26 HOMILÍAS MÁS PARA EL DOMINGO XXII
8-18

 

8. COSTUMBRE/CONSERVADOR 

Un escritor ruso decía que lo que hay de más conservador en cualquier hombre son sus  costumbres. Todos tendemos a hacer un "dios" de nuestras costumbres; todos nos  aferramos (como si fuera algo decisivo para la historia de la humanidad) a nuestras  costumbres. Y para ello solemos revestirlas con solemnes razones que ayuden a sostener  su respetabilidad. Quizás hablemos de leyes divinas o de principios inscritos en la naturaleza  humana, o más sencillamente pretendemos que "siempre se ha hecho así" o amenacemos  con las trágicas consecuencias que implicaría actuar de otro modo. También es posible que  los argumentos vengan de contrapuestos horizontes y digamos que "el progreso lo exige" o  que la "ciencia lo demuestra". Los argumentos pueden ser distintos y aún contradictorios,  pero la mayoría, la gran mayoría de los hombres, lo que intentamos es conservar y defender  nuestras costumbres, nuestro modo de actuar.

Contra esta tendencia humana chocan los revolucionarios de cualquier clase que  pretendan cambiar las cosas. Contra esta tendencia chocan también (hoy como ayer,  aunque quizá más hoy que ayer) los jóvenes que quisieran vivir con un estilo distinto al de  los mayores. Pero si los revolucionarios ganan, las nuevas costumbres se convertirán  también en costumbres a conservar hasta que lleguen otros revolucionarios. Y cuando los  jóvenes ya no lo sean tanto, también ellos verán convertir en viejas costumbres lo que  primero fue novedad (y sus hijos chocarán con ellos como ellos chocaron con sus padres).

Toda esta divagación sobre el ser conservador que todo hombre lleva dentro, quería  ayudarnos a situar una reflexión cristiana en torno al evangelio que hemos escuchado.  Porque JC fue un hombre que chocó una y otra vez con esta tendencia humana a la  conservación. Y una y otra vez se le acusó a él y a sus discípulos de no valorar las  costumbres establecidas. Las costumbres establecidas (entonces como ahora) estaban  apoyadas en solemnes motivos y por ello acusaban a JC de falta de respeto a la tradición,  de ir contra las leyes sagradas del país, de poner en peligro el orden establecido.

Pero la pregunta que hemos de plantearnos hoy es la de si esto lo hizo JC como otros  revolucionarios lo han hecho o como tantos jóvenes de antes y después. Es decir, si lo que  JC hizo fue simplemente cambiar las costumbres, sustituir unas costumbres por otras.  Porque si esto es lo que hizo Jesucristo, a nosotros, a sus seguidores, nos bastaría mirar  qué costumbres establece JC e imitarlas. Creo que los evangelios nos dicen otra cosa. Que JC fundamentalmente, no hace esto.  Hace algo más radical. JC relativiza cualquier costumbre, las de su época, las de antes y  las de después. Las de los jóvenes y las de los mayores. Lo que intenta JC es combatir  esta tendencia humana a convertir en sagradas, en intocables, las propias costumbres.  Para JC sólo hay un Absoluto y este único Absoluto es Dios. Nuestras costumbres nunca  son "Dios", nuestras costumbres siempre son un intento más o menos conseguido de obrar  correctamente. Pero nunca son un Absoluto intocable, incambiable. El único Absoluto al que  es preciso referirse y según el cual es preciso revisar, relativizar, corregir nuestras  costumbres es Dios, la verdad y el amor de Dios. Por eso los evangelios nos presentan una y otra vez esta oposición de los fariseos a JC.  Porque los evangelios representan en los fariseos esta tendencia humana a absolutizar las  propias costumbres. No es que las costumbres de los fariseos fueran peores que las de los  demás hombres de su tiempo (más pronto deberíamos decir que eran hombres en general  honestos y religiosos). Pero eran los que más revestían con grandes principios y grandes  argumentos sus costumbres. Y por ello los que más se oponían a la crítica relativizadora  que hacía JC. Posiblemente cada uno de nosotros lleve dentro su pequeño o su gran fariseo. Porque  todos tendemos a defender nuestras costumbres con solemnes principios y grandes  argumentos. Por eso, a todos, la crítica de JC nos es siempre útil. Para que nos demos  cuenta de que todos bordeamos la tentación del fariseo, la tentación de convertir en  Absoluto, en "dios", lo que es simplemente nuestro modo de obrar o de pensar. Y que el  camino cristiano, el camino de fidelidad a JC, contiene una considerable dosis de  relativismo sobre nuestras costumbres y nuestras opiniones. Porque el único Absoluto, el  único "Dios" es Dios. 

J. GOMIS
MISA DOMINICAL 1973, 6B


 

9. TRADICION-RELIGIOSA:

-El escándalo 

La conducta de algunos discípulos de Jesús provoca escándalo: "¿Por qué  comen tus discípulos con manos impuras y no siguen tus discípulos la tradición de los  mayores?" (5). El hecho concreto objeto de critica es la ausencia de Purificación ritual, que  capacitaba a las personas para el encuentro con Dios. Pero el significado de ese hecho es  lo que importa: se está despreciando la tradición de los mayores.

La tradición religiosa tiene dos ventajas: fija con claridad las obligaciones, sabe uno a  qué atenerse, da la seguridad de que está en el buen camino; y, además, permite trazar con  nitidez las fronteras entre "nosotros" y "ellos", los piadosos y los impíos, los religiosos y los  ateos. Jesús rompe con ambas seguridades: que descargando la conciencia en la tradición se  haga siempre la voluntad de Dios y que pueden delimitarse los límites de la pureza a partir  de ese criterio. Pero su argumentación se hace en tres fases, en las que se dirige a distintos oyentes:  fariseos y letrados (1-13), pueblo (14-15) y discípulos (17-23).

-Una prioridad: el mandamiento de Dios A los responsables del pueblo, fariseos y letrados, Jesús les arguye con la existencia de  prioridades. "Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los  hombres" (8). La historia religiosa de un pueblo, que tiene como pilares el culto y el  mantenimiento de la institución, va acumulando en su devenir infinidad de normas y  preceptos, de ritos y señas de identidad social. La primera constatación de Jesús es que  esa "tradición" humana puede llegar a ensombrecer e incluso ocultar la voluntad última de  Dios: fidelidad a El y amor a los hombres.

Es más, Jesús no afirma esto como una pura posibilidad, sino como un hecho  experimentado. Hay ocasiones en que la materialidad de las tradiciones, impide que se  cumpla el espíritu de la voluntad de Dios. Y aporta un caso concreto, que la lectura litúrgica  no ha recogido. Se trata del famoso corbán: se ha ofrecido el donativo al templo, lo que  tendría que servir para mantener al padre o a la madre. Pero la falta en la lectura litúrgica del ejemplo que pone Jesús para ilustrar su argumento  (9-13) ¿no es una invitación a que nosotros mismos actualicemos estos ejemplos de  incoherencia y falta de prioridades de los mayores de quienes aseguramos la piedad en la  "traición" eclesial de los mayores y echamos a un lado el mandamiento de Dios?

-Más lucidez: la limpieza de corazón Pero, si a las autoridades, Jesús les ha dado un argumento de autoridad, el cumplimiento  del mandamiento de Dios, al pueblo quiere ahora ayudarle a la lucidez. "Escuchad y  entended todos". Llama la atención solemnemente, porque la rutina y la costumbre es  enemiga de la lucidez. "Nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale  de dentro es lo que hace al hombre impuro" (15).

La sede de la pureza o la impureza no son las cosas- los alimentos, por ejemplo-, sino el  corazón. Todas las cosas son igualmente creaturas de Dios. Es el corazón del hombre el  que goza de libertad para hacer el bien o el mal. Las cosas no tienen capacidad para impedir o capacitar el encuentro con Dios. Jesús lo  dijo también: "Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios". Pecamos  de falta de lucidez cuando ponemos las barreras entre Dios y nosotros fuera de nuestro  corazón. Y ¿quién puede ver en el corazón de los hombres? ¡Qué difícil es ahora trazar una línea  divisoria entre puros e impuros, entre piadosos y ateos! ¡Cuántas sorpresas nos  llevaríamos!

