, las Gracias
que Dios nos concede para que podamos ser santos.
Convencidos de la importancia de la virtud de la humildad, que con tanta
insistencia predicó Nuestro Señor –así como criticó frecuentemente el orgullo–,
pondremos especial interés en examinar la conciencia buscando manifestaciones
interiores, y también externas, que nos pongan más de manifiesto el apego a
nosotros mismos. El amor propio es inútil e ineficaz de suyo, pues solamente
poniendo a Dios como objetivo de nuestro amor, nos podemos enriquecer en
consonancia con nuestra dignidad de personas. Por el contrario, si nuestro
interés termina en algo sólo humano –como el propio yo– nos autocondenamos a la
insatisfacción.
La parábola que hoy recordamos mantiene su actualidad. En efecto, Dios, que nos
ha invitado al "banquete" de la vida –de unos años sobre la tierra– y vendrá,
como aquel que invitó a unos y otros al banquete de bodas. Ante sus ojos, y ante
los de cada uno, quedará patente si estamos donde nos corresponde. Lo importante
es que estemos allí, que permanezcamos en la fiesta de los hijos de Dios,
aguardando con ilusión la llegada de Quien graciosamente nos ha invitado todos.
Es decivo que en esta espera de la vida procuremos lo mejor para los que nos
rodean, incluso a costa del prestigio, de la admiración, del dinero, de la
comodidad, de la consideración social, etc. Despreocupados de nosotros mismos,
podemos gastar la existencia, como el propio Cristo, en un servicio
desinteresado, aunque acabe colocándonos en último lugar de este mundo. Dios
escogió la necedad del mundo para confundir a los sabios, y Dios eligió la
flaqueza del mundo para confundir a los fuertes; escogió Dios a lo vil, a lo
despreciable del mundo, a lo que no es nada, para destruir lo que es, afirma san
Pablo.
El propio Hijo de Dios hecho hombre llegó a consentir en una muerte despreciable
y humillante, como un malhechor más. Hasta la muerte le condujo su afán por
servirnos. Ofrecía así al Padre su sumisión a la condición humana, como precio
por la Redención del mundo. Quedó como el último ante los habitantes de
Jerusalén, objeto de las burlas y desprecios de todos: el pueblo, los jefes, los
soldados... En realidad era el momento de su glorificación: "sube más arriba –no
mereces el último lugar–, al mismo Cielo que te corresponde por Naturaleza". Así
pudo escuchar Jesús de la boca del Padre en el momento de su muerte. Se humilló
a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Y por eso
Dios lo exaltó y le otorgó el nombre que está sobre todo nombre; para que al
nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los
abismos, y toda lengua confiese: «¡Jesucristo es el Señor!», para gloria de Dios
Padre. Lo escribe el "Apóstol de las Gentes" de Jesús, y nos lo muestra como
vivo ejemplo de la entrega y de la exaltación.
La figura de Nuestra Madre del Cielo es una permanente invitación al servicio
oculto y desinteresado. Acudamos a su intercesión, para que no nos importe ser
admirados sino servir.
Fluvium.org
La Palabra de Dios y la Eucaristía de este Domingo.
El Señor nos convoca a participar de la Eucaristía a todos, sin distinción
alguna. Él no ha creado divisiones en nuestras asambleas. No las creemos
nosotros. Él nos quiere fraternalmente unidos por el amor, pues ante Él nada
valen los trajes elegantes, ni las joyas con que nos vistamos, sino la virtud
con que esté adornado nuestro corazón. Llegados ante el Señor no venimos sólo a
jugar con nuestra fe como los niños; no venimos a burlarnos del Señor adorándole
y dándole gracias por todo lo que nos ha concedido para después volver a casa,
al trabajo, al estudio, a la sociedad a continuar siendo unos canallas. El Señor
nos ha invitado a participar del Banquete de su Amor. Ve lo que Él ha preparado,
pues ahora a ti te corresponde preparar lo mismo, no tanto para el mismo Dios,
sino para tu prójimo. Efectivamente san Juan nos dice: Hijitos, así como Dios
nos ha amado, así amémonos los unos a los otros. Este es el compromiso que
adquirimos al participar de la Eucaristía en este Día del Señor.
