34 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO XIX
26-34

 

26. DOMINICOS 2004

”Estad preparados” es la exhortación que nos hace Jesús en este segundo domingo del mes de agosto. Muchas personas gozarán de un tiempo de vacaciones y de un descanso del ritmo habitual de trabajo; otras, sin embargo, seguirán atendiendo los muchos servicios que no admiten “cerrar por vacaciones”; otros hombres y mujeres sufrirán la prolongación de la inactividad temporal o permanente, a causa de la falta de un empleo estable y digno. La invitación del Señor a estar atentos y vigilantes es una llamada para vivir en alerta el hoy. Cada día es un tiempo favorable para crecer en la fe, cultivar la esperanza y activar el amor; para esto no existen vacaciones.

La primera lectura alude a la primera pascua del pueblo de Israel en Egipto. Los israelitas volverán su mirada, una y otra vez en las distintas etapas de su historia, a este acontecimiento fundante y les servirá de recuerdo permanente de la acción de Dios hacia ellos, realizada a través de la liberación de la esclavitud y el anuncio de una promesa. La memoria de estos hechos da al pueblo elegido una sabiduría de vida: ánimo ante las dificultades porque se fían de la promesa, esperanza de salvación, solidaridad en los peligros y en los bienes.

El texto de la Carta a los Hebreos es una hermosísima reflexión sobre la fe y las actitudes que conlleva. Fe esperanzada y esperanza confiada son las actitudes que animaron el caminar de Abraham, Sara, Isaac y otros hacia el futuro: “La fe es seguridad de lo que se espera y prueba de lo que no se ve”. La historia de nuestra vida y de la humanidad, con sus avances y retrocesos, es también historia sagrada que hunde sus raíces en el caminar de la fe y la esperanza de la promesa futura.

El mismo enfoque aparece en el relato evangélico: la expectativa de la llegada del señor lleva a los criados a vivir atentos y vigilantes en una espera activa y servidora (ceñida la cintura, en vela, con las lámparas encendidas), acogedora (para abrirle la puerta) y pronta (apenas venga y llame).


Comentario Bíblico
La fe y nuestra responsabilidad cristiana en el mundo

Iª Lectura: Sabiduría (18,6-8): Memoria de la pascua liberadora
I.1. La lectura de este día quiere describir la noche de salvación para Israel, la noche pascual, que se ha convertido en el paradigma nostálgico de un pueblo que siempre ha recurrido a su Dios para que lo liberara de todas las esclavitudes; que anhela salvación y que encuentra en el Dios comprometido con la historia la razón de ser de su identidad. Es, probablemente, un texto cultual, es decir, nacido en la liturgia. El c. 18 de este libro escrito en griego, para la comunidad judía de Egipto, es una memoria litúrgica de la noche pascual, de la noche de la libertad y de la noche de la luz. Nada hay tan celebrado en Israel como la noche pascual.

I.2. “Memoria” es mirar al pasado. Pero es más que eso; es tener presente que Dios siempre puede encender la luz de la salvación para su pueblo en cualquier momento que lo necesite. Se hace memoria para actualizar y para “sentir” la misma presencia liberadora de Dios, porque el pueblo, la comunidad, las personas, siempre pueden estar amenazadas de esclavitud. Sólo en Dios es posible poner la esperanza, porque en sus manos está la luz.


IIª Lectura: Hebreos (11,1-2.8-19): La fe, por encima de la muerte
II.1. Hoy, la segunda lectura, tomada de Hebreos 11, llena de contenido esta parte de la celebración, con su visión práctica de la fe evocada a la luz de las grandes figuras de la “historia de la salvación” y de todos aquellos que, por amor de lo que esperaban y de las realidades invisibles, renunciaron a los honores terrenos. Se dice que con este capítulo, el autor de la carta a los Hebreos, que no es San Pablo desde luego, sino un maestro desconocido, compuso este sermón para mover a la fe a la comunidad, al igual que los padres del pueblo, pero ahora con la esperanza que procura Jesús y su obra. Él es el ejemplo de nuestra fe en Dios y de nuestra entrega a los hombres al comprender todas las flaquezas. Por esto es Sumo Sacerdote, porque siendo Hijo de Dios, superior a los ángeles, a Moisés y a Aarón ,comprendió más que nadie los pecados de los hombres.

II.2. En nuestra peregrinación hacia Dios, en la tipología hacia el santuario celeste, tenemos un mediador y una seguridad que no tuvieron los padres del pueblo: al mismo Jesús. Por eso, creer, según lo que se propone en Hebreos 11, no es mirar al pasado, ni conservarlo, sino avanzar hacia el futuro. Quiere decir que debemos estar en camino, que no hay puntos muertos en la historia de la salvación. Como es lógico, la lectura de hoy solamente toma algunos aspectos de ese capítulo, y se debe leer el mismo en su totalidad. La figura de Abrahán, el padre del pueblo al que se le pidió todo, es el ejemplo. Si fuéramos realistas y lógicos, diríamos que Dios no pide la muerte de un hijo, el de las promesas. Eso es un “género simbólico” para decir que todo está en manos de Dios. Pero precisamente es en las manos de Dios donde está la resurrección, y ésa es la gran cuestión de la fe en Dios y una de las afirmaciones de más alcance de este texto de la carta a los Hebreos.


Evangelio: Lucas (12,32-48): La sabiduría de la vigilancia
III.1. El evangelio de Lucas nos ofrece aquí una serie de elementos que están en el Sermón de la Montaña, en Mateo, y un conjunto de parábolas (los criados que esperan a que su amo vuelva de unas bodas, el amo que vigila su casa por si llega un ladrón, y el administrador fiel al que se le ha confiado repartir el trigo) sobre la vigilancia y la fidelidad al Señor. La exhortación primera, que concluye con el dicho “donde está vuestro tesoro, allí está vuestro corazón”, es toda una llamada a la comunidad sobre el comportamiento en este mundo con respecto a las riquezas. Lucas es un evangelista que cuida, más que ningún otro, este aspecto tan determinante de la vida social y económica, porque escribía en una ciudad (Éfeso o Corinto) donde los cristianos debían tomar postura frente a la injusticia y la división de clases.

III.2. El dicho del tesoro y el corazón es un dicho popular que encierra mucha sabiduría de siglos. Pero es propio de estos dichos -el llamado “Evangelio Q” como algunos lo llaman actualmente-, poner de manifiesto la radicalidad sapiencial y escatológica que se vivió en aquellos momentos. Si bien es verdad que el rigor apocalíptico ya no es determinante, sí lo es el sentido que mantienen estas palabras. Vigilar, ahora, ya no es estar preocupados por el fin del mundo, sino estar preocupados por no poner nuestro corazón en los poderes y las riquezas. Son dichos para comprometerse en nuestro mundo, aunque sin perder la perspectiva del mundo futuro.

III.3. Lucas sitúa esto en el programa de buscar el Reino de Dios, pidiendo y exigiendo al cristiano no desear las mismas cosas que desean y tienen los poderosos de este mundo. El Reino exige otros comportamientos. Así, pues, las parábolas sobre la vigilancia y la fidelidad vienen a ser como el comentario a esa actitud. Es una llamada a la responsabilidad en todos los órdenes, pero especialmente la responsabilidad de saberse en la línea de que la vida tiene una dimensión espiritual, trascendente, sabiendo que hay que ponerse en las manos de Dios. Eso no es una huida de lo que hay que hacer en este mundo; pero, por otra parte, tampoco se ha de ignorar que nos espera Alguien que un día se ceñirá para servirnos si le hemos sido fieles. Ése de quien habla Jesús en la parábola es Dios. Nosotros, mientras, administramos, trabajamos, ayudamos a los más pobres y necesitados, como una responsabilidad muy importante que se nos ha otorgado.

Fray Miguel de Burgos, O.P.
mdburgos.an@dominicos.org


Pautas para la homilía
Por la fe...

“Por la fe...”. La primera lectura repite insistentemente, seis veces, este mismo estribillo. Fue la fe la que llevó a Abraham, padre de los creyentes, y a sus sucesores a confiar plenamente en el Dios de la promesa. A lo largo de los siglos, muchos hombres y mujeres han prolongado, y lo siguen haciendo, esta historia inicial de fiarse de Dios y esperar contra toda esperanza. Frente a esta cadena de testigos de la fe, existe otra historia dominada por muchos intereses en los que los seres humanos ponemos el corazón: riquezas, prestigio, fuerza, poderío..., causantes de tantos dramas que golpean cotidianamente a pueblos enteros, grupos sociales o personas aisladas. Volver la mirada hacia los hermanos y hermanas en la fe se convierte para nosotros en una interpelación viva que nos invita a revisar en quién y en qué descansa nuestra confianza.


En la espera vigilante

El don de la fe alimenta la esperanza que, lejos de convertirse en una espera pasiva y un aguardar con los brazos cruzados, es la actitud vital que conduce a cumplir lo que Dios quiere y a esperar activamente que su promesa se hará realidad, aunque de momento resulte difícil percibir los signos.

El creyente esperanzado tiene ante sí una tarea inmensa en el momento histórico actual. Las grandes utopías del siglo pasado, afirmadas por la sociedad laica y las Iglesias: el desarrollo mundial, el nuevo orden internacional, la paz entre los pueblos, el respeto de los derechos humanos, se han esfumado en muchos casos. Sin embargo, el rescoldo de la esperanza permanece en hombres y mujeres que, frente a una globalización de la injusticia, declaran que “Otro mundo es posible”. “Otro futuro es posible para este mundo” nos dicen la fe y la esperanza vigilante, al avivar la convicción profunda de que Dios llama a los seres humanos a ser felices, a colaborar con Él en la construcción de un Reino de hermandad, de verdad, de justicia, de amor, de gracia, de paz... Son muchas las personas que permanecen en vela, se desviven y entregan su vida, trabajando por empujar la historia en esta dirección, a pesar de las voces que se empeñan en divulgar lo contrario.

Pero el creyente tiene también como tarea un campo de acción que no se limita sólo a las grandes causas, sino a transmitir esperanza a las vidas humanas amenazadas por la desesperanza, el desánimo, el desencanto, la depresión, con las que nos topamos a diario.

Los criados que han estado velando y aguardando a que el señor vuelva de la boda, serán dichosos, nos dice el evangelio de Lucas. Su dicha residirá en la participación en el gozo y en la vida del señor porque será el esperado quien ocupará el puesto de los criados y “les irá sirviendo uno por uno”.


Un testigo de la fe y la esperanza

Hoy, en la fiesta de Santo Domingo de Guzmán, la Familia Dominicana recuerda con cariño al fundador de nuestra Orden que, confiando en la llamada que Dios le hizo, entregó su vida a la predicación del Evangelio. La soledad en el sur de Francia entre los cátaros, las dificultades en el anuncio de la Palabra, las resistencias eclesiales a una misión evangelizadora, que algunos consideraban imposible, y los problemas para la creación de una nueva Orden Religiosa no fueron capaces de empañar la fe honda que habitaba a Domingo. Como servidor vigilante trabajó sin descanso para llevar a cabo la obra que el Señor le encomendó. Su confianza en Dios se expresa en confianza en las hermanas y hermanos que se unen a su proyecto. Con ellos, atento a Dios de día y de noche creyó y esperó en la fuerza de la Palabra como fermento de una renovación social, religiosa y eclesial. A ellos y a los que vivimos la vocación dominicana nos transmitió, en el momento de su muerte, la esperanza de contar con su ayuda. Domingo, vela sobre tus hijos e hijas para que seamos hombres y mujeres de fe y esperanza.

Carmina Pardo OP
Congregación Romana de Santo Domingo


27.

Fuente: Catholic.net
Autor: Antonio Izquierdo

Nexo entre las lecturas

"En confiada y vigilante espera", así resumo el contenido principal del mensaje litúrgico de hoy. Esta es la actitud de Abrahán y Sara, y de todos aquellos que murieron en espera de la promesa hecha por Dios (segunda lectura). Esta es la actitud de los descendientes de los patriarcas, esperando con confianza, en medio de duros trabajos, la noche de la liberación (primera lectura). Esta es la actitud del cristiano en este mundo, entregado a sus quehaceres diarios, esperando con corazón vigilante la llegada de su Señor (Evangelio).