-Una nueva mentalidad: la comunión Esta vez, Jesús se dirige a sus discípulos, que manifiestan dificultades de entender.  Jesús vuelve al ejemplo y declara puros todos los alimentos. Nada hay exterior al hombre  que nos permita trazar barreras. Ni del pueblo judío con respecto a otros hombres. Y de un  grupo dentro del mismo pueblo con respecto al resto. Jesús está atacando la mentalidad  exclusivista y excluyente, e invitando a la apertura universal, a la comunión.

Precisamente, los únicos que pueden considerarse manchados son los que albergan en  su corazón actitudes contrarias al amor y la comunión. Vv. 21 y 22 no son sino ejemplos.  Pero todos poseen algo en común, son actitudes que no tienen que ver con "cosas", sino  con "hombres": incestos, robos, homicidios, insultos, etc. Paradójicamente, la catequesis polémica de Jesús lleva a sus oyentes más cercanos, los  discípulos, a la mentalidad contraria a la inicialmente formulada. La tradición y sus rituales  no sólo no dan seguridad para excluir a los impuros de la comunidad, sino que las actitudes  contrarias a la comunión denotan la impureza que brota del corazón. Y aquí ¿quién puede  tirar la primera piedra? 

JESÚS MARÍA ALEMANY
DABAR 1991, 43


 

10.

GUARDAR LAS PALABRAS DEL SEÑOR 

-Mandamientos de Dios y tradición de los hombres (Mc 7, 1... 23)  Parece normal que la joven comunidad cristiana se viera en dificultades de vida concreta  ante unas normativas que debía abandonar y otras que tenía que adoptar. La tentación de  refugiarse tras prácticas tradicionales y observancias para proporcionarse una buena  conciencia, no es sólo cosa del Antiguo Testamento y del judaísmo. Ni es sólo de nuestro  tiempo el que el cristianismo experimente semejantes tentaciones; los primeros tiempos de  la Iglesia también las experimentaron.

San Pablo nos muestra que las observancias y la pureza legal provocaban actitudes que  era preciso puntualizar. Sucesivamente, los Hechos de los Apóstoles, la carta a los Gálatas,  la 1ª carta a los Corintios y la carta a los Romanos aluden a este problema. La carta a los Gálatas nos presenta al mismo Pedro titubeante frente a la importancia de  determinadas reacciones. El comía en compañía de los paganos, pero, en un determinado  momento, la llegada de alguno del grupo de Santiago, le afecta; se le ve retraído y que  tiende a apartarse por miedo a los circuncidados, imitándole en esto los demás judíos. San  Pablo se le enfrenta duramente (Ga 2, 11-14).

El capitulo 10 de los Hechos nos presenta a Pedro como centro de tales dificultades,  pero una visión le dicta su conducta y entra en casa del centurión, siendo así que a un judío  le estaba prohibido entrar en casa de un pagano, como el propio Pedro recuerda. También hay problema a propósito de la circuncisión, que algunos querían imponer a los  paganos que se convertían (Hch 15). El mismo Pedro, cabeza de la Iglesia, siente la  dificultad de resolver este problema; lo hace con valentía, pero no sin vacilación. San Pablo siente la necesidad de subrayar igualmente la secundaria importancia de  tradiciones alimentarias, y escribe: "La comida para el vientre y el vientre para la comida.  Más lo uno y lo otro destruirá Dios" (1 Co 6, 13). En su carta a los Romanos da, a este  respecto, una lección de equilibrio de juicio: "El Reino de Dios no es comida ni bebida, sino  justicia y paz y gozo en el Espíritu Santo". Sin embargo, Pablo continúa exhortando a tener  en cuenta la oportunidad, en atención a los "débiles": "No vayas a destruir la obra de Dios  por un alimento". Todo es puro, ciertamente, pero es malo que produzcamos escándalo (Rm  14, 17-20).

Estos hechos nos permiten entender mejor lo que san Marcos quiere enseñar a sus  fieles. Por motivo de las tradiciones, Jesús se ve expuesto a las acusaciones de los  fariseos. Los versículos 15 y 20 refieren dos precisiones de Jesús: "Lo que sale de dentro  es lo que hace impuro al hombre" (Mc 7, 15), "todas esas maldades salen de dentro y  hacen al hombre impuro" (7, 20); y Jesús da la lista de "esas maldades que salen de  dentro": "los malos propósitos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias,  injusticias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad". Jesús no ha podido  resistir a un cierto arrebato ante la hipocresía: "Dejáis a un lado el mandamiento de Dios  para aferraros a la tradición de los hombres" (7, 21-23).

-Guardar los mandatos del Señor (Dt 4, 1-8) 

Los mandatos y decretos que Moisés transmite al pueblo de parte de Dios son signo de  amor; manifiestan los dos componentes de la alianza que el Señor quiere establecer con su  pueblo: Dios escoge su nación, la conduce y la protege en medio de los muchos obstáculos  que ésta encuentra, y da pruebas incesantes de su fidelidad hacia ella. Pero la fidelidad de  Dios exige la fidelidad del hombre: se trata de escuchar los mandatos, de guardarlos, de no  suprimir ni añadir nada en ellos, de ponerlos en práctica. Tal debe ser la respuesta del  hombre a la fidelidad de Dios. Escuchar la Ley, recibirla, meditarla, ponerla en práctica,  significa contribuir a la realización de la historia de la salvación querida por Dios. Cuando  esto se realiza, Israel aparece a los ojos de los paganos como una gran nación que verifica  la experiencia de la sabiduría. La Ley no es un peso que aplasta; es una levadura que debe  imprimir entusiasmo al pueblo de Israel que encuentra en ella su salvación y su grandeza. Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda? El que procede honradamente y practica la justicia... (Sal 14).

-Llevar a la práctica la Palabra (Sant 1, 17... 27) 

Siempre nos acecha una ilusión, y Santiago cae en la cuenta: puede uno contentarse con  escuchar la palabra, sin llevarla a la práctica. Ahora bien, esta palabra viene de arriba. Es un don y un regalo maravilloso. Porque esta  palabra nos ha regenerado, y los cristianos a los que Santiago se dirige han sido los  primeros en beneficiarse de ese don de la palabra que regenera. Pero, a pesar de la eficacia objetiva de esta palabra de verdad, todavía es necesario que  el hombre la reciba, la acoja; esta palabra de verdad que es la Ley ha de ser recibida con  docilidad. Lo cual significa que es preciso llevarla a la práctica. Y aquí define Santiago  claramente en qué consiste practicar la "religión"; pone fin a todas las ilusiones voluntarias  o involuntarias de sus cristianos, que podrían refugiarse tras prácticas religiosas y  tradiciones. Practicar la religión es "visitar huérfanos y viudas en sus tribulaciones y no  mancharse las manos con este mundo".

Este mensaje es necesario hoy día y se debe repetir a menudo. No que haya que  menospreciar y tener por sospechosas de hipocresía todas las tradiciones y usos, que sería  la reacción pueril, pero sí tenemos que purificar constantemente nuestra forma de vivir y de  practicar nuestra religión. Podría ocurrir que nuestro culto no fuera el culto en espíritu y en  verdad, sino que estuviera manchado de legalismo y que se hubiera convertido en un  refugio. Puede existir un falso sacramentalismo cristiano que, inconscientemente, utilice los  sacramentos... para dispensarse del amor. La expresión resulta, indudablemente,  demasiado fuerte, pero expresa bien la equivocación que puede introducirse en toda vida  cristiana. Algunos podrían imaginarse que la práctica de sacramentos y observancias  cristianas salvan de una manera mágica y que no se requiere tanto el amor a Dios y a los  hombres. Esto no se dice de una forma tan brutal, pero se experimenta en el subconsciente  cristiano. Cristo, sin embargo, nos indica el medio de juzgar lo bien fundado de nuestro  culto y nuestras observancias: lo que procede del interior del hombre puede estar  podrido...

ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 7
TIEMPO ORDINARIO: DOMINGOS 22-34
SAL TERRAE SANTANDER 1982.Pág. 17 ss.


 

11. CAMBIAR DESDE DENTRO 

"Esas maldades salen de dentro" 

Hay algo que los hombres y mujeres de hoy queremos ingenuamente olvidar una y otra  vez. Sin una transformación interior, sin un esfuerzo real de cambio de actitud, no es posible  crear una nueva sociedad.

