31 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO XXII - CICLO C
14-24

 

14.

Frase evangélica: «El que se enaltece será humillado;  y el que se humilla será enaltecido» 

Tema de predicación: EL AFÁN DE HONORES 

1. Junto a los ídolos del dinero y del poder hay un tercer ídolo, no menos importante, que  es el afán de honores, cuya expresión más plástica nos la ofrece la imagen del banquete,  con su presidencia, sus lugares de honor, sus últimos puestos, sus discursos rimbombantes  y sus criados. Esta diversidad se advierte también a veces en las eucaristías cristianas.  Justamente en el evangelio de hoy, Lucas ofrece una teología de la asamblea cristiana, la  cual, por ser expresión del amor a Dios y a los hermanos, ha de ser fraternidad de iguales.

2. La asamblea cristiana está abierta a todos, pero con preferencia por los «pobres,  lisiados, cojos y ciegos». El último puesto es el mejor, y el peor es el primero. Mejor dicho:  sólo se puede presidir desde la humildad y la justicia, desde la igualdad y la caridad.  Naturalmente, la riqueza impide la disponibilidad, mientras que la pobreza la favorece.

3. Para entrar en el reino hay que renunciar a los honores, hay que ser desinteresado,  generoso, gratuito... Lo contrario de lo que hace el fariseo, el cual, sediento siempre de  honores, busca un lugar destacado en las sinagogas y en los banquetes y gusta de ser  saludado en las plazas públicas.

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Por qué nos gustan tanto los honores? 

¿Se da a menudo entre nosotros la acepción de personas? 

CASIANO FLORISTAN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITURGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993.Pág. 299


15.

EL ÚLTIMO LUGAR 

La enseñanza que nos proporciona Jesús en el evangelio de hoy parece ante todo algo  así como una simple regla de prudencia, tal vez como una página tomada de un libro  moralizador o de buenos modales, que aconsejara una modestia exagerada. Ahora bien, de  hecho las palabras de Jesús acerca del primero y último lugar son ante todo como una  sarcástica lección de buenos modales en un momento en el que con muy poca delicadeza  tienden a ocupar los primeros puestos. 

Los «buenos modales», y el tacto humano pertenecen a los presupuestos de lo cristiano,  lo cual no puede prosperar, donde fracasa la humanidad o la «urbanidad». Por ese motivo,  la instrucción cristiana ha debido aprovechar siempre el recuerdo de talos situaciones  fundamentales del hombre en la vida cristiana. Así se sitúa en la línea de la doctrina  sapiencial del antiguo testamento, tal como la encontramos, por ejemplo, en el libro de  Jesús, hijo de Sirac. Se trata de la humanización del hombre, de la aproximación a su  norma creativa y, con ello, a la voluntad de Dios. 

Evidentemente, también la Biblia tuvo que interesarse en preservar esos «modales» de la  exterioridad (de ser algo meramente externo) y de profundizarlos. Esto se ve claro ya en  Jesús, hijo de Sirac (el Eclesiastés), donde, en la alusión que se hace a la conducta  discreta, se trata en último término de la oposición a la altanería y a la bajeza, del  autodominio y de la disposición al amor. Jesús en sus palabras partió de la ocasión externa,  para llegar a la última profundización del tema. El convite con hombres que buscan para sí  sin miramientos los mejores lugares se convierte en una parábola de la historia universal,  de la lucha sin escrúpulos por el poder, sin fijarse en los demás. El Señor Dios, que entró  en la historia en el mismo Jesucristo, no busca eso, ni lucha por eso. Desde Belén y  Nazaret hasta el Gólgota, ocupa él el último puesto. Lo que Jesús dice en esta parábola lo  cumplió en toda su vida y en su pasión. Él está en el lado de aquellos que son los últimos  de la humanidad y que así, a partir de él, se convierten en los primeros. Y tan intensamente  se asoció él con el último lugar, que él, además de la presencia real de la eucaristía,  estableció una segunda manera de su presencia: «Tuve hambre y me disteis de comer;  estaba sediento y me disteis de beber; estaba sin techo y me recibisteis... Lo que hicisteis a  uno de estos pequeños, mis hermanos, conmigo lo hicisteis» (Mt 25,35.40). 

Así, estas palabras del Señor nos llevan paso a paso más adelante. El comienza con  unos simples «modales» en los que nos trata de ejercitar; y lo hace de tal manera que  debamos recurrir en esos modales no a una forma vacía y que sea poco sincera, sino que  los llenemos cada vez más con un contenido interior. Si esto ocurre, entonces se inicia  necesariamente el camino hacia la comunión con «el último», y así a la unidad con el Ultimo  que es verdaderamente el Primero y el Salvador. El, que en la eucaristía nos invita a su  mesa, nos quiere inducir a vivir cada vez más eucarísticamente, a encontrarle a partir de ahí  en las calles del vivir diario y así a estar en camino hacia su eterno banquete, donde los  últimos serán para él siempre los primeros.

JOSEPH RATZINGER
EL ROSTRO DE DIOS
SÍGUEME. SALAMANCA-1983.Págs. 99-101


16.

- Las ganas de estar por encima de los demás 

En una boda, o en cualquier otra comida importante, seguro que ya no nos pasaría lo que  Jesús decía en el evangelio. Nos hemos acostumbrado a ir con cuidado, y disimulamos más  las ganas de ser importantes... Pero eso no significa que ya nos hayamos curado de esta  enfermedad que Jesús explicaba. Una enfermedad que se nota de muchas maneras.  De hecho, a todos nos gusta que nos digan que algo nos ha salido bien, o que tenemos  tal o cual habilidad, o que somos capaces de conseguir esto o aquello. Y no es malo que  nos guste quedar bien y ser valorados y apreciados. Al fin y al cabo, nuestra vida no es de  personas solas y aisladas, sino de personas que viven en común, y que mutuamente  debemos ayudarnos a vivir, y darnos también estímulos y alegrías. 

Es bueno tener ganas de ser reconocido y valorado por los demás. Pero lo malo está  cuando queremos dar un paso más, un paso equivocado. Lo malo está cuando lo que uno  quiere es situarse por encima de los demás, cuando lo que queremos es que nos digan que  somos muy importantes, que somos lo indecible. 

Es eso lo que Jesús critica en el evangelio de hoy. Las ganas de hacerse ver, de escalar  puestos, de dominar si es posible. Hay gente que parece que no sea feliz si no saca la  cabeza por encima de los demás. Y es capaz de cualquier cosa para conseguirlo: desde el  hombre de negocios que estafa todos los millones que puede porque quiere ser el más rico,  hasta el que en casa pega a su mujer para sentirse así más poderoso. O el que habla mal  de los vecinos o de sus compañeros de trabajo para quedar bien. O el que en una  asociación -o en la misma iglesia- intenta siempre hacer las tareas que más lucen y es  incapaz de colaborar en las tareas más escondidas. 

