30 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO XXI - CICLO C
1-5

 

1. SV/NUMERO:

-"¿Serán muchos los que se salven?"

UNA MENTALIDAD SUPERADA EN LA TEORÍA, PERO NO EN LA PRACTICA. No son pocos, ni mucho menos, los cristianos para quienes vivir de acuerdo con la fe consiste, en última instancia, en cumplir una serie de requisitos -leyes, obligaciones, prácticas piadosas...-y evitar otra serie de actos -los "pecados"- para conseguir que, a la hora de morir, uno pueda "presentarse en condiciones más o menos dignas de merecer la salvación". La recepción del sacramento de la "Unción de enfermos" (todavía llamado, popularmente, la "extremaunción") no se ve sino como una especie de "limpieza general para marcharse arreglado" el que va a fallecer; y, además, al valorarlo como algo entre mágico y mecánico, no importa que el enfermo esté inconsciente o en coma; el "lavado" es general y automático, y si el enfermo fallece se va "limpio". La mayoría de las "prácticas piadosas" más arriba mencionadas se toman como si de ingresos en una libreta bancaria se tratasen: cuantos más actos se tengan anotados en el "haber", más segura es la entrada en el cielo.

UNA MENTALIDAD QUE SE TRADUCE EN UNA VIVENCIA DESCARNADA DE LA FE. Este fue el camino que llevó a una vivencia descarnada y evasionista de la fe; preocupados por la salvación en el más allá, empezó a despreocupar la vida en el más acá; o, en todo caso, preocupaba sólo en cuanto que esta vida era el tiempo en el que ir "sumando puntos en el haber". Esta forma de cristianismo, tan desautorizada hoy día en y por la Iglesia, nació a raíz de esa mentalidad. Pero esa mentalidad persiste en no pocos cristianos, y la consecuente forma de vivir no ha sido, ni mucho menos, superada en la práctica.

Es la misma mentalidad que tienen los interlocutores de Jesús en el evangelio de hoy, mentalidad del preocupado única y exclusivamente de sí y por sí, del que pretende conquistarse un más allá feliz por medio de fórmulas mágicas, mecánicas y simplonas, concibiendo lo religioso como el conjunto de medios para lograr este objetivo.

DE ENTRADA, LA SALVACIÓN ES UN DON. Y la respuesta de Jesús no tiene desperdicio; Es una parábola en la que, curiosamente, parte de los protagonistas no son imaginarios sino esos interlocutores preocupados por saber cuál es el precio de la salvación, a los que la parábola presenta como los excluidos del Reino: "No os conozco; apartaos de mí"; los "primeros" en religiosidad, en prácticas piadosas para asegurarse el cielo, en ser del pueblo escogido, pasan a ser los últimos; por el contrario, los últimos, los despreciados, los pobres, los que tenían "pocos recursos" pasan a ocupar los primeros puestos.

¿Por qué? Muy sencillo: la salvación no se gana con "celestiales dividendos", la salvación no es patrimonio exclusivo de un determinado grupo social o religioso; la salvación, en definitiva, no tiene ningún precio, no hay nada cuya ejecución la consiga automáticamente. La salvación es, sencillamente, un regalo, una oferta gratuita, un don de Dios a quien confía en él, se abre a su amor y trata de corresponderle.

BUSCAR NO ES "COMPRAR". Ciertamente que el cristiano busca, en última instancia, su salvación; pero buscar no significa comprar; y lo que el creyente tiene que buscar realmente es "el Reino de Dios y su justicia", para que lo demás se nos dé por añadidura (cf. /Mt/06/33). Esto es lo que viene a responder Jesús a la pregunta sobre el número de los que se van a salvar; es, aparentemente, una salida por la tangente; pero esa tangente indica la dirección adecuada que el hombre debe seguir: no os preocupéis por cuántos serán; más aún: muchos que se creen seguros, que están convencidos de que han "comprado el cielo" han comprado, en realidad, una quimera: han dejado tranquilas sus conciencias con un engaño de lo más burdo, pero en realidad no han conseguido nada; o mejor: están perdiendo el tiempo y las "oportunidades" con ese engaño que les impide una auténtica vivencia religiosa y una confiada búsqueda del reino de Dios. No, no os preocupéis por cuántos serán: muchos primeros serán últimos, muchos que se creen seguros están perdidos, muchos que se creen perdidos están en el buen camino porque están en favor de los hombres, porque confían explícita o implícitamente en Dios.