Hemos de valorar, sin duda, muy positivamente, todos los intentos de ayudar, ennoblecer  y dignificar al hombre desde fuera. Pero, las estructuras, las instituciones, los pactos y los  programas políticos no cambian ni mejoran automáticamente al hombre. Es inútil lanzar consignas políticas de cambio social si los que gobiernan el país, los que  dirigen la vida pública y todos los ciudadanos, en general, no hacemos esfuerzo personal  alguno para cambiar nuestras posturas. No hay ningún camino secreto que nos pueda  conducir a una transformación y mejora social, dispensándonos de una conversión  personal.

Los pecados colectivos, el deterioro moral de nuestra sociedad, el mal encarnado en  tantas estructuras e instituciones, la injusticia presente en el funcionamiento de la vida  social, se deben concretamente a factores diversos, pero tienen, en definitiva, una fuente y  un origen último: el corazón de las personas. La sabia advertencia de Jesús tiene actualidad también hoy, en una sociedad tan  compleja y organizada como la nuestra. «Las maldades salen de dentro del hombre». Los  robos, los homicidios, los adulterios, las injusticias, los fraudes, el desenfreno, la envidia, la  difamación, el orgullo, la frivolidad, que de tantas maneras toman cuerpo en las costumbres,  modas, instituciones y estructuras de nuestra sociedad, «salen de dentro del corazón».

Es una grave equivocación pretender una reconversión industrial justa, sin «reconvertir»  nuestro corazones a posturas de mayor justicia social con los más oprimidos por la crisis  económica. Es una ilusión falsa creer que vamos camino de una sociedad más igualitaria y  socializada, si apenas nadie parece dispuesto a abandonar situaciones privilegiadas ni a  compartir de verdad sus bienes con las clases más necesitadas. Es una ingenuidad creer que la paz llegará al País Vasco con medidas policiales,  acciones represivas, negociaciones o pactos estratégicos, si no existe una actitud sincera  de diálogo, revisión de posturas y búsqueda leal de vías políticas. ¿Pueden cambiar mucho las cosas si cada uno de nosotros cambiamos tan poco?

JOSE ANTONIO PAGOLA
BUENAS NOTICIAS NAVARRA 1985.Pág. 223 s.


 

12.

1. Los mandamientos de Dios. 

La primera lectura describe la incomparable superioridad de los mandamientos divinos  con respecto a toda sabiduría humana. Las grandes naciones tienen sus leyes, excogitadas  por una cierta sabiduría humana; estas leyes cambian según las diversas coyunturas  históricas y se adaptan a las nuevas circunstancias. La ley que Dios ha promulgado para  Israel, por el contrario, es inmutable: «No añadáis nada a lo que os mando ni suprimáis  nada»; pues esta ley proviene de la vida eternamente válida del Dios legislador. Y aunque  Israel no sea más que un pueblo pequeño, políticamente insignificante, las «grandes  naciones» tendrán que reconocer que la ley promulgada por Dios es más justa que otras  legislaciones humanas y que el pueblo que observa esta ley es más «sabio e inteligente»  (en las cosas divinas) que otros pueblos, los cuales reconocerán quizá mucho de su  sabiduría e inteligencia. Porque la inteligencia propiciada por la ley de Dios no es una  simple cultura humana, sino una sabiduría del corazón que brota de la obediencia a Dios.  La inteligencia de Israel consiste en ser hechura de Dios.

2. «Engendrados con la palabra de la verdad». 

En el envío de su Hijo a los hombres, el Padre ha superado ampliamente la excelencia de  la palabra de su ley. Su «don perfecto» es (como se dice en la segunda lectura) que ha  querido «engendrarnos con la palabra de la verdad». Ahora su palabra no solamente nos  es comunicada como mandamiento, sino que ha sido «plantada» en nosotros. Esta palabra  está tan dentro de nosotros que debe ser, ahora más que nunca, no solamente  «escuchada» sino también llevada a la práctica, para que la palabra viva del Padre  produzca en nosotros un fruto divino, verdaderamente digno de Dios. Jesús es el  cumplimiento, no la abolición de la ley en nuestros corazones (Mt 5,17), y sin embargo en  este cumplimiento va mucho más allá de lo que era la fidelidad veterotestamentaria a la ley  (ibid. 5,20). Porque la palabra que se nos dijo entonces desde fuera es ahora una palabra  implantada en nuestro interior.

3. «Lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre». 

En este contexto hay que situar la reprimenda de Jesús a los fariseos en el evangelio de  hoy. La palabra pronunciada por Dios se ha ido cubriendo de tantos aditamentos externos  (prohibidos más arriba) que se ha convertido en una forma de culto a Dios totalmente vacía  (estas palabras de Jesús son hoy tan actuales para los cristianos formalistas como lo eran  entonces para los fariseos). Jesús explicará lo que quiere decir de una manera drástica: los  alimentos que entran en el hombre desde fuera jamás le hacen impuro; más bien el mal  procede siempre de dentro del corazón, ya se quede en mero pensamiento o se convierta  en obra. Y es tanto más perverso que el mal provenga de un corazón en el que la palabra  viva, encarnada de Dios ha sido plantada como ley. Por el, contrario, todo lo que proviene  de la palabra de Dios que habita en nuestros corazones y es inspirado por ella, forma parte  de lo que Pablo llama «culto razonable» o «auténtico» (Rm 12,1), ya sea expresado o  tributado directamente a Dios o a los hombres en la vida cotidiana.

HANS URS von BALTHASAR
LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 14 s.


 

13.

Frase evangélica: «Dejáis a un lado el mandamiento de Dios  para aferraros a la tradición de los hombres» 

Tema de predicación: LA RESISTENCIA A LOS CAMBIOS 

1. Los letrados y fariseos representan el culto hipócrita que se ciñe a lo externo, a lo de  «fuera» (la rúbrica, la norma), perdiendo de vista lo profundo, lo de «dentro» (la plegaria, la  justicia). Frente a una religiosidad basada en la observancia legal de ritos y en la  interpretación rígida de la doctrina, Jesús enseña una nueva forma de relacionarse con  Dios. Dios está en la comunidad de hermanos, en la justicia con los pobres y harapientos.  Las legalidades son accesorias. La letra mata, y el espíritu vivifica.

2. La distinción bíblica y cristiana fundamental no es puro/impuro o sagrado/profano, sino  justo/injusto. En el templo puede anidar la injusticia, del mismo modo que también habita la  justicia en el ámbito profano del mundo. La santificación se opera con un corazón limpio,  una conciencia sin dobleces y una conducta intachable, conforme a la voluntad de Dios. Así  se cumple la justicia con el pueblo.

3. El culto cristiano es en espíritu y en verdad; se dirige al Padre, por Cristo, en el  Espíritu, desde la justicia del reino. Expresa el gran mandamiento de Cristo, no los  «preceptos humanos» o las «tradiciones» trasnochadas. Precisamente cuando el culto se  convierte en actividad automática, el hombre se vuelve hipócrita, preocupado sólo por las  formas externas. También la Iglesia puede caer en la tentación de abandonar el  mandamiento de Dios por las tradiciones humanas, o de honrar a Dios con los labios, pero  no con el corazón.

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Es nuestra liturgia verdadera, desde el corazón? 

¿Qué cupo de fariseísmo hay en nuestras vidas? 

CASIANO FLORISTÁN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITÚRGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993.Pág. 224 s.


 

14.

LA HIGIENE DEL CORAZÓN 

Una lectura precipitada del evangelio de este  domingo podría darnos una visión equivocada de Jesús. Los fariseos se quejaron a Jesús de que «sus discípulos comían con manos impuras, es  decir, sin lavarse las manos». Pero Jesús, llamando hipócritas a aquellas gentes, les  increpó con palabras de Isaías: «Este pueblo me honra con los labios pero su corazón está  lejos de mí».

