29 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO 17 B
(12-24)

 

12. SOBRE LA 2ª LECTURA: C/Unidad 

Pero hay que considerar la unidad entre nosotros, dentro de nuestras comunidades. Es útil leer algún pasaje de la carta a los Efesios, c. 4, porque es bueno exhortarnos mutuamente y también porque es bueno exhortarnos con inteligencia. En efecto, si no nos exhortamos con inteligencia, se puede caer en el derrotismo o se pueden causar fracturas: "No hay unidad", "no hay comunidad", "aquí no se hace nada", "nunca se logrará la unidad", "es mejor volver a casa"... Con estas apelaciones a la unidad, a la comunidad, a la caridad, demostramos que ya hemos perdido la confianza. Probablemente estos malos frutos se deben a que la idea no se elaboró bien teológica ni sicológicamente. Es decir, la idea de unidad, tomada globalmente, se aplica a situaciones que no son sino un aspecto, un momento de la unidad cristiana.

Es un problema que se presenta en la vida de la Iglesia, sobre todo porque a menudo la unidad que se invoca es un modo de lamentarse porque las cosas no se hacen como quisiéramos, porque no hay unidad conmigo. No debemos maravillarnos de que hasta los conceptos más hermosos, como la unidad, se utilicen mal o se desperdicien. Al respecto, recuerdo ciertas reuniones comunitarias de los tumultuosos años setenta, cuando parecía necesario renovar todo y se terminaba fatalmente angustiando inútilmente las conciencias: aquí nadie se ama, aquí todos hablan mal de los demás, aquí no hay caridad cristiana, etc. Gritando por la falta de caridad, uno demuestra que no tiene el verdadero espíritu de la caridad, porque obra de modo despreciativo y ofensivo con la comunidad. No bastan las palabras, se requieren los hechos; no bastan los hechos, se requiere la inteligencia de la fe.

Por esto quiero recurrir a algunas páginas de la bellísima carta a los Efesios: "Yo pues, -que estoy prisionero por la causa del Señor- los exhorto a que caminen de una manera digna de la vocación con que fueron llamados, con toda humildad y mansedumbre, con longanimidad, soportándose los unos a los otros con caridad". Aquí vemos ya cuáles son los sentimientos propios del llamamiento a la unidad: San Pablo no comienza amonestando que hay que estar unidos, sino que primero exhorta a la humildad, a la mansedumbre, a la paciencia, a la comprensión, a la soportación. "Siendo solícitos por conservar la unidad con el vínculo de la paz". "Siendo solícitos", quiere decir que no es fácil. El texto griego dice "spoudázon", obrando con diligencia: no es una condición que ya se haya alcanzado, sino que hay que buscar y rehacer continuamente. Y después de haber mencionado la unidad del espíritu por medio del vínculo de la paz, el Apóstol describe lo que él entiende por unidad: "un solo cuerpo y un solo espíritu, como igualmente una esperanza a la que han sido llamados por su vocación, un sólo Señor, una sola fe, un solo bautismo y un solo Dios, Padre de todos, que está sobre todos, por todos y en todos (4, 1-6).

Es una triple enumeración, de tres miembros cada una, nueve elementos que son los pilares de la unidad: "Un solo cuerpo (el único cuerpo de Cristo), un solo espíritu, una sola esperanza, un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo". A este punto cambia el panorama: "Un solo Dios, Padre de todos, que está sobre todos, por todos y en todos". Aquí se alarga la unidad de muchos y se convierte en la unidad que Dios obra en la multiplicidad de las personas, de los gestos y de las situaciones.

Ante todo, Dios mismo que, siendo uno, está por encima de todos, obra por medio de todos y está presenta en todos. La unidad de la comunidad viene, pues, de aquel único Dios y de aquel único Espíritu que obra en todos: si hay bautismo, fe recta, eucaristía, hay unidad. Porque, como ya lo decía, carecer de unidad es decaer de la fe católica, y mientras haya fe católica hay unidad sustancial y es un milagro de Dios que exista. Si queremos reconstituir la mayor unidad, tenemos que partir de lo que hay, reconocer que lo que hay es un don infinito de Dios.

Después de haber empezado a alargar la unidad hacia la multiplicidad, Pablo pasa a los dones múltiples y este es el punto al que quería llegar, porque el problema nace de los diversos dones, carismas, ministerios que no siempre logran ir de acuerdo: "A cada uno de nosotros ha sido dada la gracia conforme a la medida del don de Cristo. Por eso dice la Escritura: Subiendo a lo alto, llevó consigo una multitud de cautivos y dio dones a los hombres ¿Qué otra cosa significa la subida, sino que también descendió primeramente a la parte más profunda de la tierra? El mismo que había descendido, es el mismo que había subido a lo más alto del cielo para que se cumpliesen todas las cosas" (/Ef/04/07-10). Parece que Pablo hace una digresión: quería hablar de carismas, de dones y, de repente, habla de Jesús que subió y primero había descendido. Tal vez el Apóstol teniendo el corazón lleno de amor ardiente por Jesús, casi sin darse cuenta, vuelve al hablar del Kerygma. Pero probablemente él se propone reconfirmar lo que está por decir sobre la unidad, en la primordial humildad de Cristo, que siendo semejante a Dios, descendió hasta el fondo para volver a subir y llevar a todos a la unidad. "A unos constituyó apóstoles, a otros profetas, a unos evangelistas, y a otros pastores y doctores, a fin de perfeccionar a los cristianos en la obra de su misterio y en la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y al conocimiento completo del Hijo de Dios y a constituir el estado del hombre perfecto a la medida de la edad de la plenitud de Cristo" (/Ef/04/11-15).

Las palabras de Pablo nos maravillan, porque parece que todavía no había unidad. A veces ciertas desilusiones nuestras respecto a la unidad se deben precisamente al hecho de que confundimos la unidad del fin con la unidad de camino, de viaje, por la cual todos trabajan para que se llegue "a la unidad de la fe y al conocimiento completo del Hijo de Dios, y a constituir el estado del hombre perfecto a la medida de la edad de la plenitud de Cristo". Esta plena madurez de Cristo no existe, este cuerpo es inmaduro, presenta signos infantiles, tensiones, dificultades, peleas, y es así: lo importante es que camine hacia la plena unidad. Desde este punto de vista, lo importante no es tener la perfecta y total unidad, sino esforzarse continuamente por caminar hacia esa unidad plena del cuerpo de Cristo, que es el reino de Dios, es Cristo en el momento en que presente el reino al Padre. "Para que de ninguna manera seamos niños vacilantes y nos dejemos arrastrar por ningún viento de doctrina al capricho de los hombres por la astucia que nos induce a la maquinación del error" (v. 14).

A veces el "falso viento de doctrina" es una falsa idea de unidad, por la cual como niños nos apegamos a un ideal que después no se encuentra en la realidad y, entonces, no sabemos qué camino emprender. "Al capricho de los hombres por la astucia que nos induce a la maquinación"; hay astucias y engaños, hasta en ciertos llamamientos a la unidad, "al contrario, aleccionados en la verdad, crezcamos en el amor de todas las cosas" (aún en la unidad) "hacia el que es la cabeza, Cristo" (vv. 14-15).

Para concluir, me parece que Pablo habla de una triple unidad.

A. Hay la unidad de fondo, absoluta (una fe, un bautismo, un Dios, un Señor) y es punto de partida indudable, firme, total. Si se pone esto en discusión, viene la división de la Iglesia, la herejía o la apostasía.

B. Hay la unidad de fin: "Hasta que lleguemos todos a la plenitud de la unidad, a la madurez del cuerpo de Cristo", que es la perfecta unidad y armonía del reino, es la paz del reino, el cuerpo de Cristo llegado a la madurez a través de la madurez de la fe de los hombres que, purificados por las pruebas de la vida, han aprendido a vivir en caridad, paz, amor, y así viven por toda la eternidad.

C. Entre la unidad de fondo y la unidad de fin (necesaria como referencia y modelo) está la unidad de acción, el empeño por conducir continuamente la multiplicidad de los carismas, que se deriva de la misma unidad, en el crecimiento hacia la unidad perfecta; por tanto, en el mayor entendimiento, en la mayor coordinación aun exterior, pero sabiendo que no llegaremos nunca.

Recuerdo la expresión, algo escéptica, pero muy cierta, del cardenal Ballestrero el último día del congreso eclesial de Loreto: "¡Y recordemos que reconciliaciones perfectas no se lograrían nunca en esta vida!". Aquí nos encontramos continuamente en camino, en continuo esfuerzo de reconciliación, en estado de perdón permanente, porque estamos en estado de falta permanente, de carencia permanente.

Entonces, ¿cómo podemos ser luz y sal? Ciertamente nuestra responsabilidad es grave, sin embargo yo creo que aquellos a quienes Dios les da la luz de la fe, y no solamente una mirada sociológica sobre la Iglesia, podrán comprender que existe una formidable unidad de fondo, una maravillosa unidad de fin, que la gente está trabajando seriamente, con valentía para superarse, perdonarse, comprenderse, colaborar. Hay una Iglesia en movimiento hacia lo alto, una Iglesia en camino atento, celoso, valiente, hacia la perfecta comunión de los corazones. Afirmar que nos convertiremos cuando en la Iglesia todos se amen, es una excusa y equivale a decir: "Señor, excúsame, tengo que ir a ver el campo que he comprado, tengo que ir a ver los bueyes".

La unidad del camino, si se lo vive intensamente, es un signo que corona la unidad de fondo y la unidad de fin. Pero si el camino es débil, si se va adelante por simple resignación, entonces es un contra-sentido y quien mire tendrá el derecho de decir: ¡Estos no sólo no se aman, sino que ni siquiera tratan de hacerlo!

CARLO M. MARTINI
¿POR QUÉ JESÚS HABLABA EN PARÁBOLAS
EDIC. PAULINAS/BOGOTA 1986. Pág. 150 s.


13.

El hambre es la enfermedad que causa más muertes: decenas de millares de niños cada día, decenas de millones de seres humanos cada año. Pero el hambre no es sólo una enfermedad: para el que todavía no ha muerto, es la primera esclavitud. Jesús nos indica el camino para salir de ella. No es una revolución más, es más que cualquier revolución.

UN NUEVO ÉXODO

"Subió Jesús al monte y se quedó sentado allí, con sus discípulos. Estaba cerca la Pascua, la fiesta de los judíos. Jesús levantó los ojos, y al ver que una gran multitud se le acercaba..." La Pascua era la fiesta de la liberación de Israel. En ella se recordaba la última noche de esclavitud pasada en Egipto, con la certeza de que ya la libertad estaba cerca (Ex 12,1-14). Pero la Pascua que se iba a celebrar había perdido gran parte de su valor al ser integrada por un sistema religioso que, aunque seguía invocando con la boca al Dios liberador, se había convertido en instrumento de opresión y de esclavitud del pueblo. Por eso Juan la llama la Pascua, la fiesta de los judíos; es la fiesta oficial de aquel sistema que, recordando las palabras del evangelio del domingo pasado, había extraviado al pueblo, que vagaba desamparado "como ovejas sin pastor" (Mc 6,34). Son, el del domingo pasado y el de éste, dos textos en los que se muestra el camino para salir definitivamente de la esclavitud, en los que se propone un nuevo éxodo, un nuevo proceso de liberación, abierto ahora para toda la humanidad y en el que, por supuesto, también participa, por medio de Jesús, el Señor que liberó a los israelitas de aquella antigua, pero aún no vencida, esclavitud.

