21 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO XX DEL TIEMPO ORDINARIO
8-17

 

8. ORA/QUÉ-ES: SUPLICAR CON FE

Mujer, qué grande es tu fe...

Nos hemos acostumbrado a dirigir nuestras peticiones a Dios de manera tan superficial e interesada que probablemente hemos de aprender de nuevo el sentido y la grandeza de la súplica cristiana.

L. Boros señala algunas dificultades que hacen imposible la súplica y contra las que tenemos que luchar decididamente.

A algunos les parece indigno rebajarse a pedir nada. El hombre es responsable de sí mismo y de su historia. Pero, aun siendo esto verdad, también lo es el que los hombres vivimos de la gracia. Y reconocerlo significa enraizarnos en nuestra propia verdad. Para otros, Dios es algo demasiado irreal. Un ser indiferente y lejano, que no se preocupa del mundo. Por un lado, vivimos los hombres sumergidos «en el laberinto de las cosas terrenas» y por otro, vive Dios en su mundo eterno.

Y sin embargo, orar a Dios es descubrir que está incondicionalmente de nuestro lado contra el mal que nos amenaza. Suplicar es invocar a Dios como gracia, liberación, alegría de vivir.

Pero es entonces precisamente cuando Dios aparece demasiado débil e impotente. Ya no hay en el mundo un lugar para un Dios que actúa, interviene y ayuda a los hombres. Y es cierto que Dios no lo puede todo. Ha creado el mundo y lo respeta tal como es, sin entrar en conflicto con él. Su amor al hombre está de hecho limitado hoy por la imperfección del mundo y por nuestra libertad.

Pero los acontecimientos del mundo y nuestra propia vida no son algo cerrado en sí mismos. Y la súplica es ya fecunda en sí misma porque nos abre a ese Dios que está ya trabajando nuestra salvación definitiva por encima de todo mal.

Si nosotros oramos a Dios no es para lograr que nos ame más y se preocupe con más atención de nosotros. Dios no puede amarnos más de lo que nos ama.

Somos nosotros los que, al orar, nos dejamos transformar por su gracia, descubrimos la vida desde el horizonte de Dios y nos abrimos a su voluntad salvadora. No es Dios el que tiene que cambiar sino nosotros.

La humilde mujer cananea, arrodillada con fe a los pies de Jesús, puede ser una llamada y una invitación a recuperar en nuestra vida el sentido de la súplica confiada al Señor.

JOSE ANTONIO PAGOLA
BUENAS NOTICIAS
NAVARRA 1985.Pág. 101 s.


9.

1. El pagano cree.

El evangelio de la mujer cananea tiene un tono extrañamente duro. En un primer momento Jesús parece no querer oír la fervorosa súplica de la mujer; después dice que su misión concierne sólo a Israel, y una tercera sentencia lo subraya: el pan que él ha de dar pertenece a los hijos y no a los perros. Pero después viene la maravillosa respuesta de la mujer: «Tienes razón, Señor»; ella lo ve y lo admite, pero también los perros se comen las migajas que caen de la mesa de su amos. Ante semejante respuesta el Señor no puede resistirse, como tampoco pudo resistirse ante la respuesta del centurión pagano de Cafarnaún: la fe humilde y confiada en su persona se clava en el corazón de Jesús y la súplica es escuchada. En Cafarnaún se oyeron estas palabras: «Señor, no te molestes; yo no soy quién para que entres bajo mi techo» (Lc 7,6); aquí se produce la humilde aceptación del último lugar, bajo la mesa. En ambos casos se trata de la misma fe: «En ningún israelita he encontrado tanta fe» (Mt 8,10).

2. Olvidamos fácilmente que la misión de Jesús concierne realmente a Israel: él es el Mesías del pueblo elegido, en torno al cual -una vez que este pueblo elegido ha sido salvado y ha llegado a la verdadera fe- debían congregarse los pueblos paganos, como se dice muy claramente en la primera lectura. Jesús no puede actuar al margen de su misión mesiánica, sino que ha de procurar su cumplimiento. Esta misión se cumple en la cruz, donde, rechazado por Israel, sufre no sólo por Israel sino por todos los pecadores. Y lo que sucede ya ahora es que Jesús encuentra una perfecta confianza también fuera de Israel, y esta respuesta correcta a Dios le obliga por así decirlo a considerar también en su actividad terrestre como Mesías, ya antes de la cruz, la misión de Israel de ser luz de todos los pueblos -como lo hace expresamente la primera lectura-.

3. Encerrados en la desobediencia. Si no se quiere ver aún hoy el papel de Israel en el plan salvífico de Dios, no se puede comprender su plan universal de salvación. Pablo nos lo explica en la segunda lectura. Pero este plan, al ser el plan de Dios, sigue siendo bastante misterioso incluso en esta explicación de Pablo. Los paganos parecían tener un motivo para estar celosos de Israel: ¿por qué dispensaba Dios a este pueblo semejante trato de favor? Pero ahora que el Mesías ha sido rechazado por Israel y los paganos han comprendido que Jesús ha muerto también por ellos, la situación cambia y son los judíos los que pueden estar celosos. Estos celos les hacen comprender que la salvación divina ha llegado ya, y Pablo cree que esto hará que al menos "algunos de ellos" comprendan que su salvación procede realmente del Mesías que ellos han rechazado. Además, la alianza que Dios ha ofrecido a Israel es irrevocable, como se dice en otro pasaje: «Si nosotros somos infieles, él permanece fiel, porque no puede negarse a sí mismo» (2 Tm 2,13). Si los paganos pecadores han podido experimentar el amor misericordioso de Dios sin mérito alguno por su parte, entonces también el Israel pecador, que reconoce finalmente que es pecador y que su justicia legal no le sirve de nada, «alcanzará misericordia» (v. 31). Misericordia es la última palabra: es, como en el evangelio, el atributo más profundo de Dios, un atributo que sólo es comprendido por nosotros pecadores cuando sabemos que no la merecemos y que el amor de Dios es un don totalmente gratuito. De ahí las palabras finales sobre el plan divino de salvación: «Pues Dios nos encerró a todos en desobediencia» -judíos, paganos y cristianos-, «para tener misericordia de todos».