¿Qué pretende Jesús? Porque parece que los fariseos tenían razón. La más elemental  higiene parece exigir, efectivamente, que nos lavemos las manos antes de sentarnos a la  mesa, algo imprescindible en nuestro contexto cultural. También es algo hermoso observar  las buenas costumbres de la tradición, surgidas de la lógica y de la convivencia. Por otra  parte, el mismo Jesús observaba las costumbres heredadas. Así, aquel día en que la mujer  pecadora lavó sus pies en casa de Simón el leproso. Mientras Simón pensaba  temerariamente sobre aquella escena, Jesús le dijo llana y directamente: «Simón, al  recibirme en tu casa, no me has lavado los pies. En cambio, esta mujer, desde que ha  entrado, no ha cesado de lavarme los pies». Finalmente, en la última cena, con una  evocación indudable de los lavatorios judíos, «se levantó de la mesa, se ciñó una toalla y  tomando una jofaina y una jarra, les lavó los pies a sus discípulos». No. No condena Jesús las abluciones. Condena que podamos quedarnos en la mera  exterioridad de los gestos, sin que broten del interior y lo transformen. Por eso, a la inversa,  alabó otros gestos. La actitud humilde del publicano, por ejemplo. Pero no porque estuviera  allá, al fondo, sin atreverse a levantar los ojos. Sino porque se sentía, de verdad, pecador. 

También alabó la diminuta limosna de aquella mujercita viuda -dos moneditas-. Pero,  porque retrataban la absoluta «entrega» de aquella «pobrecita de Yavé». Jesús -resumiendo-, quería gestos sinceros, eficaces, manifestadores de una limpia  postura interior. Condenaba, por el contrario, los que podrían convertirse en tapadera de  una vida corrompida. Por esa razón defendió a sus discípulos. Quizá fueran un poco descuidados en su figura  exterior. Caminantes de caminos polvorientos, al fin y al cabo, no podían ser «árbitros de la  elegancia». Pero eran limpios de corazón. Pedro, Juan, Felipe... eran niños grandes, con  fuerte dosis de candor y de ingenuidad. ¿Cómo no iba Jesús a excusarlos? 

Poco tiempo pasará y un hombre importante, Pilatos, después de ensuciar al máximo su  corazón condenando a Jesús, pidió solemnemente un lavabo y «se lavó las manos» ante la  vista de todos. ¿he ahí el modelo? No. Fue un gesto externo y teatral, que no le purificó de  nada. Un novelista inglés pintó a Pilato, ya de mayor, levantándose cada noche,  obsesivamente mordido por los remordimientos, para lavarse una vez y otra vez las manos. Es muy clara la moraleja de hoy, amigos. Nuestra religión y nuestra liturgia han mantenido bellos gestos de purificación y de  limpieza, empezando por el bautismo. Son gestos vivos, ricos en significado, llenos de  tradición. ¡Qué expresivos los golpes de pecho al rezar «yo confieso»...! ¡Pero sólo si  resuenan en mi interior! ¡Pero con tal de ir poniendo en práctica su palabra salvadora! ¡Qué  sugerente estrechar la mano de mi vecino y desearle la paz! ¡Pero sólo si salgo de la iglesia  sin mis odios y rencores!  David decía: «Lávame, Señor, más y más, y quedaré más blanco que la nieve». No se  refería al lavatorio de las manos, sino al de nuestro pobre y pequeño corazón.

ELVIRA-1.Págs. 176 s.


 

15.

1. Palabra de Dios y tradición de los hombres 

Al proseguir hoy con el Evangelio de Marcos, nos encontramos con una de sus páginas  más fundamentales y, en cierto sentido, revolucionarias. Seguramente que todos alguna vez hemos oído hablar de fariseísmo, ritualismo, etc., y  quizá nos pueda parecer un tanto inútil que hoy se nos siga anunciando un evangelio que  suponemos de buenas aplicaciones en tiempos de Jesús, pero no para nosotros, que ya  hemos superado esa etapa. Y, en realidad, ya ese modo de pensar constituye uno de los peligros de todas las  religiones: pensar que quienes tienen que cambiar son los otros, que los textos sagrados no  nos atañen cuando chocan con nuestros vicios, o que nosotros ya hemos entrado en la  etapa de la religión perfecta, etc.

Convendrá, por lo tanto, que hoy examinemos con sumo cuidado el significado de este  texto evangélico -apoyado por las otras dos lecturas-, pues nos dan el criterio para discernir  la auténtica religiosidad de la falsa. Muchas veces, cuando queremos decir que una persona es muy buena y que merece  toda confianza, solemos decir que tal persona es «muy religiosa». Pero lo cierto es que,  salvo que nos pongamos muy de acuerdo sobre el sentido de esa expresión, no siempre el  ser muy religioso es certificado de honestidad. Tampoco la Biblia alaba siempre a los  llamados hombres religiosos o a los jefes del culto, ni la exageración en las prácticas  religiosas es bien recomendada.

Con esto no queremos decir que todo lo contrario es bueno ni que lo más conveniente es  no tener religión alguna; lo único que ponemos de relieve es que no todo lo que lleva el  nombre de religioso, o la forma religiosa, lo es en realidad. Pues bien, el evangelio de hoy en una página ciertamente trascendente -de aquí que le  dediquemos un tiempo especial-, mientras denuncia que existen formas falsas de vivir la  religión, da también el criterio para que sepamos cuándo nuestra actitud religiosa es  auténtica. Si consideramos el problema con cierta profundidad, descubriremos que no solamente  hay formas inauténticas de vivir la religión, sino que muchas veces y con relativa frecuencia  la religión oprime al hombre, obligándolo a adoptar posturas falsas y a incurrir en  violaciones a las más elementales normas de convivencia humana. Y quien afirma tal cosa es nada menos que Jesús en el Evangelio de Marcos. Todo comenzó con algo aparentemente trivial. Un día los escribas y fariseos descubren  que los discípulos de Jesús no hacían los lavados rituales de las manos antes de comer,  lavados que ellos consideraban propios de gente piadosa y respetuosa de las normas  vigentes.

Observemos que aquí no está en juego la norma de higiene, sino que de lo que se trata  es de lo siguiente: los fariseos consideraban -al igual que sucedía en otras religiones de la  antigüedad- que ciertas cosas eran ritualmente puras y otras impuras. Así, el tocar un  cadáver o un alimento vendido por un pagano volvía impuro al sujeto, quien quedaba  incapacitado para penetrar en el templo o participar en el culto. Al principio, esta norma tuvo por objeto evitar que los hebreos participaran de la vida de  los paganos y mantuvieran intacto su culto a Yavé. Pero con el tiempo se fue creando la  convicción de que, siendo Dios algo tan superior a lo humano y terrestre, sólo El era puro, y  todo lo humano y terrestre era de por sí impuro. Se creyó entonces que se necesitaban  ciertos ritos purificatorios para que lo impuro se volviera puro. Si todo esto hubiera sido  solamente un símbolo de que necesitamos purificar nuestras conductas para acercarnos a  Dios, hubiera tenido sentido; pero llegó un momento en que se creyó que bastaba esta  purificación exterior -hecha a base de oraciones y lavados rituales- para que uno pudiera  considerarse justo ante Dios.

Los profetas protestarán siempre contra esta situación y las Escrituras nos registran las  duras críticas hechas contra esta religión vacía. Pero no todo era tan fácil, pues quienes  generalmente sostenían este tipo de religiosidad exterior y formalista eran los sacerdotes  del templo y los jefes espirituales de la nación. Por lo tanto, no debe extrañarnos que Jesús tomara también él parte activa en esta lucha  en favor de la verdadera religiosidad, atacando la postura de los escribas, fariseos y jefes  sacerdotales.

El nudo de la cuestión no estaba en si había que lavarse o no las manos, sino en la  misma pregunta que los fariseos hacen a Jesús: «¿Por qué tus discípulos no siguen la  tradición de los mayores?» Esta tradición estaba formada por aquellas normas y leyes, tan  minuciosas por otra parte, que sobre todo en los últimos tiempos habían sido elaboradas  por los grandes escribas, y que fueron consideradas de igual importancia que los Diez  Mandamientos y el resto de la Ley atribuida a Moisés. De aquí la réplica de Jesús, segura y contundente: «Vosotros dejáis a un lado el  mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres.» Se había producido,  pues, una distorsión total: la ley divina, ley exigente que atañe a la vida en lo que de  importante tiene, fue abandonada por otra ley que se quedaba en la superficie de las  cosas.