La Palabra de Dios, la Eucaristía de este Domingo y la vida del creyente.
Al salir del templo, incluso aquí mismo, encontraremos, muy cercanos a nosotros,
a los pobres, a los parados injustamente, a los ancianos abandonados, a los
hambrientos, a los desnudos, a los enfermos incurables, a los que fueron
víctimas de falsos que les levantaron y que les destruyeron la vida, a los
ciegos, a los cojos. Dios quiere velar por ellos. Dios se conmueve en sus
entrañas por ellos como lo hace un Padre, lleno de amor y de ternura cuando ve
sufrir a sus hijos. Y Él sale al encuentro de los que viven bajo el signo de la
desgracia para remediar sus males. Jesús, el Enviado del Padre, es la Buena
Noticia para los pobres; es la liberación de los cautivos, es el que devuelve la
vista a los ciegos, es el que libera a los oprimidos y el que proclama y
convierte en Año de Gracia del Señor el tiempo que nos lleva hasta su Segunda
Venida Gloriosa. Realizada la obra de salvación se la ha confiado a su Iglesia
para que continúe haciéndola realidad en medio de la humanidad, azotada por el
pecado o por los diversos signos de muerte. Por eso la vida de la Iglesia se
debe convertir en un servicio humilde en favor de todos aquellos que necesitan
la salvación de Dios. No puede alguien decir, por tanto, que ha cumplido su
misión cuando ha anunciado valientemente el Evangelio, pero no ha sabido meter
las manos para darle solución a la diversa problemática que aqueja a muchos
sectores de nuestra sociedad. Hemos de hacer cercano a Cristo como Salvador y
como el único camino que nos conduce a la paz del Reino de Dios, iniciado ya
desde ahora entre nosotros
Roguémosle a nuestro Dios y Padre, por intercesión de la Santísima Virgen María,
nuestra Madre, que nos conceda la gracia de ser portadores del Evangelio de
Cristo a la humanidad entera, hasta que todos alcancemos, en Él, la perfección y
la salvación eternas. Amén.
Homiliacatolica.com
29. Predicador del Papa: «¿Cómo valorarse uno
mismo?»
El padre Cantalamessa comenta el Evangelio de este domingo
ROMA, viernes, 27 agosto 2004 (ZENIT.org).- Publicamos el comentario del padre
Raniero Cantalamessa, predicador de la Casa Pontificia, al pasaje evangélico de
la liturgia del próximo domingo, 29 de agosto (Lc 14,1.7-14), sobre la
repercusión de la verdadera humildad.
* * *
Lucas (14,1.7-14)
Y sucedió un sábado que Jesús fue a casa de uno de los jefes de los fariseos.
(...) Observando cómo los invitados elegían los primeros puestos, les dijo una
parábola: “Cuando seas convidado por alguien a una boda, no te pongas en el
primer puesto, no sea que haya sido convidado por él otro más distinguido que
tú, y viniendo el que os convidó a ti y a él, te diga: ‘Deja el sitio a éste’ ”.
(...) Dijo también al que le había invitado: “Cuando des un banquete, llama a
los pobres, a los lisiados, a los cojos, a los ciegos; y serás dichoso, porque
no te pueden corresponder, pues se te recompensará en la resurrección de los
justos”.
El comienzo del Evangelio de hoy nos ayuda a corregir un prejuicio muy difundido
entre los cristianos. Se ha acabado por hacer de los fariseos el prototipo de
todos los vicios: hipocresía, doblez, falsedad; los enemigos por antonomasia de
Jesús. Con estos significados negativos, el término fariseo y el adjetivo
farisaico han entrado en el vocabulario de nuestra lengua y de muchas otras. Tal
idea de los fariseos no es correcta. Entre ellos había ciertamente muchos
elementos que respondían a esta imagen, y es con ellos con quienes Cristo choca
duramente. Pero no todos eran así. Nicodemo, que fue donde Jesús de noche y que
más tarde le defendió en el Sanedrían, era un fariseo (Cf. Jn, 3,1: 7,50ss.).
