18 HOMILÍAS MÁS PARA EL DOMINGO 16 B

7-18

 

7.

1. Sentir con el otro 

El domingo pasado veíamos cómo Jesús eligió a los Doce y los envió de dos en dos  como sus mensajeros de liberación. Hoy, Marcos nos describe cómo vuelven cansados,  pero felices por cuanto habían hecho y enseñado. Jesús, cual sabio maestro, los invita a descansar un poco en algún lugar retirado, ya que  la gente se agolpaba a tal punto que, comenta Marcos, «no encontraban tiempo ni para  comer».

Ya este texto va preparando el resto de la narración: por fin, el pueblo ha descubierto a  alguien que lo alimenta espiritualmente, que le habla con autoridad y que le trae una buena  noticia.

De esta forma Jesús y los suyos cruzan el lago; mas al llegar a la otra orilla se  encuentran no con el lugar tranquilo que esperaban, sino con toda una multitud ávida de  escuchar al Maestro. Jesús, en un gesto profundamente humano, se conmueve ante ese  espectáculo, se emociona y comienza a recordar lo que dijera el profeta Jeremías acerca de  los malos pastores del pueblo (primera lectura): "Vosotros dispersasteis mis ovejas, las  expulsasteis, no las guardasteis... Yo mismo reuniré el resto de mis ovejas, de todos los  países adonde las expulsé, y las volveré a traer a sus dehesas, para que crezcan y se  multipliquen".

Y Jesús, al ver que estaban «como ovejas sin pastor», se olvida del descanso prometido  a los apóstoles y se pone a enseñarles por largo rato.

Seguramente que cuando Marcos escribió esta página tenía a la vista el mapa del  imperio romano, lo que era considerado como el mundo de aquella época. Y así como los  apóstoles al volver de su misión descubrieron que era aún muy poco lo que habían hecho,  pues había quedado sin Palabra de Dios toda esa inmensa multitud, así Marcos descubrió  a los muchos pueblos del mundo a la espera de ese «largo rato» en que alguien les  anunciara el Evangelio.

Y el panorama que se nos presenta hoy no es más optimista ni más sencillo. No  solamente los cristianos constatamos que somos una pequeña minoría en el mundo, sino  que la calidad de nuestro cristianismo es aún más reducida. Tarde comprobamos que nos  hemos encerrado en nuestros esquemas, en nuestros grupitos, en una forma miope de  concebir el mensaje de Cristo.

Jesús se olvida de sí mismo y del cansancio de los suyos y sólo piensa en esa multitud  que espera algo de él. Una multitud que camina, pero sin rumbo, sin una palabra  orientadora, sin pastores que se le pongan al lado.

También los pastores se han encerrado en sus casas y en sus esquemas, o se contentan  con repetir fórmulas o recetas moralizantes o leyes sobre el culto, cuando el pueblo reclama  la Palabra viva de Dios, respuesta clara y firme a sus interrogantes y problemas; busca  quien lo defienda, quien alivie el peso con que se lo ha oprimido.

No hace falta que hoy hagamos una descripción de la situación que vive nuestro país.  Todos la conocemos y seguimos su duro peregrinar mediante los medios informativos. COMPASIÓN: Pero, ¿cuál es nuestra presencia como testigos de Jesucristo? ¿En qué  consiste precisamente este "compadecerse" de la gran muchedumbre? Hay compasión y  compasión. Una es sentir lástima por el que sufre, humillando al otro con una mirada de  conmiseración. La otra, la auténtica com-pasión evangélica, es sentir y sufrir con el otro; es  hacer propios los sufrimientos de los demás. No es compadecer «a» los demás, sino  "padecer-con", «sentir-con-los-otros».

Jesús, el Buen Pastor, llevó esta su actitud de sufrir-con-el-otro hasta el extremo: da su  vida por las ovejas, muere por ellas, en lugar de ellas y para ellas.

El evangelio de hoy nos muestra a Jesús en dos gestos de genuina y auténtica  com-pasión: con los apóstoles, invitándolos a un justo descanso; con el pueblo hambriento,  alimentándolo con su palabra y después con pan y peces, como veremos en los próximos  domingos.

Ahora podemos hacer un primer alto en nuestra reflexión para cerrar los ojos por un  instante y pensar, ver, sentir a todo nuestro pueblo, sobre todo al que sufre, al que lucha  por sus justas reivindicaciones, al que camina, se ilusiona y se frustra, al que está disperso  como un rebaño sin pastor.

¿Nos sentimos parte de ese pueblo? ¿Dónde termina lo que llamamos «nuestra»  comunidad? ¿Qué significa para nosotros, cristianos que estamos en misa, vivir hoy y aquí,  en este país, en esta ciudad, en esta comunidad? ¿Qué estamos dispuestos a sacrificar por  los hermanos necesitados? ¿No hemos descansado ya lo suficiente en la soledad de  nuestro hogar y de nuestro pequeño círculo como para que miremos a quienes se están  preguntando si Cristo los tiene olvidados? 

2. Derribar los muros 

El texto de Pablo que la importante Carta a los Efesios nos trae hoy, aporta mucha luz  para descubrir esta misión cristiana en un mundo hambriento de verdad.

También Pablo tiene ante sí el mapa del mundo de su época, y lo ve dividido entre dos  pueblos de concepciones diametralmente opuestas: judíos y paganos. Esta división estaba  representada en el mismo templo de Jerusalén por un muro que separaba el atrio de los  gentiles del atrio de los judíos. Ambos pueblos se sentían mutuamente lejanos y separados  por un muro infranqueable: la raza y el culto. Y no solamente no estaban unidos, sino que  legalmente la unión les estaba prohibida. La Ley con sus mandamientos y sus  prescripciones señalaba la superioridad religiosa de los judíos y la inaccesibilidad del  templo de Dios para los paganos.

Y cuando el cristianismo se fue extendiendo por obra de los apóstoles, el muro seguía  levantado. A los paganos se les exigía la circuncisión para ser bautizados. Fue entonces  cuando Cristo eligió a Pablo como apóstol de los paganos y como procurador de la total  igualdad en Cristo.

El argumento de Pablo es el siguiente: por la sangre de Cristo ha sido destruido el muro  de la separación y abolida la ley separatista. Jesucristo ha creado al hombre nuevo que ya  no se rige por los criterios raciales, sociales o cultuales. Cuando Jesús muere en la cruz,  asume en sí mismo a toda la humanidad, sin distinción alguna. Porque nadie mereció su  salvación, ya que todos son pecadores por igual, por eso todos tienen ahora el mismo  privilegio de sentirse el único pueblo de Dios, el Cuerpo de Cristo.

Y concluye Pablo: Por lo tanto, ahora todos sin distinción alguna «podemos acercarnos al  Padre con un mismo Espíritu».

Marcos nos presentó a Jesús como el Buen Pastor que se compadeció de las ovejas  errantes y abandonadas. Pablo da un paso más: con esas ovejas, con ese pueblo olvidado  y proscrito, Jesús «crea al hombre nuevo».

Y detengámonos aquí, porque éste es un concepto de capital importancia para el  cristianismo.

Ver a la humanidad según el prisma de la raza o del sexo, o de la cultura, o de la religión,  es obrar según el hombre viejo, el primer Adán.

El hombre viejo es el hombre de las divisiones, de la multiplicidad de lenguas, de la lucha  por el predominio mundial. Y Cristo muere en la cruz por ese hombre; muere precisamente  en manos de quienes habían abandonado a las ovejas y se habían constituido en dueños  absolutos de vidas y conciencias.

Cristo es la víctima del hombre viejo; pero es también su tumba. El Cristo de la fe es el  Hombre-Nuevo, creado por el amor de Dios, que asume al hombre como tal, al hombre a  secas sin apelativo alguno; que respeta y valora a todos los hombres y a cada hombre,  porque cada hombre desde la cruz es el cuerpo de Cristo, presente allí donde hay un  hombre, cualquiera que sea su cultura, su raza, su color o su religión.

Comprendamos bien esto: quien se diga cristiano no puede bajo ningún concepto ver al  hombre de otra forma. Llamarse cristiano y seguir sosteniendo la discriminación racial,  social, política, religiosa o sexual, es sencillamente un contrasentido.

Si Cristo ha creado un hombre nuevo, si ha hecho algo nuevo y distinto con la  humanidad, si -como dice Pablo- ha restablecido la paz, reconciliando a todos en un solo  cuerpo, destruyendo toda enemistad en su persona, si vino para anunciar la paz a los que  estaban lejos y a los que estaban cerca, si todos tenemos acceso al Padre en un mismo  Espíritu..., si todo esto tiene algún valor y no son meras palabras, entonces el respetar y el  valorar a todos los hombres por igual es un elemento esencial de la fe cristiana.

Sostener la discriminación racial, social, sexual, religiosa o cualquier otro tipo, por parte  de un cristiano, es un verdadero contraevangelio, es una vieja-noticia, es un mal-anuncio... Es posible que todavía no hayamos comprendido el concepto de Iglesia que nos presenta  Pablo, y que hayamos hecho de ella más bien una secta que no una «Ecclesia», es decir,  una comunidad de todos los llamados por el Padre. Y cuando decimos: todos los llamados,  decimos "todos", porque en Cristo toda la humanidad ha sido llamada y convocada como  cuerpo del Señor.

El espíritu sectario hace que miremos con recelo a los no cristianos, a los  judíos, a los habitantes de otros países; a los que tienen más o tienen menos. El espíritu sectario nos hace encerrarnos en una manera de pensar, como si fuese la  única verdadera, sin querer ver al Espíritu, que sopla donde quiere. El espíritu sectario nos hace sentirnos mejores que los otros, superiores a los demás; o  creernos los dueños de Dios, de Cristo y de su palabra.

A menudo preguntamos: ¿Qué es el cristianismo? ¿Es una religión o una filosofía de la  vida? Jesús no dio respuesta a esta pregunta que seguramente él no hizo nunca. Pero sí  preguntó qué quería Dios con la humanidad. Y respondió: unirla, reconciliarla para que viva  en paz y en justicia. Y descubrió que él mismo era ese pastor anunciado por Jeremías (primera lectura), que  ejercería el derecho y la justicia en la tierra.

Es posible que nosotros dediquemos demasiado tiempo a responder preguntas que ni  vale la pena que las formulemos, porque no crean nada nuevo en el mundo. Y lo nuevo que el mismo Cristo ha creado es el hombre, este hombre que cada uno de  nosotros debe hacer nuevo en Cristo. Nuevo no por el color de la piel o por la juventud de  la carne, sino por el espíritu de la reconciliación, de la paz, de la unidad y del respeto.

Nuestra especialidad es el esfuerzo constante y denodado por derribar los muros, por  acortar las distancias, por acabar con las distinciones y las desigualdades. Nuestra especialidad, tal como enseña Pablo, es el anuncio de la buena nueva de la Paz.  Esto es lo que nos debe hacer distintos de los demás: el no sentirnos distintos ni superiores  a nadie.

Quien ha comprendido esto y quien se arriesga por este evangelio de la paz, que se  alegre porque el Hombre Nuevo está naciendo en él.

Concluyendo...

Hay veces en que la Palabra de Dios nos sacude y nos lleva por caminos tan insólitos,  que hasta llegamos a tener miedo de ese «adónde vamos a parar».

Quizá hoy sintamos esa sensación... ¿Qué sucedería si los cristianos nos  comprometiéramos en serio por este Hombre Nuevo que Cristo crea con todos los pueblos  del mundo? ¿Qué sucedería en nuestra comunidad regional si nos dispusiéramos a hacer  este Hombre Nuevo, derribando tantos muros como nos separan?

SANTOS BENETTI
EL PROYECTO CRISTIANO. Ciclo B. 3º
EDICIONES PAULINAS.MADRID 1978. Págs. 135 ss.


 

8.

¿DESCANSO O ABURRIMIENTO?  ... descansar un poco.

Son muchos los que piensan que el hombre actual, esclavo de «una sociedad de la  eficacia», está perdiendo capacidad para celebrar, hacer fiesta y disfrutar hondamente de la  vida.

La actividad desnuda marca su vida entera. Hemos logrado a base de trabajo crear unas  condiciones más aptas para una vida digna, pero luego no sabemos disfrutar de esa vida.

El hombre actual suspende temporalmente el trabajo, la tensión y la presión de la  actividad para lograr otra vez el equilibrio sicológico, la distensión física y una capacidad  nueva para el trabajo. Pero en muchos hombres, «ya no hay culto ni celebración ni  descanso, sino tan solo derecho al tiempo libre, vacaciones y placer» (H. Rombach).

Sin embargo, el hombre no es sólo «una máquina» que necesita una recuperación, sino  un ser que necesita encontrase consigo mismo y redescubrir las raíces mismas que dan  sentido a su vida.