Mensaje doctrinal

1. La espera histórica. Dios es un Dios fiel y sus promesas se cumplen, pero, en cuanto promesas, no se ven en el inmediato presente, sino que se esperan para el futuro. Podemos, pues, decir que la historia de la salvación es la historia de las esperanzas y de la espera de los judíos y de los cristianos. Prototipo de esperanza es Abrahán, como resalta la carta a los Hebreos (segunda lectura). Primero vive en la esperanza y espera de un hijo, y Dios le cumple dándole a Isaac, a pesar de la edad avanzada y de la esterilidad de Sara, su mujer. Luego, en la espera y esperanza de una tierra y de una descendencia numerosa. Dios cumplirá, pero no durante la existencia terrena de Abrahán. De este modo, en Abrahán se inaugura la cadena de las esperanzas y de la espera de los patriarcas y del pueblo de Israel. Después de varios siglos, en el XIII a. de C., Dios cumplió la promesa de la tierra con Josué. Muchos siglos después, con Jesucristo, Dios cumplirá la promesa de la descendencia, ya que sólo en Jesús "serán benditos todos los pueblos de la tierra". En el libro de la Sabiduría (primera lectura) se menciona otra promesa de Dios: la liberación de la esclavitud: "Aquella noche fue pre-anunciada a nuestros Padres" (cf Gén 15, 13-14; 46, 3-4). También esta promesa Dios la cumplió de modo glorioso y potente, en aquella famosa noche en que los egipcios quedaron en tinieblas mientras a los israelitas les precedía una columna de fuego que iluminaba su camino, aquella noche que para los egipcios fue trágica por la muerte de todos los primogénitos, mientras que para los israelitas fue noche de liberación y alegría. Dios no sólo cumple su promesa, sino que vence el mal y con amor atrae y llama hacia sí a los elegidos. No es sólo un Dios fiel, sino además un Padre amante.

2. La espera metahistórica. En la carta a los Hebreos se presenta a los patriarcas y a las grandes figuras del pueblo de Israel buscando una patria. El autor de la carta interpreta esta búsqueda no en sentido histórico, sino metahistórico: "Aspiran a una patria mejor, es decir, a la patria celeste". El mismo Dios que fue fiel cumpliendo sus promesas en la historia, será fiel en el más allá de la historia. De esta espera y esperanza metahistóricas nos habla sobre todo el Evangelio, mediante la imagen del patrón a quien los siervos deben esperar hasta que llegue para abrirle la puerta apenas toque. Desde el nacer todo hombre, en alguna manera, está a la espera de su Señor. Los cristianos hemos de esperar sin miedo, con gozo, "porque el Padre se ha complacido en darnos el Reino", y Dios, nuestro Padre, no dejará de cumplir. Hemos de esperar en actitud de disponibilidad para cualquier momento: "con la cintura ceñida y las lámparas encendidas". Igualmente, la espera ha de ser vigilante, porque el Señor llegará "como un ladrón", cuando menos se piensa. La mejor manera de esperar es seguramente haciendo el bien a todos y llevando una conducta digna. El abusar del propio poder, golpeando a los criados y criadas, comiendo y bebiendo hasta emborracharse, es un modo inapropiado de esperar al Señor, y por eso nos dice el evangelio: "Le castigará severamente y le señalará su suerte entre los infieles". El más allá, y el juicio de Dios que implica esta realidad, nos puede resultar misterioso, inaccesible a nuestra inteligencia, pero no es algo marginal de la fe cristiana, sino algo constitutivo de su Credo: "Espero la resurrección de los muertos y la gloria del mundo futuro". Vivimos de esperanza, pero toda la historia de la salvación nos ha mostrado, siglo tras siglo, que la esperanza puesta en Dios no defrauda.


Sugerencias pastorales

1. Mirar el presente con ojos lejanos. El cristiano no es un utópico, un soñador desconectado del presente con su realidad contante y sonante. El cristianismo vive el realismo del presente, con las pequeñas tareas de cada día, con los pequeños o grandes proyectos, con las luchas por la vida y la supervivencia de tantos hombres, con la crónica negra de los periódicos o de la televisión, con las pequeñas sorpresas que de vez en cuando llaman a la puerta. En realidad la vida se vive en presente o no se vive. El presente es lo único a nuestra disposición, porque el pasado ya se esfumó y el futuro carece todavía de consistencia propia. El presente es la tierra que piso, la familia en la que vivo, la novia que amo, la madre enferma, el hijo travieso, la oficina en la que trabajo, la parroquia por la que paso a diario, el análisis de sangre o el coche nuevo que acabo de comprar. Nuestra mirada ha de estar puesta en ese presente, no evadirnos de él, asumirlo con toda su realidad, sea triste o sea agradable. No hemos de tener miedo al presente, hemos de mirarle de frente, con hombría. Pero el presente no existe encerrado en su propia concha, por su misma naturaleza está abierto al futuro que paso a paso, inexorablemente se convierte en presente. Eso futuro no puede olvidarse en el vivir cotidiano del momento. De ahí que hayamos de mirar el presente con ojos lejanos. El futuro es el horizonte del presente, es la esperanza. El presente hermético fenece con su propio instante. El presente abierto ve ya la espiga dorada en la semilla apenas arrojada en la tierra. El presente hermético pretende eternizar la brizna de la felicidad efímera, que se marchita entre sus manos, y al no lograrlo, se derrumba en catástrofe. El presente abierto y cristiano lanza su mirada hacia adelante, cada vez más y más hasta hacerla entrar en la morada misma de Dios. Que tus ojos iluminen la realidad presente con el fulgor que han captado mirando el futuro.

2. La vigilancia no es un opcional. El futuro de cada hombre, con todo su espesor, es imprevisible. El metereólogo puede prever el tiempo para mañana, aunque con riesgo de equivocarse. El economista puede prever la inflación en el país durante el mes de mayo o en el año 2000, con mayor o menos aproximación. Pero la historia del hombre es imposible de prever, porque es una historia de libertad. Libertad del hombre, y sobre todo libertad de Dios. ¿Quién puede saber lo que harán los hombres el día de mañana? ¿Quién puede prever los designios de Dios para el futuro inmediato o remoto? La imprevisibilidad del futuro reclama vigilancia. El hombre prudente, sensato, no considera la actitud vigilante algo simplemente posible, una entre otras muchas opciones. La vigilancia es la mejor opción. Vigilar para que el futuro no nos coja desprevenidos. Vigilar para ser capaces de dominar los acontecimientos, en lugar de ser dominados por ellos. Vigilar para no perder jamás la paz, ni siquiera ante el desencadenamiento más tremendo de pruebas y experiencias adversas. En realidad, quien vigila ya ha mirado en los ojos al futuro, y está preparado para afrontarlo con garbo y decisión. Vigilar para descubrir la escritura de Dios en las páginas de la historia. Vigilar para saber descubrir la acción del Espíritu en tu interior, en el interior de los hombres. Vigilar para terminar con happy end la última página del libro de tu vida. Vigilar para mantener íntegras la fe, la esperanza y la caridad, "cuando Él venga". La vigilancia no es un opcional, es una necesidad vital.


28. I.V.E. 2004

Comentarios Generales

Sabiduría 18,6-9:

El autor del Libro de la Sabiduría escribe muy poco antes de la Era Cristiana. Al hacer la síntesis o resumen teológico de la Historia de Israel, da un peculiar relieve a la Noche pascual:

- Los israelitas, hijos santos de los Patriarcas, conocían por especial revelación la trascendencia salvífica de aquella noche. Era la noche de la Promesa divina.

- Por eso la celebraron todos en Liturgia de sacrificio y de alabanza. El sacrificio del cordero pascual y los himnos y cantos que lo acompañaban.

- Aquella salvación era sólo típica. La que lo es de verdad, la Salvación, la Pascua cristiana, la celebramos también con el sacrificio de nuestro Cordero Pascual y con el sacrificio de alabanza. Cuanto nuestro Cordero supera al de la Pascua israelita, supera también la salvación que nosotros recibimos a la de ellos: “Nosotros vigorizamos el corazón con gracia, no con manjares; que de ningún provecho fueron a los que anduvieron en tales observancias” (Heb 13,9). Los israelitas sólo tenían manjares caducos. Nosotros tenemos: “Gracia”: Vida de Dios. La tenemos porque nuestro Cordero Pascual es Cristo (I Cor 5,6). Asimismo celebramos nuestra Pascua perenne con perennes himnos de alabanza, gratos a Dios; le son gratos porque se los ofrecemos en Cristo: “Por medio, pues, de Cristo presentemos el sacrificio perenne de alabanza a Dios, es decir, el fruto de labios que glorifican su nombre” (Heb 13,15).



Hebreos 11, 1-2, 8-19:

La Historia Salvìfica se divide en Antigua y Nueva Alianza. En ambas se nos exige vivir en clima de fe y de esperanza. En fe y esperanza de la Promesa viven los fieles de la Antigua Alianza. Nosotros, que gozamos la Promesa, la gozamos velada. En fe y esperanza de su revelación.

- Los vv 1-2 nos dan la definición de la fe: “Seguridad de lo que se espera, argumento de lo que no se ve”. Es una actitud de disponibilidad y entrega total a Dios. Los santos del A. T. son modelos heroicos en su creer contra toda evidencia y en su esperar contra toda esperanza.

-Todo el cap. 11 de la Carta a los Hebreos constituye un desfile glorioso de santos del A. T., héroes de la fe y de la esperanza. Desde Abel a Noé, desde Abraham hasta Moisés, de los Jueces a los Reyes, de David a los Macabeos, viven todos de la fe de la “Promesa”. Creen contra toda evidencia y “viven cual si vieran lo invisible” (Heb 11,27). Esperan contra toda esperanza y viven cual si poseyeran el futuro (Heb 11,13.20) Entre estos héroes de la fe y esperanza descuella como ningún otro Abraham, el Patriarca de la fe, Padre de los creyentes. La lectura de hoy pone de relieve dos momentos cumbres de esa fe y de esa esperanza. Creyó y esperó contra toda esperanza el nacimiento de Isaac, el hijo de la Promesa Divina (v 12). Creyó y esperó contra toda esperanza que Dios, que le exigía inmolar aquel hijo, lo podía resucitar.

- Dios nos da la Salvación a condición de que le presentemos nuestra fe y esperanza. Lo que hizo con Abraham y los Patriarcas y fieles del A. T. es tipo y figura de lo que hará con nosotros. “También a nosotros se nos va a computar como Justicia (=Salvación): a cuantos creemos en Aquel que hizo resucitar de entre los muertos a Jesús Señor Nuestro. El cual fue entregado en expiación de nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación o salvación (Rom 4,24). El cristiano, pues, vive en fe: “cual si viera lo invisible”. Y vive en esperanza: “cual si poseyera lo futuro”.



Lucas 12,32-48:

Jesús sigue adoctrinándonos acerca del valor de los bienes terrenos; valores del todo efímeros. A la vez nos instruye acerca del valor trascendente que tiene cada acto de nuestra vida.

-Versículos 32-35: Los ricos fían en sus riquezas y en sus cálculos. Los seguidores de Cristo vivirán en desprendimiento y caridad, fiados del todo en el amor y providencia del Padre. La vida de la tierra debe estar informada de fe, esperanza y caridad para que tenga valor trascendente: “Haceos bolsas que no se apolillen, un tesoro indeficiente en los cielos”.

- A continuación, en una serie de parábolas nos da Jesús las siguientes instrucciones:

a) Debemos estar siempre en vela; a punto de recibir al Señor (35-38). Esto indica el carácter provisional de la vida de acá. El destino lo tenemos en la eternidad; en la casa del Padre.

b) La venida del Señor es del todo y para todos incierta (39-40). La tensión o intensidad de la fe, esperanza y caridad no pueden, por tanto, remitir ni un instante.

c) En la Iglesia habrá siervos con autoridad sobre los otros siervos. Aquéllos tienen mayor responsabilidad. A eso va la pregunta de Pedro del v 41. Jesús le contesta que a los tales se les exige la mayor fidelidad, pues el Señor puso mayores dones en sus manos y les otorgó mayor confianza (41-48.

- No somos señores, sino siervos; no somos dueños, sino administradores. Y quienes en la Iglesia tienen cargos de mayor autoridad o carismas de mayor precio no pueden olvidar estas palabras del mayordomo infiel, ni esta tremenda sentencia del Maestro: “A quien mucho se le dio, mucho se le exigirá. Y a quien se le confió mucho, mucho asimismo se le reclamará” (48). A es luz, ni la autoridad o gobierno, ni los dones carismáticos y ministeriales, pueden dar lugar a autoritarismo, vanidad o pereza, sino a temor, responsabilidad y suma diligencia.


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Juan de Maldonado, S.I.

