35
HOMILÍAS MÁS PARA EL DOMINGO XIX DEL TIEMPO ORDINARIO
30-35
30. INSTITUTO DEL VERBO ENCARNADO
Comentario general
Sobre la Primera Lectura (1 Re 19, 9. 11-13)
Se nos narra la maravillosa y trascendental Teofanía del Horeb. Elías con ella
enlaza con Moisés, testigo también en Horeb de la revelación de Dios (Ex 33,
18):
- Efectivamente, Elías, deseoso de salvaguardar la Alianza y empeñado en la
empresa de restablecer la pureza de la fe que los impíos Ajab y Jezabel quieren
exterminar en Israel, se dirige al Horeb, al Monte Santo donde Dios se reveló a
Moisés y donde concertó la Alianza (Ex 19, 3).
- Elías entra en la cueva (= en la hendidura de la peña de Ex 33, 22) donde se
metió Moisés durante la Teofanía o aparición de Dios. Elías, que ha presenciado
cómo Israel apostataba y era infiel a la Alianza allí mismo concertada por
intermedio de Moisés entre Dios y el Pueblo, le dice al Señor: 'Me devora el
celo por Yahvé, Dios Sebaot, porque los hijos de Israel han abandonado tu
Alianza' (10).
- En Exodo 19, 16, la presencia de Yahvé es anunciada por la tempestad, el
huracán y el terremoto. Ahora, en esta nueva Teofanía, son sólo signos o
mensajeros que la preparan. A Elías se le revela la presencia de Dios en el
susurro de una brisa suave (11). Esta revelación de Dios en el susurro de una
brisa quiere significar la espiritualidad de Dios, que viene a comunicarse de
manera íntima y vital con su Profeta. En realidad Elías parte de Horeb
plenamente reconfortado. El Espíritu de Yahvé es en su Profeta luz y vida nueva,
vigor y optimismo (18). Ellas y Moisés, favorecidos en el Monte Santo con la más
rica aparición de Dios en el A. T., estarán también presentes en la más luminosa
Teofanía del Nuevo Testamento: la de la Transfiguración de Cristo en el Monte
Tabor (Mt 17, 1-9).
Sobre la Segunda Lectura (Rom 9, 1-15:)
Pablo se ocupa y se preocupa del misterio de la infidelidad de Israel. ¿Cómo se
explica que el pueblo de la Promesa Salvífica haya quedado excluido de la
Salvación?
- Ante todo aduce tres testigos de la pena que le embarga: Cristo, el Espíritu
Santo y su conciencia son testigos de su tristeza. A vista del rechazo que
Israel hace de Jesús-Mesías, Pablo se consume de pena (1). Tal es su amor a
Israel, que se ofrece a ser 'anatema' por ellos. Expresión atrevida dictada por
un amor inmenso. Está inspirada en Moisés (Ex 32, 32), y más aún en Cristo, que
siendo inocente se hizo por nosotros 'maldición' (Gál 3, 15).
- A seguida enumera nueve de los principales privilegios con que Dios ha
distinguido a Israel: 1) Son Israelitas: Linaje glorioso de Jacob-Israel. 2)
Filiación. Es el pueblo predilecto. Su hijo 'primogénito' le llama Dios (Ex 4,
22). 3) La 'Gloria' (4) es la presencia de Dios hecha a veces sensible en el
Santuario y en el Arca (Ex 25, 8). 4) Las 'Alianzas'(4) son los Pactos con
Abraham, con Jacob y especialmente con Moisés. 5) La 'Ley' es su constitución
teocrática que le hace 'Pueblo de Dios' (Ex 20, l). 6) El Culto. Israel es el
único pueblo que rinde culto al Dios verdadero. 7) Las 'Promesas'. Son las
Promesas Mesiánicas hechas a Abraham, Isaac, Jacob, David, 8) Los Patriarcas; y
9) El Mesías, la máxima gloria de Israel. Según la carne o naturaleza humana de
los Patriarcas desciende el Mesías (5), bien que tiene también naturaleza
divina, y por ello es Dios bendito por todos los siglos' (5).- Tras estos
preámbulos (su pena por Israel y los innegables privilegios de Israel) entra de
lleno en su tema: Israel tristemente queda al margen de la Salvación; pero esto
es exclusivamente por su terca infidelidad. Por tanto, en nada queda
comprometida la Fidelidad de Dios. No es Dios quien ha dejado de cumplir sus
Promesas. Es Israel quien ha negado su fe a Dios y a su Mesías. El plan de Dios
es siempre plan de amor y de misericordia. Nadie puede alegar derechos ante
Dios. Pablo, con los ejemplos de Isaac frente a Ismael (7) y de Jacob frente a
Esaú (12), interpretados típicamente, les prueba cómo Dios no atiende a derechos
de raza ni a miras humanas. La raza no es privilegio de Salvación. La Promesa
mira no al Israel de la carne, sino al Israel de la Fe (12): al 'espiritual', al
'Israel de Dios' (Gál 16, 16). Por tanto, si algunos o muchos judíos no heredan
la Promesa no falla Dios. Fallan ellos por negar la Fe a Dios.
Sobre el Evangelio (Mt 14, 22-23)
Al milagro de la multiplicación de los panes se añade el de Jesús que camina
sobre el lago:
- Jesús revela con tales maravillas su Mesianidad y su Divinidad; e intenta
enseñar a sus discípulos la asistencia y presencia que prestará a su Iglesia al
modo que Yahvé la prestaba a Israel. La 'Barca' en mar agitada y en negra noche
es la Iglesia en medio de la persecución.
- Los Evangelistas nos hablan de la oración de Jesús. Preferentemente dedica las
noches a la oración. Este su coloquio íntimo y sosegado con el Padre (22) es un
ejemplo e invitación para nosotros. La Asamblea cristiana dirige su adoración y
sus plegarias filiales al Padre: Por Cristo, con Cristo, en Cristo.
- Los discípulos llevan toda la noche remando. El viento les es contrario. Pero
ni la fiereza de la tempestad ni la inconsistencia de las aguas impiden a Cristo
caminar sobre el lago como sobre tierra firme. El ardoroso Pedro se lanza a
buscar al Maestro. Y también para Pedro el piso del lago es camino firme (29).
Lo es mientras mira a Jesús. No lo es cuando titubea en la fe (30). Nuestra
áncora segura es la fe. El gran milagro impresiona a los Apóstoles. Cuando Jesús
haya resucitado y estén iluminados por el Espíritu verán en este milagro una
prueba radiante de la Mesianidad y de la Divinidad de Jesús (33).
- La Iglesia prosigue serena su recorrido. Sabe cierto que en la Barca va Jesús.
Jesús tiene poder sobre el viento y el mar (Mt 8. 27). Conscientes, como Pedro,
de nuestra suma debilidad, aprendamos como él que nuestra solución es asirnos a
Cristo.
No temamos la noche, no nos asuste la tempestad. Corramos a Jesús y clamemos con
fe: ¡Señor, sálvanos!
*Aviso: El material que presentamos está tomado de José Ma. Solé Roma (O.M.F.),"Ministros
de la Palabra", ciclo "A", Herder, Barcelona 1979.
------------------------------------------------------------------
Dr. D. ISIDRO GOMÁ Y TOMÁS
— JESÚS ANDA SOBRE EL MAR. LA TEMPESTAD OTRA VEZ CALMADA
Mc. 6, 47-56 (Mt. 14, 26-36; Ioh. 6, 6-2I)
Explicación. — El anterior milagro de la multiplicación de los panes y este de
andar sobre las aguas, son como el preludio, dice Santo Tomás, de la doctrina
sobre el Pan de la vida que pronto va a exponer el Evangelista. Con el primero,
demuestra su inagotable poder para dar alimento corporal, de donde se deduce que
lo tiene asimismo para darlo espiritual. Con el segundo, hace evidente el hecho
de que puede substraerse a las leyes de la materia y transformar su cuerpo
espiritual. Por estos dos milagros podrá Jesús exigir la fe en la doctrina de la
Eucaristía, sacramento que va a prometer en la sinagoga de Cafarnaúm dentro de
poco tiempo.
"Empujados", Mt., "obligados", Mc., por el Maestro, a quien intentarían seguir
en su ascensión al montículo, debieron retroceder los Apóstoles, mal de su
grado, hacia el mar; la noche se echaba encima y Jesús quería que pasaran a la
otra parte del lago: Y como se hiciese tarde, bajaron sus discípulos al mar.
Soltaron las amarras de la barquilla en que habían venido y navegaron haciendo
rumbo hacia Cafarnaúm, en cuyas cercanías está Betsaida. Y, habiendo entrado en
la barca, pasaron a la otra orilla, hacia Cafarnaúm.
Da aquí Ioh. dos detalles que revelan la ansiedad y el temor con que realizaban
el viaje: la oscuridad de la noche y la falta de la compañía de Jesús: Y había
ya obscurecido; y no había venido Jesús a ellos. Marcos revela aún más el estado
de congoja en que la tripulación se hallaba: había cerrado la noche y les
separaba de Jesús buen trecho de agua, adentrados como se hallaban en el mar: Y
como fuese tarde, la barca estaba en medio del mar, y él solo en tierra. Causaba
la congoja el mal estado del mar sobre el que se había desencadenado furioso
vendaval del norte: Y el mar alborotábase por un viento grande que soplaba. Y la
barquilla, fuera ya del abrigo de la tierra, en medio del mar, era combatida por
las olas.
A la claridad de la luna, pues era probablemente la antevigilia del plenilunio
de Nisán, de la Pascua, Jesús ve, desde el promontorio en que subió a orar, la
barquilla agitada por las olas y a sus tripulantes que, a fuerza de remos y
luchando con el viento que les viene de estribor, tratan de ganar la orilla
occidental: Y viéndoles (Jesús) remar con gran fatiga (pues el viento les era
contrario)... Tan contrario les era, que habiendo embarcado al anochecer, y en
una travesía de tres horas en tiempo normal, se hallaban aún lejos de tierra
sobre las tres de la madrugada: Y a eso de la cuarta vigilia de la noche, de
tres a seis de la mañana...
Narra aquí el Evangelista el prodigio con sencillez sublime: Vino a ellos
(Jesús) andando sobre el mar, contraviniendo las leyes de, la gravedad y
demostrándose Señor de los elementos. Jesús se aproxima a la barca, pero no va
de frente a ella, sino en ademán de pasar de largo por el flanco del navío: Y
quería dejarlos atrás. El cuarto Evangelista, hombre de mar como todos ellos,
puntualiza el camino hecho por la barca hasta la madrugada: Y después que habían
navegado como veinticinco o treinta estadios, 4'5 a 5'5 kilómetros de camino,
probablemente no en línea recta, para salvar los golpes de mar, ancho entonces
allí de 60 estadios = 11 kilómetros, ven a Jesús caminando sobre el mar y que se
acercaba a la barca. Es precioso este detalle de Juan, autor del Evangelio y
testigo presencial del prodigio.