HANS URS von BALTHASAR
LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 97 s.


10. ÉCHAME PAN Y LLÁMAME PERRO

--«Quisiera ir al monte este fin de semana».

--Lo dice un chico de dieciséis años en mitad de la cena.

--«Viernes, sábado y domingo»--aclara el mozo, como si la cosa no estuviera clara. (Nuevo silencio.) 

--«Mis amigos van a ir»--añade nuevamente, arrimando el ascua a su sardina.

--¡El monte..., el monte...!--dice al fin el padre--. ¿Qué amigos son esos?

El joven se lanza amontonando datos tranquilizadores, todos positivos:

--Son chicos buenos..., de buenas familias..., van a mi colegio... El padre va batiéndose en retirada:

--Espero que te portes bien..., que no tengamos ningún disgusto.

Llega el desenlace. Levanta el padre las cejas como dos arcoiris y sacando unos billetes de su cartera, claudica:

--Espero que te los gastes bien. (La madre recoge los platos).

Esta escena se repite a menudo en cualquier hogar. Es la negación del refrán que dice: «Contra el vicio de pedir la virtud de no dar». Y, si me lo permitís, es una especie de ensayo laico de oración. Guarda un curioso paralelismo con el evangelio de hoy. Recorrámoslo paso a paso:

--«Se acerca una cananea y se pone a gritar a Jesús: 'Ten compasión de mí, Señor. Mi hija tiene un demonio malo. "»

(Silencio de Jesús):--«El no respondió nada».

--«Los discípulos se acercaron entonces e intercedieron: Atiéndela porque viene gritando».

Las primeras palabras de Jesús no son muy alentadoras:

--«Sólo me han enviado para las ovejas descarriadas de Israel». 

Ella los alcanzó y, postrándose de rodillas ante él, le pidió:--«Señor, socórreme».

La nueva respuesta de Jesús, aparentemente al menos, va en dirección muy contraria:

--«No está bien echar a los perros el pan de los hijos».

Ante una respuesta de este estilo, cualquier hombre deja de rezar.

Pues, ¡ea!, la cananea al revés. La cananea se crece: «Pero los perros, Señor, con capaces de comer las migajas que caen de la mesa de sus señores». ¡Ahí queda eso!

Permitidme, amigos, que mi comentario de hoy sea breve y esquemático. Casi telegráfico.

Se titula así:

Itinerario frecuente de la oración

1. El hombre pide a Dios lo que quiere, como quiere y cuando quiere.

2. Dios se calla. Silencio de Dios.

3. El hombre se encorajina y refuerza su petición.

4. Dios sigue callado. Incluso parece que responde con signos contrarios, apretándonos más, dejándonos en una situación límite.

5. Aquí, en este momento, muchos reaccionan contra Dios y lo abandonan. Otros se desesperan también, hacen como que se van, pero vuelven con más fuerza.

6. Dios empieza a aflojar las redes.

7. El hombre se desata, va gritando decididamente tras de Jesús:

«Échame pan y llámame perro».

8. Dios arroja la toalla. Se declara vencido.

Es el K.O. de un combate a «ocho asaltos». Dios, tendiendo la mano generosa dice y repite: «Grande es tu fe. Que se haga como deseas».

ELVIRA-1.Págs. 74 s.


11.

Frase bíblica: «Mujer, ¡qué grande es tu fe!»

Tema de predicación: LA ORACIÓN DE PETICIÓN

1. La cananea de este evangelio -como mujer que ruega insistentemente a Dios- es un signo de la apertura de la Iglesia a los paganos y de la oración confiada de petición de los considerados «extranjeros». De un lado, la cananea ora de modo semejante al de la súplica litúrgica de la comunidad judeocristiana; de otro, expresa la razón de su petición. Sin embargo, esta doble petición es rechazada por Jesús, ya que no se considera a sí mismo un taumaturgo que hace milagros, sino enviado a salvar a las «ovejas descarriadas de Israel». La cananea insiste con una súplica renovada, y Jesús cede ante la insistencia de la mujer.

2. Según las Escrituras, la oración es diálogo de fe con Dios en orden a propiciar su acción salvadora. La oración bíblica está siempre en relación con los hechos de salvación. La oración de petición y la acción de gracias se relacionan con el cumplimiento de las promesas de Dios. En los evangelios, Cristo ora repetidas veces: retirado, en intimidad con el Padre y en relación con su misión. En la hora de la Pasión, ora por sí mismo y por sus discípulos.

3. Pedir es algo normal, tanto en la vida diaria como en la oración. Pero la norma cristiana de toda oración es el «Padrenuestro». Al pedir, nos consideramos indigentes y reconocemos que Dios es poderoso, padre y salvador. Pero siempre se ora con fe, entendiendo ésta como confianza en Jesús Salvador, del que se espera salud, liberación y salvación. El cristiano que ora está seguro de ser escuchado, ya que se dirige a Dios llamándole «Padre» (Abba), como le llamó Jesús.

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Por que nuestra oración es más de petición que de acción de gracias?

¿Cómo justificamos la oración de petición dirigida a Dios?

CASIANO FLORISTAN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITURGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993.Pág. 149 s.


