30 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO XXI - CICLO C
10-21

 

10. 

1. «De entre ellos acogeré sacerdotes y levitas». 

La profecía del final del libro de Isaías (primera lectura) dice al pueblo de Israel con toda  claridad que Dios llamará también a hombres de países lejanos, que «nunca oyeron su  fama», y de entre ellos escogerá a algunos como sacerdotes y servidores particulares. Para  Israel es una tarea sumamente difícil saberse el pueblo elegido y a la vez tener que  relativizarse hasta el punto de tener que admitir esto: la misma elección afectará a otros  cuando llegue el momento, un momento que sólo Dios conoce. Estos otros, que en general  eran considerados por Israel como enemigos de Dios, son ahora llamados por Dios  «vuestros hermanos». Los sacrificios que ellos ofrecerán en el templo del Señor no están  manchados ni carecen de valor (como los sacrificios paganos), pues traen ofrendas «en  vasijas puras». ¿Cómo se comportará Israel con respecto a esta promesa? 

2. «No sé quiénes sois». 

El evangelio da respuesta a esta cuestión, pues se dirige ante todo a ese Israel que no  quiere admitir la ampliación anunciada por el profeta. Que desconocidos «de Oriente y  Occidente, del Norte y del Sur», vengan «a sentarse a la mesa en el reino de Dios» con los  patriarcas de Israel, es algo tan insoportable para los interlocutores de Jesús que éstos, con  «rechinar de dientes», pasan a convertirse en «últimos», aunque eran los «primeros», e  incluso ya no se les permite entrar. Tienen que reconocer que se comportaron como  auténticos «malvados» cuando se empecinaron en su presunta prerrogativa mientras  comían y bebían con Jesús y éste «enseñaba en sus plazas». Las duras palabras que oyen  por boca de Jesús son palabras de advertencia, de aviso, pero sólo pueden provenir de su  amor. Y aunque al final se les dice que serán «los últimos», conviene no olvidar que este  último puesto (como confirman muchas profecías: Ez 16,63) es ciertamente el lugar de la  vergüenza, pero no el de la desesperación. Hay una esperanza para todo Israel (Rm  11,26).

3. «El Señor reprende a los que ama». 

La segunda lectura, que habla de la reprensión de Dios, de la corrección que procede del  amor, se dirige ciertamente primero a los cristianos. Estos deben sentirse igualmente  interpelados por las advertencias del evangelio. Pues también ellos pueden, como los  judíos, alardear de su elección y de sus presuntas prerrogativas, y por eso precisamente  pueden quedarse fuera y ser relegados al último puesto. Por ello han de recordar que no  deben entender la corrección simplemente como un castigo en su vida, sino como un  necesario instrumento pedagógico que quiere conferir a su fe y a su vida relajadas un  nuevo vigor cristiano. Pero también el Israel postcristiano debería recordar estas palabras a  propósito -de la corrección, que ya le fueron dichas en la Escritura de la Antigua Alianza (Pr  3,11-12). Si es verdad que los dones y las llamadas de Dios son irrevocables (Rm 11,29),  entonces la larga pasión de Israel no puede ser más que un acontecimiento histórico dentro  de su elección.

HANS URS von BALTHASAR
LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 278 s.


11. LAS ESTADÍSTICAS DE LA SALVACIÓN 

Quienes se dedican a la docencia, saben que, por encima de las disertaciones  magisteriales de los grandes principios generales, o más aquí de estos principios, lo que de  verdad suele interesar a los alumnos son las soluciones concretas. Anda, por ejemplo, el  profesor tratando de definir en qué consiste la «actitud» del pecado. Pues bien, el alumno  quiere enseguida saber si «lo que hace Fulano» es pecado. Aspira el alumno a tener una  sabiduría tan puntual y minuciosa, que quiere quedarse con tan sólo «lo imprescindible».  Por eso, los alumnos, a cada paso, aterrizan de esta manera: «Señor profesor, ¿basta con  leer la letra grande o es necesaria también la pequeña?».

Resulta que «Jesús, de camino hacia Jerusalén, recorría ciudades y aldeas enseñando».  Era, por lo tanto, como un filósofo peripatético que dejaba sus enseñanzas mientras iba  caminando. Pues, bien, bien pronto le salió al p aso un alumno con una cuestión concreta e  interesada: «Señor, ¿son pocos los que se salvan?».

Y es ahí justamente donde el Señor, sin caer en la trampa de dar una contestación  categórica y matemática, prefirió llevar al alumno al terreno de su «propia vida»: «vosotros  esforzaos en entrar por la puerta angosta». Para que él mismo, en el análisis personal e  intransferible de su propio comportamiento, encontrara la respuesta. Ya que «cada cual  lleva su alma en su almario» y la salvación en «su» itinerario. Por eso en la lección de  Jesús sobre la salvación hay que hacer varias reflexiones.

SV/COMO: Una: La salvación no es un tema meramente escatológico. Es decir: ¡me  salvaré cuando haya atravesado el umbral de la muerte No, amigos. Me estoy salvando, o  condenando, ya aquí y ahora. Mi labor de cada día, la verdad o mentira sobre la que voy  desarrollando mi actividad y mi actitud, la entrega que pongo en todo lo que hago es ya  salvación o condenación. «El tiempo es oro», solemos decir. Y se trata de una verdad  rotunda. Porque «el tiempo» -¡ved la paradoja!- es el que produce la «eternidad». Por eso  Jesús, a aquel alumno de preguntas concretas, le respondió con una concreta invitación a  un determinado modo de vivir: «Esforzaos en entrar por la puerta angosta». «Entrar»...,  «esforzarse»..., «puerta estrecha»..., son de verdad acciones y símbolos bien concretos.

Dos: No hay que imaginar la salvación como cosa de «lotería» y de «magia». ¡No  podemos entender al pie de la letra los números simbólicos de la escritura: «¡ciento  cuarenta y cuatro mil!». ¡Ni debemos crear un Dios sujeto a nuestras matemáticas! ¡Son  muy peligrosas y endebles todas esas concepciones de la salvación condicionada al rezo  de tal o cual jaculatoria, a la práctica de tal o cual devoción, al hecho de haber llevado tal  medalla. Lo que Jesús dice hoy en el evangelio es esto: «Cuando el amo de la casa cierre  la puerta, de nada servirá que los de fuera llamen y digan: ábrenos, Señor, ya que hemos  comido y bebido contigo». Lo cual vuelve a querer decir lo mismo: «Esforzaos por entrar por  la puerta estrecha».

