COMENTARIOS A LA SEGUNDA LECTURA

Santiago 1,17-18.21b-22.27

 

1.

La llamada Carta de Santiago es un escrito de carácter principalmente moral en la misma  línea de otros escritos de la Iglesia primitiva. Las cuestiones teológicas aparecen muy de  pasada, más bien para fundamentar las recomendaciones éticas.

Están más en la línea de A.T. y las menciones de Jesucristo son escasas, pero hay  tradiciones comunes cristianas y coincidentes con el resto del N.T.

En esta perícopa inicial hay una fundamentación genérica de la exhortación moral  posterior. La acción de Dios comunicando y comunicándose es la base de toda la vida  humana y cristiana. Es preciso vivirlo. No por imposición u obligación, sino por exigencia  ontológica. No basta lo intelectual, ni una mera aceptación interna, que sería sólo parcial,  sino un total compromiso de la persona, que, por lo mismo, se verifica en la práctica  concreta. Es, a su vez, tomar en serio esta práctica sabiendo lo que significa. Si la Palabra  de Dios habita en nosotros, siendo activa, ha de dar necesariamente muestra de ello. Pero  uno puede autoengañarse -¡somos hábiles en esto!- y es preciso estar sobre aviso.

Para el creyente ordinario su manera de vivir le va a ser una especie de prueba de cómo  es su entrega de Dios, si verdadera o ficticia. Igualmente, si hay práctica, aunque la  referencia a Dios no sea tan explícita, se está en el buen camino. Porque las cosas son  dones de Dios. Y nosotros también.

(FEDERICO PASTOR
DABAR 1985, 44


 

2.

De Dios viene todo bien (cf. Mt 7,11); es llamado "Padre de las Luces", de los astros,  porque es su creador y conservador.

Mientras que los astros conocen cambios y mutaciones, Dios es inmutable.

Por pura iniciativa de su gracia, mediante la "Palabra de la verdad", el evangelio (cf. Ef 1,  13) o revelación cristiana, ha llevado a Dios a los cristianos (en concreto: a los receptores  de esta carta) a una nueva vida espiritual (1 Pe 1, 3-23), sembrando en sus almas la semilla  de la vida de la gracia (Jn 1, 13; 3, 3-10). Así que son sus hijos y, en cuanto cristianos  judíos, un anticipo (primicia) de lo que ha de ser la humanidad y, en definitiva, toda la  creación (Rom 8, 23; 1 Cor 16, 15; 2 Tes 2, 13; Ap 14, 4); y esto porque los cristianos, ante  los demás, especialmente ante los paganos, han sido llamados a la fe y por ella a la  salvación.

Ahora bien, frente a la "Palabra de la verdad", el hombre tiene unas obligaciones  determinadas, que son las que se presentarán a continuación en tres grupos: disposición  para la escucha, discreción en el hablar, renuncia a los accesos de ira. Este trío configura la  regla de vida que también encontraremos en el paganismo y en la doctrina judía de la  sabiduría (cf. Si 5, 11; 20, 5-8; Prov 10, 19; 14, 29; 16, 32).

EUCARISTÍA 1988, 42


 

3.

El autor llama poéticamente a Dios "Padre de los astros" o "de las luces"; esto es,  creador de todas las estrellas y, en especial, origen de aquella luz que "ilumina a todo  hombre que viene a este mundo" (como dice Juan en su prólogo refiriéndose a la Palabra  de Dios).

De Dios procede la "Palabra de la verdad", que es vida para los creyentes. Los que creen  en la palabra son hijos de Dios, nacen de Dios. La palabra es como la buena semilla que da  ciento por uno, la semilla de la gran cosecha de los hijos de Dios. Es también la semilla de  la nueva creación, y los cristianos son la primicia de todas las criaturas.

Lo importante es la palabra que ha sido plantada, pero no basta.

Es preciso que la recibamos con fe, dócilmente y hagamos lo que ella dice. Sólo así  puede desarrollar toda su virtud salvadora y producir la gran cosecha.