Comentarios a San Marcos y San Lucas

No tengáis temor, rebaño pequeño. Muy a tono con lo que precede añade Cristo estas palabras. Después de reprender la exagerada preocupación por lo terreno y enseñar a poner toda nuestra atención y confianza en Dios, que sustenta no sólo a los hombres, sino a los mismos animales, agrega aquí un argumento de lo mayor a lo menor, para mover a sus oyentes a desechar todo temor y ansiedad por estas cosas caducas. Si Dios tiene determinado daros su reino, que es lo que más se puede desear, ¿cómo va a permitir que os falte nada de lo necesario para vivir, que es lo mínimo?

Llama grey pequeña, o bien al grupo de los apóstoles solamente, como entienden algunos; o también de los discípulos, como cree Teofilacto; o de todos los escogidos, como dice San Beda; o según Eutimio, de todos los fieles en general, porque estas palabras parecen dichas a los mismos a quienes se dirigen las anteriores, los cuales eran todos los oyentes, y en persona de ellos, todos aquellos que creían.

No admito lo que dicen algunos que se muestra Cristo aquí como pastor, pues llama rebaño a sus discípulos; porque, aunque ciertamente Él fue el Buen Pastor, que dio su vida por sus ovejas (Jn. 10,14; 1 Jn. 3, 16), mas en este lugar parece llamarlos no rebaño suyo, sino de su Padre. Y la razón por la que dice que no han de temer, es porque tienen como buen amo y pastor al Padre celestial, quien no sólo tiene voluntad de darles el necesario sustento, sino también el reino de los cielos. Ni sólo tienen providencia del alimento y vestido de ellos, que son sus ovejas, sino de todos los demás animales y hasta los lirios de los campos. (vv. 24- 27).

No encuentro ningún autor que trate de lo que es más particular de este pasaje, a saber: por qué llama Cristo aquí rebaño a sus discípulos, más aún, rebaño pequeño, máxime juntando metáforas que no parecen coherentes. Porque ¿qué relación tiene el rebaño con el reino? A mi modo de ver, porque, habiendo usado el ejemplo de unos animales (v. 24), en cuya especie se podían entender todos los demás vivientes, aplica esta imagen del rebaño a sus discípulos, como si dijera: Manteniendo Dios tantos y tan grandes rebaños de todas clases, no temáis vosotros, que sois un rebaño de hombres, hijos suyos, y rebaño bien pequeño. Que con mayor providencia cuidará Dios del rebaño de los hombres que son sus hijos, que no del de las bestias; y más fácil es de suyo mantener un rebaño tan reducido que uno grande.

No sé si hace alusión al proceder de los pastores, los cuales, para engordar más algunos becerros, los apartan de los demás, formando un ganado pequeño, para pastar en sitios más fértiles y con mayor cuidado: Esto mismo se dice que hará Dios con sus hijos (Sal. 22, 1): El Señor me conduce (según el hebreo, “me pastorea”), y nada me faltará. Me ha puesto buenos pastos y me guía junto al agua de abrevar Y en otro lugar (Sal. 79, 2):Mira, tú que riges a Israel (en hebreo, “apacientas”), que conduces a José como una oveja. Y en otro Salmo también (77, 71): Lo tomó de tras las ovejas para que apacentase a Israel, su siervo, y a Israel, que es su heredad. Finalmente, alimentando a todos los hombres y haciendo salir su sol Sobre buenos y malos, promete en particular a los que lo temen que no les faltará cosa alguna.

Porque ha sido del agrado de vuestro Padre daros el reino.- Según el griego, “fue del beneplácito”, “pareció bien a vuestro Padre”. Según esto, es verdad, como observan todos los comentaristas de este lugar, que el reino de los cielos nos está predestinado por la gracia y benignidad de Dios. Pero yerran aquí los herejes, pensando que, pues sin méritos nuestros está predestinado, también se nos ha de dar sin méritos algunos de nuestra parte. A la verdad no se sigue lo uno de lo otro. Como si alguien que se da gratis el premio que se otorga a los corredores en el estadio porque no se propone por sus méritos sino por la generosidad del príncipe. Pues aunque es cierto que se les propone cuando aún no lo merecen, no se otorga sino a los que de hecho lo merecen con su victoria.

Cada palabra de éstas tiene especial sentido y dulzura. Dice agradó, con lo cual se muestra la particular benevolencia y liberalidad de Dios para con ellos; dice a vuestro Padre, llamando a Dios padre de ellos,, que como tal no puede olvidarse de sus hijos (Is. 49, 15); añade daros a vosotros, como a hijos y herederos suyos; el reino, o sea el celestial y eterno, no el terrenal y temporal.

Vended lo que poseéis y dad limosna.- Enseña con estas palabras la manera de venir a este reino que el Padre quiere darles; a saber, no buscando riquezas con ansiedad y avaricia, antes más bien, dando de las que tengan a los pobres. Porque, aunque se propone gratuitamente el reino de los cielos, pero hay que comprarlo, si bien a tan bajo precio que puede decirse que se da gratis. “Cómpranse con las cosas temporales las eternas (dice San Jerónimo), las cuales, por su dignidad y valor, son respecto a aquéllas como si se comprara un centenar con un número pequeño”. Esto significa recibir el ciento por uno y recibir la vida eterna (Mt 19, 29).

Mas ¿cómo es que manda aquí Cristo a todos en general vender cuanto tienen y darlo a los pobres, siendo así que en otro lugar (Mt 19, 21) lo aconseja sólo a los que quieran ser perfectos? No es difícil la respuesta: o bien habla aquí con solos los discípulos, los cuales querían ser perfectos, o si con todos los cristianos, se refiere a la disposición de ánimo, como dicen los teólogos. Porque, si bien no es necesario a todos vender cuanto tengan, sí lo es tener como cristianos tal disposición de ánimo que, si fuese menester, vendan todos sus bienes por no perder a Cristo.

Haceos bolsillos.- Suelen los avaros, cuando disponen su tesoro, echar el dinero en bolsitas. Así dice Cristo aquí bolsillos en vez de tesoro, como luego declara. Y porque, al romperse el bolsillo con el uso, se caen las monedas, añade: Haceos bolsillos que no se gasten, es decir, en los que no se pierda el dinero. Parece entender aquí por tales bolsillos a los pobres de que hablaba, como explica San Beda; pues éstos son en realidad bolsillos que no se gastan con el tiempo, porque cuanto a ellos se da se pone a buen resguardo; más aún, se multiplica, como dice el mismo Dios (Prov. 19, 17): El que da limosna al pobre, da a rédito al Señor; y en el Evangelio (Mt 19, 29): Todo el que dejare su casa, o sus hermanos o hermanas, o su padre o su madre, o su esposa o hijos, o sus posesiones, por mi nombre, recibirá el cien doblado.

Estad ceñidos a la cintura.- Habiendo hecho mención del reino de los cielos y amonestado a sus discípulos a esperarlo, les enseña ahora cómo y con qué diligencia y disposición lo habían de aguardar. Declara esto con el ejemplo de los criados, que, mientras esperan de noche la vuelta del amo, conviene que estén no sólo despiertos, sino bien ceñidos, atentos y listos, y hasta con antorchas encendidas, para no entretenerse, cuando regrese su señor, recogiéndose la túnica o encendiendo las luces. Los orientales de aquel tiempo (y también ahora) llevaban largos vestidos, por lo cual se los habían de recoger con un cíngulo para que no les estorbasen mientras servían. Dedúcese esto mismo del versículo 37, cuando dice: En verdad os digo que se ceñirá el amo y, haciendo que se reclinen a la mesa, se pondrá a servirlos. Y más adelante (c. 17, 8) Cíñete y ponte a servirme.

Aquella otra explicación de muchos antiguos, que entienden figurada en esta frase la virtud de la castidad, corresponde más a la aplicación moral que al sentido literal del texto. Y aún como acomodación no parece bastante completa, pues no nos encarga Cristo aquí estar provistos sólo de la castidad, sino de todas las demás virtudes. Con todo, semejante interpretación puede ser útil para exhortaciones morales, como leemos en San Basilio, San Agustín, San Gregorio, San Beda y casi todos los demás autores.

Y antorchas encendidas en vuestras manos.- Cuando viene el amo de noche, suelen los criados ir delante de él con la antorcha encendida en la mano. Y así quiere Cristo que hagamos también nosotros. Las antorchas encendidas no significan otra cosa sino que hemos de tener todas las cosas arregladas para recibir a Cristo cuando viniere al juicio, de modo que no nos quede nada por arreglar en aquella sazón. ¿Qué puede parecer más sencillo que, mientras el amo llama a la puerta, encender la luz necesaria? Pues aún esto quiere el Señor que esté ya hecho antes de que venga. Pues, además de que no esperaría mientras el otro enciende la antorcha, resultaría esta espera indecorosa e impropia de la dignidad del amo.

Al mismo objetivo tiende aquella otra parábola de las diez vírgenes, de las cuales cinco fueron excluidas del banquete de bodas por no haber sido previsoras en tener sus lámparas encendidas.

No creo haya otra razón de mandarnos Cristo tener en nuestra mano antorchas encendidas, sino que así lo acostumbraban hacer los criados serviciales. San Agustín, San Gregorio, San Ambrosio y San Beda escriben que las antorchas significan el “ejemplo de las buenas obras”; y el mismo San Agustín en otro lugar dice que es “la buena intención”; y según Teofilacto y Eutimio, “las antorchas son dos, una interior, que es la mente, y otra externa, que es la lengua, según aquello que “es menester creer en nuestro corazón, y con la boca se confiesa la fe para ser salvos”.

Semejantes a los criados que están esperando a su amo, que vuelve de una boda.- Semejantes a aquellos criados que dice el versículo anterior.

Dice cuando venga de las bodas, porque solía celebrarse éstas por la noche, como se ve en la parábola de las vírgenes (Mt. 22, 1) y en las bodas del hijo del rey, cuando aquel que no llevaba traje nupcial fue lanzado a las tinieblas de fuera (Mt. 22, 13). Y lo mismo se ve en el Apocalipsis (19,7- 9), en que las bodas del Cordero se celebran de noche, pues son llamados los hombres a la cena. Casi la misma costumbre dura también en este tiempo en todas partes.

Los que eran invitados a una cena de bodas solían quedarse en el convite hasta muy avanzada la noche, y después volvían cada cual a su casa. Eran, por tanto, por tanto, menester antorchas, y los respectivos criados habían de quedar despiertos y preparados para recibir a su amo a cualquier hora que volviese durante la noche. Por esta razón precisamente dice el Señor esperando a su amo que vuelva de las bodas, más bien que del foro, o del mercado, o del campo, o de otro sitio cualquiera; porque de unas bodas no se volvía sino de noche, después de acompañar al esposo a casa de la esposa; con lo cual quiso notar un tiempo en que no suelen estar los hombres preparados. Semejante tiempo es la noche, cuando los hombres, bien porque no piensan que venga nadie a hora tan inoportuna, bien por estar cargados de sueño, están menos atentos y preparados. Pues precisamente en el tiempo en que menos dispuestos están los hombres nos manda Cristo estar preparados como quien está con la ropa ceñida y con antorcha encendida en la mano. No hay, pues, tiempo alguno, ni siquiera el nocturno (cuando parecía natural condescender algo con la necesidad del cuerpo), en que hayamos de estar despreocupados, pues puede venir de noche, como suele el ladrón, y caer encima e los que estaban bien ajenos a su venida (cf. vv. 39- 40; 1 Tes. 5,2; 2 Pe. 3, 10; Apoc. 3, 3; 16, 15).

Por otra parte, es indudable que, así como quiere que nos parezcamos a aquellos criados que están esperando que vuelva su amo de la boda, así también se compara Él mismo con este amo que ha de volver, y por eso nos manda que lo esperemos. Cuya venida es evidente para el juicio, como entienden todos los comentaristas.

Lo que ciertamente quiso significar aquí Cristo es que había de volver para el juicio, cuando menos pensasen los hombres; y dijo que vendría como volviendo de bodas, porque los que vuelven de ellas suelen llegar al tiempo que menos se creía. Mas porque leemos en el Apocalipsis (19, 7- 9) la celebración de las bodas del Cordero en el cielo, muchos dijeron (con cierta razón) que Cristo fue a las bodas cuando subió a los cielos y volverá de las mismas cuando venga a juzgar el mundo. Así San Gregorio, San Beda, Teofilacto, Eutimio y San Cirilo, citados por Santo Tomás. Teofilacto, empero, interpreta también de otro modo estas bodas, como digo en la frase siguiente.