Ahora el panorama comienza a hacerse más claro: «La tradición de los hombres»  traiciona a Dios, falsifica la religión y crea adoradores hipócritas, pues diciendo adorar a  Dios, en realidad se adora a sí misma. Jesús apela a lo ya dicho por Isaías 29,13: «Este  pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está  vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos.»  Siempre en todas las religiones -y también en el cristianismo- se produjo este fenómeno:  en un primer momento la religión aparece como la revelación de Dios al hombre. El acento  se pone en las actitudes internas y muy poco relieve tiene el culto externo y la organización  eclesiástica. Pero con el tiempo el proceso se va invirtiendo: los sacerdotes y jefes  religiosos, asentados en el poder, mantienen dicho poder insistiendo en la importancia del  culto y de las normas que ellos mismos elaboran. Finalmente, en una tercera etapa, todos,  sacerdotes y fieles, caen en una religión puramente «cultualista» y en el cumplimiento de  ciertas normas llamadas «morales», que poco tienen que ver con la esencia de la religión.

Los evangelistas traen ejemplos de esta situación: así, muchos violaban el precepto  esencial de amar y ayudar a los padres ancianos, diciendo que ofrecían todos sus bienes al  templo, aunque en realidad tampoco esto debían hacerlo efectivo según la ley. Lo cierto es  que -con el amparo de la ley, ley de hombres- se desligaban de sus obligaciones filiales. El  ejemplo lo trae el mismo Marcos...

Otras veces, se daba el caso de que las leyes religiosas obligaran a los fieles a  exigencias sumamente pesadas y alienantes, como ciertas normas relativas al sábado. Alguno podrá preguntarse: ¿Y no sucede hoy lo mismo? Este es el problema. Y la  pregunta la podríamos formular así: ¿Es el Evangelio la norma esencial de la conducta  cristiana y de la vida de la Iglesia, o no ha sido sustituida en muchos casos por normas de  los hombres que atentan incluso contra el mismo Evangelio? Es lógico que una institución  tan compleja como la Iglesia tenga ciertas normas que regulen la convivencia y las  relaciones entre los miembros, como también el culto, los sacramentos, etc.; y que esas  normas deben ir adaptándose a los tiempos. Pero el problema reside en saber si esas  normas están total y absolutamente inspiradas en el Evangelio. Los cristianos no podemos  tener un código moral o jurídico al margen o de espaldas al Evangelio. Ya el solo hecho de imponer arbitrariamente normas de arriba hacia abajo parece ser  antievangélico, como también el imponer sanciones tales que violan aquello de que  «vosotros no debéis gobernar como los reyes y señores». Miradas así las cosas, podríamos multiplicar los ejemplos que nos muestran cómo hoy  tiene validez este evangelio. Demos tan sólo algunos a título de muestra:

--Hay una norma evangélica que insiste en la importancia de la conversión y de la  escucha de la Palabra como iniciación al bautismo. Nosotros bautizamos a todo el mundo  indiscriminadamente, pero ¿cómo se da el proceso de conversión? 

--El Evangelio, al referirse al código moral del cristiano, establece la primacía absoluta del  amor a Dios y al prójimo, síntesis de toda ley; establece la necesidad de corregir  fraternalmente al desviado, que no se apele a la violencia ni a la detracción o condenación  del otro, etcétera. ¿Es esto lo que normalmente se practica y se enseña? 

--El Evangelio, como asimismo las Cartas de Pablo, insisten en el culto del amor y del  servicio fraterno para que la Eucaristía tenga sentido, tal como hoy lo recuerda el texto de  Santiago (segunda lectura). ¿La obligación de oír misa refleja este espíritu? 

--Todo el Nuevo Testamento habla de cierta jerarquía en la comunidad cristiana, pero  puntualiza que quienes presiden la comunidad deben hacerlo en la pobreza, la sencillez, la  humildad, el servicio fraterno, sin apelar a títulos honoríficos ni distinciones especiales. ¿Es  esto lo que normalmente se practica? Los casos pueden multiplicarse y, por supuesto,  también discutirse, pero entendemos que la idea evangélica está clara: Con qué frecuencia  dejamos a un lado la norma exigente de la Palabra de Dios -exigente para todos-, norma  que afecta al mismo ser del hombre, para contentarnos con la norma fácil, exterior y trivial; o  cumplimos la ley eclesiástica, que «deja tranquila nuestra conciencia», aun sabiendo que  nuestro corazón se aleja del espíritu evangélico. ¡Qué necesidad tenemos de volver al Evangelio para releer lo que Jesús entiende por ser  su discípulo, por seguirlo, por tomar su cruz, por amar al prójimo, por rezar o ir al templo! Es  cierto que hoy nadie se lava ritualmente las manos antes de comer... Pero qué cierto es que  hemos creído, por ejemplo, que basta hacer la señal de la cruz con agua bendita para que  se nos perdonen los pecados veniales... o que por comulgar nueve primeros viernes ya  teníamos la salvación asegurada, o que bastaba llevar al cuello una medallita o un  escapulario para contar con la bendición divina, etc., etc. Examinémonos en el silencio del corazón y veamos si nuestro culto a Dios está  solamente en los labios -en los actos exteriores-, o nace del corazón.

2. Madurez e infantilismo religiosos 

Lo ya reflexionado es suficiente para este domingo, pero no estará de más -para quienes  quieran seguir profundizando- que tengamos en cuenta la segunda parte del texto  evangélico. Jesús señala que las cosas exteriores no nos hacen ni buenos ni malos; en cambio, lo  bueno y lo malo nace del interior de uno mismo. Lo que sale de nosotros, lo que es fruto de  un acto libre y responsable, eso sí debe ser tenido en cuenta.

Ni el simple cumplimiento de las normas nos hace buenos, ni el transgredirlas por  casualidad o por ignorancia nos hace malos. Nada exterior nos puede hacer buenos o  malos; somos nosotros los que hacemos que algo sea bueno o malo; es nuestra intención,  es la dirección que imprimimos a los actos y a las cosas. En realidad, estamos frente a un tema distinto al ya reflexionado. Este se refiere a la  madurez de conciencia del cristiano y, en su cara opuesta, al infantilismo religioso. Si observamos con atención el modo de proceder de los niños, veremos que siempre  tienen en cuenta las normas de sus padres y, aun cuando las violan por simple descuido o  sin darse cuenta, se sienten culpables y temen el castigo. Esto se debe a su falta de  discernimiento entre lo bueno y lo malo. Desgraciadamente los mismos padres suelen  provocar esta deformación de la conciencia, ya que castigan el acto por el acto, sin  preguntarse por la intención o responsabilidad de sus hijos.

Y esta actitud infantil de suponer que lo malo está en la cosa misma -es una forma  mágica de concebir el mundo- suele mantenerse después en nuestra vida religiosa de  adultos. Pensamos que Dios es como ciertos padres que hemos criticado, y vivimos  permanentemente bajo el miedo de pecar o con la obsesión del castigo. Esta inmadurez tiene otra consecuencia perniciosa: tales personas no son capaces de  tomar decisiones morales y dudan en seguir el juicio de su conciencia. Necesitan siempre  recurrir al juicio de otras personas para asegurarse la tranquilidad de la conciencia, sin  reparar que la verdadera paz interior sólo puede nacer cuando uno mismo asume actos con  responsabilidad y libertad.

Por eso se ha dicho que el criterio que hoy nos da Jesús inaugura una nueva etapa en la  historia de las religiones: "Lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre", porque  es del interior de donde sale lo bueno o lo malo. Por lo tanto, la norma del cristiano es el Evangelio, pero en cuanto es adoptado  interiormente como una forma de vida; no un evangelio, o diez mandamientos, o ciertos  preceptos a los que nos sometemos bajo pena de pecado o de castigo. También las leyes  son exteriores al hombre; por tanto, ni las leyes ni los hombres pueden obligarnos en  conciencia a hacer aquello que interiormente no sentimos como una obligación. Si alguien se escandaliza por esto, sepa que aún no ha superado la etapa infantil de la  fe. Si Dios es amor -no un juez ni un policía-, sólo encuentra adoración allí donde hay un  acto de amor. Quien cumple algo solamente porque está mandado, no pone en práctica la  Palabra sembrada en él, sino que sólo se contenta con oírla.

