COMENTARIOS A LA SEGUNDA LECTURA

Efesios 5, 21-32

Ver MARTES DE LA 30ª SEMANA

 

1.MA/SIGNO/A-D

Este pasaje está sacado de un contexto en el que el apóstol describe la vida nueva "en Cristo". La ha presentado actuando en la vida moral propiamente dicha (Ef 4, 17; 5, 20); ahora la presenta en algunas instituciones: el hogar conyugal (Ef 5, 21-23), la familia (Ef 6, 1-4), las relaciones sociales (Ef 6, 5-9). Es, pues, normal que Pablo piense en el matrimonio "en el amor de Cristo" y que diga a los esposos cristianos que cuando se aman realmente son portadores del amor de Cristo. El cristiano se convierte, en efecto, en signo de ese amor de los hermanos y de Dios, perfectamente realizado por Cristo, y cada uno de los miembros de su Cuerpo debe, a su vez, poner en práctica (v. 30).

No siempre será fácil dar este sentido al amor, y muchas veces habrá que acudir expresamente al recuerdo y al Espíritu de Cristo para ser capaz de llevar el amor hasta el extremo que El lo llevó (vv. 25-28). Los esposos, además, son invitados a continuar, en su estado propio, el misterio realizado por Cristo en su Iglesia.

a) Para Pablo, el matrimonio cristiano representa más exactamente el amor de Cristo y de la Iglesia. Muy bien podría admitirse que esa evocación del amor de Cristo y de la Iglesia no aporta nada nuevo. Pablo está demasiado impregnado del Antiguo Testamento como para no conocer el tema de los esponsales de Dios y de su pueblo y como para no utilizarlo conscientemente llegado el caso.

La imagen de las bodas de Dios y de su pueblo evoca, por otra parte, una realidad muy profunda: la forma de amor de Dios hacia los hombres, un amor con tendencia a la comunión. No hay en él nada que se parezca a las hierogamias gnósticas en las que no juega prácticamente el amor. Si San Pablo pasa de la imagen de las bodas de Dios y de Israel a la de las bodas de Cristo y de la Iglesia, lo hace para subrayar que es en Cristo en quien alcanza su plenitud el amor unificante de Dios hacia la Humanidad, una plenitud decisiva para la historia del mundo.

Podemos seguir el desarrollo del pensamiento de Pablo. En una primera etapa sitúa el matrimonio "en Cristo", que es para él una realidad concreta de la que tenemos que participar. En una segunda etapa hace referencia a los esponsales de Cristo y de la Iglesia para calificar el tipo de amor que debe animar las uniones cristianas. Todo sucede como si la pequeña célula eclesial constituida por el hogar cristiano tuviera que dejarse condicionar por el amor de Cristo y de la Iglesia universal.

b) Esta asociación del hogar cristiano con los esponsales de Cristo y de la Iglesia se realiza concretamente por medio del bautismo. En el acto de amor de Cristo en su muerte redentora (v. 25) es donde se realiza de hecho su unión con la Iglesia, y la realidad del bautismo, al hacernos miembros de Cristo (v. 30), es el acceso al misterio de Cristo y de la Iglesia.

La palabra que acompaña al rito bautismal (v. 26) no es otra cosa que la Palabra de Dios, puesta de manifiesto en ese acontecimiento que es Cristo, y la que, en el kerigma y la catequesis, proclama ese acontecimiento. La adhesión de la fe al suceso pascual de Cristo asocia automáticamente al fiel a la obra de amor de Cristo hacia su Iglesia, que es el "gran misterio" (v. 32) del plan salvífico de Dios respecto a todos los hombres.

c) Pero San Pablo lleva muy lejos la comparación de la célula conyugal con las bodas de Cristo y la Iglesia, asignando dentro del hogar menesteres característicos de los esponsales Cristo-Iglesia. Así es como, de manera particular, asigna al marido la prerrogativa de Cristo-Cabeza, confundiendo la misión simbólica del Cristo-Cabeza (Ef 1, 18-20; 2, 19; Col 2, 10) y el título jurídico de cabeza atribuido al marido.