La aparición de Jesús en forma tan insólita llena a los discípulos de terror: Y
ellos, cuando le vieron caminar sobre el mar, pensaron que era fantasma. Era
natural el efecto psicológico del miedo: a las naturales congojas de quien ve en
peligro su vida, se añade lo insólito de la visión nocturna de una sombra, de un
cuerpo extraño sobre el agua; se añade a más el terror supersticioso de aquellos
rudos marinos, que se habían criado entre consejas de espectros, fantasmas y
vestigios nocturnos. Y una voz salió de sus pechos agitados: Y decían: ¡Qué es
fantasma! El miedo es contagioso: en medio del mar embravecido, todos pierden la
serenidad y todos gritan azorados: Y de miedo gritaron. Pues todos le vieron y
se turbaron.
Ante esta manifestación de terror, Jesús se les acerca y les habla; la voz tan
conocida de ellos les calma inmediatamente: Mas luego Jesús habló con ellos y
les dijo: ¡Tened buen ánimo! Podían recobrar la serenidad y fuerzas, porque allí
está el Señor de los elementos: Yo soy, no temáis.
Las palabras de Jesús obran lo que expresan. Pruébalo el ánimo de Pedro, el
ardoroso, quien, ante el silencio de los demás, le dice a Jesús, en confesión
magnífica de su poder: Y respondiendo Pedro, dijo: Señor, si tú eres, mándame ir
a ti sobre las aguas; argumento irrefragable de la fe de Pedro, que reconoce que
el solo mandato de Jesús dará firmeza a las aguas y a él ánimo bastante para
arrojarse de la nave y echar a andar como sobre tierra firme. Y él dijo: Ven; y
Pedro, bajando de la barca, andaba sobre el agua para ir a Jesús. Pero se
hinchaban las aguas y el huracán azotaba a Pedro, y volvió a su corazón el
miedo: Más, siendo el viento recio, tuvo miedo. Tuvo miedo porque titubeó en su
fe: la palabra de Jesús le da fuerza; ahora es su debilidad la que quita
eficacia a la palabra de Jesús, y las aguas ya no le sostienen; la naturaleza
recobra su pesantez al desasirse el espíritu del clavo de la confianza en Jesús:
Y como empezara a hundirse, dió voces, diciendo: ¡Señor sálvame! Con la plegaria
breve y fervorosa, recobra la protección de Jesús: Y en seguida Jesús,
extendiendo la mano, asió de él, y le dijo: ¡(Hombre) de poca fe! ¿Por qué
dudaste? No es el ímpetu del viento quien te iba a hundir, sino tu falta de
confianza en mí.
Dispusiéronse entonces los once a recibirlo en la nave: Quisieron, pues,
recibirlo en la barca; con mayor gozo le recibieron por la pena con que se
habían de él separado horas antes y por el peligro que sin él habían corrido: Y
subió con ellos a la barca, y cesó el viento; un solo querer de la voluntad del
Señor llevó la calma a los elementos y el sosiego a los fatigados discípulos. En
su estupor, ante la repentina calma que sobreviene a la tormenta, rindiéronse
los doce a los pies del Señor, confesando, emocionados y reverentes, la fe en su
divinidad: Y los que estaban en la barca vinieron, haciendo en su presencia
señal de religioso acatamiento, y le adoraron, diciendo: Verdaderamente eres
Hijo de Dios.
La lección que con ello recibieron los Apóstoles fue provechosísima. El milagro
de la multiplicación de los panes no les ha abierto aún bastante los ojos sobre
la omnipotencia de Jesús; este nuevo prodigio hace llegar hasta el fondo del
alma de aquellos hombres marineros, que jamás pudieron sospechar semejante poder
en un hombre, la convicción de la omnipotencia del Señor: Y más se maravillaban
dentro de sí; porque no habían aún entendido lo de los panes. Y no lo habían
entendido, a pesar de la claridad meridiana del prodigio, que bastaba para
convencerles de su omnipotencia, porque su entendimiento y voluntad estaban como
encallecidos para comprender las cosas de Dios: Por cuanto su corazón estaba
ofuscado. Se necesitaba la reiteración de los prodigios, y tales prodigios, para
que cayera la venda de sus ojos.
Cuanto había sido fatigosa la primera mitad de la navegación, así es ahora fácil
y rápida: Y en seguida se encontró la barca en la tierra a la que iban. Iban a
la orilla occidental del lago, y allí abordaron. Pero nótese que no atracaron en
Betsaida ni en Cafarnaúm, como se habían propuesto; la fuerza del viento norte
les había empujado hacia la parte meridional del lago, y desembarcaron en tierra
de (Genesaret, entre Cafarnaúm y Tiberíades: Y hecha la travesía vinieron a
tierra de Genesaret, y atracaron. Desde Magdala, al sur, hasta más arriba de
Cafarnaúm, se extiende esta deliciosa llanura de Genesaret, de clima benigno, de
vegetación variadísima, y cuya área alcanza cerca de seis kilómetros de
longitud, a lo largo del lago, por unos cuatro de ancho; en ella, según Josefo,
se cosechaban riquísimos frutos por espacio de diez meses del año, sin
interrupción.
Dirigióse seguidamente Jesús a la ciudad de Cafarnaúm, en cuya sinagoga
pronunció el famoso discurso que se comenta en los números que siguen y que sólo
reproduce el cuarto Evangelio. Mt. y Mc. prescinden de este episodio, fijándose
solamente en las funciones taumatúrgicas de Jesús en aquella región.
No podía ocultarse a la gente del país, y menos después del prodigio del día
anterior en el desierto, la presencia del Señor: Cuando hubieron salido de la
barca, al punto le conocieron hombres de aquel lugar, entre los que habría
testigos del milagro de la multiplicación de los panes. Ocurrió a la presencia
de Jesús lo de siempre: mientras unos recorrían aquella región anunciando la
llegada del Señor: Y después que le conocieron, enviaron emisarios por toda
aquella comarca; otros, recibida la noticia, le llevaban sus enfermos siguiendo
la ruta de Jesús: Y los que recorrían toda aquella región, comenzaron a traer en
los lechos a los enfermos adonde oían que él estaba. Otros esperaban que
visitara sus poblaciones para demandar la salud para sus enfermos: Y dondequiera
que entraba, en aldeas o en granjas o en ciudades, que todo lo visitaba Jesús en
su bondad, ponían los enfermos en las calles, y le rogaban que permitiese tocar
siquiera la orla de su vestido. Eran las orlas, que la Vulgata llama "fimbrias",
unos hilos de lana o lino, trenzados a veces a guisa de cordones, que colgaban
de los ángulos del manto o pieza exterior del vestido de los judíos; los
prescribía la Ley, y en la mente del legislador debían ser un memorial perpetuo
de los mandamientos de Dios (Num. 15, 38-41). Este carácter sagrado de las orlas
era lo que estimulaba a las multitudes a tocarlas con preferencia a las demás
piezas de la indumentaria de Jesús. Quizás contribuyó a ello la noticia de la
curación de la hemorroísa, obrada en Cafarnaúm y lograda por este contacto.
Y cuantos le tocaban, quedaban sanos: no pudiendo Jesús imponer sus manos a
todos los enfermos, comunicaba benignamente virtud curativa a sus vestidos para
hacer más copiosa su misericordia. Con estas lacónicas palabras refiere el
Evangelista la gran epopeya de la piedad, del poder y do la misericordia de
Jesús para con aquel pueblo, que obtenía la curación de los enfermos del cuerpo
y no quiso curar la gran dolencia de la incredulidad de su espíritu.
Lecciones morales. — A) v. 47. — La barca estaba en medio del mar... — La
barquilla es nuestra vida: la tempestad nos la llevamos cada uno de nosotros,
dice San Agustín, porque la levantan en nuestro espíritu los vientos de toda
concupiscencia. Mientras nosotros estamos bogando con viento contrario,
resistiendo el empuje de las fuerzas bajas de la vida, Jesús nos mira desde el
monte del cielo. No nos socorre a veces inmediatamente para ejercitarnos en la
paciencia y en los trabajos; pero "siempre ruega intercediendo por nosotros" (Hebr.
7, 25). Y cuando parecen agotarse nuestras fuerzas, se nos hace presente, a
veces en forma extraordinaria, para sacarnos del peligro. Esperemos siempre con
paciencia y confianza su socorro, sin, cejar un momento en la lucha.
B) v. 48. — Y quería dejarlos atrás... — Hace ademán Jesús de pasar de largo
junto a sus discípulos, extenuados ya por la fatiga; pero es, dice San Agustín,
para que salga de sus pechos el gritó de angustia revelador de la miseria en que
se hallan. Entonces se acerca a ellos, Jesús, les habla con blandura y les quita
todo temor. Así nos sucede a nosotros: parécenos a veces, mientras nos estamos
debatiendo con nuestros enemigos, que Jesús pasa de largo junto a nosotros, sin
que nos brinde ningún consuelo, sin que cuide de las fuerzas que nos aturden y
acorralan. Es entonces la hora de que oiga Jesús el grito de nuestra debilidad y
angustia. No tardará en venirnos entonces el socorro.
C) v. 51. — Y subió con ellos a la barca, y cesó el viento. — La compañía de
Jesús siempre da paz. El es el Rey pacífico, que vino a la tierra a traer la paz
de buena voluntad a los hombres. Si trae la guerra alguna vez, es para dar mayor
paz, porque la trae para anular todo elemento de perturbación en nuestra vida.
Así lo vemos en esta circunstancia anda pacíficamente sobre las turbadas olas;
produce la paz en el corazón de los discípulos; pacifica los elementos. Si ha
consentido unos momentos la turbación de sus Apóstoles es para afianzarles más
en su fe y hacerles inconmovibles. Por ello vemos que los que supieron penetrar
la grandeza del milagro de la multiplicación de los panes, ahora se prosternan
ante Jesús y le adoran como Dios.
D) v. 51. — Y más se maravillaban dentro de sí... — La presencia sensible de la
divinidad produce siempre pasmo en nuestro espíritu: es tan grande Dios, y
nosotros tan pequeños! Y esta presencia de Dios, la hemos experimentado cien
veces en nuestra vida, si no de una manera corporal y milagrosa, como los
Apóstoles, en forma de intervenciones insólitas, verdaderamente providenciales,
de manera que hemos tenido que decir: Aquí está la mano de Dios! Como la
presencia sensible del poder de Jesús iluminó el espíritu de los Apóstoles para
comprender más a Jesús, así hemos de aprovechar estas extraordinarias
coyunturas, para recoger la luz que en ellas envuelve Dios y pedirle nos sirva
ella para mejor conocerle y conocer lo que en nosotros hace y lo que de nosotros
quiere.