La dirección ahora es la contraria a la del primer éxodo: entonces las tribus de esclavos se encaminaron hacia la tierra de Canaán; ahora sale (éxodo significa salida) de esa tierra una gran multitud, que busca, al otro lado del mar, en tierra de paganos, a Jesús, quien, sentado en el monte (lugar de la presencia de Dios; véase Ex 3,1; 4,27; 18,5; 24,1.9.12-13.15.18; Nm 10,33; 1 Re 19,8; Is 2,2-5; 11,9; Ez 28,14.16; Sal 24,3; 68,16-17), les va a enseñar el camino de la definitiva libertad.

ROMPER CON ESTE SISTEMA

"...se dirigió a Felipe: -¿Con qué podríamos compran pan para que coman ésos? (Lo decía para ponerlo a prueba, pues él ya sabía lo que iba a hacer.) Felipe le contestó: -Doscientos denarios de plata no bastarán para que a cada uno le tocase un pedazo. Uno de los discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dice:

-Hay aquí un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces, pero ¿qué es eso para tantos?"

La plata, el dinero, no resuelve el problema. Felipe no sale bien de la prueba a que lo somete Jesús. No encuentra el camino para saciar el hambre de aquella gente. No conoce otro medio que la compraventa, y por ese camino sólo se soluciona el hambre de unos pocos a costa del hambre de la mayoría. Y hoy, ya casi en el siglo XXI, está más que probado que el hambre de los países pobres no es sino la consecuencia del empacho de los países ricos. Más aún: el bienestar de las clases trabajadoras de estos países ricos no se debe a que haya más justicia, sino que es efecto de la injusticia que sufren los pueblos del Tercer Mundo; el capital sigue explotando, aunque la mayoría de las víctimas queden algo más lejos. Hay, por tanto, que romper con este sistema. Andrés, sin embargo, parece que sí conoce la solución: que los que, siguiendo a Jesús, han decidido ponerse al servicio de la humanidad (a ellos, al grupo de Jesús, a la comunidad cristiana, representa el muchacho que tiene los panes y los peces), compartan todo lo que tienen, aunque sea poco, aunque sólo sean cinco panes y un par de pescados.

Pero a Andrés le falta confianza, no está seguro de que sólo compartiendo se pueda resolver completamente el problema: "¿qué es eso para tantos?"

EL SEÑOR, EL ÚNICO DUEÑO

"Jesús les dijo: -Haced que esos hombres se recuesten. Había mucha hierba en el lugar. Se recostaron aquellos hombres, adultos, que eran unos cinco mil. Jesús tomó los panes, pronunció una acción de gracias y se puso a repartirlos a los que estaban recostados, y pescado igual, todo lo que querían".

El nuevo éxodo empieza con una comida, como el antiguo. Pero en éste la libertad ya se empieza a gozar. Ahora los que comen lo hacen recostados, como los hombres libres: si los hombres, en lugar de acumular lo que a otros les falta, lo comparten como manifestación de amor, nadie tendrá que convertirse en esclavo para poder ver satisfechas sus necesidades más primarias. El amor y la solidaridad son siempre fuente de libertad.

Pero para que esto sea posible es necesario aceptar que el Señor es el único dueño de lo que los hombres necesitan para vivir. Eso es lo que reconoce Jesús cuando, con el pan y los pescados en la mano, pronuncia una acción de gracias: la vida y el alimento necesario para la vida del hombre son regalos de Dios. Los panes y los peces no son de aquel muchacho, no son propiedad de la comunidad: son fruto del amor de Dios, y el amor de Dios, si no se comparte, se rechaza. La tierra entera es un regalo de Dios a toda la humanidad. El la entregó a los hombres para que todos disfrutaran de sus frutos. Por eso nadie tiene derecho a acumular lo que a otros les falta.

¿Verdad que si los cristianos nos tomáramos esto en serio sería algo más, mucho más, que cualquier revolución? Y, además, debemos hacerlo sin triunfalismos, sin convertirnos en líderes de masas. Después de repartir panes y peces, Jesús, "dándose cuenta de que iban a llevárselo por la fuerza para hacerlo rey, se retiró de nuevo al monte, él solo".

RAFAEL J. GARCÍA AVILÉS
LLAMADOS A SER LIBRES. CICLO B
EDIC. EL ALMENDRO/MADRID 1990. Pág. 179 ss.


14.

SOMOS SACIADOS DEL PAN DE DIOS

-Los panes multiplicados (Jn 6, 1-15)

En este ciclo B abandonamos el evangelio de San Marcos a partir de este domingo 17.° hasta el 21.°, para seguir el discurso sobre el pan de vida del evangelio de Juan. Será interesante, pues, seguir este capítulo 6 de Juan y sus comentarios, presididos por la lectura del Antiguo Testamento de cada domingo, recorriendo los textos y comentarios de los domingos que siguen en el ciclo B.

La muchedumbre sigue a Jesús, y Jesús nos explica el motivo: porque habían visto los signos que realizaba curando a los enfermos. Esta observación da, de por sí, un valor mesiánico al relato. Pero hay otra precisión que nos advierte del carácter sacramental de lo que viene a continuación: "Estaba cerca la Pascua, la fiesta de los judíos". No olvidemos que la catequesis de Juan se dirige a cristianos, para quienes no era posible dejar de pensar en la eucaristía cuando se les hacía ver esta vinculación entre la Pascua y la multiplicación de los panes. La misma curación de los enfermos hacía que el relato tuviera una concreta significación mesiánica. Pero la forma de terminar dicho relato subraya aún más este sentido. En efecto, en los sinópticos, el caminar de Jesús sobre las aguas viene inmediatamente a continuación del relato de la multiplicación de los panes. En San Juan, sin embargo, concluye con la reflexión de la muchedumbre: "Este sí que es el Profeta que tenía que venir al mundo". En consecuencia, querían hacerle rey. Más tarde, en el versículo 51, dirá Jesús: "El pan que yo voy a dar es mi carne por la vida del mundo".

Como es habitual en él, insinúa Juan que el milagro de la multiplicación de los panes era un anuncio de la eucaristía y formaba parte de la progresiva revelación que Jesús deseaba realizar: "El sabía lo que iba a hacer". Algunos han pretendido que, en este pasaje de su evangelio, San Juan deseaba evocar sistemáticamente los episodios del Éxodo. Esta evocación, sin embargo, no sigue la cronología de dicho libro, sino la del libro de la Sabiduría, en cuyo capítulo 16 (20- 26) se habla del maná. Por otra parte, el relato de Juan está en relación también con el libro de los Números (11, 13), que será implícitamente citado en los versículos siguientes.

Esta referencia a la situación del pueblo de Dios en el desierto no es la única, pues tampoco está ausente del pensamiento de Juan el relato de la mulplicación de los panes por Eliseo. En el segundo libro de los Reyes (4, 42-44) se trata también de panes de cebada. Y el servidor de Eliseo hace la misma observación que Felipe: "¿Cómo voy a dar esto a cien hombres?". Y aún más: en el relato del milagro de Eliseo sobra pan: "Comieron y dejaron de sobra".

Todo el relato del libro de los Números, cuando narra las etapas de la marcha por el desierto, insiste claramente en la imposibilidad del pueblo para salvarse a sí mismo; es el Señor quien lo hace. Moisés hace ver al Señor su incapacidad para dar de comer a seiscientos mil hombres (Num 11, 21-23). Se trata de pan, pero también de peces: Moisés estima que todos los peces del mar no bastarían para dar de comer a tanta gente. En el relato del Éxodo, el maná cae en la medida necesaria para cada uno (Ex 16). Sería exagerado decir que el relato de Juan está tejido de alusiones a la celebración eucarística. Sus lectores, sin embargo que habían leído el relato de la institución de la eucaristía y participan en las reuniones eucarísticas, debían ver en el conjunto de los detalles dados por Juan el deseo de presentar ese milagro de la multiplicación de los panes como un anuncio de la eucaristía. Jesús toma los panes y, después de dar gracias, los distribuye.

Aquí el pan y los peces son demasiado numerosos; pero se recoge lo que sobra. ¿Hay que ver en el versículo 13, el de los canastos. una intención simbólica por parte de Juan? Y si es así, ¿cuál es? Podría decirse que la muchedumbre, trágicamente, no comprende la significación profunda del milagro y no ve en él más que la realización de un mesianismo nacionalista.

-Comerán y sobrará (2 Re 4, 42-44)

Nos hemos referido a este texto al leer más arriba el pasaje del capítulo 6 del evangelio de Juan que se somete hoy a nuestra consideración. Es inútil que tratemos de precisar la localización y los detalles del relato; lo que nos importa es su significación profunda, que radica en la evidente desproporción entre 20 panes y cien hombres que hay que alimentar. Es el mismo caso del evangelio. No se sabe a ciencia cierta si el autor del texto quiere ensalzar a Eliseo y crear una leyenda en torno a él, o si pretende sobre todo poner de relieve la incapacidad de los hombres y la fácil intervención de Dios.

Los textos que se leen hoy no nos permiten una meditación precisa sobre el Pan de vida. Se nos invita, más bien, a contemplar la misteriosa preparación de Cristo que tiende a llevar a la muchedumbre a desear otra cosa distinta de un alimento material, pero, más concretamente, a no acantonarse, cuando se ve obligada a reconocer el poder del Enviado de Dios, en un concepto nacionalista de la salvación. Jesús no es el mesías forjado por la mentalidad del pueblo judío de entonces; así pues, se retira a la montaña, lo cual, para el evangelista, significa alejarse para orar en el recogimiento.

Este domingo nos ha hecho reconocer al verdadero Mesías que cura, al verdadero Profeta que, mediante su poder, da de comer a la multitud. Por lo que se refiere a nosotros, que poseemos la fe, estamos en condiciones de anticipar las consecuencias de este relato, porque conocemos la relación que guarda con la doctrina que encierra. Pero, si nos atenemos al párrafo que se pone a nuestra consideración, se nos invita a entrar en los caminos de Dios y a reconocer su poder y su deseo de insertarse en la vida de los hombres.

El salmo 144 que se lee después de la segunda lectura nos hace cantar: "Abres tú la mano, Señor, y sacias de favores a todo viviente...". La continuación del capítulo 6 de San Juan nos hará comprender en su exacta significación el canto de este salmo. Pero nosotros lo cantamos pensando ya en el alimento eucarístico.

ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITÚRGICO: CELEBRAR A JC 6
TIEMPO ORDINARIO: DOMINGOS 9-21
SAL TERRAE SANTANDER 1979. Pág. 84 ss.


15.

1. «Comerán y sobrará».

En la primera lectura se narra un milagro realizado por el profeta Eliseo. Este milagro, que tiene que ver con la comida, es evidentemente una especie de imagen anticipada del milagro de la multiplicación de los panes y los peces que se narra en el evangelio. Algunos detalles de ambos relatos son comparables: la escasez de los alimentos presentados, la orden: «Dadles vosotros de comer» (cfr. Mc 6,37 par), la comida y los restos (en Eliseo según lo había previsto el Señor). El milagro del profeta es de un formato más modesto: la cantidad de alimentos disponibles es mayor, la multitud (cien personas) es menor; el milagro se realiza en virtud de una decisión de Dios, no merced a la omnipotencia de Jesús. Esto no obstante, el paralelismo es asombroso. Se muestra con ello que Jesús, tanto en éste como en otros casos, no actúa según su propia fantasía, sino que cumple exactamente, en perfecta obediencia, la Escritura, aunque la supera ampliamente. Hasta que pronuncia sus últimas palabras en la cruz, Jesús tiene muy claro que debe «terminar de cumplir la Escritura» para que «todo quedara terminado» (Jn 19,28). Las obras que Dios había comenzado en la Antigua Alianza mediante el ministerio de sus profetas, se consuman mediante la omnipotencia del Hijo en la Nueva, una omnipotencia que es al mismo tiempo obediencia al Padre.