Que nadie, pues, se engañe a si mismo, como dice la segunda lectura de hoy. Y finalicemos con una última reflexión: observemos cómo, cuando reina esta religión  infantil tan atenta a lo mandado o prohibido, a lo que es pecado o virtud, entonces la  religión deja de ser fuente de alegría. Y cuando la fe no produce alegría interior, paz  interior, tengamos la plena seguridad de que no es de Dios ni viene de Dios ni llega a  Dios.

El evangelio de hoy nos muestra un sistema religioso en el cual el feligrés se siente  «perseguido» por la ley y por los sacerdotes encargados de hacerla cumplir. Allí hay  escribas y fariseos encima de los discípulos de Jesús para espiar sus actos, para ver si  cumplen o si violan, si conocen al dedillo todo lo escrito en los manuales o si viven de  acuerdo con la ley o según su conciencia. Triste papel el de estos servidores de la religión y lastimosa situación la de los feligreses.  ¿Qué pueden pensar de Dios y de su amor cuando son así tratados por los que se dicen  sus mejores y fieles intérpretes? En cambio, qué distinta la actitud de Jesús con la  samaritana, con la adúltera, con Zaqueo, con el buen ladrón, con sus discípulos... Es que cuando hay madurez interior -madurez afectiva y madurez religiosa-, nos  volvemos todos mucho más comprensivos y respetuosos con el otro. Entonces cesamos de  espiar, de criticar y de condenar.

¿Es nuestra religión madura o infantil? La carta de Santiago -por si aún quedaran dudas-  nos da un criterio sano y práctico de respuesta: «La religión pura e intachable a los ojos de  Dios Padre es ésta: visitar huérfanos y viudas en sus tribulaciones y no mancharse las  manos con este mundo.» En dos palabras: amor fraterno y santidad.

SANTOS BENETTI
EL PROYECTO CRISTIANO. Ciclo B. 3º
EDICIONES PAULINAS.MADRID 1978.Págs. 229 ss.


 

16.

ESTE PUEBLO ME HONRA CON LOS LABIOS

1. "Israel, escucha los mandatos y decretos que yo os mando cumplir. Así viviréis y  entraréis a tomar posesión de la tierra que el Señor Dios de vuestros padres os va a dar"  Deuteronomio 4,1. Aunque el Deuteronomio es la culminación de la vida y de la obra de  Moisés, debe ser leido como prolongación del impulso de su acción en el pueblo de Israel, y  como la cumbre del Pentateuco, obra de la madurez de un pueblo que ha conseguido una  notable reflexión teológica. En el Deuteronomio junto con las leyes, hay predicación y  mensaje, tanto de Moisés, como de la historia y de la meditación teológica de otros insignes  maestros y pedagogos anónimos que a través de los siglos, dejaron su huella en el pueblo  de Dios. 

En todo el Libro rezuma el amor de Dios por su pueblo, al que, en correspondencia se le  pide también amor, que es vida y felicidad. Este es el mensaje del fragmento que hoy  leemos. El cumplimiento de la ley engendra vida y felicidad, que el hombre tanto desea. Si  cumplís mi ley viviréis, y seréis felices en la tierra que os daré, en doble sentido: la tierra  física prometida a Abraham y que los que escuchan a Moisés van a recibir, y la promesa de  la vida con Dios, que también será cumplida en los que vivan en la tierra geográfica  prometida, por la paz de su corazón, y por la liberación de sus frustraciones, inquietudes y  fracasos. Con eso, el pueblo de Israel será el modelo y el envidiado pueblo de los pueblos  todos, porque la presencia de Dios le hace sabio e inteligente: "Todos los pueblos dirán:  Esta gran nación es un pueblo sabio e inteligente". Los mandamientos de la ley de Dios son  un regalo de Dios, no un peso que oprime: "Mi yugo es suave y mi carga ligera". Pero la  sabiduría trasciende la letra de las leyes, pues "La letra mata, el espíritu vivifica" (2Cor 3,6). 

2. El judaismo del tiempo de Jesús había degenerado hacia la exterioridad, y había  convertido el cumplimiento de la ley en puro rabinismo y ritualismo: Marcos 7, 1: "Dejáis el  mandamiento de Dios para aferraros al mandamiento de los hombres", y Jesús cita a Isaías:  "Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí" (29,13). A Jesús no  le molesta que se laven las manos. Lo que no quiere es que sus discípulos pongan todo el  acento en lo externo y vacíen de contenido su vida. Jesús es amigo de la profundidad.  Quiere que vivamos la interioridad. Han circulado por el mundo fotos de Juan Pablo II con  pantalón y anorach en sus vacaciones, y se han alzado comentarios y críticas. Cuando  quiso construir una piscina en Castegandolfo, porque "era menos cara que un Cónclave", y  algunos se oponían por temor a que fotografiaran al papa en bañador, él ironizó: Cuando  hayan hecho cien, ya tendrán bastantes. En todos los tiempos están los hombres tentados  a camuflar la palabra de Dios, a quedarnos en formalismos que ahogan la libertad humana.  Se suprimen los dogmas contenidos en la palabra de Dios y se hacen dogmas de  realtivismos personales o de grupo. Tentados siempre de atender a lo accidental y  abandonar lo esencial: el mandamiento del amor, que es el "mandamiento de Dios".  Estamos expuestos a creer que la religión es una cosa y la vida otra. Que pueden vivir  paralelas. Y no es así. "La piedad es útil para todo" (1Tim 4,8), porque lo debe empapar  todo. Un cristiano, no es un rezador y un murmurador a la vez: "El que crea que es religioso,  pero no refrena su lengua, su religión está vacía" (Sant 1,26). Por eso es necesario tener  adquirir una formación que no se quede en la periferia, sino que llegue a penetrar cada  mejor en el conocimiento de Dios. Escucahr su palabra. "Llevadla a la práctica y no os  limités a escucharla, engañándoos a vosotros mismos" Santiago 1, 17.

3. El salmo 14 pregunta al Señor: "Quién puede hospedarse en tu tienda?. El que  procede honradamente y practica la justicia, el que tiene intenciones leales y no calumnia  con su lengua. El que no hace mal a su prójimo ni difama al vecino". Los fariseos,  intachables estudiosos de la ley, habían creado una red de normas de conducta exterior,  con las que podían burlarla y cometer toda clase de injusticias y latrocinios. En nombre de  Dios habían matado a los profetas, olvidando el mandamiento del amor. Jesús, en cambio,  nos dice: "lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre. Porque del corazón del  hombre salen los malos deseos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias,  injusticias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad". Jesús no quiere  manos bien restregadas y limpias y lengua sucia o, mejor, corazón sucio. 

4. "Hipócrita, quita primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para quitar la paja de  tu hermano" (Mt 7,5). "Este pueblo me honra con los labios". Poder conseguir que este  pueblo honre a Dios de corazón, eso sería hacer avanzar el reino entre nosotros desde  nuestra cooperación a los designios de Dios. 

5. La tarea nuestra ha de ser dejarnos evangelizar en profundidad para poder después  evangelizar con el Espíritu, vigorizados por el sacramento del altar, que nos mueve a servir  al Señor en los hermanos, y nos garatiza la llegada del Reino. 

J. MARTI BALLESTER


 

17.

-¿Dónde está nuestro corazón?

Jesús nos pone alerta. Hemos de distinguir el bien del mal. Según leemos en los  evangelios, el Señor se ponía muy duro contra aquellos que cargaban las espaldas de los  demás con preceptos inútiles y no acentuaban aquello que es realmente importante. Y les  decía que la persona es más importante que toda ley o reglamento.

La ley nunca ha de esclavizar. Hemos nacido para ser libres. Y las leyes han de ayudar a  la convivencia y han de estar al servicio del hombre y la mujer, al servicio de la humanidad  entera. Una ley injusta debe ser cambiada. Y por eso Jesús defendía, como sucede en el  evangelio de hoy, a sus discípulos ante el absurdo de algunas normas y les dice lo que es  realmente importante.

Los alimentos prohibidos y los ritos de lavarse las manos no tiene sentido como  mandamiento religioso. Eso no hace ningún daño al alma. Lo que daña, y puede hacer  daño, es aquello que hay dentro del corazón. ¿Por qué? Porque de dentro, dice Jesús tal  como acabamos de escuchar en el evangelio, "del corazón del hombre, salen los malos  propósitos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, injusticias, fraudes,  desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad. Todas esas maldades salen de dentro y  hacen al hombre impuro".