LA VERDADERA PUERTA ESTRECHA. La verdadera dificultad, lo que hace la puerta estrecha, no es el capricho de Dios sino la arrogancia del hombre, su autoseguridad, su autosuficiencia, su mucha confianza en sus propias fuerzas y su escasa o nula confianza en Dios. Es el propio hombre quien se pone difícil la salvación al negarse a aceptar el amor de Dios, al negarse a abrir sus manos y aceptar el regalo que Dios le está ofreciendo, un regalo preparado para quienes trabajan por el reino de Dios.

La verdadera puerta estrecha es la que se fabrica el hombre que persigue conquistar la salvación con sus esfuerzos, rezos, ofrecimientos, promesas...; la del que cree que, por sus trabajos, conseguirá que Dios se sienta obligado a tener que salvarle.

Hablábamos al comienzo del divorcio entre los teólogos y el pueblo. Todo lo que aquí expuesto hace mucho tiempo que lo viene diciendo la teología: sin embargo, la oración sigue buscando más el hablarle a Dios para que nos haga caso que el escucharle para amoldarnos nosotros a su voluntad; los mandamientos se siguen cumpliendo por miedo al castigo; al sacramento de la penitencia se va a buscar más un "lavado" que una verdadera reconciliación; los funerales siguen resolviendo un problema social de despedida al difunto y de "complemento" en la libreta por si faltaba algo en el "haber" para conseguir la salvación...

Ese es el camino de muchos cristianos; pero ése no es el camino del evangelio. Por eso la puerta se ha vuelto estrecha. Pero Dios Padre sigue empeñado en abrírnosla de par en par para que todos podamos entrar por ella. Confiar en él y vivir como hermanos de los hombre es lo único que se nos pide. Lo demás corre por cuenta de Dios, que no va a dudar en regalárselo a quienes han vivido como verdaderos discípulos de su Hijo.

LUIS GRACIETA
DABAR 1986, 44


2. SV/AHORA/AQUI:

Sin pretender hacer un tratado de soteriología (aquí imposible, por razones obvias), podemos apuntar unas pistas de cómo puede y debe plantearse hoy la salvación:

-Plantearla no como algo distante y separado de esta vida, sino como plenitud, si bien mediante un salto cualitativo, del camino recorrido en esta vida. Es decir, que la salvación comienza ya aquí y ahora, y lo de "allá" no es sino continuación y plenificación de lo de "acá"; no separar -aunque sí distinguir- "esta" vida de la "otra" vida.

-Salvación como acto de amor de Dios y respuesta también amorosa del hombre, no como acto mágico. No se puede hacer depender la felicidad eterna de un hombre de que tenga suerte de que le pille cerca un cura en el último momento para que "se marche arreglado"; de ser así, Dios tendría más de burócrata intransigente de ventanilla que de Padre misericordioso.

-Salvación como acto solidario, aunque cada uno lo encarne en sí de forma individual; recuperar, sobre este punto, la doctrina más genuina del pueblo judío, que sólo muy tardíamente habló de salvación individual y casi siempre lo hizo de forma colectiva: el pueblo estaba en amistad con Dios, el pueblo rompía, con el pecado, esta amistad, etc.; no es que nos salvemos todos o ninguno, pero sí es que, juntos caminamos hacia nuestra salvación, ayudándonos unos a otros, confiando todos en el amor de Dios.

Estos son tres puntos básicos sobre los que construir una concepción actualizada de la salvación. Muchas cosas faltan (ya hemos avisado que esto no es un tratado de soteriología). Tampoco hemos de pretender dominar a fondo la cuestión; de alguna manera, aquí estamos tocando fondo en el misterio de Dios y del hombre.