Por eso el descanso verdadero no es tiempo muerto, placer vacío, repliegue egoísta  sobre sí mismo, aburrimiento insoportable, obligación social de sentirse feliz y pasarlo bien. 

El descanso ha de ser «re-creación» que nos libera de nuevo para la vida y el amor. El problema de muchos es que, al dejar su trabajo y no estar ya ocupados por las  obligaciones habituales, se encuentran con su propio vacío y su incapacidad de  comunicarse con un poco de ternura ni siquiera con las personas más cercanas.

Entonces las vacaciones se convierten en una huida alocada y el descanso en un  esfuerzo vano por llenar el vacío interior acumulando experiencias siempre nuevas,  buscando estimulantes siempre más fuertes o dejándose estrujar de manera infantil por «la  industria del tiempo libre».

Sin embargo, tarde o temprano, se corre el peligro de encontrar todo aburrido ya que uno  mismo, con su propio vacío, es la fuente y la causa de su propio tedio y aburrimiento. SILENCIO/TEDIO: Es bueno escuchar una vez más la sabiduría de ·Pascal-B: «He dicho  con frecuencia que toda la desgracia de los seres humanos procede de una sola cosa que  es no saber permanecer en paz dentro de una habitación».

El descanso engendra tedio y se vuelve insoportable cuando el hombre no sabe abrirse  hacia lo mejor que hay en él y hacia aquél que es fuente de vida y de libertad. Ojalá  sepamos escuchar en medio de nuestras vacaciones las palabras de Jesús: «Venid a un  sitio tranquilo a descansar un poco».

JOSÉ ANTONIO PAGOLA
BUENAS NOTICIAS NAVARRA 1985. Pág. 211 s.


 

9.

1. «¡Ay de los pastores!». 

En la primera lectura los reyes de Israel son llamados pastores; en todo el mundo antiguo  era costumbre dar a los reyes el título honorífico de pastores. Dios había concedido a su  pueblo un rey, pero no de buena gana, pues «los que figuran como jefes de los pueblos los  tiranizan y oprimen» (Mc 10,42). Creen poder mantener unido al pueblo con su poder, pero  en realidad con ese poder «dispersan y expulsan mis ovejas». El puro poder no se  preocupa del bien de los súbditos, que lo único que tienen es «miedo» ante él, sino que  representa únicamente la unidad de los gobernantes, que se hacen llamar «bienhechores»  (Lc 22,25) en razón de su poder omnímodo. Dios promete juzgar a estos potentados y  sustituirlos por el verdadero pastor salido de la casa de David, que ostentará con todo  derecho el título de «El-Señor-nuestra-justicia».

2. «Como ovejas sin pastor». 

Así califica Jesús en el evangelio a la multitud que corre tras él. La gente ve  instintivamente en él al buen pastor enviado por Dios que no quiere ejercer su poder sobre  ellos, sino reunirlos y cuidarlos amorosamente por lo que son en sí mismos. Los poderosos  de la tierra los han dominado siempre: asirios, babilonios, persas, griegos, romanos, pero  también sus propios jefes, para los que ellos eran una masa ignorante y «empecatada de  arriba a abajo» (Jn 9,34). Jesús quiere tener un momento para descansar un poco, pero  eran tantos los que venían a su lado que «no encontraba tiempo ni para comer». Jesús  tendrá que entregarse a sí mismo como comida a esta multitud hambrienta. No está allí para  descansar, sino para agotarse hasta el extremo. «Yo doy mi vida por las ovejas» (Jn 10,15).  «Y se puso a enseñarles con calma». Sus discípulos están con él y, aunque aquí no se dice  nada de su estado de ánimo, la consecuencia del ejemplo que Jesús les da es que no les  ocurrirá nada fundamentalmente distinto de lo que le ocurre a su Maestro.

3. «Derribando el muro que los separaba». La segunda lectura muestra la obra final del  buen pastor. Cristo consigue -ciertamente sólo gracias a la entrega de su vida, en virtud de  su muerte- reunir al rebaño que hasta entonces estaba separado en dos partes. En eso  consiste incluso su tarea y su plan de vida, como el mismo Jesús reconocerá  explícitamente: «Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil; también a ésas las  tengo que traer, y escucharán mi voz y habrá un solo rebaño, un solo pastor» (Jn 10,16).  Pero Pablo pone aquí todo el acento en la manera en que esa «paz» se realiza: el pastor  hace de su propio cuerpo, en la cruz, el lugar de la batalla decisiva, en la que el cuerpo  desgarrado se convierte precisamente en el cuerpo entregado por todos que funda y  garantiza la unidad. Otra tiranía queda abolida: «La Ley con sus mandamientos y reglas»,  cuya multiplicidad fragmentaba, rompía la vida de los hombres. De ahora en adelante reina  la paz gracias al único amor del que en la cruz y en la Eucaristía se ha convertido en el  reconciliador, impotente y sin embargo todopoderoso, de toda división entre los hombres.

HANS URS von BALTHASAR
LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994. Pág. 180 s.


 

10.TRES BINARIOS 

Es muy breve el pasaje evangélico de hoy. Pinta Marcos aquel momento en que «los  apóstoles -después de haber sido «enviados» por Jesús-, volvieron a reunirse con El y le  contaron todo lo que habían hecho y enseñado». Muy breve, en efecto. Pero, en su  brevedad, contiene muy aleccionadoras enseñanzas. Podrían resumirse en estas tres  paradojas en compás binario.

1.° ENCARNARSE-AISLARSE.-El mismo Jesús que les envió a mezclarse entre la gente,  a ir de pueblo en pueblo, de casa en casa, a «encarnarse» en la Humanidad con vocación  de simiente, a convertirse en fermento en medio de la masa, a acomodarse al máximo en  cada sitio por donde pasaran, ese mismo Jesús les «aísla» ahora y les lleva a «un lugar  tranquilo, porque eran tantos los que iban y venían que no encontraban tiempo ni para  comer».

Se me antoja que el apóstol que empieza ha de aprender muy pronto este difícil compás  binario, ese necesario movimiento que va desde «la compañía» hasta «la soledad», del  estar rodeado de «múltiples» a estar rodeado de «silencio», de «estar» en el mundo, pero  sin «ser» del mundo, de ser «misionero» pero siendo «contemplativo», de ser  «contemplativo» pero siendo «misionero». Aquellos apóstoles que «volvían contando todo  lo que habían hecho y enseñado», necesitaban como agua de mayo «apartarse a un lugar  tranquilo». Y del ejercicio de esta aparente antinomia, tenemos que aprender esta otra:

2.° TRABAJO-DESCANSO.-El ciudadano de la ciudad secular y el cristiano  comprometido en el Reino han de estar dispuestos a ir a «trabajar en la viña, a la hora de  tercia, y a la de sexta, y a la de nona». No se nos ha dado «un talento» para «meterlo  debajo de la tierra». Entre otras razones porque «la mies es mucha» y porque «todos los  miembros somos necesarios para el funcionamiento del cuerpo de Cristo». Y, en este  sentido, ¡bendita Marta, la «atareada», porque nos enseñó a trabajar sin descanso en las  tareas de la casa! Pero Jesús nos dijo que «había que descansar un poco». Por eso alabó  a María, la hermana de Marta, que se buscó aquel dulce descanso -«optiman partem»- a  los pies de Jesús.

Yo no sé si valoramos en su justo medio la necesidad del descanso físico y síquico.  Vivimos en un mundo neurotizado, irritado, ajetreado, siempre al borde de la bronca y la  violencia. Y una de las causas de esta situación es, no lo dudéis, el no conjugar  suficientemente «trabajo» con «descanso», «ajetreo» con «relax». Hasta nuestras mismas  vacaciones se convierten en un auténtico cóctel de cansancios y barullos.

3.° GRUPOS-MULTITUD.- O, si preferís, «minorías» y «muchedumbre». Me gusta este  Jesús del evangelio de hoy que, por una parte, les decía a los apóstoles: «venid vosotros  solos» y, por otra «sentía lástima de aquella multitud, porque andaban como ovejas sin  pastor, y se puso a enseñarles con calma». Y me gusta este Jesús porque es necesario que  sepamos enfocar pastoralmente nuestra actividad con los «grupos» y nuestra atención a la  «gran comunidad». Dedicarnos a los primeros con perjuicio de la segunda puede tener  mucho de elitismo y de falta de prudencia pastoral. Refugiarse en lo «multitudinario» por  aquello de que «todos somos Pueblo de Dios», privando de un cultivo oportuno a quienes  se sienten llamados a un grupo específico, puede ser igualmente desacertado.

Así, pues, creo que a todos nos conviene hacer muy bien esta otra meditación que os  ofrezco de «los tres binarios». 

ELVIRA-1.Págs. 166 s.


 

11.

Frase evangélica: «Andaban como ovejas sin pastor» 

Tema de predicación: LA SOLICITUD DE JESÚS 

1. Jesús se preocupa al mismo tiempo de los «apóstoles» y de la «muchedumbre». Por  una parte, los discípulos tienen necesidad de retirarse de vez en cuando a un «lugar  desierto y apartado»: su actividad les agobia y puede hasta desfondarlos; Jesús les invita a  descansar, para recuperar precisamente el sentido de la misión. Por otra parte, la  muchedumbre es digna de «lástima», porque no están a su cargo buenos servidores ni  tienen los pobres qué comer. Jesús les multiplicará el pan y será el supremo servidor. Y el  pueblo, naturalmente, sabe «reconocer» a sus propios pastores, es decir, a los que tienen  gestos reales de justicia y pronuncian palabras proféticas de verdad.

2. El compromiso precede a la palabra, y la vida cristiana está antes que la reflexión. Pero  la enseñanza cristiana del evangelio va ligada a la acción en función de las necesidades del  pueblo; el Evangelio no es para unos cuantos privilegiados, sino para todos. Sin embargo, el  pueblo siempre está abandonado a su suerte, y en tiempos de Jesús se encontraba  despojado de sus propias tierras, alejado del templo y de la sinagoga por impuro,  despreciado por sus propios jefes por ignorante, y desorientado por los falsos mesías.

3. La tarea pastoral es evidente: hacer que el pueblo sea pueblo de Dios en estado de  comunidad. De ordinario, el pueblo está sin organizar, escaso de recursos, aquejado de  padecimientos indebidos y manipulado por los que se consideran sus servidores, pero que,  de hecho, actúan como amos. A la inculturación popular del mensaje se une la encarnación  de los apóstoles en el seno del mismo pueblo. Una Iglesia que no es del pueblo no es  verdadera Iglesia.

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Es nuestra Iglesia una Iglesia del pueblo? 

¿Están nuestros pastores al servicio del pueblo? 

CASIANO FLORISTÁN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITÚRGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993. Pág. 218 s.


 

12.

Escuchábamos el pasado domingo cómo Jesús enviaba a sus discípulos a anunciar el Reino de Dios. Es la primera vez en que el evangelio reciben el nombre de apóstoles, que  en griego significa "enviados". Los apóstoles se han entregado a su misión con el fervor de  los principiantes, y ahora vuelven a Jesús.

También nosotros durante esta semana hemos trabajado en favor del Reino de Dios;  hemos procurado hacer con dignidad aquello que nos correspondía. Y hoy, domingo,  volvemos a Jesús, igual que hicieron los apóstoles. Éste ha de ser nuestro cometido:  trabajar por el Reino y volver a Jesús para la oración silenciosa y la plegaria comunitaria.

Me fijo en dos frases del evangelio de hoy:

-Jesús es muy humano

A los apóstoles que llegan fatigados por el esfuerzo de la misión, les dice Jesús: "Venid  vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar un poco". Comprobamos que Jesús es muy  humano, y aunque pase momentos muy difíciles en su vida, disfruta también de momentos  de distensión y de descanso, acompañado de sus amigos. Jesús no propone a sus  seguidores una vida inhumana, sino que tiene presente la necesidad que sentimos las  personas de romper de vez en cuando el ritmo de nuestra vida para descansar. Dios quiere  que cada semana tengamos un día de reposo, y ?estoy seguro? es también partidario de  las vacaciones.

He oído en alguna ocasión decir a alguien que no disfrutaba nunca de fiesta, que no tenía  jamás vacaciones. A veces cuesta convivir con personas tan activas, pues a menudo están  como cargadas de electricidad. Creo que todo el mundo debe tener ocasión de descanso y  de vacaciones. Y pienso, en concreto, en las madres, que tan a menudo no encuentran  tiempo para descansar, porque han de hacer el mismo trabajo, aunque se trasladen a otro  lugar. Se ha de procurar que no sea así.

