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H O M I L Í A

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DOMINGO XIX
TIEMPO ORDINARIO

CICLO B

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-¡Basta ya, Señor! 

Elías es uno de los grandes profetas de Israel. Pero a Elías le tocan tiempos difíciles. Se ha consumado la división del reino de David. Y el reino separado va de mal en peor. El pueblo decepcionado vuelve la espalda a Dios y busca consuelo en los "baales". Elías es el encargado por Dios para mantener en la fe a su pueblo, pero la palabra del profeta se estrella contra las intrigas de Jezabel, casada con el poder.

Poco importa el éxito de Elías frente a los sacerdotes de Baal. Jezabel trama y consigue su destierro. En la huida, Elías se siente desfallecer, incapaz de sacar adelante la causa de Dios.

En esos momentos de abatimiento pide a Dios la muerte, pues su vida ya no tiene sentido. Este cansancio del profeta, amigos míos, bien pudiera expresar situaciones análogas por las que atravesamos a veces los creyentes. El camino de la fe es arduo y a veces insoportable. ¿Qué sacamos con ser creyentes? ¿Para qué sirve la fe? ¿qué hemos conseguido los cristianos después de dos mil años? ¿No parece que vamos hacia atrás? Nos asusta en ocasiones este mundo pluralista y secularizado, donde la religión parece aparcada.

-El pan del caminante. 

En el desierto de la soledad, en el desierto de la desolación se puede escuchar la voz de Dios. Un ángel despierta al profeta y le invita a comer y beber, porque el camino es superior a sus fuerzas. Elías recupera las fuerzas con aquel elemental alimento, pan y agua, pero sobre todo recuerda el ánimo tras el consuelo de Dios. Cuarenta días caminará por el desierto, es decir, toda la vida, hasta llegar al monte de Dios.

Los creyentes tampoco podemos recorrer toda la vida sin la ayuda de Dios. Creer nos resulta casi evidente en ocasiones, pero en otras nuestra fe se estrella en las dificultades de la vida. A veces tenemos la impresión de que creer implica una desventaja respecto de los no creyentes. Nosotros tenemos la vida más complicada, más difícil. Y a veces volvemos la espalda a nuestra responsabilidad y tenemos la dura impresión de que Dios está mudo, ausente. ¿Cómo perseverar en la fe? ¿Cómo traducir nuestra fe en circunstancias difíciles?.

-La palabra de Dios. 

El episodio de Elías nos ayuda a entender el mensaje del evangelio, que hemos proclamado y escuchado. Jesús es el pan que baja del cielo, es el maná del éxodo, el pan elemental de Elías, pero es mucho más. Porque el maná y el pan eran símbolos. Así como el hombre recobra las fuerzas por el alimento, así el creyente recupera el ánimo por toda palabra que procede de la boca de Dios. Así superó Jesús la tentación en el desierto. Y así podemos vencer el desaliento los creyentes. Dios permanece oculto. En realidad, a Dios nadie lo ha visto. Pero sí se ha dejado ver Jesús. Los apóstoles son testigos de excepción. Y Jesús es la palabra de Dios, o sea, la revelación de Dios hecha de un modo definitivo en la historia para los hombres. Quien me ve a mí, decía Jesús a Felipe, ve al Padre. Quien me escucha a mí, repetía, escucha al que me envió. Jesús es la palabra de Dios a los hombres. Por eso es el pan vivo que ha bajado del cielo a la tierra, se ha acercado a los hombres. Es el pan vivo, porque es pan de vida y para la vida. Por eso añade Jesús que quien come de ese pan vivirá eternamente y no sólo unos años, como ocurrió con el maná y el propio Elías.

-Pan y vino. 

El pan que yo daré, dice Jesús, es mi carne para la vida del mundo. Todo este discurso que desarrolla Juan a partir de la multiplicación de los panes tiene aquí su conclusión: en el anuncio de la eucaristía. Pan y agua, poca cosa, fue el alimento de Elías para caminar por el desierto. Pan y vino, poca cosa también, es el alimento de los cristianos para recorrer todo el camino de la fe. Pan y vino, símbolos para expresar el cuerpo y la sangre de Jesús, la persona de Jesús, el Hijo de Dios, obediente hasta la muerte en la cruz.

En la eucaristía se resume el misterio de la vida de Jesús que, por obediencia al Padre, se entrega a la muerte para poner de manifiesto la resurrección y la vida eterna. Por eso la eucaristía es, lo proclamamos solemnemente todas las veces, "el sacramento de nuestra fe".

Porque en la eucaristía expresamos y celebramos nuestra fe, que es confianza en la promesa de Dios. Y porque la eucaristía deviene así el alimento que reanima y sostiene a los creyentes en la fe.

EU/EXIGENCIAS
- Dichosos los llamados a esta cena. 

Celebrar la eucaristía no es simplemente venir a misa, y menos aún cumplir con una obligación sagrada. Celebrar la eucaristía es sabernos invitados y aceptar la invitación de Dios para sentarnos con él a la mesa, hoy simbólicamente, mañana realmente, en la casa de Dios. Es traer aquí nuestra fe y nuestros problemas de fe para esclarecerlos a la luz de la palabra de Dios y recuperar el aliento. Es venir aquí con nuestra vida y los problemas de la vida, para confrontarlos con la de Jesús y así entrar en comunión con él y los hermanos. No podemos comulgar con Jesús, si no comulgamos con su causa, que es la causa del hombre. Pero si lo hacemos así, con esa buena disposición, con ese sentido de compromiso... ¡Dichosos nosotros! Porque saldremos reanimados, reconfortados, dispuestos, como Elías, a recorrer durante cuarenta días todo el desierto de la vida.

EUCARISTÍA 1988, 38



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