E) v. 55. — Recorrían toda aquella región... — Nos dan los habitantes de la
tierra de Genesaret una lección de caridad. Al abordar en sus playas el divino
Médico, corren diligentes a anunciar la nueva por toda la región para que se
beneficien del poder misericordioso de Jesús sus hermanos enfermos. En el orden
material, y más aún en el espiritual, debiéramos imitar a aquellos galileos,
difundiendo entre nuestros prójimos, en las variadas formas que nuestro celo nos
sugiera, el nombre, el pensamiento, los ejemplos y los mandatos de Jesús,
contribuyendo a "formar atmósfera" en que las almas de nuestros hermanos
respiren el suave y eficacísimo olor de Jesús. Todos, sacerdotes y seglares,
cristianos de toda condición, podemos ser, bajo este punto, apóstoles de Jesús y
factores de la dilatación de su reino.
F) v. 55. — Comenzaron a traer en los lechos a los enfermos... — Otro acto de
caridad de los allegados de los enfermos. Triste y gozoso espectáculo a la vez
el de Jesús atravesando serenamente calles y plazas, por entre hileras de
parihuelas donde yacían los enfermos! Es la misericordia de Dios en presencia de
la miseria humana; el Médico del cielo entre las torturas de los males de la
tierra. Aun hoy se reproduce el simpático episodio. Jesús acude al lecho del
enfermo, convive con toda humana desgracia en hospitales y sanatorios,
manicomios y casas de corrección. En el orden espiritual visita las
inteligencias y corazones extraviados y se pone en contacto con todos los
enfermos del alma que no le rechazan. Ayudemos, como los paisanos de la tierra
de Genesaret, a este contacto de los hombres con Jesús, de quien viene todo
bien; y sólo bien.
G) V. 45. — Le rogaban que permitiese tocar siquiera la orla de su vestido... —
Toca a Jesús quien con fe se llega a Jesús, dice San Agustín. Este contacto de
las almas con el Señor es el que les hace bien. El contacto corporal no es más
que un símbolo y como un instrumento por donde llega a nosotros la virtud de
Jesús. Así sucede con los sacramentos, que son como el envoltorio en que Jesús
ha escondido la fuerza de su divinidad. Y si la fe rudimentaria de aquellos
judíos y el simple contacto de las franjas de su vestido les hizo tanto bien,
¿qué no podremos nosotros esperar del contacto con Jesús por los sacramentos,
divinos instrumentos de su poder, especialmente del mayor de todos ellos, el de
la Eucaristía, en que no sólo tocamos, sino que comemos el santísimo Cuerpo del
Redentor?
H) v. 56. — Y cuantos le tocaban, quedaban sanos... — Es la gran función del
Hijo de Dios hecho hombre: sanar a los hombres sus hermanos que entran en
contacto con El. Todo lo sana: la inteligencia con su verdad; el corazón con su
amor; la vida entera orientándola a un fin sobrenatural que no es otro que el
mismo Dios. Sana los individuos y los pueblos. Tiene un remedio para cada
dolencia, y su terapéutica divina tiene recursos para todo mal que aqueje a la
humanidad en su evolución a través de los siglos. La "salvación", esta palabra
que resume toda la eficacia y toda la divina filosofía de la religión de Jesús,
no es en definitiva más que la total sanidad, eterna sanidad de los hombres que
la logren: porque en el cielo, dice San Agustín, todo es salud, del cuerpo y del
alma. Y estas palabras: "cuan-tos le tocaban, quedaban sanos", se realizarán de
lleno, dice San Jerónimo, cuando nos veamos libres del llanto de esta vida.
(El Evangelio Explicado Vol. II Ed. Rafael Casulleras, Barcelona, 1949, Pág. 362
y ss)
--------------------------------------------------------------
John Henry Cardenal Newman
II. LA OMNIPOTENCIA DE DIOS, RAZÓN DE FE Y ESPERANZA
En la catedral de St. Chaud, 1848
Nuestro Señor mandó a los vientos y al mar, y los hombres que lo vieron dijeron
maravillados: ¿Qué clase de hombre es éste, que los vientos y el mar le
obedecen? Era un milagro. Demostraba el poder de Nuestro Señor sobre la
Naturaleza. Y por eso se asombraron; porque no podían comprender (y con razón)
cómo un hombre podía tener poder sobre la Naturaleza de no ser que dicho poder
le fuera concedido por Dios. La Naturaleza sigue su propio camino y nosotros no
podemos alterarlo. El hombre no lo puede alterar; sólo puede usar de él. La
materia, por ejemplo, cae hacia abajo; la tierra, piedras, hierro, todo cae
hacia la tierra cuando se les abandona a sí mismos. Más aún, abandonados a si
mismos no pueden moverse sino cayendo. Nunca se mueven si no tiramos de ellos o
los empujamos. El agua, igualmente, nunca se alza en montón o masa, sino que
fluye por todos lados tanto como puede. El fuego siempre arde o tiende a arder.
El viento sopla de un lado a otro sin una regla o ley visible, y no podemos
decir cómo soplará mañana según como sopla hoy. Vemos todas estas cosas. Tienen
su propio camino. No podemos alterarlas. Todo lo que podemos intentar es usar de
ellas; las tomamos tal corno las encontramos y las empleamos. No pretendernos
cambiar la naturaleza del fuego, la tierra, el aire o el agua, pero observamos
cuál es la naturaleza de cada uno de ellos e intentamos sacarles provecho.
Aprovechamos el vapor, y lo usamos en trenes y barcos; aprovechamos el fuego, y
lo usamos de mil maneras. Utilizamos las cosas de la Naturaleza, nos sometemos a
sus leyes y sacamos provecho de ellas; pero no podemos mandar a la Naturaleza.
No intentamos alterarla, sino únicamente dirigirla a nuestros propios fines.
Con Nuestro Señor era muy diferente: usaba, desde luego, de los vientos y del
agua (usaba del agua cuando iba en barca y de los vientos cuando permitía a la
vela desplegarse sobre é1). Los usaba, pero más aún, mandaba a los vientos y a
las olas; tenía poder para increpar, cambiar, desvirtuar el curso de la
Naturaleza, tanto como para usar de ella. Estaba sobre la Naturaleza. Tenía
poder sobre ella. Esto, es lo que hacía a los hombres maravillarse. Marineros
experimentados pueden hacer uso de los vientos y de las olas para llegar a
tierra. Más aún, incluso en medio de una tormenta saben cómo aprovecharse de
ella, conocen lo que tienen que hacer, y están a la observación para sacar
provecho de todo lo que ocurre. Pero Nuestro Señor no condescendió a hacer esto.
No les instruyó de cómo manejar las velas, ni de cómo gobernar la embarcación,
sino que se dirigió directamente a los vientos y a las olas y los paró,
obligándoles a hacer lo que era contra su naturaleza.
Igualmente, cuando la enfermedad de Lázaro, Nuestro Señor pudo haber ido a él y
haberle recetado la medicina adecuada y el tratamiento que le hubiera curado. No
hizo nada de esto —le dejó morir—, y Santa Marta, cuando, por fin, vino El, le
dijo: "Señor, si hubieras estado aquí mi hermano no habría muerto" (Io, XI).
Pero Nuestro Señor tenía una razón. Deseaba mostrar su poder sobre la
Naturaleza. Deseaba triunfar sobre la muerte. Y así, en lugar de evitar que
Lázaro muriera mediante el arte de la medicina, triunfó sobre la muerte mediante
un milagro. Nadie tiene poder sobre la Naturaleza sino Aquel que la hizo. Nadie
puede obrar un milagro sino Dios. Si surgen milagros tenemos una prueba de que
Dios esta presente. Y es así, que cuando quiera que Dios visita la tierra
realiza milagros. Es la llamada que El hace a nuestra atención. De esta manera
nos recuerda que es el Creador. Sólo quien hizo puede deshacer. Quien construyó
puede destruir. Quien dio a la Naturaleza sus leyes puede cambiarlas. Quien hizo
que el fuego arda, el alimento nutra, el agua fluya y el hierro pese, es el
único que puede hacer fuego frío, alimento inútil, agua firme y sólida, hierro
ligero, y por eso cuando envió a los apóstoles o a los profetas, Moisés, Josué,
Samuel o Elías, los envió con milagros, para demostrar su presencia entre sus
siervos. Entonces todas las cosas empezaron a mudar su naturaleza; los egipcios
fueron atormentados con plagas extrañas; las aguas se amontonan para que el
pueblo elegido pase; éste fue alimentado en el desierto con maná; el sol y la
luna se pararon, porque Dios estaba allí.
Esto, pues, fue lo que les hizo maravillarse a los hombres cuando Nuestro Señor
calmó la tormenta sobre el mar. Era una prueba de que Dios estaba allí, aunque
no lo habían visto. Pero en realidad Dios estaba allí y lo vieron, porque Cristo
era Dios; pero en tanto en cuanto aprendieron esta alta y sagrada verdad por el
milagro, así comprendieron que Dios, realmente, estaba allí. Allá estaba su
mano, allí estaba su poder y por eso temieron. Vosotros habéis leído en los
libros—supongo—relatos de grandes hombres que llegan disfrazados y al final son
reconocidos por su voz o por alguna acción que les delata. Sus voces, sus
palabras, sus maneras o sus hazañas son su marca — una especie de firma—. Y de
igual modo, cuando Dios anda por la tierra, nos da medios de saberlo, aunque es
un Dios escondido y no ostenta abiertamente su gloria. Poder sobre la Naturaleza
es la señal que nos da de que El, el Creador de la Naturaleza, está en medio de
nosotros.
Y por eso Dios es llamado omnipotente; éste es su atributo distintivo. El hombre
es poderoso solamente a través de la Naturaleza, utiliza la Naturaleza como
instrumento. Pero Dios no tiene necesidad de la Naturaleza para realizar su
voluntad, sino que hace su obra, unas veces mediante la Naturaleza y otras sin
ella, según le place.
Observaréis que este atributo de Dios es el único mencionado en el Credo: "Creo
en Dios, Padre Todopoderoso." No se dice:"Creo en Dios, Padre Misericordioso, o
Santísimo, o Sabio", aunque todos esos atributos son suyos también, sino "creo
en Dios, Padre Todopoderoso". ¿Por qué? Es claro; porque este atributo es la
razón por la cual yo creo. La fe es el principio de la religión, y, por eso, la
omnipotencia de Dios se presenta como el primero y fundamental de sus atributos,
y, precisamente, el que debe mencionarse en el Credo.
No podríamos creer en El si no supiéramos que es todopoderoso. Nada es demasiado
difícil de creer acerca de Aquel para quien nada es demasiado difícil de hacer.
Recordáis que cuando a Abrahán se le prometió que la vieja Sara, su mujer,
tendría un hijo, Sara se rió. ¿Por qué? Porque no había comprendido
suficientemente la omnipotencia de Dios. Por eso el Señor le dijo: "¿Hay algo
imposible para Dios?" (Gen., XVIII).
Esta idea es muy importante para nosotros hoy, porque será un medio de sostener
nuestra fe. ¿Por qué creéis todos los hechos extraños y maravillosos recogidos
en la Escritura? Porque Dios es omnipotente y puede hacerlos. ¿Por qué creéis
que una Virgen concibió y dio a luz un Hijo? Porque es un acto de Dios y El
puede hacer cualquier cosa. Como el Ángel Gabriel dijo a la Santísima Virgen:
"Nada es imposible para Dios". Por otra parte, cuando el santo Zacarías fue
advertido por el Ángel de que la anciana Isabel, su mujer, concebiría, dijo:
"¿De dónde creeré yo esto?" Y fue castigado inmediatamente por su incredulidad.