- El Evangelio, una enseñanza para ser felices 

Jesús, en el evangelio de hoy, nos dice que actuar así es actuar mal. Y fijaos que no lo  dice por grandes motivos morales. Lo dice porque quien actúa así, en definitiva, acaba por  hacer el ridículo. Cómo se nota cuando alguien se abre camino a codazos para situarse en  primera fila. Cierto que hay algunos que dominan este arte y pueden vivir así toda su vida  sin que se note, pero estos, si alguna vez se sinceran consigo mismos y se miran al espejo,  aunque nadie más lo note, ellos sí que se darán cuenta del ridículo que hacen.

EV/FELICIDAD: Y es que Jesús, cuando habla así, cuando nos da estos  criterios para ir por la vida, no nos está diciendo cosas que él se inventa y que nos quiere  imponer. No. Lo que Jesús nos dice en el evangelio, lo que nos quiere revelar y ayudarnos  a entender, son criterios para vivir la vida humana de una manera digna, feliz, alegre,  valiosa. 

Todo el Evangelio es esto. Todo el Evangelio es enseñarnos a vivir como personas para  que podamos ser felices. Al fin y al cabo, si Dios nos creó fue para esta finalidad. Lo que  pasa es que a veces nos despistamos y buscamos la felicidad por otros caminos, y Jesús  quiere avisarnos para que no nos equivoquemos. Como en el evangelio de hoy, que nos  pone en guardia para que no busquemos la felicidad a base de ponernos por encima de los  demás. 

- Un paso más: compartir con los pobres 

Pero Jesús no termina aquí, en el texto que hemos leído. Después da un paso más, un  poco más fuerte. Un paso que incluso puede parecer de una cierta mala educación hacia  aquel que lo había invitado. Le dice que, más que invitar a los amigos, tendría que invitar a  gente pobre y necesitada. 

A Jesús le gusta, de vez en cuando, provocar a sus oyentes para hacerles pensar. Y aquí  lo hace. Provoca a quien lo había invitado, y a cada uno de nosotros nos está diciendo que  hay una felicidad honda, más honda que lo que se ve a primera vista. Una felicidad que  viene de Dios. Una felicidad que consiste en hacer lo mismo que Dios hace: acercarse a  nuestra debilidad, e invitarnos a vivir con él, en su vida. Nosotros también podemos hacer lo  mismo que Dios, y seremos profundamente felices. Si realmente sabemos tener los ojos  puestos más allá de nuestra familia, de nuestros amigos, de nuestros vecinos ricos, y  sabemos mirar hacia los pobres y los que no tienen nada, y sabemos compartir con ellos lo  que poseemos. 

Lo primero que decía el evangelio, lo de no ir por la vida intentando aparentar quien sabe  qué, es un consejo que se entiende fácilmente. Lo segundo, lo de compartir con los pobres  lo que tenemos, ya no está tan claro para muchos. Pero las dos cosas son el camino para  la felicidad que nos enseña Jesús. Ahora es precisamente él quien compartirá su mesa con  nosotros. Para que crezca más nuestra felicidad. 

EQUIPO-MD
MISA DOMINICAL 1998, 11, 29-30


17.

Los domingos y las semanas del Tiempo Ordinario nos invitan a fijarnos en aspectos  básicos de la vida cristiana: la vivencia del domingo como día del Señor, la reunión  comunitaria dominical, la escucha de la Palabra en la escuela de Cristo, la celebración de la  Eucaristía como alimento y motor de toda la semana... 

La Palabra de Dios, este año centrada sobre todo en el evangelio de san Lucas, nos va  dando, domingo tras domingo, lecciones muy concretas para nuestro camino. Hoy, la  lección de la humildad y de la generosidad desinteresada. Hablar de la humildad no parece  un tema muy moderno. Si se nos urgiera a ser eficaces o a trabajar con generosidad, nos  parecería bien. Pero ¿ser humildes? y además, ¿ser desinteresados en nuestro trabajo? 

LA HUMILDAD NOS HACE MÁS AGRADABLES

La lección de la sencillez y la humildad nos viene bien a todos, niños, jóvenes y mayores.  Jesús nos la presenta con su acostumbrada pedagogía y plasticidad, con ocasión de una  comida a la que es invitado. Ya en la primera lectura nos dice Ben Sira, el Eclesiástico, que  al humilde le quieren todos, y sobre todo Dios. No está mal que reflexionemos sobre esta  idea, en tres dimensiones: 

a) Al humilde lo quiere Dios: "hazte pequeño en las grandezas humanas, y alcanzarás el  favor de Dios", dice el sabio; y Jesús concreta: "todo el que se enaltece será humillado, y el  que se humilla será enaltecido". Si por alguien tiene predilección Dios -y Cristo, su Enviado-  es por los débiles, por los últimos, por los pequeños. El salmo alaba a Dios porque "ha  preparado su casa a los desvalidos", porque es "padre de huérfanos y protector de  viudas".

b) Al que es discreto, y modesto en sus pretensiones, al que es humilde y no alardea de  sus cualidades o riquezas, todos le quieren; al orgulloso y engreído, o le desprecian o le  tienen envidia. Por eso el consejo: "En tus asuntos procede con humildad y te querrán más  que al hombre generoso". Cuanto más grande es una persona en su interior, menos se  hace valer y más sencilla es en el trato con los demás: y esto es lo que hace que se le  tenga más aprecio. 

c) La humildad nos hace bien sobre todo a nosotros mismos. El ser humildes, o sea,  discretos en la ambición y modestos en la autoestima, afecta a la raíz de nuestro ser: nos  hace conocernos y aceptarnos mejor a nosotros mismos, nos ahorra muchos disgustos y  nos proporciona una mayor armonía interior. 

TODOS QUEREMOS SER MÁS QUE LOS DEMÁS

Las ventajas, por tanto, de la humildad. La advertencia no nos resulta superflua. Todos  tenemos la tentación de aparecer, de buscar protagonismo, de ser y de tener más que los  demás, de modo que los que nos rodean se sientan obligados a admirarnos, hasta a  tenernos envidia. 

Jesús vio cómo los invitados se apresuraban a elegir los mejores puestos. ¿Nos estaba  viendo también a nosotros? ¿Somos de los que quieren "salir en la foto", ser el centro de la  conversación, que nos vean en compañía de personas importantes? ¿Queremos superar a  toda costa a los demás familiares, a los compañeros de trabajo, a los otros colaboradores  de una parroquia, como los apóstoles de Jesús, que discutían quién iba ser el mayor entre  ellos? 

El aviso es para toda la Iglesia, para que no vaya buscando el poder ni el prestigio ni las  alabanzas humanas. Y para cada cristiano, para que sepamos contener nuestro deseo  innato de imponernos y de ser los protagonistas en todo. Jesús no nos enseña normas de  urbanidad en la mesa, ni leyes de protocolo social, sino una actitud humana y cristiana que  a él le parece básica: la modestia y la humildad, delante de Dios y de los demás. Una  actitud que podría parecer totalmente contraria a la conducta que prevalece en este mundo,  que parece una feria de vanidades. ¿A quién le gusta ocupar los últimos lugares? 

