33 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO XVII
7-14
7. PATER/COMENTARIO:
PEDIR PARA RECIBIR
-Aprender a orar (Lc 11, 1-13)
San Lucas quiere mostrarnos a Jesús orando. No es Lucas el único que escribe acerca de la enseñanza de Jesús sobre la oración. Mateo también nos relata cómo concibe Jesús la oración: "Tú, en cambio, cuando vayas a orar, entra en tu aposento y, después de cerrar la puerta, ora a tu Padre que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará" (Mt 6, 6). La oración en secreto tiene, pues, su eficacia. Igualmente Mateo insiste en la presencia de Cristo en la oración en común: "Si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, sea lo que fuere, lo conseguirán de mi Padre que está en los cielos. Porque donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy en medio de ellos" (Mt 18, 19-20). San Juan insiste especialmente en la eficacia de la oración "en nombre de Jesús". "En mi nombre", que significa: "Unidos a mí". "Pedir lo que queráis unidos a mí" (Jn 15, 7~. "Pedid en nombre de Cristo": es la oración que no queda sin respuesta: "Todo lo que pidáis en mi nombre, yo lo haré" (Jn 14, 13); "...de modo que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo conceda" (Jn 15, 16); "pedid y recibiréis" (Jn 16, 24), a condición de pedir en nombre de Cristo (Jn 16, 23-26).
San Mateo y San Lucas tienen en común la enseñanza concreta de Cristo en el "Padre Nuestro". En San Lucas, esta enseñanza viene provocada por la petición de los mismos discípulos: "Señor, enséñanos a orar". Y Lucas añade: "... como Juan enseñó a sus discípulos". Se trata, pues, de una tradición y de un deseo común de todos cuantos se agrupan en torno a un profeta: aprender de él su experiencia de la oración.
Lucas, al igual que Mateo, nos transmite el modelo de oración que nos dejó Jesús. Sin embargo (y esto podría extrañarnos), los textos de ambos evangelistas no son realmente idénticos. Ellos no creyeron necesario transmitir literalmente el modelo dejado por Jesús, sino más bien su contenido esencial.
Sabemos que el Padre Nuestro ha sido objeto de numerosos comentarios por parte de los Santos Padres. Por otra parte, el ritual del catecumenado incluía una "Tradición del Padre Nuestro" que se explicaba a los catecúmenos para que éstos pudieran rezarlo. La catequesis de los Santos Padres se preocupó mucho de la enseñanza del Padre Nuestro que Jesús formuló. En la liturgia romana, en principio, se cantaba inmediatamente antes de la comunión. El papa San Gregorio Magno hizo que se cambiara de lugar y se situara inmediatamente después de la plegaria eucarística, porque no le parecía lógico que, durante la celebración, se utilizaran oraciones compuestas por uno u otro autor, mientras que la oración que el mismo Señor nos enseñó no tuviera un lugar en el mismísimo centro de la celebración eucarística.
El texto del Padre Nuestro que nos transmite San Lucas no ha sido conservado por la liturgia, que utiliza el del evangelio de Mateo. Veamos en paralelo ambos textos:
Mateo 6, 9b-13 |
Lucas 11, 2b-4 |
Padre Nuestro que estás en los cielos |
Padre, |
santificado sea tu Nombre; |
santificado sea tu Nombre |
venga tu Reino, |
venga tu Reino; |
hágase tu Voluntad así en la tierra como en el cielo. |
|
El pan nuestro de cada día dánosle hoy; |
danos cada día nuestro pan cotidiano |
y perdónanos nuestras deudas, |
y perdónanos nuestros pecados |
así como nosotros perdonamos a nuestros deudores; |
porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe |
y no nos dejes caer en tentación |
y no nos dejes caer en tentación |
más líbranos del Mal. |
En Mateo, sigue un comentario a la penúltima petición: "Que si vosotros perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas" (Mt 6, 14-15).
La estructura del Padre Nuestro se sitúa en la línea de las oraciones judías: Exclamación y, a continuación, peticiones que, al mismo tiempo, constituyen alabanzas.
La oración se dirige al "Padre". Entre los latinos será costumbre orar al Padre, por Jesucristo y en el Espíritu. El salmo 88, 27 expresa el deseo del mismo Dios de ser llamado "Padre": "El me invocará: ¡Tú, mi Padre!". Sin embargo, aunque el Antiguo Testamento tenga una idea muy justa y amorosa de la paternidad de Dios, tanto en el sentido de Padre de un pueblo que él mismo ha engendrado, como en el sentido de Padre de los miembros de la Nación, el Padre Nuestro aparece como típicamente cristiano. Para San Pablo, sólo el Espíritu puede hacernos capaces después del bautismo, de llamar a Dios Abba, porque hemos sido hechos hijos por mediación del Hijo, el cual llama Abba a su Padre (Ga 4. 6; Rm 8, 15). Mateo amplifica esta apelación: "Padre Nuestro que estás en los cielos". Lucas, por su parte, se dirige directamente al Padre, sin añadir nada a este título. En el evangelio, Cristo se dirige muchas veces a su Padre llamándole directamente: "Padre". ·Ambrosio-SAN, en su Tratado De Sacramentis, escribe:
"...De mal servidor te has convertido en buen hijo... Eleva, pues, tus ojos al Padre que te ha engendrado mediante el baño, al Padre que te ha rescatado por medio de su Hijo" (AMBROSIO DE MILÁN, De Sacramentis, V. 19; SC 25 bis, pp. 128-129). El comentario de la "Tradición del Padre Nuestro" se inscribe en la misma línea de pensamiento:
"Es éste un grito de libertad, lleno de confianza. Por lo tanto, según estas palabras, tenéis que llevar una vida tal que podáis ser hijos de Dios y hermanos de Cristo" (Sacr. Gel., pp. 51-53, nn. 319-328).
Se ha visto cómo San Lucas parece copiar más de cerca el modelo de la oración de Jesús, diciendo sencillamente "Padre", sin añadir el posesivo "Nuestro" ni la proposición relativa "que estás en los cielos". De este modo la oración es más familiar, pero ciertamente se presta menos a la celebración común.