2. «¿Qué es eso para tantos?».

El milagro que Jesús realiza en el evangelio, dando de comer a unos cinco mil hombres, es al mismo tiempo, como superación del milagro del profeta, la revelación de la gracia divina otorgada a la humanidad: Jesús convierte -como en Caná- lo poco que los hombres tienen que ofrecer en una sobreabundancia inconcebible. Dios, que ya en la naturaleza es incomprensiblemente pródigo, se revela en el orden de la redención más generoso que el derrochador más despreocupado; pero, en primer lugar, aquí no hace llover del cielo el maná como signo de su prodigalidad, sino que utiliza las escasas provisiones del hombre; en segundo lugar no deja que se pierda su sobreabundancia inconcebible, sino que manda recoger las sobras para que sus discípulos -la Iglesia- tengan una provisión eterna que pueda ser distribuida a todos los que tengan necesidad de ella. Si en Caná el maestresala ve en las seis tinajas de vino una locura incomprensible, aquí la locura divina, que da mucho más de lo que puede consumirse, es al mismo tiempo la sabiduría de Dios que hace perdurar esta locura de la sobreabundancia a través de toda la historia; todos los que tienen sed reciben el agua «de balde» (Ap 21 ,6; 22,17).

3. «Un solo cuerpo y un solo Espíritu».

La segunda lectura remite a la verdadera multiplicación de los panes de Jesús, la de su cuerpo en la Eucaristía, al igual que la promesa de ésta en Juan sigue inmediatamente también al milagro de la multiplicación de los panes y los peces. La aparente insignificancia de un trozo de pan se convierte en la sobreabundancia de la autodonación del cuerpo de Jesús, que sacia a los que lo comen, pero no individualmente, sino uniéndolos a todos en un solo Espíritu, que se muestra en que todos participan en la humildad, amabilidad y paciencia de Jesús, lo que les hace participar también como verdaderos cristianos en la fuerza milagrosa de Cristo, que puede unir al mundo hambriento y desesperado en «una sola esperanza» en un «único Dios y Padre de todos».

HANS URS von BALTHASAR
LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994. Pág. 181 s.


16.

Estamos en los comienzos del tercer año de la vida pública de Jesús, según se puede deducir del evangelista Juan. Los primeros cristianos daban mucha importancia a esta narración de la multiplicación de los panes y de los peces. Solamente así se explica el hecho de encontrarla en los cuatro evangelios. Más aún, Mateo y Marcos nos hablan de ella dos veces (Mt 15, 32-39; Mc 8,1-10), siendo posiblemente la segunda un doblaje de la primera.

Algunos opinan que se trata de una narración legendaria, hecha a base de un texto del Antiguo Testamento (2 Re 4,42-44). Es cierto que hay semejanzas; pero ¿bastan para explicar la fuerza y la vivacidad de los relatos evangélicos y el que nos lo cuenten los cuatro evangelistas, algunos dos veces? No parece que el relato presente rasgos legendarios; más bien, la sobriedad y la coherencia de las narraciones ponen de manifiesto el impacto enorme que el suceso produjo en los que lo presenciaron, sobre todo de los discípulos. Todos los relatos de la multiplicación de los panes tienen una clara alusión a la eucaristía, celebración cumbre de la vida del cristiano.

1. Evaluar y reflexionar la acción

Par:Mc/06/30-34:ORA/CONTEMPLACION 

Muchas veces nuestra vida de trabajo y de preocupaciones nos impide ir al fondo de la realidad de las personas y de los acontecimientos. Es fácil quedar atrapados por las ocupaciones cotidianas.

Esto no quiere decir que debamos buscar el mensaje de Jesús fuera de nuestra vida diaria, pero sí que es preciso profundizar en los acontecimientos, saber descubrir su auténtico sentido, distinguir en ellos lo que es verdaderamente importante de lo que no lo es. Para ello es necesario que encontremos tiempo para el silencio interior, que nos ayude a ir más al fondo en el ver, juzgar y actuar de nuestra vida. En el texto que estamos comentando, y según los evangelios sinópticos, Jesús se retira con sus discípulos a un lugar apartado y tranquilo. En Marcos y Lucas, para hablar de los resultados de la misión que les había encomendado; en Mateo, al enterarse de la muerte de Juan Bautista.

Jesús se preocupa del descanso de sus discípulos. Porque el descanso no es un lujo, sino una necesidad del hombre. La actividad no puede esclavizarnos, y para lograrlo necesitamos momentos de reposo y de tranquilidad a fin de podernos reencontrar con lo esencial.

Busca un lugar tranquilo para hacer la evaluación y reflexión de la actividad que han realizado. Deben profundizar en los acontecimientos, ahondar en la reacción de la gente ante lo que hacen, en la aceptación que logra lo que proponen... para ver qué deben cambiar, qué aspectos deben continuar, ver si de verdad han respondido a las esperanzas del pueblo. A la vez, les anima a una profunda vida de reflexión, de silencio y de oración, de lo que él les da ejemplo. No quiere que caigan en el nefasto triunfalismo del activismo, y menos en esa tremenda burocracia eclesial que se nos presenta como imprescindible. Es lamentable que la costumbre cristiana de los retiros y ejercicios espirituales se haya convertido en una evasión sin sentido -cuando se hacen-, en lugar de ser un tiempo de profunda autocrítica de lo que somos y hacemos.

El silencio y la soledad son el tiempo necesario para vivir bajo el influjo directo de la palabra de Jesús, para contemplar y orar. Contemplar y orar implica pararse y saber mirar alrededor, colocarse en situación de poder ser interpelado por las cosas y por los acontecimientos, coger fuerzas para seguir buscando la verdad, reconocer la propia pobreza constitucional. Más que juzgar y decir muchas cosas, contemplar y orar significa situarse en actitud de coloquio, aceptar la presencia del otro, de su palabra y de su amor; significa siempre un esfuerzo de autodonación personal, esfuerzo de comprensión.

Contemplar y orar es también imaginar, crear, inventar... Jesús quiere que compaginemos la reflexión y la oración con la acción. Es lo que hacía él: con frecuencia se retiraba a lugares solitarios para orar; y en otras muchas ocasiones está rodeado por las masas que le siguen ansiosas de escuchar sus palabras y de recibir sus curaciones, y de las que se aparta para retirarse de nuevo a la soledad y a la plegaria. Jesús nos llama y nos envía a todos los cristianos a continuar su misión de evangelizar. Esta tarea no la podemos realizar lejos de él. Tenemos que volver siempre a Jesús, sentirle presente en nuestro intento de comunicar su evangelio, saber "contarle" lo que decimos, hacemos y queremos ser, lo que nos ilusiona o nos frena en nuestro camino... Sólo esta vinculación personal con él dará validez a lo que hagamos como seguidores suyos.

¿Qué hacemos? ¿Qué somos? ¿Hacia dónde caminamos? ¿Hay en nuestra vida verdadero amor? ¿Buscamos el reino de Dios y su justicia en nuestras actividades, o nos buscamos a nosotros mismos? ¿En qué ideas o valores estamos ahora apoyando nuestra vida?... Quizá descubramos que detrás de las ocupaciones cotidianas se esconde un vacío, o un desconcierto, o un miedo, o una huida, o una desesperanza..., o una vida llena de sentido.

2. No le dejan tranquilo mucho tiempo

La gente lo sigue al ver "los signos que hacía con los enfermos", nos dice Juan, que nunca llama "milagros" a estos signos. El ver que comunicaba la salud a los enfermos suscitaba en las multitudes la esperanza de lograr de él una vida más verdadera, una ayuda para verse libres de todos sus males. Los que acuden a él son personas económica y socialmente débiles que perciben que Jesús puede ayudarles a salir de sus miserias, porque sus signos van dirigidos siempre directamente al bien del pueblo. Por eso lo siguen, aunque no tengan necesidad de curación física ni acaben de saber quién es y qué pretende.

Lo que lleva a la gente a Jesús no es sólo el afecto, o el que fuera un gran orador, o la gratitud por los beneficios recibidos. Acuden a él porque intuyen que tiene la respuesta para sus anhelos más profundos, porque perciben en su actuación y en sus palabras la verdadera vida. El Dios de Jesús -único Dios verdadero- está presente en lo más profundo del hombre: en sus ilusiones, aspiraciones, ideales, proyectos de infinito... Y Dios está presente en Jesús. Por esta razón lo más profundo del hombre se identifica con el camino de Jesús. Lo superficial del ser humano no puede conectar con Jesús porque se lo impide el pecado: la comodidad, el egoísmo, el individualismo... Desde su ser profundo, cada hombre se identifica con el ser profundo de los demás y de Dios. Cuando hablamos desde nuestro ser auténtico, nos compenetramos inmediatamente con los que toman la misma actitud, y a ese nivel se desvela la imagen de Dios que somos cada uno de los hombres. A ese nivel profundo surge la comunicación y el diálogo verdaderos, la amistad; surge la comunidad, la comunión de unos con otros, cuyo signo más expresivo es la eucaristía.

Jesús no provoca una revolución superficial, como hacen tantos líderes facilones; busca la conversión del corazón. No pretende nada para sí mismo ni defender ningún sistema: busca únicamente el bien del pueblo, al que quiere servir, ayudar, promocionar. Marcos resume la postura de Jesús ante la "multitud" al decir: "Le dio lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor; y se puso a enseñarles con calma`'. No condiciona su acción al éxito inmediato; sabe que lo auténtico no se logra en un instante, porque hay muchas defensas que lo impiden. De aquí que la constancia y la paciencia -"la calma"- sea una virtud clave en los que luchan por el reino de Dios. Jesús siente "lástima", compasión de ellos. Compasión que es la capacidad de sufrir por los problemas y sufrimientos de los demás como si fueran propios, y que en la práctica es muy difícil lograr.

La gente de Palestina le buscaba. Jesús no hubiera podido enseñarles si ellos no le hubieran buscado. Esperaban que él les diera respuesta a tantos anhelos a los que los pastores del pueblo no habían sabido responder. Quizá buscaran en él a un jefe al estilo de los zelotes que hiciera realidad los sueños de cambio que el pueblo humillado lleva siempre tan dentro del corazón.

"Le seguía mucha gente". Juan insiste en la condición previa para poder escuchar a Jesús. Quien no emprenda el camino, quien no esté dispuesto a salir de sí mismo y a dejarse cautivar por el seguimiento de Jesús, no tiene nada que hacer. El hombre seguro, el que cree saberlo todo y no tiene hambre y sed de más vida, de más verdad, de más amor..., no puede captar nada de la palabra de Jesús. Es un sordo y un ciego.

Pero no vale cualquier seguimiento. Los evangelistas lo repiten con frecuencia, quizá como advertencia de las primeras comunidades cristianas a aquellos que se contentaban con seguimientos aparentes. Como es fácil deducir de los textos evangélicos, la mayoría de la gente que seguía a Jesús no aceptó luego su palabra: le abandonó porque su seguimiento era superficial, no llegaba al corazón, se movía por motivos engañosos, estaba apoyado en la propia razón y conveniencia. Todos tenemos necesidad de conocer y de escuchar a Jesús personalmente. Juan sitúa a Jesús en la montaña, que representa el lugar donde reside Dios. En ella se sienta, para indicarnos que está en su lugar propio.