A fin de abrirle luego, enseguida que vuelva y llame a la puerta.- Interpreta también Teofilacto esto de cuando viene Cristo a nuestra alma, pues está a la puerta y llama (Apoc. 3, 20), al cual debemos abrir con presteza. Pero aquí no se trata de esta venida de Cristo a nosotros para hacernos buenos, sino de la otra, cuando ha de venir para ver quiénes los son, para lo cual nos encarga estar dispuestos y provistos de buenas obras, supuesta previamente su otra venida a nuestras almas.

Ni hay por qué analizar la parábola con sutileza exagerada, como advierte Eutimio. Vendrá y llamará a la puerta, cuando venga a llamar al juicio, por medio del arcángel, a son de trompeta. Le abriremos la puerta cuando, conscientes de nuestras obras, lo recibamos de buen grado (como explican San Gregorio y San Beda); pronto, esto es, sin desidia o pereza, teniendo a punto todas nuestra buenas obras, de suerte que no sea menester andar con disimulos o demoras, como diciendo a otros: Prestadnos de vuestro aceite, porque nuestras lámparas se apagan (Mt. 25,8).

Dichosos aquellos criados a los cuales encuentre su amo despiertos.

Cuando vuelva su amo de estos criados, pues no habla directamente de sí, sino del que vuelve de las bodas; por eso no pongo señor con mayúscula, si bien está significado por este amo. Expresa a continuación la recompensa que tendrán aquellos criados que encuentre el amo despiertos y preparados cuando vuelva.

En verdad os digo que, recogiéndose él su vestido, los hará ponerse a la mesa y les servirá.

No suele suceder esto en realidad, como otros pormenores señalados en la parábola, v. gr., que vaya el amo de boda, que vuelva ya muy de noche, que llame a la puerta, que los criados estén preparados para recibirlo; mas los pone Cristo por lo que solía suceder, ya que la parábola se debe tomar de las cosas acostumbradas; y si añade este rasgo que no suele suceder de ordinario; es precisamente para indicar cuánto agradó a aquel amo la diligencia de sus criados, que lo habían esperado despiertos, en tanto grado que llegó hasta serviles a la mesa, como ningún amo suele hacer con sus criados.

Cosa tan inusitada no deja de tener su probable atractivo y decencia, como es que un amo que vuelve bien cenado de una boda y se encuentra a sus criados en vela y sin haber cenado aún, se preocupe de hacerles cenar, sirviéndoles él mismo, para hacerles participar también de la alegría de la boda.

Lo que dice pasando, alude a la costumbre de los que servían a la mesa, junto a cada comensal, para ver si le falta alguna cosa.

La aplicación de este rasgo de Jesucristo no se ha de inquirir con excesiva sutileza; pues no significa otra cosa sino que comunicará con nosotros aquella gloria que El posee como propia, a la manera como dice que hizo éste con sus criados al volver del convite, haciéndolos partícipes de su honra, como si fueran ellos también en cierto modo señores.

El significado verdadero completo es que, si nos encuentra Cristo, cuando venga, vigilantes y preparados con obras buenas, en el cielo nos hará como señores, porque comeremos y beberemos como tales en la mesa de su reino (22,30). No quiero decir que El mismo haya de servirnos, pues no hemos de querer aplicar también este pormenor de la parábola a la cosa en ella figurada. Pues, como hemos dicho, el que al volver de las bodas se pusiera este hombre a servir a sus criados, no significa sino que les dio una muestra de respeto no acostumbrada; y aplicado a Cristo, quiere decir que en el cielo nos ha de mostrar una honra y una gloria inusitadas e increíbles, igualándonos en cierto modo a El, pues nos hará sentar a la mesa de su reino. No son, por tanto, literales las diversas interpretaciones que trae San Beda, aunque no del todo ajenas. Pondré aquí sus mismas palabras, para utilidad del que guste de estas aplicaciones: “Se ciñe, esto es, prepara la recompensa; hace que se pongan a la mesa, esto es, los conforta con el descanso eterno, ya que sentarnos en el reino será descansar. Por eso dice el Señor en otra ocasión: Vendrán y se sentarán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob. Pasa el Señor sirviendo, porque nos hará gozar con la ilustración de la luz. Dice que pasa, con relación al juicio, en que volverá a su reino, o también pasa el Señor después del juicio, respecto a nosotros, porque nos levantará de su humanidad visible a la contemplación de su divinidad. Su pasar es llevarnos a la visión de su claridad, cuando el mismo que miramos en el juicio en cuanto hombre, lo vemos también en su divinidad después del juicio”.

Y si viene a la segunda vela o a la tercera y los encuentra así dispuestos, dichosos son tales criados.

Más arriba explicamos ya lo que son estas vigilias (2,8; Mt. 14,25); y así no hemos de observar aquí sino que no se han de juntar las palabras de modo que signifiquen que serán dichosos si a cualquier vigilia de la noche que viniera los encontrase así dispuestos, sino más bien que serán dichosos aquellos siervos a los que encuentre así el Señor, esto es, despiertos y preparados, aunque venga a cualquier hora de la noche.

Es bien inepta la cuestión propuesta aquí por Calvino, a saber: por qué se compara nuestras vidas a las velas nocturnas, siendo así que la Escritura nos llama hijos de la luz (Ef. 5,8; I Tes. 5,5) y el mismo Cristo nos ilumina con su doctrina. Quien tal cosa pregunta, parece no entender que, si se compara nuestra vida con la noche, no es por razón de la oscuridad, sino por ser el tiempo más incómodo y en que menos se espera. Se dice que vendrá el Señor a la segunda o a la tercera vigilia, porque vendrá cuando más tranquilos y descuidados estemos, como solemos dormir a esas horas. Porque ¿quién pensaría que iba a venir a una hora tan molesta? Mas no quiere decir con esto que ha de venir precisamente a ese tiempo, pues sabiendo esto los hombres, velarían de noche y dormirían de día. Sino más bien quiere que nos durmamos o descuidamos nunca, antes de día y de noche estemos alerta y preparados, pues no sabemos el tiempo preciso, si de día o de noche, o, si de noche, a qué hora ha de venir, si a la cuarta. Dedúcese este sentido de lo que viene a continuación (sobre todo del versículo 40).

Mas aquel siervo que, conocida la voluntad de su amo, no se preparó ni se portó como quería su señor, recibirá muchos azotes.

Sólo San Lucas trae estas palabras, que me parecen responder a las del v. 42. Había preguntado San Pedro a Jesucristo: Señor, ¿dices esta parábola para nosotros solos o para todos en general? Y Cristo respondió: Para todos. Porque a todos los que encuentre el Señor vigilantes los premiará, y a los dormidos y descuidados, sean apóstoles o no, los castigará. Ahora, en cambio, trata de explicar la diferencia que habrá entre unos y otros. En efecto: los apóstoles y todos aquellos que conociendo la voluntad del Señor no la quisieran cumplir, serán castigados más gravemente que los que pecan sin conocer así la voluntad divina.

Podría a qué voluntad del Señor se refieran estas palabras. Porque si hablan de la voluntad del amo, con que determinó volver a aquella hora, ¿quién puede conocer el propósito del Señor, o quién es como su consejero? (Rom. 11,34), y también acerca de aquel día y momento, nadie tiene conocimiento cierto, ni los ángeles ni el Hijo, sino sólo el Padre (Mc. 13,32). Lo único que pretendía aquí Cristo era enseñarnos que ninguno podía saber esta determinación, y, por tanto, debíamos todos estar siempre y a cada hora preparados. Si se refiere a aquella voluntad que nos es manifestada por su ley, ¿en virtud de qué derecho será castigado (aunque sea con pocos azotes) el que obró contra ella por ignorancia? Demasiado sutil me parece responder con alguno que no dice Cristo que haya de ser azotado el criado porque no cumplió la voluntad del amo a aquella misma determinación de que hablaba de venir a juzgar, acerca de la cual tanto los apóstoles como los demás a quienes advirtió de su advenimiento tenían suficiente conocimiento, como tenemos todos los cristianos; otros, en cambio, la desconocen ahora, como los de entonces la desconocían. Entre unos y otros existe esta diferencia: que los primeros, por lo mismo que saben que tiene determinado venir, conocen la voluntad de su señor, y, con todo, no se disponen, sino que se entregan al sueño; por lo cual serán castigados con muchos azotes, a saber, en pena de aquellos pecados por los que son hallados impedidos y como soñolientos; los otros, en cambio, serán castigados con menos azotes por los mismos pecados, pues así lo hemos de entender para que sea verdadera la sentencia. Unos mismos pecados son en aquéllos de más gravedad, por juntárseles cierto menosprecio de su señor, ya que, conociendo su voluntad y ley de su señor, si hubieran sabido que Cristo había de venir a juzgarlos, o no hubieran cometido tales pecados o los hubieran borrado con adecuada penitencia. Este juzgo que es el sentido verdadero.

Según esta explicación, lo que dice: aquel criado que, conociendo la voluntad de su amo, no se dispuso no procedió conforme a esta voluntad de su amo, no se dispuso ni procedió conforme a esta voluntad, se ha de entender que, además de contravenir la voluntad de su amo, manifestada por sus preceptos, en lo cual pecó, no procedió conforme a la voluntad de su mismo señor, por la que sabía su determinación de venir a juzgar.

Lo que dice del otro, que no conocía (la voluntad del amo) e hizo cosas merecedoras de azotes, no se ha de entender que fue obrando contra aquella misma voluntad de la que antes había dicho: y no hizo conforme a la voluntad del amo, sino contra aquella otra con que sabía haber prohibido los pecados. Por eso no dice aquí: no hizo contra la voluntad del amo, como antes decía, y no hizo según la voluntad del mismo, no fuera a parecer que hablaba de la misma; antes dice porque hizo cosas que merecían azotes, no pudiese alguno objetar diciendo: si, pues, no procedió contra la voluntad de su señor, por ignorar que quería venir, ¿por qué es castigado? A esto se adelanta diciendo que por hacer en contra de otra voluntad del mismo señor, al cometer acciones dignas de castigo.

Se expresa el castigo que habrá en la otra vida en el nombre de azotes, por tratarse en la parábola de siervos o esclavos, cuyo castigo suele ser de azotes, más o menos, según la gravedad de la falta cometida. Por eso dice uno:

Será castigado con muchos azotes, y del otro con pocos.

(P. Juan de Maldonado, Comentarios a San Marcos y San Lucas, BAC, Madrid, 1954, p. 596-606)


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Dr. D. Isidro Gomá y Tomás

Necesidad de la vigilancia

Explicación. Ha dicho Jesús que sus discípulos deben huir de toda avaricia, y no deben preocuparse con exceso de las cosas temporales; su fin es más alto, porque es el Reino de los cielos y no el de la tierra. Exhorta ahora a la suma vigilancia y atención que debemos parar en conseguir este fin. La lección consiste en una parábola, la de los siervos que están alerta (35-40), y en la explicación que del ámbito de la misma da el Señor a una pregunta de Pedro (41-48).

Parábola de los siervos que están en alerta (35-40). Está tomada de una costumbre ciudadana de Oriente. El dueño de una casa ha salido para asistir a unas bodas; no regresará hasta muy entrada la noche; sus criados deben estar en vela para recibirle bien y a tiempo. Tened ceñidos vuestros lomos: los orientales, que usan trajes talares, levantan su parte inferior cuando deben trabajar o viajar: les serían un estorbo; así deben removerse todos los obstáculos de orden moral que nos impidan caminar expeditos por las sendas del bien, cohibir las pasiones, evitar los peligros, etcétera, y trabajar con denuedo en el cumplimiento de nuestros deberes y en toda obra buena. Y antorchas encendidas en vuestras manos, porque es de noche cuando vendrá el Señor: es la recta intención, el estado de gracia, las buenas obras. Y sed vosotros semejantes a los hombres que esperan a su señor, cuando vuelva de las bodas, porque es incierto el tiempo de su regreso: para que cuando viniere y llamare a la puerta, luego le abran. Celebrábanse de noche las bodas entre los judíos, y se prolongaba el festín; no se trata aquí de las bodas del señor: es un invitado.