-Jesús tiene en cuenta a la multitud

La segunda frase es esta: "Jesús vio una multitud y le dio lástima de ellos, porque  andaban como ovejas sin pastor".Aveces las multitudes son vistas despectivamente. La  "plebe" en la antigua Roma era el pueblo raso que no tenía significación alguna en la vida  de la ciudad. Incluso, en ciertos ambientes de Iglesia, corremos el peligro de menospreciar a  la multitud.

Más de una vez habréis participado en bautizos comunitarios, o colectivos como los llaman  los más estrictos. El templo lleno a rebosar, con los fotógrafos aficionados y los pequeños  no siempre quietos. En este tipo de celebraciones abunda siempre el amor de los padres, la  ternura de los abuelos, la inocencia de los niños, la simpatía de los amigos... y un ruido  abundante. Es necesario esforzar se para dirigirse a los asistentes con palabras de afecto  humano. Y así se puede lograr bastante silencio y un clima apto para la oración. La gente, la  multitud, necesita sentirse acogida y apreciada. La Iglesia entera debe hacer suyo un estilo  pastoral como el de Jesús, el Buen Pastor. Y no dejarse llevar por los nervios.

Ante las palabras que escuchábamos en la primera lectura, en las que Jeremías criticaba  a los pastores del pueblo de Israel y nos preparaba para escuchar las de Jesús, nosotros  hemos de preguntarnos: ¿Soy yo un buen pastor? ¿Sé ayudar a la gente de la parroquia a  conocer más a Jesús? ¿Tiene nuestra comunidad parroquial un sentido pastoral acogedor?  ¿Nos ocupamos de los que están alejados? ¿Sabemos aprovechar las ocasiones que se  nos brindan en las que podemos conectar con personas que no son habituales?

Quizás, los primeros que hemos de aprovechar la homilía somos nosotros mismos, los  sacerdotes. Sobre todo hoy en que las lecturas tocan el corazón de nuestras vidas. Y lo que  nos ha de ser útil a nosotros, ojalá lo sea para todos.

FREDERIC RÁFOLS
MISA DOMINICAL 2000, 9, 39-40



13.

Nexo entre las lecturas

REUNIR. Éste es el concepto clave de la actual liturgia. "Yo mismo reuniré el resto de mis ovejas", dice Yahvéh (primera lectura). Jesús ve la multitud con compasión y exclama: "son como ovejas que no tienen pastor" (Evangelio), pero El, buen pastor, las reunirá en un solo rebaño (Jn 10,16).

Jesús, buen pastor, reúne también en un solo rebaño a los que "estaban lejos" (paganos) y a los que "estaban cerca" (judíos) por medio de su sangre derramada en la cruz (segunda lectura).


Mensaje doctrinal

1. Como ovejas sin Pastor. En la sustancia de las cosas, la humanidad se halla desde sus inicios en situación parecida, aunque cambien las circunstancias aparentes: pastores que abandonan a sus ovejas, y ovejas que abandonan a sus pastores. El profeta Jeremías, en la primera lectura, hace mención de los reyes-pastores de Judá (metáfora muy frecuente en la cultura de aquel tiempo), que en lugar de pastorear a las ovejas, las extravían, las dispersan y las ahuyentan. Reyes-pastores que en lugar de obedecer a Dios, que les habla por Jeremías, para bien de las ovejas, obedecen a criterios humanos, bajo cuya guía causan la ruina del rebaño, que irá en exilio a Babilonia. Seis siglos más tarde, ve Jesús "como ovejas sin pastor" a las multitudes galileas que acuden a él para escuchar su palabra de verdad y de salvación. Ovejas sin pastor, sí, porque los pastores del pueblo (sacerdotes, escribas) no parecían mostrar interés por las ovejas, signadas por la maldición por el hecho de no conocer la ley (Jn 7, 49). Desde que el hombre es hombre ha necesitado guías que le indiquen el camino y le dirijan por la senda de su auténtica humanidad hacia el horizonte de la felicidad y de Dios. ¿Dónde, quiénes son hoy esos guías? En una crisis epocal como la nuestra, los hombres no miran ya hacia los "gurus" de la ciencia, de la técnica, de la religión "a la carta", sino hacia los pastores de la Iglesia. ¿Estamos los pastores de la Iglesia a la altura de nuestro cometido en este momento dramático y estupendo de la historia?

2. Pastores fallidos. Los textos de la liturgia algo nos deben enseñar. Nos hablan de pastores fallidos, que han fracasado en la tarea y responsabilidad encomendada. Pastores fallidos primero de Israel y luego de Judá fueron muchos de sus reyes. Pero no sólo los reyes, también algunos profetas fallaron en su cometido de pastores porque no profetizaban la Palabra de Dios, sino sus propias palabras; igualmente, entre los sacerdotes hubo quienes con su antitestimonio y su conducta distante del pueblo y colaboracionista con el poder romano extraviaron no poco a sus ovejas. Y, si quienes son columnas del edificio, se tambalean, ¿quién podrá mantenerse en pie? Éste es el gran drama de la historia en cada generación. También en la nuestra. Una generación sin pastores vive a la desbandada, se revuelve infeliz en la ciénaga del sinsentido. Una generación con pastores que no lo son, se ve abocada a la desconfianza en la autoridad, vive el suplicio de la confusión, se encierra en el subjetivismo atroz e insolidario. Toda generación requiere con urgencia pastores-testigos, que señalen con su vida el verdadero camino del hombre.

3. El Buen Pastor. En la primera lectura, Dios se presenta como el Pastor por excelencia de las ovejas de Judá. Con el paso de los siglos la imagen de Dios-Pastor se encarna y refleja en Jesucristo, Buen Pastor. ¿Qué hace un pastor bueno? Ante todo, sentir profundamente una sincera compasión por las ovejas descarriadas, desorientadas, sin guías. Después, reunir a las ovejas bajo su guía, para evitar por un lado que los lobos las atrapen y devoren, y por otro para dar a todas el alimento de la verdad y del bien. Luego, cuidará de que crezcan y se multipliquen, y de esta manera prolonguen en la historia de las generaciones sus maravillas en favor de los hombres.

Finalmente, elegirá otros pastores que le ayuden en su labor de guía y con ellos continuará llevando a las ovejas a verdes praderas y a frescas aguas (Evangelio puro, sana filosofía, doctrina dogmática y moral de la Iglesia, acciones y signos poderosos de Dios por medio de ellos). El Buen Pastor necesita de muchos y buenos pastores.


Sugerencias pastorales

1. A la búsqueda de la orientación. Los sociólogos que pulsan día a día el estado de la sociedad en que vivimos, coinciden en que la humanidad ha llegado a la terminal de un viaje histórico. En el momento actual, tiene los mejores medios para emprender un viaje fenomenal y grandioso por el futuro, pero los "pilotos" no tienen idea de adónde dirigirse, a qué terminal llegar. Corren, vuelan, surcan el mar de la historia no pocas veces sin rumbo. Por eso, nuestro tiempo es un momento magnífico, una oportunidad extraordinaria para la Iglesia.

Desde hace dos mil años, la Iglesia fundada por Jesucristo sabe de dónde viene y a dónde va. La Iglesia tiene el mapa de ruta para que la humanidad alcance su destino, la terminal de la historia, que no puede ser otra sino Dios. Como dice el Cardenal Ersilio Tonini, hemos llegado a un momento en que en los foros internacionales y en los parlamentos se hablará de Cristo, "origen, guía y meta de la humanidad". No sólo en los grandes foros, también en los pequeños foros de la diócesis, de la parroquia, de la acción católica, de los grupos y movimientos, Cristo y los valores cristianos recuperarán terreno en la sociedad, que buscan ansiosamente en ellos una guía certera y segura.

2. Unidos bajo un mismo Pastor. Ante una sociedad que afanosamente reclama orientación, es urgente que todos los cristianos nos unamos bajo un mismo Pastor, el Buen Pastor. Porque la primera orientación que Cristo ofrece a los hombres es precisamente la unidad en la verdad y en la caridad. Siendo muchos los siglos en que las divisiones han prevalecido, los pasos en el camino hacia la unión plena (campo de la doctrina dogmática y moral) son lentos y progresivos. No debe extrañarnos. Los expertos y responsables de las Iglesias irán, con la ayuda de Dios, deslindando los diversos temas y ofreciendo las soluciones más correspondientes al designio de Dios. Nosotros fijémonos en que, si es mucho lo que nos divide, es mucho más lo que nos une. Promovamos con nuestra palabra y con nuestra vida la unidad en la verdad, pero por igual y mucho más la unidad en el amor hacia todos los cristianos, en el respeto hacia los miembros de otras Iglesias, en la colaboración para fomentar y defender los fundamentales valores humanos y cristianos... Que en esta labor unitaria nos guíe siempre Cristo Pastor, el único Pastor de todos. Unidos bajo un mismo Pastor podremos más fácilmente y con mayor eficacia ser verdaderos guías para nuestra sociedad.

P. Antonio Izquierdo


14.

Este domingo: 16º del Tiempo Ordinario
Un Pastor para el rebaño
Siguiendo la línea comenzada en el domingo XV, en que Jesús envía a sus discípulos al camino, en este domingo recogemos con los apóstoles y con él la experiencia de ese caminar. Es el caminar del Profeta y del Predicador, que denuncia la injusticia y anuncia el Reino. Y es el caminar del Pastor, que se compadece de las ovejas dispersas, que las apacienta y las reúne. Es fundamentalmente el caminar de quien se encuentra con los otros desde la mirada de Dios.

Una de las tantas formas en que solemos referirnos a Cristo es "El Buen Pastor". ¿Qué tiene que ver el pastor, rudo habitante de los montes, con Cristo el Rey de Justicia? ¿Qué con el Salvador? Este domingo Jesús nos invita una vez más a ver más allá de lo que parece. Y a estar con Él atentos a la dispersión y el desaliento de sus pequeños. A velar en él por la Paz… que es hija de la Justicia.

Comentario bíblico:
Jesucristo, Pastor y Salvador en la justicia


Iª Lectura: Jeremías (23,1-6): El pastor de la unidad
I.1. La primera lectura del profeta Jeremías es uno de los pasajes que se refieren a la casa de Judá, a la que el profeta juzga, pero a la que también anuncia un tiempo ideal, en que al pueblo dispersado, maltrecho y sin esperanza se le promete unos pastores que reúnan de nuevo al pueblo. Lo que más llama la atención son los vv. 5-6, pues todo se concreta en una persona, en un pastor, a lo que antes se ha insinuado. ¿Se trata de un texto mesiánico? Discuten los autores, porque consideran que es un añadido a los vv. 1-4. Pero lo que debemos considerar es que Dios mismo interviene en medio de su pueblo, valiéndose de nuevos y mejores pastores y, más concretamente, de un pastor que restaure la unidad de Judá y de Israel.

I.2. Eso no se consiguió nunca si lo entendiéramos en un sentido histórico estricto; pero si tenemos en cuenta un valor simbólico que va más allá del nacionalismo de Judá y de Israel, se propone un pastor, un rey, que con cualidades éticas (no estrictamente políticas, ni guerreras), traiga la justicia y el derecho, que son los ideales de un buen rey de Oriente y de todas las naciones. Se habla de salvación y de paz, porque la verdadera salvación se fundamenta en la paz y la justicia. Reinará con sabiduría y le darán un nombre, ya que darle un nombre a alguien significa reconocer lo que ha hecho; es como un oficio bien aprendido y vivido con vocación singular. Ese nombre es «El Señor nuestra salvación». Es decir, esa persona idílica tiene que estar en relación con el Dios que salva. Así quedamos emplazados para ver en Jesucristo este proyecto misterioso del oráculo. Porque no olvidemos que él ha de llevar el nombre de “Jeshua”: Dios salva, o es mi salvación.



IIª Lectura: Efesios (2,13-18): El es nuestra paz
II.1. La segunda lectura, de Efesios, nos ofrece también una verdadera teología de la paz. Incluso se hace una de las afirmaciones teológicas más impresionantes del NT: El, es nuestra paz. El primer efecto de la pacificación (aquí entre judíos y paganos), no es primeramente entre ellos mismos, sino de toda la humanidad con Dios (vv. 13-18), como muerte de la enemistad, acercamiento a Dios, reconciliación con El, evangelización de la paz. Independientemente de la forma literaria del texto, para algunos es un himno sobre la pacificación de la humanidad. Por eso el v. 14 comienza de una forma enfática, refiriéndose a Cristo, “él es nuestra paz” (ipse est pax nostra, como traduce la Vulgata). ¿Por qué? Porque ha hecho de los dos pueblos uno. Se refiere a judíos y paganos que era, entonces, la división abismal e irreconciliable para la teología ortodoxa judía.