12.

INTERCEDER POR ALGUIEN ES HACER TUYA SU SUERTE

En aquel tiempo, Jesús salió y se retiró al país de Tiro y Sidón. Entonces una mujer cananea, saliendo de uno de aquellos lugares, se puso a gritarle: «Ten compasión de mí, Señor, Hijo de David. Mi hija tiene un demonio muy malo».

Ésta es una genuina expresión de oración cristiana de intercesión: Ten compasión de mí que otra persona tiene un problema.

Rezar por alguien no es encargarle a Dios de su cuidado, que la cure en este caso. Dios ya sabe lo que hay que hacer y conoce perfectamente su oficio, no necesita que le pongamos al corriente de lo que pasa.

Rezar por alguien, interceder por alguien, es adherirse a su historia, a su situación haciéndola tuya. La mujer cananea se expresa de tal forma que no vemos donde acaba su problema y donde empieza el de su hija. Pide que Dios intervenga en su relación. ORA/INTERCESION/SENSU: En la oración de intercesión cristiana mi hermano, mi prójimo, por quien rezo e intercedo, no queda reducido a un simple tema de conversación o comentario suplicante a Dios, sino que es él con sus dificultades o limitaciones, con sus carencias, mi vínculo de unión con Dios; con él y por él me dirijo y me uno a Dios. Al rezar por mi hermano, éste se hace protagonista conmigo de mi relación con la divinidad, él y yo nos encontramos y nos unimos en el nivel más profundo de mi ser personal, en mi ser religioso.

Él no respondió nada. Entonces los discípulos se le acercaron a decirle: ".Atiéndela, que viene detrás gritando». Él les contestó: «Sólo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel».

Decían los clásicos: «Natura non fit saltus». Nada se improvisa, todo tiene su proceso. Cualquier trabajo requiere su propia estrategia. La misión de Jesús es universal, en ella no cabe la acepción de personas; pero en aquel momento histórico no hubiera podido ser comprendida ni por los mismos discípulos, bastante tenía con romper con la Sinagoga. Todavía no era el momento oportuno, el «Kairos», de abrirse a la universalidad, a la catolicidad .

Ella lo alcanzó y se postró ante él, y le pidió de rodillas: «Señor, socórreme».

Es cierto que cuando una persona tiene a «alguien» por quien y para quien vivir soporta cualquier «como», supera las dificultades.

Este milagro, como tantos, comienza con la oración del «Kyrie, eleison», (Señor, socórreme): Expresión de la miseria humana que implora la piedad divina.

(Esta oración del «Kyrie, eleison» deberíamos conservarla en su lengua original, el griego, pues es la única que mantenemos en la liturgia y que nos une a la Iglesia Oriental).

FE/MILAGRO: Cuando la fe se expresa en forma de oración tiene fuerza suficiente como para hacer cambiar el curso de los acontecimientos. La oración por sí misma puede poco, casi nada, es la fe la que cuando se viste de oración es operativa. Nuestra oración es un suplicar a Dios, nunca darle ordenes. La fe es la premisa del milagro. La fe es la que obra el milagro y no al revés; de tal forma que cuando no se realiza el milagro no es Dios el que está distante, es la fe la que está ausente.

La fe tiene que ser auténtica y para ello ha de sufrir el filtro purificador del diálogo con Jesús, pues todo diálogo, cuando no es la suma de monólogos, implica una mutualidad, («dia-logos»=un logos, una sabiduría, que va de un lado a otro), que es capaz de convertir a una de las partes, de hacer nacer de nuevo, de permitir dejar de lado cuanto de poco noble haya en una de las partes. El diálogo es siempre fuente de vida y de paz, de futuro. No hay cambio positivo que no sea fruto de un diálogo. Lo que no arreglemos con éste tampoco lo solucionaremos con la fuerza y menos lo arreglará una ideología. Toda ideología es «a/dialógica», ya lo sabe todo y lo único que espera es el convencimiento, la aprobación y acatación de los demás. Nada más lejano al cristianismo.

Él les contestó: «No está bien echar a los perros el pan de los hijos». Pero ella le repuso: «Tienes razón, Señor; pero también los perros se comen las migajas que caen de la mesa de los amos».

Muchas veces son situaciones externas excepcionalmente delicadas o difíciles las que dan a la persona la oportunidad de crecer espiritual y humanamente más allá de sí mismas. Nada puede imposibilitar el crecimiento personal por grave o difícil que sea; llegar a ser. profundamente persona es privilegio de los que han sufrido. Se fragua en el dolor y a pesar de él. El momento estelar de un hombre, en lo que realmente es único, es cuando se arrodilla, cuando se reconoce en su pobreza y limitación.

Cuando la cananea reconoce su limitación comienza su liberación. Si dolorosa es en ocasiones decir y vivir en la verdad, peor es vivir en la mentira, en el no reconocerse y asumirse tal y como uno es.

No hay nada más conmovedor, capaz de mover a alguien a nuestro favor, (en el caso de la cananea a Jesús), que hablarle con la sinceridad con que se habla uno a sí mismo.

Jesús le respondió: «Mujer qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas. En aquel momento quedó curada su hija».

Porque Jesús fue Jesús, porque la cananea fue la cananea, porque los dos nunca dejaron de ser ellos mismos y nunca dejaron de ser auténticos, surgió el diálogo, el trato de amistad, el milagro. La verdadera amistad se fundamenta en la personalidad de cada uno. El mensaje central de este texto es la ley suprema del cristianismo: La fe y la confianza en Jesús en la oración de intercesión como fruto de la solidaridad, de la caridad, del amor al necesitado. Nadie puede llamarse cristiano mientras alguien a su lado llore en soledad y abandono.