El señor premiará espléndidamente la fidelidad y atención de sus criados: Bienaventurados aquellos siervos a los que hallare velando el Señor cuando viniere. En verdad os digo, que se ceñirá, dispuesto a hacer con ellos los oficios de un siervo, y los hará sentar a la mesa, como hijos suyos y miembros de su familia, y pasando los servirá. Es Jesús mismo el que aquí se describe, hecho siervo por nosotros, que nos ha hecho un puesto en el banquete del Reino de los cielos, donde el mismo Dios se sirve a Sí mismo en visión intuitiva para bienaventuranza eterna de quienes le han servido. Insiste Jesús en la incertidumbre de la hora y en la necesidad de velar: y si viniere en la segunda vela, de ocho a doce de la noche, y si viniere en la tercera vela, de doce a cuatro de la madrugada, y así los hallare, bienaventurados son tales siervos, porque han sabido velar hasta muy tarde, siempre atentos.

Concreta Jesús en otra pequeña parábola la necesidad de la vigilancia continua. El jefe de la casa debe siempre estar prevenido contra un inopinado asalto de los ladrones: Mas esto sabed, palabra de atención, que si el padre de familias supiese la hora en que vendrá el ladrón, velaría sin duda, y no dejaría minar su casa, que se supone construida de tierra o de ladrillos crudos, cosa frecuente en Palestina. El ladrón es el Señor, metáfora clásica en el Nuevo Testamento, para representar el fin de los tiempos (1 Tes 5, 2; 2 Pe 3, 10; Ap 3, 3; etc.); como ladrón visita con la muerte a los suyos, inopinadamente; y como del ladrón, pueden recibir daño de su inopinada visita, si no están prevenidos. Sólo que el Señor avisa con tiempo para que nos prevengamos: Vosotros, pues, estad apercibidos: porque a la hora que no penséis vendrá el Hijo del hombre (Ap 16, 15).

Pregunta de Pedro. Parábola del mayordomo fiel (41-48). Jesús había antes dicho algo para sólo los discípulos (v. 32); la misma parábola de los siervos en vela podía interpretarse exclusivamente de los apóstoles y discípulos; por ellos es que Pedro trata de averiguar el alcance de la parábola: y Pedro le dijo: Señor, ¿dices esta parábola a nosotros, o también a todos? Jesús no responde directamente, sino con otra parábola, por la cual da a entender que si la responsabilidad de la vigencia apremia, antes que a todos, a los que tienen en el Reino de Dios una preeminencia, de autoridad, de acción o de doctrina, atañe también a todos los demás cristianos, porque todos tienen deberes y atribuciones sobre que velar. Y dijo el Señor: ¿Quién crees que es el mayordomo fiel y prudente que puso el Señor sobre su familia, para que les dé la medida de trigo a tiempo? El mayordomo es el substituto del señor en la administración doméstica: es fiel si no se aparta a un ápice de la voluntad del dueño; prudente, si tempera su gobierno según las exigencias del tiempo, lugar y personas; cuida del alimento de la dependencia, dando a cada cual a su tiempo lo que necesita para su sustento, significado aquí por la medida de trigo. Si así se porta, el señor le dará un gran premio: Bienaventurado aquel siervo, el mayordomo, que solía ser uno de los esclavos de confianza, al cual el señor, cuando viniere, hallare obrando así, con vigilancia, fidelidad y prudencia: Verdaderamente os digo que lo pondrá sobre todo cuanto posee, haciéndole su intendente general.

Pero puede suceder lo contrario, que el mayordomo se porte mal: Más si dijere el tal siervo en su corazón, dentro de sí, confiado en la tardanza del dueño: Tarda mi señor en venir, y comenzaré a maltratar a los siervos y a las criadas, y a comer y beber y embriagarse, faltas todas contra la fidelidad y prudencia, vendrá el señor de aquel siervo el día que (éste) menos lo espera, y a la hora que no sabe: lo azotará duramente, lo partirá, lo matará, dice el griego, como lo hacían los déspotas orientales con los esclavos sorprendidos en delito, y lo tratará como a los desleales, con lo que se indica a los representados por el mal siervo, es decir, tendrá el mismo eterno destino que los que por su culpa permanecieron infieles, el fuego ardiente, que atormenta y no consume.

Y generalizando Jesús, con lo que responde ya directamente a la pregunta de Pedro, indica la norma que seguirá en el castigo: Porque aquel siervo que supo la voluntad de su señor, y no puso en orden las cosas, ni obró conforme a su voluntad, recibirá muchos azotes; a mayor conocimiento mayor castigo, porque el conocimiento debe ser la norma de la vida. Más el que no la supo, no la discernió bien, e hizo cosas digna de castigo, pocos azotes recibirá. Así serán más castigados los que han recibido la luz certísima de la revelación, que los que han debido guiarse sólo por la luz natural. Termina Jesús con una síntesis en que se contienen el principio moral de la acción, los deberes a cumplir, y la cuenta de responsabilidad que se exigirá a cada uno: Porque a todo aquel a quien mucho fue dado, talento, gracia, dones de toda suerte, mucho le será demandado; y al que mucho encomendaron, por la autoridad u oficio que se le confirió, mucho le pedirán: la responsabilidad es proporcional a la dignidad, a la autoridad, al poder, al talento de cada uno.

Lecciones morales. A) v. 35: Tened ceñidos vuestros lomos, y antorchas encendidas en vuestras manos...Significa esto, dice Teofilacto, que debemos estar siempre dispuestos y fáciles a ejecutar las obras de nuestro Señor, y que no debemos llevar la vida en tinieblas, sino que nos debe guiar la luz de la razón en el obrar. Porque no sólo debemos obrar el bien, sino que debemos tener discreción para obrarlo en la manera debida, y ésta es la antorcha que debemos llevar para que nos alumbre en la noche de la vida. Y notemos que primero nos manda ceñir los lomos, y luego llevar en las manos las antorchas, porque primero es la operación que la especulación.

B) v. 37: Se ceñirá, y los hará sentar a la mesa, y pasando los servirá.- ¡Oh dignación de nuestro buen Dios! A los que hallare ceñidos, sirviéndole, él corresponderá en la misma forma: los hará sentar a la mesa, para que descansen los que se fatigaron, y se refocilen, en el cuerpo y en el alma, los que por él se mortificaron. Y les preparará el banquete de la gloria, distribuirá a cada uno sus dones, la copiosa donación de todo bien, como dice el Areopagita, a cada cual según sus merecimientos, a todos según la misma medida de su propia duración, que es la eternidad.

C) v. 40: A la hora que no pensáis, vendrá el Hijo del hombre. Siempre es impensada la hora de la muerte. El instinto de la vida, junto con este sentido de inmortalidad que Dios ha puesto en el fondo de nuestra naturaleza, hacen que difícilmente nos persuadamos que ha llegado nuestra hora, aunque la precedan todas las señales que en los demás juzgaríamos fatales indicios de la proximidad de la muerte. Ello nos impone una vigilancia continua: vendrá la muerte con lentitud o súbitamente, por paulatina consunción de vejez o en la plenitud de los años, llamando a la puerta, que es la enfermedad o metiéndose de rondón en nuestro organismo, por un accidente imprevisto, un ataque fulminante, etcétera. Siempre será el hijo del hombre, que tiene mil formas de llamar, porque tiene mil maneras de quitarnos una vida que es suya y que nos ha dado en administración. Aguardémosle con serenidad, preparados, en pie y trabajando en el bien. Y venga la muerte como quiera, con tal sea buena; después de ella, el Hijo del hombre nos sentará en el banquete de su bienaventuranza.

D) v. 45: Tarda mi señor en venir...Porque no pensamos en la hora de nuestro fin, dice Teofilacto, cometemos muchos pecados. No digas nunca que tarda tu señor en venir; porque no está lejos, aunque seas joven, aunque seas robusto; porque a jóvenes y a robustos, se presenta inopinadamente el señor de la vida para reclamársela, como suya que es. Y aunque tarde, no tarda; aunque se te alargue la vida hasta llegar a viejo, no confíes; porque pasa rápidamente la sombra de este mundo. Porque la vida es un soplo; una niebla que se disipa; un hábito que fenece; un meteoro que pasa fugaz. Nunca tarda, aunque llegue tarde, el Señor en venir…

E) v.46: Lo tratará como a los desleales. Desleal es el que no obedece a los dictados de su conciencia, que promulga en su interior la ley de la vida y no la sigue. Desleal es el que no sirve al señor a quien juró seguir y servir. ¿Cuántas veces hemos sido desleales con nuestra conciencia y con nuestro Dios y Señor? Nuestra conciencia nos ilumina, nos arguye, nos increpa, nos ruega, nos amenaza; y a pesar de todo, ahogamos sus gritos en el fondo de nuestro pecho. Nuestro Dios nos recuerda los títulos que tiene sobre nosotros, las promesas que le hicimos en el Bautismo; y cada vez que hemos llorado nuestros pecados y hacemos impávidos nuestro camino de infidelidad. Reconozcamos nuestra innumerables deslealtades, tal vez nuestra vida desleal; y temamos ser tratados como se trata a los desleales, siendo separados del Reino de Dios.

F) v. 48 Al que mucho encomendaron, mucho le pedirán. Como no hay igualdad de premios en la otra vida, así tampoco la hay de castigos, dice San Basilio. Todos serán condenados a las llamas los que las hayan merecido, pero unos las sufrirán más intensas que otros; todos serán roídos por el gusano inextinguible; mas éste será más fuerte o más remiso. Por esto, dice Teofilacto, los sabios y los doctores, que debieron obrar según su doctrina, y sacar de ella incremento para los demás, serán con más rigor atormentados. Debiera este pensamiento hacernos temblar, si Dios nos ha favorecido con dones de privilegio en el conocimiento de su voluntad, o nos ha concedido gracias extraordinarias, o nos ha conferido poderes para hacer conocer a los demás su voluntad.

(Dr. D. Isidro Gomá y Tomás, El Evangelio explicado, tomo II, Ed. Acervo, Barcelona, 1967, 189-194)


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San Cirilo de jerusalén

(Lc 12, 32-40)

Manifiesta por qué no deben temer, añadiendo: “Porque a vuestro Padre plugo”, etc. Como diciendo: “¿Cómo aquél que concede gracias tan extraordinarias, dejará de tener clemencia con vosotros?” Aun cuando aquí sea pequeña esta grey (por su naturaleza, su número y su gloria), sin embargo la bondad del Padre ha dispensado a este pequeño rebaño la suerte de los espíritus celestiales; esto es, el reino de los cielos. Por tanto, para que poseáis el reino de los cielos debáis despreciar las riquezas de la tierra. Así dice: “Vended lo que poseéis”, etc.

Como diciendo: no temáis que falten las cosas necesarias a los que trabajan por el reino de Dios: al contrario, vended lo que poseéis y dadlo de limosna; lo que se hace dignamente cuando alguno, despreciados todos sus bienes por el Señor, con el trabajo de sus manos gana el alimento necesario y además para dar limosna.

Este precepto molesta a los ricos pero no es inútil para los que son prudentes, porque atesoran para sí el reino de los cielos. Por cuya razón prosigue: “Haceos bolsas, que no se envejecen”, etc.

El ceñirse los lomos significa, la agilidad y prontitud con que debemos sufrir todos los males por el amor de Dios, y la antorcha encendida significa que no debemos permitir el que algunos vivan en las tinieblas de la ignorancia.

Así pues, cuando venga el Señor y encuentre a los suyos despiertos y ceñidos, teniendo la luz en su corazón, entonces los llamará bienaventurados. Prosigue pues: “En verdad os digo que se ceñirá”. En lo que comprendemos que nos retribuirá con lo mismo, porque se ceñirá Él mismo con los que están ceñidos.

Hará que se sienten como queriendo desahogarlos del cansancio, ofreciéndoles satisfacciones espirituales y poniéndoles delante la mesa espléndida de sus dones. Conoce, pues, el Señor, la fragilidad humana para caer en el pecado; pero, como es bueno, no nos deja desesperar, sino que más bien se compadece y nos da la penitencia como remedio saludable. Por tanto añade: “Y si viniese en la segunda vela”, etc. Dividen, pues, la noche los que velan en las murallas de las ciudades para que observen las acometidas de los enemigos, en tres o cuatro vigilias.

No hace mención de la primera vigilia, porque la niñez no es castigada por Dios, sino que merece perdón; pero la segunda y la tercera edad deben obedecer a Dios y llevar una vida honesta para complacerle.

(Lc. 12, 41-46)

Si el servidor fiel y prudente distribuye en tiempo oportuno el alimento a los criados (esto es, los manjares espirituales), será bienaventurado, como dice el Salvador, porque recibirá los mayores bienes, y merecerá los premios debidos a los familiares. Por esto sigue: “Verdaderamente os digo que le pondrá sobre cuanto posee”.