¿Por qué creéis que Nuestro Señor resucitó? ¿Por qué nos redimió a todos con su
preciosa sangre? ¿Por qué lava nuestros pecados en el bautismo? Porque nada es
demasiado difícil para el Señor. Esto se aplica especialmente al gran milagro
del altar. ¿Por qué creéis que el sacerdote transforma el pan en el Cuerpo de
Cristo? Porque Dios es omnipotente y nada es demasiado difícil para El. Y, aún
más, sabéis también, como he dicho, que los milagros son los signos y señales de
la presencia de Dios. Pues si El está presente en la Iglesia católica, es
natural esperar que hará algunos milagros, y si no los hiciera estaríamos casi
tentados de creer que había abandonado a su Iglesia.
Esto es lo que Nuestro Señor manifestó al santo Natanael. Natanael, impresionado
por algo que dijo Nuestro Señor, gritó: "Rabí, Tú eres el Hijo de Dios, Tú eres
el Rey de Israel." El contestó: "¿Por lo que te he dicho crees? Verás aún cosas
mayores." No hay límite para el poder de Dios. Es inagotable. No haya, pues,
límite a nuestra fe. No nos asustemos por lo que hemos de creer; busquemos más
todavía. Algunas personas son reacias a creer los milagros atribuidos a los
santos. Sabemos ahora que tales milagros no forman parte de la fe; no tienen
sitio en el Credo. Y algunos se nos han transmitido con más evidencia que otros.
Unos pueden ser verdaderos, y otros no tan ciertamente. Otros, por fin, pueden
ser, verdad, pero no milagros. Pero, aún así ¿por qué asombran de oír hablar de
milagros? ¿Están por encima del poder de Dios? Y ¿no está Dios presente en los
santos? Y ¿no ha obrado El milagros desde la antigüedad? ¿Son los milagros una
cosa nueva? No hay razón para sorprenderse; por el contrario, en el Sacrificio
de la Misa realiza El, diariamente, el más maravilloso de los milagros por medio
de la palabra del sacerdote. Entonces, si diariamente realiza un milagro mayor
que cualquiera que pueda decirse, pregunto: ¿Por qué sorprendernos de oír
hablar, de vez en cuando, de otros milagros menores?
El evangelio de hoy nos presenta el deber de la fe y lo fundamenta sobre la
omnipotencia de Dios. Nada es demasiado difícil para El, y nosotros creemos lo
que la Iglesia nos enseña acerca de sus hechos y providencias, porque El puede
hacer cualquier cosa que quiera. Pero hay otra gracia que nos enseña el
Evangelio y que es: esperar o confiar. Esperanza y miedo son opuestos; temían
porque no esperaban. Esperar es no sólo creer en Dios, sino creer y estar
ciertos de que nos ama y desea nuestro bien. Pero la fe sin esperanza no basta
para llevarnos a Cristo. Los diablos creen y tiemblan (Jac., II). Creen, pero no
van a Cristo porque no esperan, sino desesperan. Desesperan de alcanzar ningún
bien de El. Al contrario, saben que no tendrán sino mal, y por eso se mantienen
alejados. Recordáis que el endemoniado dijo: "¿Qué hay entre ti y nosotros, Hijo
de Dios? ¿Has venido aquí a destiempo para atormentarnos?" (Mt., VIII). La
venida de Cristo no era confortadora para ellos; al contrario, se apartan de El.
Sabían que no les destinaba bienes, sino castigos. Pero a los hombres les
destina bienes y, sabiendo y sintiendo esto, los hombres son atraídos hacia El.
No irán a Dios hasta estar seguros de esto. Deben creer que es no sólo
omnipotente, sino también misericordioso. La fe está fundada en el conocimiento
de que Dios es omnipotente; la esperanza lo está en el conocimiento de que Dios
es misericordioso. Y la presencia de Nuestro Señor y Salvador Jesucristo, nos
excita a esperar tanto como a creer, por que su nombre, Jesús, significa
Salvador, y por que fue tan amante, dulce y bondadoso cuando estuvo en la
tierra.
Cuando sobrevino la tormenta dijo a sus discípulos: "¿Por qué teméis?" Esto es,
"debéis esperar, confiar, descansar vuestro corazón en Mí. Yo soy no sólo
omnipotente, sino misericordioso. He venido a la tierra porque soy quien más os
ama. ¿Por qué estoy aquí, por qué estoy en carne humana, por qué tengo estas
manos extendidas hacia vosotros, por qué tengo estos ojos de los que fluyen
lágrimas de piedad, sino porque deseo vuestro bien, porque deseo salvaros? La
tormenta no puede dañaros si Yo estoy con vosotros. ¿Podéis estar mejor situados
que bajo mi protección? ¿Dudáis de mi poder o de mi voluntad, pensáis que me
descuido porque duermo en la barca y que no puedo ayudaros si no estoy
despierto? ¿Por qué dudáis? ¿Por qué teméis? He estado tanto tiempo entré
vosotros y ¿no confiáis en Mí, no podéis permanecer en paz y tranquilos a mi
lado?"
Y eso mismo, hermanos míos, nos dice ahora. Todos los que vivimos esta vida
mortal tenemos nuestras aflicciones. Vosotros tenéis vuestras pesadumbres; pero
cuando estéis afligidos y las olas parezcan elevarse y estar prontas a
sumergiros, haced un acto de fe, un acto de esperanza en vuestro Dios y
Salvador. Os llama Aquel que tiene su boca y sus manos llenas de bendiciones
para vosotros. Dice: "Venid a Mí todos los que estáis fatigados y cargados, que
yo os aliviaré" (Mt., xi). "Todos los que estáis sedientos—dice por su
profeta—venid a las aguas, y los que no tenéis dinero, apresuraos, comprad y
comed." Nunca entre en vuestra mente la idea de que Dios es un amo duro, severo.
Día llegará, es verdad, en que vendrá como justo Juez, pero ahora es tiempo de
misericordia. Beneficiaos de Él, aprovechad el tiempo de gracia. "Mirad que
ahora es el tiempo grato, mirad que ahora es el día de la salvación." Este es el
día de la esperanza, éste es el día del trabajo, éste es el día de actividad."
"Viene la noche cuando el hombre no puede trabajar"; pero nosotros somos hijos
de la luz y del día, y, por lo tanto, la desesperación, frialdad de corazón, el
miedo, la pereza, son pecado en nosotros. Os vienen, verdaderamente, tentaciones
de murmurar, pero resistidlas, apartadlas, rogad a Dios que os ayude con su
poderosa gracia. El no nos permite caer en una tentación sin habernos dado
gracia para superarla. No abandonéis vuestra esperanza, antes bien "levantad
vuestras lánguidas manos y relajadas rodillas (Hebr., XII). "No perdáis vuestra
confianza, que tiene una gran recompensa" (Hebr., x). Buscad el rostro de Aquel
que habita siempre, con presencia real y corporal, en su Iglesia.
Haced, al menos, lo que hicieron los discípulos. Tenían sólo una fe débil,
temían, no tenían una gran confianza ni paz, pero, por lo menos, no se separaban
de Cristo. No se quedaban tranquilamente sentados y tristes, sino que iban a El.
¡Ah, pero nuestro mejor estado no es superior al peor de los apóstoles! Nuestro
Señor les reprochó porque tenían poca fe, porque le llamaban gritando. Yo
desearía que nosotros, los cristianos de hoy, hiciéramos esto al menos. Yo
desearía que llegáramos a gritarle pidiéndole socorro. Desearía que tuviéramos
tan sólo la fe y la esperanza que Cristo creyó tan pequeña en sus primeros
discípulos. Imitad a los apóstoles en su debilidad por lo menos, si no podéis
imitarles en su fortaleza. Si no podéis portaros como santos, portaos por lo
menos como cristianos. No os defendáis de El, antes bien, cuando estéis en apuro
acudid a El, día tras día, pidiéndole fervorosamente y con perseverancia
aquellos favores que El sólo puede otorgar. Y así como en esta ocasión que nos
narran los Evangelios, el reprochó a sus discípulos, pero hizo por ellos lo que
le habían pedido, así (confiaremos en su gran misericordia), aunque observe
tanta falta de firmeza en vosotros, que no debía existir, se dignará increpar a
los vientos y al mar y dirá: "Paz, estad tranquilos". Y habrá una gran calma.
(Sermones Católicos, NEBLI Clásicos de Espiritualidad, Ed. RIALP, Pág. 63 y ss.)
---------------------------------------------------------------
SAN AGUSTÍN
«Y el Señor dijo: “ven”. Y bajo la palabra del que mandaba, bajo la presencia
del que sostenía, bajo la presencia del que disponía, Pedro, sin vacilar y sin
demora saltó al agua y comenzó a caminar. Pudo lo mismo que el Señor, no por sí,
sino por el Señor. Lo que nadie puede hacer en Pedro, o en Pablo, o en cualquier
otro de los Apóstoles, puede hacerlo en el Señor... Pedro caminó sobre las aguas
por mandato del Señor, sabiendo que por sí mismo no podía hacerlo. Por la fe
pudo lo que la debilidad humana no podía.
«Estos son los fuertes de la Iglesia. Atended, escuchad, entended, obrad. Porque
no hay que tratar aquí con los fuertes, para que sean débiles, sino con los
débiles para que sean fuertes. A muchos les impide ser fuertes en su presunción
de firmeza. Nadie logra de Dios la firmeza, sino quien en sí mismo reconoce su
flaqueza...Contemplad el siglo como un mar, lo que cae bajo tus pies. Si amas al
siglo, te engullirá. Sabe devorar a sus amadores, no soportarlos. Pero, cuando
tu corazón fluctúa invoca la divinidad de Cristo... Dí: “¡Señor, perezco,
sálvame!” Dí: “perezco”, para que no perezcas. Porque solo te libra de la carne
quien murió por ti en la carne». (Sermón 76,5-6)
(Material Tomado de. Año litúrgico patrístico (6). P. Manuel Garrido, O. S. B.
4.)
