COMENTARIOS AL EVANGELIO
Jn 6, 41-52

 

1.

Comentario. Nos hallamos ante una conversación o debate entre maestros (rabinos) de Israel, un género muy habitual en la literatura judía postbíblica y que a nosotros nos puede resultar chocante. En el cuarto Evangelio este género adquiere además la configuración de debate radical o de principios. De ahí el carácter tajante de sus afirmaciones.

Lo que en el debate de hoy está en juego es la supremacía entre dos principios de justificación. Los maestros ponían la supremacía en la Ley; el maestro Jesús la pone en la fe. El maestro echa en cara a los maestros que, con su preocupación por la observancia de la Ley, han dado de lado a la escuela del Padre. Aunque al Padre no se le pueda ver, si se está a su escucha, se terminará en Jesús y no en la Ley. El que está a la escucha del Padre es creyente, el que lo está de la Ley es observante. Es el primero quien se adentra en la corriente vital; no es el segundo, tipificado en los padres o antepasados del desierto.

Esta corriente vital no es una idea o una abstracción. Es una persona de carne y hueso, Jesús de Nazaret. Gracias a la dimensión empírica y palpable de Jesús la fe no es una cuestión de elucubración etérea. La fe es cuerpo y no idea. Los filósofos tienen razón en concluir que de lo empírico no puede salir lo absoluto. Esto no lo niega el creyente. Lo que el creyente afirma es que sin lo empírico lo absoluto deja de tener consistencia.

Gracias a la carne y sangre de Jesús, a su dimensión empírica, el creyente tiene la certeza de que la vida imperecedera de Dios existe y es verdad. Una certeza así no la tenían los antepasados judíos en su caminar por el desierto. Este comentarista tiene la impresión de que el texto de hoy encierra las afirmaciones más importantes y decisivas de la historia de la humanidad.

ALBERTO BENITO
DABAR 1988, 42


 

2.

Los oyentes de Jesús son judíos: todos creen en Dios y en la Biblia. Pero una cosa es creer en los profetas del pasado, celebrados después de su muerte, y otra cosa es reconocer a esos enviados de Dios mientras viven y son discutidos, especialmente cuando el enviado de Dios es un simple carpintero: ¿Cómo es posible que diga el hijo de José y María semejantes palabras? Es evidente que Jesús les habla de comer su carne y beber su sangre.

¿Cómo es posible que exija a sus discípulos algo que está prohibido por la ley...? La Sagrada Escritura utiliza el verbo murmurar en el Éxodo: en el desierto, los israelitas desconfiaban de Dios y, a cada momento, criticaban las decisiones de Moisés (Ex 15, 24; 16, 2; 17, 3).

Hoy todavía tendremos que superar las mismas dudas y escuchar a los enviados de Dios que nos enseñan una misión concreta en el mundo de hoy. Son muchos los que creen en Cristo, en la palabra de Dios, y no quieren escuchar a sus profetas o a sus ministros. Esta escena que nos describe el evangelio está rodeada de sencillez y crudeza al mismo tiempo: Jesús es el enviado de Dios que nos pide creer en él. Creer que él es el pan de vida y que hay que comerlo. Para esto basta la fe por la caridad. Porque Jesús no explicará cómo habrá que comer su carne, cómo habrá que usar ese alimento divino que es él. Únicamente busca una respuesta de fe. Y no suaviza nada la exigencia de su verdad.

EUCARISTÍA 1988, 38


 

3.

Juan llama frecuentemente "judíos" a todos los que se oponen a la predicación de Jesús. Por lo tanto, no hay que pensar en un cambio de auditorio. Estos "judíos" que conocen muy bien la familia de Jesús son en realidad galileos. Precisamente es este conocimiento de su origen humano lo que les impide creer que Jesús sea "el pan bajado del cielo". Jesús pide fe en su persona, pero los "judíos" responden con la crítica y la murmuración. Sucede aquí lo mismo que en los tiempos del Éxodo cuando los israelitas alzaron su crítica y su murmuración en contra de Moisés y desconfiaron de las promesas de Dios (Ex 16, 2-12; 17, 3-7).

Jesús no se extiende dando más explicaciones sobre su origen divino; pero advierte que la fe es la aceptación de su persona como enviado del Padre y que esto no es posible si el mismo Padre, que le envía, no conduce los hombres hacia su enviado. No se puede creer en Jesús sin la gracia de Dios, pero esta gracia no quita el riesgo y la libertad de la fe.