En este momento Pablo se expone a llevar demasiado lejos el pensamiento de sus lectores. Si es cierto que el amor de una pareja cristiana es el signo del amor de Dios (evocado en la imagen de las bodas de Cristo y de la Iglesia), eso no quiere decir que, partiendo de una simple imagen (los esponsales de Cristo y la Iglesia), haya que imponer a la pareja cristiana obligaciones particulares como si el marido fuera el único habilitado para desempeñar el papel de Cristo (mediador, cabeza: cf. v. 23; cf. 1 Cor 11, 3) y la mujer la única habilitada para representar a la Iglesia (aceptación, receptividad: cf. v. 27).

Una imagen, por hermosa que sea, no puede tener repercusiones tan concretas en la diversificación de las funciones. Lo que tiene que repetirse en el amor conyugal es el amor que circula entre Cristo y la Iglesia y no las funciones evocadas por la imagen de las bodas de Cristo y la Iglesia.

En este terreno Pablo está demasiado influenciado por su judaísmo y por el marco jurídico de la familia que él conoce como para admitir que la esposa pueda ejercer ciertas funciones de mediación respecto a su esposo y, por tanto, ser la figura de Cristo, y que el esposo pueda también ser aceptación y receptividad, a la manera de la Iglesia.

El deseo de Pablo de encontrar el amor de Cristo para con la Humanidad en el amor de los esposos cristianos está perfectamente justificado; eso mismo es lo que constituye el contenido del sacramento. Pero el apóstol vivió en un tiempo en que todas las mediaciones en el hogar pasaban por el hombre. Y Pablo ha diferenciado, naturalmente, en la situación cristiana, un papel de mediador específico del esposo, figura de Cristo, y una función de receptividad propia de la esposa, figura de la Iglesia. Esto significaba tal vez llevar demasiado lejos las aplicaciones de una imagen y exponerse a desdibujar la fuerza del mensaje a través de conclusiones que la Historia y la cultura pueden destruir.

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA V
MAROVA MADRID 1969.Pág. 297


 

2.

El contexto de este pasaje es la sección de aplicaciones prácticas de esta carta. No se trata de dar doctrina sólo sobre el matrimonio, sino de enfocar toda la vida doméstica como se ve en los pasajes cercanos. Es importante tener en cuenta todo esto porque tales exhortaciones, las llamadas "reglas de preceptos domésticos" que el autor emplea tomándolas de los ambientes éticos de su tiempo, reflejan mucho más las influencias culturales que otros textos. Lo humano está más en la superficie.

Son formas en que se vierte la Palabra de Dios y no son tan inmutables como otras. Por esto hay aquí expresiones más extrañas para nosotros y que no deben entenderse como Palabra de Dios también en su forma externa, accidental.

MUJER/MA: Esto supuesto, la primera parte (vs. 22-24) habla de la sumisión de la mujer al marido y la segunda del amor del marido a la mujer (25-30); el final (31-32) podría ser algo común. Evidentemente, el autor de la carta es hijo de su tiempo y la cultura del mismo pesa sobre él. Por eso acepta y parte de la situación social de su tiempo y, en parte, no la cambia. Por eso habla del sometimiento de la mujer al marido. Pero hace un avance no indiferente: ha de ser en el Señor, o sea, por amor y no por miedo. Cuando ha cambiado la cultura y la sociedad, permanece la llamada al amor, pero no el sometimiento servil propio de otra época.

El amor del marido tiene como modelo el de Cristo. Eso es un gran avance también, no sólo para esa época, sino para todas. Por eso insiste largamente en ello. Amor que es entrega, por lo cual no se diferencia tanto del "sometimiento" de la mujer. Hay una profunda igualdad de los cónyuges, que aparece más clara, vg., en 1Co/07/01-04, y que también representa un cambio fuerte en la concepción del matrimonio en aquel tiempo.

