24 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO XVII DEL TIEMPO ORDINARIO
1-6

1. FE/ALEGRIA: PARA MUCHOS LA FE ES SOLO UN CUMPLIMIENTO NO UN DESCUBRIMIENTO DE DIOS COMO FUENTE DE GOZO Y DE ALEGRÍA.

Jesús habla a los suyos del Reino de los cielos y lo compara con algo que todos van a entender perfectamente: con el tesoro escondido que un hombre encuentra, con la perla que un comerciante descubre y con la red llena de peces que recoge gozosamente un pescador. En todos los casos hay una reacción: hay que venderlo todo para lograr el tesoro, para comprar la perla. Y hay que venderlo rápida y gozosamente porque lo que se va a conseguir con aquella venta supera en mucho lo vendido. Eso es, para Jesús, la postura del hombre que se ha encontrado con Dios en su vida. Debe quedarse tan asombrado, tan ilusionado, tan contento, que no debe dudar en preguntarse seriamente, ¿qué hay que dar por el encuentro? Los cristianos, por definición, nos hemos encontrado con Dios de la mano de Jesús. Pero, ¿quién lo diría? Al vernos vivir diariamente, ¿alguien barruntará que en nuestra existencia se ha producido un acontecimiento gozoso que ha cambiado aquélla profundamente y para mejor? O, por el contrario, ¿pensarán que la fe ha sido para nosotros un conjunto de prohibiciones, incompatibilidades y pesadeces? ¿Se puede pensar que para una gran mayoría de cristianos la fe es sólo el "cumplimiento" dominical, la devoción particular al santo milagrero al que se va con la intención de conseguir, entre otras cosas, algún boleto de la "Loto"? Pues quizá no sería exagerada la apreciación. Y, naturalmente, el encuentro con el Reino de Dios no tiene nada que ver con todas esas cosas, no es en absoluto la prohibición sino la libertad, no es la renuncia sino la vida, no es un "no" permanente sino un "sí" que se abre al futuro sin miedos ni complejos.

No venderemos nada de lo que tenemos, es decir, no estaremos dispuestos a dar nada de lo que verdaderamente apreciamos a cambio de una fe que sea incapaz de descubrirnos a Dios como fuente de gozo y de alegría. No será para nosotros el Reino de los cielos, el tesoro o la perla si nuestra fe es apenas una monotonía sin contenido que no entraña riesgo alguno ni nos ha servido para la vida con un matiz especial. El problema que tenemos los cristianos es que no nos hemos encontrado personalmente con Jesús para conocer con él a Dios. Hay que replantearse seriamente este problema porque es vital. Y hay que darse prisa en salir al encuentro del tesoro porque urge recuperar el tiempo perdido en algo que no tiene nada que ver con el Reino y que es, sin duda, otra cosa por la que quizá no merezca la pena vender nada.

A. M. CORTES
DABAR 1987/39


2. 

La concisa y clara parábola del tesoro (junto con la de la perla) constituye uno de los textos relevantes de Mateo. Se trata de un texto que explica la manera cómo vivían los primeros seguidores de Jesús, y lo que quería decir para ellos ser el nuevo pueblo de Dios: qué quería decir para ellos ser comunidad, ser Iglesia. Y, al mismo tiempo, es un texto que nos tendría que hacer replantear las mismas cuestiones a todos nosotros, después de dos mil años de historia cristiana.