Citando a los profetas, concretamente a Is 54, 13, Jesús declara que todos los hombres son discípulos de Dios; es decir, que el Padre habla al corazón de todos los hombres y quienes le escuchan también escucharán al que el Padre ha enviado al mundo. Hay una correspondencia entre la palabra interior que Dios pronuncia en el corazón y esa otra palabra explícita que proclama Jesús predicando el evangelio.

La fe llega a su perfección cuando es fe en Dios, que se revela en su enviado Jesucristo. El que cree alcanza vida; pues, aunque todos puedan escuchar a Dios, solamente lo ha visto aquel que viene de Dios. Y éste es Jesús, el testigo y la misma Palabra de Dios hecha carne: la plenitud de la revelación, que hace posible la plenitud de la fe. Los que creen así alcanzan vida eterna.

Jesús, él mismo y no otra cosa, se presenta como "el pan de la vida". En cada una de sus palabras y de sus obras Jesús se da y se comunica a todos los que creen en él, y éstos reciben a Jesús y no sólo las palabras de Jesús.

CO-SO/QUE-ES: Es probable que Jesús haga ya referencia al don eucarístico. El "pan de vida", el que "ha bajado del cielo", es la misma realidad de Jesús, su propia carne y una carne que se entrega para la vida del mundo. Si escuchar a Jesús es ya recibir a Jesús y no sólo sus palabras, recibir el cuerpo de Jesús ha de ser también escucharle con fe. El sacramento es una palabra visible, un signo. El que come el pan eucarístico sin discernir, sin creer lo que esto significa, come su propia condenación. Comulgar es recibir el cuerpo de Cristo "que se entrega por la vida del mundo"; por lo tanto, es incorporarse personalmente a Cristo y enrolarse en su misión salvadora y en su sacrificio. La eucaristía fue instituida "la noche antes de padecer" para que los discípulos quedaran comprometidos en la misma entrega que Jesucristo, que se iba a realizar definitivamente al día siguiente. El que comulga debe saber que siempre se halla en esta situación: "antes de padecer" y que recibe "el cuerpo que se entrega para la vida del mundo". Comulgar no es sólo comer, es creer, y esto significa comprometerse.

EUCARISTÍA 1982, 37


 

4.

Este texto forma parte del amplio discurso sobre el pan de la vida. Siguiendo el estilo típico del evangelio de san Juan, la imagen del pan de la vida está vinculada con la fórmula "Yo soy" o "Yo soy el pan de la vida". Es una fórmula introductoria que hay que relacionar con los discursos de Dios en el AT -Gn 28, 13; Ex 20, 2.5-. El rasgo característico de Juan, al usar esta fórmula, es señalar que sólo Jesús realiza plenamente lo que ella significa. La palabra reveladora se relaciona con el signo: el pan de la vida con la multiplicación de los panes.

La formulación que nos da el texto supone la separación, ya consumada, entre la comunidad cristiana y la sinagoga. Se presenta a los judíos como adversarios decididos de los cristianos. Esta separación es clara en los discursos en los que Jesús habla como si no perteneciera al pueblo judío (Jn 8, 17 "vuestra ley..." o en 7, 19.22 "os ha dado..."). La murmuración es debida a que Jesús se ha proclamado "pan de vida" y los judíos conocen su origen, conocen a su padre y a su madre...

Jesús califica la murmuración de incredulidad y su respuesta es un discurso sobre la fe. Lo que Jesús afirma sólo se puede aceptar desde una fe incondicional y sin seguridades. Esta fe sólo es posible si es el Padre quien atrae (cfr. Is 54, 13; Jr 31, 33ss). La incredulidad de los oyentes recuerda la de los israelitas en el desierto. Las razones que la explica son: la realidad histórica y humana de Jesús, es como los demás; no se dejan atraer o enseñar por el Padre; su mala disposición que no les permite entender lo que Jesús les ha dicho.

Jesús completa la idea. Había hablado del pan bajado del cielo. Ahora insiste en que es el pan vivo. Los judíos habían introducido el hecho del maná. Jesús les dice que el maná no es el pan vivo. Los padres comieron el maná y murieron. El que coma este pan vivirá para siempre. Hoy como ayer es difícil creer en la palabra de Jesús. El pan bajado del cielo suena a evasión en momentos de fracaso.

PERE FRANQUESA
MISA DOMINICAL 1985, 16


 

5.