-Las leyes y la persona humana

Nuestro mundo se vuelve cada vez más insensible. Las normas, las leyes, los  reglamentos, la burocracia son cada vez más complicadas y exigentes. Y eso afecta sobre  todo a los más pequeños, a los más sencillos, a los que no tienen recursos y no saben de  papeles. Y les obligan a ir de un lado a otro, perdidos ante tanta complicación, con el peligro  de que sean engañados y explotados por espabilados que se aprovecharán de ellos.

Nuestro mundo es especialmente difícil y duro para muchas personas. Es indudablemente  mejor equivocarse por el hecho de exigir menos cargas legales que por exigir más. Y esto ha  de ser tenido en cuenta por la comunidad cristiana, en el despacho parroquial, ayudando a  la gente en la tramitación del papeleo y huyendo de un legalismo exagerado. Y también en  la exigencia de condiciones para recibir los sacramentos y para elegir los lugares dónde  celebrarlos.

Hemos de vigilar para que la imagen de la Iglesia no sea la burocracia. Hágase lo más  conveniente, pero por encima de todo está la buena acogida. Todos han de sentirse bien  tratados, bien acogidos, amados. Es mejor excederse en la acogida que en el legalismo.  Huyamos de una religión legalista, restrictiva, burocrática. Jesús nos quiere libres de todo  eso. Y se hace muy necesario estar vigilantes porque nuestro mundo marcha por caminos  muy distintos a los del evangelio en este aspecto también, como en tantos otros. El hombre  y la mujer son siempre más importantes que la ley.

-El camino de Dios

La ley no tiene entrañas. Y eso no es lo que Dios quiere. La ley ha de existir para  beneficiar, y no para encadenar a las personas. El camino de Dios es el del amor. Y quiere  que cambiemos nuestra manera de pensar demasiado contaminada por la maldad de  nuestro mundo. Quiere que nos contagiemos de su mensaje: "Yo les daré un corazón nuevo  e infundiré en ellos un espíritu nuevo; les quitaré el corazón de piedra y les daré un corazón  de carne" (Jr 11,19).

El Señor nos quiere humanizar, quiere que cuidemos el corazón, que lo mantengamos  limpio: "Dichos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios" (Mt 5,8). La religión  auténtica no consiste en poner normas y alejar a los pequeños, sino, como dice Santiago en  la lectura de hoy, se trata de "visitar huérfanos y viudas en sus tribulaciones y no mancharse  las manos con este mundo". Estar cerca de los que nos necesitan. Todo hombre y toda  mujer son nuestros hermanos y hermanas. En nuestro mundo se dan muchos problemas de  convivencia entre personas de diferente raza o grupo. Y esta problemática tiende a crecer.

En medio de todos los problemas es necesario tener conviciones muy profundas de lo que  el Señor nos pide. Y conservar, sobre todo, un corazón limpio, un gran amor, que ha de  manifestarse en una acogida sincera dentro de nuestras posibilidades limitadas. ¡El Señor  nos acompaña! Que esta Eucaristía, misterio de su amor, nos ayude a progresar en este  camino.

JOAN SOLER
MISA DOMINICAL 2000, 11, 45-46


18. Domingo 31 de agosto de 2003

Dt 4, 1-2.6-8: La ley de Israel
Salmo responsorial: 14, 2-5
Sant 1, 17-18.21-22.27: Rechazar la impureza y el mal
Mc 7, 1-8.14-15.21-23: La ley de lo puro y de lo impuro

En la primera lectura nos encontramos con las palabras de Moisés que preparan al pueblo de Israel en la ley para la vida en la tierra que van a poseer. El tono de las palabras está cargado de elementos persuasivos. Son una invitación a escuchar la ley y a observar los mandamientos para que puedan vivir y poseer la tierra. Por los mandamientos de la ley, Dios establece una relación directa con su pueblo: ningún dios extranjero guía a los suyos con su propia palabra. Por la obediencia a los mandamientos, el pueblo se acerca a Dios y establece con él una relación directa: ¿qué nación hay tan grande, cuyos dioses se acerquen como Yahvé? Y ¿qué nación hay tan grande que tenga normas y mandamientos tan justos como esta ley que yo te entrego hoy? Observar la ley del amor es para Israel la única garantía de vida y plenitud.

La idea fundamental que nos transmite la segunda lectura es que una fe auténtica lleva consigo una vida coherente con ella. Por eso, el autor al comienzo del escrito hace un llamado a que quienes han aceptado la Palabra de Dios, la vivan. Así mismo nos exhorta a rechazar la impureza y los excesos del mal y a recibir con sencillez la Palabra que tiene poder para salvar. Finalmente, esta Palabra de la verdad con la que Dios interpela al ser humano es una palabra operativa, no unos conceptos o teorías. Creer es comprometerse en favor de los marginados y oprimidos, es asumir la causa de los empobrecidos que es la causa de Jesús porque «la verdadera religión consiste en esto: ayudar a los huérfanos y a las viudas en sus necesidades y no contaminarse con la corrupción de este mundo».

El texto del evangelio de Marcos nos pone en la línea de las tradiciones y costumbres del pueblo de Israel en relación con las leyes de pureza e impureza sobre las que el pueblo había construido su experiencia religiosa. Para comprender por qué el pueblo judío entendía la pureza de esta manera tenemos que hacer el esfuerzo de entrar en su mentalidad, en su mundo cultual.

En la religión judía, la ley de lo puro y de lo impuro es un punto muy importante en la vida cultual. No se podía participar en el culto sin el estado de pureza. La palabra «pureza» no tiene para los judíos el mismo contenido que tiene para nosotros. Para ellos, un ser humano puro era el que no se había contaminado, ni siquiera por inadvertencia, con alguna de las cosas prohibidas por la ley. Por ejemplo, no lavarse las manos, no lavar vasos, jarras y bandejas, comer carne de cerdo o conejo, estar una mujer en su período menstrual o tener cualquier persona hemorragias, eran actos o situaciones tenidos por impuros, que contaminaban al sujeto durante un determinado tiempo. Un leproso era un impuro permanente, lo mismo que todos los que tuvieran una enfermedad que no se pudiera curar. Todo el que se contaminaba con estas cosas o personas, aunque no fuera por culpa suya, tenía que purificarse, habitualmente con agua, otras veces pagando sacrificios.

El evangelio de hoy nos dice que «los discípulos de Jesús tomaban su comida con manos impuras, es decir, sin habérselas lavado antes». Por eso los fariseos y los maestros de la ley, fieles observantes de las tradiciones judías, impugnan a Jesús acusándolo de que sus «discípulos no respetan la tradición de los ancianos y comen con las manos impuras». Al ataque de los fariseos, Jesús responde haciendo alusión al profeta Isaías, que combate en Israel su concepción rígida, legalista y puritana de la ley, y denuncia la incoherencia con la que se establece la relación con Dios a través del culto: «este pueblo me honra con los labios pero su corazón está lejos de mí».

Las palabras de Jesús declaran abolida -para los cristianos- esta ley, porque nada de lo que Dios ha creado es impuro; Dios no se ofende porque hayamos tocado un muerto o porque hayamos comido tal o cual alimento. Lo impuro es todo lo que sale premeditadamente de nuestro corazón y no lo que hacemos sin querer. Para Jesús la pureza (lo que hace pura a una persona) significa buenos pensamientos, amor, solidaridad, justicia, servicio y entrega a los demás, etc., es decir, lo contrario de lo que sale premeditada y maliciosamente de nuestro corazón.

Las tres lecturas de este domingo se prestan fácilmente –lo que no es frecuente- a ser unidas en un mismo tema o conjunto de temas. Es el tema de la ley, el legalismo, la verdadera ley y la verdadera religión.

• Es claro que la actitud de Jesús es intransigente con el legalismo, el peso exagerado de la ley, la puesta de la ley por encima del amor, o por encima del ser humano (el ser humano para el sábado…). Es claro que para Jesús –y para un cristianismo legítimo- la ley no es un fin, sino un medio, y como tal, siempre un medio limitado, absoluto, que no se puede absolutizar.