Como un espejo que nos descubre las manchas de la cara, así también la Palabra pone  al descubierto nuestros defectos (v. 23 ss, omitidos en esta lectura litúrgica). Pero ¿de qué  nos serviría conocer nuestros defectos si no los corregimos? No está en su sano juicio el  que mira su cara manchada en el espejo y después no se limpia. De la misma manera, al  confrontar nuestra conducta con la Palabra de Dios, debemos corregirla en la práctica. No  basta con escuchar la Palabra; hay que hacer lo que nos dice. Sólo el que hace la verdad  que ha escuchado, escucha con provecho. Esto es creer auténticamente, pues la fe sin  obras no es verdadera fe.

Santiago denuncia certeramente la hipocresía de aquellos que reducen la vida religiosa a  las "prácticas de piedad", pues el culto verdadero es el amor al prójimo. Creer es  comprometerse a favor de los desvalidos y no mancharse las manos con este mundo, esto  es, con el mundo de la opresión y de la explotación.

EUCARISTÍA 1982, 40


 

4. SANTIAGO/CARTA

La llamada carta de Santiago es un escrito de carácter básicamente exhortativo y moral,  dirigido a cristianos para que tengan una vida en coherencia con la sabiduría divina. No  tiene contenido doctrinal o teológico amplio, sino es de naturaleza práctica e inmediata. 

Carece de referencias explícita a Cristo y a su mensaje o al anuncio primitivo. En bastantes  aspectos, principalmente en su preocupación por lo práctico se advierte que procede de un  cristiano proveniente del judaísmo. En cuanto al autor es difícil pensar que no sea  cualquiera de los Santiagos que aparecen en el Nuevo Testamento, ni "el Mayor" como es  claro, pero tampoco "el Menor" o del Alfeo. Ni siquiera el conocido como "hermano del  Señor" parece el autor, pues la lengua griega en que está escrita es bastante buena y no es  verosímil que sea la de un judío palestinense. Puede decirse que es un judío, de cultura  griega, preocupado por un estilo de vida religioso y con referencia a Cristo.

En el párrafo inicial hay una fundamentación genérica a considerar la acción de Dios  poniéndose en contacto con el hombre por medio de su Palabra, tema iniciado en el Antiguo  Testamento y coronado con Cristo/Verbo de Dios.

Es aspecto que el autor destaca en la respuesta humana a esta acción de Dios, es decir,  en la fe, es desde el mismo comienzo del escrito, la práctica. No se trata de una aceptación  puramente intelectual o nocional del mensaje, concebido en términos mentales, sino de una  vida coherente con esos mensajes.

A lo largo de la "carta" habrá que precisar su idea de fe, pero puede adelantarse que esta  concepción práctica de la virtud es algo en que está de acuerdo todo el Nuevo Testamento y  toda la predicación cristiana. Reducir la fe a algo puramente intelectual, o principalmente, de  este tipo, como se ha hecho muchas a veces a partir de la definición moderna de acto en la  fe, no es conforme con lo que nos dice de la fe el Nuevo Testamento, donde se la presenta  como una actitud global de toda la persona, y por lo tanto también con una vertiente  práctica. 

FEDERICO PASTOR
DABAR 1991, 43


 

5. Llevad a la práctica la palabra

Empezamos hoy a leer la carta de Santiago que continuaremos en lectura semicontinua  durante cuatro domingos más. Se trata de una carta poco conocida. Exegéticamente  presenta problemas de estructura, pues no refleja un orden claro de exposición. Además,  está la cuestión de identificar al autor: de los tres Santiagos que mencionan los evangelios y  los Hechos, ninguno satisface plenamente. Literariamente la carta está escrita en buen  griego y combina la exhortación con los proverbios. Halla su unidad de fondo en la sabiduría  cristiana, entendida como sentido práctico, como mentalidad madurada en la reflexión y en  la plegaria, que se expresa en una valoración concreta de las circunstancias y tiende a  resoluciones prácticas en la vida de cada día.

El primer fragmento de hoy, compuesto por versículos sueltos y algo inconexos, se centra  en la Palabra de Dios y en la vivencia de esta Palabra. La vida cristiana entera es vista  como un germinar la Palabra, que se traduce en atención a los necesitados y en renovar  nuestra mentalidad mundana.

La exhortación de Santiago: "Aceptad dócilmente la palabra que ha sido plantada y es  capaz de salvaros ... y no os limitéis a escucharla", recoge las palabras de jesús en Mt 7,24  y 12,50: escuchar la palabra de Jesús y ponerla en práctica es edificar sobre roca y ser su  madre y sus hermanos.

MISA DOMINICAL 2000, 11, 44