Quedándonos, pues, con lo esencial: el amor de hombre y mujer, de mujer y hombre, visto con los ojos de Cristo, es reflejo de la relación Cristo-Iglesia. Ello por sí mismo, no por artificiales espiritualismos, ni por menosprecio de la relación que fuera necesario sublimar. Sino porque Dios es amor y donde hay amor, ahí está Dios. En esta línea hay mucho campo para la pareja de hoy y de siempre.

FEDERICO PASTOR
DABAR 1985, 43


 

3.

Pablo vuelve su mirada a la comunidad doméstica, la más pequeña comunidad de vida social, delimitando para cada miembro de la misma cuál es su puesto y cuáles sus correspondientes obligaciones. Así como en el siglo XVI se hicieron catálogos de las obligaciones de los miembros familiares, igualmente en contenido, aunque de manera mucho más breve, los tiene la antigüedad cristiana, como se refleja en Col 3, 18-41 o, de diferente manera, en 1 Pe 2, 13-3,17. Así también los tuvo la estoa o el judaísmo helenístico...

En lo que respecta a las obligaciones mutuas de mujer y hombre (la parte más débil se pone siempre delante) no puede hablar el apóstol sin referirse a la esencia misma del matrimonio. Da por supuesto tácitamente que el matrimonio fue instituido por Dios, y sus correspondientes obligaciones que de él se desprenden son expresiones de su voluntad (cf. 1 Cor 7). Pablo va aquí a lo profundo, estableciendo la unión entre cónyuges en paralelo a la unión de Cristo con su iglesia, su esposa mística.

En esta confrontación, Pablo habla más de Cristo y la iglesia -lo que constituye propiamente su tema- que del hombre y la mujer, pero sabe arrojar tanta luz desde ese alto punto de vista al tema del matrimonio, que sus palabras configuran la más sublime imagen que nunca se haya proyectado del matrimonio.

EUCARISTÍA 1991, 39


 

4.

Dentro de la sección más ética y moral de la carta aparecen los celebérrimos versículos de la tradición paulina sobre el matrimonio.

En primer lugar, para interpretar correctamente este texto no hay que olvidar las circunstancias culturales del tiempo y ambiente. Esto es algo elemental para todo texto bíblico, pero es más esencial cuando se trata de textos muy concretos que hacen referencia a circunstancias humanas inmediatas como es, por ejemplo, la vida conyugal.

En este caso hay que tener presente la sensibilidad del momento, sin duda machista en un grado máximo, consagrada por la legislación, tanto romana como judía, y que los cristianos del siglo primero, como hombres que eran en esa época, aceptaban y vivían sin más. De hecho su fe no les cambiaba inmediatamente la mentalidad y las costumbres sino que es un proceso a largo plazo.

Por eso no es justo interpretar el texto como si consagrara ese machismo o sexismo que aparece en varias expresiones del texto.

Eso es paja que va mezclada entre el trigo de la Palabra de Dios y la vehicula. Dicho esto, el texto ofrece un avance enorme, o mejor un doble avance. Por un lado la básica igualdad en una sociedad que no pensaba así de las relaciones hombre-mujer. Aquí hay una de las semillas de la posterior igualdad de los sexos en todos los campos, aunque no se haya llegado todavía a ella.

El segundo es el valor simbólico de la unión conyugal. El amor entre esposos es una parábola del otro amor, el de Cristo a su comunidad. Lo cual hace ver la importancia de este amor y su valor. Es quizás, el texto más elevado en el Nuevo Testamento, sobre el amor y las relaciones sexuales. No se puede decir más. Tampoco separar amor de sexo.

FEDERICO PASTOR
DABAR 1891, 42


 

5.