Y tres: La salvación no es cuestión de «nacionalismos». Aunque Dios, desde el principio,  dejó bien claro que quería formar un pueblo -«su pueblo»-, no caigamos en el error de los  exclusivismos y de los derechos «ante previssa mérita». El Apóstol de las gentes, Pablo, no  tuvo otro afán que aclarar esta idea: «Dios quiere que todos los hombres se salven y  lleguen al conocimiento de la verdad». Todos.

Así que, cantemos una vez y otra vez: «Somos un pueblo que camina y, juntos  caminando, podremos alcanzar otra ciudad que no se acaba, sin penas ni tristezas, ciudad  de eternidad». Pero ¡ojo!, no perdamos de vista lo que advirtió Jesús: «Vendrán de Oriente  y Occidente, del Norte y del Sur, y se sentarán a la mesa en el Reino».

Por lo tanto: «¿Serán pocos los que se salvan?». ¡Pregunta vana! La salvación no es  cosa prevista por las estadísticas , sino adquirida con «el esfuerzo». ¡Y con la gracia de  Dios que se le da al hombre sobreabundantemente».

ELVIRA-1.Págs. 257 s.


12. 

Frase evangélica: «Vendrán de Oriente y Occidente, del Norte y del Sur, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios» 

Tema de predicación: LA PUERTA ESTRECHA DEL REINO 

1. A una pregunta de los discípulos sobre el número de los que se salvan, Jesús  responde sobre el cómo de la salvación, sobre el esfuerzo que requiere. La «puerta  estrecha» es imagen de la entrada en el reino, que se traduce en la opción por Jesús y por  su evangelio. «Esforzarse» es poner en práctica las enseñanzas de Jesús.

2. La puerta se cierra cuando se rechaza la conversión. No basta con haber pertenecido  al pueblo de Dios por la circuncisión, o incluso por el bautismo, si no se han tenido entrañas  de caridad. Tampoco basta con haber enseñado o hablado si la palabra no ha ido  acompañada de un testimonio coherente, o compromiso. Es imprescindible una aceptación  práctica de Jesús, una fidelidad a su mensaje traducida en obras.

3. Dios rechaza a los judíos circuncisos y a los bautizados que no son fieles, mientras  que admite a los paganos que lo buscan y lo encuentran. Los cuatro puntos cardinales a  que alude el evangelio se refieren a los que viven en la marginación, en el Tercer Mundo,  en los rincones olvidados del universo... Por eso termina este pasaje de Lucas con una  sentencia desconcertante respecto de los primeros y los últimos. Los impenitentes serán  rechazados, y los que han tenido una actitud profética por la justicia serán admitidos.

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Nos esforzamos en ser cristianos? 

¿En qué se nota? 

CASIANO FLORISTAN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITURGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993.Pág. 298


13.

- Ir con todos

Cuando preguntas a un chaval si quiere ir de excursión, raramente dice que sí enseguida.  Primero pregunta: "¿Quién más vendrá?, ¿seremos muchos?..." Quiere saber quiénes  serán sus compañeros. 

A Jesús le preguntan una cosa parecida: "¿Serán pocos los que se salven?". Quizás los  apóstoles tenían miedo de quedarse solos o de tener que caminar con compañeros  indeseables de viaje. 

Hoy nos es más fácil saber qué y cuánta gente habrá en un concierto de rock o en un  estadio. Vamos allá donde calculamos que nos vamos a encontrar bien. También, si  hacemos un largo viaje y estamos dispuestos a gastar más dinero, podemos saber que  tendremos una compañía más selecta adquiriendo un billete de primera clase. Si no, es  posible que tengamos que movernos entre las grandes maletas de los emigrantes.  Nosotros, como los apóstoles, también queremos saber si seremos pocos o muchos, y qué  compañía tendremos en el viaje. 

Pero Jesús no contesta a la pregunta. No le gustan estos cálculos que hacemos. Dice a  los discípulos que si ocupamos mucho espacio en el camino los demás no van a caber.  Avisa que el camino es estrecho y que si uno sólo piensa en sí mismo no habrá manera de  pasar. 

La carta a los hebreos nos advierte que tengamos en cuenta a los demás que caminan  con nosotros. Nos lo recordaba con este consejo tan evidente: "Caminad por una senda  llana: así el pie cojo, en vez de retorcerse, se curará". 

Los discípulos Santiago y Juan querían ir sin apreturas en su viaje y piden a Jesús un  lugar principal para ellos: "uno a la derecha y otro a la izquierda". La reacción de Jesús es  parecida a la del evangelio de hoy. Les pregunta si saben cuál es "el cáliz que tendrán que  beber" (Mc 10,38). No les aclara si sentarán a la derecha o a la izquierda, sino que les  comenta las dificultades que tendrán que superar; es como decirles que la puerta es  estrecha. 

Ahora que en nuestro país empieza a haber una ola de emigrantes provenientes de África  y América del Sur, comprendemos mejor cómo hemos de situarnos en este viaje en el que  "vendrán del oriente y de occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el reino  de Dios". 

De hecho resulta incómodo y molesto dejar paso para que entre a todo el mundo, cuando  nosotros hemos puesto la mesa, cuando hemos sido los artífices del progreso. Además  hemos sido fieles a la práctica religiosa, nos hemos ofrecido para la catequesis y quizás a  veces hemos aguantado las burlas de los que nos recriminaban nuestra piedad. 

- Hacer lo necesario para que todo el mundo pueda entrar  Pero lo que nos pide el Señor no termina aquí. No basta con dejar la puerta abierta para  todos. Debemos apretujarnos para que también los demás puedan entrar. Tenemos que  poder decirles que es la ilusión del Padre que también ellos entren a la salvación, y  explicarles que "en casa de mi Padre... hay sitio para todos" (Jn 14,2) y que el nuevo  Templo, que es el cuerpo de Jesús, es el camino nuevo inaugurado para que todos puedan  llegar al Reino" (Hb 10,20). 

El mismo evangelio nos dice que habita gente que creía que la casa era toda para ellos  solos, pero quedaron excluidos y les dirá el amo de la casa: "No sé quiénes sois. Alejaos de  mí, malvados". 

El profeta Isaías no sólo nos explica que vendrá gente de países lejanos y que tendremos  que hacerles sitio. Añade que éstos valdrán como los vasos puros que presentamos en el  altar y que "el Señor tomará algunos para hacerlos sacerdotes o levitas". 

- "Hemos comido y bebido contigo" 

La contemplación de Jesús que acoge al criminal arrepentido crucificado a su derecha,  que elogia a la viuda, que hace repartir el pan entre la multitud que iba como ovejas sin  pastor, nos puede iluminar este evangelio que hemos leído hoy. 

Que los que nos disponemos a comer y a beber una vez más con él, no nos veamos  excluidos de su compañía; nunca tengamos que oír aquello: "No sé quiénes sois. Alejaos de  mí, malvados". 