BENJAMIN OLTRA COLOMER
SER COMO DIOS MANDA
Una lectura pragmática de San Mateo
EDICEP. VALENCIA-1995. Págs. 86-88


13.

Nexo entre las lecturas

El tema de la universalidad de la salvación aparece de modo especial en este XX domingo del tiempo ordinario. El tercer Isaías expone la situación de los judíos deportados que, después de haber convivido con pueblos extranjeros en el exilio -desde el 587 hasta el 538-, vuelven a la patria y encuentran otros pueblos que habitan su tierra. En el exilio intentaron mantener su fe permaneciendo unidos en torno a los sacerdotes y los escribas pero, sin la presencia del templo, anhelaban siempre el retorno a la ciudad de David y a la Casa del Señor. Una vez vueltos a su tierra, encuentran pueblos extranjeros que habitan en ella. Advierten que se ha creado un nuevo estado de cosas, que les obliga a reflexionar y a adoptar una nueva actitud hacia aquellos pueblos. El oráculo del libro de Isaías que hoy leemos, trata de dar respuesta a esta circunstancia: "Aquellos extranjeros que se adhieran al Señor, ofrezcan sacrificios, se abstengan de profanar el sábado, serán acogidos en el templo y el Señor escuchará sus plegarias. La Casa del Señor (el templo) se llamará casa de oración para todos los pueblos. (1L). El tema de la universalidad de la salvación se presenta también en la carta a los romanos. La salvación, dice san Pablo, es para todos: judíos y paganos. Pablo se preocupaba por la salvación de sus hermanos en sangre. Él predicaba a los gentiles, sólo después de haberlo hecho a los judíos y haber sido rechazado. Sabía que su misión era la conversión de los gentiles, pero esto no excluía en absoluto la salvación de su pueblo. El razonamiento de Pablo era sencillo y claro. Todos han desobedecido a Dios, judíos y paganos. Si Dios ha ofrecido la salvación a los paganos, con mayor razón la ofrecerá a los judíos, pueblo de la Alianza (2L). En el evangelio vemos a Cristo mismo realizar un milagro en favor de una "cananea", una mujer pagana venida de Tiro y Sidón. El Señor deja bien sentado que debe ceñirse a su misión "en la casa de Israel", pero al mismo tiempo muestra que la salvación posee un carácter universal. Corresponderá a los apóstoles "ir al mundo entero y predicar el evangelio a toda creatura".


Mensaje doctrinal

1. El carácter universal de la salvación en Cristo Jesús. El encuentro de Jesús con la "cananea" nos ofrece elementos fundamentales de la historia de la salvación. Por una parte encontramos la actitud molesta de los discípulos que desean despedir rápidamente a aquella mujer que entorpece la marcha del maestro. El evangelista dice que era "cananea", queriendo expresar que era pagana, que no pertenecía al pueblo judío ¿Qué se puede lograr con una mujer venida allende los confines del pueblo escogido?. Jesús mismo había dado a los doce la siguiente indicación: «No toméis camino de gentiles ni entréis en ciudad de samaritanos dirigíos más bien a las ovejas perdidas de la casa de Israel (Mt 10,5-7). Por otra parte, este pasaje nos muestra la actitud de Cristo en relación con los paganos. Queda claro que Jesús ha venido a recuperar las ovejas perdidas de la casa de Israel. Él ha sido enviado a esto. Es su misión. Sin embargo, Jesús puede hacer una excepción cuando encuentra una fe sólida que se adhiere a la salvación que viene de Dios. En este caso, se trata de la gran fe de aquella mujer que no pide nada para sí misma, sino para su hija. No pide de cualquier modo, sino con una confianza absoluta en el poder de Cristo. San Hilario de Poitiers ve en la mujer cananea a los prosélitos (paganos convertidos a la fe hebraica y en este caso a la fe cristiana) y en la hija a todos los pueblos paganos llamados también ellos a adherirse a la fe. En cierto sentido no se trata de una excepción, sino más bien de un principio general: los no judíos tienen los mismo privilegios que éstos a condición de que tengan una fe suficiente. Aquí se repite el caso del centurión: "no he encontrado una fe tan grande en Israel". La Iglesia descubrió temprano este principio y lo aplicó ampliamente en la predicación del evangelio.

Es importante subrayar que la fe de la que se habla, es una respuesta a la revelación de Dios. Ante un Dios que se revela la respuesta apropiada es la obediencia de la fe. La "cananea" cruzaba de este modo, no sólo la frontera geográfica del pueblo judío, sino se adhería de un modo incipiente, pero profundo, a la revelación en Cristo. Ella se refiere a Jesús con el mismo título que se daba al futuro rey de Israel: Hijo de David y añade otro título con el que los discípulos se dirigían a Jesús: Señor. La grandeza de la fe de la cananea reside en penetrar en el corazón misericordioso de Jesús, para descubrir que Dios quiere que todos los hombres se salven. No se tomará el pan de los hijos, pero el alimento es suficiente para que los cachorrillos coman de las migajas que caen de la mesa de sus amos. Es tan grande el don y es tan profunda la indigencia humana, que vale la pena cualquier espera, cualquier humillación, cualquier sacrificio, con tal de participar de la salvación que viene de Dios. La cananea aceptaba la revelación de Jesús así como se presentaba, aceptaba el misterioso plan de salvación, aceptaba su propia indigencia, y en esta aceptación residía su riqueza. La respuesta de la cananea a la revelación de Jesús era la fe.

En los tiempos que nos toca vivir donde se insinúa un pluralismo religioso, conviene mantener firmemente la distinción entre la fe teologal, que es acogida de la verdad revelada por Dios Uno y Trino, y la creencia en otras religiones, que es una experiencia religiosa todavía en búsqueda de la verdad absoluta y carente todavía del asentimiento a Dios que se revela. Cf. Dominus Iesus 7.