Pablo amonesta a los casados sobre el espíritu que debe animar todas sus relaciones mutuas. Antes de ocuparse de los deberes de uno y otro cónyuge, establece un principio general, que es válido para los dos: "Sed sumisos unos a otros con respeto cristiano". Y este respeto cristiano entre los esposos, que son igualmente miembros de un mismo cuerpo de Cristo (la iglesia), no queda anulado después en virtud de la visión patriarcal del matrimonio que comparte Pablo con todos sus contemporáneos.

Pablo distribuye la materia en dos partes: la primera se refiere a las esposas; la segunda, a los maridos. En aquélla acentúa la sumisión respetuosa de la mujer a su marido; en ésta, el amor que el marido ha de tener a su mujer. Pablo consigue dar un sentido profundo a la relación entre los cónyuges, al compararla con la relación existente entre Cristo y la Iglesia; pero esta comparación viene a confirmar la visión jerárquica del matrimonio con desventaja para la mujer.

El marido es la cabeza de la mujer y ésta su cuerpo (ambos unidos forman una sola carne), de la misma manera que Cristo es la cabeza de la iglesia y ésta su cuerpo (1, 22s). Por lo tanto -concluye Pablo-, las mujeres deben someterse a su marido como al Señor; pero esto supone que los maridos se comporten de hecho con sus mujeres como Cristo se comporta con la iglesia, a la que ama hasta el extremo de dar su vida por ella.

El "baño del agua" y la "palabra" son el bautismo y el evangelio respectivamente. Los que hemos sido bautizados y creemos en un mismo evangelio constituimos una misma iglesia, la cual recibe a Cristo lo mismo que una esposa a su propio esposo. El amor de Cristo que se entrega hasta la muerte por todos nosotros (muerte redentora simbolizada en el bautismo y proclamada en el evangelio) purifica a la iglesia de toda mancha y la engalana como conviene a su esposa. Pablo describe con estas palabras el ideal de la iglesia, aunque sabe muy bien que la iglesia real todavía tiene que ser purificada más y más hasta que llegue a la plenitud del Reino y a la celebración de las bodas eternas. Según el Génesis (/Gn/02/24), el marido se hace con su mujer una sola carne, lo cual significa tanto como ser ambos una misma realidad.

De tal suerte que el marido puede y debe amar a su mujer como a sí mismo. También Cristo, como esposo y cabeza de la iglesia, se hace con ella una misma carne, un cuerpo total en el que los fieles son igualmente miembros unidos en Cristo y por Cristo. Esta unidad con Cristo, que es la cabeza, y en Cristo (en el que ya no hay hombre ni mujer, ni señores o esclavos), constituye una prioridad evangélica que elimina cualquier discriminación y relativiza la visión de un matrimonio jerarquizado en el que la mujer estaría en desventaja. Recordemos que tal concepción del matrimonio tiene su origen más en el mundo cultural de Pablo que en el evangelio.

Este hermoso texto del Génesis, aplicado a Cristo, significa que el Hijo de Dios se pone de nuestra parte y se hace con la iglesia una misma realidad ("una sola carne") frente al Padre. En cierto sentido, podemos decir que Jesús, unido a la iglesia y en la distancia del Padre ("Padre, ¿por qué me has abandonado?"), responde por nosotros y con nosotros, los hombres, ante el mismo Dios.

El matrimonio cristiano es un gran misterio, es decir, un sacramento. Como tal representa "in nuce" toda la historia del amor de Dios a su pueblo que culmina en la encarnación de su Hijo, que es el Esposo de la iglesia. Este tema de los desposorios de Dios con su pueblo aparece claramente en los profetas (cfr. Os 2; Is 54, 1-8; 62, 4 s; Jer 2, 2; 3, 20) y en los evangelios (Mt 22, 1-4; Jn 3, 29).

EUCARISTÍA 1976, 48


 

6.

El matrimonio cristiano es también una opción radical e irrevocable, imagen de la opción de Cristo por su Iglesia. A primera vista, este texto paulino parece definir la superioridad del hombre sobre la mujer. Es evidente que la imagen no se puede llevar hasta el extremo de decir que el marido salva a la mujer en el mismo sentido que Cristo salva a la Iglesia y a sus miembros; el marido no es "cabeza" de su mujer en el mismo sentido en que Cristo lo es de la Iglesia.