Pidámoslo en esta Eucaristía. 

EQUIPO-MD
MISA DOMINICAL 1998, 11, 23-24


14.

Por si nos habíamos olvidado, Lucas nos recuerda que la escena que nos cuenta sucedió  cuando Jesús iba "de camino hacia Jerusalén». Si hace dos domingos se nos invitaba a la  vigilancia, y el pasado a la coherencia valiente en nuestro camino, hoy suena la pregunta  que también puede preocupar al cristiano de hoy: ¿son muchos los que salvan? ¿son  pocos? ¿estaré yo entre ellos? 

En la mentalidad del que preguntó eso a Jesús, seguramente estaba la idea de que sólo  se salvaban los judíos. En la nuestra, puede suceder que nos sintamos seguros de la  salvación por ser cristianos, o por ser "practicantes". Y la respuesta de Jesús puede  parecernos poco animadora. 

DIOS QUIERE SALVAR A TODOS

Las lecturas empiezan con una perspectiva optimista: Dios quiere la salvación, no sólo  del pueblo elegido de Israel, sino de todas las naciones. Nos lo dice claramente la página  de Isaías. El profeta anuncia que, desde costas lejanas y de todos los países, vendrá gente  a adorar al Dios verdadero. Todos están destinados a su Reino. El pueblo de Israel tiene  una función "misionera", mediadora, para que todas las naciones conozcan y sigan a Dios. El salmo también insiste en la misma clave: "Alabad al Señor todas las naciones... su  fidelidad dura por siempre". Y nosotros sabemos, ahora con muchos más motivos que  antes, desde la venida de Jesús, el Enviado de Dios, que el plan de salvación de Dios es  universal. El mismo Jesús, en el evangelio, recuerda que vendrán de Oriente y Occidente a  sentarse en la mesa del Reino de Dios. 

La respuesta a la pregunta inicial, por tanto, parece que es positiva: todos son llamados a  la salvación. En el libro del Apocalipsis se nos habla de una muchedumbre inmensa: la de  los bienaventurados que alaban a Dios en el cielo. 

ESFORZAOS EN ENTRAR POR LA PUERTA ESTRECHA

Pero, a continuación, Jesús nos invita a saber conjugar esa misericordia universal de  Dios con la exigencia de la respuesta personal de cada persona a ese amor. 

Jesús no quiere engañar a nadie. Lo que vale, cuesta. Dios quiere salvarnos, pero con la  condición de que le demos una respuesta clara de fe y de vida auténtica. Debemos tomar  también nosotros nuestra cruz y seguir las huellas de Cristo. Si el camino de Jesús fue  difícil, no es raro que se nos anuncie que el de sus seguidores no puede ser fácil y  cómodo.

En otra ocasión, Jesús explicó a sus discípulos cómo cinco de las muchachas llamadas  al banquete de bodas, las necias, se quedaron fuera, porque la llegada del novio las  sorprendió sin aceite para sus lámparas. Nos gustaría que Jesús hubiera anunciado que  todos se salvarán, que todos serán admitidos al banquete de bodas y encontrarán un  puesto a su mesa. Pero nos habla de "puerta estrecha", o de "una puerta que se cierra",  con el riesgo de que nos quedemos fuera. 

Es como si un maestro tuviera que asegurar a sus alumnos que todos aprobarán los  exámenes. Aunque la voluntad del profesor sea promocionar a todos, de por medio está el  esfuerzo de cada alumno por conseguir el aprobado. Como el trabajo de los atletas o  equipos que compiten, para poder llegar a la meta. 

La respuesta de Jesús no debió resultar cómoda para los judíos, y tampoco para  nosotros. El Reino -la salvación- no se gana fácilmente. Requiere esfuerzo. Supone una  respuesta libre y personal al don de Dios. 

¿ES GARANTÍA SEGURA EL SER CRISTIANOS? 

Todavía puede sorprender más el que Jesús les diga a los judíos que el pertenecer al  pueblo elegido de Dios no les basta para salvarse: que podría darse, por desgracia, que  ellos se queden fuera, mientras que otros, que vienen desde países paganos, se les  adelanten en el Reino. No basta con "ser hijos de Abrahán". No basta que puedan decir que  el Mesías ha surgido de entre ellos y que han "comido y bebido" con él. 

A los cristianos también se nos puede aplicar el mismo aviso. No basta con pertenecer a  la Iglesia y, además, a alguna asociación o grupo todavía más exclusivo. Depende de la  respuesta vital de fe que demos cada uno a Dios. Si "salvarse" -entrar a la alegría perpetua  de Dios en el cielo- dependiera sólo de estar o no bautizados, de llevar o no una medalla,  de decir o no unas oraciones, sería fácil. El seguimiento de Jesús es exigente: no se salva  el que "dice: Señor, Señor", sino el que "hace la voluntad del Padre". Sería una pena que al  final encontráramos la puerta cerrada. Como cuando unos corredores llegan a la meta con  el control cerrado. La pertenencia a la Iglesia, el estar bautizados, o el rezar, o el acudir a la  Eucaristía dominical, nos ayudan mucho, pero no bastan por sí mismos ni son garantía  segura de nuestro éxito final. Nos están invitando a que sigamos trabajando, a que nos  mantengamos despiertos, para que nuestra vida sea conforme al evangelio de Jesús. 

J. ALDAZÁBAL
MISA DOMINICAL 1998, 11, 19-20


15.

En todas las épocas la humanidad se ha preocupado por la salvación, la vida eterna, la  otra vida, lo que está más allá de la muerte. Algunos se inclinan por una repetición de la  existencia, lo que se llama "reencarnación". Otros piensan que el estricto cumplimiento de  los deberes religiosos garantiza esta vida y la otra. Algunos más, consideran que solamente  en su iglesia hay salvación. Finalmente, los menos, se preocupan por tener una vida ética  que les permita descubrir el verdadero sentido de su existencia...

La preocupación por la salvación también formaba parte de las inquietudes populares en  el tiempo de Jesús. Muchos salían al camino y preguntaban al Maestro por la "receta" para  alcanzar la vida eterna. Jesús se resiste a dar fórmulas y con su especial pedagogía ilustra  la verdad que quiere comunicar.

La salvación para Jesús no es un asunto puramente pasivo. El ser humano no se puede  sentar a comer y beber desentendiéndose del sentido de su existencia. La persona debe  esforzarse por ponerse en el camino que lo conduce al encuentro de Dios. Aunque Dios  toma la iniciativa, es necesario estar dispuestos a aceptarlo. 