(Lc. 12, 47-48)

Aquel hombre de talento que inclinó su voluntad al pecado, en vano pedirá misericordia, porque cometió el pecado sin excusa, separándose de la voluntad divina por su malicia; pero el hombre rústico e ignorante la implorará con más razón de su juez. Y Continúa: “Mas el que no lo supo e hizo cosas dignas de castigo, poco será azotado”.

Algunos objetan a esto, diciendo: Es castigado con razón todo aquél que, conociendo la voluntad del Señor, no la siguen: pero ¿por qué es castigado el que la desconoce? Porque habiendo podido conocerla, no quiso, y por su pereza fue él mismo la causa de su ignorancia.

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Juan Pablo II

La Vigilancia

Nadie puede olvidar que el Señor, como el dueño con los obreros de la viña, llama -en el sentido de hacer concreta y precisa su santa voluntad- a todas las horas de la vida: por eso la vigilancia, como atención solícita a la voz de Dios, es una actitud fundamental y permanente del discípulo.

De todos modos, no se trata sólo de saber lo que Dios quiere de nosotros, de cada uno de nosotros en las diversas situaciones de la vida.

Es necesario hacer lo que Dios quiere: así como nos lo recuerdan las palabras de María, la Madre de Jesús, dirigiéndose a los sirvientes de Caná: " Haced lo que Él os diga " (Jn 2, 5). Y para actuar con fidelidad a la voluntad de Dios hay que ser capaz y hacerse cada vez más capaz.

Desde luego, con la gracia del Señor, que no falta nunca, como dice San León Magno: "¡Dará la fuerza quien ha conferido la dignidad! "; pero también con la libre y responsable colaboración de cada uno de nosotros. (Christi Fideles Laici, 5, 58)

El Obispo de Roma, con el poder y la autoridad sin los cuales esta función sería ilusoria, debe asegurar la comunión de todas las Iglesias. Por esta razón, es el primero entre los servidores de la unidad. Este primado se ejerce en varios niveles, que se refieren a la vigilancia sobre la trasmisión de la Palabra, la celebración sacramental y litúrgica, la misión, la disciplina y la vida cristiana. Corresponde al Sucesor de Pedro recordar las exigencias del bien común de la Iglesia, si alguien estuviera tentado de olvidarlo en función de sus propios intereses. Tiene el deber de advertir, poner en guardia, declarar a veces inconciliable con la unidad de fe alguna opinión que se difunde. Cuando las circunstancias lo exigen, habla en nombre de todos los pastores en comunión con él. Puede incluso -en condiciones bien precisas, señaladas por el concilio Vaticano I- declarar ex cathedra que una doctrina pertenece al depósito de la fe 152. Testimoniando así la verdad, sirve a la unidad. (Ut unum sint, 94).

La responsabilidad de la fe y la vida de fe del pueblo de Dios pesa de forma peculiar y propia sobre los pastores, como nos recuerda el concilio Vaticano II: «Entre las principales funciones de los obispos destaca el anuncio del Evangelio. En efecto, los obispos son los predicadores del Evangelio que llevan nuevos discípulos a Cristo. Son también los maestros auténticos, por estar dotados de la autoridad de Cristo. Predican al pueblo que tienen confiado la fe que hay que creer y que hay que llevar a la práctica y la iluminan con la luz del Espíritu Santo. Sacando del tesoro de la Revelación lo nuevo y lo viejo (cf. Mt 13, 52), hacen que dé frutos y con su vigilancia alejan los errores que amenazan a su rebaño (cf. 2 Tm 4, 1-4)»(178).

Nuestro común deber, y antes aún nuestra común gracia, es enseñar a los fieles, como pastores y obispos de la Iglesia, lo que los conduce por el camino de Dios, de la misma manera que el Señor Jesús hizo un día con el joven del evangelio. Respondiendo a su pregunta: «¿Qué he de hacer de bueno para conseguir vida eterna?», Jesús remitió a Dios, Señor de la creación y de la Alianza; recordó los mandamientos morales, ya revelados en el Antiguo Testamento; indicó su espíritu y su radicalidad, invitando a su seguimiento en la pobreza, la humildad y el amor: «Ven, y sígueme». La verdad de esta doctrina tuvo su culmen en la cruz con la sangre de Cristo: se convirtió, por el Espíritu Santo, en la ley nueva de la Iglesia y de todo cristiano.

Esta respuesta a la pregunta moral Jesucristo la confía de modo particular a nosotros, pastores de la Iglesia, llamados a hacerla objeto de nuestra enseñanza, mediante el cumplimiento de nuestro «munus propheticum». Al mismo tiempo, nuestra responsabilidad de pastores, ante la doctrina moral cristiana, debe ejercerse también bajo la forma del «munus sacerdotale»: esto ocurre cuando dispensamos a los fieles los dones de gracia y santificación como medios para obedecer a la ley santa de Dios, y cuando con nuestra oración constante y confiada sostenemos a los creyentes para que sean fieles a las exigencias de la fe y vivan según el Evangelio (cf. Col 1, 9-12). La doctrina moral cristiana debe constituir, sobre todo hoy, uno de los ámbitos privilegiados de nuestra vigilancia pastoral, del ejercicio de nuestro «munus regale». (Veritatis Splendor, III, 114).


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Catecismo de la Iglesia Católica

La pobreza de corazón

2544 Jesús exhorta a sus discípulos a preferirle a El respecto a todo y a todos y les propone "renunciar a todos sus bienes" (Lc 14,33) por El y por el Evangelio. Poco antes de su pasión les mostró como ejemplo la pobre viuda de Jerusalén que, de su indigencia, dio todo lo que tenía para vivir. El precepto del desprendimiento de las riquezas es obligatorio para entrar en el Reino de los cielos.

2545 "Todos los cristianos... han de intentar orientar rectamente sus deseos para que el uso de las cosas de este mundo y el apego a las riquezas no les impidan, en contra del espíritu de pobreza evangélica, buscar el amor perfecto".

2546 "Bienaventurados los pobres en el espíritu" (Mt 5,3). Las bienaventuranzas revelan un orden de felicidad y de gracia, de belleza y de paz. Jesús celebra la alegría de los pobres, a quienes pertenece ya el Reino:
El Verbo llama "pobreza en el Espíritu" a la humildad voluntaria de
un espíritu humano y su renuncia; el apóstol nos da como ejemplo la
pobreza de Dios cuando dice: "Se hizo pobre por nosotros" (2 Co 8,9).
[San Gregorio de Nisa]

2547 El Señor se lamenta de los ricos porque encuentran su consuelo en la abundancia de bienes. "El orgulloso busca el poder terreno, mientras el pobre en espíritu busca el Reino de los cielos". El abandono en la providencia del Padre del cielo libera de la inquietud por el mañana. La confianza en Dios dispone a la bienaventuranza de los pobres: ellos verán a Dios.


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EJEMPLOS PREDICABLES

Estar vigilantes

Derrumbóse en los campos de Waterloo el inmenso poderío de Bonaparte; los ingleses se apoderaron de él y le llevaron cautivo a la isla de Santa Elena, perdida en las soledades del Atlántico.

Alrededor de aquel peñasco solitario vigilaban de día y de noche los barcos de Gran Bretaña, porque “Napoleón – decían los políticos ingleses – es siempre un enemigo poderoso y hay que vigilarle a todas horas”.

Satanás... He aquí el más encarnizado, el más poderoso enemigo de nuestra alma. Estad alertas y vigilad; vigilad durante toda la vida y vigilad especialmente en la hora de la muerte.


Ser fieles a Dios

Cuando, el 10 de abril de 1940, Hitler ocupó súbitamente Noruega, días antes habían desembarcado en los puertos noruegos un sinnúmero de turistas, comerciantes y marinos alemanes que luego se desenmascararon como soldados y prestaron gran ayuda en la subyugación.

No se sabe ser lo suficientemente cauto. El enemigo nos tienta siempre introduciéndose en nuestro corazón por los ojos y por los oídos... Es necesario estar sobre aviso.


Ser fieles a Dios

Teodorico, rey de los ostrogodos de Italia, apellidado “el Grande” (455-526), aunque arriano, tenía un ministro católico que gozaba de toda su confianza. Este ministro creyó que, cambiando de religión, lograría del rey un favor todavía mayor, y abrazó el arrianismo. Teodorico, al saberlo, ordenó que inmediatamente fuese decapitado, porque decía: “Si ese hombre no es fiel a su Dios, ¡cómo me será fiel a mí, que sólo soy un hombre!”

(Mauricio Rufino, Vademécum de ejemplos predicables, Ed. Herder, Barcelona, 1962, nn. 1313, 1722 y 1254)


29.

¿COMO SE PUEDE VIVIR SIN FE?

La Fe es un don de Dios. Es cierto. La Fe es una virtud. También es cierto. La Fe es un acto de la voluntad. Cierto también. Pero la Fe es, además, una actitud muy inteligente, porque por medio de la Fe recibimos por adelantado lo que esperamos poseer. ¿Que ... cómo es esto?

Dice San Pablo: “La fe es la forma de poseer, ya desde ahora, lo que se espera y de conocer las realidades que no se ven” (Hb. 11, 1-2.8-19). Y ¿qué es lo que esperamos? Nada menos que el Reino de Dios. Y eso tendremos ... si creemos ... y si actuamos de acuerdo a esa Fe. Jesús mismo nos lo ha prometido: “No temas, rebañito mío, porque mi Padre ha tenido a bien darte el Reino” (Lc. 12, 32-48).

En estas lecturas vemos la conexión entre la Fe y la Esperanza. Esperamos porque creemos, ya que lo que esperamos no lo vemos ... al menos no claramente. Por la Fe creemos, entonces, en lo que no se ve. Creemos en lo que, sin comprobar, aceptamos como verdad. Creemos, además, en lo que esperamos recibir en la Vida que nos espera después de esta vida, aunque no lo veamos y aunque no lo podamos comprobar.

Es decir, por la Fe podemos comenzar a gustar desde aquí lo que vamos a recibir Allá. Podemos comenzar a recibir por adelantado lo que luego tendremos en forma perfecta. Podemos comenzar a disfrutar en forma velada lo que se llama la “Visión Beatífica”, el ver a Dios “cara a cara” (1 Cor. 13, 12), “tal cual es” (1 Jn. 3, 2). De allí que la Iglesia Católica se atreva a decirnos en el Nuevo Catecismo: “La Fe es, pues, ya el comienzo de la Vida Eterna” (CIC # 163).

“Ahora, sin embargo, caminamos en la Fe, sin ver todavía” (2 Cor. 5, 7), y conocemos a Dios “como en un espejo y en forma opaca, imperfecta, pero luego será cara a cara. Ahora solamente conozco en parte, pero entonces le conoceré a El como El me conoce a Mí” (1 Cor. 13, 12-13). (cf. CIC #164)

Hay que vivir en Fe, aunque por ahora no podamos ver claramente, sino en forma opaca, imperfecta. A veces la Fe puede hacerse muy oscura. Puede ser puesta a prueba. Las circunstancias de nuestra vida pueden tornarse difíciles y entonces lo que creemos por Fe y lo que esperamos por Esperanza, podría opacarse, podría hasta esconderse. Es el momento, entonces, de afianzar nuestra Fe. De allí que mucha gente exclame ante ciertas situaciones: ¿Cómo se puede vivir sin Fe? ¿Cómo hubiera hecho si no tuviera Fe?

Sabemos que la Fe es un regalo de Dios. Y eso significa que tenemos toda su ayuda para que creamos en lo que esperamos y para que nuestra Fe no desfallezca nunca, aún en medio de las más complicadas situaciones.

Entonces nos toca imitar la Fe de la Santísima Virgen María que tuvo Fe en el momento increíble, pero gozoso, de la Anunciación. Y esa Fe suya no desfalleció jamás, ni siquiera en los momentos más dolorosos del sufrimiento de su Hijo, ni en el momento de su ausencia cuando lo colocó en el sepulcro.

Nuestra Fe tiene que ser como la de la Virgen. La Fe no puede ser una actitud momentánea o de algunos momentos. La Fe no puede ir en marcha y contra-marcha. La Fe tiene que ir acompañada de la perseverancia ... hasta el final. Bien lo dice Jesucristo: “Estén listos con la túnica puesta y las lámparas encendidas ... También ustedes estén preparados, porque a la hora que menos lo piensen vendrá el Hijo del hombre” (Lc. 12, 32-48).

La Palabra de Dios y la Eucaristía de este Domingo.