Fariseo era también Pablo antes de la conversión, y era ciertamente persona
sincera y diligente, si bien aún mal iluminada. Fariseo era Gamaliel, quien
defendió a los apóstoles ante el Sanedrín (Cf. Hch 5, 34ss.).
Las relaciones de Jesús con ellos no fueron por lo tanto sólo conflictivas.
Algunos, como en nuestro caso, también le invitan a comer en su casa. Estas
invitaciones por parte de fariseos son tanto más dignas de destacar en cuanto
que ellos saben muy bien que no será el hecho de invitarle a su propia casa lo
que impida a Jesús decir lo que piensa. También en nuestro caso Jesús aprovecha
la ocasión para corregir algunas desviaciones y llevar adelante su obra de
evangelización. Durante la comida, aquel sábado, Jesús ofreció dos enseñanzas
importantes: una dirigida a los invitados, otra al anfitrión.
Al señor de la casa, Jesús dice: «Cuando des una comida o una cena, no llames a
tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a tus vecinos ricos...».
Así hizo él mismo, Jesús, cuando invitó al gran banquete del Reino a pobres,
afligidos, mansos, hambrientos, perseguidos (las categorías de personas
enumeradas en las Bienaventuranzas).
Pero es sobre lo que Jesús dice a los invitados donde querría detenerme esta
vez. «Cuando seas convidado por alguien a una boda, no te pongas en el primer
puesto...». Jesús no pretende dar consejos de buena educación. Tampoco trata de
alentar el sutil cálculo de quién se pone en el último lugar, con la secreta
esperanza de que el anfitrión le haga un gesto de subir más arriba. La parábola
aquí puede llevar a engaño, si no se piensa de qué banquete y de qué señor está
hablando Jesús.
El banquete es el más universal del Reino y el señor es Dios. En la vida, quiere
decir Jesús, elige el último lugar, intenta hacer felices a los demás más que a
ti mismo; sé modesto al valorar tus méritos, deja que sean los demás los que los
reconozcan, no tú («nadie es buen juez en su propia causa»), y ya desde esta
vida Dios te exaltará. Te exaltará en su gracia, te hará subir en la lista de
sus amigos y de los verdaderos discípulos de su Hijo, que es lo único que
verdaderamente cuenta.
Te exaltará también en la estima de los demás. Es un hecho sorprendente, pero
cierto. No es sólo Dios quien «se inclina hacia el humilde, pero al soberbio le
conoce desde lejos» (Sal 137,6); el hombre hace lo mismo, independientemente del
hecho de que sea más o menos creyente. La modestia, cuando es sincera y no
afectada, conquista, hace a la persona amada, su compañía deseada, su opinión
apreciada. La verdadera gloria huye de quien la persigue y persigue a quien la
huye.
Vivimos en una sociedad que tiene necesidad extrema de volver a escuchar este
mensaje evangélico sobre la humildad. Correr a ocupar los primeros puestos, tal
vez pasando, sin escrúpulos, sobre las cabezas de los demás, el arribismo y la
competitividad exasperada, son características por todos suplicadas y por todos,
lamentablemente, seguidas. El Evangelio tiene un impacto sobre lo social, hasta
cuando habla de humildad y modestia.
[Original italiano publicado por «Famiglia Cristiana». Traducción realizada por
Zenit]
30.
• La fe originaria de Israel era liberadora. Su núcleo era la Alianza gratuita
de Yahvé con el pueblo oprimido, que generaba libertad y justicia. Pero, llegó a
institucionalizarse en un sistema nuevamente opresor del pueblo, hasta el punto
de tratar mejor a los animales domésticos que a las personas (ver también Lucas
13,14). El hidrópico de hoy representa a quienes, en ese contexto
deshumanizante, están hinchados por una serie de valores totalmente alienantes,
como por ej., la avidez de honores y recompensas.