2. La fe en la oración. La oración de la mujer cananea nos ayuda a descubrir algunos rasgos esenciales de nuestra relación con Dios. Su petición: ten piedad de mí es aquella que resuena continuamente en los salmos y que expresa adecuadamente la situación de la creatura ante su hacedor. Se trata de una oración de petición en la que se manifiesta la convicción de que Dios puede realizar aquello que se le pide, que Él tiene poder para producir la curación de la niña, para cambiar una situación determinada. Se trata de una fe que obtiene aquello que pide porque pide aquello que es la voluntad de Dios. Se trata pues, de pedir lo que Dios quiere que pidamos. Por otra parte, el pasaje evangélico nos muestra que la oración es una lucha, es un combate espiritual, es un conformarse con el pensar de Dios, un "arrancarle gracias" conforme a lo que Cristo mismo nos había indicado: "pedid...buscad...tocad". Ella obtiene aquello que solicita porque mantiene su condición indigente y muestra a Dios su necesidad. Si el afligido invoca al Señor, Él lo escucha y lo libra de sus angustias. Salmo 34,7


Sugerencias pastorales

1. La renovación de la oración. Este día nos ofrece la oportunidad de renovar nuestra vida de oración. El mundo agitado que vivimos muchas veces no nos deja espacio para recoger nuestra alma y alabar a Dios. Nos encontramos en cierto sentido "extrovertidos", desparramados por las cosas y los acontecimientos. No somos capaces de reservar algunos minutos para la oración personal. Será muy útil, pues, crear aquellas condiciones necesarias para entablar un contacto más cercano y espontáneo con Dios Nuestro Señor. Lo podemos hacer renovando nuestras oraciones de niñez que ofrecíamos a Dios al levantarnos y al ir a descansar. Lo podemos hacer al bendecir la mesa y pedir a Dios por nuestra familia y nuestros hijos. ¡Qué experiencia tan profunda la de la familia que reza unida! ¡Cómo se queda grabada en la mente de los niños las oraciones recitadas al lado de la madre o del padre! Los testimonios de personas que vuelven a la fe después de muchos años de abandono son elocuentes: lo primero que hacen es volver a las oraciones infantiles que aprendieron de boca de sus madres; volver a las oraciones básicas del cristianismo, sobre todo el Padre Nuestro y el Ave María. No saben más y empiezan a repetir el "Ave" María" una tras otra dando a su espíritu la paz y el espacio que necesitan en medio del vértigo de la jornada. Reavivemos nuestra fe en la oración. Impongámonos esa ascesis que supone el dedicar unos minutos cada día al silencio interior y al diálogo profundo con Dios. Nuestra alma ganará en paz, en esperanza, en fortaleza para enfrentar los avatares de la vida.

2. El amor no se detiene ante las dificultades. Es verdad, el amor no conoce la dilación, no conoce los obstáculos. El amor está en continua actitud de donación y de sacrificio en bien de la persona amada. Esto es lo que vemos en la mujer cananea. Su petición a Jesús está toda en favor de su hija.

P. Octavio Ortiz


14. COMENTARIO 1

UN MUNDO DE PERROS

Los humanos tenemos la tremenda manía de colocarnos mutuamente etiquetas. Y las etiquetas que nos ponemos son como caricaturas que resaltan una de nuestras facetas, la más destacada. Hay quien nace bueno o malo, listo o torpe, marginado o integrado en la sociedad, y campea por la vida y de por vida como si estuviera obligado a ejercerlo ininterrumpidamente. Si se sale del papel, cae en desgracia.

En las películas del Oeste, más dañinas que los desnudos escénicos, desde los primeros fotogramas se presenta un protagonista -el bueno- y su antagonista -el malo- luchando frente a frente. Algo similar ocurre en las poco afortunadas películas de indios y americanos. Desde niños nos habían metido tan dentro la bondad de los americanos y la maldad de los indios, que parecía imposible invertir los papeles. La historia, pienso, la escriben los conquistadores para afirmar su poderío. Y ellos asignan el papel que cada país o raza tiene que representar en la escena mundana.

"Buenos y malos". Hemos partido el mundo en dos, con un muro berliniano infranqueable entre ellos. Dos mundos que se rechazan en bloque sin reconocer que los buenos pueden tener algo de malo, y los malos, de bueno. Pero no hay que alarmarse. Esto viene de antiguo. Siempre existieron dos mundos.

Cuenta el Evangelio que Jesús salió un día de su país hacia la región de Tiro y Sidón. Una mujer pagana se le acercó para pedirle la curación de su hija endemoniada. Jesús, participando de Is mentalidad de la época, respondió a su súplica de un modo un tanto descortés: "No está bien echar a los perros el pan de los hijos". "Los perros" era el término despectivo e injurioso con que los judíos designaban a los paganos, oficialmente malos. El mundo andaba ya dividido en bloques, como hoy.

Y fue precisamente una mujer pagana, un perro, la que hizo cambiar a Jesús de modo de pensar. "Tienes razón, Señor, le dijo. Pero también los perros se comen las migajas que caen de la mesa de los amos". También los oficialmente tratados de malos tenemos derecho a vivir y a gozar de la salud. También los endemoniados paganos.

Jesús se rindió ante la evidencia. Las flores pueden nacer en los estercoleros y, a veces, más bellas, por más abono natural. Las dificultades forjan los espíritus más aguerridos. "Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas -apostilló el Maestro.