Ahora, cuando leemos en el Evangelio que nos llama a dejarlo todo, a convertir nuestra vida, a buscar el Reino de Dios sin preocuparnos de la comida ni del vestido, a utilizar nuestros talentos para dar de comer al hambriento o bebida al sediento, a perdonar indefinidamente... lo encontramos una exigencia difícil, algo que nos hace sentir incómodos. Y resulta que, según Mateo, no lo es. Porque lo que viene primero no son esas exigencias sino el haber descubierto que hay un tesoro que vale más que todas las cosas, y que, por tanto, lo más normal será hacer todo lo que sea necesario para conseguir el tesoro. RD/TESORO: ¿Cuál es ese tesoro? Es el Reino de Dios. Y, ¿qué es el Reino de Dios? Para aquellas gentes que escuchaban a Jesús, es liberarse de la Ley y descubrir un Dios que es Padre, cercano, y que propone una manera de vivir no fundamentada en mandamientos arbitrarios sino en el poner la propia vida al servicio de todo aquello que pueda crear felicidad y bien para todos. Jesús ofrece poder experimentar que eso es la mayor alegría que un hombre pueda desear, y es por eso que Jesús llegó hasta dar la vida. Con la certeza de que ese objetivo del Reino, que al fin y al cabo es el propio Dios, se realizará un día plenamente, en la vida eterna de Dios, el Padre.

Los primeros seguidores de Jesús descubren ese tesoro. Y no sólo individualmente, sino colectivamente. Porque esto es la Iglesia: el conjunto de personas que se sienten unidas por ese mismo descubrimiento, y que se reúnen para animarse a vivirlo personalmente, cada uno en su lugar, y al mismo tiempo para ser colectivamente modelo en medio del mundo: para mostrar que hay una forma de vivir personal y colectiva que realmente funciona y da felicidad. Esa era, precisamente, la evangelización que realizaban los primeros cristianos: el ejemplo de las comunidades.

¿Y nosotros, como personas y comunidades, dos mil años después?

J. LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1990/15


3. CV/SEGUIMIENTO: SEGUIR A XTO ES ACEPTAR SU JUICIO SOBRE NOSOTROS Y SOBRE EL MUNDO.

Hace algún tiempo, la revista semanal "Cambio 16" publicaba una encuesta sobre los intereses principales que teníamos los españoles; las respuestas no fueron muy diferentes de las que se darían en otras naciones: la tranquilidad, el dinero, vivir bien, tener trabajo... Hay lugares y personas en los que aún es costumbre echar unas monedas a un santo o al agua de una fuente, rezar un número determinado de oraciones, y tener confianza de que uno de los tres deseos pensados se harán realidad: la fontana de Treveri en Roma, el Cristo de Medinaceli, las oraciones en cadena... Y es que el hombre es un ser lleno de deseos. ¿No nos hemos descubierto muchas veces convirtiendo en sueños nuestros deseos en realidades? ¡Sería interesante ver cuál sería el deseo que nos gustaría ver convertido en realidad! Algo así le sucede a Salomón. "Pídeme lo que quieras", le dice en sueños el Señor. "Da a tu siervo -responde Salomón-, un corazón dócil para gobernar a tu pueblo, para discernir el mal del bien".

El egoísmo, pecado original del hombre inserto en una sociedad egoísta, le hubiese hecho pedir algo para él: "vida larga, riquezas, la vida de sus enemigos..." Esta, al fin y al cabo, es nuestra postura diaria. Incluso convertimos la oración en motor de aceleración para que Dios realice nuestros deseos.

Para Salomón, sin embargo, su interés, su único deseo es la sabiduría para poder gobernar; es anteponer el bien de los demás a su propio interés.

También para Jesús el interés fundamental, su "comida", es "hacer la voluntad del Padre". Y el que hace suyo este objetivo de Jesús, es decir, el que antepone el bien del hermano, el provecho del "otro", ha encontrado el tesoro escondido, y si no ha pedido sabiduría para poder gobernar, sí ha encontrado la sabiduría "para gobernarse a sí mismo".

Es verdad que en nuestra vida cristiana son frecuentes los deseos de seguir a Jesús. Pero ¿con qué intensidad lo hacemos? El seguimiento de Cristo que vivimos se parece muy poco al auténtico.

Para seguir a Xto, tenemos que jugárnoslo todo a su favor. Una vez descubierto este "tesoro", esta "perla", estar dispuestos a venderlo todo, a dejarlo todo. Esto es quemar las naves.