-------------------------------------------------------------
Juan Pablo II
Audiencia general del Miércoles 2 de diciembre de 1987
Los milagros de Jesús como signos salvíficos
1. No hay duda sobre el hecho de que, en los Evangelios, los milagros de Cristo
son presentados como signos del reino de Dios, que ha irrumpido en la historia
del hombre y del mundo. “Mas si yo arrojo a los demonios con el Espíritu de
Dios, entonces es que ha llegado a vosotros el reino de Dios”, dice Jesús (Mt
12, 28). Por muchas que sean las discusiones que se puedan entablar o, de hecho,
se hayan entablado acerca de los milagros (a las que, por otra parte, han dado
respuesta los apologistas cristianos), es cierto que no se pueden separar los
“milagros, prodigios y señales”, atribuidos a Jesús e incluso a sus Apóstoles y
discípulos que obraban “en su nombre”, del contexto auténtico del Evangelio. En
la predicación de los Apóstoles, de la cual principalmente toman origen los
Evangelios, los primeros cristianos oían narrar de labios de testigos oculares
los hechos extraordinarios acontecidos en tiempos recientes y, por tanto,
controlables bajo el aspecto que podemos llamar crítico-histórico, de manera que
no se sorprendían de su inserción en los Evangelios. Cualesquiera que hayan sido
en los tiempos sucesivos las contestaciones, de las fuentes genuinas de la vida
y enseñanza de Jesús emerge una primera certeza: los Apóstoles, los Evangelistas
y toda la Iglesia primitiva veían en cada uno de los milagros el supremo poder
de Cristo sobre la naturaleza y sobre las leyes. Aquel que revela a Dios como
Padre Creador y Señor de lo creado, cuando realiza estos milagros con su propio
poder, se revela a Sí mismo como Hijo consubstancial con el Padre e igual a Él
en su señorío sobre la creación.
2. Sin embargo, algunos milagros presentan también otros aspectos
complementarios al significado fundamental de prueba del poder divino del Hijo
del hombre en orden a la economía de la salvación.
Así, hablando de la primera “señal” realizada en Caná de Galilea, el Evangelista
Juan hace notar que, a través de ella, Jesús “manifestó su gloria y creyeron en
Él sus discípulos” (Jn 2, 11). El milagro, pues, es realizado con una finalidad
de fe, pero tiene lugar durante la fiesta de unas bodas. Por ello, se puede
decir que, al menos en la intención del Evangelista, la “señal” sirve para poner
de relieve toda la economía divina de la alianza y de la gracia que en los
libros del Antiguo y del Nuevo Testamento se expresa a menudo con la imagen del
matrimonio. El milagro de Caná de Galilea, por tanto, podría estar en relación
con la parábola del banquete de bodas, que un rey preparó para su hijo, y con el
“reino de los cielos” escatológico que “es semejante” precisamente a un banquete
(cf. Mt 22, 2). El primer milagro de Jesús podría leerse como una “señal” de
este reino, sobre todo, si se piensa que, no habiendo llegado aún “la hora de
Jesús”, es decir, la hora de su pasión y de su glorificación (Jn 2, 4; cf. 7,
30; 8, 20; 12, 23, 27; 13, 1; 17, 1), que ha de ser preparada con la predicación
del “Evangelio del reino” (cf. Mt 4, 23; 9, 35), el milagro, obtenido por la
intercesión de María, puede considerarse como una “señal” y un anuncio simbólico
de lo que está para suceder.
3. Como una “señal” de la economía salvífica se presta a ser leído, aún con
mayor claridad, el milagro de la multiplicación de los panes, realizado en los
parajes cercanos a Cafarnaum. Juan enlaza un poco más adelante con el discurso
que tuvo Jesús el día siguiente, en el cual insiste sobre la necesidad de
procurarse “el alimento que permanece hasta la vida eterna”, mediante la fe “en
Aquel que El ha enviado” (Jn 6, 29), y habla de Sí mismo como del Pan verdadero
que “da la vida al mundo” (Jn 6, 33) y también que Aquel que da su carne “para
vida del mundo” (Jn 6, 51). Está claro que el preanuncio de la pasión y muerte
salvífica, no sin referencias y preparación de la Eucaristía que había de
instituirse el día antes de su pasión, como sacramento-pan de vida eterna (cf.
Jn 6, 52-58).
4. A su vez, la tempestad calmada en el lago de Genesaret puede releerse como
“señal” de una presencia constante de Cristo en la “barca” de la Iglesia, que,
muchas veces, en el discurrir de la historia, está sometida a la furia de los
vientos en los momentos de tempestad. Jesús, despertado por sus discípulos,
orden a los vientos y al mar, y se hace una gran bonanza. Después les dice:
“¿Por qué sois tan tímidos? ¿Aún no tenéis fe?” (Mc 4, 40). En éste, como en
otros episodios, se ve la voluntad de Jesús de inculcar en los Apóstoles y
discípulos la fe en su propia presencia operante y protectora, incluso en los
momentos más tempestuosos de la historia, en los que se podría infiltrar en el
espíritu la duda sobre a asistencia divina. De hecho, en la homilética y en la
espiritualidad cristiana, el milagro se ha interpretado a menudo como “señal” de
la presencia de Jesús y garantía de la confianza en Él por parte de los
cristianos y de la Iglesia.
5. Jesús, que va hacia los discípulos caminando sobre las aguas, ofrece otra
“señal” de su presencia, y asegura una vigilancia constante sobre sus discípulos
y su Iglesia. “Soy yo, no temáis”, dice Jesús a los Apóstoles que lo habían
tomado por un fantasma (cf. Mc6, 49-50; cf. Mt 14, 26-27; Jn 6, 16-21). Marcos
hace notar el estupor de los Apóstoles “pues no se habían dado cuenta de lo de
los panes: su corazón estaba embotado” (Mc 6, 52). Mateo presenta la pregunta de
Pedro que quería bajar de la barca para ir al encuentro de Jesús, y nos hace ver
su miedo y su invocación de auxilio, cuando ve que se hunde: Jesús lo salva,
pero lo amonesta dulcemente: “Hombre de poca fe, ¿por qué has dudado?” (Mt 14,
31). Añade también que los que estaban en la barca “se postraron ante Él,
diciendo: Verdaderamente, tú eres Hijo de Dios” (Mt 14, 33).
6. Las pescas milagrosas son para los Apóstoles y para la Iglesia las “señales”
de la fecundidad de su misión, si se mantienen profundamente unidas al poder
salvífico de Cristo (cf. Lc 5, 4-10; Jn 21, 3-6). Efectivamente, Lucas inserta
en la narración el hecho de Simón Pedro que se arroja a los pies de Jesús
exclamando: “Señor, apártate de mí, que soy hombre pecador” (Lc 5, 8), y la
respuesta de Jesús es: “No temas, en adelante vas a ser pescador de hombres” (Lc
5, 10). Juan, a su vez, tras la narración de la pesca después de la
resurrección, coloca el mandato de Cristo a Pedro: “Apacienta mis corderos,
apacienta mis ovejas" (cf. Jn 21, 15-17). Es un acercamiento significativo.
7. Se puede, pues, decir que los milagros de Cristo, manifestación de la
omnipotencia divina respecto de la creación, que se revela en su poder mesiánico
sobre hombres y cosas, son, al mismo tiempo, las “señales” mediante las cuales
se revela la obra divina de la salvación, la economía salvífica que con Cristo
se introduce y se realiza de manera definitiva en la historia del hombre y se
inscribe así en este mundo visible, que es también obra divina. La gente —como
los Apóstoles en el lago—, viendo los milagros de Cristo, se pregunta: “¿Quién
será éste, que hasta el viento y el mar le obedecen?” (Mc 4, 41), mediante estas
“señales”, queda preparada para acoger la salvación que Dios ofrece al hombre en
su Hijo.
Este es el fin esencial de todos los milagros y señales realizados por Cristo a
los ojos de sus contemporáneos, y de todos los milagros que a lo largo de la
historia serán realizados por sus Apóstoles y discípulos con referencia al poder
salvífico de su nombre: “En nombre de Jesús Nazareno, anda” (Act 3, 6).
--------------------------------------------------------------
CATECISMO
Las características de la fe
La fe es una gracia
153 Cuando San Pedro confiesa que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios vivo,
Jesús le declara que esta revelación no le ha venido "de la carne y de la
sangre, sino de mi Padre que está en los cielos" (Mt 16,17; cf. Ga 1,15; Mt
11,25). La fe es un don de Dios, una virtud sobrenatural infundida por él, "Para
dar esta respuesta de la fe es necesaria la gracia de Dios, que se adelanta y
nos ayuda, junto con el auxilio interior del Espíritu Santo, que mueve el
corazón, lo dirige a Dios, abre los ojos del espíritu y concede `a todos gusto
en aceptar y creer la verdad'" (DV 5).
La fe es un acto humano
154 Sólo es posible creer por la gracia y los auxilios interiores del Espíritu
Santo. Pero no es menos cierto que creer es un acto auténticamente humano. No es
contrario ni a la libertad ni a la inteligencia del hombre depositar la
confianza en Dios y adherirse a las verdades por él reveladas. Ya en las
relaciones humanas no es contrario a nuestra propia dignidad creer lo que otras
personas nos dicen sobre ellas mismas y sobre sus intenciones, y prestar
confianza a sus promesas (como, por ejemplo, cuando un hombre y una mujer se
casan), para entrar así en comunión mutua. Por ello, es todavía menos contrario
a nuestra dignidad "presentar por la fe la sumisión plena de nuestra
inteligencia y de nuestra voluntad al Dios que revela" (Cc. Vaticano I: DS 3008)
y entrar así en comunión íntima con El.
155 En la fe, la inteligencia y la voluntad humanas cooperan con la gracia
divina: "Creer es un acto del entendimiento que asiente a la verdad divina por
imperio de la voluntad movida por Dios mediante la gracia" (S. Tomás de A., s.th.
2-2, 2,9; cf. Cc. Vaticano I: DS 3010).
La fe y la inteligencia
156 El motivo de creer no radica en el hecho de que las verdades reveladas
aparezcan como verdaderas e inteligibles a la luz de nuestra razón natural.
Creemos "a causa de la autoridad de Dios mismo que revela y que no puede
engañarse ni engañarnos". "Sin embargo, para que el homenaje de nuestra fe fuese
conforme a la razón, Dios ha querido que los auxilios interiores del Espíritu
Santo vayan acompañados de las pruebas exteriores de su revelación" (ibid., DS
3009). Los milagros de Cristo y de los santos (cf. Mc 16,20; Hch 2,4), las
profecías, la propagación y la santidad de la Iglesia, su fecundidad y su
estabilidad "son signos ciertos de la revelación, adaptados a la inteligencia de
todos", "motivos de credibilidad que muestran que el asentimiento de la fe no es
en modo alguno un movimiento ciego del espíritu" (Cc. Vaticano I: DS 3008-10).
157 La fe es cierta, más cierta que todo conocimiento humano, porque se funda en
la Palabra misma de Dios, que no puede mentir. Ciertamente las verdades
reveladas pueden parecer oscuras a la razón y a la experiencia humanas, pero "la
certeza que da la luz divina es mayor que la que da la luz de la razón natural"
(S. Tomás de Aquino, s.th. 2-2, 171,5, obj.3). "Diez mil dificultades no hacen
una sola duda" (J.H. Newman, apol.).