DESINTERESADOS EN LO QUE DAMOS

Jesús une, a la lección de la modestia y la humildad, también la del desinterés cuando  invitamos o damos algo a los demás. Tampoco es muy moderno este tema, porque la  sociedad está fundada en el "do ut des", "te doy para que luego tú me des", a ser posible  con intereses. 

¿Hay alguien que dé gratuitamente? Pues eso es lo que Jesús invita a hacer. Esta vez,  su punto de mira no es el invitado que busca puestos de honor, sino el dueño de la casa  que invita. Y le dice que no invite a los ricos que le podrán luego a su vez invitarle a él, sino  a los que sabe que no le podrán corresponder. 

¡Vaya dos lecciones, a cuál menos popular: la de ser humildes y la de dar gratuitamente,  sin esperar recompensa! Hay que reconocer que es difícil asimilar esa bienaventuranza que  nos dice hoy Jesús: "Dichoso tú, porque no te pueden pagar". Ya nos pagará Dios.  El mejor ejemplo lo tenemos en el mismo Cristo, el Siervo, que no vino a ser servido sino  a servir, y que en su cena de despedida se ciñó la toalla y lavó los pies a sus discípulos. Y  en su madre, María, que en el Magnificat engrandece a Dios, reconociendo que es él quien  lo ha hecho todo en ella, porque "ha mirado la humildad de su sierva". 

J. ALDAZÁBAL
MISA DOMINICAL 1998, 11, 25-26


18. 

Jesús veía a los demás seres humanos como personas. Tanto si eran personas justas, o  pecadoras, extranjeros o jefes importantes. Por eso, se dejaba invitar por personas  prestigiosas, como los fariseos, o por personas de mala fama, como Zaqueo. La comida era  una ocasión propicia para compartir en familia con sus amigos y amigas y con otros que  estuvieran interesados en ser parte de la comunidad.

Jesús es invitado a comer en la casa de un jefe fariseo. Los invitados, siguiendo las  incorregibles costumbres del oportunismo, buscan los primeros puestos en las mesas.  Quieren aparecer más importantes ante los jefes de lo que en verdad son -práctica muy  frecuente entre fariseos y maestros de la Ley que perseguían desaforadamente el  prestigio-. Jesús, los exhorta a abandonar esta forma de vivir, pues no es así como se gana  el reconocimiento de Dios. Ellos luchan por simples honores humanos, flores que hoy  engalanan y mañana se marchitan. Para Jesús, en cambio, lo importante es ser el primero  en el servicio, en la compasión y en el amor. Pues, Dios gusta de enaltecer a los humildes y  humillar a los engrandecidos (Lc 1, 46-56).

Luego, invita al dueño de la casa a salir del juego de los favores políticos. Si el invita a  una persona importante o a un pariente y le ofrece un magnífico banquete, la otra persona  queda en deuda y buscará como devolverle la atención. Así, se entra en el tráfico de  influencias que determinarán significativamente su comportamiento social. Jesús no  cuestiona el banquete, sino las normas sociales que lo convierten en un mecanismo de  oportunismo, exclusión y marginación. En efecto, el banquete entre jefes importantes era  ocasión para componendas políticas, para exhibir todo el prestigio alcanzado y para  humillar a la gente sencilla que veía y sabía de las comilonas.

Al contrario de esta lógica, la propuesta de Jesús busca crear una comunidad alternativa,  donde todas las personas, especialmente las marginadas a causa de su pobreza,  enfermedad o pecado, puedan participar plenamente. De este modo, se abren espacios  para la esperanza y se van realizando signos que manifiestan la presencia del Reino. Esta  es la verdadera felicidad: crear esperanza entre los abatidos, dar generosamente a quienes  no pueden devolver el favor y liberarse de toda atadura inútil.

Con este modo de ser y de hacer, Jesús se convertía en un verdadero dolor de cabeza  para los que fijaban las más grandes aspiraciones humanas en la riqueza, en el poder o en  el prestigio. Creaba desconcierto incluso entre los mismos pobres que, aunque vivían con el  bolsillo desocupado, tenían la cabeza llena de las mismas pretensiones que los  poderosos.

La comunidad de discípulos tardó un buen tiempo en comprender la particular forma de  ser y de pensar de su Maestro. Fue precisamente la resurrección de este hombre justo la  que hizo entrar en razón sus porfiadas mentes. Por esto, la comunidad se comenzó a  integrar alrededor de una mesa compartida, de la que se desterró la exclusión y el  oportunismo. Además, se hacía solidaria con pueblo pobre que no era parte del grupo (Hch  2, 43-47;.4, 32-35; 5, 12-16).

Invita y sé generoso con los que no pueden devolverte..." El neoliberalismo actual no  podrá entender las palabras de Jesús si no se convierte profundamente: no todo es  rentabilidad, mercado... No todo es compra y venta. La gratuidad, el don de sí sin espera de  recompensa, siguen siendo valores evangélicos centrales.

Las palabras de Jesús nos dejan muchas enseñanzas. Una de ellas nos orienta a mirar  críticamente las normas que rigen el comportamiento social. Nosotros las hemos asumido  inconscientemente y, seguramente, programan nuestro modo de ser y nuestras prácticas  cotidianas. Ahora bien, si tomamos consciencia de su contenido y las ponemos a la luz del  evangelio, nos damos cuenta que conducen al oportunismo, al carrerismo, a la exclusión de  los más pobres, a la intolerancia social e, inevitablemente, a la violencia. Nuestra  conversión tiene que partir de una reprogramación de todo lo que nos ha conducido a ser  profundamente inhumanos.

Para la conversión personal

-¿Qué maneras conscientes o inconscientes tiene mi corazón para llevarme a buscar "los  primeros puestos"?

-Cuando invito, incluso cuando me doy a mí mismo, ¿lo hago pensando -consciente o  inconscientemente- en la recompensa que podrán devolver?

-En definitiva: ¿soy humilde y gratuito? ¿Tengo mi esperanza puesta en "la resurrección  de los justos", como dice Jesús?

Para la reunión de la comunidad o del círculo bíblico

Los dos temas que la Palabra de Dios ofrece hoy para la reunión de grupo podrían ser la  humildad y la gratuidad.

La humildad: ¿Qué es realmente? Diferenciarla del apocamiento, del complejo de  inferioridad, de la timidez... ¿Cómo conjugarla con la verdad, con la legítima aspiración a  ser más, con la sana rebeldía?

La gratuidad: significa un salto cualitativo del ser humano sobre el egocentrismo inscrito  en nuestros instintos animales. Y el evangelio lo potencia al máximo. El amor es verdadero  sólo en la medida en que es gratuito. Toda "comercialización" o búsqueda de recompensa  en el amor es su destrucción. ¿Cómo vivirla en un tiempo donde todo se compra y se  vende, donde la rentabilidad es central, y donde la beneficencia o la donación es  considerada como negativa para el desarrollo...? 