3. El pueblo vuelve a estar de moda

"Estaba cerca la Pascua, la fiesta de los judíos". De esta forma Juan nos precisa la época del año y la fiesta. Una fiesta de los dirigentes religiosos y en la que el pueblo nada tenía que celebrar, al estar marginado y explotado por los jefes. En esta fiesta la gente debería subir a Jerusalén, pero no lo hará; preferirá seguir a Jesús en lugar de ir en peregrinación a la capital. El pueblo comienza a liberarse del yugo de las instituciones. Jesús se convierte en el punto de afluencia de una multitud que pone en él su esperanza. Y es que Jesús representa la alternativa que están deseando, aunque después lo abandonen a causa del compromiso que les pide.

La historia nos muestra que el pueblo hace revoluciones, unas de derechas y otras de izquierdas, empujado por unos pocos. Acabado el esfuerzo, vuelve a quedar reducido a la ignorancia y al olvido. Hoy el pueblo vuelve a estar de moda. Entre la gente inquieta, entre los que pretenden cambios importantes en la sociedad, se ha puesto de moda volver al pueblo, contar con el pueblo, acercarse a él, promocionarlo... Es como un campo en el que se han sembrado todas las esperanzas, sin más cosecha que las frustraciones y la explotación.

También se le pide a la iglesia que ayude al movimiento liberador de los pueblos. Pero ¿cómo hacerlo? ¿Se puede improvisar? El paternalismo ronda todo esfuerzo por promocionar al pueblo: gentes de "buenas familias" o viviendo una vida burguesa que pretenden ayudar sin dejar de ser lo que son. Están también personas muy honorables que hacen con el pueblo lo de siempre: explotarlo.

Sin embargo, el pueblo es la auténtica esperanza de la humanidad. En él está el futuro de la historia. Pero no debemos idealizarlo, porque está desorientado, sin cultura, sin conciencia, con muchos años -siglos- de manejo por los poderes. Solamente es del pueblo el que pertenece a él. Los que pertenecen a las clases altas, por el poder que ostentan o por la cultura, no son del pueblo. Si alguno de éstos quiere estar con el pueblo ha de hacerlo con humildad, silenciosamente, en un segundo plano Jesús de Nazaret sí es del pueblo: no poseía bienes de este mundo ni había adquirido la ciencia de las grandes escuelas y culturas. Era un simple trabajador manual. Por eso todos se admiran de que supiera sin haber estudiado (Lc 2,47; Mc 6,2).

La actitud de Jesús es fundamental para entender el verdadero espíritu de la transformación social y religiosa. Si la aceptáramos, haríamos al pueblo un servicio incalculable. Es necesario que lo oigamos a él por encima de tantas voces que nos hablan de oídas porque no contemplan, ni oran, ni se quieren renovar. Para poder transmitir la palabra de Dios necesitamos vivir con periodicidad un tiempo fuerte de sosiego, de paz, de encuentro íntimo con Jesús.

Mirándonos en la actitud de Jesús, deberíamos preguntarnos cada uno de nosotros y cada comunidad cristiana: ¿Somos capaces de ver más allá del pequeño círculo de nuestros intereses y de nuestro yo, o sufrimos de miopía? ¿Cómo resuenan en nosotros los problemas de los demás?: el paro, la marginación, la soledad, la enfermedad... Jesús ve la realidad y ve también sus causas. No ve sólo lo que es evidente a simple vista, sino que juzga las raíces más profundas de la situación que vive el pueblo, y las pone al descubierto.

El hombre moderno vive en una "cultura" visual, de imágenes, "teledirigida", en la que leer -cuando se lee- es sólo "juntar letras"; o sea, no es leer, porque si no vamos leyendo u oyendo "por dentro" no comprenderemos lo que leemos o lo que oímos, ni nos entenderemos a nosotros mismos al no servirnos para dar respuesta a nuestros interrogantes. Nuestra mente avanza únicamente en un diálogo, aunque sea en soledad, desdoblándonos en un "yo-que-me-hablo" y un "yo-que-me-escucho-y-me-respondo". Si no vamos a las raíces de los problemas para solucionarlos, nuestro cristianismo puede resultar estéril y nuestra compasión puro sentimentalismo. Es necesario que pongamos la misión de anunciar y realizar el reino de Dios en el centro de nuestra vida, que pongamos todo lo demás -profesión, posesiones, diversiones...- a su servicio. Jesús, después de hablar al pueblo, va a darnos un signo que haga patente su enseñanza. Con la multiplicación de los panes y de los peces nos está indicando que también se preocupa de nuestro alimento corporal.

4. Una situación sin salida aparente

No se cansan de oírle, y llega la tarde. La gente necesita comer. Le han seguido, prescindiendo de las seguridades que el mundo les ofrece; entra la noche y no tienen dónde refugiarse, sienten hambre y no disponen de comida... porque se encuentran lejos de las ciudades, a la intemperie, lugar ideal para poder escuchar las cosas de Dios. Aquí no se puede comprar comida: la sociedad de consumo no funciona en el desierto. Fuera de las ciudades en donde se refugian los hombres, en medio del desierto y a la llegada de la noche es donde Dios actúa.

Es difícil encontrar una imagen más evocadora del sentido y de la obra de Dios en Jesús. Los que le siguen tienen que arriesgarse, dejar atrás sus seguridades. Una vez que se han decidido a seguirle, no necesitan decir nada: Jesús sabe sus necesidades y les ayudará. El signo de la multiplicación de los panes y de los peces pretende indicarnos que han llegado los tiempos mesiánicos: el Mesías dará respuesta a todas las necesidades humanas, vivirá todas sus posibilidades. Por eso no bastaba con narrar relatos de curaciones. El signo consta de dos partes: la primera, dedicada a mostrarnos una situación sin salida aparente; la segunda, la actuación de Jesús y la reacción de los presentes.

Además, el signo admite perfectamente dos interpretaciones: una espiritual o teológica y otra más material. La primera quiere decirnos que Jesús es el pan verdadero, el único que puede saciar el hambre del ser humano: esa hambre de vivir en plenitud y para siempre que todos los hombres llevamos dentro; ese insaciable anhelo de felicidad que anida en lo más profundo del corazón. Solamente Jesús puede alimentar plenamente el amor y la esperanza que necesitamos para superar todas las dificultades y desengaños de la vida sin desfallecer. De esta forma la multiplicación de los panes es un signo que nos introduce en las palabras de Jesús en las que se presenta a sí mismo como el pan de vida (Jn 6,26-59). Penetrar ahora en el sentido de esta narración nos ayudará a captar mejor ese discurso de Jesús en la sinagoga de Cafarnaún. La segunda interpretación nos presenta a Jesús dando de comer a la multitud en el sentido más material de la palabra.

Jesús sabe lo que quiere hacer, pero prueba a sus discípulos. Según Juan, plantea el problema a Felipe; lo enfrenta, y con él a los demás discípulos y a las comunidades cristianas, con la realidad que tienen delante: el alimento a una multitud que no puede bastarse a sí misma. Lo pone a prueba abordando directamente la cuestión del dinero: "¿Con qué compraremos panes para que coman éstos?" Quiere ver si entiende -si entendemos- la liberación que él trae, si comprende su ley de amor y la ruptura con la sociedad que lleva unida su llamamiento: el culto al dinero había sido la causa del desplazamiento del culto a Dios en el templo y en el corazón de la mayoría de los israelitas. Felipe cree que Jesús es el Mesías, pero no capta su originalidad; para él es un continuador del pasado.

"Doscientos denarios de pan no bastan para que a cada uno le toque un pedazo". La respuesta de Felipe revela su desaliento e impotencia. Ateniéndose a los principios que rigen la sociedad, es imposible a los discípulos solucionar el problema. Los Doce se sienten responsables de la multitud, pero la solución que ven es la clásica: que cada uno se preocupe de sí mismo. No se dan cuenta de que es precisamente ésa la causa de las injusticias y del hambre. "Comprar" significa volver a la sociedad de la que proceden y someterse de nuevo a las leyes económicas que los han mantenido en la miseria. Pero plantear el problema de otro modo es salirse de la realidad concreta, es no pisar en el suelo.

"Comprar" a cambio de dinero es un sistema que crea dependencia. Y Jesús no lo acepta, porque así la vida (=alimento) no está directamente al alcance del hombre, sino manipulada por los que tienen el poder. Y les propone otra solución: "Dadles vosotros de comer". Al "comprar" Jesús opone el "dar": son los discípulos los que tienen que dar de comer a la gente. Tan realista como parecía Jesús...

"Dadles vosotros de comer". El pueblo está pasando por una tremenda crisis económica, el paro se multiplica día a día, la necesidad es angustiosa en muchas familias. El pueblo no sólo experimenta el hambre de una vida más verdadera y feliz, sino también, como la multitud que acompañaba a Jesús, el hambre o la indigencia material. También tiene hoy, por eso, plena actualidad el mandato de Jesús. En todo lo que pueda emprenderse para solucionar esta situación angustiosa, los cristianos tenemos que estar presentes. Hemos de luchar contra las desigualdades y los egoísmos; contra las excesivas diferencias de sueldo, el pluriempleo, las horas extraordinarias, la fuga de capitales... Es verdad que los cristianos no tenemos la solución, pero ¿no deberemos infundir en nuestro mundo un nuevo estilo que renueve los sistemas económicos y haga posible el milagro de la multiplicación de los bienes mediante un reparto más fraternal? ¿Cómo puede compaginarse el ideal evangélico de la fraternidad universal con el principio de la libre competencia y el máximo lucro que rige en el sistema capitalista? Si no repartimos el pan material, ¿cómo pretender repartir el eucarístico? Los cuatro evangelistas nos presentan la imposibilidad en que el pueblo se encuentra de alimentarse a sí mismo. Jesús quiere sacar el hambre de los que le rodean, por muchos que sean y por desesperada que parezca la situación.

5. Compartieron y hubo para todos

Andrés vislumbra una solución distinta del comprar: repartir lo que tienen. En Juan, los panes y los peces los tiene un muchacho, un débil por su edad: es una forma de acrecentar la magnitud del problema. En los otros tres, los panes y los peces los tienen los discípulos. Es fácil suponer que el muchacho represente al grupo de los discípulos en cuanto servidores de la multitud y, en ellos, a las comunidades cristianas, que deben presentarse ante el mundo como un grupo humilde, sin pretensiones de dominio o poder, dedicadas al servicio de los hombres. El muchacho es pobre y su alimento de baja calidad (pan de cebada) y escaso (los panes de entonces eran tortas planas de poco espesor; para la comida de un adulto se requerían al menos tres).

Cinco panes y dos peces suman siete, el número que indica la totalidad. El alimento es poco, pero es todo lo que tienen. Y es lo que Jesús buscaba: compartir todo lo propio. Quizá resulte que hay más de lo que parece. Quizá en una sociedad concebida así sea posible el milagro... porque Dios actúa y pone su parte cuando los hombres hemos hecho lo nuestro. No importa que nuestros medios sean muy pobres; lo que importa es que sean todos: Jesús hará lo demás.

Sin hacer caso del pesimismo de sus discípulos, Jesús les dijo: "Decid a la gente que se siente en el suelo". Tomó las provisiones que tenía el grupo y pronunció la bendición, como solía hacer el padre de una familia judía antes de las comidas para dar gracias a Dios por sus dones. De esa forma desvincula los panes y los peces de sus poseedores humanos para considerarlos como dones de Dios, último origen de todos ellos, y hacerlos propiedad de todos. Los gestos que realiza nos recuerdan la última cena, por lo que la tradición los consideró siempre como eucarísticos. La oración-bendición manifiesta su deseo de que, a través de los panes y de los peces, se realice lo que es el reino de Dios. Sólo el compartir todo lo que se tiene y todo lo que se es, es propio del reino. "La acción de gracias" de Jesús crea la abundancia, pero sin sustituir al hombre; su colaboración es siempre necesaria.