Descubierto Xto, no debe haber posibilidad de volverse atrás. El hacerlo es signo o que ha sido un descubrimiento falso (una falsa conversión) o que anteponemos nuestros deseos, nuestra voluntad, a la voluntad de Dios. Seguir a Xto es aceptar su juicio sobre este mundo.

A partir de ese momento la vida cobra un sentido nuevo; se produce una verdadera revolución en la escala de valores: lo único importante es Dios y su voluntad; todo lo demás se relativiza. Es lo de san Pablo: "Todo lo estimo pérdida comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor; por él lo perdí todo y todo lo estimo basura con tal de ganar a Xto y existir en él" (/Flp/03/08).

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La sabiduría cristiana consiste en el discernimiento de los verdaderos valores del Evangelio y en su aplicación a las circunstancias actuales. Hay que establecer una escala de valores, dentro de la cual todos los valores humanos quedan subordinados a ese último valor, que es el Reino de Dios. Por eso, los cristianos y las comunidades deben estar siempre tomándose el pulso de su estima de valores.

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4.

Jesús como vendedor callejero de Dios. "Señoras y señores, un momento por favor. Hoy es vuestra oportunidad. Tengo para vosotros una ocasión única: una perla y un tesoro. ¡No desaprovechéis la ocasión! Os voy a contar la historia del hombre que encontró un tesoro y la historia del que compró la más hermosa de las perlas".

¿La gran ocasión? Descubrir que Jesús es la perla y el tesoro. Una lectura, un encuentro, un retiro, una alegría o un dolor muy intenso; y de pronto comprendemos: la vida es Jesús. Bajo esta luz, todo se simplifica, todo toma un sentido; en adelante sabemos por qué y cómo vamos a vivir.

¿Hemos aprovechado esta ocasión? Estas dos bellas parábolas son las que nos juzgan. Quieres la perla, quieres el tesoro, pero sigues adelante sin decidirte a venderlo todo para comprarlos.

Porque esta ocasión es maravillosa, pero cuesta caro. El campesino venderá "todo lo que posee"; el negociante venderá "todo lo que posee". Si no hubiera que pasar por esta venta, todos aceptaríamos enseguida a Jesús.

¿Qué venta? No puedo responder por vosotros. Yo sé muy bien lo que a mí me cuesta vender, y creo que, si miráis un poco vuestra vida en este momento, veréis también qué es lo que os impide comprar la perla y el tesoro.

Estas dos miniparábolas son en el fondo la llamada más dura a la renuncia. "Venderlo todo", si quiero comprar la vida. En términos claros esto significa: renunciar a lo que me impide elegir a Jesús. Por tanto, tengo que vender mis seguridades, mis egoísmos, mis suficiencias, mis perezas, mis orgullos. Cada vez que aparecen estas parábolas, sentimos un impulso. ¡Para ganar a Jesús, vamos a renunciar a esto y a aquello ! ¡Ya está hecho! Pero, desgraciadamente, no está hecho. Y procuramos salvar las apariencias pensando: no voy a ponerme a jugar a san Francisco.

Efectivamente, la renuncia para adquirir la perla puede llegar a las formas extremas que tuvo en san Francisco, pero el evangelio es para todos. Jesús no predica solamente a unos cuantos profetas espectaculares de la renuncia, ni predica tampoco un sueño. Su "venderlo todo" es difícil, pero debe ser posible para cualquier hombre en cualquier situación. Simplemente, hay que decir que no se sigue a Jesús con toneladas de confort o con montañas de reticencias ante una de sus exigencias precisas, por ejemplo la del perdón. "Venderlo todo" puede significar un despojo muy duro del amor propio o una generosidad en el terreno económico algo loca, o la opción heroica de la confianza ante una terrible enfermedad. Y también, desde luego, el sí a una vocación.

En estas dos parábolas, en las que cada una de las palabras está pensada, hay un inciso que nos dice hasta qué punto escoger a Jesús es una formidable ocasión que hay que aprovechar aunque nos cueste mucho: "En su alegría". Loco de alegría, el hombre que encontró el tesoro va a venderlo todo. La oportunidad más grande de nuestra vida es cuando el "venderlo todo" está devorado por el fuego de la alegría.