Para la oración de los fieles

-Para que la vida interna de la Iglesia sea una muestra de la búsqueda del mayor servicio  y no del mayor honor o poder, roguemos al Señor...

-Para que la "jer-arquía" (poder sagrado) sea entendida en cristiano más bien como  "iero-dulía" (servicio sagrado)...

-Para que seamos capaces de poner nuestro corazón y nuestro tesoro en los verdaderos  valores, los que resisten hasta la "resurrección de los justos", hasta la victoria de la  Justicia...

-Para que el evangelio desafíe en nosotros a la ideología neoliberal que todo lo compra y  lo vende, sin dejar espacio a la gratuidad y el amor...

-Para que eduquemos nuestra mirada y nuestro corazón, de forma que seamos capaces  de gozarnos en los valores gratuitos, allí donde otros pueden ver sólo pérdida de ocasiones  de lucro...

Oración comunitaria

Dios Padre y Madre nuestro, que por puro amor gratuito nos has creado y nos has  regalado también gratuitamente la Vida. Danos un corazón grande para amar, fuerte para  luchar y generoso para entregarnos a nosotros mismos como regalo a tu familia humana.  Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que entregó su vida generosamente por nosotros  como el camino que hemos de seguir para llegar hasta ti, que vives y reinas por los siglos  de los siglos.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


19. 29 de agosto de 2004

"EL QUE SE ENSALZA SERA HUMILLADO Y EL QUE SE HUMILLA SERA ENSALZADO"

1. Las lecturas de hoy tienen la virtud de la humildad, fundamento del Reino, como quicio. Nos la recomienda el Eclesiástico, y Jesús toma una de sus parábolas de los Proverbios: "Más vale escuchar "Sube acá" que ser humillado ante los nobles" (25,7). Hay en el hombre un instinto que le hace aspirar siempre a grandezas; se lo pide el alma, que siente una irresistible inclinación a alcanzar un ideal, un algo superior y más alto. Para conseguirlo se le ofrecen dos caminos, el de la soberbia, que es el que siguieron los ángeles rebeldes, Adán, y los filósofos paganos, que "pretendiendo ser sabios, resultaron unos necios" (Rm 1,22), y también escogieron los hombres, que por querer situarse más alto de lo que les correspondía, y pretendiendo sobresalir sobre los demás, y arrastrados por el orgullo, cayeron en un estado miserable. El verdadero camino de la auténtica elevación es el camino de la humildad, que es el que siguió Cristo y los santos y que conduce a la gloria.

2. No consiste la humildad en negar las propias cualidades, que son dones divinos que hay que hacer fructificar, como nos enseña Jesús en la parábola de los talentos (Mt 25,14); ni tampoco en negarse a aspirar a hacer cosas grandes, que suele camuflar pereza, ni en hablar mal de sí mismo, o en fingir que se tienen tantos y tantos defectos, sino en un conocimiento verdaderísimo de sí mismo, por el cual el hombre desprecia su maldad, como dice San Bernardo. “Est virtus qua homo verissima sui agnitione sibi ipsi vilescit”. Santa Teresa del Niño Jesús fue reprendida como soberbia por un confesor, a quien manifestó sus deseos de ser una gran santa. Lo que no es humildad es aspirar inmoderadamente a cosas grandes escribe Santo Tomás. Santa Teresa dice que la "humildad es andar en verdad, que lo es muy grande no tener cosa buena de nosotros, sino la miseria y ser nada; y quien esto no entiende anda en mentira" (Moradas VI 6, 8). Estas palabras de la Santa con frecuencia se emplean indebidamente, especialmente cuando cada uno quiere imponer la que cree su verdad, y se omite la segunda parte de la frase. -¿Tu verdad? No, la verdad. / Y ven conmigo a buscarla... escribió Machado en su célebre verso. El humilde no lo es porque se compara con los demás, sino con Dios, y ve que es nada ante él, pues ve la diferencia infinita que hay entre su pequeñez humana y la grandeza de Dios.

3. La humildad es el fundamento de la vida cristiana, pues Dios resiste a los soberbios. Y ella conserva los frutos de las demás virtudes que dan muy buen olor. La actitud del hombre humilde, que no se supervalora, atrae más a Dios y a los hombres, que la generosidad: "Hazte pequeño en las grandezas humanas y alcanzarás el favor de Dios, que revela sus secretos a los humildes" Eclesiástico 3, 17. Tanto más acepto a Dios será el hombre, cuanto más se humille ante él. Así obró Abraham cuando intercedió por Sodoma, y mereció que Dios compartiera con él, el plan de la destrucción de Sodoma: "Me he atrevido a hablar a mi Señor, yo que soy polvo y ceniza"? (Gn 18,27).

4. Porque él "ha preparado su casa a los desvalidos; él es padre de huérfanos, protector de viudas, alivió la tierra extenuada con la lluvia copiosa, y su rebaño habitó en la tierra, que su bondad preparó para los pobres" Salmo 67.

5. Y, después de este preámbulo, la lección gráfica y oportuna de Jesús: Un sábado, había sido invitado a comer en casa de un fariseo importante y había allí un hombre enfermo de hidropesía, lo curó y lo despidió, naturalmente como siempre, sin pasarle factura, que será la marca de fábrica de su Reino. Quiere dejar claro que la actitud y la forma de existencia del Reino es la gratuidad. Como era un fino observador, vio con qué descaro escogían los primeros puestos. Aprovechó la situación para dar su mensaje, pues él no va a las bodas por otra razón. Siempre está a punto para entregar el regalo de su palabra de vida con la que va estableciendo el estatus de su Reino: "Cuando te conviden a una boda, no te sientes en el puesto principal no sea que hayan convidado a otro de más categoría que tú, y te digan: <Cédele el puesto a éste>. Se trata de una actitud ante la vida humana: subir el primero, aunque sea en el autobús de corto recorrido, buscar y halagar a quien nos pueda subir más alto, sin reparar en empujones, ni en intentos de soborno adulador, aunque se prive del puesto a otros con más méritos o más cualidades, con detrimento de la propia sociedad, que al ambicioso poco le importa. Cuenta Martin Descalzo que en el Concilio había un personaje cuya misión principal de cada día era situarse a la puerta por donde tenían que pasar los cardenales para preguntarles a cada uno si había pasado bien la noche y si había disminuido la jaqueca de su señora hermana. Y subió como el humo en el escalafón. Y asegura el autor que esta suerte de mandangas son rentables. Pero el que por este procedimiento se encumbra, se expone a quedar en ridículo ante los invitados, cuando hay otros, que siempre los hay pero no aparecen, de más valor que, por lo mismo, no están a la vista, ni en el escaparate. Cuando aparece la ineficacia de su acción pastoral tan diferente de su eficacia trepadora, es cuando se corre el ridículo del fracaso. Es una enseñanza tan oportuna ésta de Jesús que si se cumpliera en el mundo, todo mejoraría. Estaríamos ya en el Reino, pero el mundo siempre será mundo. Los que no viven según el espíritu de Jesús convierten al hermano, o lo ven en él un escalón y lo utilizan para subir, o como un enchufe para brillar, o como un estorbo y lo apartan, lo enmudecen o lo destruyen.