II.2. ¿Qué ha hecho Jesucristo para ello? De entre estos términos, el más expresivo es el de «reconciliación», puesto que revela uno de los temas más expresivos de San Pablo (cf 2Cor 5,18-20; Rom 5,10-11; 11,15; Col 1,20-22), aunque no podamos decir que sea eje de su teología. Con ello se presenta la obra de Cristo como una restauración de las relaciones amistosas entre Dios y el hombre rotas por el pecado. El fruto de la reconciliación es la paz y la amistad. La reconciliación es un proceso objetivo y real, antes de toda colaboración del hombre creado por Dios. Es Cristo mismo el signo y la realidad de esa reconciliación de Dios y la humanidad. El autor de Efesios quiere poner de manifiesto que el don de la paz es un don de Dios y ese don es Cristo mismo, porque gracias a El todos los hombres, en todas las culturas y religiones pueden vivir en paz. Si no es así, no es por exigencia del Dios de Jesús, sino porque los hombres se niega a la misma paz.



Evangelio: Marcos (6,30-34): Sedientos de su palabra
III.1 Este es un relato de transición, propio del redactor del evangelio de Marcos, que quiere preparar la primera multiplicación de los panes. Los Doce (aquí les llama apóstoles) vuelven de su misión, contentos de lo que han dicho y han hecho. Ya sabemos que lo que han proclamado tiene que referirse a las cosas que Jesús les ha enseñado y que se centra en el anuncio de la llegada el reino de Dios. Lo que han hecho es liberar a las gentes de sus males, como han visto hacer a Jesús. En ese momento, por el desgaste que ello significa, Jesús quiere compartir con ellos en un lugar solitario pero, de pronto, aparece la multitud y deben marchar en una barca. La experiencia de la travesía, para quien la haya hecho, sabemos que es verdaderamente restauradora. Pero la escena nos asoma casi de inmediato de nuevo a la multitud que está sedienta y ansiosa de esta experiencia que los Doce tienen con Jesús.

III.2. Considero que el redactor de nuestro evangelio está jugando, simbólicamente, con este contraste entre la suerte de los discípulos que pueden gozar de la paz de la palabra de Jesús (aunque bien es verdad que después de desgastarse en el anuncio del reino) y la necesidad que tiene la multitud de esta palabra. Todo esto es para mostrarnos que, tras la travesía restauradora, Jesús tiene compasión de la multitud porque la ve como ovejas sin pastor (cf Num 27,17). Ahora Jesús ha “restaurado” a los suyos, que tienen que volver, cuando sea, a la itinerancia para anunciar de nuevo el reino. Y entonces ve a la multitud y ya no puede huir, tiene que entregarles su palabra, su persona, como se la ha entregado a los discípulos. Jesús se nos presenta como cumpliendo un anhelo y un deseo que muchas veces en el AT hacía referencia al pueblo que estaba siendo defraudado por sus jefes e incluso por los que tenían una responsabilidad más religiosa: eran como ovejas sin pastor y sin guía (cf Num 27,17; 1Re 22,17; Ez 34,5; 2Cro 18,16; Jud 11,19).

III.3. El evangelio, por otra parte, nos muestra el hambre que tenía la gente de escuchar un mensaje de salvación y de gracia, el que Jesús ofrecía por todas las aldeas y pueblos de Galilea, a lo que habían contribuido también sus discípulos, enviados para llegar a donde no podía llegar él. Es sintomático cómo el texto busca un lugar solitario para gustar más profundamente esta experiencia de la misión, ya que muchos iban y venían, sin dejarles personalizar esta experiencia. Pero al final, al desembarcar de nuevo en la orilla del lago, el texto nos muestra que Jesús ve a la gente con tal anhelo de escucharle, que la compasión del pastor puede más en su corazón. Sin duda que habría gente dirigida por alguna sintonía populista, como sucede con todos los fenómenos sociales y religiosos; pero en medio de todo Jesús detecta la falta de orientación y la necesidad de salvación de los abandonados. De esa manera, por medio de nuevos pastores, se cumple con más o menos precisión el texto de Jr 23,1-6: por una parte los pastores, los apóstoles; por otra el pastor, el nuevo rey, del que parte el mensaje fundamental del reino. De esa manera se explica maravillosamente la continuación de la narración del evangelio con la primera multiplicación de los panes, que es un relato que se introduce con esta actitud de Jesús al compadecerse de la multitud.

Miguel de Burgos, OP

mdburgos.an@dominicos.org

Pautas para la homilía


"Al llegar a la otra orilla, Jesús vio una gran muchedumbre…"

Hace unos días ví un capítulo de la telenovela "Soy Gitano", que emiten en Argentina, mi país. Uno de los personajes había sido expulsado de su familia, y había dormido en el banco de una plaza. Por la mañana, un hombre se le había acercado. "Venga conmigo", le dijo. "Los pobres somos invisibles." La frase del mendigo de la televisión me dejó pensando… Los que vivimos en grandes ciudades vemos multitudes de pobres todos los días. Tantos, que a veces los dejamos de ver: en Buenos Aires, uno llega a la mañana a la estación del tren y se encuentra con varias familias durmiendo en colchones o cartones tirados en el piso, tapados con diarios o alguna manta. Junto a la ventanilla donde se paga el billete suele haber dos o tres niños con el mismo eterno canto: "¿una monedita, señora?". Andando por la acera, se cruzan en una cuadra varios "vendedores" improvisados: chipá paraguayo (un pan elaborado con harina de almidón y queso), bolígrafos, camisetas… hay malabaristas y "limpiavidrios" en los semáforos, y al llegar la noche, como salidos de la peor pesadilla, cientos y cientos de "cartoneros" (entre ellos muchísimos niños) recorren las calles revisando la basura y sacando lo que puedan rescatar para vender por unas monedas. Y lo peor es que muchos de estos niños son comandados por personas que los explotan. Uno, que los ve todos los días, se acostumbra a verlos… A veces pienso que verlos duele tanto que es como si, después de un tiempo, a uno se le zanforizara el corazón. Verlos es casi insoportable, porque son tantos, cada vez más… Se vuelven, para los que pasamos ida y vuelta por las calles y las estaciones día tras día, parte del paisaje: una multitud de invisibles. Me pregunto si pasará lo mismo en Europa con la andanada de refugiados, en la India con los que mueren en las calles… Me pregunto qué pasará en Irak, donde sigue la guerra, como en el Congo, donde acaba de terminar… Y entonces nos relata el Evangelio: "Jesús vio una gran muchedumbre"… Jesús cuando mira suele ver más hondo que nosotros. Jesús vió a la muchedumbre, a pesar de que por días lo venía siguiendo y podría haber pasado a ser para él parte del paisaje. Vió. Como ve Dios a sus ovejas dispersas y a los pastores que le han fallado. Como vieron los apóstoles los prodigios que por su intermedio obraba el Padre y se alegraron… Y pareciera que este "Ver" de Cristo no es el mismo de quien ve y pasa de largo, y se va con el corazón oprimido porque son tantos y pareciera que nada se puede hacer frente a tanta cantidad de sufrientes.



"... y se compadeció de ella, porque eran como ovejas sin pastor"

La de Jesús es una forma de ver que ve hondo porque ve desde lo hondo: porque se compadece. Porque no se queda en la culpa ni en la impotencia ni en la desesperación. Atreverse a mirar tanta pobreza, guerra y maldad que hay en nuestro mundo pareciera la mejor receta para la depresión y el pesimismo. Esto no pasa para quien lo mira con Jesús: quien es capaz de ver en Dios es capaz de entregarse a los hermanos desde las manos de Dios: la multitud estaba desorientada, perdida, "como ovejas sin pastor". Jesús "estuvo enseñándoles largo rato." Más tarde, el Padre se ocuparía de los alimentos para la multitud. Ahora, Jesús se ocupa de lo que puede ocuparse. Porque no retira la vista y "ve" a todos, Cristo, el Buen Pastor que reconoce a sus ovejas, el Rey Justo que da a cada cual lo que necesita, nos devuelve a esa dimensión fundamental de hermanos. Por eso Él es nuestra Salvación, nuestra Justicia, nuestra Paz. Y nos invita a mirar con él a nuestro alrededor: porque ningún hermano, ninguna hermana y sobre todo ninguna injusticia cometida contra ellos debiera ser, jamás, invisible.

Carola Arrue
carolaarrue@eircom.net


15. Domingo 20 de julio de 2003

Jr 23, 1-6: Reuniré el resto de mis ovejas
Salmo responsorial: 22, 1-6
Ef 2, 13-18: Él es nuestra paz
Mc 6, 30-34: Andaban como ovejas sin pastor

En el Antiguo Testamento los guías políticos y religiosos son presentados con frecuencia como pastores y al pueblo como el rebaño. La figura del jefe como pastor cobró vigencia a partir de David, el pastor convertido en rey. El rebaño no es propiedad de los pastores sino del Señor, ante el cual ellos son sus representantes, por eso él mismo les tomará cuentas. El oficio de los jefes se ha pervertido y esto ha permitido la dispersión y el extravío del rebaño. El rey Joaquín con su política desatinada provocó la intervención de Babilonia. La expulsión que se menciona aquí parece referirse a la primera deportación. La intervención del Señor se justifica por tratarse de su rebaño, está desarrollada en tres tiempos: repatriación de los deportados, nombramiento de pastores ejemplares y resonancia escatológica. Se pasa de los pastores al Pastor-Jefe, al rey davídico en quien los judíos ponen su confianza.

Jeremías es consciente de que el desorden, la situación de injusticia y el desplazamiento que tiene que soportar y sufrir el pueblo, se debe a los mandatarios que no han sabido gobernar en función del bien público sino en función de sus intereses personales y de clase, por eso han fracasado como gobernantes y es necesario entonces que Dios suscite nuevos pastores. Los pueblos viven añorando el cambio de la situación cada vez que se presenta la oportunidad de un nuevo gobierno. La esperanza y la ilusión de que algún día haya oportunidad para vivir en la justicia no se acaban aunque los hechos nos muestren que las situaciones siguen iguales. En este momento el problema de injusticia se ha agudizado más, porque los dirigentes de los pueblos tienen que obedecer al orden económico internacional, aunque haya esperanza no se encuentran las salidas, porque se requiere de la voluntad política de los grandes dirigentes del mundo y principalmente de quienes manejan la economía mundial. Hoy encontramos en el mundo más desorden, más injusticia, más desplazamiento. Que la palabra de Jeremías nos ayude a seguir creyendo que es posible la justicia.

Ef 2, 13-18

Este texto parece ser una inserción dentro de la carta a los Efesios, es diferente en el lenguaje, en las ideas y en la forma. Inserción en forma de himno sobre Cristo: la paz y la persona que nos trae la paz. Cristo derribó la pared divisoria, hizo de los dos ámbitos: judíos y gentiles, uno solo y destruyó por medio de su carne la enemistad.

El convertir la ley en una norma absoluta trae como consecuencias el casuismo y el legalismo; destruyendo este carácter de la ley, se elimina la enemistad. La gran acción de Cristo por la cual se demostró que es nuestra paz fue la eliminación de la ley como dogma, como norma absoluta y suprema que separaba a Dios y a los seres humanos, y a judíos y gentiles. Si los jefes dispersan, Jesús tiene la capacidad de reunir y de acabar con todo aquello que separa y divide a hombres y mujeres.

A Pablo le tocó enfrentar el problema cultural en la Iglesia primitiva entre cristianos judaizantes y gentiles, y luchó hasta conseguir que los gentiles fueran admitidos también dentro de la comunidad cristiana. En el texto de hoy nos recuerda que en Cristo Jesús desaparecen todo antagonismo y toda situación de injusticia que hacen que hombres y mujeres de la misma cultura y de culturas diferentes, no se entiendan entre sí... El evangelio es un mensaje de carácter universal, derriba los muros sociales, políticos, económicos, culturales y hermana a todos los hombres y mujeres.

Mc 6, 30-34

Dice el texto de Marcos hoy que a Jesús le dio lástima de la multitud porque andaban como ovejas sin pastor. Los discípulos han llegado de su labor apostólica a contarle a Jesús todo lo que les había pasado, Jesús entonces los invita a descansar en un lugar apartado pero cuando llegan allí fue imposible porque una gran multitud ya estaba en el lugar esperándolos. Jesús comprendió que más urgente que comer y descansar era atender a la multitud.

Si Jeremías en su tiempo se queja de los guías políticos mucha más aguda es la situación en tiempos de Jesús. En la época de Jesús los jefes políticos y religiosos dispersaban cada vez más al pueblo. El régimen político, militar y económico impuesto por Roma era una carga que pesaba sobre el pueblo y que se hacía más gravosa porque había gente que le hacía el juego a los romanos, entre ellos los saduceos, que administraban el Templo. El rey y los cobradores de impuestos eran nombrados por Roma y las fuerzas militares romanas tenían su fortaleza junto al templo de Jerusalén. Esta situación además de oprimir ofendía la dignidad del pueblo. El régimen tributario era demasiado minucioso y había que cumplir con el diezmo para el templo. La situación económica era crítica.