Se sabe también que, en la Biblia, el "nombre" designa a la persona. ¿Qué puede significar "la santificación" del Padre? San Ambrosio se plantea el problema en su catequesis, y responde:
"...que sea santificado en nosotros, a fin de que su acción santificadora pueda llegar hasta nosotros". El comentario de la "Tradición del Padre Nuestro" nos dice: "...pedimos que su nombre sea santificado en nosotros para que, santificados en su bautismo, perseveremos en lo que hemos empezado a ser".
Pero, ¿cómo entiende San Lucas esta santidad del nombre del Padre? En el canto del Magnificat la santidad de Dios es asociada a su misericordia y a su fuerza: "Santo es su nombre y su misericordia alcanza de generación en generación a los que le temen. Desplegó la fuerza de su brazo..." (Lc 1, 49 ss.). El Señor es santo porque realiza la obra de salvación para su pueblo y, al mismo tiempo demuestra su misericordia y su fuerza. En Ezequiel, el Señor, a pesar de las infidelidades y profanaciones de las que su pueblo se ha hecho culpable, proclama a todos: "No hago esto por consideración a vosotros, casa de Israel, sino por mi santo nombre, que vosotros habéis profanado entre las naciones donde fuisteis. Yo santificaré mi gran nombre profanado entre las naciones... cuando yo, por medio de vosotros, manifieste mi santidad a la vista de ellos" (Ez 36, 22-23). Esta acción misericordiosa y poderosa de Dios se manifestará cuando ponga en su pueblo un corazón nuevo, un espíritu nuevo (Ez 36, 26). Que su nombre sea santificado, es decir, que el Señor siga ejerciendo en nosotros su misericordia y su poder y nosotros respondamos a su acción. La respuesta que se nos impone, ante esta misericordia y este poder, debe prolongarse hasta la plenitud de los tiempos, en que ha de venir el Reino de Dios. San Ambrosio escribe: "...el reino de Dios ha llegado cuando habéis alcanzado la gracia. Porque él mismo dice: 'El Reino de Dios ya está entre vosotros' (Lc 17, 21)". Tomando el texto de San Ambrosio, el comentario de la Tradición del Padre Nuestro escribe: "En efecto, ¿cuándo no reina infinitamente nuestro Dios, cuyo reino es inmortal? Pero cuando decimos: 'Que venga tu reino', es nuestro reino el que pedimos que venga, reino prometido por Dios, adquirido por la sangre y la pasión de Cristo". Se trata, pues, de una esperanza en la escatología. Pero no puede excluirse que el deseo de "que venga tu reino" sea también una exhortación a los cristianos contemporáneos de Mateo y de Lucas, y a todos nosotros, a manifestar con nuestra actitud el reino de Dios y a promoverlo.
San Lucas omite la frase "hágase tu Voluntad así en la tierra como en el cielo". De hecho, esta frase es una explicación de lo que precede: la santificación del nombre de Dios y el deseo de que venga su reino implican que la voluntad del Señor es cumplida. Sin embargo, San Ambrosio ve en el cumplimiento de la voluntad de Dios la realización de su plan de salvación:
"Todo ha sido pacificado por la sangre de Cristo en la tierra y en el cielo (Col 1. 20): el cielo ha sido santificado, el demonio ha sido arrojado de él y ahora se encuentra allá donde se encuentra el hombre al que ha conseguido engañar. Hágase tu voluntad, es decir, haya paz en la tierra y en el cielo". El texto de la "Tradición del Padre Nuestro" deja entender que el cumplimiento de la voluntad nos atañe particularmente: "que lo que tú quieres en el cielo podamos nosotros, habitantes de la tierra, cumplirlo de forma irreprochable".
"Danos nuestro pan de cada día". Aquí insiste San Mateo en el "hoy": "El pan nuestro de cada día dánosle hoy". Podría pensarse que Jesús desea que se le pida el pan de hoy sin preocuparse por el de mañana. San Lucas, por su parte, parecería insistir en el hecho de que el Padre alimenta cada día a los suyos.
Si esta petición que nos enseña Jesús recuerda la oración con que los judíos solían pedir el pan del alimento terrestre, y si nosotros pedimos "nuestro pan de cada día" pensando en los pobres, pues en realidad se trata de una oración de pobres, los Santos Padres, sin embargo, piensan al mismo tiempo en el pan eucarístico. San Ambrosio escribe:"Dice pan, pero "epiousios", es decir, sustancial. No se trata del pan que entra en el cuerpo, sino del pan de vida eterna que reconforta la sustancia de nuestra alma. Por eso el griego lo llama "epiousios". El latín ha llamado 'cotidiano' a este pan, porque los griegos denominan al futuro 'ten epiousian emeran'. Así pues, el griego y el latín parecen igualmente útiles. El griego ha expresado ambos sentidos mediante una sola palabra; el latín ha dicho: cotidiano... Recibe cada día lo que debe aprovecharte cada día".
El comentario de la Tradición del Padre Nuestro dice:
"Debemos aquí entenderlo del alimento espiritual. Cristo, efectivamente, es nuestro pan, el que ha dicho: 'Yo soy el pan vivo bajado del cielo'. Lo llamamos de cada día porque debemos pedir siempre ser preservados del pecado para ser dignos de los alimentos del cielo".
Vemos cómo la interpretación espiritual y litúrgica puede diferir de la simple lectura exegética del texto. Su uso en la celebración eucarística le ha dado una innegable significación eucarística.
Lucas emplea la palabra "pecados" cuando pide que seamos perdonados: "perdónanos nuestros pecados". Mateo escribe: "Perdónanos nuestras deudas". Puede parecer extraño que Lucas no haya empleado también la imagen de la deuda, siendo así que él es el único que nos relata el episodio de los dos deudores a quienes se les perdona su deuda (Lc 7, 41-42). Sin embargo, Lucas insiste precisamente en el hecho de que también nosotros debemos perdonar su deuda a quien nos debe algo. La medida de nuestro perdón por parte de Dios viene indicada por la medida en que nosotros perdonemos a los demás. San Ambrosio, después de haber explicado que Cristo nos ha perdonado nuestras deudas al darnos su sangre, prosigue:
"Presta atención a lo que dices: Perdóname así como yo perdono. Si tú perdonas, estableces un acuerdo justo para que se te perdone. Pero si tú no perdonas, ¿cómo pretendes comprometerle a perdonarte?".