La salvación tampoco es un asunto del mero cumplimiento de los deberes religiosos. El  ser humano necesita examinar todas las dimensiones de su vida y ver si están orientadas  hacia Dios. Si su mano derecha está puesta hacia Dios, pero su mano izquierda está  anclada en la ambición y el lucro, no tendrá las manos disponibles para abrazar al Padre. 

La salvación no es un asunto exclusivo de los movimientos religiosos ni de las iglesias ni  de grupos selectos. La salvación está abierta a toda la humanidad. Lo importante es que  ésta corresponda a la voluntad de Dios con actitudes de justicia, misericordia y solidaridad.  No se puede saltar hacia Dios si se está cubierto por la cizaña del poder, el prestigio y el  dinero.

Por esto, Jesús exhorta a sus oyentes a que se esfuercen por escoger el camino difícil: la  puerta angosta de la justicia. De lo contrario, nadie se salvará, aunque haya compartido la  misma mesa con Jesús o haya escuchado su enseñanza. La salvación de la humanidad  depende de la actitud misericordiosa hacia el hermano pobre y abandonado. Pues no son  los muchos rezos y venias los que le descubrirán el Reino. Tampoco las muchas  meditaciones, dietas y tratamientos espirituales. Mucho menos del minúsculo círculo  religioso. 

La salvación está abierta a toda la humanidad, incluso a aquellos que no comparten  nuestras creencias religiosas o que simplemente no tienen creencias. Nuestro deber no es  pararnos en la puerta del Reino para vigilarla y estorbar el paso de los demás. Debemos,  más bien, estar atentos a prestar nuestros servicios para orientar a quienes deseen  encaminarse por el sendero de la salvación. Puesto que no somos propietarios del camino  sino sus caminantes, y no somos los patrones del Maestro sino sus discípulos; nuestra  función no es enrolar gente para salvarla en nuestras iglesias, sino ser testigos de Jesús y  su Palabra. 

Hoy escuchamos a diario muchos predicadores y conferencistas que garantizan la  salvación en esta vida y la otra. Se apropian de la Palabra de Jesús y la amoldan a su  acomodo para reclutar partidarios de su causa. Con esto no sirven a la causa de Jesús sino  a sus propios intereses. Enseñan caminos fáciles, recetas y fórmulas para la salvación que  no muestran el verdadero compromiso cristiano. Propuestas que se inclinan al mero  cumplimiento de deberes piadosos sin ningún contacto con la realidad y mucho menos con  una opción efectiva por la justicia. Estos no son los caminos que nos muestra Jesús en su  evangelio. Son precisamente las rutas contrarias a las que conducen al orgullo religioso, al  fanatismo y a la cerrazón del entendimiento.

Jesús nos llama hoy para que leamos su Palabra en la Biblia y en la vida, de modo que  caminemos con los hermanos al encuentro del Padre pero con los pies sobre la tierra.

Todo planteamiento actual del tema de la salvación ha de ser presentado inevitablemente  desde el marco de la nueva visión del "macroecumenismo" y del diálogo religioso. 

Algunos datos

-Los cristianos somos en el mundo (de 6000 millones de personas) 1800 millones (el  32%). Al islamismo se adhieren 1000 millones de personas (el 17'4%). Profesan el  hinduismo 750 millones de personas (el 13'1%). Son budistas 350 millones (el 6'1%). El  judaísmo comprende 20 millones de personas (0'3%). Pertenecen a otras religiones 1650  millones de personas (el 30%). 

-De los cristianos, el 56% son católicos, el 24'5% son protestantes, ortodoxos el 9'3%, y  otros son el 10"2%. 

-El 7'9% de la población mundial, 450 millones de personas, profesan las distintas  confesiones protestantes: luteranismo, calvinismo, anglicanismo, anabaptismo,  presbiterianismo, cuaquerismo,metodismo,adventismo, mormonismo, episcopalianismo...  Especialmente es relevante el crecimiento de las confesiones protestantes en toda  Latinoamérica. En Brasil, cada año ingresan 600.000 nuevos fieles en las denominaciones  protestantes. En Guatemala, entre 1960 y 1985, su número se ha multiplicado por siete; hoy  estas comunidades constituyen un tercio de los poco más de sus 10 millones de habitantes.  En Chile son 13'6 millones; en México unos 2'5; y en Argentina casi 1'5 millones. 

-El islamismo sobrepasó al catolicismo en número de fieles en 1986 y continúa creciendo  a un ritmo que le llevará a ser 1'1 billón de creyentes en el año 2000. El islamismo aumenta  incluso en áreas tradicionalmente cristianas como Europa, Africa Occidental y Estados  Unidos, o incluso Brasil. 

Bibliografía VIGIL, JM., Valor salvífico de las religiones no cristianas indígenas. 

Para la conversión personal

-"Al final, el que se salva sabe y el que no no sabe nada", decía el adagio clásico. Las  verdades eternas pueden requerir mucha relectura y actualización, pero en su sustancia  siguen siendo verdaderas. ¿Cómo voy caminando hacia el más allá de esta vida? Auscultar  en mi corazón la presencia de la salvación. 

-¿De qué sirve al ser humano ganar todo el mundo si al final se malogra a sí mismo? 

Para la reunión de la comunidad o del círculo bíblico

-El tema de la "salvación eterna" fue en otros tiempos el tema clave de la vida cristiana.  ¿Cómo está ese tema hoy entre nosotros: un tema extraño, obsesionante, frecuente,  descuidado, mágico...? Pedir la ayuda de alguien experto.

-¿Tenemos preguntas "curiosas" sobre la salvación, o son las nuestras una preguntas  vivas y existenciales". 

-"El camino ordinario [por mayoritario] de salvación son las religiones no cristianas", decía  Karl Rahner. Comentar y debatir. 

Para la oración de los fieles

-Para que el Señor nos dé una visión confiada y optimista en el triunfo de la salvación en  el mundo, más allá de toda frontera religiosa o eclesiástica, roguemos al Señor.

-Por todos los teólogos de las diferentes religiones, para que ayuden a las comunidades  religiosas universales a dialogar y a acercarse, sabiendo que el "Dios de todos los  nombres" nos amó primero y sin división...

-Para que el ecumenismo se realice no sólo en las cúpulas teológicas o jerárquicas, sino  en el "diálogo de vida" entre las comunidades religiosas...

-Por todos los que encaran su vida pensando simplemente en este mundo anterior a la  muerte personal, para no dejen de escuchar la voz de Dios que les llama desde lo hondo de  su corazón a vivir en plenitud de vida y de respeto a la vida...

-Para que cada uno de nosotros recuerde que es más importante no malograrse a sí  mismo, que conquistar todo el mundo...