Curando a su hija, Jesús sentó las bases para hacer de los dos mundos -judío y pagano- uno. No hay ni buenos ni malos oficiales. Son las obras, la fe en aquel caso, quienes hablan de la bondad o maldad de las personas. Y son malos todos aquellos que, por su bondad oficial y reconocida, etiquetan de malos a los que no son como ellos. Por este camino convertimos nuestro mundo en un mundo de perros...


15. COMENTARIO 2

HAY QUE REBELARSE

No se puede soportar resignadamente la injusticia. Los que dicen que el mundo está organizado de acuerdo con la volun­tad de Dios y que hay que resignarse con el lugar que él ha señalado a cada uno, o no conocen el mensaje de Jesús o, sen­cillamente, mienten. Ante la injusticia hay que rebelarse, o no se podrá participar de la liberación que ofrece Jesús.


UN EVANGELIO DIFICIL

Es chocante la lectura del evangelio de este domingo. En una primera lectura es casi imposible ponerlo de acuerdo con el resto del evangelio.

Jesús ha vuelto a dejar claro, una vez más, en una polé­mica con los letrados de Jerusalén (Mt 15,1-20), que las tradi­ciones de los judíos, y concretamente aquellas que favorecen la incomunicación entre los hombres (por ejemplo, la doctrina sobre lo puro y lo impuro), o las que justifican la insolidaridad (la costumbre de ofrecer una limosna al templo para, en ade­lante, quedar descargado de la obligación de atender a los pa­dres ancianos), no tienen valor alguno y que lo verdaderamen­te importante es el hombre, su corazón, su interior. ¿Cómo se entiende que, inmediatamente después, Jesús se encuentre con una mujer que lo busca angustiada porque tiene a su hija en­ferma y la desprecie porque no es judía?


UNA MUJER RESIGNADA

Por la manera de presentarla, esta mujer, aunque no es judía de raza, vive de siempre en Palestina y conoce las tradi­ciones del pueblo de Israel; no se explicaría, si no es así, que llamara a Jesús «Hijo de David»: «Señor, Hijo de David, ten compasión de mí. Mi 'hija tiene un demonio muy malo».

Sorprende la aparente indiferencia de Jesús, que continúa caminando sin hacer caso a los gritos de la mujer. Sólo se de­tiene ante el ruego de los discípulos: «Atiéndela, que viene detrás gritando». La respuesta de Jesús desconcierta todavía más: «Me han enviado sólo para las ovejas descarriadas de Israel».

Jesús no aceptaba el título «Hijo de David» que los israe­litas daban al Mesías porque suponía un mesianismo naciona­lista, violento y realizado desde el poder. Y lo que parece que más le irrita en este episodio es que sea precisamente la vícti­ma de esa ideología excluyente quien la haya asumido como propia: la mujer, por no ser del pueblo del que David fue rey está considerada como una persona de segunda categoría. Y ella se resigna ante esa situación, la acepta, no la discute, no se rebela ante la injusticia.

Al decir «Me han enviado sólo para las ovejas decarriadas de Israel», Jesús no está expresando su pensamiento, sino el de aquella mujer y, seguramente, el de sus mismos discípulos.


CON MUCHO AMOR, CON MUCHA FE

Sólo entendiéndolas así tienen algún sentido las palabras de Jesús; y si se tomaran como expresión de su pensamiento, la segunda intervención de Jesús sería, en él, todavía más in­comprensible que la primera.

Ante la insistencia de la mujer: «¡Socórreme, Señor!», Je­sús replica con esta frase: «No está bien quitarle el pan a los hijos para echárselo a los perros». No, éste no es el mismo Jesús que había atendido ya a un pagano, un centurión de la legión romana que se había dirigido a él pidiéndole la salud de un criado suyo (Mt 8,5-14); que había liberado de su aliena­ción (de sus demonios) a dos endemoniados paganos (8,28-9,1); que había acogido entre sus discípulos a un recaudador de impuestos (Mt 9,9-12). Decididamente, no. Jesús no piensa así. Está dando una lección a aquella mujer y a todos los pre­sentes: si uno acepta la esclavitud, la discriminación, la margi­nación sin rebelarse, éstas son las consecuencias.

Jesús no va a dejar desamparada a aquella mujer. Ante todo porque Jesús nunca pasa indiferente ante el dolor huma­no; y luego porque en aquella mujer hay dos valores que es necesario resaltar y potenciar.

El primero es su amor. El amor hacia su hija, que es quizá lo que, equivocadamente, la lleva a adoptar aquella actitud conformista y resignada: tiene a su hija enferma y está dis­puesta a hacer por ella todo lo que sea necesario.

En segundo lugar, la resignación no ha apagado del todo su deseo de liberación, y ella ha descubierto en Jesús y en su mensaje el camino más seguro hacia la libertad. La enfermedad de aquella chiquilla es en realidad la mentalidad que refleja la resignación de su madre: la aceptación de que hay, y tiene que seguir habiendo, diferencias entre los seres humanos. La mujer no discute esta idea, pero parece pedir a Jesús que no se la tome al pie de la letra: «Anda, Señor, que también los perros comen las migajas que caen de la mesa de sus amos». Anda, Señor -parece decir la mujer cananea-, no niegues algún tipo de participación en tu proyecto a los que no pertenecemos a Israel. Deja que caminemos contigo hacia la libertad, haz para nosotros un poco de sitio en tu casa...

Jesús, entonces, valora este atisbo de rebeldía interpretán­dolo como una importante manifestación de fe: « ¡ Qué grande es tu fe, mujer! Que se cumpla lo que deseas». Y le concede todo lo que le pide: «En aquel momento quedó curada su hija».