El comentario de la Tradición del Padre Nuestro se refiere a las palabras de Jesús: "Si vosotros no perdonáis sus pecados a los hombres, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras faltas".
"Y no nos dejes caer en la tentación". En el evangelio de Lucas, la petición se detiene aquí, mientras que Mateo, después de esta petición negativa, se expresa positivamente: "mas líbranos del Mal". San Ambrosio parece haber entendido perfectamente la significación de esta petición y a él acuden muchos de los comentaristas modernos: "No dice: No nos sometas a la tentación, sino que, como un atleta, desea una prueba que la humanidad pueda superar, y que cada cual sea librado del mal, es decir, del enemigo que es el pecado. Pero el Señor, que ha apartado vuestro pecado y perdonado vuestras faltas, es capaz de protegeros y guardaros contra las asechanzas del diablo que os combate... Quien se confía a Dios no teme al diablo. Porque, si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?".
El comentario de la Tradición del Padre Nuestro dice: "Es decir, no permitas que seamos inducidos a ella por el tentador".
* * *
Después de ofrecer a sus lectores esta oración del Señor, Lucas prosigue su enseñanza sobre la oración refiriéndonos una parábola que Jesús contó a sus discípulos. La parábola del amigo importuno es de sobra conocida. Toda ella gravita sobre la insistencia continua que debe caracterizar nuestras peticiones. La aplicación de la parábola a la actitud del hombre que ora, pero sobre todo a Dios que escucha la oración es evidente. "Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá". Exhortación a la confianza y a la perseverancia en la oración. Tanto más, cuanto que, si un padre no puede negar nada a su hijo, a pesar de que los hombres somos pecadores, con menos razón podrá Dios resistirse a nuestra oración.
No se puede negar que esta enseñanza sobre la oración podía constituir un cierto peligro si no se seguía el modelo del Padre Nuestro que Lucas acababa de presentar. Una mentalidad simplista (y este simplismo existe, incluso entre personas de gran cultura, cuando se trata de cosas religiosas), podría hacer creer que basta con tener esta perseverancia, esta audacia y esta fe inquebrantable para obtener de Dios cualquier cosa. El Padre Nuestro corrige esta teología imposible de la oración. Lo que se obtiene, ciertamente, es que el nombre de Dios sea santificado, que venga su reino y que se haga su voluntad. El perdón se nos concede, pero somos nosotros mismos quienes ponemos sus condiciones. Si Dios, como Padre que es, nos concede lo que le pedimos, no lo hace condicionado por nuestras peticiones de todo género, y no habría que atribuir a la oración una eficacia mecánica. Dios no nos escucha si nuestras súplicas no se inscriben en la línea de su voluntad y si no nos dedicamos con todas nuestras fuerzas a hacer lo que él quiere que hagamos para nuestra salvación.
-Orar sin desfallecer, contra toda esperanza (Gn 18, 20-32)
No hay mejor ejemplo de la oración como diálogo audaz con Dios, que este pasaje del Génesis, en el que vemos a Abrahan hablar con el Señor y... tratar de hacerle caer en la trampa de su bondad y su justicia, abusando de su confianza hasta el límite. Hay que leer de cabo a rabo este diálogo de Abrahan para ver al Señor "acorralado" en la última trinchera de su misericordia. El estilo y el modo de proceder nacen realmente de la mentalidad semítica. Poner en juego el honor de Dios, su reputación de justicia: procedimientos que nos parecen llegar al último grado de la falta de respeto, pero que, de hecho, demuestran la confianza en Dios, así como la proximidad "amistosa" de Dios a los hombres, propia del Nuevo Testamento. De este modo, Abrahan se presenta como uno de los grandes hombres "espirituales" de todos los tiempos, junto con Moisés, Samuel y Jeremías, en quienes tenemos ejemplos siempre vivos de actitud de oración confiada. También en los salmos vemos a Dios "acorralado" y "urgido", para salvar su honor, a acoger la súplica de su pueblo: "no a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu nombre" es al que tienes que honrar dándonos lo que pedimos.
El salmo 137 magnifica la escucha de Dios, siempre atento a nuestra oración: "has escuchado las palabras de mi boca". Dios extiende su mano para salvar, su poder lo hace todo por nosotros, porque su amor es eterno y no se detiene el trabajo de sus manos.
ADRIEN
NOCENT
EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 6
TIEMPO ORDINARIO: DOMINGOS 9-21
SAL TERRAE SANTANDER 1979.Pág.
87-93
8.
-EL EVANGELIO DE LA ORACIÓN
El Evangelio de Lucas comienza en clima de oración en el Templo (Lc 1, 1-10) y termina en ese mismo clima, con los Doce bendiciendo a Dios en el Templo (24, 53). Aquí tenemos el mejor indicio de la extraordinaria importancia que el evangelista concede a la oración. El Evangelio de Lucas es llamado el Evangelio de la oración. Este es uno de sus rasgos más bellos y característicos.
Lucas, consciente de que la oración, es una actitud esencial en la vida del cristiano y de la comunidad cristiana, se complace en presentarnos a Jesús frecuentemente en oración. Los momentos más importantes del ministerio público de Jesús están precedidos, preparados e impregnados por la oración: el Bautismo de Jesús (3, 21), la elección de los doce (6, 12), la confesión de Pedro (9, 18), la transfiguración (9, 28), la última Cena (22, 32), la agonía en el huerto de los Olivos (22, 41), sus últimos momentos en la cruz (23, 46).
Pero Jesús, en el Evangelio de Lucas, no sólo aparece orando en los momentos más culminantes, sino que la oración acompaña, envuelve y sostiene toda su actividad, toda su vida. Jesús gusta retirarse a lugares solitarios (5, 16); o sube al monte y pasa la noche en oración (6, 12). La noche y el monte son el tiempo y el lugar preferidos por Jesús para su incesante diálogo con el Padre. Al presentar el evangelista la ya citada oración de Jesús en el huerto, leemos este precioso detalle: "Salió entonces y se dirigió, como de costumbre, al monte de los Olivos" (22, 39). Era una costumbre en Jesús retirarse a la montaña para pasar la noche en oración.