La sociedad se encontraba dividida y se atomizaba cada vez más tratando de buscar solución al problema del momento, unos creían en la fuerza de las armas, otros se aislaban y vivían en forma independiente. Se esperaba una irrupción de Dios que pusiera fin a esta situación y diera oportunidad al pueblo de Israel. Por otro lado después de la reconstrucción del templo al regresar del exilio, las leyes de purificación dominaron la religión judía hasta convertirla en un simple cumplimiento de normas, actitud con la cual Jesús no está de acuerdo porque se ha desligado totalmente de la vida haciendo falta la práctica de la justicia, del amor y de la misericordia. En una situación de estas hay más desorientación y desconcierto en el pueblo, por eso Jesús es la alternativa de Dios en ese momento. Muchos se encuentran marginados del templo, han sido desplazados de allí por no cumplir con las normas rituales de purificación, cuando oyen hablar a Jesús se sienten identificados con su enseñanza y con su práctica, descubren que no están tan lejos de los caminos de Dios, encuentran en él al pastor que en vez de dispersar, congrega y reúne. Por eso, mientras los guías políticos y religiosos encuentran tiempo suficiente para descansar y comer, Jesús y los suyos tienen que inventar tiempo para satisfacer estas necesidades vitales. Marcos reconoce que Jesús, movido por la compasión de ver a la multitud que andaba como oveja sin pastor, se pone a enseñarles. Es la causa del Reino la que le consume su tiempo y su vida. Para esto ha venido, su pasión y su locura es el Reino, en otro pasaje del evangelio cuando María y los familiares de Jesús se enteran de que no les queda tiempo de comer por andar en los trabajos del Reino, vienen a buscarlo porque creen que se está enloqueciendo. Sólo quien ha andado en la vida motivado por una Causa entiende estas actitudes de Jesús, no siente hambre ni fatiga por andar haciendo lo que le gusta y motiva.



Para la revisión de vida
Los guías espirituales de Israel son presentados frecuentemente como pastores. Pero Dios se queja frecuentemente de ellos, porque, llamados a guiar, con frecuencia desorientan; y aunque es cierto que a veces el pueblo busca a Dios, más lo hace por interés que por deseo de seguir su voluntad. Si soy pastor: ¿sirvo y guío de corazón a los que están encomendados a mi cuidado hacia un encuentro cada vez mayor y mejor con Dios? Si no soy pastor: ¿respeto y amo a mis guías o los sigo con servilismo y por la comodidad de que piensen ellos por mí?
- Dios promete a su pueblo que le dará pastores que realmente lo guíen por los caminos de la paz, la justicia y la libertad. Y, aunque nosotros solemos repartir los papeles, haciendo “pastores” a unos y a otros “ovejas”, tenemos que reconocer que todos debemos ser “pastores amorosos” de todos. ¿Reconozco mi responsabilidad por la suerte de mis hermanos, me siento responsable de su vida, de su paz, de su felicidad, o dejo siempre el bien de los demás como tarea para otros?
- Jesús trae la paz a todos sin excepción, porque viene de parte de Dios y Dios nos tiene a todos por sus hijos; la división judíos y paganos, o creyentes y no creyentes, o blancos y negros, o cualquier otra división no puede tener cabida entre nosotros. ¿Me siento hermano de todos, o caigo en el clasismo, el sexismo, el racismo…?


Para la reunión de grupo
- Que Jesús diga “Vengan a un sitio tranquilo, a descansar un poco” se les antojaría a muchos como un detalle que desentona del resto del evangelio... Parecería que en el cristianismo el descanso, y mucho más el recreo o el placer... no tendrían carta de ciudadanía, serían siempre extraños y mal acogidos... El cristianismo de calidad siempre se llevaría mejor con preceptos, normas, obligaciones, oraciones, devociones, abstinencias, ayunos, limosnas… ¿De dónde viene esta sensación? ¿Qué imagen de Dios lo fundamenta? ¿Es ésa la imagen de Dios que tiene Jesús?
- Aunque todo debemos ser en la Iglesia "pastores unos de otros", el tema bíblico de los pastores puede ser referido legítimamente al tema capital -y de tanta actualidad- de los ministerios en la comunidad cristiana: ¿cómo sentimos ese tema? Muchos cristianos "de a pie" se desentienden del tema, como si eso fuera responsabilidad sólo de los "pastores" precisamente... Una buena reunión del grupo de reflexión puede ser estudiar el tema en cualquiera de sus aspectos. Se puede llamar a alguien que lo introduzca con una exposición.

Para la oración de los fieles
- Por los responsables de las comunidades cristianas, para que sirvan con generosidad y entrega a todos sus miembros, sin acepción de personas, y atentos a sus necesidades, siendo los primeros en afrontar los problemas de la comunidad. Oremos.
- Por los gobiernos de las naciones, para que no busquen sus propios intereses sino que sirvan al bien común. Oremos.
- Para que en este mundo en que vivimos haya cada día más posibilidades para que las personas puedan desarrollarse en toda su integridad y con toda su dignidad. Oremos.
- Por todos los que sufren las consecuencias de una sociedad clasista, racista y egoísta, para que obtengan la ayuda que necesitan. Oremos.
- Por nuestra Iglesia, para que sepa afrontar con creatividad la contínua reforma y mejora de los modelos ministeriales, como forma creativa de servir al pueblo de Dios que peregrina siempre por contextos históricos diversos. Oremos.
- Por esta nuestra comunidad, para que, después de reflexionar su fe, la traduzca en generosidad, en entrega a los demás y en cuidado amoroso hacia todos. Oremos.


Oración comunitaria
Dios, Padre nuestro, míranos con amor, pues somos hijos tuyos, y aunque nosotros no siempre nos comportemos como los hermanos que somos, no dejes nunca de guiarnos como buen pastor, para que podamos transformar nuestro corazón a semejanza del tuyo y ser también nosotros buenos pastores unos de otros. Por Jesucristo nuestro Señor.

SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO


16. Instituto del Verbo Encarnado

COMENTARIOS GENERALES

LA “PASTORAL” DE JESÚS

Con respecto al domingo pasado, la atención se desvía, en el Evangelio de hoy, desde la figura del misionero a la del pastor. Esta hermosa progresión -que, entre otras cosas, refleja cómo nace y se desarrolla una comunidad cristiana- no fue entendida por Marcos al escribir su Evangelio, pero sí fue entendida por la Iglesia al preparar la liturgia de hoy de la palabra.

El Evangelio de hoy presenta diversos temas, distribuidos a lo largo de un viaje de traslado de Jesús desde una orilla a otra del lago de Tiberíades. Es una escena simple y sugestiva, especialmente si la imaginamos acaecida en esta misma estación en que la estamos comentando, es decir, en medio del calor estival.

Después de volver de su misión por los pueblos vecinos (v. domingo precedente), los apóstoles se reúnen alrededor de Jesús para contarle todo lo que habían hecho y enseñado (¡el primer relato misionario en la Iglesia!). Debían sentirse felices (cfr. Lc. 10, 17), pero también muy cansados, porque Jesús los invita a ir con él aparte a un lugar solitario para descansar un poco. Aquí se abre un pasaje sobre las condiciones en las que vivía Jesús en aquellos tiempos. (Porque era tanta la gente que iba y venía, que no tenían tiempo ni para comer).

Habiendo llegado a la orilla opuesta del lago, se vieron precedidos por la multitud que había intuido sus intenciones. No debe sorprender que las multitudes a pie llegaran antes que los apóstoles en barca; basta pensar que ellos iniciaron su reposo ya en mitad del lago, remando despacio o deteniéndose algunas horas para pescar. (Quien ha atravesado el lago de Tiberíades con buen tiempo, sabe qué natural debía resultar esto para personas cansadas y deseosas de calma). Al ver a la multitud que lo espera, Jesús no se irrita por el descanso acabado, sino que vuelve a enseñar con calma a la gente.

De estos varios momentos y temas, la liturgia toma uno determinado, en relación con el cual lee todo el resto del episodio; es el momento fijado de manera estupenda con las palabras: Al desembarcar, Jesús vio una gran muchedumbre y se compadeció de ella, porque eran como ovejas sin pastor, y estuvo enseñándoles largo rato (otros traducen: a enseñar con calma)

He aquí lo que se entiende cuando sé dice que la Tradición no es otra cosa que las Escrituras leídas en la Iglesia y por la Iglesia. La liturgia de hoy no agrega nada más, ni nada ajeno a la palabra de Dios, sino que la actualiza, la sitúa en un contexto; es como partir el pan de la palabra para distribuirlo entre la multitud. Leída desde este ángulo litúrgico, toda la palabra de Dios se nos presenta como un discurso hecho a los pastores y acerca de los pastores, pero en forma que sea escuchado y beneficie también a las ovejas.

El discurso a los pastores comienza con las palabras de Jeremías en la primera lectura, y comienza en un tono más bien amenazador: ¡Ay de los pastores que pierden y dispersan el rebaño de mi pastizal...ustedes han dispersado mis ovejas, las han expulsado y no se han ocupado de ellas... Yo mismo reuniré el resto de mis ovejas!. Estas últimas palabras remiten claramente a la escena evangélica de Jesús (¡el pastor prometido en Jeremías!), que se preocupa por las ovejas. Entramos así en la parte positiva del discurso a los pastores, que tiene en el centro la actuación ejemplar de Jesús. Podríamos decir que hoy somos llamados a estudiar “la pastoral” de Jesús.

Esta pastoral tiene dos momentos fundamentales: el cuidado de las multitudes y el cuidado de los futuros pastores. En este Evangelio, Jesús se nos presenta como un obispo ideal que se detiene con gusto y por mucho tiempo con su clero, no olvidando ni por un instante al resto de su rebaño, sino dispuesto a dejar todo para correr hacia él.

Las primeras palabras del pasaje evangélico nos presentan a Jesús que se aparta con sus discípulos para descansar y orar juntos. Estamos al principio de una sección del Evangelio que se desarrolla entre la salida de Galilea y la ida a Jerusalén, sección en la cual Jesús invierte casi todo su tiempo en formar a un grupo de discípulos que deberán ser, después de su desaparición, los animadores y los pastores de la comunidad. Al actuar así, él no abandona al pueblo para cultivar a una élite, no se aparta de las masas, sólo se ocupa de ellas de un modo distinto, se ocupa del futuro del Reino. Hoy diríamos: se desvela por el porvenir de la Iglesia. Por lo tanto, también aquí es pastor en forma exquisita; es princeps pastorum, como lo llamará san Pedro (1 Ped. 5, 4), es decir, “pastor de los pastores”.

En esta formación de los futuros jefes de las comunidades, Jesús alterna la acción (el envío a la misión) y la contemplación; el contacto con las multitudes y la soledad con él. En esta última, los educa en la oración (es en uno de estos momentos que enseña el Padre nuestro a los discípulos: cfr. Lc. 11. 1 ssq.) y los instruye acerca de los misterios del Reino (cfr. Mc. 4, 10 sq.). Jesús no trata a sus “sacerdotes” como a Colaboradores externos, sino como a amigos (Jn. 15, 15: Ya no los llamo servidores, porque el servidor ignora lo que hace su señor; yo los llamo amigos ). De esa manera, poco a poco, elimina en ellos el ánimo innato del mercenario y crea en ellos el alma del pastor, de quien está dispuesto a dar la vida por las ovejas y por el Reino (Jn. 10, 12 ssq.).

En la segunda parte del Evangelio, la escena “Jesús y los apóstoles” es reemplazada bruscamente por la escena “Jesús y las multitudes”. ¿Cómo se comporta Jesús ante las multitudes que lo han seguido más allá del lago? No como un manager, rígido observador del propio horario de trabajo y celoso guardián de la privacidad; ni tampoco como alguien que está siempre en la cátedra. En efecto, la primera reacción es “la conmoción”, es decir, algo que alcanza a todo el ser de aquella gente, no sólo a su mente o a su cuerpo. La frase de Marcos (se compadeció de ella -la muchedumbre- porque eran como ovejas sin pastor) no se explica sino como eco indirecto de una exclamación de simpatía y de compasión que Jesús se dejó escapar al ver llegar de todos lados a aquella gente andrajosa, con la cara quemada por el sol y el cansancio. La frase revela un sentido de ternura infinita y evoca otras palabras de Jesús: Me da pena esta multitud, porque hace tres días que están conmigo y no tienen qué comer (Mc. 8, 2).