Pero sí podemos tratar de no escamotear el conocimiento más adecuado posible de esta realidad que hoy a muchos -a unos por defecto, a otros por error- se les escapa de las manos.

En cualquier caso, pensamos que es recomendable una lectura del libro de Ladislao Boros, entre otros: "El hombre y su última opción", a la hora de conocer esta cuestión, que no es mera teoría, sino objeto de nuestra esperanza.

DABAR 1980, 45


3. SV/PREDESTINACION 

Esa fue la pregunta que le hicieron a Jesús en el momento que relata hoy el evangelio. Algo así como si el interrogador de turno hubiera confundido a Jesús con un testigo de Jehová. Dios -debía pensar aquel hombre- debe tener un número fijo de personas a quienes salvar -como si en el Reino de Dios hubiese plazas limitadas-; ¿será un número suficientemente amplio como para que quepamos nosotros? Esa era la pregunta. Y como estaba mal formulada, Jesús da un rodeo para mostrar, al responder, el mal planteamiento. La salvación no es cuestión de número, quiere decir Jesús. "En la casa de mi padre hay muchas moradas; si no, os lo hubiera dicho".

Dios no tiene prefijado un "numerus clausus" de salvados, Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad.

Es, un poco, la cuestión de la predestinación, una cuestión que quizá merece una cierta atención en la predicación, alguna vez al menos, para eliminar esos problemas que con frecuencia surgen en los diálogos y en las conversaciones religiosas de tantos cristianos. Si Dios sabe si nos vamos a salvar o a perder, y si Dios no puede en eso equivocarse, ¿qué pintan nuestros esfuerzos, si al fin y al cabo será lo que Dios ya sabe? Esa es, dicha en dos palabras, la cuestión de la predestinación, insoluble si no se afronta y se corta de un modo radical.

Se trata de conjugar dos datos un tanto incompatibles, al menos aparentemente. Por una parte, la ciencia de Dios. Dios, que no tiene ni pasado ni futuro -según la expresión clásica-, ve nuestro futuro porque para él mil años son como un día y un día como mil años. Por otra parte, hay otro dato: nuestra libertad; somos responsables de lo que hacemos. Más allá de los condicionamientos, más o menos fuertes y más o menos conocidos, de nuestra psicología, lo cierto es que la responsabilidad última y fundamental de nuestra vida no nos está sustraída. Entonces, ¿cómo es posible ser responsable de algo que debe tener un resultado determinado porque Dios ya lo sabe?

Las discusiones y polémicas teológicas de los teólogos medievales fueron interminables. Casi se puede decir que condujeron a un callejón sin salida. En cualquier caso, aparece más eficaz una solución radical del problema. Son dos datos a afirmar, con una aparente incompatibilidad. Por una parte, se trata de nuestra libertad y responsabilidad, que es un dato primero, condicionante de todo lo demás, y humano, a nuestro nivel. Por la otra parte, está la ciencia de Dios, que es un dato derivado y fuera de nuestro nivel; de alguna manera, es una afirmación antropomórfica: ¿qué significa afirmar que Dios "sabe" tal cosa? No sabemos qué significa el saber de Dios. En cualquier caso, su saber no es sin más como el nuestro. Si el saber de Dios fuese como el nuestro, habría que concluir ciertamente que no sería posible nuestra libertad. Pero sabemos que somos libres y que tal libertad no queda mermada en absoluto por un saber de Dios que no acertamos a comprender ni a explicar. Si nuestra libertad es un dato irrenunciable y el saber de Dios es un misterio, las dos cosas pueden ser compatibles, aunque no por ello su conjugación deje de ser un misterio.

SV/ESFUERZO. No es cuestión de número, ni es cuestión de que Dios lo sepa o lo deje de saber. Es cuestión de esfuerzo, dice Jesús. La cuestión no es, como dice el dicho popular, "que al final Dios nos coja confesados". Ni es tampoco aquello que decían las dos abuelas del chiste de Mingote después de una discusión sobre las reformas y contrarreformas de la Iglesia: "Está visto que al final nos salvaremos las de siempre". Respecto a la salvación no existen "los de siempre", como creían también los fariseos del tiempo de Jesús.