• Jesús presenta dos listas contrapuestas de invitados a una boda -el banquete
de bodas del Reino, en el que sí hay gente de categoría principal: los más
pobres-. Los miembros del primer grupo están trabados por los lazos de amistad,
parentela, afinidad y riquezas, que sostienen la sociedad clasista: constituyen
las redes de todo poder instalado que se autoprotege. No tienen perspectivas de
futuro: sólo buscan la recompensa presente.
Los miembros del segundo grupo, pobres e inhabilitados socialmente, son quienes
pueden hacer dichosos a los que renuncian voluntariamente a los valores
egocéntricos de individuo y de clase y optan por la igualdad y la gratuidad.
• “Jesús nos invita a actuar desde una actitud de gratuidad y de
comunión/solidaridad con el pobre, opuesta totalmente a la lógica de quien busca
destacar, ser reconocido, acumular, aprovecharse o excluir a los demás de la
propia riqueza. Se nos llama a compartir los bienes gratis… Jesús piensa y
propone unas relaciones humanas basadas en un nuevo espíritu de libertad,
gratuidad y amor… Unas relaciones propias de una humanidad nueva, germen de una
comunidad diferente a esta sociedad que excluye y siembra muerte” (Fl. Ulibarri,
“Conocer, gustar y vivir la palabra. Ciclo C”, 300).
• Bienaventuranza de la gratuidad: ¡Dichoso tú si no pueden pagarte! (v.14). La
gratuidad alberga la máxima dicha, porque expresa la mejor calidad y realización
personal. La persona que actúa gratuitamente practica el amor puro, se siente
libre incluso respecto a sí misma y es auténticamente solidaria, buscando
solamente la dignidad de las personas.
• “El camino de la gratuidad es duro, difícil y, a veces, agotador; va a
contracorriente. Pero es posible cuando uno mismo se sabe regalo inmerecido del
amor de Dios y cree que, en definitiva, en la vida el que pierde gana. Esta es
la lógica del reino; ésta es la lógica de la nueva comunidad de Jesús” (Id.,
301).
• Suponeos que entra en vuestra asamblea un hombre con anillos de oro, con
ropas lujosas, y que entra también un pobre con ropas sucias. Si vosotros
volvéis vuestra mirada al que viste ropas lujosas y le decís: “Siéntate en el
primer lugar”, y decís al pobre: “Tú quédate de pie o siéntate aquí en el suelo
sobre las gradas”, ¿no estáis haciendo diferencias entre los dos? ¿No estáis
juzgando con pésimos criterios? (Santiago 2,2-4).
Contempla a Jesús: su visión clarividente y clarificadora, su palabra de verdad
humana, que desmonta estereotipos y disfraces sustentadores de egoísmos
individuales y de clase, discriminatorios o excluyentes de los más pequeños.
¿Cómo ponemos nosotros en el centro o a la cabecera de la mesa a las víctimas, a
los olvidados que no cuentan?
Déjate abrazar por el amor gratuito de Dios en Jesucristo, que te quiere más
allá de todo, más allá de tus conductas… en la única medida en que tú te dejes
querer.
31. Benedicto XVI
Queridos amigos, al final del Evangelio de hoy, el Señor observa cómo, en realidad seguimos viviendo a la manera de los paganos; cómo invitamos, por reciprocidad, sólo a quien nos devolverá la invitación; cómo donamos sólo al que nos lo restiruirá. Pero el estilo de Dios es distinto: lo experiementamos en la Santa Eucaristía. Él nos invita a su mesa a nosotros, que ante el somos cojos, ciegos y sordos; él nos invita a nosotros, que no tenemos nada que darle. Durante este acontecimiento de la Eucaristía, dejémonos tocar sobre todo por la gratitud por el hecho de que Dios existe, de que Dios es tal como es, de que Él es tal como Jesucristo, de que Él – a pesar de que no tenemos nada que darle y de que estamos llenos de culpas – nos invita a su mesa y quiere estar a la mesa con nosotros. Pero queramos también ser tocados al sentir la culpa de habernos alejado tan poco del estilo pagano, de vivir tan poco la novedad, el estilo de Dios. Y por esto comenzamos la Santa Misa pidiendo perdón: un perdón que nos cambie, que nos haga ser verdaderamente similiares a Dios, a su imagen y semejanza.