Hay que tener en cuenta la evolución antropológica y social, tanto de las personas como de la familia. Hoy el matrimonio es entendido más bien en términos de complementariedad y corresponsabilidad. Pero en la sociedad en la que de hecho vivían los primeros cristianos, la superioridad del hombre era absoluta.

Teniendo en cuenta esta superioridad -que san Pablo no define, sino que constata- lo que este pasaje inculca es que la autoridad del marido debe ser un servicio de amor y de protección, imitación del de Jesucristo para con su Iglesia. Debe amarla hasta la muerte, y considerarla no como un objeto, sino como el propio cuerpo.

HILARI RAGUER
MISA DOMINICAL 1979, 16


 

7.

-Este es un gran misterio, y yo lo refiero a Cristo y a la Iglesia (Ef 5,21-32) Siguiendo con el desarrollo del estatuto del cristiano en su nueva vida, Pablo llega a la vida familiar. Para dar un fundamento teológico a las situaciones recíprocas del marido y la mujer, enumera los deberes de uno y otro, apoyándose siempre en afirmaciones sobre lo que sucede en la unión de Cristo y la Iglesia.

Pablo no sentía dificultad alguna en trazar la imagen de la Iglesia como Esposa de Cristo. El profeta Oseas, para describir las exigencias de la Alianza, ya había recurrido a esta imagen de Dios, esposo de su pueblo, y había desarrollado el tema con realismo (Os 2, 18-22). En su segunda carta a los Corintios, Pablo ve en Cristo al esposo, y en la Iglesia a la esposa (2 Co 11 2). En la carta a los Efesios, ve a Cristo como Cabeza, y a la Iglesia como Cuerpo. Es una nueva manera de expresar la unidad entre Dios y su pueblo; es un modo de expresión totalmente nuevo. Por otra parte, la nueva imagen utilizada por Pablo no era una creación artificial de su imaginación. En la Biblia, y según lo que nos dice el Génesis, la esposa es el cuerpo de su esposo (Gn 2, 23-24). Por eso, después de citar este pasaje del Génesis, Pablo declara que este misterio es grande; y lo dice pensando en Cristo y en la Iglesia. Esta frase, bastante difícil para nosotros, parece significar lo siguiente: el tipo de unión presentado por el Génesis, la figura que representa, es una realidad que se aplica a la unión de Cristo y de la Iglesia y que, al mismo tiempo, es el antecedente de todo matrimonio. Este "tipo" de la unión del hombre y la mujer que encontramos en el Génesis, se realiza en la unión de Cristo y su Iglesia y, a su vez, el matrimonio encuentra hoy su verdadera realización en conformidad con esta unión de Cristo y su Iglesia.

El Apóstol, de este modo, nos comunica un aspecto de su teología de la Iglesia. Por lo que se refiere a la estructura de ésta, nos dice lo que piensa acerca de la estructura de la vida conyugal.

La expresión: "Es éste un gran misterio" ha hecho pensar en la afirmación del sacramento (traducción de la palabra griega "misterio") del matrimonio. Esto, indudablemente, significa ampliar el verdadero alcance del texto; parece más correcto ver en ello la imagen de un matrimonio, una forma de comprender lo que la Iglesia definirá como el sacramento del matrimonio. Por otra parte, de este modo lo entiende el mismo Concilio de Trento, cuando declara: "El Apóstol indica, hace entrever (innuit) en este texto las cualidades sacramentales del matrimonio" (_DENZINGER, Enchiridion Symbolorum, 969).

ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITÚRGICO: CELEBRAR A JC 6
TIEMPO ORDINARIO: DOMINGOS 9-21
SAL TERRAE SANTANDER 1979.Pág. 164


 

8.