Los hay que se sienten seguros de sí mismos respecto a la salvación. Ellos han sido de los de siempre. La conversión no es para ellos. Tienen un "modus vivendi" bautizado en sus más mínimos detalles. No tienen nada que cambiar. Tienen a Dios de su parte, según piensan.

Los hay también despreocupados ante la salvación. No les interesa. Desprecian lo religioso. Ser hombre, ser adulto -como diría Freud-, no pueden hacerse sin vivir autónomamente, sin matar al padre de alguna manera para que viva el hijo como adulto. Y, aparentemente, no les interesa la salvación. (Luego hay que combinar esta aparente autosuficiencia con las reacciones de las horas difíciles, en la clínica, en el hospital, en los riesgos a vida o muerte, en la ancianidad...) Jesús dice a unos y otros, a todos nosotros, que la salvación es cuestión de esfuerzo. Que hay que entrar por la senda estrecha.

Que a la hora de la verdad habrá muchas sorpresas. Que muchos últimos serán primeros y viceversa. Que de la salvación -verdadera responsabilidad nuestra- sólo Dios sabe, y lo sabe misteriosamente. Que la vida es demasiado seria y sin vacaciones en lo que a la salvación respecta. Que de la vida -y de Dios- nadie se ríe. Con eso no se juega. Es una llamada de atención, una invitación a la vigilancia y al compromiso.

DABAR 1977, 50


4.

EL UNIVERSO INVITADO AL FESTÍN DEL REINO

-Los últimos serán los primeros (Lc 13, 22-30)

Este domingo parece estar puesto bajo el signo del universalismo, como sucede con el domingo 20.° del ciclo A. La lectura del evangelio de hoy nos sitúa, una vez más, ante un caso de lectura litúrgica que, en cierto sentido, se aparta de la lectura bíblica. En efecto, si leemos el texto del evangelio sin tener en cuenta la celebración tal como está organizada en relación con la primera lectura, tenderemos a insistir en la parábola de la puerta estrecha, y nuestra meditación se centrará en las dificultades y exigencias que supone la entrada en el Reino. Ello sería justo, pero nos situaría fuera del contexto de la celebración de hoy, que no niega la dificultad que supone la entrada, pero, de acuerdo con la primera lectura, esta dificultad no aceptada por algunos que no han podido entrar en el Reino, que llaman a la puerta y ven como se les niega la entrada, da ocasión a insistir en las dos últimas frases: "Vendrán de Oriente y Occidente, del Norte y del Sur, y se sentarán a la mesa en el Reino de Dios. Mirad: hay últimos que serán primeros y primeros que serán últimos". Habrá gentiles, los últimos, que serán salvados, mientras que los judíos, los primeros, el pueblo escogido, serán rechazados.

Es cierto que la pregunta de los judíos, "¿Serán pocos los que se salven?", pregunta muchas veces tan actual, no recibe una respuesta inmediata, pero Jesús anima a sus interlocutores a merecer ser salvados, para evitar que, en lugar de ellos, entren los no judíos en masa en el Reino. Esto significaba afirmar que la salvación no está reservada a una raza, sino a quienes reciben a Cristo.

-Reunir a los hombres de toda nación (Is 66, 18-21)

Reunir a los hombres de toda nación y de toda lengua. Este es el deseo de Dios. El autor del libro que hoy leemos insiste visiblemente en esta totalidad del mundo que el Señor quiere reunir y al que quiere mostrar su gloria. El mismo Moisés no pudo ver la gloria del Señor, sino que únicamente la vislumbró (Ex 33, 18-23); ahora la verán todas las naciones. Habrá un signo en medio de esta asamblea, un estandarte que indicará a todos lo que es esta asamblea admitida a ver la gloria del Señor. En los versículos que siguen al pasaje que leemos hoy, puede verse cómo este grupo es una nación nueva: cielos nuevos y tierra nueva (Is 66, 22).