158 "La fe trata de comprender" (S. Anselmo, prosl. proem.): es inherente a la
fe que el creyente desee conocer mejor a aquel en quien ha puesto su fe, y
comprender mejor lo que le ha sido revelado; un conocimiento más penetrante
suscitará a su vez una fe mayor, cada vez más encendida de amor. La gracia de la
fe abre "los ojos del corazón" (Ef 1,18) para una inteligencia viva de los
contenidos de la Revelación, es decir, del conjunto del designio de Dios y de
los misterios de la fe, de su conexión entre sí y con Cristo, centro del
Misterio revelado. Ahora bien, "para que la inteligencia de la Revelación sea
más profunda, el mismo Espíritu Santo perfecciona constantemente la fe por medio
de sus dones" (DV 5). Así, según el adagio de S. Agustín (serm. 43,7,9), "creo
para comprender y comprendo para creer mejor".
159 Fe y ciencia. "A pesar de que la fe esté por encima de la razón, jamás puede
haber desacuerdo entre ellas. Puesto que el mismo Dios que revela los misterios
y comunica la fe ha hecho descender en el espíritu humano la luz de la razón,
Dios no podría negarse a sí mismo ni lo verdadero contradecir jamás a lo
verdadero" (Cc. Vaticano I: DS 3017). "Por eso, la investigación metódica en
todas las disciplinas, si se procede de un modo realmente científico y según las
normas morales, nuca estará realmente en oposición con la fe, porque las
realidades profanas y las realidades de fe tienen su origen en el mismo Dios.
Más aún, quien con espíritu humilde y ánimo constante se esfuerza por escrutar
lo escondido de las cosas, aun sin saberlo, está como guiado por la mano de
Dios, que, sosteniendo todas las cosas, hace que sean lo que son" (GS 36,2).
-------------------------------------------------------------
Ejemplos Predicables
Leibnitz habla de los misterios.
— La existencia de los misterios es la consecuencia lógica de estas dos
premisas: 1ª) nuestra inteligencia es limitada; 2ª) Dios es infinito.
Por su finitud, la inteligencia jamás podrá en tender el misterio, porque es
superior a sus alcances; pero tampoco jamás podrá encontrar nada que repugne al
misterio. Es decir, que el misterio es superior a la razón pero no contrario a
la misma. Estaba en lo cierto Leibnitz cuando escribía: "En las cosas
incomprensibles es imposible encontrar lo absurdo, como quiera que no hay nada
más evidente que aquello cuyo absurdo nosotros afirmamos". Para juzgar absurda
una cosa es fuerza entenderla. Si no entendemos los misterios ¿cómo diremos que
son absurdos?
Perardi:
Existencia del misterio. — Con harta sensatez decía un sabio: “Si yo
comprendiera los misterios, me costaría más creerlos. Desconfío de un tema de
religión demasiado humano y que el hombre sea capaz de imaginar. Dios habla;
habla de Dios; lo que me enseña debe ser superior a mi razón.... Una luz finita
no basta para comprender lo infinito”.("La Dottrina Cattolica").
Hillaire:
Los incrédulos creen en sus misterios. — Vosotros que no queréis misterios en la
religión, ¿Que pensaríais del ciego de nacimiento que negara la luz y los
colores porque no se puede formar ninguna idea sobre el particular? ¿Del
Ignorante que negara las maravillas de la electricidad, por que no las
comprende? ¿Del salvaje africano que negara la existencia del hielo, porque
nunca lo ha visto?... Los trataríais de insensatos... ¡Pues insensatos sois
vosotros mismos!... "Por una deplorable anomalía, los hombres que se muestran
arrogantes para con los misterios de Dios encuentran natural que haya en su
inteligencia verdades demostradas que son misterios para un campesino. Pero
encuentran inadmisible que haya en Dios verdades que son oscuridades para ellos.
Para complacerles fuera menester que Dios tuviera la amabilidad de dejar de ser
infinito, para reducirse a la capacidad de un espíritu que no lo sea. Si esto se
llama filosofía, considérome dichoso al comprobar que no es ni razón ni buen
sentido". ("La Religión demostrada").
Canssette
Los incrédulos se niegan a creer en los misterios de la religión con el pretexto
de que no los comprenden, y en cambio admiten los absurdos del ateísmo, del
materialismo, del panteísmo, del darwinismo, etc., que comprenden menos todavía.
Entre las varias hipótesis que han imaginado para explicar el mundo sin Dios,
¿hay una siquiera en que no estemos obligados a admitir los misterios más
repugnantes y absurdos?... Ellos realizan así la frase de Bossuet: "Para no
admitir verdades incomprensibles, caen en errores incomprensibles". (Idem).
(Salio el Sembrador…, TomoVII, Volúmen I, Ed. Guadalupe, Buenos Aires, 1950,
Pág. 108 y ss).
31. 7 de agosto de 2005
EL SEÑOR QUE ESTA EN EL SUSURRO, CAMINA SOBRE EL AGUA
Autor: Padre Jesús Marti Ballester
1. "Al llegar Elías al monte de Dios, al Horeb, se refugió en una gruta". Cuando
Jezabel, esposa del rey Ajab, que ha introducido en Israel, centenares de
sacerdotes y profetas idólatras de Baal, correspondientes a la religión de su
padre y venidos de Fenicia, amenazó de muerte a Elías, que había degollado a
cuatrocientos. Elías, presa del miedo, huyó, adentrándose en el desierto y pasó
de todo: hambre y sed, desesperación, y deseo y petición de morir, hasta que
recibió aliento con la comida y bebida de Dios, compasivo y misericordioso, pues
si el afligido invoca al Señor él lo escucha y apaga sus angustias. Elías, " con
la fuerza de aquel manjar caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta el monte
de Dios, el Horeb". Y aquella comida de tal manera le enardeció, que desde
entonces sintió un poderoso atractivo por aquella inmensa montaña como si
desarrollara sobre él una fuerza magnética. La palabra de Dios es penetrante y
robusteciente, probadlo y veréis: “¿Hay alguien triste entre vosotros? Ore”,
amonesta Santiago. En Horeb le esperaba Dios. El que come y bebe a Dios en sus
palabras, siente que el atractivo de Dios le va creciendo hasta comerle las
entrañas. En el Horeb de la oración nos espera a todos los desalentados, a todos
los enfermos del cuerpo o del alma. Y por allí pasa Dios, como le ocurrió a
Elías. Cuando Elías llegó al monte se refugió en una gruta, y le dijo Dios: "El
Señor va a pasar". Primero se desecadenó un viento huracanado que agrietaba los
montes y rompía los peñascos y Elías pensó que no lo contaba; después un
terremoto y creyó que perecía; después sobrevino un fuego devorador y Elías se
vio sumergido en el infierno, lejos de Dios. Está claro que en ninguno de los
tres elementos estaba el Señor. Cuando pasó la terrible prueba."se oyó una brisa
tenue; al sentirla, Elías se tapó el rostro con el manto. Oyó una voz que le
decía: ¿Qué haces aquí, Elías?": -"Me consume el celo por el Señor y por eso me
buscan para matarme".
Cuando Dios abrasa en su amor a un alma, sufrirá afortunadamente las
consecuencias. ¿Qué hará un cristiano, comido por el celo del Señor?. Junto con
las persecuciones e incomprensiones, recibirá la fuerza, como Elías, comiendo el
pan y bebiendo el agua de la palabra, y Dios, al fin no lo dejará. Le
fortalecerá con sus consuelos y promesas.
2. El Señor no estaba ni en el huracán, ni en el terremoto ni en el fuego, sino
en la brisa. “La ira del hombre no produce la rectitud que él quiere“ (St 1,21).
En la turbación no hacer mudanza”, dice San Ignacio. Dios dueño y señor de la
historia, conduce los acontecimientos con la suavidad de la brisa, aunque
también permite que los hombres desaten huracanes. Es verdad que Dios actúa con
la fuerza del huracán, pero su acción es imperceptible, apenas si se nota, como
apenas se siente el suave susurro de la brisa suave y placentera. Elías y todos
los hombres de acción, deben encauzar el celo por la causa del Señor de la
manera natural y suave que no destruye como el huracán, sino construye por los
medios ordinarios y aparentemente insignificantes, como una mansa corriente que
es empujada desde el fondo por la fuerza formidable de todo el caudal invisible.
La fuerza evangelizadora radica más en la intimidad interior de la suave brisa
que nace en la escucha callada y sonora de la Palabra, que en la tormenta
huracanada de la actividad frenética, que siembra improvisación, inquietud,
nerviosismo e irreflexión. Y así es como el Señor educa a Elías: Después de
gozar en paz el susurro de la brisa, "desanda tu camino hacia Damasco, unge rey
de Siria a Jazael, rey de Israel a Jehú, y profeta sucesor tuyo a Eliseo" 1
Reyes 19,9.
3. Dios es Dios de paz. Todo lo que produce intranquilidad no es de Dios, es del
diablo. "Dios anuncia la paz. La salvación está ya cerca de sus fieles y la
gloria habitará en nuestra tierra".
Piedad y fidelidad. Son frutos de la paz. Como Dios es fiel y la misma paz,
quiere que el hombre, sobre todo el evangelizador, sea hombre de paz y de
piedad, de misericordia y de fecundidad. A través del perdón y de la benignidad,
de la justicia y de la caridad, los hombres de Dios harán brotar en la sociedad,
como un fruto espontáneo, la civilización del amor. Será una reforma vigorosa de
la comunidad humana, que repercutirá en la abundancia y prosperidad de bienes
materiales, pues el mismo Señor que nos dará la lluvia Salmo 84, es el que
camina sobre las aguas, y el que nos pide la fe, de cuya debilidad reprende a
Pedro y en él a todos los hombres de poca fe que somos todos. El Señor domina
los elementos, y los reduce, como cachorros, a sus pies. Al aclamarlo como "Dios
bendito por los siglos" Romanos 9,1, esperemos en el Señor, pendientes de su
Palabra Salmo 129,5.