Esta gente no ha venido porque se ha saciado de pan, como sucede en otra circunstancia (cfr. Jn. 6, 26), es decir, por motivos interesados y mezquinos (¡la multiplicación del pan es posterior a este episodio, no anterior!); ha venido porque no puede acercarse a nadie y, de improviso, se ha encontrado con alguien que no la desprecia, sino que le da una esperanza. Religiosamente, son personas al margen de la ley que no conocen y no pueden observar; los fariseos y los escribas las llaman con desprecio “hombres de la tierra” políticamente, se acuerdan de ellos sólo para pedir impuestos y tributos o, como hacían los zelotas, para enrolarlos en movimientos de rebelión destinadas a la masacre. El espectáculo (de acuerdo con lo que sabemos sobre las condiciones sociales y económicas de la época, vinculadas con la población rural de Palestina), debía ser de veras lastimero. Jesús se conmueve ante su humanidad “humillada y ofendida” y, más aún, ante su necesidad y ante su espera del Reino de Dios.

Para nosotros, resulta instructivo saber por el Evangelio que, frente a este “proletariado andrajoso”, como lo definió la historiografía marxista (F. Engels), Jesús no hace encendidos discursos de rebelión social, sino que comienza a “enseñarle muchas cosas”, cosas que, por cierto, se referían al Reino: qué era el Reino de Dios; qué debían hacer para entrar en él; quiénes eran allí “los primeros”...Jesús los instruye, los eleva, los hace convertirse en hombres, justamente a través de la fe; no posterga el discurso sobre el Reino para cuando estén con el estómago lleno. La multiplicación de los panes sigue inmediatamente, en el Evangelio de hoy, al episodio de hoy; pero lo sigue, ¡no lo precede! Ella constituye el premio para quienes buscaron primero el Reino y su justicia (Mt. 6, 33), no la condición sine qua non para poderlo buscar. Hay mucho para reflexionar en esto; quizás algunos de nuestros discursos sobre evangelización y promoción humana deben ser corregidos a fin de concordar en mayor grado con la lógica evangélica.

Decía recién que el de hoy es un discurso dirigido a los pastores para que escuchen las ovejas. En efecto, existen diversas cosas en esta liturgia que están destinadas específicamente a ellas. Se dice que las multitudes buscan a Jesús, mejor aún, siguen a Jesús. Y esto nos recuerda que los fieles de la grey de la Iglesia no deben esperar siempre pasivamente que alguien vaya a buscarlos, a recogerlos, a atraerlos, con la impresión de que cada vez se les pide una limosna de su tiempo o de cualquier otra cosa. El buen pastor va en busca de la oveja, ¡pero la buena oveja también debería ir en busca del pastor! No buscarlo sólo cuando hay que bendecir un cadáver o celebrar una boda. Buscar y ofrecerse de hecho, nadie, ni siquiera el papa, es en la Iglesia puramente pastor sino también oveja, y nadie es sólo oveja sino también pastor, es decir, responsable, de alguna manera, de los hermanos y del Reino.

¿Por qué, entonces, dejar tan a menudo al propio pastor en el aislamiento moral y físico, salvo para reprocharle después el no hacer lo suficiente por los niños, las mujeres, los enfermos, o el ir siempre a lo de las mismas personas? Muchas comunidades cristianas volverían a florecer si hubiera un mayor contacto y un intercambio más profundo entre el clero y los laicos, y si todos pudieran experimentar la alegría de utilizar para los demás el propio carisma, sea grande o pequeño.

Otra cosa destinada a las ovejas está incluida en el bellísimo Salmo Responsorial, y es la seguridad ilimitada que deben sentir con Jesús pastor: El Señor es mi pastor, nada me puede faltar... Tu vara y tu bastón me infunden confianza. Tú preparas ante mí una mesa.

Muy bien, ahora el pastor prepara verdaderamente una mesa ante nosotros: la mesa de su cuerpo y de su sangre. Nosotros también podemos decir con el salmista: Mi copa rebosa de felicidad y de gracia.

(Raniero Cantalamessa, La Palabra y la Vida-Ciclo B , Ed. Claretiana, Bs. As., 1994, pp. 214-218)

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SANTOS PADRES



CATENA AUREA

Glosa: Luego que refiere el Evangelista la muerte de San Juan, refiere lo que después de ésta hizo Cristo con sus discípulos, diciendo: “Los Apóstoles, pues”, etc.

San Jerónimo: Los ríos van a desaguar al lugar de donde salieron. Los enviados de Dios deben darle gracias siempre sobre lo que han recibido.

Teófilo: Aprendamos también nosotros, cuando seamos mandados a algún ministerio, a no alargarnos ni extralimitarnos en nuestro cometido, sino a volver a quien nos envía y darle cuenta de todo lo que hemos hecho y enseñado.

Beda: Que es preciso no sólo enseñar, sino hacer. No solamente, pues, refieren los Apóstoles al Señor lo que han hecho y enseñado, sino que también lo que sufrió San Juan durante su predicación; ellos y los discípulos de San Juan, según San Mateo, dan cuenta de ello al Señor. “Y Él les dijo: Venid a retiraros”, etc.

San Agustín: El evangelista refiere que esto ocurrió inmediatamente después de la pasión de San Juan; por lo que estos hechos son los narrados antes, y por lo que, conmovido Herodes, dijo: Éste es Juan Bautista, a quien mandé degollar.

Teófilo: El Señor se retira a un lugar desierto por humildad, y hace descansar a sus discípulos, para que aprendan los propósitos que merecen descansar los que trabajan de palabra y obra, y que no deben trabajar continuamente.

Beda: Manifiesta el Evangelista la necesidad que tuvo el Señor de conceder descanso a sus discípulos, con estas palabras: “Porque eran tantos los yentes y vinientes”, etc. En donde se demuestra la gran felicidad de aquel tiempo por el trabajo de los que enseñan a la vez que por el estudio de los que aprenden. “Embarcándose, pues”, etc. No fueron los discípulos solos, sino el Señor con ellos, los que subiendo a la barquilla pasaron a un lugar desierto, como refiere San Mateo (cap. 14). Pone así a prueba la fe de las turbas, y eligiendo, la soledad explora si tienen intención de seguirle. Y siguiéndole ellas no a caballo ni en vehículo de ninguna especie, sino a pie y con la fatiga que es consiguiente, muestran cuánta solicitud ponen en cuidar de su salvación. “Mas como al irse los vieron, etc. De todas las ciudades acudieron”, etc. El hecho de llegar antes que Jesús, yendo a pie, dice que no fue con sus discípulos a otra ribera del mar o del Jordán, sino a un lugar próximo al de que habían partido, y al que por tanto podían llegar antes los indígenas que iban a pie.

Teófilo: Así nosotros no debemos esperar a que nos llame Cristo, sino que debemos anticiparnos para llegar a Él. “En desembarcando, prosigue, vio Jesús la mucha gente, y enterneciéndose”, etc. Los fariseos no alimentaban al pueblo, sino que le devoraban como lobos rapaces; por esto se reúnen en torno de Cristo; verdadero pastor que les da el alimento espiritual, esto es, la palabra de Dios. “Y así se puso a instruirlos en muchas cosas”. Viendo quebrantados por lo largo del camino a los que le seguían con motivo de sus milagros, compadecido de ellos quiso satisfacer su deseo enseñándoles.

Beda: San Mateo dice (cap. 14), que curó a los que entre ellos estaban enfermos; que la verdadera compasión hacia los pobres consiste en abrirles por la enseñanza el camino de la verdad y librarlos de los padecimientos corporales.

San Jerónimo En sentido místico conduce el Señor aparte a los que eligió, a fin de que no queden expuestos al mal viviendo entre los malos, como Lot en Sodoma (Gen. 19), Job en tierra de Hus (cap. 1), y Abdías en casa de Achab (3. Reg. 18).

Beda: Habiendo dejado la Sinagoga en el desierto, han encontrado los santos predicadores de la Iglesia, que fueron afligidos con el trabajo de las tribulaciones entre los judíos, el descanso entre los gentiles por la gracia de la fe que les han conferido.

San Jerónimo: Poco es allí, sin embargo, el descanso para los Santos, y mucho el trabajo; pero, después se les dice que descansen de sus trabajos (Apoc. 14, 13). Así como sucedió en el arca de Noé que fueron echados los animales que estaban dentro, e introducidos los que estaban fuera, así también en la Iglesia, retirándose Judas, entra el ladrón. Pero cuando se separa uno de la fe, no está exento de amargura el descanso de la Iglesia; por esto Raquel, llorando a sus hijos, no quiso ser consolada (Jerem. 31 y San Mat. 2). No es todavía el festín en que se beberá vino nuevo, y se cantará un nuevo himno por hombres nuevos cuando el cuerpo mortal se revestirá de la inmortalidad (1. Cor., 15.).

Beda: Al dirigirse Cristo al desierto de las naciones, una multitud de grupos de fieles le sigue, abandonando el lugar de su antigua vida.


(Santo Tomás de Aquino, Catena Aurea , tomo III, Cursos de Cultura Católica, Buenos Aires, 1946, pp. 75-76)

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JUAN PABLO II (1)


TOMADO DE ENTRE LOS HOMBRES

La Formación Sacerdotal ante los desafíos de final del Segundo Milenio

El sacerdote en su tiempo

5. «Todo Sumo Sacerdote es tomado de entre los hombres y está puesto en favor de los hombres en lo que se refiere a Dios» (Heb 5, 1).

La Carta a los Hebreos subraya claramente la «humanidad» del ministro de Dios: pues procede de los hombres y está al servicio de los hombres, imitando a Jesucristo, «probado en todo igual que nosotros, excepto en el pecado» (Heb 4, 15).

Dios llama siempre a sus sacerdotes desde determinados contextos humanos y eclesiales, que inevitablemente los caracterizan y a los cuales son enviados para el servicio del Evangelio de Cristo.

Por eso el Sínodo ha estudiado el tema de los sacerdotes en su contexto actual, situándolo en el hoy de la sociedad y de la Iglesia y abriéndolo a las perspectivas del tercer milenio, como se deduce claramente de la misma formulación del tema: «La formación de los sacerdotes en la situación actual».

Ciertamente «hay una fisonomía esencial del sacerdote que no cambia: en efecto, el sacerdote de mañana, no menos que el de hoy, deberá asemejarse a Cristo. Cuando vivía en la tierra, Jesús reflejó en sí mismo el rostro definitivo del presbítero, realizando un sacerdocio ministerial del que los apóstoles fueron los primeros investidos y que está destinado a durar, a continuarse incesantemente en todos los períodos de la historia. El presbítero del tercer milenio será, en este sentido, el continuador de los presbíteros que, en los milenios precedentes, han animado la vida de la Iglesia. También en el dos mil la vocación sacerdotal continuará siendo la llamada a vivir el único y permanente sacerdocio de Cristo». Pero ciertamente la vida y el ministerio del sacerdote deben también «adaptarse a cada época y a cada ambiente de vida... Por ello, por nuestra parte debemos procurar abrirnos, en la medida de lo posible, a la iluminación superior del Espíritu Santo, para descubrir las orientaciones de la sociedad moderna, reconocer las necesidades espirituales más profundas, determinar las tareas concretas más importantes, los métodos pastorales que habrá que adoptar, y así responder de manera adecuada a las esperanzas humanas».

Por ser necesario conjugar la verdad permanente del ministerio presbiteral con las instancias y características del hoy, los Padres sinodales han tratado de responder a algunas preguntas urgentes: ¿qué problemas y, al mismo tiempo, qué estímulos positivos suscita el actual contexto sociocultural y eclesial en los muchachos, en los adolescentes y en los jóvenes, que han de madurar un proyecto de vida sacerdotal para toda su existencia?, ¿qué dificultades y qué nuevas posibilidades ofrece nuestro tiempo para el ejercicio de un ministerio sacerdotal coherente con el don del Sacramento recibido y con la exigencia de una vida espiritual correspondiente?

Presento ahora algunos elementos del análisis de la situación que los Padres sinodales han desarrollado, conscientes de que la gran variedad de circunstancias socioculturales y eclesiales presentes en los diversos países aconseja señalar sólo los fenómenos más profundos y extendidos, particularmente aquellos que se refieren a los problemas educativos y a la formación sacerdotal.

El Evangelio hoy: esperanzas y obstáculos

6. Múltiples factores parecen favorecer en los hombres de hoy una conciencia más madura de la dignidad de la persona y una nueva apertura a los valores religiosos, al Evangelio y al ministerio sacerdotal.