ANDRE SEVE
EL EVANG. DE LOS DOMINGOS
EDIT. VERBO DIVINO ESTELLA 1984.Pág. 39


5.

Es un dato de experiencia cotidiana que el hombre es un ser necesitado. No necesitamos que nadie nos los diga ni nos lo demuestre: todos y cada uno de nosotros somos testigos capacitados para dar fe de ello. Tanto es así que no ha faltado quien haya definido al hombre como un cúmulo de necesidades.

El hecho de que haya una serie de necesidades implica que hay una serie de elementos que, por satisfacer esas necesidades, son valorados por el hombre. Así son, generalmente, las necesidades, las que hacen valorar las cosas.

Todo aquello que satisface las distintas necesidades del hombre pasa a convertirse en un valor para éste. Y estos valores se van ordenando según el grado de importancia de la necesidad que satisfagan. Se origina de este modo una escala de valores. Cada persona tiene su escala de valores y es por ella por la que rige su vida.

En dicha escala de valores nos encontraremos siempre que, por encima de todos los demás, se yergue siempre uno, un valor que es el fundamental; pues bien, es precisamente ese valor fundamental el que se convierte, para cada hombre, en su dios; exactamente así lo definió ·Orígenes: "Todo lo que uno pone por encima de todo lo demás es su dios". IDOLO/QUÉ-ES La pregunta se hace necesaria e inevitable: ¿cuál es nuestro Dios?, ¿cuál es nuestro valor fundamental?; más claramente: ¿Cuál es el valor fundamental en torno al cual construimos nuestra vida cada uno de nosotros? El cristiano no puede contestar de cualquier manera a esta pregunta; para decirlo con exactitud: el cristiano debe poner buen cuidado en no construir su vida en torno a valores erróneos, de no tejer su existencia en torno a un ídolo.

El evangelio de hoy nos indica claramente, en forma de dos parábolas, cuál debe ser el valor fundamental del cristiano: el Dios Padre de Jesús y su reinado. El reino de los cielos ha de ser para el cristiano ese tesoro escondido, esa perla fina de gran valor por los que, una vez encontrados, se vende todo cuanto se tiene para conseguirlos. El que quiera ser cristiano verdadero tiene ahí el camino a seguir: construyendo su vida en torno al reino de los cielos, considerándolo como el mayor tesoro, como la perla más preciosa, como el valor fundamental, teniendo por Dios único al Padre de Jesucristo y su Reino.

Las parábolas del evangelio de hoy no sólo nos presentan cuál debe ser el valor fundamental del cristiano, quién debe ser su Dios, sino que nos ofrecen un modelo con el que contrastar nuestra existencia para saber si estamos en la pista del seguimiento de Jesús o si andamos "despistados", para saber si nuestro valor fundamental es el reino de los cielos o cualquier otra cosa, si nuestro dios es el Dios verdadero o un ídolo.

El cristiano no tiene otra posibilidad, no puede coquetear con dioses equívocos so pena de errar de plano el camino que deber seguir; el cristiano ni siquiera puede hacer compartir la supremacía del Dios único con otros dioses. El cristiano no puede tener otro valor fundamental que el reino de los cielos, debe construir su vida en torno al reino de los cielos, debe poner el reino de los cielos por encima de todo lo demás.

Si no obramos así ya podemos ir buscándonos otro adjetivo; el de cristianos no nos sirve. ¿Por qué no pararnos a pensar un momento sobre cuál es nuestro valor fundamental, sobre cuál es el dios en torno al cual hemos construido nuestra existencia, y rectificar si es preciso?

DABAR 1978/43


6.