6. También es antievangélico invitar, obsequiar, a los que te puedan corresponder. El mundo siempre ha actuado así, pero en esta época tan sembrada de ambición y de codicia, en un clima tan escandaloso, Jesús nos dice que los hombres no deben obrar según la ley del intercambio interesado: "te doy para que me des", te invito para que me invites, te ayudo para que me ayudes, para que me lo agradezcas y dependas de mí, para que me encumbres. Si la sociedad civil procede así y procedió siempre, pues ya Platón en su Política, escribía que había que quitar a los políticos del gobierno de la república y arrancar de sus profesiones a los hombres grandes de valía, para entregárselo a ellos, los que hemos de ser discípulos de Jesús, hemos de empezar por no jugar las mismas cartas que los del mundo que convierten la vida en un negocio, aunque sangremos cuando nos veamos postergados.

7. El pueblo de Jesús había sido ya anunciado por el profeta Sofonías: “Dejaré en medio de tí un pueblo pobre y humilde, que se acogerá al Señor. El resto de Israel no cometerá maldades, ni dirá mentiras, ni se hallará en su boca una lengua embustera” (3,12). Cuando Jesús ha escogido discípulos para comenzar el Reino, no ha ido a la Escuela de Alejandría, en busca de los alumnos de más talento; ni a los círculos de Roma donde está el emporio de la riqueza; ni en torno del poder en el palacio del emperador. Eso habría sido luchar con sus mismas armas. Busco a los ricos para crecer más pronto y combatir la riqueza. Busco a los sabios para influir más en el mundo y llenarlo de prosperidad. Busco el poder porque me facilita los puestos de conquista. Si con estos instrumentos creciera, que crecería, seguro, ¿dónde quedaría la confianza en el Señor? Jesús ha elegido la pobreza para nacer y para vivir; la incultura, para vencer la sabiduría del mundo; la desproporción en los medios, para confundir a la riqueza y al poder. A una mística francesa, Gabrielle Bossy, le dice Jesús portado bajo palio por un cardenal rodeado de obispos, en la procesión de los enfermos en Lourdes: “Yo el más pequeño”. El poeta y dramaturgo José María Pemán, describía de esta manera su programa de vida:

“Ni voy de la gloria en pos,
ni torpe ambición me afana,
y al nacer cada mañana
tan sólo le pido a Dios
casa limpia en que albergar,
pan tierno para comer,
un libro para leer
y un Cristo para rezar.


He resuelto no correr
Tras un bien que no me calma;
Llevo un tesoro en el alma
Que no lo quiero perder.


8. Jesús nos enseña a vivir la gratuidad, como la de su amor que ofrece sin esperar recompensa. La enseñanza de Jesús y su proceder es buscar a los pobres, y a los ciegos, y a los cojos e invitarlos a su banquete. Esos no te pueden pagar, y tu recibirás tu paga el día de la resurrección. Así te convertirás en dicípulo de Jesús, y del Padre que hace salir el sol sobre los buenos y los malos (Mt 5,45) y da la vida, la gracia y el cielo gratuitamente. Así entregó él su cuerpo a a la muerte por nosotros y lo recuperó en la resurrección.

9. Jesús estaba curando a aquellos fariseos llenos de suficiencia, que les impedía abrirse a la palabra, y nos está ahora curando a nosotros, que hemos sido invitados a este banquete de la Eucaristía sin méritos propios, por sólo su amor de predilección. Y desconfiemos de nosotros mismos si buscamos aristocracias de inteligencia, de riqueza o de poder, como ajenos a la marca ajena de Jesús. Agradezcamos su invitación sirviendo a los que "no nos pueden pagar; te pagarán cuando resuciten los justos" Lucas 14, 7.

J. MARTI BALLESTER


20.

El punto de referencia de los textos litúrgicos parece ser claramente la humildad. Es la actitud del hombre ante las riquezas del mundo material o del mundo del espíritu (primera lectura). Es y debe ser la mejor actitud del hombre, y particularmente del cristiano, en las relaciones con los demás, en las diversas situaciones que la vida ofrece (evangelio). Y, sobre todo, debe ser el comportamiento propio del hombre con Dios, un comportamiento que descubre la propia pequeñez en la magnanimidad de Dios (segunda lectura).

MENSAJE DOCTRINAL

Las justas relaciones nacen de la humildad. Es de perogrullo decir que el hombre es un ser relacional, y que esas relaciones son con sus semejantes, con el mundo que lo circunda y con Dios. Lo que quizá no se ve tan claro sea cuáles son las relaciones más auténticas y propias. La historia de la humanidad ofrece ejemplos numerosos de diversas formas de vivir la propia relacionalidad. Hay quienes se guiaron en su comportamiento por una relación de odio y destrucción. Los demás son enemigos y hay que acabar con ellos; Dios es enemigo, hay que “matarlo”, como proclamaba Nietzsche; la naturaleza, la selva hay que destruirla para construir ciudades, espacios humanos. ¡Una relación enteramente equivocada!  Existe también la relación de posesión. Poseer las cosas para construir un reino de bienestar; poseer a los demás para servirme de ellos en pro de mi grandeza y de mi poder; poseer a Dios, para “manejarlo” según mi voluntad. ¡Tampoco ésta parece ser del todo una relación acertada! ¿Será el temor una buena relación? Miedo a un Dios de imponente grandeza y terrible en sus juicios; miedo a los hombres y a las cosas, por complejo de inferioridad o por falta de sentido práctico. ¡No, el temor no es tampoco una relación adecuada! La verdadera relación nace de la humildad y se manifiesta como relación de amor. Porque soy humilde, es decir, porque reconozco mi condición de creatura con su inmensa pequeñez, vivo en actitud de amor mi relación personal con Dios. Ese amor me induce a percibir su grandeza y su generosidad para conmigo, a confiar en Él a pesar de mi pequeñez, a agradecer sus dones, esa ciudad de Sión en la que se cifran todo los bienes que Dios puede conceder al ser humano (segunda lectura).  Porque soy humilde, amo a los demás y no me considero superior a ellos ni busco darles algo para recibir de ellos a mi vez su recompensa (evangelio). Porque soy humilde, no me ensoberbezco con el poder  de las riquezas que pueda tener ni con la grandeza de la ciencia que poseo (primera lectura). El hombre, en su ser y en sus relaciones, es puro don de Dios, ¿de qué podrá enorgullecerse? La justa relación del hombre con Dios, con sus semejantes y con las cosas es el amor, un amor que se hace servicio, respeto, agradecimiento, solidariedad.