Oración comunitaria

Oh Dios que quieres que todos los hombres y mujeres se salven y lleguen al  conocimiento de la Verdad, inspíranos también el convencimiento de que tu Verdad es más  amplia que la nuestra, y enséñanos tu paciencia pedagógica, para que nuestro testimonio  de ti sea siempre amoroso, paciente, dialogante y dispuesto a la escucha y a aprender. Por  J.N.S. 

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


16.

Salvación Universal

El tercer Isaías intenta elevar el espíritu de los que, vueltos del exilio y superados  aquellos sufrimientos, se han olvidado de que Dios les ha salvado, como salvó y dio la  libertad a sus padres, que ya han caído en una mediocridad alarmante. Siempre la misma  historia. Tras la bonanza y el bienestar, el olvido de Dios, y el vivir en la relajación y la  pérdida de los ideales. El profeta les ilumina la presencia de la gloria del Señor, que será  admirada por todos los pueblos de todas las lenguas y razas. El Señor ejercerá una  atracción irresistible e imparable sobre todas las naciones, que vendrán a contemplar su  poder. Y estos mismos, elegidos y marcados con un carácter sacerdotal nuevo, diferente  del sacerdocio que heredaban los hijos de Aarón, serán enviados por el Señor a todas las  naciones a anunciar la grandeza de su majestad (Isaías 66, 18). 

Los gentiles que vendrán a conocer al Redentor cuando nazca en Belén, y las razas  diferentes que recibirán la efusión del Espíritu Santo en pentecostés y cantarán en todas  las lenguas las magnificencias del Señor, han sido vistos por el profeta que lo está  anunciando para alentar al pueblo y para que se haga digno de recibir el envío: 

"Id al mundo entero y predicad el evangelio", para que "le alaben todas las naciones y le  aclamen todos los pueblos" (Salmo 116). 

A esa universalidad de llamados se refiere Jesús: "Vendrán de Oriente y de Occidente,  del Norte y del Sur y se sentarán a la mesa en el reino de Dios" (Lucas 13, 22). 

A medida que avanza Jesús en su camino hacia Jerusalén, va señalando y puntualizando  las condiciones para pertenecer a su reino. Hoy, a raíz de una pregunta que no responde,  sobre el número de los que se salvan, se muestra más exigente: "Esforzaos en entrar por la  puerta estrecha". Esa estrechez no afecta a la puerta del cielo, morada de Dios, sino a la  exigencia de la entrada en el reino, para lo que hay que escuchar la palabra y cumplirla. 

Los que no escuchan, o si escuchan no la ponen en práctica y la hacen estéril, "cuando el  amo de la casa se levante y cierre la puerta", será inútil que la aporreen queriendo entrar  invocando derechos: los judíos que han oído predicar las palabras de Jesús en sus plazas,  y los cristianos que han oído y han orado llamándole: "Señor, Señor" (Mt 7,21), y hasta han  comido su eucaristía, porque el Señor responderá: "No sé de dónde sois, ni quiénes sois.  ¡Apartaos de mí todos los malvados! Entonces lloraréis y os rechinarán los dientes, al ver a  Abrahán, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el reino de dios, mientras vosotros sois  arrojados fuera". 

El cumplimiento del mensaje de Jesús no es cosa baladí. Es el cumplimiento lo que nos  convierte en Jesús, y lo que nos hace reconocib les por él. Es importante escuchar,  estudiar el mensaje y conocerlo, pero es definitivo el practicarlo cada día. Y como la  debilidad humana es grande, hay que estar vigilando siempre para no caer en la tentación  (Mt 26,41). Se hace imprescindible la atención constante a la mirada de dios y el recurso a  los sacramentos necesario, también al de la reconciliación, que tenemos bastante relegado  al olvido, por el creciente eclipse del pecado. 

Para que nuestra participación en la eucaristía sea plana y provechosa, hay que cuidad  la limpieza de nuestra conciencia. Es así como podremos vivir nuestra vida de resucitados  en la comunidad familiar, y en la eclesial, y en la sociedad civil, y en el mundo que estamos  llamados a evangelizar y a transformar desde dentro, como fermento en la masa (Mt 13,13)  y como luz sobre el candelero (Lc 8,16). Es el envío a la misión que nos confía el que  "quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad" (1Tim 2,4):  y en el cumplimiento de esa misión comprobaremos que "hay últimos que serán primeros y  primeros que serán últimos". 

El Señor Jesús, que se ha hecho el último de todos y el servidor de todos (Mc 10,44), y  ha sido glorificado por el Padre, nos conceda abrirnos a su gracia, participar de su  eucaristía con amor y practicar su Palabra sirviendo a nuestros hermanos y anunciando su  nombre a todas las gentes. 

J. MARTI BALLESTER


17.

NEXO ENTRE LAS LECTURAS

Los textos litúrgicos se mueven entre dos polos: uno, la llamada universal a la salvación, el otro, el esforzado empeño desde la libertad. El libro de Isaías (primera lectura) termina hablando de la voluntad salvadora de Yahvé a todos los pueblos y a todas las lenguas. El evangelio, por su parte, nos indica que la puerta para entrar en el Reino es estrecha y que sólo los esforzados entrarán por ella. En este esfuerzo de nuestra libertad nos acompaña el Señor, con su pedagogía paterna que no está exenta de corrección, aunque no sea ésta la única forma de pedagogía divina.

 

MENSAJE DOCTRINAL

Llamada universal a la salvación. El destino universal de la salvación no ha sido descubierto por el Concilio Vaticano II, sino que se halla en la entraña misma de la Palabra y Revelación de Dios: “Dios quiere que todos se salven”. En el texto de la primera lectura Isaías, en una visión magnífica, ve venir a Jerusalén, la ciudad de la salvación, casi en forma de procesión litúrgica, a los hombres de todos los pueblos, sirviéndose de los más variados medios y trayendo sus ofrendas a Dios. Dios ha llamado y sigue llamando a todos, sin excepción, porque Dios es Señor y Padre de todos. ¿Puede Dios Padre llamar a algunos de sus hijos a la salvación y a otros no? ¡Sería absurdo e indigno de su divina paternidad! En donde sin duda hay diferencia es en los medios que Dios ofrece a sus hijos para la salvación. El texto de Isaías menciona que vendrán a Jerusalén en caballos, carros, literas, mulos y dromedarios. En otras palabras, los caminos para llegar a la salvación de Dios, simbolizada en Jerusalén, son muchos y diversos. Hoy en día, el camino más seguro es la fe cristiana, pero existe también el camino de las religiones no cristianas. Existe el camino de la ética y de la conciencia. Existe el camino de la ascética y de la mística, etc. Por otra parte, la universalidad de la salvación no admite excepciones ni de pueblos ni de lenguas ni de épocas, ni de categorías sociales o profesionales, ni de caracteres (sociable, retraído, eufórico...), fisionomía (guapo o feo, proporcionado o desproporcionado...), fisiología (fuerte o débil, gordo o flaco...), etc. Todos reciben la llamada por igual, pero cada ser humano encuentra sus propias dificultades y sus ayudas en el camino a la salvación, que al menos en parte están relacionadas con la raza, la fisionomía, el carácter, etc. ¡Por Dios no queda! ¿Qué haremos los hombres ante esta oferta universal?