Por medio de los signos sacramentales celebramos la Pascua del Señor, hecha Memorial entre nosotros y para nosotros. Por la fe sabemos que no realizamos algo engañoso, sino que en verdad el Señor se hace presente con todo su poder salvador para continuar perdonándonos, para seguir salvándonos, para hacernos hijos de Dios mediante la comunión de vida con Él, y para continuar enviando a su Iglesia al mundo como un verdadero signo de salvación para la humanidad entera. Mucho es lo que nos ha dado el Señor: su misma Vida y su Espíritu Santo. No ocultemos cobardemente estos dones de Dios. El Señor, al hacernos hijos de Dios, espera que vayamos y continuemos su obra de salvación en el mundo, fortalecidos por su Espíritu Santo. Por eso no podemos conformarnos con el cumplimiento de un precepto, sino que hemos de ser una Iglesia peregrina hacia la posesión definitiva de los bienes eternos. Peregrina pero testigo del amor de Dios. Peregrina pero apóstol que cumple con su misión de hacer llegar la salvación a todas las naciones, hasta el último rincón de la tierra.

La Palabra de Dios, la Eucaristía de este Domingo y la vida del creyente.

El Señor nos quiere con la túnica puesta, con la cintura ceñida, y con la lámpara de la fe encendida. Debemos no sólo estar dispuestos a esperar la vuelta del Señor, sino que nos hemos de poner en camino anunciando al mundo entero la muerte y resurrección de Cristo como único camino de salvación. Que día a día el Señor nos encuentre cumpliendo con nuestro deber, siendo un buen ejemplo para cuantos nos traten. No vivamos como discípulos descuidados. Si en verdad creemos en Cristo no hemos de perder de vista la gloria que nos espera junto a Él. Pero nuestra fe no nos debe desligar de nuestra realidad temporal. Si somos hombres de fe no podemos pasarnos la vida destruyéndonos a nosotros mismos con los vicios; no podemos destruir a nuestro prójimo con las injusticias o con persecuciones injustas; no podemos maltratar o asesinar a los demás. No pensemos que después de cometer todos estos atropellos y canalladas con sólo arrodillarnos puntualmente ante el Señor vaya a ser nuestra la salvación. Quien lleve una vida de maldad, de destrucción y de muerte acabando con su prójimo, al final correrá la suerte de los desleales. Seamos peregrinos de fe, con una gran esperanza de llegar a ser conforme a la imagen del Hijo amado del Padre, y con un gran amor que no sólo nos haga sentirnos amados de Dios, sino que nos lleve a amar sirviendo a nuestro prójimo, pues sólo en esa comunión de vida fraterna podremos, como Iglesia, llegar a donde Cristo, nuestra Cabeza y principio, nos ha precedido.

Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la gracia de poner totalmente nuestra confianza en Él para que, al final, seamos bienaventurados eternamente por haber escuchado la Palabra de Dios y haberla puesto en práctica. Amén.

Homiliacatolica.com


30.

Narra el santo Evangelio (Lc. 9, Mc. 6, Mt. 10) que unas semanas antes de su Pasión y Muerte, subió Jesús a un monte a orar, llevando consigo a sus tres discípulos predilectos, Pedro, Santiago y Juan. Y mientras oraba, su cuerpo se transfiguró. Sus vestidos se volvieron más blancos que la nieve,y su rostro más resplandeciente que el sol. Y se aparecieron Moisés y Elías y hablaban con El acerca de lo que le iba a suceder próximamente en Jerusalén.

Pedro, muy emocionado exclamó: -Señor, si te parece, hacemos aquí tres campamentos, uno para Ti, otro para Moisés y otro para Elías.

Pero en seguida los envolvió una nube y se oyó una voz del cielo que decía: "Este es mi Hijo muy amado, escuchadlo".

El Señor llevó consigo a los tres apóstoles que más le demostraban su amor y su fidelidad. Pedro que era el que más trabajaba por Jesús; Juan, el que tenía el alma más pura y más sin pecado; Santiago, el más atrevido y arriesgado en declararse amigo del Señor, y que sería el primer apóstol en derramar su sangre por nuestra religión. Jesús no invitó a todos los apóstoles, por no llevar a Judas, que no se merecía esta visión. Los que viven en pecado no reciben muchos favores que Dios concede a los que le permanecen fieles.

Eso sigue sucediendo a las personas que rezan con fervor. La oración les transfigura y embellece el alma y les vuelve mucho más agradables a Dios.

Dos personas muy famosas del Antiguo Testamento. Moisés en nombre de la Ley, y Elías en nombre de los profetas, venían a respaldar y felicitar a Jesucristo y a proclamar que El es el enviado de Dios para salvar al mundo.

Es un elogio hermosísimo hecho por el Padre Dios, acerca de Jesucristo. Es su Hijo Unico. Es amadísimo por Dios, y es preferido por El a todos los demás seres que existen. Verdaderamente merece nuestro amor este Redentor tan amado por su Padre que es Dios.

La fiesta de hoy se instauró en el Orente en el siglo XI y se introdujo al calendario romano en 1457 para conmemorar la victoria sobre el islam en Belgrado. Después se celebró en los ritos Siriaco, Bizantino y Copto. En el hecho de la Transfiguración, el Señor quiere preparar el corazón de sus discípulos para que superen el escándalo de la cruz. Pero esta fiesta es, además, un anuncio de la adopción maravillosa que nos hace hijos de Dios en Jesucristo y del resplandor con que un día brillará todo el cuerpo de la Iglesia.

Jesús había hablado a sus discípulos de su inminente Pasión y Muerte. Y para que no vacilasen en la fe, invita a tres de ellos, Pedro, Santiago y Juan, a subir con El al monte Tabor, precisamente los tres que verían su agonía en Getsemaní.

En el Tabor les mostró el Señor su gloria y esplendor, a la vez que Moisés y Elías se aparecían hablando con Jesús. Allí se transfiguró delante de ellos. Su rostro brillaba como el sol, y sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador. Se formó una nube que los cubrió, y salió una voz de ella, que decía: "ESTE ES MI HIJO AMADO EN QUIEN TENGO PUESTAS TODAS MIS COMPLACENCIAS. ESCUCHADLE." Esta voz les confortaría en el momento de la prueba.

La voz del Padre es apremiante. Si Jesús es el Amado en quien tiene puestas todas sus complacencias, quiere decir que sólo se complacerá el Padre en nosotros en cuanto nos parezcamos a Jesús, en cuanto le imitemos, en cuanto reflejemos su imagen, y reproduzcamos sus gestos y Palabras. Sólo se complacerá el Padre en nosotros, si escuchamos a Jesús, que es su Palabra, al que ha nombrado heredero de todo, y es el reflejo de su gloria.

Algunos Santos Padres aportan una curiosa interpretación a la Transfiguración. Jesús, dicen, siempre estaba transfigurado, su Divinidad irradiaba siempre a través de la envoltura de la naturaleza humana, su rostro siempre estaba resplandeciente -"ese halo luminoso que despiden las almas más santas"-, pero los discípulos, enredados en problemas de preeminencias, enfrascados en pequeños detalles, mezclados entre las multitudes, entretenidos en pequeñas cosas, no podían vislumbrar el brillo del rostro de Jesús. Bastó que dejaran el espesor del valle, que subieran a la montaña, que dejaran aparte sus minúsculas preocupaciones, que se purificaran los ojos, que miraran más fijamente, sin estorbos, al rostro de Jesús, para que descubrieran el fulgor de su mirada, el rostro siempre radiante de Jesús.

Dice un autor que, si el hombre mirara con frecuencia al cielo, acabarían naciéndole alas. DIOS NOS DIO LOS OJOS PARA MIRAR A LO ALTO.


31.

Comentario: Rev. D. Melcior Querol i Solà (Ribes de Freser-Girona, España)

«También vosotros estad preparados, porque en el momento que no penséis, vendrá el Hijo del hombre»

Hoy, el Evangelio nos recuerda y nos exige que estemos en actitud de vigilia «porque en el momento que no penséis, vendrá el Hijo del hombre» (Lc 12,40). Hay que vigilar siempre, debemos vivir en tensión, “desinstalados”, somos peregrinos en un mundo que pasa, nuestra verdadera patria la tenemos en el cielo. Hacia allí se dirige nuestra vida; queramos o no, nuestra existencia terrenal es proyecto de cara al encuentro definitivo con el Señor, y en este encuentro «a quien se le dio mucho, se le reclamará mucho; y a quien se confió mucho, se le pedirá más» (Lc 12,48). ¿No es, acaso, éste el momento culminante de nuestra vida? ¡Vivamos la vida de manera inteligente, démonos cuenta de cuál es el verdadero tesoro! No vayamos tras los tesoros de este mundo, como tanta gente hace. ¡No tengamos su mentalidad!

Según la mentalidad del mundo: ¡tanto tienes, tanto vales! Las personas son valoradas por el dinero que poseen, por su clase y categoría social, por su prestigio, por su poder. ¡Todo eso, a los ojos de Dios, no vale nada! Supón que hoy te descubren una enfermedad incurable, y que te dan como máximo un mes de vida,... ¿qué harás con tu dinero?, ¿de qué te servirán tu poder, tu prestigio, tu clase social? ¡No te servirá para nada! ¿Te das cuenta de que todo eso que el mundo tanto valora, en el momento de la verdad, no vale nada? Y, entonces, echas una mirada hacia atrás, a tu entorno, y los valores cambian totalmente: la relación con las personas que te rodean, el amor, aquella mirada de paz y de comprensión, pasan a ser verdaderos valores, auténticos tesoros que tú —tras los dioses de este mundo— siempre habías menospreciado.

¡Ten la inteligencia evangélica para discernir cuál es el verdadero tesoro! Que las riquezas de tu corazón no sean los dioses de este mundo, sino el amor, la verdadera paz, la sabiduría y todos los dones que Dios concede a sus hijos predilectos.


32.

LA LLEGADA DEL DIA DEL SEÑOR NO ADMITE ESCAPATORIA.

Las personas vivimos una existencia siempre abierta al futuro. Estamos marcados por un dinamismo espiritual que nos impulsa al cambio, a la movilización. El hombre y la mujer jamás se conforman con las estructuras personales y sociales existentes. Cuando nos paralizamos o nos conformamos con lo que ya somos y con lo que tenemos, quiere decir, que la vida ha concluido su ciclo y nos encontramos bajo tierra en el silencio del cementerio, patria de los muertos.

Estamos hechos para romper siempre de nuevo las cadenas que nos sujeta a las falsas seguridades y marchar en la búsqueda de nuevas formas de existencia y de organizar la sociedad. La vida es siempre un proceso inacabado en busca de una madurez y de una plenidad que sólo encuentra su sentido y su corazón de ser en DIOS, en su REINO. De ello nos hablan las lecturas de este Domingo.

1.- El Reino exige una fe que se apoya en el Dios liberador y fiel a sus promesas: "Lo que aquella noche había de suceder... al conocer con certeza las promesas en que se fiaban". Un pueblo sin memoria histórica está debilitado y desorientado, sin guía y sin meta clara hacia dónde caminar. El Pueblo de Dios en cambio, sabe de QUIÉN se ha fiado: de Aquél que lo sacó con mano fuerte de Egipto y lo condujo a la Tierra Prometida, que juzgó y sometió a los causantes de la opresión y de la injusticia y que llenó el corazón de su pueblo de alegría por la liberación y alimentó su esperanza por el desierto. En esa rica experiencia descubre queDios es fiel y que sienta soberanía, presencia liberadora y seguridad en la vida de los que le aman y le sirven con su práctica de la justicia y el derecho a favor de los desvalidos, desprotegidos y olvidados de la historia.

2.- El Reino se expresa en el testimonio de quienes nos precedieron en la fe: "La fe es la garantía de recibir los bienes que se espera, es estar convencidos de la realidad de cosas que no se ven". El Reino exige una fe perseverante como la de Abraham, el siervo de Dios sometido a toda clase de pruebas y en las que se mantuvo seguro, firme y consecuente hasta el final de sus días apoyado en la Palabra del Señor que le encomendó la misión de formar para El un pueblo numeroso, que le reconociera, le alabara y fuera el depositario de sus promesas de vida y de amor. Pues la fe es ese dinamismo que impulsa a la persona creyente a hacer historia, teniendo la firme convicción de la realidad de un mundo futuro y mejor para los suyos y para sí mismo.