16. COMENTARIO 3

vv. 21-23: Jesús se marchó de allí y se retiró al país de Tiro y Sidón. 22y hubo una mujer cananea, de aquella región, que salió y se puso a gritarle: -Señor, Hijo de David, ten compasión de mí. Mi hija tiene un demonio muy malo. 23É1 no le contestó palabra.

La violenta ruptura de Jesús con la doctrina oficial, des­crita en el episodio anterior, lo lleva a salir del país judío.

Es allí donde se encuentra una mujer cananea. Se llamaban cananeos los fenicios que vivían en el territorio ocupado después por los hebreos. Esta designación ar­caica indica que la mujer, aunque pagana, vive entre las israelitas (Mc, «griega», es decir, pagana, «fenicia de Siria»).

Por eso se dirige a Jesús llamándolo «Hijo de David»; muestra así conocer la tradición judía (cf. 9,27; 12,23). Con ello reconoce que la misión de Jesús se limita a Israel. El título de «Señor» es el que dan a Jesús sus discípulos (14,28.30).

vv. 23-26: Entonces los discípulos se le acercaron a rogarle: -Atiéndela, que viene detrás gritando. 24Él les replicó: -Me han enviado sólo para las ovejas descarriadas de Israel. 25Ella los alcanzó y sé puso a suplicarle: -¡ Socórreme, Señor!

«Atiéndela» (en griego, apolyson autên). El verbo significa no sólo «despedir/despachar», sino también atender a una súplica, conce­der una gracia; cf. Mt 18,27. La réplica de Jesús a los discípulos indica ser éste el sentido del texto. «Las ovejas descarriadas», cf. Ez 34,4.6.16; Jr 10,21; Sal 119,176.

La condición de «Hijo» depende de la fe de la persona (cf. 9,2). La aparente repulsa de Jesús estimula la fe de la mujer pagana. Aun reconociendo que no tiene derecho a pedir ayuda, espera ob­tenerla. Como en el caso del centurión (8,10), la fe le obtiene la curación, en espera de la salvación definitiva.

La integración de los paganos en el reino, o, lo que es lo mismo, en el Israel mesiánico, tendrá lugar después de la muerte de Jesús.

Existe un paralelo con el caso del endemoniado sordo y mudo (12,22). En ninguno de los dos pasajes se dice que Jesús expulse al demonio, pero el individuo queda curado. En ambos casos, el demonio o ideología que posee a la persona es la del privilegio de Israel (12,23; 15,22: [el] hijo de David); tampoco la mujer cree en la igualdad de Israel y los paganos; ella misma se considera in­ferior.

vv. 26-28: Jesús le contestó: -No está bien quitarle el pan a los hijos para echár­selo a los perros. 27Pero ella repuso: -Anda, Señor, que también los perros se comen las migajas que caen de la mesa de sus amos. 28Jesús le dijo: -¡Qué grande es tu fe, mujer! Que se cumpla lo que deseas. En aquel momento quedó curada su hija.

La respuesta brusca de Jesús la lleva a afirmar que la compa­sión está por encima de la discriminación entre pueblos. Sólo en­tonces Jesús cura a la hija. El caso de la mujer es semejante al del centurión que impide a Jesús entrar en su casa. Uno y otra se consideran inferiores a Israel, pero, a pesar de eso, ambos reco­nocen en Jesús una bondad que supera los límites de este pueblo. Esta fe obtiene la curación. Por eso, la frase final en cada episodio (8,13; 15,28) es la misma.

La cananea y su hija, como el paralítico y sus portadores, son dos personajes que representan a un mismo actante, aquí el paganismo. El estado de la hija figura la condición de los paganos, poseídos por una ideología contraria a Dios; la petición de la madre repre­senta el anhelo de encontrar salvación en Jesús.


17. COMENTARIO 4

Las lecturas de esta liturgia dominical coinciden en un denominador común: la destinación universal de la salvación.

La primera lectura, en un contexto de fuerte particularismo originado en la mentalidad defensiva preponderante a la vuelta del Exilio, anuncia la superación de las exclusiones producidas por las carencias físicas (eunucos que reciben “un monumento y un nombre mejores que hijos e hijas”: v. 5) dentro del pueblo y la integración de extranjeros en la realidad salvífica: “los alegraré en mi casa de oración” (Is 56,6). En el salmo interleccional la misma característica universal se hace invitación a la alabanza para “todos los pueblos” y “todas las naciones”. Y Pablo en la carta a los Romanos, anhela su plena realización mediante la reintegración de Israel al ámbito salvífico.

El pasaje evangélico, ya desde el comienzo, expresa que el punto más importante que se debe considerar es la tensión entre universalismo y particularismo. Ello se subraya mediante la acumulación de las indicaciones que trascienden el ámbito propio de Israel. Jesús atraviesa los límites de su patria, dirigiéndose al Norte, “al país de Tiro y de Sidón” (v. 21) y ante El se presenta una “mujer cananea” (v. 22). El país y raza del personaje, por consiguiente, se caracterizan por su condición de extranjeros respecto a Jesús y en su condición de tal, se sitúan en el ámbito del rechazo de las intervenciones salvíficas de Dios.

Esta primera presentación es subrayada por otros rasgos a lo largo del relato. Se describe, en primer lugar, la misión de Jesús como una misión particular ya que está circunscrita a “las ovejas perdidas de la casa de Israel” (v. 24) y seguidamente se contrapone fuertemente la diversidad de condición de los “hijos” respecto a “los perritos” (v. 26).