En la sociedad encontramos, a pesar de tantas contradicciones, una sed de justicia y de paz muy difundida e intensa; una conciencia más viva del cuidado del hombre por la creación y por el respeto a la naturaleza; una búsqueda más abierta de la verdad y de la tutela de la dignidad humana; el compromiso creciente, en muchas zonas de la población mundial, por una solidaridad internacional más concreta y por un nuevo orden mundial, en la libertad y en la justicia. Junto al desarrollo cada vez mayor del potencial de energías ofrecido por las ciencias y las técnicas, y la difusión de la información y de la cultura, surge también una nueva pregunta ética; la pregunta sobre el sentido, es decir, sobre una escala objetiva de valores que permita establecer las posibilidades y los límites del progreso.

En el campo más propiamente religioso y cristiano, caen prejuicios ideológicos y cerrazones violentas al anuncio de los valores espirituales y religiosos, mientras surgen nuevas e inesperadas posibilidades para la evangelización y la renovación de la vida eclesial en muchas partes del mundo. Tiene lugar así una creciente difusión del conocimiento de las Sagradas Escrituras; una nueva vitalidad y fuerza expansiva de muchas Iglesias jóvenes, con un papel cada vez más relevante en la defensa y promoción de los valores de la persona y de la vida humana; un espléndido testimonio del martirio por parte de las Iglesias del Centro y Este europeo, como también un testimonio de la fidelidad y firmeza de otras Iglesias que todavía están sometidas a persecuciones y tribulaciones por la fe.

El deseo de Dios y de una relación viva y significativa con Él se presenta hoy tan intenso, que favorecen, allí donde falta el auténtico e íntegro anuncio del Evangelio de Jesús, la difusión de formas de religiosidad sin Dios y de múltiples sectas. Su expansión, incluso en algunos ambientes tradicionalmente cristianos, es ciertamente para todos los hijos de la Iglesia, y para los sacerdotes en particular, un motivo constante de examen de conciencia sobre la credibilidad de su testimonio del Evangelio, pero es también signo de cuán profunda y difundida está la búsqueda de Dios.

7. Pero con estos y otros factores positivos están relacionados muchos elementos problemáticos o negativos.

Todavía está muy difundido el racionalismo que, en nombre de una concepción reductiva de «ciencia», hace insensible la razón humana al encuentro con la Revelación y con la trascendencia divina.

Hay que constatar también una defensa exacerbada de la subjetividad de la persona, que tiende a encerrarla en el individualismo incapaz de relaciones humanas auténticas. De este modo, muchos, principalmente muchachos y jóvenes, buscan compensar esta soledad con sucedáneos de varias clases, con formas más o menos agudas de hedonismo, de huida de las responsabilidades; prisioneros del instante fugaz, intentan «consumir» experiencias individuales lo más intensas posibles y gratificantes en el plano de las emociones y de las sensaciones inmediatas, pero se muestran indiferentes y como paralizados ante la oferta de un proyecto de vida que incluya una dimensión espiritual y religiosa y un compromiso de solidaridad.

Además, se extiende por todo el mundo -incluso después de la caída de las ideologías que habían hecho del materialismo un dogma y del rechazo de la religión un programa- una especie de ateísmo práctico y existencial, que coincide con una visión secularizada de la vida y del destino del hombre. Este hombre «enteramente lleno de sí, este hombre que no sólo se pone como centro de todo su interés, sino que se atreve a llamarse principio y razón de toda realidad», se encuentra cada vez más empobrecido de aquel «suplemento de alma» que le es tanto más necesario cuanto más una gran disponibilidad de bienes materiales y de recursos lo hace creer falsamente autosuficiente. Ya no hay necesidad de combatir a Dios; se piensa que basta simplemente con prescindir de Él.

En este contexto hay que destacar en particular la disgregación de la realidad familiar y el oscurecimiento o tergiversación del verdadero significado de la sexualidad humana. Son fenómenos que influyen, de modo muy negativo, en la educación de los jóvenes y en su disponibilidad para toda vocación religiosa. Igualmente debe tenerse en cuenta el agravarse de las injusticias sociales y la concentración de la riqueza en manos de pocos, como fruto de un capitalismo inhumano, que hace cada vez mayor la distancia entre pueblos ricos y pueblos pobres; de esta manera se crean en la convivencia humana tensiones e inquietudes que perturban profundamente la vida de las personas y de las comunidades.

Incluso en el campo eclesial se dan fenómenos preocupantes y negativos, que influyen directamente en la vida y el ministerio de los sacerdotes, como la ignorancia religiosa que persiste en muchos creyentes; la escasa incidencia de la catequesis, sofocada por los mensajes más difundidos y persuasivos de los medios de comunicación de masas; el mal entendido pluralismo teológico, cultural y pastoral que, aun partiendo a veces de buenas intenciones, termina por hacer difícil el diálogo ecuménico y atentar contra la necesaria unidad de la fe; la persistencia de un sentido de desconfianza y casi de intolerancia hacia el magisterio jerárquico; las presentaciones unilaterales y reductivas de la riqueza del mensaje evangélico, que transforman el anuncio y el testimonio de la fe en un factor exclusivo de liberación humana y social o en un refugio alienante en la superstición y en la religiosidad sin Dios.

Un fenómeno de gran relieve, aunque relativamente reciente en muchos países de antigua tradición cristiana, es la presencia en un mismo territorio de consistentes núcleos de razas y religiones diversas. Se desarrolla así cada vez más la sociedad multirracial y multirreligiosa. Si, por un lado, esto puede ser ocasión de un ejercicio más frecuente y fructuoso del diálogo, de una apertura de mentalidad, de una experiencia de acogida y de justa tolerancia, por otro lado, puede ser causa de confusión y relativismo, sobre todo en personas y poblaciones de una fe menos madura.

A estos factores, y en relación íntima con el crecimiento del individualismo, hay que añadir el fenómeno de la concepción subjetiva de la fe. Por parte de un número creciente de cristianos se da una menor sensibilidad al conjunto global y objetivo de la doctrina de la fe en favor de una adhesión subjetiva a lo que agrada, que corresponde a la propia experiencia y que no afecta a las propias costumbres. Incluso apelar a la inviolabilidad de la conciencia individual, cosa legítima en sí misma, no deja de ser, en este contexto, peligrosamente ambiguo.

De aquí se sigue también el fenómeno de los modos cada vez más parciales y condicionados de pertenecer a la Iglesia, que ejercen un influjo negativo sobre el nacimiento de nuevas vocaciones al sacerdocio, sobre la autoconciencia misma del sacerdote y su ministerio en la comunidad.

Finalmente, la escasa presencia y disponibilidad de sacerdotes crea todavía hoy en muchos ambientes eclesiales graves problemas. Los fieles quedan con frecuencia abandonados durante largos períodos y sin la adecuada asistencia pastoral; esto perjudica el crecimiento de su vida cristiana en su conjunto y, más aún, su capacidad de ser ulteriormente promotores de evangelización.

Los jóvenes ante la vocación y la formación sacerdotal

8. Las numerosas contradicciones y posibilidades que presentan nuestras sociedades y culturas y, al mismo tiempo, las comunidades eclesiales, son percibidas, vividas y experimentadas con una intensidad muy particular por el mundo de los jóvenes, con repercusiones inmediatas y más que nunca incisivas en su proceso educativo. En este sentido el nacimiento y desarrollo de la vocación sacerdotal en los niños, adolescentes y jóvenes encuentran continuamente obstáculos y estímulos.

Los jóvenes sienten más que nunca el atractivo de la llamada «sociedad de consumo», que los hace dependientes y prisioneros de una interpretación individualista, materialista y hedonista de la existencia humana. El «bienestar» materialísticamente entendido tiende a imponerse como único ideal de vida, un bienestar que hay que lograr a cualquier condición y precio. De aquí el rechazo de todo aquello que sepa a sacrificio y renuncia al esfuerzo de buscar y vivir los valores espirituales y religiosos. La «preocupación» exclusiva por el tener suplanta la primacía del ser, con la consecuencia de interpretar y de vivir los valores personales e interpersonales no según la lógica del don y de la gratuidad, sino según la de la posesión egoísta y de la instrumentalización del otro.

Esto se refleja, en particular, sobre la visión de la sexualidad humana, a la que se priva de su dignidad de servicio a la comunión y a la entrega entre las personas, para quedar reducida simplemente a un bien de consumo. Así, la experiencia afectiva de muchos jóvenes no conduce a un crecimiento armonioso y gozoso de la propia personalidad, que se abre al otro en el don de sí mismo, sino a una grave involución psicológica y ética, que no dejará de tener influencias graves para su porvenir.

En la raíz de estas tendencias se halla, en no pocos jóvenes, una experiencia desviada de la libertad: lejos de ser obediencia a la verdad objetiva y universal, la libertad se vive como un asentimiento ciego a las fuerzas instintivas y a la voluntad de poder del individuo. Se hacen así, en cierto modo, naturales en el plano de la mentalidad y del comportamiento el resquebrajamiento de la aceptación de los principios éticos, y en el plano religioso -aunque no haya siempre un rechazo de Dios explícito- una amplia indiferencia y desde luego una vida que, incluso en sus momentos más significativos y en las opciones más decisivas, es vivida como si Dios no existiese. En este contexto se hace difícil no sólo la realización, sino la misma comprensión del sentido de una vocación al sacerdocio, que es un testimonio específico de la primacía del ser sobre el tener; es un reconocimiento del significado de la vida como don libre y responsable de sí mismo a los demás, como disponibilidad para ponerse enteramente al servicio del Evangelio y del Reino de Dios bajo la particular forma del sacerdocio.

Incluso en el ámbito de la comunidad eclesial, el mundo de los jóvenes constituye, no pocas veces, un «problema». En realidad, si en los jóvenes, todavía más que en los adultos, se dan una fuerte tendencia a la concepción subjetiva de la fe cristiana y una pertenencia sólo parcial y condicionada a la vida y a la misión de la Iglesia, cuesta emprender en la comunidad eclesial, por una serie de razones, una pastoral juvenil actualizada y entusiasta. Los jóvenes corren el riesgo de ser abandonados a sí mismos, al arbitrio de su fragilidad psicológica, insatisfechos y críticos frente a un mundo de adultos que, no viviendo de forma coherente y madura la fe, no se presentan ante ellos como modelos creíbles.

Se hace entonces evidente la dificultad de proponer a los jóvenes una experiencia integral y comprometida de vida cristiana y eclesial, y de educarlos para la misma. De esta manera, la perspectiva de la vocación al sacerdocio queda lejana a los intereses concretos y vivos de los jóvenes.

9. Sin embargo, no faltan situaciones y estímulos positivos, que suscitan y alimentan en el corazón de los adolescentes y jóvenes una nueva disponibilidad, así como una verdadera y propia búsqueda de valores éticos y espirituales, que por su naturaleza ofrecen terreno propicio para un camino vocacional a la entrega total de sí mismos a Cristo y a la Iglesia en el sacerdocio.

Hay que decir, antes que nada, que se han atenuado algunos fenómenos que en un pasado reciente habían provocado no pocos problemas, como la contestación radical, los movimientos libertarios, las reivindicaciones utópicas, las formas indiscriminadas de socialización, la violencia.

Hay que reconocer además que también los jóvenes de hoy, con la fuerza y la ilusión típicas de la edad, son portadores de los ideales que se abren camino en la historia: la sed de libertad; el reconocimiento del valor inconmensurable de la persona; la necesidad de autenticidad y de transparencia; un nuevo concepto y estilo de reciprocidad en las relaciones entre hombre y mujer; la búsqueda convencida y apasionada de un mundo más justo, más solidario, más unido; la apertura y el diálogo con todos; el compromiso por la paz.

El desarrollo, tan rico y vivaz en tantos jóvenes de nuestro tiempo, de numerosas y variadas formas de voluntariado dirigidas a las situaciones más olvidadas y pobres de nuestra sociedad, representa hoy un recurso educativo particularmente importante, porque estimula y sostiene a los jóvenes hacia un estilo de vida más desinteresado, abierto y solidario con los necesitados. Este estilo de vida puede facilitar la comprensión, el deseo y la respuesta a una vocación de servicio estable y total a los demás, incluso en el camino de una plena consagración a Dios mediante la vida sacerdotal.

La reciente caída de las ideologías, la forma tan crítica de situarse ante el mundo de los adultos, que no siempre ofrecen un testimonio de vida entregada a los valores morales y trascendentes, la misma experiencia de compañeros que buscan evasiones en la droga y en la violencia, contribuyen a hacer más aguda e ineludible la pregunta fundamental sobre los valores que son verdaderamente capaces de dar plenitud de significado a la vida, al sufrimiento y a la muerte. En muchos jóvenes se hacen más explícitos el interrogante religioso y la necesidad de vida espiritual. De ahí el deseo de experiencias "de desierto" y de oración, el retorno a una lectura más personal y habitual de la Palabra de Dios, y al estudio de la teología.