CAMINO DE PERFECCIÓN

Sin que esto suponga que criticamos a aquellos que buscan sinceramente la perfección, hay que afirmar que el cristianismo no debe confundirse con lo que se llama un camino de perfección, un método para llegar a ser santos. El objetivo de Jesús no era enseñar al hombre a ser más santo, a ser más perfecto; el suyo no era un proyecto dirigido únicamente al individuo, sino orientado a la transformación de la manera de vivir de toda la humanidad. Cuando Jesús presenta las bienaventuranzas, que constituyen el núcleo de su programa, no dice a quienes le escuchan que serán más santos si hacen todo aquello, sino que serán felices.

Es la felicidad de los hombres, de todos los hombres y de cada uno de ellos en particular, lo que preocupa a Jesús, porque ésa es la principal preocupación del Padre.

Por eso no se puede considerar la perfección como un ideal propiamente cristiano. Este era el ideal de los fariseos y lo fue también de ciertas escuelas filosóficas de la antigüedad. El ideal cristiano es le felicidad. Y, en consecuencia, la felicidad es la razón por la que un cristiano actúa: un cristiano se comporta cristianamente porque tal comportamiento es causa de alegría para él y para sus semejantes. O, si se quiere formular la cuestión de otra manera: debe juzgase que una acción es buena si produce felicidad en quien la realiza y contribuye a la felicidad de los demás.

UN TESORO, UNA PERLA

Esta es la idea central de las dos primeras parábolas que se leen este domingo: el reino de Dios es como un tesoro escondido, como una perla de incalculable valor. Si alguien encuentra el tesoro o la perla y descubre el valor tan inmenso que tienen, hace todo lo necesario para conseguirlos. Reunirá todo el dinero que pueda, aunque tenga que vender todas sus posesiones, todo lo que tiene, y correrá a comprar la perla o el campo donde sabe que está escondido el tesoro.

La parábola no necesita demasiadas explicaciones. Jesús ha dicho desde el principio que hay ciertas cosas que son incompatibles con el evangelio; y resulta que esas cosas son las que más se valoran entre la mayor parte de los hombres: el poder, la riqueza, los honores... ¿Por qué hay que renunciar a todo eso? ¿Para qué? ¿Es que la renuncia tiene valor en sí misma? Estas preguntas quedan respondidas con las parábolas que comentamos.

En primer lugar, el proyecto de Jesús, el reino de Dios, es un tesoro para el hombre, el mayor tesoro. Vivir de acuerdo con el evangelio vale más, tiene más valor que cualquier otro modo de vida. Más que todo el dinero del mundo, más que todos los honores, más que todo el poder.

Y, en segundo lugar, la elección debe llenar de alegría a quien la realiza. El dolor que pudiera causar la renuncia a algo que se ha querido hasta ese momento debe quedar anulado por la felicidad que produce lo que se ha elegido: "Se parece el reino de Dios a un tesoro escondido en el campo; si un hombre lo encuentra, lo vuelve a esconder, y de la alegría va a vender todo lo que tiene y compra el campo aquel".

LO QUE DE VERDAD IMPORTA

No quiere esto decir que no cueste ningún esfuerzo renunciar a todo lo que es incompatible con el evangelio. Lo que quiere decir es que la razón por la que se hace tal esfuerzo no es otra que la seguridad de que el resultado final será una felicidad mucho mayor. Y no sólo en la otra vida: ya, desde ahora, desde el momento en que se descubre el valor de lo que se ha elegido.

En conclusión: lo realmente importante no es la renuncia, sino la elección; lo que realmente nos hace mejores no es lo que dejamos, sino lo que elegimos. Y la elección es consecuencia no tanto de que queremos ser mejores, más santos, más perfectos, sino más bien de que hemos descubierto que adoptando el modelo de vida que propone el evangelio, siendo cristianos, podremos tener y ofrecer a los demás, de la manera más excelente, la experiencia del amor compartido, que es la felicidad.

RAFAEL J. GARCIA AVILES
LLAMADOS A SER LIBRES. CICLO A
EDIC. EL ALMENDRO CORDOBA 1989.Pág. 165ss