La humildad, virtud agradable a Dios. A Dios creador no puede no agradarle que el hombre acepte su condición de creatura y establezca las justas relaciones con Él y con toda la creación, pues eso es la humildad. La falta de humildad, por el contrario,  rompe la armonía en la interioridad del hombre y en el mismo universo, y esa ruptura no agrada al Creador. Por eso, leemos en el Sirácida que “son los humildes los que glorifican a Dios” y en el evangelio que “el que se humilla será ensalzado”. ¿Por qué agrada a Dios la humildad? Precisamente porque el humilde no tiene ninguna pretensión de suplantar a Dios, de “ser como Dios” o, al menos, de tenerse por un superhombre o por un supersabio.  Muy bien nos recomienda el Sirácida: “No pretendas lo que te sobrepasa, ni investigues lo que supera tus fuerzas”. El humilde agrada a Dios porque no lo considera como un rival, sino como un padre y un amigo. El humilde agrada a Dios, no sólo porque se reconoce creatura, sino además pecador, e indigno de su condición de hijo. Precisamente por eso,  el humilde mantiene para con Dios una actitud de hijo, sí, pero que mendiga su benevolencia y su amoroso perdón. Todo esto nos hace comprender mejor lo que la misma Escritura nos asegura: “Dios resiste a los soberbios, pero a los humildes les otorga su favor”. La diferencia entre el soberbio y el humilde la podríamos formular así: “El soberbio busca agradarse a sí mismo, incluso a costa de Dios, mientras que el humilde busca agradar a Dios, incluso a costa de sí mismo”.

SUGERENCIAS PASTORALES

Humildad, o sea, la verdad. Lo que Jesucristo en el evangelio pretende darnos no es una clase de cortesía y buena educación. Jesús va más a fondo, a lo esencial, al sustrato íntimo de la persona. Y allí, ¿qué encuentra? Encuentra un letrero que dice: “todo es don, todo es gracia”. El hombre que no sea capaz de admitirlo,  está en la mentira, se autoengaña y procurará de muchos modo engañar también a los demás. Por ejemplo, complaciéndose con sus éxitos, hablando de sus triunfos, exaltando sus muchas cualidades, creyéndose y haciéndose el importante... Aquel que sea capaz de admitirlo, está en la verdad, y será profundamente humilde. Porque la humildad es la verdad con la que nos vemos a nosotros mismos delante de Dios. Por sí mismo delante de Dios el hombre es polvo, viento, nada. Por la gracia de Dios es su imagen y es su hijo. Ojalá pudiéramos decir como san Pablo: “Por la gracia de Dios soy lo que soy, y la gracia de Dios no ha sido vana en mí”. ¡Qué manera tan distinta de vivir cuando se vive en la verdad! El hombre humilde hace siempre la verdad en el amor: la verdad sobre sí mismo, la verdad sobre los demás y la verdad sobre Dios. Te aconsejo que te mires en el espejo de la humildad para ver si te reconoces o si es tal el impacto contrastante con la realidad que el espejo no la soporta y se quiebra en mil pedazos. No puedo no afirmar que una Iglesia de humildes será una Iglesia más auténtica, más fiel al designio original de su Fundador. Cada uno, con nuestra humildad, podemos contribuir en algo

¡Atención a la falsa humildad! Hemos dicho que la humildad es la verdad, como enseña santa Teresa de Jesús. Existen, sin embargo, formas aparentes de humildad. Al faltarles la verdad, esas formas no pueden ser humildad auténtica. Recordemos algunas formas de falsa humildad. Un claro caso es el complejo de inferioridad: “Yo no valgo para ese encargo”, “Yo no puedo hacer ese trabajo”, “Yo no tengo esa cualidad”. A veces detrás de esas frases se oculta una ingente pereza. Las más de las veces se esconde una redomada soberbia que quiere evitar a toda costa el hacer un mal papel o el quedar mal ante los demás. Humilde es aquel que reconoce sus cualidades, su valía, sus buenos resultados, pero lo atribuye todo a Dios como a su fuente. Otro ejemplo de falsa humildad es no aceptar la alabanza de los demás, rechazar cualquier reconocimiento público, aparentar indiferencia ante la opinión de los demás. En el fondo muchas veces es sólo una pose para relamer de nuevo la alabanza escuchada, o para que vuelvan a insistirte en los buenos resultados obtenidos,  o para adular tus oídos  con la buena opinión de que gozas ante los demás. Humilde, al contrario, es quien acepta la alabanza, pero la eleva hasta Dios; acepta el reconocimiento público por una buena obra o la buena opinión de los demás sobre él, pero descubre en ello un gesto de caridad fraterna y una acción misteriosa de Dios. Un último caso es el de quien cree que todo le sale mal, que ha nacido con mala estrella, y que no hay nada que hacer. En un tal individuo la soberbia es tan grande que le ciega para ver cualquier cosa buena que haga; sólo tiene ojos para las cosas malas, o para los límites e imperfecciones de las cosas buenas. El humilde, más bien, sabe ver la bondad en las cosas, incluso en aquellas que le salen mal. Y dice con san Pablo: “Para los que aman a Dios todas las cosas contribuyen a su bien

P. Antonio Izquierdo, L.C.
Profesor de Sagrada Escritura en el
Ateneo Pontificio Regina Apostolorum de Roma


21. COMENTARIO 1

EL PROTOCOLO CRISTIANO

Es humano el afán de ser, de situarse, de estar sobre los demás. Parece tan natural convivir con este deseo que lo contrario se etiqueta de 'idiotez'. Quien no aspira a más, quien no se sitúa por encima de los demás, quien no se sobrevalora, es tachado, a veces, de 'tonto'.

En nuestra sociedad hay un complejo sistema de normas de protocolo por las que cada uno se debe situar en ella según su valía. En los actos públicos, las autoridades civiles o religiosas ocupan uno u otro lugar según escalafón, observando una rigurosa jerarquía en los puestos. Se está ya tan acostumbrado a tales normas, que parece normal este comportamiento jerarquizado.

En este ambiente, el evangelio aparece trasnochado. «Cuando alguien te convide a una boda, no te sientes en el primer puesto, que a lo mejor han convidado a otro de más categoría que tú; se acercará el que os invitó a ti y a él y te dirá: 'Déjale el puesto a éste'. Entonces, avergonzado, tendrás que ir bajando hasta el último puesto. Al revés, cuando te conviden, vete derecho a sentarte en el último puesto, para que cuando venga el que te convidó te diga: 'Amigo, sube más arriba'. Así quedarás muy bien ante los demás comensales.» Lección magistral del evangelio, llena de sentido común, que no suele ponerse en práctica con frecuencia. No hay que darse postín; deben ser los demás quienes nos den la merecida importancia; lo contrario puede traer malas consecuencias. El cristiano no debe situarse nunca por propia voluntad en lugar preferente.