Prosigue el discurso del pan de vida, con la particularidad de que ahora degenera en discusión. ¿Donde queda el entusiasmo del pueblo que lo proclamaba profeta, que lo quería hacer rey y que lo seguía de una orilla a otra del lago? Todo, porque Jesús les ha pedido que crean en él como "pan bajado del cielo" (v. 41).

"Critican" como el pueblo en el desierto (cf Ex 16, 2s; 17, 3; Nm 11, 1; 14, 27; ver también 1 Cor 10,10). Criticar (Murmurar) es olvidar la visión de fe de los acontecimientos y regirse por una lógica meramente humana. Si Jesús, al presentarse como "pan bajado del cielo", se refería a su origen (el prólogo del cuarto evangelio, en /Jn/01/13, según la variante más digna de crédito, alude a su concepción virginal: "la Palabra que no ha nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios"), sus oyentes también entienden que habla de su venida al mundo cuando aseguran que saben que es hijo de José y que conocen a su Padre y a su madre (v. 42).

Siguen unas palabras de Jesús sobre "ir a él", es decir, creer en él (vv. 35, 37. 44. 45). La realidad es que la mayoría de los que lo escuchan "critican", "no van a él". ¿Por qué? Al decir que "nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me ha enviado" (v. 44) parecería que Jesús atribuye la incredulidad al hecho de no ser atraídos por el Padre; por tanto, no serían culpables. El conjunto del cuarto evangelio, y este mismo pasaje, afirman claramente la responsabilidad de los que, libremente, no han creído en Jesús, "no lo han recibido", porque han preferido las tinieblas a la luz, según una opción voluntaria. Por medio de Jesús se cumple la profecía de que "serán todos discípulos de Dios" (v. 45; cf Is 54, 13), y el propio Padre que los instruye por el Hijo los atrae por el Espíritu, pero es necesario que ellos "aprendan" es decir, acepten la enseñanza de Jesús: "todo el que escucha lo que dice mi Padre y aprende, viene a mí" (v. 45). Vuelve a decir que él es el pan bajado del cielo, que da la vida. "Comer este pan" es lo mismo que "ir a Jesús" o "creer en él".

HILARI RAGUER
MISA DOMINICAL 1976, 15


 

6.J/V.

Texto. Sigue ahondando en el signo de la multiplicación de los panes y los peces. La reflexión de hoy tiene su punto de partida en una dificultad: la realidad humana de Jesús parece cerrar toda posibilidad a que sea él el pan bajado del cielo, es decir, el alimento con garantía divina. ¿Cómo, en efecto, un ser humano puede tener categoría divina? La dificultad la formulan "los judíos". En el cuarto Evangelio esta expresión casi nunca tiene en alcance global, es decir, abarcador de toda la totalidad del pueblo judío. "Los judíos" son distintos de "la gente" (el interlocutor del domingo pasado), que también estaba compuesta de judíos. Semánticamente los judíos se distinguen de la gente, aunque guardan relación con ella: los judíos son los guías de la gente judía. La expresión "los judíos" designa, pues, a los dirigentes o responsables religiosos del pueblo judío.

La respuesta a la dificultad es el hecho de la vida, del que Jesús es garantía absoluta. El campo semántico de la vida es el predominante en la respuesta de Jesús: vida, vivir, resucitar, no morir conforman esta respuesta.

La vida de la que aquí se habla hay que entenderla en el sentido riguroso y radical del término. Vida en cuanto opuesta a muerte, sin sentido metafórico o figurado alguno. Jesús invalida la muerte porque él es la vida.

La respuesta es tan sorprendente que sólo podrá comprenderla y aceptarla quien esté en la onda de Dios. Esto es lo que vienen a significar los versículos 44-45.

Comentario. Es difícil encontrar un texto bíblico como éste en el que realidad y experiencia anden tan a la greña. Si algo resulta evidente en el texto de hoy es que lo que se ve y experimenta no da toda la medida o alcance de lo real.

Los dirigentes religiosos judíos tienen razón a nivel de experiencia; la dificultad que formulan es totalmente cierta a ese nivel; pero desde el punto de vista del cuarto evangelista no lo es a nivel de realidad. La afirmación de Jesús negando la muerte es totalmente contraria a la experiencia; pero desde el punto de vista del cuarto evangelista esa afirmación expresa la realidad.

RAZON/FE: No es cuestión de entrar aquí en el detalle del eterno problema de fe y razón. Lo que ciertamente queda claro en el texto de hoy es que la razón no es la medida de la realidad. Lo que la razón afirma es cierto; pero a condición de no elevarlo a categoría absoluta. También la razón necesita ser complementada; de lo contrario, sus afirmaciones pueden quedar cortas y ser inexactas. Es lo que sucede cuando se trata de enjuiciar a la persona de Jesús y a determinadas afirmaciones suyas: la sola razón es insuficiente.