Con esta complacencia en presentar a Jesús en oración, el evangelista ofrece al lector un eximio ejemplo de actitud orante, al mismo tiempo que le exhorta, de la forma más delicada y persuasiva, a la oración. La oración tiene una clara finalidad: «Orad para no desfallecer en la prueba» (22, 40). Las pruebas, las dificultades, las tribulaciones -que constituyen, en los escritos de Lucas, una dimensión esencial de la vida cristiana (He. 14, 22)- acompañan siempre al seguidor de Jesús.
La oración no sólo tiene un relieve singular en el Evangelio de Lucas, sino también en el libro de los Hechos, que es como la segunda parte o una especie de continuación de aquél (He. 1,1). "Todos -se refiere a los Doce- perseveraban unánimes en la oración, con algunas mujeres, con María la madre de Jesús y sus hermanos» (He. 1, 14). Esta es la primera presentación que hace el libro de los Hechos de la primitiva comunidad cristiana. Y las referencias a la oración de la comunidad, como un rasgo fundamental de la misma, se repiten, una y otra vez, a lo largo de todo el libro, como un estribillo.
-LA MAS BELLA PETICIÓN
El texto evangélico de hoy nos presenta un precioso y preciso momento de la vida orante de Jesús. Jesús se ha apartado del grupo para orar. Los discípulos lo contemplan sumido en profunda oración al Padre. Están tan absortos y sobrecogidos viendo a Jesús en oración, que no se atreven a interrumpirlo. Dejan que Jesús concluya su oración. «Y cuando acabó», uno de los discípulos, fascinado por aquel singular estilo de orar de Jesús, le dirige la más bella y conmovedora de las peticiones: «Señor, enséñanos a orar». Y fue entonces cuando Jesús enseñó a los Doce, como viva expresión de su actitud orante, el Padre-nuestro. Desde aquel momento, nunca se encontrará ya completamente solo y desamparado el creyente. En las circunstancias más adversas tendrá siempre el maravilloso recurso de poder decir: «Padre nuestro que estás en el cielo...». Al entregarnos el espléndido regalo del Padre-nuestro, nos dio a todos un inefable remedio para todo nuestro inmenso desamparo existencial.
-DIOS COMO «ABBA» D/PADRE ABBA:
Evoquemos, junto a la oración del Padre-nuestro, las otras oraciones de Jesús recogidas en el Evangelio de Lucas (10, 21-24; 22, 42; 23, 46) y hagamos esta constatación: todas comienzan con la misma invocación: «¡Padre!». Tenemos la suerte de saber cuál era la palabra aramea correspondiente a «Padre», que estaba siempre en los labios de Jesús, cuando se dirigía a Dios Padre y nos mandaba dirigirnos a Dios Padre. Es la palabra «Abbá». Esta palabra pertenecía al vocabulario profano y familiar. En las innumerables oraciones judías que han llegado a nosotros, en ninguna aparece Dios invocado como "Abbá". Esta palabra fue una revolucionaria y original innovación de Jesús. Era algo insólito, inimaginable; expresaba la máxima confianza, cercanía y ternura. Llamó tan poderosamente la atención de todos los oyentes que se nos ha conservado la mismísima palabra aramea.
Con esa palabra se abría un mundo nuevo en las relaciones de Dios para con el hombre. De todas las revoluciones del Evangelio, la más profunda, la más radical fue la operada en la imagen de Dios: Dios como amor, como el Padre más cariñoso y entrañable. Del nuevo concepto de Dios brotan unas relaciones nuevas del hombre con Dios y, por consiguiente, el nuevo estilo de la oración cristiana, hecha de confianza, abandono y obediencia filial, reflejadas en el «abbá» con que invocamos a Dios, siguiendo el ejemplo y el mandato de Jesús. La vida cristiana está bañada de la alegría de sabernos hijos de Dios.
-EL DON DEL ESPÍRITU SANTO
Después de enseñarnos el Padre-Nuestro, Jesús dirige una conmovedora exhortación a la oración confiada, inspirada en lo que sucede entre los hombres, entre amigos y entre padres e hijos. Y saca la conclusión: «Si vosotros, aun siendo malos, sabéis dar a vuestros hijos cosas buenas, ¿cuánto más el Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?». Retengamos esta última afirmación. La oración no es un seguro a todo riesgo. Jesús nos asegura que nos concederá su Espíritu. Así viviremos como hijos ante Dios y como hermanos de nuestros hermanos. Este es el sentido de la oración.
VlCENTE
GARCIA REVILLA
DABAR 1992, 39
9.
-Tener a Dios cerca
"Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá". Las lecturas de hoy son, ciertamente, una gran invitación a la confianza en Dios, una invitación a tener a Dios muy presente en nuestras vidas y a ser capaces de presentarle sin temor nuestros deseos, nuestras preocupaciones, nuestras necesidades.
Es la confianza que hemos encontrado en la primera lectura, cuando Abrahán habla con Dios como con un compañero, como un buen amigo, a quien se le pueden discutir las decisiones que toma. Casi podríamos decir que Abrahán regaña a Dios porque quiere destruir Sodoma, y le pide que recapacite. Y el relato, de una manera muy ingenua, nos va presentando como Dios va aceptando las propuestas de Abrahán, y le promete cambiar la decisión que había tomado si se cumple lo que Abrahán dice. Y Abrahán va regateando, y Dios va aceptando el regateo. Es un ejemplo de lo que quiere decir sentirse cerca de Dios y saber que él es alguien con quien podemos contar en nuestras vidas.
Este poder contar con Dios, lo sabemos bien, no quiere decir que tengamos que esperar que él nos resuelva todos los problemas, y menos aún que se ponga a favor de nuestros pequeños intereses. Pero sí que quiere decir saber que él nos da la mano en nuestro camino, y nos da fuerza, y valor. Es tener a alguien al lado que no nos deja nunca; es poder vivir todo lo que pase, por duro que sea, acompañado por un amor muy grande, pleno, infinito.
Ahora que estamos en pleno verano, y que quizá para bastantes la vida es más relajada y tranquila, será una buena ocasión para reafirmar y revitalizar este espíritu de relación con Dios, de plegaria, de vivir su proximidad cada día, en cada circunstancia.