No sólo no darse importancia, sino actuar siempre desinteresadamente. «Cuando des una comida o una cena no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; no sea que te inviten ellos para corresponder y quedes pagado. Cuando des un banquete invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; y dichoso tú entonces, porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos» (Lc 14,12-14). Este dicho de Jesús es una invitación a la generosidad que no busca ser compensada, al desinterés, a celebrar la fiesta con quienes nadie celebra y con aquellos de los que no se puede esperar nada. El cristiano debe sentar a su mesa a los marginados de la sociedad, que no tienen, por lo común, lugar en la mesa de la vida: pobres, lisiados, cojos y ciegos. Quien así actúa sentirá la dicha verdadera de quien da sin esperar recibir.

Estos dos dichos de Jesús muestran las reglas de oro del protocolo cristiano: renunciar a darse importancia, invitar a quienes no pueden corresponder; dar la preferencia a los demás, sentar a la mesa de la vida a quienes hemos arrojado lejos de la sociedad.

Quien esto hace, merece una bienaventuranza que viene a sumarse al catálogo de las ocho del sermón del monte: «Dichoso tú, porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos.»


22. COMENTARIO 2

¿PRIVILEGIADOS? SOLO LOS PEQUEÑOS

El reino de Dios, esto es, aquel pedazo de humanidad que está organizado de la manera que Dios quiere, es simbolizado en los evangelios mediante la imagen de una fiesta, de un banquete. En ese banquete no hay puestos de privilegio, y si se pone un asiento más alto, ese puesto es siempre para el más pequeño.


LOS PRIMEROS PUESTOS

Un día de precepto fue a comer a casa de uno de los jefes fariseos, y ellos lo estaban acechando. Notando que los convidados escogían los primeros puestos, les propuso estas máximas:

-Cuando alguien te convide a una boda, no te sientes en el primer puesto...


Para el mundo (= la sociedad humana mal organizada), los hombres no somos iguales, y este hecho debe quedar siempre claro. Por eso, en cualquier reunión de gente importante - dirigentes políticos, artistas famosos, gente de mundo...-, se plantea siempre un problema que en esos círculos se considera muy grave: distribuir los puestos en los que cada cual se debe situar. Cartelitos con los nombres y los títulos -señor, excelencia, eminencia, señoría...-, que es lo que más importa, se colocan en las mesas, en los asientos... para que se mantengan las distintas categorías y las jerarquías sean siempre respetadas.

Jesús, convidado a comer en casa de un fariseo, se dio cuenta de que los invitados, según iban llegando, se colocaban en los puertos más importantes. Seguro que, con una falsa sonrisa en los labios, aquellos piadosos fariseos se daban algún que otro codazo para conseguir arrebatarse unos a otros el mejor puesto.

Jesús sabe que no se trata de un incidente irrelevante, sino que revela algo más hondo, una cierta manera de entender la vida y las relaciones humanas: el querer darse importancia, el deseo de figurar por encima de los demás, determinaba el comportamiento de aquellas personas y ponía de manifiesto que para ellos la vida era una competición y que, por consiguiente, consideraban a todos los demás como adversarios y competidores.


LA HUMILDAD CRISTIANA

Para Jesús, la vida del nombre no es una competición, sino una maravillosa aventura, una tarea común: convertir este mundo en un mundo de hermanos. Y ese proyecto resultaba incompatible con la mentalidad que reflejaba el comportamiento de los invitados a aquel banquete. No se puede tratar a un hermano como competidor; no se puede vivir como hermano de los que consideramos adversarios.

Por eso Jesús propone una actitud de verdadera humildad: renunciar al deseo de quedar por encima de todos, dejar de temer que el otro me arrebate ese primer puesto que ya no pretendo y considerar que, en lo que de verdad importa, todos somos iguales y que no hay razón para que nadie busque sobresalir entre los demás.

Pero cuidado: la humildad cristiana no consiste en el desprecio de nosotros mismos ni en aceptar las injustas humillaciones a que nos intenten someter otros. Humildad no equivale a sometimiento, de la misma manera que soberbia no equivale a libertad. La humildad cristiana, continuando con la imagen del banquete, quedaría representada en una mesa redonda, en la que no hay, y nadie pretende, lugares de privilegio, mesa alrededor de la cual se sientan los hermanos en un plano de igualdad, porque entre ellos no hay privilegios.


PERO PRIVILEGIADOS... SI QUE HAY

Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a vecinos ricos; no sea que te inviten ellos para corresponder y quedes pagado. Al revés, cuando des un banquete, invita a los pobres, lisiados, cojos y ciegos, y dichoso tú entonces, porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos.


Bueno, sí que hay privilegiados. Como en todas las buenas familias, también hay privilegiados entre los hijos del Padre del cielo, los pequeños: «los pobres, lisiados, cojos y ciegos».

En una familia en la que todos se sienten solidarios, los privilegios se conceden al más pequeño, al más débil, al que no puede valerse por sí mismo. Entre los seguidores de Jesús, el amor se derrama con más generosidad en aquellos que más faltos están de él. Y estos privilegios tienen un objetivo muy concreto: compensar las desigualdades para que sea posible la igualdad.

Estos deben ser los privilegios dentro de la comunidad cristiana: los que saben menos, los que tienen menos títulos, los que tienen menos experiencia, y hasta los que andan escasos de fuerzas para ser fieles a su compromiso.

Y a éstos se debe dirigir, de manera privilegiada, la atención de la Iglesia: a todos los que este mundo (esta sociedad tan mal organizada) ha dejado «pobres, lisiados, cojos y ciegos. .», marginados, oprimidos, explotados, parados, mendigos. . Y sin paternalismos. Ofreciéndoles una silla, igual a la de todos, e invitarlos a que se sienten a la mesa con los hermanos. Y así, alcanzar juntos una felicidad que jamás acabará.

Y no olvidemos que «A todo el que se encumbra, lo abajarán, y al que se abaja, lo encumbrarán».


23. COMENTARIO 3

LOS MARGINADOS SOCIALES CONVIDADOS AL REINO

Exactamente igual que en capítulo anterior (13,18-21), Lucas presenta ahora dos parábolas. En una y otra, el pasaje condensa los rasgos esenciales de la enseñanza de Jesús sobre los contravalores del reino: allí, a base de las imágenes del grano de mostaza (hombre/campo) y de la levadura (mujer/casa); aquí, a base de consejos relativos al convidado («Cuando alguien te convide... Al contrario, cuando te conviden»: vv. 7-11) y al anfitrión («Cuando des una comida o una cena... Al contrario, cuando des un banquete», vv. 12-14).

Los valores de la sociedad humana (designada con la imagen de un banquete sabático) son puestos en evidencia por los «convidados que escogían los primeros puestos» (14,7); los contravalores de la comunidad de Jesús, en cambio, por el consejo que da él: «Al contrario, cuando te conviden, ve a sentarte en el último puesto» (14,10). Jesús invierte totalmente la escala de valores de la sociedad: «A todo el que se encumbra, lo abajarán, y al que se abaja, lo encumbrarán» (14,11). No pone en cuestión la imagen del banquete, sino las normas que lo rigen. Toda sociedad es clasista: «No te sientes en el primer puesto, que a lo mejor ha convidado a otro de más categoría que tú» (14,8). Jesús quiere constituir una sociedad de iguales a partir de una base que se promocione progresivamente: «Amigo, sube más arriba» (14,10).