Parafraseando una célebre frase de Pascal, la fe tiene razones que la razón no conoce. Para entender a Jesús y descubrir la verdad de su persona y su afirmación de hoy hay que estar encariñados con Dios. Sólo entonces sabremos de verdad quién es Jesús y sabremos (¡oh maravilla!) que la muerte no existe.

ALBERTO BENITO
DABAR 1991, 40


 

7. 

En Jn 6, 37-40, Cristo ha defendido una concepción original de su papel de rabí y de la actitud ideal del discípulo. La perícopa de hoy supone conocida esta posición. a) La originalidad del Maestro consiste en su dependencia con respecto del Padre: el oyente no puede llegar a ser su discípulo si no le "ve" en esta relación con el Padre (vv. 40, 46). Este tema del discípulo no es menos importante en esta lectura que en la precedente: las expresiones "venir a Mí", "ver", "enseñados por Dios" (vv. 44-46) son una prueba de ello.

En contraste, el que "murmura" (v. 41), no "ve" las relaciones de Cristo con su Padre y se niega a reconocer en el hijo de José a alguien que ha "bajado del cielo" (vv. 42-43). b) Cristo responde a estas murmuraciones proclamándose "Pan de vida bajado del cielo" (vv. 48-49), continuando con esto lo que ya había dicho antes (Jn 6, 31-33). Esta expresión le designa a El mismo en su relación con el Padre y en su misión de traer la vida divina a los hombres. Pero el sermón pasa, sin transición, del Pan-Palabra al Pan eucarístico (v. 31).

Las relaciones entre el discípulo y el Maestro se instauran, pues, por la Eucaristía, donde se "ve" de mejor forma el lazo que une a Jesús y su Padre. El misterio eucarístico aparece desde entonces con justo título como el "misterio de la fe".

c) Ver a Dios: La afirmación de Jesús de que El ve al Padre (v. 46) no debe conducir a una definición de la visión beatífica. La misión reveladora de Jesús sobre la tierra no requiere, en efecto, este tipo de visión. Requiere solamente un conocimiento particular de los secretos de Dios, el cual ha sido una gracia en El, y es este conocimiento particular el que la Biblia expresa por la metáfora "ver a Dios" (Jn 1, 18). "Ver a Dios", en efecto, en la Escritura, designa una especie de proximidad del hombre y Dios, estando el primero capacitado para comprender el designio del segundo. Esta proximidad le ha sido denegada al hombre desde la caída (Ex 33, 20; 1 Re 19, 11-15). Jesús restablece esta proximidad y esta amistad.

Celebrar la Eucaristía significa para la Iglesia detentar los signos auténticos del amor y del conocimiento que unen al Hijo al Padre y que nos unen al Hijo. Y la Eucaristía es este signo decisivo porque es la respuesta perfecta del Hombre-Dios a su Padre y porque contiene la respuesta de la Iglesia a la misma exigencia de fidelidad y de amor.

Al movimiento de descenso del pan de vida en la encarnación y en la Eucaristía corresponde un movimiento de atracción de los discípulos hacia Cristo. Dios envía a Jesús a los suyos, pero le asegura al mismo tiempo la fe de estos últimos.

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA IV
MAROVA MADRID 1969.Pág. 102


 

8. ENC/ESCANDALO:

"Los judíos murmuraban de él, porque había dicho: Yo soy el pan que ha bajado del cielo". Y decían: ¿No es este Jesús, hijo de José, cuyo padre y madre conocemos? ¿cómo puede decir ahora: "He bajado del cielo?

Jesús, les respondió; no murmuréis entre vosotros". Los judíos murmuraran de Jesús. Adoptan así, a los ojos del evangelista, la actitud del pueblo de Israel, durante su peregrinación por el desierto, en contra de Dios. Esta murmuración del pueblo contra Dios que lo conduce, que empieza a considerar la salida de Egipto como una fatalidad desgraciada, es la expresión de la resistencia suprema a la acción de Dios: es no querer seguir colaborando con Dios: o sea, todo lo contrario de la voluntad de creer.

Por eso la tradición judía afirmaba que la generación del desierto no tendría participación alguna en el mundo venidero.