Ha tomado los panes y los peces que posee el grupo, ya que éste debe aportar a la solución del problema todos sus medios. En la pobreza del grupo humano entra un elemento nuevo: el Padre. Sólo después de la entrada de Dios podrá ser alimentada la multitud. Sin él nada podemos hacer (Jn 15,5). La creación da alimentos para todos; basta liberarlos de los que se los apropian para que vuelvan a ser dones de Dios a toda la humanidad. El milagro lo obra el amor-acción de Dios unido al desprendimiento del hombre: dar todo sin reservarse nada. Con esa actitud nada de lo que nos propongamos será imposible. Según Juan, el mismo Jesús repartió los panes y los peces a la gente. En los sinópticos los discípulos actúan de intermediarios, con lo que parecen querer indicarnos la realidad del ministerio sacerdotal.

Hubo pan y pescado en abundancia para todos. Con el compartir sería desterrado de la tierra el mundo de los explotados y marginados y surgiría la verdad definitiva de la vida. El día en que se libere la creación del egoísmo humano sobrará para cubrir las necesidades de todos los hombres, se realizará la liberación de los oprimidos propia del reino de Dios. Es lo que quiere mostrarnos el relato: cuando ya ninguno de los presentes poseía alimento propio, por haberlo hecho de todos con la acción de gracias, se demostró que había más que suficiente. La solución no estaba únicamente en el prodigio de Jesús, sino en algo sencillo y elemental, al alcance de todos: en el compartir los bienes de la creación, esos bienes que Dios ha dado para todos. Porque el signo de Jesús alimentando abundantemente a la multitud que lo seguía es fundamentalmente un compartir lo que se tiene y lo que se es, aunque eso que se tiene y se es parezca muy poca cosa. Aquí sólo había cinco panes y dos peces, pero esa pobreza compartida se convirtió en alimento de miles de personas y sobró aún más de lo que había. Dios, en cada comunidad, multiplica lo que ésta posee al ponerlo a disposición de todos.

No es posible seguir a Jesús de verdad sin compartir con los demás lo que se tiene y lo que se es. No valen seguimientos egoístas, individualistas, cerrados, preocupados por uno mismo. Ni valen las excusas. Lo primero es compartir, aunque se tenga poco. ¡Qué difícil es compartir cuando hay mucho! Sólo el hombre abierto a los demás, dispuesto a compartir toda su vida, puede abrirse a la vida que aporta Jesús y participar de ella. ¿Qué pensarán de este pasaje los que defienden que Jesús sólo trajo buenas palabras, que nunca se metió en cuestiones materiales? Aquí da a los hombres su pan de cada día no en sentido metafórico, sino realmente. A pesar de todo lo que se diga en contra, el evangelio nunca se limita a buenas palabras, no es sólo una bella y original interpretación de la historia humana, sino que es fundamentalmente una fuerza vital que empuja a los creyentes a contribuir de forma positiva a la transformación de la historia.

Los discípulos recogen lo que ha sobrado: "doce cestos". El doce es símbolo de las tribus de Israel; nos indica que compartiendo puede saciarse el hambre de la nación entera. "Comieron unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños". Número simbólico que está en proporción y en desproporción con el número de panes. Designa al hombre realizado, llegado a la madurez; por eso no incluye el número de mujeres y niños, símbolo de los débiles. Designa a la comunidad mesiánica, profética; a la comunidad del Espíritu que Jesús quiere crear a su alrededor. Los miembros de la comunidad de Jesús serán llevados por el Espíritu al pleno desarrollo humano cuando compartan el "pan". Será así como se construya la nueva comunidad: poniendo en práctica la primera bienaventuranza (Mt 5,3): poner lo propio al servicio de los que lo necesiten sin reservarse nada para sí.

El signo provoca -en el texto de Juan- una confesión de fe en Jesús de la gente: "Este sí que es el Profeta que tenía que venir al mundo". Quieren "proclamarlo rey", pero él "se retiró otra vez a la montaña, solo". No quiere que el signo sea mal interpretado: al darse cuenta de que ha provocado una reacción triunfalista, se va solo. La soledad humana de Jesús significa la deserción de los discípulos. Pretenden cambiar su programa mesiánico, conferirle el poder que él siempre rechazó.

6. La eucaristía es común-unión EU/EXIGENCIAS 

El relato debe ayudarnos a reflexionar sobre la relación que existe entre el misterio eucarístico y nuestra vida. Relación profunda, ya que la eucaristía es, por definición, una comunión con Jesús; es decir, con la realidad que Jesús es y significa: comunión con Dios y con los hermanos. La comunión supone una relación interpersonal; no está en "comunión" el que ama y no es correspondido. Hay comunión cuando existe unión común entre varios.

La eucaristía es el sacramento -signo sensible- de un amor dado y respondido. Primero es comunión con Dios. No es eucaristía cristiana celebrar sólo la entrega que Jesús nos hace de sí mismo; necesita nuestra respuesta para ser amor interpersonal. Si no hay respuesta del hombre al amor de Jesús, no puede haber comunión. ¿No es esto demasiado frecuente en nuestras eucaristías del "cumplo y miento dominical"? En segundo lugar, la eucaristía es comunión entre hermanos. Quien entra en comunión verdadera con Jesús entra en comunión con Dios y con los hombres. Lleva a poner lo propio en común, porque sólo así puede surgir el amor: ama el que sale de sí mismo y pone su persona y sus bienes al servicio de los demás.

Estamos demasiado acostumbrados a celebrar la eucaristía sin amor, sin dar nada; más aún: sin darnos y usándola para caprichos y fiestas de sociedad. ¿No les importa el negocio que funciona en las primeras comuniones -en trajes, banquetes y regalos-? Nos debería dar vergüenza a los cristianos. ¿Vamos a la eucaristía a darnos en comunión? Se recibe la comunión cuando se encuentran varios que se dan en comunión; si nada damos, nada recibimos. La comunión es una amistad: amor compartido. Si nosotros no vamos a darnos en comunión, no esperemos que nos den la comunión que no tenemos como por un milagro. La eucaristía se engendra en la vida, surge de ella. Si Jesús no hubiera vivido entregándose, de poco hubiera servido que dijera que se entregaba. Cuando lo dice, responde tan claramente a la verdad que se nos entrega como pan partido y sangre derramada. Se hace sacramento. Cuando Jesús nos recomienda celebrar su gesto hasta que él vuelva no nos manda que hagamos un ritual perfecto, sino que sigamos el camino de su vida entregada... y lo celebremos.

Si no nos entregamos a la mutua comunión de lo que tenemos y somos, ¿a qué vamos a ella? ¿Nos mandó Jesús hacer comedias? No podemos celebrar la eucaristía más que entregados y entre una comunidad de entregados. Celebramos lo que vivimos, lo que somos, comunitariamente, porque la vida es comunidad de amor, como lo es Dios trino. Deberíamos revisar frecuentemente nuestras celebraciones eucarísticas. Jesús no muere de vejez, enfermedad o accidente, sino asesinado en una cruz como consecuencia de su vida: por haber actuado y hablado como lo hizo. ¿Cómo no vamos a sentirnos urgidos a examinar nuestras vidas a la luz de la vida y de la muerte de Jesús cada vez que celebramos la eucaristía? ¿Confrontamos constantemente con la palabra de Jesús los acontecimientos de la vida y las actuaciones de las personas?

En cada eucaristía renovamos la donación de Jesús, su lucha contra cualquier mal, explotación, injusticia, mentira...; su fidelidad a la verdad, su amor al Padre... ¿Por qué olvidamos tan frecuentemente que Jesús es un luchador hasta la muerte, un combatiente de la verdad y del amor, de la justicia y de la libertad? ¿Por qué pensamos tan poco que su lucha debemos continuarla nosotros cada día, en un esfuerzo decidido y comprometido de fidelidad a todo lo que sea verdad, amor, justicia, libertad..., venga de donde venga? Sin olvidar su aspecto festivo, alegre, porque la vida de Jesús fue feliz al estar llena de sentido, llena de plenitud, llena del Padre.

FRANCISCO BARTOLOMÉ GONZÁLEZ
ACERCAMIENTO A JESÚS DE NAZARET, 3
 PAULINAS/MADRID 1985. Págs. 7-19


17. 

"Jesús se marchó a la otra parte del mar de Galilea (o de Tiberíades)". Hay un éxodo, un paso a través del mar hacia una tierra donde abunde el amor y la generosidad de Dios. Jesús es este nuevo Moisés, que hace a su pueblo capaz de andar y de seguirle en esa travesía. "Estaba cerca la Pascua, la fiesta de los judíos". Este acontecimiento se realiza cuando se acerca la Pascua, la fiesta que conmemoraba el antiguo Éxodo. Aquél es figura de éste.

"Subió Jesús entonces a la montaña y se sentó allí con sus discípulos". Con motivo de la alianza, Moisés subió al monte dos veces, la primera, acompañado por los notables (Ex 24, 1-2, 9-12); la segunda, después de la idolatría del becerro de oro, subió solo (Ex 34, 3). También en este episodio subirá Jesús dos veces al monte; una, al principio, donde aparece acompañado de sus discípulos, la segunda, después del intento de proclamarlo rey, él solo.

El "monte" representa el lugar donde reside la gloria de Dios. Jesús subió al monte. Está en su lugar propio, la esfera divina. Y se sentó allí. Es su actitud permanente. El es para los hombres el lugar donde la gloria de Dios reside y se manifiesta. "Jesús entonces levantó los ojos y al ver que acudía mucha gente..." Jesús, al otro lado del mar, representa una alternativa, y el evangelista hace presente ahora a los hombres de todo lugar y tiempo que se acercan a Jesús.

..." dice a Felipe: ¿con qué compraremos panes para que coman estos? (lo decía para tantearlo, pues bien sabia él lo que iba a hacer)". La escena tiene detalles que recuerdan los del Éxodo. Como allí en el desierto, se plantea el problema de la subsistencia, que había sido una tentación para los israelitas, haciéndoles desear la esclavitud de Egipto. La época de Israel en el desierto fue un tiempo en que hubo de demostrar su fidelidad a Dios. El pueblo pone a prueba a Dios, pero con más frecuencia, es Dios quien pone a prueba al pueblo.

En esta situación de éxodo, Jesús pone a prueba a Felipe, el discípulo a quién él mismo ha invitado a seguirlo, y por eso, en cierto modo, prototipo de todos los que él llama. Jesús enfrenta a Felipe y con él, a la comunidad, con la realidad que tiene delante: personas que quieren seguir a Jesús, que quieren verse libres de su pasado y que no pueden bastarse por sí mismos. Jesús para poner a prueba a Felipe, a la comunidad, aborda directamente la cuestión del dinero como medio para satisfacer esa necesidad. Es interesante la pregunta de Jesús porque es la pregunta que la comunidad se hace a sí misma. ¿Con qué compraremos panes para que coman estos? No es un diálogo entre Jesús y la comunidad. Es la misma comunidad, en cuyo interior se percibe la presencia de Jesús, la que se pregunta cómo va a solucionar los problemas del mundo.