El fragmento de la carta a los Efesios que leemos hoy, en la fiesta de la Sagrada Familia, hace pensar, por una parte, en cómo sería la vida cotidiana de aquella familia excepcional, y, por otra, sugiere cuáles serían los rasgos característicos del modelo de familia cristiana ideal. Esta surgiría del hecho de estar cada uno de los miembros en su lugar y comportarse como creyente. El principio general de conducta se concretaría en la sujeción de unos a otros con temor cristiano (v 21). Pero estar sujetos no quiere decir, aquí, sujeción a otro como a un amo, sino mas bien someterse y hacer efectivos los deseos de amor de unos para con otros. Es verdad que Pablo habla de amor sólo con relación a las mujeres, «dóciles cada una a su marido» pero especifica «como al Señor» 122). Es decir, que el Apóstol no pediría sujeción en general, sino a la manera como el cristiano se ha sometido a Cristo, movido por las pruebas de amor que éste le ha demostrado. En este sentido, también la sujeción de la mujer aparece templada por el amor que se le pedirá al marido hacia ella. De esta forma, aunque el texto no se exprese así, el marido -dado el amor que se le exige- no queda menos sujeto a su mujer de lo que ésta lo está hacia él. Se ve cómo Pablo se alarga en sus consideraciones sobre los maridos. Tal vez tenía presentes algunas dificultades provenientes de situaciones reales de su tiempo. En cualquier caso, el Apóstol al dirigirse a los maridos, hace alusión -incluso más amplia- a Cristo, a cómo amó a la Iglesia y por amor se entregó y dedicó completamente a ella. Por tanto, si creen en Cristo, que amó a la Iglesia, también los maridos deben «amar a sus esposas como a su propio cuerpo. El que ama a su mujer, a sí mismo se ama» (28).

Ahora bien, la referencia simultánea al amor entregado de Cristo y a la sujeción amorosa de la Iglesia, contemplados por el creyente, despierta a la vez la conciencia de cómo -en lo referente a la familia- el ser cristiano, más que una situación final y estable, indica una tarea siempre inacabada, durante toda la vida. Sólo de esta forma el amor, que pide al principio para sí, puede ir llegando a comprenderse como exigido él mismo por la presencia del otro.

M. GALLART
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas
de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 46 s.


 

9. /Ef/05/22-33

El texto de hoy, conocidísimo, constituye un tejido complejo, al menos aparentemente. De cualquier forma, la intención y el objetivo de Pablo al escribirlo parecen bastante claros: «Ame cada uno a su mujer y ámela como a sí mismo, y la mujer respete a su marido» (v 33). Es decir, no intenta dar enseñanzas doctrinales sobre el matrimonio, sino exhortar a los casados para que, marido y mujer, guarden el comportamiento debido: amor por parte del marido y respeto por parte de la esposa. De esta manera, uno y otra cumplen lo que su estado les pide. Si ya lo hacen, la exhortación trata de consolidarlo. Este razonamiento sencillo tiene seguramente en cuenta la situación real de los matrimonios cristianos, tal como el Apóstol los conocía. Pero su silencio sobre este punto nos mantiene en el terreno de las hipótesis.

Entrelazados en el texto, aparecen además desarrollos doctrinales con relación a la conducta mutua entre Cristo y la Iglesia. Ahora bien: a la hora de leerlos hay que situarlos en el lugar que les corresponde. El hecho de que Cristo con relación a la Iglesia, y a la inversa, se hayan convertido en modelos y ejemplo ideal del cumplimiento de sus deberes como casados no quiere decir que lo que a éstos se exige derive de tal doctrina o se fundamente en ella. La referencia al comportamiento de Cristo y la Iglesia sirve, más bien, a Pablo como razón suprema -por decirlo de algún modo-, válida para los creyentes, para comportarse como exige de ellos su compromiso matrimonial. Es de este compromiso mismo de donde derivan sus obligaciones. Indudablemente, el Apóstol reconoce implícitamente las dificultades en que se puede encontrar el creyente -y muchos las encontrarían, de hecho- para llevar adelante su compromiso; por otra parte, conoce los trastornos que trae para una persona el hecho de faltar a la palabra dada. Previendo una situación semejante, de modo general exhorta Pablo a los casados al amor y al respeto sumiso, más apreciados porque son queridos conscientemente, como camino y medio de superación de las dificultades antes indicadas y como mantenimiento de la fidelidad. De hecho, la exhortación no tiene en cuenta más que el bien de los propios casados.