Cada uno debe hallar su manera de vivir esta proximidad con Dios. O bien dedicar cada noche un rato de repaso del día para compartirlo con él y convertirlo todo en oración, o acostumbrarse a orar brevemente y con sencillez en medio de las actividades cotidianas, o entrar cada día unos momentos en la Iglesia... Cada uno debe saber encontrar lo que le va mejor.
-¿Qué hemos de pedir?
Y otro punto que nos invitan también a reflexionar las lecturas de hoy es sobre lo que hemos de pedir en nuestra oración.
Porque sería un mal signo que a Dios le pidiéramos sólo ayuda y fuerza para nuestras angustias y problemas personales. Querría decir que no nos creemos mucho ni vivimos mucho el mandamiento principal de Jesús, el mandamiento del amor a Dios y a los demás. Querría decir que nuestros intereses y preocupaciones no son los intereses y las preocupaciones del Evangelio, sino unos intereses y preocupaciones egoístas.
El padrenuestro, que Jesús enseña a sus discípulos como modelo de oración y que nosotros recitamos tan a menudo, nos muestra cuán amplios deben ser nuestros deseos y anhelos en la plegaria.
El padrenuestro comienza invitándonos a desear que el nombre de Dios sea conocido y amado por todas partes. Porque este debe ser el gran anhelo cristiano: que Dios y su amor estén presentes en la vida de todos los hombres y mujeres del mundo.
Después, pedimos que venga el Reino de Dios y que la voluntad de amor de Dios llegue a todo el mundo. ¿Qué quiere decir Reino de Dios?, ¿qué quiere decir que la voluntad amorosa de Dios se realice ya ahora en la tierra? Quiere decir que se haga realidad todo lo que Jesús enseñó. Quiere decir que el mundo sea tal como Jesús nos dijo. Quiere decir que el amor y la fraternidad sean lo que marque la vida de los hombres y nadie quede al margen de una vida digna. Ciertamente sería muy poco cristiana nuestra plegaria si estos anhelos no formasen parte importante de ella!.
Después pedimos que no nos falte el pan. A cada uno de nosotros y a todos los hombres. Que no nos falte lo necesario para vivir, y que no le falte a nadie. Y que no nos falte el pan del Espíritu, todo aquello que nos ayuda a crecer como personas y como creyentes. Y finalmente, con mucho realismo, el padrenuestro nos hace mirar nuestra realidad débil y pecadora, y nos hace recordar que podemos caer en el mal, en males de toda clase, del cuerpo y del espíritu. Y nos hace pedir perdón, y nos hace pedir que seamos liberados del mal.
Todo esto es lo que Jesús nos enseña a pedir. Todo esto debe formar parte de nuestra plegaria confiada a nuestro Dios, que es padre, es amigo, es compañero de camino.
JOSEP
LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1992, 10
10.PATER/SER-CR APRENDER EL PADRENUESTRO
Hemos recitado tantas veces el Padrenuestro y, con frecuencia, de manera tan apresurada y superficial, que hemos terminado, a veces, por vaciarlo de su sentido más hondo.
Se nos olvida que esta oración nos la ha regalado Jesús como la plegaria que mejor recoge lo que él vivía en lo más íntimo de su ser y la que mejor expresa el sentir de sus verdaderos discípulos.
De alguna manera, ser cristiano es aprender a recitar y vivir el Padrenuestro. Por eso, en las primeras comunidades cristianas, rezar el Padrenuestro era un privilegio reservado únicamente a los que se comprometían a seguir a Jesucristo.
Quizás, necesitamos «aprender» de nuevo el Padrenuestro. Hacer que esas palabras que pronunciamos tan rutinariamente, nazcan con vida nueva en nosotros y crezcan y se enraicen en nuestra existencia.
He aquí algunas sugerencias que pueden ayudarnos a comprender mejor las palabras que pronunciamos y a dejarnos penetrar por su sentido.
Padre nuestro que estás en los cielos. Dios no es en primer lugar nuestro Juez y Señor y, mucho menos nuestro Rival y Enemigo. Es el Padre que desde el fondo de la vida, escucha el clamor de sus hijos.
Y es nuestro, de todos. No soy yo el que reza a Dios. Aislados o juntos, somos nosotros los que invocamos al Dios y Padre de todos los hombres. Imposible invocarle sin que crezca y se ensanche en nosotros el deseo de fraternidad.
Está en los cielos como lugar abierto, de vida y plenitud, hacia donde se dirige nuestra mirada en medio de las luchas de cada día.
Santificado sea tu Nombre. El único nombre que no es un término vacío. El Nombre del que viven los hombres y la creación entera. Bendito, santificado y reconocido sea en todas las conciencias y allí donde late algo de vida.
Venga a nosotros tu Reino. No pedimos ir nosotros cuanto antes al cielo. Gritamos que el Reino de Dios venga cuanto antes a la tierra y se establezca un orden nuevo de justicia y fraternidad donde nadie domine a nadie sino donde el Padre sea el único Señor de todos.
Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo. No pedimos que Dios adapte su voluntad a la nuestra. Somos nosotros los que nos abrimos a su voluntad de liberar y hermanar a los hombres.
El pan de cada día dánosle hoy. Confesamos con gozo nuestra dependencia de Dios y le pedimos lo necesario para vivir, sin pretender acaparar lo superfluo e innecesario que pervierte nuestro ser y nos cierra a los necesitados.
Perdónanos nuestras deudas, egoísmos e injusticias pues estamos dispuestos a extender ese perdón que recibimos de Ti a todos los que nos han podido hacer algún mal.
No nos dejes caer en la tentación de olvidar tu rostro y explotar a nuestros hermanos. Presérvanos en tu seno de Padre y enséñanos a vivir como hermanos.
Y líbranos del mal. De todo mal. Del mal que cometemos cada día y del mal del que somos víctimas constantes. Orienta nuestra vida hacia el Bien y la Felicidad.
JOSE ANTONIO
PAGOLA
BUENAS NOTICIAS
NAVARRA 1985.Pág. 331 s.
11.
Del «Padre nuestro» se ha dicho todo. Es la oración por excelencia. El mejor regalo que nos ha dejado Cristo. La invocación más sublime a Dios, pronunciada jamás por labios humanos. Y, sin embargo, repetida una y otra vez por los cristianos, puede convertirse en rezo rutinario. Palabras que se repiten mecánicamente sin elevar el corazón a Dios. Por eso, es bueno que nos detengamos de vez en cuando a reflexionar sobre esta oración en la que se encierra toda la vida de Jesús. Pronto nos daremos cuenta de que sólo pueden rezar el «Padre nuestro» quienes viven con su Espíritu.