 

La libertad del empeño. En una ocasión alguien pregunto a Jesús: “Señor, ¿son pocos los que se salvan?” Sabemos que todos son llamados a salvarse, pero ¿se salvarán realmente todos? En su respuesta, a través de un lenguaje imaginativo y simbólico, trata de inculcarnos tres verdades fundamentales: 1) La puerta para entrar en el Reino de Dios, el reino de la salvación, es una puerta estrecha. La puerta de la llamada la abre Dios y la abre a todos, pero la puerta de la respuesta depende de la libertad humana, y no todos están dispuestos a entrar por ella, sobre todo sabiendo que es una puerta estrecha. Jesús nos dice incluso que habrá muchos que tratarán de entrar pero que no lo lograrán. ¿Por qué? Porque pretenden entrar cargados de muchas cosas que les impide el paso. Querer entrar implica querer desprenderse, y hacerlo realmente. Sin esta voluntad de desprendimiento y sin esta libertad de esfuerzo, no se puede pasar la puerta de la salvación. 2) La obtención de la salvación no depende de la religión, tampoco de la experiencia religiosa, incluso mística, sino de la conducta, de las obras de salvación. No basta ser cristiano para asegurar la salvación, porque si no hacemos las obras de cristiano, escucharemos la voz de Dios que nos dice: “No os conozco, no sé de dónde sois”. No es la experiencia religiosa (el haber comido y bebido en su presencia) la que causa la salvación; si no va unida a obras que nazcan de esa experiencia, Dios se verá obligado a responder: “Os digo que no sé de dónde sois. Alejaos de mí, obradores de iniquidad”. 3) Los que se salven provendrán no sólo de un lugar, sino de todos los pueblos y de todos los confines de la tierra. “Vendrán de oriente y de occidente, del norte y del sur, y se pondrán a la mesa en el reino de Dios”. En todos los rincones de la tierra habrá gente esforzada y generosa que quiera entrar por la puerta estrecha y que ponga todos los medios para conseguirlo.

 

SUGERENCIAS PASTORALES

Admirar la pedagogía de Dios. La Biblia es, entre otras cosas, el libro de la pedagogía de Dios para la salvación del hombre. Dios como pedagogo es simbolizado por la figura del padre. Es decir, la pedagogía divina está guiada por el amor peculiar de un padre hacia sus hijos. El texto de la segunda lectura subraya un aspecto de esta pedagogía: la corrección. ¿Qué padre hay que no se haya visto en ocasiones obligado a corregir a sus hijos? A veces la corrección puede terminar en castigo, un castigo educativo, aleccionador. El hijo sabe, aunque llore y patalee, que la corrección o el castigo son para su bien, y provienen de un padre que le ama de corazón. Dios, para conducir al hombre hacia la puerta estrecha de la salvación, se ve obligado a veces a usar de la “corrección” y del “castigo”. También de esa manera nos manifiesta su amor de Padre. El hombre, más que lamentarse, enojarse con Dios, considerarse víctima, deberá admirar la maravillosa pedagogía de Dios, que con su providencia está constantemente pendiente de nuestra vida, sigue de cerca todos nuestros pasos y, cuando es necesario, recurre a la corrección para nuestro bien. Pero es evidente que un padre no puede reducirse a un simple corrector. ¡Sería una caricatura de la pedagogía paterna! El padre sobre todo guía, alienta, entusiasma a sus hijos por los caminos de la verdad y del bien. Así es también la pedagogía divina, que pone a nuestro alcance numerosos medios para despertar en nosotros el deseo profundo de la salvación y para guiarnos por el camino seguro hacia ella. Y lo hace de un modo absolutamente personal, porque Dios no es un educador de masas, sino de hijos.

 

La salvación: iniciativa de Dios y tarea del hombre. Al hombre es imposible salvarse por sí mismo: es Dios quien salva. Pero Dios no impone la salvación, la ofrece. Dios no ahorra al hombre la tarea de aceptarla, y así ser salvado. No es el hombre quien toma la iniciativa de la salvación, sino Dios. Pero no es Dios quien tiene la tarea de la salvación, sino el hombre. ¡Iniciativa y tarea! ¡Hermosa conjugación de sinergia entre un Padre que ama con locura a sus hijos y unos hijos que se preocupan de comportarse como tales! Si Dios renunciara, en un imposible, a la iniciativa de salvación, renunciaría a su amor de Padre y a su proyecto eterno sobre el destino del hombre. Si el hombre renunciara a su tarea de salvación, por una parte, renunciaría a su condición de hombre caído y, por otra, a su fin y destino eternos. La iniciativa de Dios infunde al hombre seguridad y certeza de la salvación. La tarea de la salvación le hace poner en juego su libertad y entregarse de lleno a usarla en sinergia con la iniciativa divina. Todo esto es estupendo, pero nos pasa muchas veces que vivimos la vida sin pensar mucho en estas cosas, arrollados quizá por los mismos acontecimientos diarios. El domingo es un buen día para pensar en todo esto, para hacer un alto en el camino de la cotidianidad y pensar en algo que vale la vida, y la eternidad. Si la “salvación” estuviera más presente en nuestras pequeñas tareas de cada día, ¿no cambiaría en algo nuestro modo de vivir y de actuar? ¡No es tiempo de lamentos! ¡Es tiempo de acción y de esperanza!

P. Antonio Izquierdo, L.C.
Profesor de Sagrada Escritura en el
Ateneo Pontificio Regina Apostolorum de Roma


18. COMENTARIO 1

LA PUERTA ESTRECHA
Muchos de los párrafos del evangelio aluden directamente a las circunstancias históricas que atravesaba el pueblo de Is­rael, a quien Jesús dirigía su mensaje.