3.- La llegada del Reino pide una actitud vigilante, comprometida, fiel y perseverante: "Estén preparados con sus lámparas encendidas... Dichosos los siervos a quienes el Señor, al llegar a la casa, los encuentra despiertos". Para el discípulo de Jesús no hay descanso, no existen las treguas y las vacaciones. Estar abiertos al Reino, preparados y puestos a su servicio, exige una actitud de constante puntualidad, fidelidad y prudencia, responsabilidad, estar alerta, siempre listos, ceñidos los lomos y dispuestos a corresponder en cualquier momento a la acción liberadora y plenificadora del Espíritu que obra en los seguidores, en la Iglesia y en el pueblo, para realizar el Proyecto de Dios en la historia y en el mundo. Nos preocupamos por tantas cosas, que pueden tener, sin duda, un valor real, pero es el Reino y el Señorío de Dios lo único verdaderamente importante para todos los creyentes, pero sobre todo, para quienes tienen la responsabilidad de estar al frente de la comunidad cristiana y de guiarla de acuerdo con el querer de Dios.

4.- Los que acogen y hacen fructificar el Reino, recibirán su recompensa: "Dios mira desde el cielo a los humanos, a los que esperan su misericordia, para librar sus vidas de la muerte y sostenerlos en el sufrimiento". El tiempo en que volverá Jesús es incierto. Lo importante es no estar desprevenidos, sólo así podremos ser recompensados con la promesa del Señor: "Dichosos esos siervos, porque el Señor mismo se alistará, los hará sentar a su mesa y los servirá uno por uno".

"DICHOSOS A QUIENES EL SEÑOR, AL LLEGAR, LOS ENCUENTRE EN VELA"

El Evangelio de hoy nos pide que nos preparemos para la llegada del Señor. Ante este desafío de responder al llamado de Jesús de estar alertas, como servidores de su Iglesia, estamos invitados como personas de fe a comprometernos y hacer nuestro este tesoro del Reino de Dios anunciado por Jesucristo.

PROMOVAMOS: Fraternidad, solidaridad, alegría, esperanza, justicia, verdad, caridad y el AMOR.

Porque nuestra búsqueda constante de cristianos ha de ser: Revestirnos del hombre nuevo, que se ha renovado a imagen de Dios y ser partícipes de su Reino, que es la verdadera riqueza y el auténtico tesoro inagotable.

"DONDE ESTÁ TU TESORO, AHÍ ESTÁ TU CORAZÓN"

"Que el Espíritu del Señor Resucitado, nos muestre como a los apóstoles, su voluntad en la elección de nuevos caminos de cooperación en la misión para llevar la verdad, la justicia y la paz, según el Evangelio, a todos los hombres de nuestro tiempo." (Juan Pablo II).

Comisión Episcopal de Liturgia. La Paz-Bolivia)


33. La vigilancia del hombre sabio

Fuente: Catholic.net
Autor: P. Segio Córdova

Reflexión

Un turista americano visitó al famoso rabino polaco Hofetz Chaim. Y se quedó asombrado al ver que la casa del rabino consistía, sencillamente, en una habitación atestada de libros. El único mobiliario lo constituían una mesa y una banquita.
- “Rabino, ¿dónde están tus muebles?” -preguntó el turista-.
- “¿Y dónde están los tuyos?” -replicó Hofetz-.
- “¿Los míos? Pero si yo sólo soy un visitante… y estoy aquí de paso”… -dijo el americano-.
- “Lo mismo que yo” –le dijo el rabino-.

Esta simpática historia nos puede ilustrar el tema del Evangelio de hoy. La semana pasada se nos hablaba de la necesidad de pensar más en la otra vida y, en consecuencia, de almacenar riquezas más para la eternidad que para el tiempo presente, puesto que “nuestra vida no depende de nuestros bienes”, y no nos vamos a llevar nada de esta tierra, a excepción de las buenas obras que hayamos realizado. El rabino del cuento nos muestra una conciencia clara de esta verdad fundamental.

Pues este domingo el Señor viene como a completar su pensamiento al respecto, dando un paso más hacia adelante. No basta sólo con pensar en el más allá y que sepamos qué es lo verdaderamente importante y esencial en nuestra existencia. Hemos de regir toda nuestra vida según esos criterios de eternidad. Pero, como vivimos en un mundo lleno de tentaciones que pueden apartarnos de Dios, Jesucristo nos invita reiteradamente a la vigilancia.

Primero, retomando el tema de la semana pasada, nos recomienda que vendamos nuestros bienes y demos limosna; o sea, que nos desapeguemos de las riquezas de esta tierra para ayudar con más generosidad a nuestros semejantes. Y enseguida nos dice que nos hagamos tesoros inagotables en el cielo, donde los ladrones no los pueden robar ni corroer la polilla; es decir, nos invita a poner todo nuestro corazón y nuestras esperanzas en las cosas del cielo, no en las de la tierra, pues “donde está nuestro tesoro, allí estará también nuestro corazón”. E inmediatamente después viene la recomendación a la vigilancia.

Hoy nuestro Señor nos presenta tres brevísimas parábolas, una detrás de la otra -a modo casi de viñetas- para hacernos entender mejor su propósito y su mensaje: los criados que esperan en la noche la vuelta de su amo; la irrupción inesperada del ladrón en la casa para desvalijarla; y el administrador diligente, siempre dispuesto a presentar a su dueño los resultados de su buena gestión. Y, en estas tres escenas, el tema es el mismo: la espera vigilante y dinámica del Señor.

La vigilancia no es esa sensación asfixiante de miedo o de angustia ante lo inesperado, y con un cierto matiz de pánico ante lo desconocido o por el temor del castigo. No. La vigilancia es una virtud evangélica fundamental, unida íntimamente a la conciencia de la propia indigencia y a la fragilidad radical del hombre para obrar el bien. Pero, además, están todas esas asechanzas y ocasiones que nos presenta el mundo, el demonio y las propias pasiones para ser fieles a nuestro Señor y a la tarea que ha puesto en nuestras manos.

La vigilancia, especialmente cuando la noche se prolonga y parece que nunca va a terminar, se sostiene con la fuerza de la esperanza cristiana, y comporta tres cosas fundamentales. La primera, una mentalidad de gente que va de viaje: “tened ceñida la cintura y encendidas las lámparas” –nos pide nuestro Señor-; la conciencia clara de los peligros que nos amenazan, pues basta un momento de distracción, de decaimiento, y ya hay alguien que se aprovecha para robarnos los valores más preciosos. Y, finalmente, una fidelidad constante y una gran sensatez, que es sinónimo de prudencia, de responsabilidad, de lealtad al amo y de respeto hacia todas las personas y cosas que él ha puesto a nuestro cuidado.

Por eso, para tender hacia lo eterno, para “buscar y aspirar a los bienes de allá arriba” –como nos recomendaba Pablo en la carta a los colosenses- , nos es imprescindible la virtud de la vigilancia.

Vigilancia, que es sinónimo de atención, cuidado, celo y desvelo para que los dones que Dios nos ha confiado no sufran detrimento a costa de nuestras pasiones o de los embates del enemigo –el demonio, el mundo y la carne—. Vigilancia es, pues, saber esperar. Pero no una espera pasiva, inútil y estéril, sino la espera activa y dinámica del hombre sabio y prudente, que busca ajustar su comportamiento a la voluntad de su Señor.

Cuando no hacemos esto, obramos como el administrador infiel que, cansado de esperar a su amo, comienza a comer, a beber y a emborracharse, a golpear a los empleados y a las muchachas, y a cometer toda clase de abusos y desmanes. Entonces –nos dice Jesús— llegará el amo, cuando éste menos lo espera, lo despedirá y lo condenará a la pena de los infieles. Allí recibirá muchos azotes. Éste es un retrato perfecto del pecado, del desorden radical que impone la soberbia y el orgullo en nuestra vida, y las consecuencias que éste conlleva: el grave sufrimiento que causamos a los demás con nuestra prepotencia y egoísmo brutal. Como es obvio, esto no puede quedar impune: la justicia divina exige un castigo a los siervos malvados a causa de sus malas obras.

Vivamos, pues –como el rabino del inicio— como quien va de viaje, como quien está de paso por esta tierra, sin apegarnos a las cosas caducas de acá abajo. Y, sobre todo, obremos en consecuencia, llevando a nuestra vida de cada día estas certezas de nuestra fe. “¡Dichosos los siervos aquellos a quienes el Señor, al llegar, los encuentre en vela! Os aseguro que se ceñirá, los hará sentar a su mesa y les irá sirviendo”. Éste es el gozo eterno que recibiremos como premio, al final de nuestra vida, si permanecemos fieles a nuestro Señor. “¡Siervo bueno y fiel, entra al banquete de tu Señor!”


34.

ROMA, viernes, 10 agosto 2007 (ZENIT.org).- Publicamos el comentario del padre Raniero Cantalamessa, ofmcap. -predicador de la Casa Pontificia- a la liturgia del próximo domingo.

* * *

XIX Domingo del Tiempo Ordinario (C)
Sabiduría 18, 3.6-9; Hebreos 11, 1-2.8-19; Lucas 12, 32-48

Velad y estad preparados

Después de haber instruido a los discípulos en el correcto uso de las cosas –en el Evangelio del domingo pasado-, en el pasaje evangélico del próximo domingo Jesús les exhorta sobre el correcto uso del tiempo. Estamos ante una serie de imágenes y parábolas con las que Jesús exhorta a la vigilancia en la espera de su retorno. La cintura ceñida es señal de quien está preparado para emprender viaje, como los judíos durante la celebración de la Pascua en Egipto (v. Ex 12, 11), y es también la disposición al trabajo. La lámpara encendida indica a quien se prepara para pasar la noche velando en espera de alguien. Jesús ilustra la necesidad de la vigilancia con otra imagen más, la del ladrón de noche.

Desearía proseguir en la línea de Jesús y añadir también yo una imagen y una parábola. Se trata del Himno de la perla que se remonta a la literatura de Oriente Medio del siglo I o II d.C. y que se nos ha transmitido por el apócrifo Hechos de Tomás . Trata de un joven príncipe enviado por su padre de Oriente (Mesopotamia) a Egipto para recuperar una determinada perla que ha caído en manos de un cruel dragón que la custodia en su cueva. Llegado al lugar, el joven se deja descaminar; se sacia de un alimento se le habían preparado con engaño los habitantes del sitio y que le hace caer en un profundo e inacabable sueño. El padre, alarmado por el prolongamiento de la espera y por el silencio, envía, como mensajera, un águila que lleva una carta escrita de su puño y letra. Cuando el águila sobrevuela al joven, la carta del padre se transforma en un grito que dice: «¡Despiértate, acuérdate de quién eres, recuerda qué has ido a hacer a Egipto y adónde debes regresar!». El príncipe se despierta, recupera el conocimiento, lucha y vence al dragón y, con la perla reconquistada, vuelve al reino donde se ha preparado para él un gran banquete.

El significado religioso de la parábola es transparente. El joven príncipe es el hombre enviado de Oriente a Egipto, esto es, por Dios al mundo; la perla preciosa es su alma inmortal prisionera del pecado y de satanás. Él se deja engañar por los placeres del mundo y se hunde en un tipo de letargo, o sea, en el olvido de sí, de Dios, de su destino eterno, de todo. Le despierta, en este caos, no el beso de un príncipe o de una princesa, sino el grito de un mensajero celestial. Para los cristianos este mensajero enviado por el Padre es Cristo, que grita al hombre, como hace en el Evangelio de hoy, que se despierte, que esté alerta, que recuerde para qué está en el mundo. El grito del Himno de la perla se encuentra casi tal cual en la carta a los Efesios: «Despiértate tú que duermes, y levántate de entre los muertos, y te iluminará Cristo» (Ef 5, 14).

La exhortación: «¡Estad preparados!» no es una invitación a pensar en cada momento en la muerte, a pasar la vida como quien está en la puerta de casa con la maleta en la mano esperando el autobús. Significa más bien «estar en regla». Para el propietario de un restaurante o para un comerciante estar preparado no quiere decir vivir y trabajar en permanente estado de ansiedad, como si de un momento a otro pudiera haber una inspección. Significa no tener necesidad de preocuparse del tema porque normalmente se tienen los registros en regla y no se practican por principio fraudes alimentarios. Lo mismo en el plano espiritual. Estar preparados significa vivir de manera que no hay que preocuparse por la muerte. Se cuenta que a la pregunta: «¿Qué harías si supieras que dentro de poco vas a morir?», dirigida a quemarropa a San Luis Gonzaga mientras jugaba con sus compañeros, el santo respondió: «¡Seguiría jugando!». La receta para disfrutar de la misma tranquilidad es vivir en gracia de Dios, sin pendencias graves con Dios o con los hermanos.

[Traducción del original italiano realizada por Zenit]