«Padre nuestro». Es el primer grito que brota del corazón humano cuando el hombre vive habitado, no por el miedo y el temor a Dios, sino por una confianza plena en su amor creador. Un grito en plural, al que es Padre de todos. Una invocación que nos enraiza en la fraternidad universal y nos hace responsables ante todos los hombres.
«Santificado sea tu Nombre». Esta primera petición no es una más. Es el alma de toda esta oración de Jesús, su objetivo y su aspiración suprema. Que el «Nombre» de Dios, es decir, su misterio insondable, su amor y su fuerza salvadora se manifiesten en toda su gloria y su poder. Y esto dicho no desde la pasividad o la indiferencia, sino desde el deseo y el compromiso de configurar nuestra propia vida desde esa aspiración de Jesús.
«Venga tu Reino». Que no reinen en el mundo la violencia y el odio destructor. Que reine Dios y su justicia. Que no reine el Primer Mundo sobre el Tercero, los europeos sobre los africanos, los poderosos sobre los débiles. Que no domine el varón a la mujer, ni el rico al pobre. Que se adueñe del mundo la verdad. Que se abran caminos a la paz, al perdón y a la verdadera liberación.
«Hágase tu voluntad». Que no encuentre tanto obstáculo y resistencia en nosotros. Que la humanidad entera obedezca a la llamada de Dios que, desde el fondo de la vida, invita al hombre a su verdadera salvación. Que mi vida sea hoy mismo búsqueda de esa voluntad de Dios.
«Danos el pan de cada día». El pan y todo lo que necesitamos para vivir de manera digna, no sólo los del Primer Mundo, sino todos los hombres de la Tierra. Y esto dicho no desde el egoísmo acaparador o el consumismo irresponsable, sino desde la voluntad de compartir más lo nuestro con los necesitados.
«Perdónanos». El mundo necesita el perdón de Dios. Los hombres sólo podemos vivir pidiendo perdón y perdonando. Sólo quien renuncia a la venganza desde una actitud abierta de perdón puede hacerse cada día más humano.
«No nos dejes caer en la tentación». No se trata de las pequeñas tentaciones de cada día, sino de la gran tentación de abandonar a Dios, olvidar el evangelio de Jesucristo y seguir un camino equivocado. Este grito de socorro queda resonando en nuestra vida. Dios está con nosotros frente a todo mal.
JOSE ANTONIO
PAGOLA
SIN PERDER LA DIRECCION
Escuchando a S.Lucas. Ciclo
C
SAN SEBASTIAN 1944.Pág.
91 s.
12.
El arte de orar
Otra vez nos vuelve a aparecer hoy el tema de la oración, del que también hablábamos el domingo pasado a propósito del relato de las dos hermanas, la activa Marta y la «pasiva» María. Y no olvidemos que, inmediatamente antes, Jesús había presentado la parábola del buen samaritano.
Ya insistimos hace una semana en esa frase de E. Fromm de que la capacidad de contemplación es, paradójicamente, necesaria para la capacidad de amar. En este contexto se sitúa el relato evangélico de hoy, que se inicia con esa imagen de Jesús en oración, que suscita la petición de uno de los discípulos -no se nos dice el nombre-: «Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos».
La liturgia de la Iglesia ha escogido, como paralelo al evangelio de hoy, una vieja tradición del Antiguo Testamento, que es casi continuación del texto del domingo pasado, el de la hospitalidad de Abrahán con el Dios que se le manifiesta a través de los tres caminantes desconocidos. Se trata de una tradición que nos presenta una imagen de Dios, que debe ser iluminada desde el Dios que nos manifestará Jesús y en la que se da ese regateo, tan característico de los pueblos orientales, entre Abrahán y Dios: Abrahán va rebajando la cifra de los justos en la ciudad de Sodoma -desde cincuenta hasta sólo diez- para así salvar a la ciudad pecadora.
Creo que es importante que precisamente en estas fechas, en ambiente de vacaciones, se nos hable sobre el tema de la oración. Porque la oración, desde hace algunos años, se encuentra en crisis. Frecuentemente los padres se sorprenden de que sus hijos no aprendan, incluso en colegios confesionales, las principales oraciones que ellos aprendieron de memoria en su niñez. En muchas personas se han diluido determinadas prácticas de oración del pasado.
También es verdad que han surgido ciertas realidades nuevas que se sitúan en la línea de la oración: hay personas que desean pasar algunos días en el ambiente de paz y serenidad de los monasterios -algunos de los cuales están realizando una gran labor de acogida, inspirada en la bella fórmula de la regla de san Benito: «Hospes venit, Christus venit», «si viene un huésped, es Cristo mismo el que viene», reproduciendo la hospitalidad de Abrahán con los desconocidos caminantes-. Ya hace años que el monasterio de Taizé ha hecho descubrir a no pocos jóvenes la importancia y el valor de la oración. Y, por otra parte, sigue vivo el interés por la espiritualidad de las religiones orientales y sus métodos de oración, que parecen haber descubierto algo inédito en la espiritualidad cristiana.
Lo que se sigue manteniendo con más claridad es la llamada oración de petición. En muchas personas se mantiene viva la famosa frase del refranero de «acordarse de santa Bárbara cuando truena», y se recurre a la oración antes de los exámenes, ante un problema de salud o una difícil situación... incluso para tener suerte en la lotería o que gane mi equipo favorito.
Y es precisamente el tema de la oración de petición el que aparece especialmente subrayado en la segunda parte del relato evangélico de hoy. Jesús, después de haber formulado la oración del padrenuestro -más breve en Lucas que en Mateo-, entra en el tema de la oración de petición a través de dos sencillas comparaciones.
La primera es la de aquel hombre que es despertado en lo mejor de su sueño y que se acaba levantando -quizá no tanto por razones de amistad, sino para liberarse de aquel molesto que llama a su puerta-. La segunda es la del padre que no puede dar una serpiente o un escorpión al hijo que le pide un pescado o un huevo.