A la pregunta que le hacen a Jesús, éste no responde di­ciendo el número de gente que se va a salvar, sino indicando cómo hay que actuar para formar parte de su comunidad, o lo que es igual, para entrar en el reino de Dios. Esto no es cosa fácil, en principio, pues hay que 'forcejear' para entrar por la puerta estrecha, o lo que es igual, hay que hacerse violencia para hacer propia la opción por Jesús y ponerla en práctica. No se trata ya de pertenecer a un pueblo o no; hay que adhe­rirse al mensaje de Jesús y ponerlo en práctica. Mientras Jesús vive, el pueblo de Israel, en calidad de pueblo elegido, está a tiempo de optar por Jesús; después de su muerte, «cuando el dueño de la casa se levante y cierre la puerta», habrá ter­minado la etapa de privilegio del pueblo de Israel, y quienes perteneciendo a este pueblo lo hagan, lo harán a título indi­vidual.

Tras la muerte y resurrección de Jesús, con la que se efec­túa la reconciliación entre paganos y gentiles, cualquiera, de oriente y occidente, del norte y del sur, pertenezca o no al pueblo de Israel, podrá sentarse a la mesa en el banquete del reino de Dios, pues el reino, la comunidad cristiana, es una comunidad de puerta estrecha -a la que se entra forcejean­do-, pero abierta para quien desee adherirse al mensaje de Jesús.

De ahí que haya primeros -los que desde siempre, per­teneciendo al pueblo de Israel, gozaron de ser el 'pueblo ele­gido'- que serán últimos -como los paganos- y últimos que serán primeros.

Con la muerte de Jesús se termina la etapa de los privi­legios de unos pueblos sobre otros y Dios ofrece su salvación a todos por igual. Ya no bastará con pertenecer a un pueblo, a una raza, a un a cultura para salvarse, sino que la entrada en el reino, puerta de salvación, se realizará por la opción per­sonal y por la adhesión individual al mensaje vivido en la práctica de cada día.


19. COMENTARIO 2

DIFÍCIL ESTA LA SALVACIÓN

¿Está realmente difícil? Si tenemos en cuenta que ser seguidor de Jesús y estar salvado son una misma cosa y si son cristianos todos los que lo dicen que lo son... no parece que sea demasiado difícil. ¿No estaremos engañados -y engañando- acerca de lo que es ser cristiano?



¿SON POCOS LOS QUE SE SALVAN?

Camino de la ciudad de Jerusalén, enseñaba en los pueblos y aldeas que iba atravesando. Uno le preguntó:

-Señor, ¿son pocos los que se salvan?



Por culpa de equivocadas respuestas a esta pregunta, mu­chos creyentes han vivido angustiados en los últimos dos mil años, y esa angustia les ha impedido gozar de la alegría de la salvación: el miedo al castigo eterno, la imagen de un Dios justiciero y vengativo, les ha impedido gozar de la dicha de saber que Dios es un Padre bueno que no es capaz más que de hacer el bien a sus hijos.

La salvación, como el reino de Dios, no es una realidad perteneciente a la otra vida, al más allá, y que, por consiguien­te, sólo se puede alcanzar después de la muerte; la salvación del hombre consiste en participar de la vida de Dios, por lo que, desde el momento en que un individuo acepta la fe en Jesús y se incorpora a la comunidad cristiana, desde el momen­to en que recibe el Espíritu de Dios y puede llamar a Dios «Padre», desde ese mismo momento puede decir que ya está salvado; así, Lucas, en la parábola del sembrador, hace coin­cidir el momento de llegar la fe y el de alcanzar la salvación

-«Los de junto al camino son los que escuchan, pero luego llega el diablo y les quita el mensaje del corazón para que no crean y se salven» (8, 12)-, como en su segundo libro, los Hechos de los Apóstoles, en el que, refiriéndose a los nuevos miembros de la comunidad, dice: «El señor les iba agregando a los que día tras día se iban salvando» y la carta a los Efesios se expresa así: «Estáis salvados por pura genero­sidad» (Ef 2,5.8; véase también 1 Cor 1,18; 2 Cor 2,15, y en especial, Lc 19,9).

Por supuesto que salvación se refiere también a la vida después de la muerte; pero no es algo que tengamos que conseguir, puesto que ya lo tenemos; Dios ya nos lo ha dado, y El no se va a volver atrás; si nosotros no nos suicidamos, la vida que hemos recibido de nuestro Padre Dios nadie nos la va a quitar; poca cosa es la muerte de un cuerpo para conse­guir acabar con la vida de Dios.



UNA PUERTA ESTRECHA

Forcejead para abriros paso por la puerta estrecha, porque os digo que muchos van a intentar entrar y no podrán. Una vez que el dueño de la casa se levante y cierre la puerta, por mucho que llaméis a la puerta... Entonces os pondréis a decirle: «Si hemos comido contigo... y tú has enseñado en nuestras plazas»; pero él os responderá: «¡Lejos de mí todos los que prac­ticáis la injusticia!»



El proyecto de Jesús, construir un mundo de hermanos, es una empresa capaz de entusiasmar a cualquiera; pero el entusiasmo, por sí solo, no basta; por otro lado, no hay ya ningún tipo de pase de favor; lo hubo en una etapa de la historia de la salvación, en la que el pueblo de Israel fue elegido para dar comienzo a la historia de la liberación de toda la humanidad. Durante esa etapa los israelitas, aunque esperaban que el Señor hiciera notar de manera más clara que ejercía su reinado (Is 2,1-4; 24,23; 33,22; Sal 44,5.8), eran su propiedad particular entre todos los pueblos (Ex 19,5; Dt 29,12); sólo tenían que nacer para formar parte del pueblo de Dios; pero, declara Jesús, esa etapa era provisional y está ya terminada, y a partir de ahora lo que franqueará el paso por la estrecha puerta que da a la salvación será el esfuerzo, el compromiso personal -por esa puerta sólo se puede pasar de uno en uno con la apasionante pero dura y conflictiva tarea de convertir este mundo en un mundo de hermanos. La estrechez de la puerta no es un filtro para que sólo pasen algunos privilegiados, sino el símbo­lo de las dificultades, que en las circunstancias presentes ten­drá que superar cada uno de los que decidan dar la espalda al mundo este y esforzarse para que pueda nacer un mundo nuevo.



SON POCOS, PERO PUEDEN SER TODOS

Y también de oriente y de occidente, del norte y del sur, habrá quienes vengan a sentarse en el banquete del reino de Dios. Y así hay últimos que serán primeros y primeros que serán últimos.



Esa puerta, aunque sea estrecha, no cerrará el paso a nadie que sinceramente quiera atravesarla; al contrario: la puerta de la salvación se abre ahora a los cuatro puntos cardinales, a toda la humanidad, y los israelitas podrán gozar de ella si, personalmente, deciden incorporarse también a esta tarea. Pero, a partir de ahora, en las mismas condiciones que cual­quier otro: Dios ofrece su vida, su salvación, a todo el que quiera aceptarla, a todo el que esté dispuesto a esforzarse para conquistarla él y para toda la humanidad. Dios quiere ser Padre de todos los que estén dispuestos a luchar para que, cueste lo que cueste, todos podamos vivir como herma­nos.