Jesús completa ahora la descripción de los valores que privan en toda sociedad humana con las máximas relativas al anfitrión: «Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a vecinos ricos» (l4, 12a). A estas cuatro categorías de amistad contrapondrá a continuación otras cuatro categorías de marginación: «Cuando des un banquete, invita a los pobres, lisiados, cojos y ciegos» (14,13). Los cuatro miembros del primer grupo (unidos por la conjunción copulativa «ni») están trabados por lazos de amistad, parentela, afinidad, riqueza: son las ataduras que sostienen toda sociedad clasista en detrimento de los demás; constituyen la mafia de todo poder instalado que se autoprotege: «no sea que te inviten ellos para corresponder y quedes pagado» (14, 12b) No tienen perspectivas de futuro, puesto que han quemado todas sus esperanzas en la mezquindad de la recompensa presente. Los miembros del segundo grupo (simplemente yuxtapuestos, sin coordinación alguna) no tienen otra atadura que los relacione si no es la misma marginación: son el rechazo de toda sociedad, pero pueden hacer felices y dichosos a los que «eligen ser pobres» (Mt 5,30), es decir, a los que renuncian voluntariamente a los valores que sirven para apuntalar la sociedad clasista: «y dichoso tú entonces, porque no pueden pagarte, pues se te pagará cuando resuciten los justos» (Lc 14,14). Estos no pagan con honores, regalos y recompensas... que pasan de mano en mano, sin más contenido que el papel de celofán, sino con su agradecimiento sincero y cálido, en el banquete, y constituyéndose en prenda de una futura recompensa.


24. COMENTARIO 4

En el marco de un banquete, Lucas recoge algunas enseñanzas de Jesús relativas a la elección de los primeros puestos (vv. 7-11) y a la elección de los invitados (vv. 12-14). Toda esta sección (14,1-24) está ilustrada al final por la parábola del gran banquete (vv. 14-24).

Los versículos del 7 al 14 contienen una parábola cuyo contenido está tomado de la vida común (Prov. 25,6s). De este modo Lucas intenta iluminar una situación humana bien concreta de carácter universal y palpitante actualidad: En la lógica humana, tanto los que invitan como los invitados están llenos de prejuicios egoístas, de vanagloria y de preocupaciones jerárquicas y ambiciones. Jesús, con sus afirmaciones, quiere desmantelar sus intenciones y evidenciar públicamente sus sentimientos.

La primera sección gira en torno al tema de la humildad: "El que se ensalza será humillado"..., se trata de un dicho inspirado Ezequiel 21,31 (Así dice Yahvé: Quitarán el turbante y la corona; todo cambiará. Lo humilde será enaltecido y lo alto humillado"). Jesús ofrece este ejemplo personalmente en su vida, pero sobre todo en pasión, muerte y resurrección. Pablo retoma esta actitud fundamental de Jesús exhortando a los Filipenses a tener los mismos sentimientos que tuvo Cristo (Flp 2,6-11): que siendo de condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios, sino que se despojó de su rango, pasó por el mundo como uno de tantos, asumió la condición de siervo y se rebajó hasta someterse a la muerte y muerte de cruz, por eso Dios lo levantó y le dió un nombre de gloria. (Detrás de esto se esconde la figura del siervo sufriente que aparece en los llamados cánticos del segundo Isaías 40-55). El ejemplo elocuente de Jesús indica que él, el primero, se situó en el último puesto...; por eso Dios lo elevó glorificándole.


Estas invitación y recomendaciones de Jesús cruzan la historia y llegan hasta nosotros hoy. Se trata de una piedra de toque, con la que la Iglesia ha tropezado muchas veces. Todo cargo o puesto en la lógica de la vida cristiana no es más que un servicio humilde al estilo de Jesús, que no vino a ser servido sino a servir. ¡Qué difícil nos resulta desmontar todo un tinglado de posturas y posiciones ante funciones o puestos que en el fondo y desde la óptica cristiana no son más que un servicio gratuito y generoso al evangelio, a la iglesia, a nuestros hermanos. Sin aferrarnos, sin sentirnos más que nadie, sin alardear de puestos y títulos.

La segunda sección nos presenta el tema del servicio generoso y gratuito al necesitado. La invitación a los pobres , a los inválidos, a los cojos, a los ciegos...(verso 13) (uno de los temas más queridos de Lucas), ilustra no solo el mensaje evangélico, sino también el estilo mismo de Jesús, su proceder a lo largo de todo su ministerio público. La invitación del Jesús de Lucas es universal; sin embargo, en el conjunto de los evangelios se evidencia de manera palpable una preferencia por estos personajes marginados. Por el camino de Jesús desfilan los pobres, los enfermos, los pecadores... "Jesús pasa por el mundo haciendo el bien", buscando contra toda lógica humana lo que estaba perdido. De este modo la Iglesia entiende su ministerio al estilo de Jesús, basado en el servicio y la caridad; orientado a todos, pero preferentemente (no excluyendo a nadie, ni de manera exclusiva) a los más necesitados. La Iglesia de Lucas ilustra perfectamente esta orientación: "vivían unidos, vendían sus bienes y se los repartían de acuerdo a lo que necesitaba cada uno. No había entre ellos ningún necesitado... (Hch 2,42-47 y 4,32-36).

Con el tema de la invitación a los pobres Jesús atenta contra una de las más radicales costumbres humanas: recomienda dar sin esperar nada a cambio, invitar sin esperar una contra-invitación.

Esta segunda sección del evangelio de hoy concluye con un sabor sapiencial mediante el uso de una bienaventuranza: "dichoso tú, porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos"(v.14). Jesús propone como conclusión y de manera indirecta el ejemplo de Dios mismo. Contraria a la lógica natural humana, el Dios de los cristianos es aquel que no hace acepción de personas en el distribuir sus bienes: todos son igualmente hijos. Es un Dios que hace salir su sol sobre absolutamente todos: malos y buenos, justos y pecadores. Hará el bien y dará sin esperar nada a cambio y aunque el otro no se lo merezca: así deberían hacer también los perfectos seguidores y discípulos de este Dios manifestado en el Hijo Jesús, superando la pobre y debil lógica humana egoísta y esperando una recompensa sólo de Dios.

COMENTARIOS

1. Jesús Peláez, La otra lectura de los evangelios II, Ciclo C, Ediciones El Almendro, Córdoba

2. R. J. García Avilés, Llamados a ser libres, "Para que seáis hijos". Ciclo C. Ediciones El Almendro, Córdoba 1991

3. J. Mateos, Nuevo Testamento (Notas al evangelio de Juan). Ediciones Cristiandad Madrid.

4. Diario Bíblico. Cicla (Confederación internacional Claretiana de Latinoamérica).