En este contexto, el mensaje de Jesús se expresa con gran claridad y belleza: «Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá, porque quien pide, recibe; quien busca, llama; y al que llama, se le abre». Podemos decir que es el mismo mensaje del relato del Génesis: a base del regateo de Abrahán se consigue esa gran rebaja desde la cifra de los cincuenta justos a únicamente diez.
Y, sin embargo, todos somos conscientes de que las cosas no son tan claras, como parece indicar el relato del evangelio. Todos tenemos la experiencia de que hemos pedido, incluso con insistencia, algún favor de Dios..., y nos hemos quedado con las manos vacías; hemos buscado y no hemos encontrado; hemos llamado a la puerta de Dios y nos parece que nos ha respondido el más absoluto silencio.
El mismo Jesús tuvo esa misma experiencia en su agonía de Getsemaní, cuando pedía con insistencia que pasase de él el cáliz de su pasión y, sin embargo, pocas horas después tenía que beber ese cáliz hasta el final.
ORA/PETICION: La oración de petición no es una especie de recurso mágico a través del cual podemos ver cumplidos nuestros deseos del tipo que sean. Lo expresaba gráficamente san Agustín, cuando afirmaba que «Dios llena los corazones, no los bolsillos».
En este contexto es interesante leer con atención las comparaciones utilizadas por Jesús. Jesús no dice que si le pedimos un pan, se nos va a conceder el pan deseado; lo que nos dice es que no vamos a recibir una piedra. Tampoco dice que el que pide un pescado o un huevo, lo que va a recibir sea lo solicitado, pero afirma claramente que no va a recibir una serpiente o un escorpión. Y su mensaje queda claro en sus últimas palabras: «¡Cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo piden!». La oración de petición no tiene nada que ver con el regateo comercial, insinuado por el texto de Abrahán, sino que debe situarse en un nivel distinto.
Lo expresaba espléndidamente el mismo ·Agustín-SAN: «El hombre no ora para orientar a Dios, sino para orientarse a sí mismo». El fin de la oración no es el de Abrahán: decirle a Dios qué es lo que tiene que hacer, sino el conocer qué es lo que nosotros debemos realizar.
Muchos siglos después decía lo mismo ·Bernanos-G: «¡Cómo cambian mis ideas cuando las rezo!». ¡Que distintas son mis ideas cuando las llevo a la oración, cuando las pongo en relación con lo más auténtico de mi yo, con ese Dios que es más íntimo que mi mayor intimidad! o en el marco precisamente de las antes citadas religiones orientales, decía Gandhi: «Es mejor poner el corazón en la oración sin encontrar palabras que encontrar palabras sin poner en ellas el corazón».
¿No le acontece a nuestra oración que intentamos aturdir a Dios con nuestras palabras y nos falta aquello que decía el mismo Jesús: «No utilicéis muchas palabras, como los paganos que piensan que así serán escuchados..., pues vuestro Padre sabe lo que necesitáis, incluso antes de que comencéis a pedir»?
Precisamente en este contexto, Mateo presenta la oración de Jesús, el padrenuestro. Porque, en el fondo, las dos comparaciones de Jesús en el relato del evangelio de hoy no son sino una explicitación del padrenuestro, que es la quintaesencia de la oración cristiana. Dios ya no es el que discute con Abrahán; es el Padre que Jesús nos ha revelado. Y a ese Padre le pedimos el pan de cada día -el pan que sacia el hambre física y el hambre espiritual de nuestro corazón-; que su nombre sea santificado y su reinado venga sobre nosotros. Y también que nos dé capacidad para perdonar, así como nosotros somos perdonados, para, finalmente, pedirle que «no nos meta en la tentación», que no haga de nuestra vida una prueba intolerable.
Esa fue la oración de Jesús que fue escuchada en su agonía de Getsemaní. Esa gracia de la oración es el don del Espíritu Santo que el Padre bueno no puede negar a aquellos que se lo piden. A nosotros nos gustaría que la oración fuese más eficaz y que respondiese tangiblemente a nuestros deseos, pero, ¿nos parece poco que esta oración nos ayude a asumir la vida y ser capaces de encontrar un gozo que nadie nos podrá quitar?
Hace poco hablaba con una mujer joven, cuyo marido sufre una grave e incurable enfermedad. Y me decía, con una mirada limpia y resignada, que Dios era para ella como el piloto automático que guiaba y daba calor a su vida. ¿No es ese el Espíritu Santo que Jesús promete a todos los que acuden a su Padre? ¿No es un ejemplo admirable de que es verdad que el que pide, recibe; quien busca, halla; y al que llama, se le abre? ¿Qué importa que Dios no llene los bolsillos, si llena los corazones?
JAVIER
GAFO
DIOS A LA VISTA
Homilías ciclo C
Madrid 1994.Pág. 276 ss.
13.
1. «¿Es que vas a destruir al inocente con el culpable?».
La intercesión de Abrahán por los justos de Sodoma, tal y como se cuenta en la primera lectura, es el primer gran ejemplo y el modelo permanente de toda oración de petición. Es insistente y humilde a la vez. Cada vez va un poco más lejos: desde los cincuenta inocentes que bastarían para impedir la destrucción de la ciudad, hasta cuarenta y cinco, cuarenta, treinta, veinte, diez. Semejante descripción sólo puede entenderse -aunque al final la súplica no pueda ser escuchada, pues ni siquiera hay diez justos en Sodoma- como un estímulo del todo singular para animar al creyente a penetrar en el corazón de Dios hasta que la compasión que hay en él comience a brotar. Ejemplos posteriores, sobre todo cuando Dios escucha las súplicas de Moisés, lo confirman. Cuando Dios se compromete en una alianza con los hombres, quiere comportarse como un amigo y no como un déspota; quiere dejarse determinar, humanamente se puede decir que quiere que el hombre le haga «cambiar de opinión», como las oraciones de súplica veterotestamentarias mitigan muy a menudo la ira de Yahvé. El hombre que está en alianza con Dios tiene poder sobre su corazón.
2. «Perdónanos nuestros pecados».