Reflexionemos un momento sobre nuestra situación pre­sente: ¿es realmente estrecha la puerta de acceso a la comu­nidad cristiana? ¿No somos cristianos simplemente porque nuestros padres lo son, porque nuestra sociedad, de nombre al menos, es mayoritariamente cristiana? ¿No será que esta­mos desvirtuando la salvación que Dios nos ofrece? ¿No estaremos renunciando a esa salvación al retrasarla hasta des­pués de la otra vida? ¿No estaremos reduciendo el ser hijos de Dios a un papel oficial, a la inscripción de nuestro nombre en un registro?


20. COMENTARIO 3

UNOS CONVIDADOS INESPERADOS EN EL BANQUETE DEL REINO

El centro de la secuencia concluye con un colofón donde se insiste en la enseñanza continuada de Jesús: «Camino de Jerosó­lima, enseñaba por las aldeas y pueblos que iba atravesando» (13,22). Cuando la enseñanza en la sinagoga le ha sido prohibida, sigue enseñando «por las plazas» de pueblos y aldeas (cf. v. 26). Nótese que, a diferencia de 9,51, Lucas no tiene ningún interés en subrayar el carácter sacral («Jerusalén») de la ciudad, ya que en el presente pasaje sólo le importa recordar la dirección en términos puramente geográficos («Camino de Jerosólima»).

El cuadro de la izquierda está introducido por una interpe­lación: «¿Señor, son pocos los que se salvan?» (13,23). ¿'Se salvará' sólo el resto de Israel? ¿Hará causa común Jesús con los que se han distanciado de las instituciones judías y se han refugiado en el desierto (un ejemplo conocido: la comunidad de Qumrán), a la espera de una intervención espectacular de Dios a favor de este resto de escogidos? Según la respuesta de Jesús, no hay israelitas privilegiados, ni siquiera el resto de Israel, que se ha constituido como núcleo del pueblo salvado por Dios: «Forcejead para abriros paso por la puerta estrecha, porque os digo que van a intentar entrar y no podrán» (13,24). Estos 'mu­chos' se corresponden, ciertamente, con los 'pocos' de la pregun­ta, pero el alcance de la respuesta es totalmente otro. La 'puerta estrecha' es la entrada en la comunidad que Jesús propugna. No entrará en ella ninguno de los que «practican la injusticia» (13,27), por mucho que hayan convivido con él y hayan escucha­do su enseñanza. Se han acabado las prerrogativas nacionales, incluso las del pueblo de Dios («No sé quiénes sois, ni de dónde sois»: 13,25.27). Solamente entrarán los que hayan seguido su enseñanza, pertenezcan a Israel («cuando veáis a Abrahán, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios»: 13,28) o no («Y también de oriente y occidente, del norte y del sur, habrá quienes vendrán a sentarse en el banquete del reino de Dios»: 13,29). También nosotros, si no cambiamos de mentali­dad y 'practicamos la justicia', nos podríamos encontrar 'fuera'.


21. COMENTARIO 4

La Palabra de Dios en este domingo nos sitúa ante un problema muy interesante: el problema de la salvación. La pregunta inicial ¿serán pocos los que se salven? denota curiosidad, querer conocer "el día y la hora" o estar informados sobre el número de los que se van a salvar. Jesús rechaza, categóricamente, satisfacer este tipo de curiosidad. En vez de la curiosidad, Jesús introduce el elemento sorpresa, la realidad de lo imprevisible y del esfuerzo para entrar por la puerta estrecha.

Con la respuesta Jesús quiere desmontar la seguridad con la que el pueblo de Israel ha vivido, creyendo que es el único pueblo elegido por Dios y por tanto se da por descontada la salvación. Jesús le dice: no estén tan seguros, porque "vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur y se sentarán a la mesa en el Reino de Dios". Seguramente en el pensamiento de Jesús está planteada la idea de la salvación universal. Los invitados por Jesús a sentarse en el Banquete del Reino será un número inmenso de hombres y mujeres que siempre han sido marginados implacablemente de nuestras "mesas" selectivas.

Lo sorprendente de Jesús no sólo está en el número de los invitados al Banquete, sino también en su proveniencia insólita: son los excluidos. La realidad de estos invitados se pone en contraste con aquellos que presumen de tener los derechos y la categoría para participar: "hemos comido y bebido contigo y tú has enseñado en nuestras plazas". A pesar de estos títulos, oirán que se les echa en cara: "No los conozco. No sé quienes son".

Nos podemos encontrar con la terrible realidad de que aquellos que hacen creer con toda seguridad que saben de qué parte esta el Señor, se den cuenta después de que él no sabe quiénes son porque jamás ha tenido que ver con ellos, con sus ideas, con sus falsas seguridades, con su mentalidad mezquina y egoísta, con sus excomuniones...

De igual manera existe el peligro de que los que se tienen por privilegiados porque han cumplido fielmente con los rezos, asisten a la eucaristía y practican los mandamientos de Dios y de la Iglesia, caigan en la cuenta de que el orden de participación en el banquete ha sido invertido, porque "hay últimos que serán los primeros y primeros que serán últimos".

¿Quiénes son los últimos que serán los primeros?. Tanto en la sociedad de Jesús como en la sociedad de hoy este grupo está bien definido: son los excluidos y arrinconados por razones económicas, sociales, políticas, culturales y religiosas. La sociedad de hoy está construida desde el imperio económico del capitalismo neo-liberal que genera muchos excluidos que no cuentan, más bien, estorban porque no producen. En esta sociedad el hombre no tiene ningún valor por ser tal; él vale por lo que tiene, por el poder o por el saber. Los excluidos son los predilectos del Reino, no sólo por su condición, sino también por su corazón, por su capacidad de compartir y de luchar solidariamente por mejores condiciones, por su creatividad, por su humildad y misericordia. Si no nos convertimos y dejamos a un lado nuestras falsas seguridades, ellos nos van a tomar la delantera en el Reino.

COMENTARIOS

1. Jesús Peláez, La otra lectura de los evangelios II, Ciclo C, Ediciones El Almendro, Córdoba

2. R. J. García Avilés, Llamados a ser libres, "Para que seáis hijos". Ciclo C. Ediciones El Almendro, Córdoba 1991

3. J. Mateos, Nuevo Testamento (Notas al evangelio de Juan). Ediciones Cristiandad Madrid.

4. Diario Bíblico. Cicla (Confederación internacional Claretiana de Latinoamérica).