4. "Después de despedir a la gente subió al monte a solas para orar" Mateo
14,22. Decíamos en la homilía anterior que cuando Jesús había invitado al retiro
a sus discípulos, que venían de desarrollar su primera aventura apostólica, vio
a la multitud que les seguía y cambió, por lástima, su plan y decíamos que hay
que saber dejar a Dios por Dios, para después dejar a los hombres, también por
Dios. Es lo que hace hoy. “Después de despedir a la gente subió al monte a solas
para orar. Llegada la noche estaba allí solo”. Me pregunto: ¿Por qué se va solo
y empuja a sus discípulos a que se vayan con la multitud?. Porque sabía que ésta
quería proclamarlo rey, y la fe imperfecta de sus discípulos se habría sumado a
ella, porque el hombre, aunque sea apóstol, se complace más en los halagos que
en los combates; prefiere más ser aceptado, querido y buscado y aclamado, que
discutido, clasificado y modernizado, por eso Jesús se va, dejando solos a sus
discípulos, que aún no han comprendido en profundidad que su reino no es de este
mundo. Los discípulos estaban más cerca de la mentalidad de la multitud que de
la de Jesús. Si el evangelio nos presenta a Cristo tantas veces orando, aunque
tenga mucho trabajo, por muchos problemas con que le acucie la gente, es porque
la oración es el pan del cristiano, sin el cual, en esta vida naufraga su fe. Le
pasó a san Pedro. Al amanecer vieron los discípulos a Jesús caminando sobre el
agua. “Señor, si eres tú, mándame ir hacia tí, andando sobre el agua”, dijo
Pedro. “-Ven”, dice Jesús. Por una vez Pedro deja de obrar según su ímpetu
natural e impaciente. Sólo se lanza cuando obedece la orden de Jesús: “Ven”.Bajó
de la barca Pedro, y echó a andar sobre el agua. Al sentir con fuerza la ráfaga
del viento, le entró miedo, empezó a hundirse. En el agua sosegada no corrió
peligro. Fue un momento. Se enfureció el agua y se vio perdido. En tiempo normal
todo discurre como una seda, pero en la vida no todo es normal. Hay muchas
vicisitudes, tormentas, turbulencias y el hombre no se ve capaz de capear tantos
temporales. Un recuerdo le quedó a Pedro, que es al que Jesús empujaba, orar
gritando, y esta era la lección enorme para la Iglesia de Pedro, para la que
Jesús le está entrenando a gobernar, sabiendo que esa barca tendrá en la
historia muchos embates, problemas y persecuciones. Pedro gritó: "Señor,
sálvame". En cuanto subieron a la barca amainó el viento”. Cesó la tempestad y
le aclamaron “Hijo de Dios”. Así es como Jesús fortificó la fe de sus
discípulos, sobre todo de Pedro, que había de ser el mayor de los hermanos.
5. Sentir miedo es común a todos los hombres ante la dificultad inesperada, o
más fuerte que sus fuerzas. Como Elías, perseguido por Jezabel, que había
importado de Fenicia el culto a Baal con sus centenares de sacerdotes y
profetas, como Moisés ante el Faraón de Egipto, como Pedro cuando empezó a
hundirse, todos experimentaron el miedo. Pero Jesús quiere que Pedro y los suyos
aprendan: Les pone en la dificultad para que clamen a él. Si el tener miedo es
propio del hombre, aclamarse a Dios en su poca fe es su salvación. "¡Qué poca
fe! ¿Por qué has dudado?" El resultado fue que todos reconocieron el poder de
Jesús y su filiación divina: "Realmente eres Hijo de Dios". También podemos
sacar la lección que en los grandes peligros Dios no suscita multitudes, sino un
solo hombre.
6. Y ¿si Jesús no hubiera atendido su grito? ¿Se hubiera hundido? ¿Fallaba el
grito? En momentos límite hemos visto en la práctica el aparente fracaso de
nuestra oración. Ahí se cierra el misterio. Hay un bien mayor, superior en el
aparente fracaso. Ese fracaso, como el del Calvario, es la espiga que brota de
la prueba. El conoce el mar y nos conoce mejor que nosotros mismos. Dejémosle
ser Dios y hágase tu Voluntad.
7. Un solo hombre como Pablo: que siente ”una gran pena y un dolor incesante,
pues por el bien de mis hermanos, quisiera incluso ser proscrito lejos de
Cristo” Romanos 9,1. Traducido a nuestro lenguaje, ofrece su propia vida humana
por la salvación eterna de sus hermanos. Hay personas heroicas que, movidas por
el amor de Cristo, ofrecen sus vida por los que aman. Esto no se comprende en un
siglo egoísta en busca de su propio placer y bienestar que rehuye el compromiso,
que promete y no cumple; que carece de pundonor para mantener la palabra dada;
que hace concebir esperanzas que no tiene empacho en quebrantar. Pero algún
cristiano ha tomado en serio el ejemplo de Cristo que ha entregado su vida por
los hermanos amados. Tenemos procederes cercanos: San Maximiliano Kolbe se
entregó a la muerte en Auschwitz por un padre de familia; la madre Teresa de
Calcuta, la ha entregado por los pobres. Santa Teresita del Niño Jesús se
entregó por el criminal Pranzini. Y hoy también hay almas excepcionales que la
entregan por las personas amadas. Es la mayor prueba de amor: “Nadie tiene más
amor que el que da la vida por los que ama, sus amigos”. Los pusilánimes no lo
creen ni, menos, lo practican.
8. En medio de las borrascas de la vida es cuando el hombre siente más
imperiosamente la necesidad de pedir ayuda. Y ¿a quién iremos, Señor? ¡Tú tienes
palabras de vida eterna! (Jn 6,69).
9. Al recibir ahora la Palabra de Dios, y al contemplarle consagrado en el altar
dentro de unos momentos, confesemos también nosotros que es el Hijo de Dios, que
ha venido a salvarnos, y agradezcamos rendidamente su venida.
32. DUDAR Y HUNDIRSE
Se refiere el título a lo que le sucedió a San Pedro cuando comenzó a hacer una
cosa imposible para nuestra naturaleza humana: caminar sobre el agua. ¿Cómo
sucedió este milagro y por qué Pedro comenzó a hundirse? (Mt. 14, 22-33)
Sucedió que, enseguida de la multiplicación de los panes y los peces, Jesús
ordenó a los discípulos que subieran a la barca y se trasladaran a la otra
orilla del Lago de Genesaret. El Señor despidió a la gente y subió al monte para
orar a solas. Mientras tanto, los apóstoles tenían dificultades en la travesía
nocturna, pues las olas eran fuertes y había viento contrario.
Y el Señor se les aparece ya en la madrugada, pero de una forma peculiar: viene
Jesús caminando sobre el agua. Ellos se asustan de tal manera, que daban gritos
de terror. Nos dice el Evangelista Mateo, testigo presencial del hecho, que el
susto venía porque creían que Cristo era un fantasma. Y El los calma
diciéndoles: “Tranquilícense y no teman. Soy yo”.
San Pedro, como siempre intrépido e impulsivo, le dice: “Señor, si eres tú,
mándame ir a tí caminando sobre el agua” . Y el Señor le concede tan atrevida
petición. Pero ¿qué sucede? Efectivamente, Pedro comienza a caminar sobre el
agua, igual que Jesús, pero en un momento dado “al sentir la fuerza del viento,
le entró miedo y comenzó a hundirse”. Dudó y se hundió.
¡Cómo nos parecemos nosotros a los Apóstoles! Nuestra vida espiritual está llena
de pasajes como éste de Pedro. Comencemos por el principio. ¡Cuántas veces Jesús
pasa por nuestra vida, Jesús toca nuestra puerta ... y no lo reconocemos o no le
respondemos ... y hasta podemos creer que no es Dios quien nos llama, sino
“quién sabe quién”, porque lo que nos propone, no nos gusta o creemos que no nos
conviene! Nos cegamos y no vemos a Dios donde Dios está.
San Pedro duda y comienza a hundirse, para luego el Señor rescatarlo dándole la
mano. Hay que confiar plenamente, para no hundirse. La seguridad nos viene, no
porque no hayan tormentas ni turbulencias en nuestra vida, sino porque confiamos
ciegamente en que Dios no nos dejará hundir. No es la ausencia de tempestades lo
que me da paz, sino la confianza plena de que -en tierra firme o sobre las
aguas, en tormenta o en calma- el Señor está conmigo. Y todas las tormentas son
¡nada! ante su Poder infinito.
La seguridad no consiste en no tener tormentas alrededor, sino en saber que
Jesús está allí, tanto en la tormenta, como en la calma, tanto en la luz, como
en la oscuridad.
Lo que sucede a los hombres y mujeres de hoy es que confían más en sus propias
fuerzas y en sus propios recursos, que en Dios y en lo que Dios hace en
nosotros. Creemos que lo que logramos son logros nuestros, olvidándonos que
¡nada! podemos si Dios no lo hace en nosotros. “Nuestra” inteligencia,
“nuestras” capacidades , nuestras “habilidades” ... ¿son realmente “nuestras” o
nos vienen de Dios? Entonces ... los logros ¿de Quién son?
Ciertamente, hay un esfuerzo por parte nuestra. Pero hasta el poder hacer ese
esfuerzo es gracia de Dios. Si hasta cada latido de nuestro corazón depende de
Dios, ¿cómo podemos creer que los logros son nuestros?
Si confiamos en nosotros mismos y no en Dios, si confiamos más en nosotros que
en Dios, estamos en peligro de hundirnos ... si es que ya no nos hemos hundido.
Sea en tierra o en mar, en calma o en tempestad, podremos ir en paz y con
seguridad si tenemos toda nuestra confianza puesta en Dios.
Homilía.org
33.
Comenta: Padre Mario Santana Bueno,
sacerdote de la diócesis de Canarias.
Homilía
Cristo despidió a la multitud, y a sus discípulos los hizo subir a la barca,
pero Él subió al monte solo. Después de haber hecho el milagro con la multitud y
dejado un encargo a sus discípulos, el retiro voluntario de Jesús se nos ofrece
como meditación e invitación a cada uno de nosotros.
Muchas veces la gente confunde soledad con aislamiento. La soledad en tantos y
tantos momentos de la vida es no sólo conveniente sino necesaria. La soledad
desvela nuestras carencias y riquezas y nos hace entender de verdad quienes
somos. Hay personas que tienen miedo no a quedarse a solas sino la soledad, no
la aguantan ni la toleran, les es muy costoso encontrarse consigo mismo.
¿Estás interiormente vacío? ¿Por qué crees que hay personas que prefieren el
bullicio al silencio?
Los discípulos estaban ya lejos cuando se encontraron con una tormenta. Sienten
miedo… En el Evangelio una y otra vez se nos dice: “no tengan miedo…” El miedo
es algo connatural al ser humano. Hay miedo a todo lo que desconocemos y a lo
que conocemos. Hay personas que son auténticos nidos de miedos interiores donde
el temor se ha convertido en su única referencia.
En la vida espiritual el tener miedo tiene un doble y preocupante significado:
1. Muchas veces se tiene miedo porque no se confía de verdad en Dios.
2. El miedo exterior puede perturbar nuestro interior, ya que, al perder la
serenidad, se pierde el control mental y el equilibrio emocional.
Pedro se asusta. Es un hombre osado, pero lleno de temor por lo que estaba
ocurriendo a su alrededor, y así y todo es capaz de querer ir con Jesús, a su
lado. No dijo: Mándame ir sobre las aguas… sino que dijo: mándame ir a ti… Sacar
fuerzas de nuestros propios miedos para pedir al Señor que queremos estar con
Él, en su dirección, a su lado; qué bonita enseñanza nos deja el apóstol.
¿Eres capaz de confiar plenamente en el Señor? ¿Cuándo comienzas algo en tu vida
intentas ponerlo en manos del Señor?
Jesús le pide a Pedro que venga hacia Él. Pedro anda sobre el agua al fiarse de
Jesús. ¡Cuántas veces nos movemos por aguas inseguras e incluso peligrosas y
sólo Dios es quien no nos deja que nos hundamos en nuestros propios miedos!
Pedro se puso a andar en dirección a aquel a quien tanto quería. Su desconfianza
estaba motivado por la fuerza del viento y, aunque estaba caminando en la
dirección correcta apareció de nuevo el temor y comenzó a hundirse. Cuando la fe
le sostenía se mantenía, desde que la fe le faltó empezó a desequilibrarse. El
hundimiento de nuestros espíritus se debe a la debilidad de nuestra fe.