Esta descripción inicial, sin embargo, va a ser modificada. Jesús mismo, atraviesa las fronteras de su patria y se dirige a un territorio pagano hostil a la salvación donde hay más disposición para aceptar los gestos potentes de Jesús que en las ciudades israelitas del lago (cf Mt 11, 21-22) y esta disposición se hace patente en la actuación de la mujer. A pesar de su condición racial, ésta “grita” e invoca a Jesús como “Señor” lo mismo que los discípulos en la barca (14,26). De esa forma se sugiere que la barca está dispuesta a acoger personas de distinta procedencia, tal como se mostrará en la continuación del relato.

Ante el silencio de Jesús los discípulos intervienen en favor de la mujer, interesadamente porque desean recuperar su tranquilidad turbada por los gritos de aquélla. Entonces Jesús se limita a recordar el itinerario histórico de la salvación, que está ligado a un pueblo y a un territorio antes de convertirse en llamamiento universal. La orden referida a la misión de los discípulos en Mt 10,6 debe ser observada también por el mismo Jesús.

Pero la insistencia de la mujer producirá el cambio en la actitud de Jesús. Ante la observación de éste que recuerda de nuevo el itinerario salvífico arriba mencionado, la mujer acepta la apreciación despectiva que la coloca en la categoría de “perro”, consideración usual de los judíos respecto a los paganos. Y con sencilla humildad pide ser admitida en esta condición inferior y participar de esa forma en los bienes salvíficos.

Frente a esta actitud de la mujer, Jesús reconoce en esa extranjera la presencia de la fe, capaz de crear un ámbito de comunión y de superar toda condición de extranjería.

Ya precedentemente Jesús había reconocido la misma fe en el centurión (8,10) y había señalado que mediante esa fe se puede lograr lo que se desea (Mt 15,28; cf Mt 8,13).

De esa forma la hija de la cananea que al inicio del relato “tiene un demonio muy malo” (v. 22) queda “curada” (v. 28).

De esta forma la fe revela su capacidad de atravesar las fronteras de patria creadas por los hombres. Igualmente la “casa de Israel” se expande más allá de las fronteras raciales o geográficas y puede alcanzar la realidad de cada hombre y mujer. De la capacidad de acogida de cada uno, más allá de su origen, depende el ingreso al Reino. Gracias a la fe, los considerados inicialmente como de inferior categoría, “los perros” paganos pueden participar de la comida de los hijos.

El texto recuerda a los discípulos que la actitud final de Jesús les impide adoptar otro tipo de actitud. El pan eucarístico de la asamblea cristiana debe desencadenar una unidad que supere las divisiones raciales, presentes aún en el elemento judío de las comunidades del primer evangelio.

Pero este elemento disociador sigue presente en la vida eclesial a lo largo del tiempo. Los integrantes de toda comunidad siguen con la tentación de poner límites a la actuación salvífica. No solamente el prejuicio racial sigue presente sino también otros comportamientos que pueden impedir la apertura a la dimensión universal de la salvación. El cristiano debe examinar constantemente su forma de actuar en ese punto.


Para la revisión de vida

En ésta y otras ocasiones, Jesús alaba la «fe» de un «extranjero», alguien que no es miembro del pueblo de Dios. ¿Tengo yo capacidad para percibir y admirar y alabar lo bueno que hay en los otros, en los que me son más “otros”, más alejados de mi forma de ver y percibir el mundo?


Para la reunión de grupo

- Me han enviado sólo a las ovejas descarriadas de Israel. Probablemente Jesús no dijo tal cosa en respuesta a que una extrajera le pedía un milagro… El texto debe reflejar más bien el pensamiento de la primitiva comunidad cristiana en la que se elaboró este evangelio. Pero en todo caso, el evangelio presenta signos de que Jesús tuvo tal vez una primera etapa no universalista, una etapa limitada en su perspectivas a Israel. ¿Cómo explicarlo?

- La mujer cananea es uno de los varios casos que aparecen en el evangelio en que Jesús alaba la fe de personas que no son miembros del Pueblo de Dios e incluso las pone por encima de los miembros del pueblo de Dios. Sobre esto cabe preguntarnos: ¿Es que en el Pueblo de Dios, «ni son todos los que están, ni están todos los que son»? Más: ¿Es que hay sólo un Pueblo de Dios, o habrá muchos Pueblos de Dios?


Para la oración de los fieles

- Para que, como Jesús, seamos capaces de ver la «fe» de muchos hermanos y hermanas que no pertenecen al Pueblo de Dios. Roguemos al Señor.

- Para que tengamos una mente abierta, un corazón generoso y una esperanza optimista. Roguemos...

- Para que el mundo actual se embarque hacia la superación de los enfrentamientos étnicos y culturales. Roguemos...

- Por la paz en la tierra de Jesús, Palestina, Israel; para que se llegue pronto a una solución que contemple los derechos de todos. Roguemos...


Oración comunitaria

Oh Dios de todos los pueblos, que los has escogido y llamado a todos para que cada uno de ellos se encontrara contigo por su propio camino, camino que tú has acompañado siempre con cariño paterno y cercanía materna. Danos el optimismo de la fe que sabe descubrir la presencia del Reino y de la «fe» también en los hombres y mujeres de otros Pueblos que hasta ahora nos han parecido equivocadamente «alejados». Ayúdanos a hacer carne propia esta esperanza y este optimismo que Jesús nos revela en el Evangelio. Por Jesucristo nuestro Señor.

1. J. Peláez, La otra lectura de los Evangelios I, Ediciones El Almendro, Córdoba

2. R. J. García Avilés, Llamados a ser libres, "Seréis dichosos". Ciclo A. Ediciones El Almendro, Córdoba 1991

3. J. Mateos - F. Camacho, El Evangelio de Mateo. Lectura comentada, Ediciones Cristiandad, Madrid.

4. Diario Bíblico. Cicla (Confederación internacional Claretiana de Latinoamérica).