M. GALLART
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas
de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 725 s.


 

10.

En el texto de hoy propone Pablo a mujeres y maridos creyentes la relación entre Cristo y la Iglesia como modelo de las suyas. Ahora bien: dado que la lectura tiene lugar dentro del común de los santos -con referencia concreta a los casados-, el interés se hace circunstancial. Ni son la Iglesia sólo los casados ni la conducta de Cristo tiene sentido sólo para ellos. En efecto, la entrega de Cristo a su Iglesia traza el camino de vida de cualquier cristiano con relación a los demás. Para comprobarlo basta fijarse en lo que se dice de hecho para todos los creyentes: "son miembros de su cuerpo" (v 30) -de Cristo- y, por tanto, todos de la misma carne. En tal caso, se entiende que el odio entre cristianos sea algo incomprensible, ya que «nadie aborrece jamás su propio cuerpo, sino que lo alimenta y lo cuida» (29).

Este razonamiento lleva, a su vez, a descubrir la insuficiencia de los criterios puramente humanos a la hora de acomodar el comportamiento propio hacia los otros. No hace falta notar que el marido cristiano ha de amar a su mujer porque es precisamente suya. Pero el que trate de amar como Cristo ama a la Iglesia se dará cuenta en seguida de que con este mismo amor, el del marido por su esposa, es preciso que se entregue -como creyente- a los demás, dándose a ellos, a fin de que sean santos y sin mancha. Ahora bien: en relación con Cristo y ]a Iglesia se trata de un gran misterio, por tanto, imposible de comprender y de imitar. Por eso, refiriéndose a la conducta del marido enamorado y atento a la gloria y honor de su esposa, aprovecha Pablo este ejemplo inmediato y sensible para mostrar cómo deben amarse los creyentes entre sí.

Por otra parte, la sujeción de la Iglesia a su cabeza y salvador hace aparecer la obediencia que se pide del creyente en Cristo no con el carácter opresivo de un yugo, sino más bien como llamada e invitación a no desligarse de aquel que es el único que la ha amado de verdad.

M. GALLART
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas
de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 874 s.


 

11. Es éste un gran misterio: y yo lo refiero a Cristo y a la Iglesia

Leemos el último fragmento de la carta a los cristianos de Éfeso, tal como vamos haciendo en lectura semicontinua. El próximo domingo iniciaremos la carta de Santiago. Nuestro fragmento se inscribe en 5,21-6,9 en el que el autor de la carta toma las exhortaciones que encontramos en la carta paralela a los Colosenses (cf. 3,18-4,1). La sección se centra en las relaciones intrafamiliares de entonces: marido-mujer (v 22-23), padres-hijos (6,1-4), amos-siervos (v 5-9).

Pablo, hijo de su época, concibe a la mujer como sometida a su marido, quien es "señor" de toda la casa. La situación actual ha cambiado y la afirmación de Pablo es necesario interpretarla y adaptarla. Propone una visión de fe: las relaciones familiares se han de conformar a la clave cristológica que impregna toda la vida del cristiano. La familia, "iglesia doméstica", vive el amor mútuo entre cristo y su Iglesia: padres e hijos, marido y mujer, deben reflejar en su relación ese amor que Jesús nos dejó en herencia (cf. Jn 13,34-35). YO tal amor constuirá en "una sola carne" (cf. Gn 2,24 y Ef 5,31) la familia cristiana.

JORDI LATORRE
MISA DOMINICAL 2000, 11, 14