Somos débiles porque nuestra fe es débil. El verdadero creyente nunca se hunde
del todo. Pedro empieza a gritar a Jesús: “¡Sálvame, Señor!” y nos deja así una
enseñanza permanente para nuestra vida: también nosotros tenemos que pedir
desesperadamente la salvación de Dios.
Jesús le salva del peligro agarrándolo. Es una escena parecida a la que vemos en
esos ya frecuentes salvamentos marítimos que nos ponen por televisión, pero este
es un salvamento más completo: le devuelve la vida que se perdía por momentos y
le da motivos más que convincentes para seguir viviendo; en una palabra: le
salva.
La mano de Cristo siempre está extendida para salvar al que lo necesita.
Cuanto más creamos menos dudaremos. Todas las dudas y temores que nos
desalientan se deben a la debilidad de nuestra fe. Dudamos porque nuestra fe es
poca y eso les pasó a los mismos discípulos que compartieron todo con Jesús y,
sin embargo, fueron tan fáciles a la hora de dudar.
¿Cuáles son las seguridades de tu vida?
El Señor subió a la barca y se calmó el viento y la tempestad. Cuando Dios entra
en la vida de una persona, a su interior, hace que cesen allí los vientos y las
tempestades y nos trae su paz.
El método para permanecer tranquilos en medio de las pruebas de la vida, es el
reconocer que Él es un Dios con nosotros, que está a nuestro lado pendiente de
lo que nos sucede.
A este Evangelio se le dan dos interpretaciones. Lo menos importante es si Jesús
caminó realmente sobre el agua o que la barca se acercó a la orilla llevada por
el viento y el temporal; lo importante es que Jesús estuvo allí para ayudarlos.
Cuando todo parecía irremediable, el Señor estaba en el sitio justo para ayudar
y salvar.
Lo que ocurrió es una señal y un símbolo de lo que Él hace siempre por los suyos
cuando el viento nos es contrario y estamos en peligro de que nos traguen las
tormentas de la vida.
Pedro siempre en los peores momentos se agarró a Cristo, como muchos cristianos
de hoy. Lo maravilloso de Pedro es que cada vez que cayó, se levantó otra vez;
tiene que haber sido verdad que hasta sus fracasos le acercaron más y más a
Cristo. Un santo no es el que no falla nunca, sino uno que se levanta y sigue
adelante cada vez que cae. Los fracasos de Pedro sólo le hicieron amar más a
Jesús.
* * *
1. ¿En qué momentos de tu vida sientes la
presencia del Señor?
2. ¿Cuáles son los temores que has superado en tu vida?
3. ¿Te sientes salvado por el Señor?
4. ¿Qué es para ti ser santo?
5. ¿Eres co-salvador de los más débiles y necesitados? ¿Cómo?
34. 435. Dios siempre ayuda
I. La Primera lectura de la Misa (1 Rey 19, 9; 11-13) nos presenta al Profeta
Elías, cansado y desalentado, a quien el Señor se manifestó como un viento
suave, como un susurro, expresando así su misteriosa espiritualidad y su
delicada bondad con el hombre débil. Elías se sintió reconfortado para la nueva
misión que el Señor quería que llevara a cabo. El Evangelio (Mateo, 14, 22-33)
nos relata una de las tempestades que sufrieron los Apóstoles sin que Jesús
estuviera con ellos en la barca. La barca estaba batida por las olas, y en
peligro de zozobrar. Jesús se les acercó caminando sobre las olas y les dijo:
Tened confianza, soy Yo, no temáis. Esas palabras consoladoras las hemos oído
muchas veces de forma diferentes en la intimidad del corazón, ante sucesos
desconcertantes y situaciones difíciles de nuestra vida. En la debilidad, en la
fatiga, Jesús se nos presenta y nos dice: Soy Yo, no temáis. Nunca falló a sus
amigos. Y si nosotros no tenemos otro fin en la vida que servirle, ¿cómo nos va
a abandonar?
II. Cuando los Apóstoles oyeron a Jesús, se llenaron de paz. Pedro le pide con
audacia: Señor, si eres Tú, manda que yo vaya a Ti sobre las aguas. Y el Maestro
le contestó: Ven. Pedro tuvo mucha fe, y cambió la seguridad de la barca y
comenzó a andar sobre las aguas hacia Jesús. Fueron unos momentos impresionantes
de firmeza y de amor. Pero Pedro dejó de mirar a Jesús y se fijó más en las
dificultades que lo rodeaban, y se atemorizó. Olvidó que la fuerza que lo
sostenía no dependía de él sino de la voluntad del Señor. Pedro comenzó a
hundirse por la falta de confianza en Quien todo lo puede. ¡Señor, sálvame!
Gritó. Jesús extendiendo la mano, lo sostuvo y le dijo: Hombre de poca fe,
¿porqué has dudado? A veces a nosotros nos puede suceder lo que a Pedro, que
dejamos de mirar a Jesús, que nuestra vida de piedad se ha relajado, que nuestra
oración es menos atenta, que somos menos exigentes con nosotros mismos. Para
salir a flote, Pedro tuvo que asir la mano del Señor, y eso haremos nosotros,
porque junto a Cristo se ganan todas las batallas.
III. Hemos de aprender a no temer nunca a Dios, que se presenta en lo ordinario
y también en la tormentas de los sufrimientos, físicos y morales de la vida:
Tened confianza, soy Yo, no temáis. Dios nunca llega tarde para socorrernos, y
ayuda siempre en cada necesidad. Él llega, aunque sea de modo misterioso y
oculto, en el momento oportuno. Y cuando por alguna razón nos encontramos en una
situación penosa, con el viento en contra, Él se acerca. Ponemos por intercesora
a la Virgen Santísima. Ella nos ayuda a clamar: Renueva, Señor, las maravillas
de Tu amor.
Fuente: Colección "Hablar con Dios" por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones
Palabra. Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre
35. ¿Has caminado alguna vez sobre las aguas?
Fuente: Catholic.net
Autor: P. Sergio A. Cordova
Se cuenta que en una ocasión un grupo de norteamericanos fue de peregrinación a
Tierra Santa. Y estando ya a orillas del mar de Galilea, extasiados por la
belleza del lugar, expresaban su alegría incontenible al contemplar ese lago que
tantas veces había visto nuestro Señor con sus propios ojos y en cuyas aguas
había navegado junto con sus discípulos. Y deciden embarcarse y hacer una breve
travesía. Los que alquilaban las barcas –que eran judíos muy “judíos”– pensaron
que con esos turistas harían su agosto: –“Queremos ir a Cafarnaún en barca”– les
dicen los americanos. Las distancias del lago no son muy grandes y con un bote
de motor se hace hoy en día en una media hora. –“Pues el viaje les cuesta 700
dólares”–les contestan. Al ver el espanto de los peregrinos por el precio tan
alto, añaden los dueños de la barca: –“Amigos, es que este lago es muy especial.
Sobre estas aguas caminó Jesús”–. Y, sin pensarlo dos veces, comentan los
visitantes: –“¡Pues claro, con ese precio no nos extraña!”.
Bueno, dejando la broma aparte, es un hecho que Jesucristo nuestro Señor anduvo
sobre las aguas de este mar de Galilea en más de una ocasión. Por la fuerza de
la rutina, estamos acostumbrados a escucharlo y ya no nos causa demasiada
impresión. Pero, imaginémonos a Cristo caminando sobre las aguas... ¡Era algo
sumamente extraordinario y prodigioso! Tanto que sus discípulos –nos narra el
Evangelio– “se turbaron y se pusieron a gritar pensando que era un fantasma”.
Sí. Cristo tenía unos poderes sobrenaturales y divinos. Era el Señor de la
naturaleza y toda ella le obedecía: el viento, los mares, las enfermedades y
hasta la misma muerte. Todo le está sometido. El domingo pasado veíamos cómo
Jesús multiplicaba cinco panes y dos peces para dar de comer a una inmensa
multitud. Y en el Evangelio de hoy camina sobre las aguas, hace caminar también
a Pedro sobre el mar y aplaca la tempestad con su sola presencia. ¡Éste es
Jesús: nuestro Señor, nuestro Rey, nuestro Dios todopoderoso! Con Él, ¿qué
podemos temer?
Jesús, en medio de la tempestad, anima a sus apóstoles atenazados por el miedo:
“Tened confianza. Soy yo. No temáis.”. ¡Qué seguridad nos infunde este Cristo
Señor y disipa todos nuestros temores, miedos, angustias, desesperaciones! Sólo
Él puede llenarnos de confianza cierta. ¡Y cuánto lo necesitamos en nuestra vida
de todos los días!
Pero Pedro, que todavía no acababa de creérselo del todo, le dice, con un cierto
tono de desafío y de respeto: “Señor, si eres tú, mándame ir a ti sobre las
aguas”. Y Cristo, ni corto ni perezoso, le cumple su “caprichito”: “Ven”. Una
sola palabra. Un monosílabo. Y eso fue suficiente para que Pedro saliera
disparado, como una flecha, fuera de la barca. Comienza a andar, también él,
sobre las aguas.
Pero, fíjate lo que viene a continuación: ¡Pedro comienza a hundirse! ¿Qué fue
lo que pasó si ya prácticamente se había hecho el milagro? Que Pedro dudó,
desconfió del Señor, dejó de mirar a Cristo y comenzó a mirarse a sí mismo y la
fuerza del viento, y fue cuando todo se vino abajo: “Viendo el viento fuerte
–nos dice el Evangelio– temió y, comenzando a hundirse, gritó: Señor sálvame”.
Jesús lo coge entonces de la mano y le reprocha con dulzura su desconfianza:
“Hombre de poca fe, ¿por qué has dudado?” Y es que para nuestro Señor es mucho
más milagro que tengamos fe, que confiemos siempre en Él, ciegamente, a pesar de
todos los obstáculos y adversidades de la vida, que hacernos caminar sobre los
mares.
Y ésta era la lección que nos quería dejar: la necesidad de la FE y de una
confianza absoluta en su gracia y en su poder. ¡Esa es la verdadera causa de los
milagros! Cuando Jesús iba a obrar cualquier curación –pensemos en el
paralítico, en el leproso, en el ciego de nacimiento, en la hemorroísa, en la
resurrección de la hija de Jairo, en el siervo del centurión y en muchos otros
más– la primera condición que pone es la de la fe y la confianza en Él. Y
precisamente así termina este pasaje del lago: “Ellos se postraron ante Él,
diciendo: Verdaderamente, tú eres Hijo de Dios”. Una maravillosa profesión de
fe. Si nosotros tenemos fe en Jesús, no sólo caminaremos sobre las aguas gratis,
sin necesidad de una barca o de un salvavidas –y sin pagar 700 dólares–, sino
que seremos capaces de cosas aún mucho más importantes... ¡Con Jesús todo lo
podemos!