"Felipe le contestó: Doscientos denarios de pan no bastan para que a cada uno le toque un pedazo". El denario, el jornal de un obrero. Doscientos denarios: más de medio año de trabajo, para que a cada uno le toque un pedazo. Ateniéndose a los principios de este mundo, resulta imposible a los discípulos satisfacer la necesidad de la gente. Felipe, que no ve más horizonte, confiesa su impotencia. Para Felipe, el éxodo fracasa. "Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dice: Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y un par de peces; pero ¿qué es eso para tantos?"

El lugar donde está el muchacho es donde están los discípulos. Representa, por tanto, al grupo de discípulos que está con Jesús en su condición de debilidad y su pobreza de medios. Andrés habla de los panes y peces como de algo de lo que puede disponer pero que cree insuficiente. Por su edad y por su condición el muchacho, es un débil, física y socialmente. Lo más desproporcionado a la magnitud del problema. El muchacho significa también a la comunidad en cuanto servidora de la multitud: el muchacho de la tienda, la muchacha de servicio... La comunidad se presente ante el mundo como un grupos socialmente humilde, sin pretensión alguna de poder ni dominio, dedicado al servicio de los hombres. 5+2=7: la totalidad: el alimento es poco pero es todo lo que tienen.

"Dar gracias a Dios" significa reconocer que algo que se posee es don recibido de él y como tal, muestra de su amor y alabarlo por ello. En este caso se le dan gracias por la existencia de los panes, producto de su obra creadora, ayudada por el trabajo del hombre. Al reconocer su origen en Dios, como don suyo, se desprenden de su poseedor humano, el muchacho-grupo de discípulos, para hacerse propiedad de todos, como la creación misma. La señal que da Jesús, o el prodigio que cumple, consiste precisamente en liberar la creación del acaparamiento egoísta que la esteriliza, para que se convierta en don de Dios para todos.

Según Andrés, no se podía repartir porque no bastaba lo que se poseía; cuando ya no se posee, por haberlo hecho de todos con la acción de gracias, se demuestra que había más que suficiente. Jesús mismo distribuye el pan y el pescado. Al restituir a Dios con su acción de gracias las bienes de la comunidad, Jesús restaura su verdadero destino, que es la humanidad entera. Con su acción, Jesús enseña a sus discípulos cuál es la misión de la comunidad: la de manifestar la generosidad del Padre, compartiendo los bienes que de él se han recibido. Se convierte este signo en una celebración de la generosidad de Dios a través de su Hijo, que, en la comunidad, multiplica lo que ésta posee al ponerlo a disposición de los hombres. Aparece así el sentido profundo de la eucaristía que, de expresión de amor entre los miembros de la comunidad, pasa a ser signo del amor de Dios al mundo, continuación del don de su propio HIjo.

"La gente entonces, al ver el signo que había hecho, decía: este sí que es el profeta que tenía que venir al mundo. Jesús sabiendo que iban a llevárselo para proclamarlo rey, se retiró otra vez a la montaña, él solo". Hay quienes piensan en hacerlo rey, un propósito que está en abierta contradicción con la actitud que él ha adoptado antes, poniéndose a servir a los comensales. La fuente de abundancia que Jesús ha abierto, es el amor de Dios, capaz de multiplicar lo que parece desproporcionado al objetivo. Pero ellos pretenden cambiar su programa mesiánico, hacerlo rey, conferirle el poder que él rechaza. Ante esta perspectiva, Jesús huye; se aleja de aquellos que pretenden deformar su mesianismo. Se retira solo, como Moisés subió solo al monte después de la traición del pueblo. El monte representa la esfera divina, la gloria y amor de Dios.

El paralelo con Moisés muestra la gravedad de los sucedido. Al intentar hacer de Jesús un Mesías poderoso, repiten la idolatría cometida por los israelitas en el desierto. Allí quisieron adorar a Dios pero bajo la imagen que ellos mismos se habían hecho de él. Ahora éstos están dispuestos a reconocer a Jesús, pero según la idea que ellos mismos se han forjado. Esta idea del Mesías era común en la esperanza del pueblo y esta idea causará el rechazo de Jesús por parte del pueblo y la actitud de Pedro en el huerto que lo llevará a negar a Jesús.

La subida de Jesús al monte está en relación con la cruz. Es allí y de esa manera como Jesús será rey. Entonces sus discípulos lo dejarán solo. La soledad humana de Jesús es el abandono de los discípulos.


18.

1. ¿Hambre de Dios o de sus dones?

A partir de hoy y durante varios domingos, vamos a reflexionar sobre uno de los capítulos más importantes del Evangelio de Juan, el capítulo sexto, ya que la liturgia suspende por un tiempo el relato de Marcos, debido a que Juan nos trae con más detalles el milagro de la multiplicación de los panes y el posterior discurso de Jesús. Como es nuestro método, trataremos de desentrañar todo su contenido sin apartarnos del texto bíblico.

Pero antes haremos referencia al Padrenuestro que, en una de sus peticiones a Dios, dice precisamente: "El pan nuestro de cada día dánosle hoy". PATER/PAN: A alguien le podrá extrañar que en la única oración que nos enseñó Jesús se pida a Dios algo tan material como el pan, como si no hubiese cosas más espirituales y profundas que pedir. Pero quien conoce un poco más la Biblia y la historia del pueblo hebreo, puede hallar una buena explicación al por qué Jesús introduce esta petición en su oración. En el pensamiento bíblico, el pan es algo más que unos granos de trigo amasados con un poco de levadura y agua. El pan representa la misma vida y es el signo de la bondad de Dios, que no se olvida ningún día de sus hijos. Comer el pan es gozar de la presencia amorosa de Dios, que cuida de nosotros más que de los pajarillos y de los lirios.

Es así como en el desierto los hebreos reconocieron a Dios cuando aquella mañana se encontraron con aquel alimento inesperado al que llamaron "maná" y al que sintieron «venido del cielo», es decir, como enviado por el mismo Yavé. De igual modo, en la primera lectura de hoy, vemos al profeta Eliseo que recibe de regalo veinte panes de cebada y, como manifestación de lo que dice el Señor: «Comerán y sobrará», entrega esos panes a más de cien personas que comieron lo necesario y aun así sobró para el profeta.

Los tiempos mesiánicos son anunciados precisamente como un gran banquete que Dios realiza con su pueblo: banquete al que todos están invitados a participar. El pan, por lo tanto, representa todo ese conjunto de dones que Dios nos otorga. Por eso lo pedimos en el Padrenuestro, porque de él viene y porque debe ser compartido por nosotros con todos los hermanos, como hicieron Eliseo y Jesús. Compartir hoy el pan con nuestros hermanos es hacer presente a Jesús como Salvador y dador de la vida.

Mas no nos adelantemos; sigamos más bien el relato de Juan. Juan sitúa su relato en la proximidad de la Pascua, la gran fiesta de los judíos. Este detalle es intencional. En la primera pascua Dios alimentó a su pueblo con el cordero y con el maná, realizando el pacto de la alianza. Jesús, por su parte, brindará como alimento su propio cuerpo, ahora prefigurado en el pan; y al sentar al pueblo con él para compartir el mismo alimento, no sólo prefigura la Eucaristía sino que expresa muy a las claras que ya estamos en la era definitiva de la humanidad, en la que Dios se abaja y se sienta con su pueblo, para comer juntos sobre el verde pasto...

Con esto Juan nos quiere prevenir para que veamos este signo de Jesús -o como decimos vulgarmente, este milagro- no como un simple reparto de pan, sino como un acontecimiento en el que Dios y nosotros tomamos parte activa. En efecto, mientras Jesús atravesaba el lago, una gran multitud lo siguió por la ribera, sin tener en cuenta lo avanzado del día ni la lejanía de sus hogares. Era una multitud hambrienta de Jesús: lo buscaron y se le acercaron en la colina para escucharlo. Habían visto los signos de Jesús cuando curaba a los enfermos y presentían que él podía llegar a ser un factor decisivo en sus vidas.

DESEO/HAMBRE: Y Jesús sintió el hambre de aquel pueblo. Y aquí debemos detenernos nuevamente. El texto no se refiere solamente al hambre física. En la Biblia no hay más hambre que la de Dios, y en la medida en que Dios sacia esta hambre, también sacia el apetito físico porque se nos da como un Dios de la vida. Por cierto que es muy fácil, tal como les sucedió a los judíos, confundir el hambre de Dios con el hambre de sus dones, y así era fácil la tentación de abandonar a Dios tan pronto como el apetito hubiera sido satisfecho. El mismo Jesús echará en cara a la gente esta actitud.

Es clara, entonces, la intención del evangelista Juan al plantear el problema del hambre de Dios y de su Palabra. Y aquí nosotros, los hombres del siglo veinte, podemos preguntarnos si este planteo de Juan sigue vigente o si ha sido superado por la historia o por nuestra cultura.

¿Necesitamos a Dios? ¿Lo buscamos como un bien absoluto, o más bien nos declaramos satisfechos cuando podemos gozar de sus bienes, o de los bienes que creemos nuestros y conseguidos con nuestro esfuerzo? Es difícil trazar una raya entre el hambre de Dios y el hambre de sus dones; pero es esto precisamente lo que nos propone el Evangelio de Juan: hasta dónde llega nuestra fe en toda su pureza, y hasta dónde esta misma fe no encubre más que el deseo de una buena vida a la sombra de una creencia religiosa. También podemos preguntarnos si el mundo moderno tiene hambre de Dios o, si por el contrario, puede prescindir de El porque ha encontrado la fórmula para ser feliz, para obtener bienes, para vivir de acuerdo con ciertos valores o para poder abandonar la tutela de la Iglesia y de sus normas.

¿Está presente Dios en los pensamientos y en los esfuerzos del hombre moderno? ¿O no ha sido suplantado por la eficiencia de la técnica, por las elaboraciones de la filosofía, por los aportes de la psicología y de la medicina, por el mancomunado esfuerzo de las naciones? Podemos también mirar desde el interior de la Iglesia el mismo problema y preguntarnos si es el hambre de Dios lo que mueve a toda esta organización considerada vulgarmente como "Iglesia", y que comprende tantas cosas tan dispares como la jerarquía, los templos y palacios, las organizaciones religiosas y laicas, las instituciones educativas, las estructuras de tipo político, el compromiso de los cristianos en los medios laborales, políticos y sociales, etc.

La multitud que nos describe Juan se movió y movilizó para buscar a Jesús, aunque ya tenemos la duda de si buscaban a Jesús o sus panes y curaciones. Y nosotros, ¿por qué nos movemos? ¿Qué bien tenemos por delante y qué nos hace inquietar tanto, trabajar sin descanso, organizarnos, amargarnos, competir desaforadamente? Pero la respuesta del cristiano tiene una segunda parte: no basta preguntarse si tenemos hambre de Dios -porque hay muchas formas de representarse a Dios-, sino de ese Dios que nos presenta Jesucristo.

Porque con Dios nos puede pasar lo mismo que con la sociedad de consumo: que primero crea la necesidad de cierto producto que se imagina como importante y después nos convence para que lo compremos porque es importante. Así nos puede suceder: primero nos imaginamos cierto tipo o imagen de Dios que creemos necesaria para nuestros intereses, como el Dios de la riqueza, del poder, de las diferencias sociales, de la autoridad, de la desigualdad, etc.; después nos convencemos de lo importante que es adorarlo y servirlo. Así sucede, por ejemplo, con ciertos padres y profesores que quieren ser obedecidos de forma ciega y automática: necesitan para eso un Dios autoritario y rígido, y lo crean, para fundamentar acto seguido su proceder en ese Dios de la obediencia servil. Fácil es después consagrar toda la vida a su servicio, ya que, adorándolo, consiguen también ellos ser adorados. Ejemplos de este tipo pueden multiplicarse indefinidamente. Nuestra historia, sin ir más lejos, es testigo de estos dioses prefabricados, en cuyo nombre y a cuyo servicio se cometieron las peores barbaridades.