En el evangelio Jesús se dirige a Dios con la seguridad del que sabe que el Padre le «escucha siempre» (Jn 11,42). Y, como está en oración, sus discípulos le piden que les enseñe a orar. Jesús les enseña su propia oración, el Padrenuestro, y además les cuenta la parábola del hombre que despierta a su amigo a medianoche para pedirle que le preste tres panes. En la parábola el hombre tiene que insistir hasta llegar a ser importuno para obtener lo que desea. Con Dios en realidad sobra la indiscreción, pero se exige la constancia en la oración, en la búsqueda: hay que llamar a la puerta para que Dios Padre abra a sus criaturas. Dios no duerme, está siempre dispuesto a «dar su Espíritu Santo a los que se lo piden», pero no arroja sus preciosos dones a los que no los desean o sólo los demandan con tibieza y negligencia. Lo que Dios da es su propio amor inflamado, y éste sólo puede ser recibido por aquellos que tienen verdadera hambre de él. Pedir a Dios cosas que por su esencia El no puede dar (un «escorpión», una «serpiente») es un sinsentido; pero toda oración que es según su voluntad y sus sentimientos, El la escucha, incluso infaliblemente, incluso inmediatamente, aunque no lo advirtamos en nuestro tiempo pasajero. «Cualquier cosa que pidáis en la oración, creed que os la han concedido, y la obtendréis» (Mc 11,24). «Si le pedimos algo según su voluntad, nos escucha. Y si sabemos que nos escucha en lo que le pedimos, sabemos que tenemos conseguido lo que le hayamos pedido» (1 Jn 5,14s).
3. «Dios os dio vida en Cristo».
La segunda lectura nos indica la condición para esta esperanza casi temeraria. Esta condición es que hayamos sido sepultados junto con Cristo en el bautismo y hayamos resucitado con él en Pascua mediante la fe en la fuerza de Dios. De este modo entre Dios, el Señor de la alianza, y nosotros, sus socios, se establece una relación directa e inmediata que elimina todos los impedimentos -nuestros pecados, los pagarés de nuestra deuda y las acusaciones que pesan sobre nosotros-. La cruz de Cristo quita todo esto de en medio; ella es la que ha «derribado el muro separador del odio», la que ha traído «la paz» (Ef 2,14-16).
HANS URS von
BALTHASAR
LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales
A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág.
272 ss.
14.LA ORACIÓN Y LA FILOSOFÍA
-«Si el pájaro canta, vive. Es así que canta. Luego vive». Así nos decía aquel entrañable profesor de lógica tratando de poner un ejemplo claro de silogismo válido.
Permitidme que, parodiando su ejemplo y a la luz del evangelio de hoy, os argumente de una manera similar: «si el cristiano reza, es seguro que vive». Por eso, se nos ha repetido hasta la saciedad que la oración es «la respiración del alma». Y ya el domingo pasado, mirando a María la hermana de Marta, quedaba claro que todas nuestras actividades cristianas serán sobrenaturalmente estériles, -como «azotar el viento»-, si no arrancan de una actitud de escucha, «a los pies de Jesús».
Pero he aquí que el viejo profesor, queriendo después poner un ejemplo de silogismo inválido, añadía: «Si el pájaro vive, canta. Es así que vive; luego canta».-«Ya comprendéis que no vale-, repetía,-puesto que un pájaro, aunque viva, por las razones que sean, puede no cantar».
Y aquí es donde yo, en aplicación de la parodia a la que me refiero, me aparto de la filosofía de aquel profesor de juventud y sé que él también se apartaría. Y afirmo: «si el cristiano vive, reza; tiene necesariamente que orar». La oración brotará espontáneamente de él, como el humo del fuego, como el perfume de la rosa, como el llanto de un corazón herido.
Ved a Abrahám en la primera lectura de hoy. Es una página llena de lirismo y de ternura. Daos cuenta. Era una época en que los hombres concebían a Dios como ser misterioso -«bajaba en la brisa del atardecer-; un ser lejano y displicente -«veréis mi espalda, pero no mi rostro-; un ser terrible, envuelto en el fuego, el rayo y el trueno: -«que no nos hable Dios, que moriremos», le decían los israelitas a Moisés. Y sin embargo, a ese Dios tan terrible, Abrahám, adoptando una actitud mimosa y confiada, pero sintiéndose «polvo y ceniza», no puede menos de orar. En una oración modélica, rebosante de sencillez, audacia, esperanza, travesura y fe: «Y si en Sodoma hay cincuenta justos..., o cuarenta..., o acaso treinta..., o, a lo peor, veinte..., o quién sabe si sólo diez, ¿no perdonarás por ellos a la ciudad?»
Si el hombre vive, es decir, si tiene una vida de verdad, reza. Es un argumento perfectamente válido. Incontestable. Más todavía: desde el día en que Jesús nos aclaró que Dios no es un Dios lejano y distante sino, al revés, un Dios cercano, detallista y atento, hay que concluir que «si cuida de los pajarillos y los lirios, cuánto más lo hará de nosotros que valemos más que los pajarillos y los lirios».
Por eso, en el evangelio de hoy se nos dice «un día que Jesús estaba orando dijo a sus discípulos: "pedid y recibiréis, buscad y hallaréis..."».
¿Por qué debemos «pedir» y confiar en que «recibiremos»? Fundamentalmente por dos razones.
Una.-Porque «Dios escucha nuestra palabra». Ved la paradoja. Decíamos el domingo pasado que «María, a los pies de Jesús, escuchaba su palabra». Pues sabedlo de una vez y no os escandalicéis: en esto de la oración es como si Dios «se sentara a nuestros pies y escuchara nuestra palabra». Deletread lo que Jesús dijo: «Si vosotros que sois malos dais cosas buenas a vuestros hijos ¿cuánto más vuestro Padre dará el Espíritu -es decir, el "don" por excelencia- a quien se lo pida?».
Y dos.-Porque es «padre». Es cardum quaestionis, esto es, el quid de la cuestión. Dios, tanto como Dios es «padre». ¿Lo oís? «¡Padre!». Y. «¿puede un padre abandonar al hijo de sus entrañas?».
Ejercicio práctico para el día de hoy.-Buscad el silencio. Y, luego, lentamente, muy lentamente, repetid con todos los matices que os broten del corazón, estas palabras: «Padre... nuestro... que estás en el cielo. . .» .
ELVIRA-1.Págs. 251 s.