Dios va a enviar mensajeros desde Jerusalén que deberán ocuparse de las naciones lejanas que no han visto la gloria de Dios. Serán "servidores" de Israel, enviados como luz de las naciones (Is 49, 6). Su mensaje consistirá en anunciar la gloria del Señor. Entonces se organizará una marcha hacia Jerusalén y, por todos los medios posibles, acudirán a Sión los extranjeros y los israelitas que se encuentren lejos. Todos ofrecerán la ofrenda en vasijas puras. Y lo que es el colmo del universalismo: el Señor escogerá sacerdotes y levitas incluso de entre los extranjeros. Hay que referirse a la 1ª lectura del domingo 20.° del ciclo A: Ofrecerán todos sacrificios en la "Casa de oración para todos los pueblos" (Is 56, 7; Mt 21, 13; Mc 11, 17).

No es posible dejar de ver en estos textos la imagen de la Iglesia que el Concilio Vaticano II denomina "estandarte elevado por encima de los pueblos", refiriéndose a Isaías (11, 12), estandarte bajo el que se reunirán los hijos de Dios dispersos (Jn 11, 52) (Constitución sobre la liturgia, 2).

Es la misma visión del Apocalipsis: una inmensa multitud de toda raza, lengua, pueblo y nación, de pie ante el trono y ante el Cordero (Ap 7, 9). La Iglesia de hoy debe vivir esta realidad y su deber misionero se inscribe en esta línea. La Iglesia es signo de Cristo que, "elevado sobre la tierra", atrae a sí a todos los hijos dispersos.

ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 6
TIEMPO ORDINARIO: DOMINGOS 9-21
SAL TERRAE SANTANDER 1979.Pág. 126 s.


5.

LA PUERTA ESTRECHA

Hay frases en el evangelio que nos resultan tan duras y molestas que, casi inconscientemente, las encerramos en un cómodo paréntesis y las olvidamos para no sentirnos demasiado interpelados.

Una de ellas es, sin duda, ésta que escuchamos hoy de labios de Jesús: «Esforzaos en entrar por la puerta estrecha».

Estamos caminando hacia una sociedad más tolerante y permisiva. Y esto que, sin duda, tiene aspectos grandemente válidos y enriquecedores, está provocando lo que algunos llaman «involución moral».

Muchos comportamientos éticamente reprobables que antes permanecían en la esfera de lo privado, son aireados y exhibidos públicamente.

Por otra parte, está imponiéndose en determinadas áreas, una permisividad jurídica cada vez mayor (infidelidad matrimonial, aborto...). Y, naturalmente, cuando la ley civil es suavizada o se hace más tolerante, se produce un «vacío moral» en aquellos que han tomado erróneamente la ley civil como guía de su conducta.

Pero, la crisis moral tiene raíces más profundas. La sociedad actual está haciendo nacer un tipo de «hombre amoral».

Esta sociedad de consumo ataca el núcleo moral de la persona y lo desmoraliza, colocando en primer término el valor de las cosas y empobreciendo el espíritu humano de las personas.

ETICA/MASA: Se toman en serio las banalidades y se pierde de vista lo profundo. El hombre se afana por demasiadas cosas y se le escapa el alma. «Es difícil en verdad que en el hombre-masa crezcan los valores éticos» (·López-Ibor).

La competencia se transforma en agresividad. Las relaciones humanas se desintegran. La producción se reduce a la búsqueda implacable de lucro. El amor se degrada y la sexualidad se convierte en un producto más de consumo.

Pero, precisamente en esta sociedad, hay hombres y mujeres que están descubriendo que es necesario entrar por la «puerta estrecha», que no es un moralismo raquítico y sin horizontes, sino un comportamiento lúcido y responsable.

La puerta por la que entran los que se esfuerzan por vivir fielmente el amor, los que viven al servicio del hermano y no tras la posesión de las cosas, los que saben vivir con sentido de solidaridad y no desencadenando agresividad y violencia.

JOSE ANTONIO PAGOLA
BUENAS NOTICIAS
NAVARRA 1985.Pág. 342 s.