Por eso decíamos que el cristiano, al analizar su hambre de Dios, debe preguntarse por ese Dios que nos reveló Jesucristo, quien dijo: "El que me ve a mí, ve a mi Padre". No podemos, por tanto, fantasear con Dios o especular mucho con su invocación. Jesús ya nos ha cerrado esa coartada. No hay Dios fuera del que nos revela el Evangelio. En síntesis: como aquella multitud, también nosotros estamos frente a Jesucristo. Pero, ¿qué buscamos? ¿Qué motiva eso que llamamos nuestra fe? A lo largo de estas semanas, y siguiendo el Evangelio de Juan, tendremos la oportunidad de ir buscando una respuesta.

2. Un signo contradictorio

Y Jesús decide intervenir, e interviene a su manera. Quiere probar la fe de sus discípulos y también la fe de todo ese gentío. Quiere ver hasta dónde creen en él y lo aceptan tal cual es, o si lo buscan por otras motivaciones. Por eso Jesús pregunta a Felipe dónde comprar pan para tanta gente. Y añade el evangelista: "Lo decía para tantearlo, pues bien sabía él lo que iba a hacer". El resto del relato, ya lo conocemos. Sólo pondremos de relieve algunos elementos más significativos. Primero: el signo de Jesús subraya la magnificencia de Dios. Por un lado, cinco mil adultos hambrientos; por otro, cinco panes y dos peces. Y el pueblo que come hasta hartarse y los doce canastos de pan que sobran.

El mensaje es claro: Dios desborda todos los cálculos humanos; cuando se hace presente, trasciende todas las expectativas, toda lógica, todo esquema mental. El está más allá de nuestras mezquindades. No dio para que la gente comiera, sino para que se hartase. Y sobró, aunque no era necesario que sobrara. Pero esta sobra manifestaba que su amor era total, sin límite, sin medida. Ahora queda por ver si la fe del pueblo también será sin medida ni especulaciones.

El evangelista Juan emplea aquí un estilo que llamamos «ironía»: el pueblo llena su estómago, pero no ve lo que está pasando, no sale de su miopía. Ante el amor de Dios que lo desborda, el hombre se cierra en sus frías especulaciones. Segundo: Jesús distribuye los panes con el mismo rito con que instituirá la Eucaristía. Dice el texto: «Tomó los panes, dio gracias y los distribuyó.» Ahora sólo insinuamos esta relación. El próximo domingo examinaremos mejor la correspondencia entre este signo y la Eucaristía. Tercero: fue tan sorprendente el efecto del milagro, que la gente afirmó su fe en Jesús, diciendo: «Este es verdaderamente el profeta que debía venir al mundo.» Pero la frase era ambigua en labios de los judíos, pues Jesús se da cuenta de que lo querían proclamar rey, por lo que se retira solo a la montaña. De esta forma, el pueblo alimentado por el pan no sólo no descubre a Cristo como la palabra viva del Padre -el profeta-, sino que tienta a Jesús para que se desvíe de la voluntad del Padre. Se trata de una actitud sobre la que ya hemos dicho algo al referirnos a nuestras resistencias a aceptar a Cristo tal cual es, para crearnos un Cristo a nuestra imagen y semejanza. Nos fabricamos el profeta que necesitamos y pretendemos convertirlo a nuestro modo de pensar. Entonces Jesús huye de nosotros; es decir, se resiste a la tentación y se refugia en la oración.

El relato nos deja, pues, ante un interrogante: ¿Qué quiso manifestar Jesús con este signo? ¿Qué explicación dará de lo sucedido? ¿Cómo se establecerán Ias relaciones con sus seguidores, ahora que se resiste a ocupar el trono de David? En los próximos domingos se revelarán uno a uno todos estos interrogantes y nosotros tendremos la oportunidad de poner a prueba nuestra fe en Cristo, el profeta que debía venir al mundo.

Concluyendo... Con Cristo, Dios desciende hasta la llanura humana para comer juntos el pan de la vida. Purifiquemos nuestra fe para que Jesucristo sea el centro de nuestra mesa, el objetivo de nuestros afanes y el espejo donde veamos reflejado el verdadero rostro del Padre.

SANTOS BENETTI
EL PROYECTO CRISTIANO. Ciclo B, 3º
EDICIONES PAULINAS.MADRID 1978. Págs. 157 ss.


19.

OTRA SOLUCIÓN

dijo la acción de gracias y los repartió

La rica teología del relato de la multiplicación de los panes puede tener una resonancia muy particular para estos tiempos de crisis, agotamiento de recursos energéticos, escasez de trabajo, miseria creciente de los pueblos subdesarrollados. ¿Cómo resolver el problema de la subsistencia de hombres y pueblos enfrentados a una situación de escasez y falta de bienes necesarios para una vida digna? El relato evangélico propone una primera solución insuficiente e inviable. No bastarían doscientos denarios para comprar un pedazo de pan para cada uno.

La solución no está en el dinero. Los hombres y mujeres sumidos en la necesidad no pueden «comprar pan». Por otra parte, «comprar pan» significa que hay hombres y pueblos que disponen de alimentos en abundancia pero que no los ceden si no es imponiendo un precio y unas condiciones que aumentan su poder sobre los necesitados. Jesús orienta a sus discípulos hacia una solución distinta que no cree nuevas dependencias de opresión y explotación. Una solución enormemente sencilla y que consiste en compartir con los necesitados lo que tenemos cada uno, aunque sea tan poco y desproporcionado con la magnitud del problema como los cinco panes y el par de peces de aquel muchacho.

Pero no hemos de olvidar algo que el relato quiere subrayar. Jesús, antes de comenzar a repartirlos, pronuncia la acción de gracias al Padre. Sólo cuando reconocemos que nuestros bienes son regalo del Padre a la humanidad, podemos ponerlos al servicio de los hermanos. Al restituir a Dios con su acción de gracias los bienes de la tierra, Jesús los orienta hacia su verdadero destino que es la comunidad de todos los hombres y mujeres. No es posible reconocer sinceramente a Dios como Padre de los hombres y fuente de todos nuestros bienes y seguir acaparándolos egoístamente, desentendiéndonos de los pueblos hambrientos y de los hombres sumidos en la miseria.

Los bienes de la tierra no han de servir para acrecentar nuestra discordia y mutua explotación sino para crear mayor fraternidad y comunión. La vida no se nos ha dado para hacer dinero sino para hacernos hermanos. La vida consiste en aprender a convivir y a colaborar en la larga marcha de los hombres hacia la fraternidad.

JOSÉ ANTONIO PAGOLA
BUENAS NOTICIAS NAVARRA 1985
.Pág. 213 s.


20. EL «NO-DO» DE LA MISA

El evangelio de este domingo -cap. 6 de Juan, que continuará exponiéndose en domingos sucesivos-, es una descripción, detallada y casi espectacular. Pero conviene advertir desde el principio que Jesús, ni en éste, ni en ninguno de sus «signos», pretendió dar espectáculo. Leed la última línea del texto de hoy: «Jesús, sabiendo que iban a llevárselo para proclamarlo rey, se retiró otra vez a la montaña él solo». Ni Jesús hacía tampoco sus milagros así, sin más: «¿Necesidad a la vista? ¡milagro al canto!», no.

Lo que Jesús pretendía, por encima de todo, es transmitir su mensaje, su «buena noticia», ser siempre «la Palabra» del Padre. Y dentro de ese clima en el cual se dedicaba a alimentar al pueblo con «el pan de su palabra» quiso servirse en esta ocasión de ese «signo» de la multiplicación de los panes. Para que todos comprendiéramos de una vez que Dios debe ser nuestro verdadero alimento. Eso se desprende del lugar paralelo de Marcos donde, antes de describirnos el milagro, el evangelista nos dice claramente: «Jesús se puso a enseñarles con calma». Lo mismo vemos en Juan que, a continuación de narrarnos la «multiplicación», nos cuenta el largo tema que Jesús expuso sobre el «pan de la vida». Permitidme, amigos, que ésas sean las dos ideas que subrayemos hoy.

1ª La palabra de Dios, en sí misma, como alimento del hombre. ¡Cómo se ha esmerado la Iglesia de los últimos tiempos en potenciar la liturgia de la palabra! ¡Cómo nos gustaría que todos los que participan en las lecturas -leyendo o escuchando- lo hicieran de tal forma, con tal expresividad y unción, que, de verdad, todos nos sintiéramos interpelados, alimentados y en actitud de transformación! ¡Qué hermoso si nuestros salmos interleccionales y aleluyáticos fueran, cada vez más, respuesta adecuada y sincronizada con la Palabra proclamada! ¡Qué gran acierto si el sacerdote, al predicar su homilía, se esmerara al máximo en hacer asimilable y deglutible el mensaje encerrado en las páginas sagradas, no en un tono abstracto de cátedra sino en un lenguaje de «sencilleces» que ayuden a la «praxis» del vivir!

Uno recuerda con pena y asombro épocas pasadas, en las que «llegar tarde a misa», despreocupándose de las lecturas, era el pan nuestro de cada día. Botarates recalcitrantes había que -¡mire usted qué gracia!- se salían al atrio durante el sermón a «echar un pitillo» diciendo que «aún no había empezado la misa», que «todavía estaban en el No-Do». Queridos amigos, convencerse de que la liturgia de la palabra en sí misma es alimentarse de Dios es una gran conquista postconciliar.

2ª La Liturgia de la Palabra es la mejor preparación para recibir a Cristo-Pan de Vida. Quizá hemos caído en la rutina de comulgar sin profundizar en lo que hacemos. Baja el sacerdote a repartir el cuerpo de Cristo, y nos vamos poniendo en la fila, casi en un gesto automático, como un rito más, mientras cantamos más o menos acertados. Y recibimos al Señor también así: sin más. Pues no, amigos. Toda la palabra escuchada e interiorizada, todo el mensaje recibido en las lecturas y en la predicación han de llevarnos al camino comprometido del vivir. Y ese compromiso no lo vamos a realizar bien, si nos falta ese alimento de alimentos que es el Pan de la Eucaristía. Mirad lo que dice el concilio en el decreto sobre los Presbíteros: «... se requiere la predicación de la Palabra para el ministerio mismo de los sacramentos, como quiera que son sacramentos de la fe, la cual nace de la palabra y de ella se alimenta». ¡Jesús «les instruía con calma» y, luego, «tomó los panes y los repartió»! No han cambiado las cosas hoy. Yo debo alimentarme del Pan de la Palabra y de ese otro Pan que da la Vida Eterna.

ELVIRA-1.Págs. 168 s.


21.

Frase evangélica: «Jesús tomó los panes, dijo la acción de gracias y los repartió»

Tema de predicación: EL HAMBRE DE LOS POBRES

1. La multiplicación de los panes, mencionada seis veces por los cuatro evangelios (caso único), constituye un signo que se debe interpretar en clave social y eucarística. En primer lugar, Jesús alimenta a una muchedumbre hambrienta. Tan necesario como alimentarse es dar de comer a los demás, sobre todo a los pobres; es un imperativo evangélico. 1) Sin reparto de comida y bebida (signos naturales del trabajo creador del hombre) no hay eucaristía. 2) La eucaristía es ágape fraterno que presencializa la caridad de Cristo, totalmente entregado en persona. Antes de multiplicar el pan, Jesús hace cinco gestos de tradición eucarística, narrados por los sinópticos: toma los panes, alza la mirada al cielo, los bendice, los parte y los reparte.