S. Pablo recoge esta tradición en su primera carta a los Corintios (10, 1-11) y la pone ante los ojos de los cristianos como un ejemplo que debía servirles de aviso. Tampoco los cristianos tienen una seguridad absoluta de salvarse; también ellos pueden correr el peligro de la inseguridad, la resistencia y la apostasía, de modo que se alcen contra Dios y pongan en peligro su fe. (Heb 3, 7-11).

Lo mismo que hicieron sus padres, estos judíos protestan contra el designio de Dios que se manifiesta en las palabras de Jesús y rechazan la aceptación creyente de su palabra. "Yo soy el pan que ha bajado del cielo" sencillamente absurdo. El auditorio sabía muy bien quién era Jesús. O, más bien, creían saberlo. ¿Cómo se presenta diciendo que ha bajado del cielo aquel a quien hemos visto nacer?

Yo doy gracias a Dios de no haber estado allí, porque hubiere sido otro más de los incrédulos. La fe no tiene nada que ver con la experiencia humana.

La piedra de escándalo es, por tanto, la humanidad de Jesús. Y, sin embargo, es precisamente en esa carne y sangre, recibida de su linaje humano, donde está la plenitud del Espíritu (1, 32) que lo hace la presencia de Dios en la tierra.

"Nadie puede venir a mí, si no lo trae el Padre que me ha enviado". Creer que Jesús es hombre totalmente como nosotros y creer, no obstante que "no nació de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de hombre, sino que nació de Dios", (Jn 1,13). Esto sólo puede lograrse mediante el don de la fe, que Dios regala. Nadie puede ir a El si no fuera "traído" por el Padre. La frase suena a determinismo fatalista. Es preciso, para evitarlo, tener en cuenta el "modo" como Dios "trae" al hombre. No lo trae por la fuerza, sino por la invitación a la decisión ante su manifestación en la Escritura. Jesús se halla testimoniado en la Escritura.

Es decir, se halla abierto para todos el camino para ser traídos por el Padre a Jesús. En este sentido llegan a Jesús todos los que leen rectamente la Escritura, los que escuchan al Padre, los que son adoctrinados por Dios.

La docilidad para creer. Lo opuesto a la murmuración: la señal más clara de no querer creer. Sólo cuando existe una verdadera apertura a Dios, cuando se cesa de murmurar, puede tener lugar la "tracción" que Dios hace del hombre hacia Jesús.

Jesús toma un texto profético y le da una interpretación diferente: No se trata ya de que Dios va a inculcar al pueblo la fidelidad a la Ley: "todos serán discípulos de Dios" (Is 54, 13). Porque Dios pondrá la Ley dentro del corazón del hombre y nadie tendrá que enseñar a nadie sino que todos conocerán a Dios, del más chico al más grande (Jer 31, 33-34). Jesús viene a decir: Dios no enseña a observar la Ley, sino a adherirse a El: "todo el que escucha lo que dice el Padre y aprende, viene a mí".

"No es que nadie haya visto al Padre, a no ser el que viene de Dios; ese ha visto al Padre". Es decir, no hace falta una experiencia de Dios fuera de lo ordinario; basta fiarse de Jesús. Jesús que conoce al Padre porque procede del Padre es el único que puede manifestar su designio sobre el hombre y establecer las condiciones para realizarlo: "ésta es la voluntad de mi Padre: que todo el que vea al Hijo y crea en El tenga vida eterna y que yo le resucite el último día (Jn 6, 40).


 

9. CON-D/ORACION:

La ciencia no es capaz de recrear por sí sola la presencia del pasado, ni siquiera una relación personal, sino que evidencia y fija la distancia, la ausencia. De esta suerte -continuando las reflexiones de la segunda parte-, podemos formular la siguiente tesis: puesto que la oración es el centro de la persona de Jesús, el presupuesto para conocer y comprender a Jesús es la participación en su plegaria.

Comencemos por una consideración muy general. El conocer depende, por su naturaleza misma, de una cierta conformidad entre el que conoce y lo conocido. A esto se refiere el antiguo axioma que afirma que el igual es conocido por su igual. Respecto a las alturas del espíritu y respecto a las personas, esto significa que el conocer exige una cierta relación de simpatía (syn-pathein), mediante la cual el hombre, por así decir, entra en la persona en cuestión, en su realidad espiritual, se hace una cosa con ella y, de este modo, es capaz de entenderla (intellegere=intus legere). Aclaremos un poco más este hecho con algunos ejemplos. Se accede a la filosofía sólo filosofando, es decir, desarrollando el pensamiento filosófico; la matemática se abre únicamente al pensamiento matemático; la medicina se aprende practicando el arte de curar, y no sólo por medio de los libros y de la mera reflexión. Del mismo modo, no puede comprenderse la religión más que mediante la religión; es éste un axioma indiscutible de la filosofía de la religión.