• Otro aspecto es el del «fariseísmo». Con un carácter ciertamente sesgado, en el cristianismo se ha acuñado esta palabra para significar la actitud de quienes quieren aparentar un cumplimiento exacto y hasta puritano de la ley estando en realidad muy alejados de su sentido original profundo. Esta separación o «esquizofrenia» es una actitud denostada por Jesús.

• Otro tema íntimamente relacionado es el de la esencia de la ley, el espíritu de la letra de la ley. Para Jesús no se trata de cumplir literalmente los preceptos, la letra de la ley; lo verdaderamente importante es cumplir con el espíritu de la ley, lo que a veces puede permitir o hasta exigir una exención o hasta un incumplimiento de la misma. «La letra mata», o «la ley se venga», solemos decir. Porque la ley no es absoluta, y porque es un medio, es necesario preguntarse por el fin de la ley, su espíritu, su núcleo, su sentido.

• Lo que decimos de las leyes como medios, no como fines, se puede ampliar a las prácticas religiosas rituales, a la religiosidad de prácticas externas, que también con demasiada frecuencia han sido entronizadas en el catolicismo como lo central, como lo realmente salvífico… El texto de Santiago de la segunda lectura de hoy responde a este punto y al anterior: la «verdadera religión», cice Santiago, consiste en visitar a los huérfanos y las viudad y guardarse de la corrupción. La palabra que emplea Santiago ahí es «threskeía», que se refiere normalmente a la religiosidad cúltica de preceptos, ritos y prácticas cúlticas. Santiago viene a decir que los ritos, preceptos y prácticas cúlticas que interesan son la caridad fraterna comprometida y la honradez. Es una afirmación del carácter «secular» de la religiosidad cristiana…

Un libro del teólogo Gustave Thils del tiempo del posconcilio se titulaba significativamente «Cristianismo sin religión», y no era una crítica simplemente negativa, sino la propuesta de que el cristianismo nuclear está más allá de esa forma antropológico-sociológica que es la «religiosidad» de ritos y prácticas cultuales, y que, por tanto, es posible y no sería errado vivir un «cristianismo sin religión», aunque no sea la forma que pueda ser mayoritaria todavía en nuestro tiempo y en nuestra sociedad. El ser humano culto, crítico, «ilustrado», moderno, o hasta «posmoderno», es muy crítico respecto al legalismo y al religiosismo, a las leyes y preceptos morales por una parte, y a las prácticas ritualistas o simplemente rituales, por otra. La tesis de Thils viene a decir que ésta es una evolución histórica natural, una evolución cuyo camino van a seguir sectores mayores de la humanidad en el futuro, y que dicha evolución responde a la naturaleza de las cosas y a la lógica de la historia, y que no hay en ella nada malo. Que quien se sienta bien –y las grandes masas están ahí, por ahora, todavía- en la religión vivida a través de las mediaciones clásicas de la ley, los preceptos, los ritos y las prácticas rituales… pues que siga ahí. Pero que quien en su evolución cultural personal se sienta razonadamente incómodo con esas mediaciones legales o rituales, sepa que el mensaje bíblico y el mensaje de Jesús son perfectamente compatibles con una expresión humana religiosa más austera, más profunda, más allá de leyes, legalismos, cumplimientos, ritos y prácticas rituales; afincada –eso sí- en el espíritu de la ley y de los ritos: «visitar viudas y huérfanos y mantenerse lejos de la corrupción», para decirlo con la imagen de Santiago. Es posible ser cristiano y serlo con mucha seridad y profundidad «pasando» de largo de esos legalismos y ritualismos. El mensaje pues de Jesús que hoy nos vehicula la liturgia de la palabra es francamente liberador, «buena noticia».



Para la revisión de vida
Cuando Jesús denuncia las actitudes de sus contemporáneos fariseos, está denunciando una tentación permanente en la historia de las relaciones de las personas con Dios, que me afecta también a mí mismo. ¿Qué actitudes farisaicas detecto en mi vida, en mis relaciones con los demás y, sobre todo, en mis relaciones con Dios? ¿De verdad engañan mi conciencia esas actitudes mías? ¿Me engaño a mi mismo, pensando que puedo engañar a Dios?

Para la reunión de grupo
- En el "despertar religioso" que se da en la actualidad, muchas "prácticas religiosas" están en boga: nuevos movimientos religiosos como la New Age, efervescencia en grupos evangélicos de Iglesias libres, y, en los ambientes católicos más clásicos, peregrinaciones a lugares de apariciones, nuevas devociones como el Divino Niño, oraciones de intercesión a los santos, publicación en los diarios de agradecimiento por las gracias recibidas, novenas, jueves eucarísticos, cofradías, procesiones, medallas, escapularios… El apóstol Santiago, sin embargo, nos recuerda hoy en la segunda lectura que «la religión pura e intachable a los ojos de Dios es ésta: visitar huérfanos y viudas en sus tribulaciones y no mancharse las manos con este mundo». Se trata de un mensaje muy «secularizador», y muy recurrente en el evangelio.
¿Qué lugares del evangelio, o qué palabras del mismo Jesús recordamos en esta línea?
¿Se puede decir que la religiosidad, las prácticas religiosas son también, en algún sentido una tendencia «natural» de la persona humana y de los colectivos sociales, y no algo «puramente religioso»?
¿Se puede decir que el evangelio, en ese sentido, no es religiosista, sino una «invitación a superar esa religiosidad»?

- Se suele distinguir entre la Tradición y las tradiciones. Existe una «Tradición» fundamental, derivada de la revelación -que en realidad no pasa de ser un núcleo pequeño pero central-, y existe una multitud de «tradiciones» menores, que a veces provienen de apenas hace unos siglos, que no tienen fundamento bíblico o teológico, o que aunque su sentido ya pasó, se han enquistado en la Iglesia y muchos las ponen desapercibidamente en un nivel o rango que no les corresponde.
Perseverar en una tradición con el pretexto de que si perdemos algo que funcionó en el pasado, lo habremos perdido todo, ni demuestra espíritu de libertad, ni contribuye al futuro desenvolvimiento de la libertad y la madurez de las personas. ¿Puede ser que nuestra Iglesia esté repitiendo normas, discursos, ritos, formas de organización eclesial, ritos litúrgicos... que considera una Tradición intocable o de "derecho divino", pero que sean en realidad "tradiciones" de raíces mucho más cortas, elementos que se han introducido en determinados momentos de la historia y que ya perdieron su sentido y que no responden adecuadamente a las necesidades pastorales de la sociedad de hoy, ni posibilitan la fidelidad a la Gran Tradición verdaderamente transmitida a partir del evangelio?
Poner ejemplos.
Hacer un elenco de "tradiciones" que deberían mudar en favor de la Tradición.
Dialogar cada una de ellas.


Para la oración de los fieles
- Para que la Iglesia sea siempre mensajera de la auténtica Palabra de Dios y no ponga su empeño en lo que sólo son palabras y tradiciones humanas. Oremos.
- Para que los creyentes busquemos no la fe fácil, sino la fe responsable, que nos hace adorar al Dios único y verdadero y servir a los hermanos, especialmente a los pobres y necesitados. Oremos.
- Para que crezca en todas las personas el sentido de libertad y responsabilidad ante las decisiones que debamos tomar en nuestra vida. Oremos.
- Para que sepamos educar a nuestros niños y adolescentes, no tanto en las tradiciones y folclores cuanto en una fe seria y madura. Oremos.
- Para que las normas religiosas humanas y los cánones jurídicos nunca ahoguen las exigencias del Evangelio. Oremos.
- Para que esta comunidad nuestra tenga claridad de ideas a la hora de distinguir lo verdadero de lo falso, lo importante de lo secundario, la Tradición de las tradiciones, la palabra humana de la voluntad divina... Oremos.


Oración comunitaria
Dios, Padre nuestro, de quien procede todo bien y cuyo Espíritu nos llama a la Libertad. Te rogamos que las normas, leyes, ritos y temores… que muchas veces interponemos en nuestra relación contigo, no logren ocultarnos tu rostro de amor, de forma que lejos de aferrarnos a tradiciones simplemente humanas, estemos libres para encontrar creativamente vías siempre nuevas de llegar hasta Ti y de contemplar tu rostro, por J.N.S.

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