2. El diálogo del episodio evangélico, precedido de un malentendido, es semejante a los que tuvo Jesús con Nicodemo (nuevo nacimiento), con la samaritana (agua que da vida) y con las hermanas de Lázaro (resurrección de la carne). En este evangelio se observan dos afirmaciones fundamentales: 1) petición de pan por parte del pueblo (los pobres quieren saciarse, y tienen derecho a ello); 2) identificación del pan con la persona de Cristo, en perspectiva sacramental (la eucaristía exige el reparto del pan, porque es comunión -en comunidad- del cuerpo de Cristo).

3. El gesto cristiano por antonomasia es un banquete compartido; lo peculiar de los creyentes no es, pues, el ayuno, sino la comida con los pobres. Jesús comparó el reino de los cielos a un banquete de bodas en el que la comida es abundante, exquisita y gratis. En la Iglesia primitiva, los cristianos celebraban la eucaristía precedida de una comida. Al desaparecer el ágape natural -en el fondo, porque comprometía demasiado-, se ritualizó la eucaristía. Hay que volver a la doble y única mesa: la del pobre y la del Señor, que son una plasmación del mandamiento de la caridad.

REFLEXIÓN CRISTIANA: 
¿Unimos la eucaristía a la justicia social? 
¿Son nuestras eucaristías ágapes fraternos?

CASIANO FLORISTÁN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITÚRGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993.Pág. 219 s.


22.

Empezamos hoy la lectura del capítulo 6 del evangelio de san Juan, que nos acompañará durante el mes de agosto. Y se inicia el capítulo con la escena de la multiplicación de los panes y de los peces. Esta escena aparece explicada seis veces en los evangelios. Lo cual significa la gran importancia que tiene, no sólo por serla narración de un milagro sino también porque nos dibuja como un ideal de aquello que debiera de ser nuestra comunidad, o incluso lo que debiera de ser la humanidad entera, esto es: un Reino de Dios que ya empieza.

Se me ocurren ocho puntos a resaltar. Pero serán puntos muy breves:

1. Había mucha gente. Hoy también somos bastantes los que aquí escuchamos al Señor. Nos agrada formar parte de la multitud.

2. La gente tenía hambre. No andaban hartos como en las sociedades opulentas. No eran de los que vamos diciendo: Esto me gusta, esto no me gusta. También hay hoy día multitudes hambrientas. En África, en América, en la India, incluso en los suburbios de nuestras grandes ciudades, donde podemos encontrar personas que rebuscan sobras en las basuras.

3. Jesús quiere que todos coman. ¿Con qué compraremos panes para todos? Ésta es también la pregunta que nos formulamos hoy, al ver por ejemplo en la tele a niños y adultos que mueren de hambre, o cuando se nos habla de la Campaña de Manos Unidas.

4. Jesús ante tal espectáculo de gente hambrienta, no se cruza de brazos. Invita a sus discípulos -por tanto, también a nosotros- a que trabajen para satisfacer el hambre de la multitud.

5. Uno de los apóstoles afirma: ¿Acaso podemos hacer algo nosotros para calmar el hambre de tantos? ¡Si casi ni tenemos para nosotros mismos! Insinúan: ¡Que cada cual se espabile! Expresión que hoy día sigue repitiéndose, y que -tal vez- hayamos nosotros también pronunciado. Y nos excusamos diciendo: "¡Vete a saber si las ayudas llegan a su destino y no se quedan a medio camino!".

6. Pero entre la multitud aparece un niño que iba bien provisto. Para él tenía suficiente. Pero el pequeño tomó sus panes y sus peces y se los entregó a Jesús para que los repartiera. Ya en la primera lectura hemos oído esta expresión en boca de Eliseo: Dáselos a la gente para que coman. También hay hoy día personas que dan a la gente, incluso los hay que se dan a sí mismos. Todos conocemos algunos.

7. Y ahora llega lo más precioso: Jesús toma los panes en sus manos (¡qué suerte tenerle a él allí en medio!), dice la acción de gracias al Padre y... empieza a repartir. Mirad, en nuestro mundo sigue habiendo gente que reparte y también gente que ora. Pues bien. Ser cristiano es hacer ambas cosas a la vez: repartir y rezar. Muchos que quieren ayudar a los demás sin rezar al Padre acaban cansándose. Y aquellos que rezan sin repartir, se quedan en una oración vacía.

8. El pan repartido es sencillo, pan de cebada, comida de pobres. No se trata de hacer un gran banquete sino una merienda de gente sencilla. Nuestra tierra produce lo suficiente para que haya para todos; la condición está en vivir con moderación. ¡De hacerlo así, aún sobraría! ¿Nos vemos capaces de rebajar nuestro nivel de vida? Una alusión a la abundancia mesiánica. El pan ya existe. Lo que falta es decidirse a distribuirlo. El trabajo ya existe. Lo que falta es repartirlo mejor.

Hermanas y hermanos: esta Eucaristía que estamos celebrando ya es un pregustar la cena de la Pascua definitiva del pan del cielo que es para todos y dura por siempre. Y esta celebración nos quiere recordar aquellas palabras de san Agustín: Si nos repartimos el pan espiritual, ¿por qué no nos repartimos el pan material?

FREDERIC RÁFOLS
MISA DOMINICAL 2000, 10, 11-12


23.

Nexo entre las lecturas

Uno de los principios básicos de la fe cristiana es la "sobreabundancia" de parte de Dios para con el universo y particularmente para con el hombre. Este principio predomina como tema de los textos litúrgicos. En la primera lectura, a Eliseo le son suficientes veinte panes para alimentar a cien hombres. Jesucristo, por su parte, en el Evangelio sacia el hambre de 5000 personas con solo cinco panes y dos peces y, además, "recogieron doce canastos llenos de trozos de pan y de lo que sobró del pescado". Finalmente, en la segunda lectura la unidad de la comunidad cristiana (Iglesia) es fruto sobreabundante del pan eucarístico que llega a todos los cristianos en cualquier lugar donde se encuentren.


Mensaje doctrinal

1. Un principio básico del obrar divino. Si repasamos la obra de Dios, la cosa más sorprendente es precisamente la prodigalidad divina con la creación y particularmente con el hombre. Una prodigalidad que podría parecer excesiva, si la medimos con criterios humanos. Los conocimientos astronómicos actuales nos permiten admirar mucho más que en tiempos pasados la generosidad de Dios con la creación. No menor admiración provocan los estudios sobre el microcosmos de los cuerpos, en especial del cuerpo humano. ¿No es acaso cada célula, cada neurona del hombre un prodigio y derroche de generosidad divina? Por otra parte, el principio que ha regido la acción divina en la creación, ha sido igualmente el principio rector de su actuación histórica. Como nos dice san Pablo, "donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia". La historia, con todas y cada una de sus intrincadas vicisitudes, es la historia sí del pecado humano, pero sobre todo es la historia de la sobreabundancia de la gracia divina. Dios fue sobreabundante en su misericordia con el género humano en Noé, con el pueblo de Israel en Abrahán, con la monarquía israelítica en David, con la humanidad entera en Jesucristo redentor. La sobreabundancia del pan en las lecturas de este domingo es una expresión más del principio que estamos comentando.

2. Los mediadores de la sobreabundancia divina. El primer punto claro que no se puede olvidar es que la sobreabundancia no proviene del hombre sino de Dios. El hombre es simplemente un mediador, si bien necesario. Porque ni en el caso de Eliseo ni en el de Jesús, Dios parte de cero: no crea el pan, sino que lo multiplica. Dios puede partir de dos, de cinco o de veinte (la cantidad no importa mucho a Dios), pero ha querido partir de algo. ¡Es hermoso este querer de Dios! Como es igualmente estupendo que Dios quiera la mediación de los hombres a la hora de distribuir su sobreabundancia. No lo hace directamente. Yahvéh se sirvió de la mediación de Eliseo y éste a su vez de la de un hombre de Baalsalisá. Jesucristo medió la sobreabundancia de Dios y a su vez los apóstoles mediaron entre Jesús y la multitud. Todo cristiano, pero sobre todo el sacerdote, es mediador de la generosidad de Dios para con los hombres. ¡Maravilla de la gracia! ¡Reclamo a la generosidad y a la responsabilidad!

3. Los destinatarios de la sobreabundancia divina. La sobreabundancia divina está destinada "a la gente" (primera lectura), "a un gran gentío, venido de todos los pueblos" (Evangelio). Dios muestra su sobreabundancia también en el destino de la misma: no unos cuantos privilegiados, sino todos.

Absolutamente nadie está excluido del "pan" divino por otros "panes" o por presunción ya que el pan de Jesús (pan de cebada) es el pan de los pobres, de la gente común. Ese pan divino es su Palabra de vida, que vivifica a quien lo recibe; es el pan de la caridad (el cristiano que mediante su caridad se convierte en pan para los demás) que satisface las necesidades vitales elementales de todo ser humano, es sobre todo el pan de la eucaristía, prefigurada en la multiplicación de los panes como nos enseña el catecismo (CIC 1335). La sobreabundancia divina es el supremo igualador del hombre; suprime toda diferencia, porque no hay nadie que no esté necesitado de la generosidad de Dios.


Sugerencias pastorales

1. El pan que nos une. Sociológicamente hablando, el pan es un factor de igualdad y de unión. Hay una gran variedad de pan, y cada país tiene sus formas propias de hacerlo, pero es pan para todos y lo es por igual. En la mesa del rico o del pobre, en la de un tunecino o en la de un colombiano, en la de un banquero o en la de un albañil hay siempre pan; ese pan que es fruto de la tierra y del trabajo del hombre. Pero en nuestro mundo actual, ¿no hay mesas, no hay manos sin pan? No debería haberlas, porque la sobreabundancia de pan es grande. Sin embargo, las hay. ¿Quién de nosotros no tiene en su recuerdo esos ojos grandes, como dos hogazas, de niños hambrientos que imploran clemencia, que suspiran por un pedazo de pan? ¿Será posible que el pan que nos une se convierta en el pan que nos separa? El pan que nos une es sobre todo el pan eucarístico: el Cuerpo de Cristo. Ese pan maravilloso que evidencia en la historia la sobreabundancia del amor de Cristo hacia los que creen en El. Ese pan se nos ofrece a todos los creyentes, día a día, semana tras semana, en la misma mesa: el altar del sacrificio redentor. Y me pregunto con asombro: ¿por qué los hombres, tan hambrientos de lo espiritual, no se acercan con más frecuencia a ese "Pan divino y gracioso", que los puede saciar?

2. Memoria y esperanza. La sobreabundancia del pan es "memoria" de los prodigios realizados por Dios con los israelitas durante los cuarenta años de peregrinación por el desierto en que les dio a comer el maná, "pan de ángeles". Es necesario recordar, para agradecer, para estar seguros que Dios sigue obrando prodigios también entre nosotros, dándonos el pan de su palabra y de su eucaristía. Pero además de recordar hay que esperar. Esperar que Dios lleve a cabo maravillas aún mejores. Después del éxodo de Egipto Moisés inaugura la pascua judía, Jesús inaugura la pascua cristiana, prefigurada en la multiplicación de los panes. El monte Sinaí es reemplazado por el monte al que Jesús se retira a orar. A los israelitas el mar les abrió un camino para que lo atravesaran, Jesús camina en la noche sobre la obscuridad para darnos su luz.

P. Antonio Izquierdo

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