El acto fundamental de la religión es la oración, la cual conserva en la religión cristiana un carácter totalmente específico: ella es entrega de sí en el Cuerpo de Cristo y, por consiguiente, acto de amor que, en cuanto que es amor por y con el Cuerpo de Cristo, reconoce y completa el amor de Dios, necesariamente y siempre, incluso como amor al prójimo, como amor a los miembros de este Cuerpo.

En las meditaciones precedentes hemos visto que la oración era el acto central de la persona de Jesús, que su persona se identifica por el acto de orar, por la constante comunicación con aquel a quien él llama «Padre». Si esto es así, únicamente es posible una comprensión real de su persona entrando en este acto de oración, participando en él. A esta realidad aluden las palabras de Jesús: «Nadie puede venir a mí si el Padre no le trae» (Jn/06/44). Donde no está presente el Padre, tampoco está presente el Hijo. Donde no hay relación alguna con Dios, permanece también incomprensible aquel hombre cuya existencia misma dice relación con Dios, con el Padre; y ello, por muchos datos concretos que acerca de él puedan llegar a conocerse. En consecuencia, la participación en la intimidad de Jesús, es decir, en su oración, que, como ya hemos visto, es acto de amor, don y entrega de sí mismo a los hombres, no puede eliminarse como si se tratara de un acto devoto cualquiera, que no aporta gran cosa a una verdadera comprensión de su persona y que podría incluso obstaculizar la rigurosa pureza del conocimiento crítico. Al contrario, esta participación constituye el presupuesto fundamental para alcanzar una comprensión real de Jesús en el sentido de la hermenéutica actual, es decir, para entrar en su tiempo y en su espíritu, abordándolos como ellos son en sí mismos.

JOSEPH RATZINGER
EL CAMINO PASCUAL
BAC POPULAR MADRID-1990.Págs. 142 s.


 

10. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo

El fragmento que hoy nos propone la liturgia contiene dos subunidades del discurso del pan de vida: una de ellas centrada en el tema de la murmuración ("criticaban a jesús"), la otra recupera el tema del pan que da la vida eterna.

La crítica de los oyentes acompañó también a Moisés a lo largo de su itinerario por el desierto (cf. Ex 15,24;16,2.7.12;17,3; Nm 11,1 etc.). Nace de la incomprensión de la acción de Dios y la consiguiente rebelión a su voluntad. La incomprensión de la revelación proviene del escándalo que hallan los oyentes al contrastar el origen humilde de Jesús (cf. Mc 6,3 y paral.) y su pretensión de ser el único pan capaz de satisfacer el hambre de Dios que siente la persona humana. Jesús hace de ello interpretación teológica: la fe es, en el fondo, un don de Dios para el sujeto, en forma de enseñanza. Quien acoge esta enseñanza se abre a Dios. La cita de Jesús está tomada de Is.54,13 (cf. también Jr 31,31-34).

La referencia al maná nos conduce al inicio del discurso (v 31), con lo cual se nos indica que está acabando una unidad temática para iniciar otra nueva. La diferencia entre Moisés y Jesús es radical. Mientras el primero no podía facilitar la vida que sólo Dios en persona da, Jesús, por el contrario, sí que es capaz de darla. El maná no libra de la muerte; Jesús es el pan de vida.

El verbo "comer" marcará la estructura de la segunda parte del discurso. Hasta ahora todo se resume en la frase: "El que cree tiene vida eterna". A partir de ahora: "El que coma de este pan vivirá para siempre". Hemos pasado del acento existencial al acento sacramental-eucarístico.

"El pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo": fórmula eucarística primitiva que Juan incorpora a su evangelio. "Carne" como sinónimo de "cuerpo". La preposición para (engriego hyper) que también aparece en los relatos de la última cena da un carácter sacrificial a la entrega-muerte de jesús. "Para la vida del mundo", "para el perdón de los pecados", se convierten así en expresiones paralelas. Jesús, pan de vida, nos invita a abandonar nuestras criticas, todo aquello que nos impide creer a fondo y optar por su persona resucitada que nos llega en el cuerpo eucarístico. El próximo domingo, el fragmento evangélico nos explicitará ese tema eucarístico.

JORDI LATORRE
MISA DOMINICAL 2000, 10, 38