Al igual que eran ya activos y protagonistas en el ámbito del voluntariado social, los jóvenes lo son también cada vez más en el ámbito de la comunidad eclesial, sobre todo con la participación en las diversas agrupaciones, desde las más tradicionales, aunque renovadas, hasta las más recientes. La experiencia de una Iglesia llamada a la «nueva evangelización» por su fidelidad al Espíritu que la anima y por las exigencias del mundo alejado de Cristo pero necesitado de Él, como también la experiencia de una Iglesia cada vez más solidaria con el hombre y con los pueblos en la defensa y en la promoción de la dignidad personal y de los derechos humanos de todos y cada uno, abren el corazón y la vida de los jóvenes a ideales muy atrayentes y que exigen un compromiso, que puede encontrar su realización concreta en el seguimiento de Cristo y en el sacerdocio.

Es natural que de esta situación humana y eclesial, caracterizada por una fuerte ambivalencia, no se pueda prescindir de hecho ni en la pastoral de las vocaciones y en la labor de formación de los futuros sacerdotes ni tampoco en el ámbito de la vida y del ministerio de los sacerdotes, así como en el de su formación permanente. Por ello, si bien se pueden comprender los diversos tipos de «crisis», que padecen algunos sacerdotes de hoy en el ejercicio del ministerio, en su vida espiritual y también en la misma interpretación de la naturaleza y significado del sacerdocio ministerial, también hay que constatar, con alegría y esperanza, las nuevas posibilidades positivas que el momento histórico actual ofrece a los sacerdotes para el cumplimiento de su misión.

El discernimiento evangélico

10. La compleja situación actual, someramente expuesta mediante alusiones y a modo de ejemplo, exige no sólo ser conocida, sino sobre todo interpretada. Únicamente así se podrá responder de forma adecuada a la pregunta fundamental: ¿Cómo formar sacerdotes que estén verdaderamente a la altura de estos tiempos, capaces de evangelizar al mundo de hoy?

Es importante el conocimiento de la situación. No basta una simple descripción de los datos; hace falta una investigación científica con la que se pueda delinear un cuadro exacto de las circunstancias socioculturales y eclesiales concretas.

Pero es aún más importante la interpretación de la situación. Ello lo exige la ambivalencia y a veces el carácter contradictorio que caracterizan las situaciones, las cuales presentan a la vez dificultades y posibilidades, elementos negativos y razones de esperanza, obstáculos y aperturas, a semejanza del campo evangélico en el que han sido sembrados y «conviven» el trigo y la cizaña (cf.Mt 13, 24ss.).

No siempre es fácil una lectura interpretativa, que sepa distinguir entre el bien y el mal, entre signos de esperanza y peligros. En la formación de los sacerdotes no se trata sólo y simplemente de acoger los factores positivos y constatar abiertamente los negativos. Se trata de someter los mismos factores positivos a un cuidadoso discernimiento, para que no se aíslen el uno del otro ni estén en contraste entre sí, absolutizándose y oponiéndose recíprocamente. Lo mismo puede decirse de los factores negativos: no hay que rechazarlos en bloque y sin distinción, porque en cada uno de ellos puede esconderse algún valor, que espera ser descubierto y reconducido a su plena verdad.

Para el creyente, la interpretación de la situación histórica encuentra el principio cognoscitivo y el criterio de las opciones de actuación consiguientes en una realidad nueva y original, a saber, en el discernimiento evangélico; es la interpretación que nace a la luz y bajo la fuerza del Evangelio, del Evangelio vivo y personal que es Jesucristo, y con el don del Espíritu Santo. De ese modo, el discernimiento evangélico toma de la situación histórica y de sus vicisitudes y circunstancias no un simple «dato», que hay que registrar con precisión y frente al cual se puede permanecer indiferentes o pasivos, sino un «deber», un reto a la libertad responsable, tanto de la persona individual como de la comunidad. Es un «reto» vinculado a una «llamada» que Dios hace oír en una situación histórica determinada; en ella y por medio de ella Dios llama al creyente; pero antes aún llama a la Iglesia, para que mediante «el Evangelio de la vocación y del sacerdocio» exprese su verdad perenne en las diversas circunstancias de la vida. También deben aplicarse a la formación de los sacerdotes las palabras del Concilio Vaticano II: «Es deber permanente de la Iglesia escrutar a fondo los signos de los tiempos e interpretarlos a la luz del Evangelio, de forma que, acomodándose a cada generación, pueda ella responder a los perennes interrogantes de la humanidad sobre el sentido de la vida presente y de la vida futura y sobre la mutua relación de ambas. Es necesario por ello conocer y comprender el mundo en que vivimos, sus esperanzas, sus aspiraciones y el sesgo dramático que con frecuencia le caracteriza».

Este discernimiento evangélico se funda en la confianza en el amor de Jesucristo, que siempre e incansablemente cuida de su Iglesia (cf. Ef 5, 29); Él es el Señor y el Maestro, piedra angular, centro y fin de toda la historia humana. Este discernimiento se alimenta a la luz y con la fuerza del Espíritu Santo, que suscita por todas partes y en toda circunstancia la obediencia de la fe, el valor gozoso del seguimiento de Jesús, el don de la sabiduría que lo juzga todo y no es juzgada por nadie (cf. 1 Cor 2, 15); y se apoya en la fidelidad del Padre a sus promesas.

De este modo, la Iglesia sabe que puede afrontar las dificultades y los retos de este nuevo período de la historia sabiendo que puede asegurar, incluso para el presente y para el futuro, sacerdotes bien formados, que sean ministros convencidos y fervorosos de la «nueva evangelización», servidores fieles y generosos de Jesucristo y de los hombres.

Mas no ocultemos las dificultades. No son pocas, ni leves. Pero para vencerlas están nuestra esperanza, nuestra fe en el amor indefectible de Cristo, nuestra certeza de que el ministerio sacerdotal es insustituible para la vida de la Iglesia y del mundo.


(Juan Pablo II, Pastores Dabo Vobis , www.vatican.va , Capítulo I)

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DR. ISIDRO GOMÁ Y TOMÁS


AL DESIERTO DE BETSAIDA

Explicación. - El cuarto Evangelista ha omitido la mayor parte de los hechos ocurridos en el segundo año de la vida pública de Jesús: su objeto es llenar las lagunas de los sinópticos. Deja, por lo mismo la historia de Jesús con la narración del discurso apologético pronunciado por el Señor en Jerusalén casi un año antes cuando la curación del paralítico de la piscina, para reanudarla con la descripción del milagro de la multiplicación primera de los panes. Para este largo lapso de tiempo en que tantas maravillas obró Jesús como hemos visto, no tiene San Juan más que estas simples palabras de transición: “Después de esto...” (v. 1), para entrar luego en la descripción del milagro de la multiplicación de los panes.

Los demás Evangelistas nos dan una serie de detalles preciosos que sirven para relacionar los hechos siguientes con lo ocurrido en los últimos días de la evangelización de la Galilea por Jesús, después de la muerte del Bautista.

Pero los cuatro Evangelios narran el hecho maravilloso de la multiplicación de los panes en el desierto de Betsaida. Las narraciones más detalladas y completas son las de Mc. y Jn. Se comprende que los tres sinópticos coincidieran en la narración del estupendo prodigio, que marca uno de los puntos culminantes de la vida de Jesús. Cuanto a Juan, como a este prodigio está vinculado uno de los más profundos discursos de Jesús, el del Pan de la vida, toma el hecho milagroso como la base de la disquisición teológica que le sigue, pronunciada por el Señor probablemente dos días más tarde, en sábado, en la sinagoga de Cafarnaúm. Si realmente fue así la multiplicación de los panes hubiese tenido lugar en lo que podríamos llamar jueves santo del año anterior de la muerte de Jesús, al atardecer. Así Jesús que no subió este año a Jerusalén para la Pascua, hubiese dado un avance de la institución de la Eucaristía en la multiplicación de los panes y en el admirable discurso que le siguió, un año cabal antes de la realidad.

CIRCUNSTANCIAS DEL MILAGRO (1-10) - Dos hechos principales refieren los sinópticos ocurridos después del martirio del Bautista: la vuelta de los discípulos de su primera misión y la resolución de Jesús de retirarse con ellos a un lugar apartado. Ya antes de que regresasen los discípulos, y por haber sabido Jesús que Herodes pensaba de él que era Juan resucitado, determinó el Señor dejar los dominios de Herodes. No era todavía llegada su hora. Era, por otra parte, profunda la conmoción popular por la muerte del Bautista: si corre la fama de que él es el Precursor resucitado, tal vez Herodes le persiga, sea para evitar una revolución popular, sea por instigación de Herodías: “Y cuando lo oyó Jesús (lo que de él pensaba Herodes, y tal vez ya antes de la noticia de la muerte del Bautista) se fue de allí”.

Mientras se dispone Jesús a realizar su designio de retirarse, y hallándose probablemente en Cafarnaúm, regresaron los Apóstoles de su primera predicación. Sólo en este pasaje da Mc. el nombre de «Apóstoles» a los Doce, y con razón, porque es la primera vez que ejercen su oficio de «Enviados» a la predicación del reino de Dios. Como el legado, cumplida su misión, da cuenta de su resultado a quien le envió, así los Apóstoles, con el gozo del deber cumplido de la eficacia de su palabra y del maravilloso poder taumatúrgico que Jesús les había conferido, le dan cuenta al Maestro del éxito de su misión. “ Y llegándose los apóstoles a Jesús, contáronle todo cuanto habían hecho y enseñado”.

Ignórase el tiempo que estuvieron separados Maestro y discípulos. Lo cierto es que llegaron éstos fatigados de su ministerio. Jesús, que oye con gozo la dilatación de su reino, piadoso y prudente Maestro como es, les invita a que vayan con él a descansar a un lugar solitario; así podrán volver a su ministerio con nuevas fuerzas: “Y les dijo: Venid aparte a un lugar solitario, y reposad un poco”.

Era imposible el reposo en Cafarnaúm, donde eran sobradamente conocidos Jesús y los apóstoles. A la agitación ordinaria que importaba la predicación y las curaciones se añadía la proximidad de la Pascua , que convertía la ciudad marítima en centro de confluencia de las caravanas que subían a Jerusalén: “ Pues eran muchos los que iban y venían, y ni aun tiempo tenían para comer”. Por ello se dirigieron a la playa, “y, entrando en un barco, se retiraron a un lugar desierto y apartado, del territorio de Betsaida” . Dos ciudades había de este nombre: una en la parte Occidental del lago, patria de Pedro y Andrés, y la otra en la parte oriental, hacia el norte, junto a la desembocadura del Jordán. Llamábase ésta Betsaida Julias, porque el tetrarca Filipo, que la había embellecido y dado el nombre de ciudad, quiso se llamara Julias en obsequio a la hija de este nombre, de César Augusto. La barquichuela que conducía a Jesús y los Apóstoles abordó “ al otro lado del mar de Galilea, esto es, de Tiberíades” , junto a la planicie solitaria que se extiende al sur de Betsaida.

Escribe Juan para los fieles del Asia, desconocedores de la topografía de la Palestina , y les designa el emplazamiento del mar por el de la ciudad que le da nombre.

La concurrencia en Cafarnaúm era enorme. Muchos que estaban en la playa vieron la partida de Jesús y el rumbo que la embarcación tomaba. Corrió veloz la noticia: por ello juntóse gran muchedumbre de toda la comarca, formada de gentes de toda edad y sexo, y siguiendo el camino que bordeaba el lago, se adelantaron para llegar antes que Jesús al lugar donde la embarcación hacía rumbo: “ Y los vieron muchos cómo se iban, y lo conocieron: y concurrieron allá a pie de todas las ciudades” . La causa de que le siguiera la multitud era el hecho y la fama de los milagros que Jesús obraba; había crecido la conmoción de las turbas porque también los Apóstoles se habían mostrado taumaturgos aquellos últimos días: “Y le seguía una gran muchedumbre que veía los milagros, que hacía con los enfermos”. Sea que el viento hubiese sido contrarió a los navegantes, o que Jesús se entretuviera con sus Apóstoles antes de desembarcar, la multitud se había anticipado al arribo de la barca: “Y llegaron antes que él”.

Tomaron tierra Jesús y sus apóstoles al pie de un promontorio, a alguna distancia de la ávida multitud. Lo primero que el Señor hizo fue subir a la colina, en cuya falda había desembarcado, para descansar allí con sus discípulos. Subió, pues, Jesús al monte, y sentóse allí con sus discípulos. Nota el Evangelista la proximidad de la Pascua para explicar la razón de aquella aglomeración extraordinaria de gente: “Y estaba cerca la Pascua , la fiesta de los judíos”.

Desde aquella prominencia pudo Jesús contemplar aquella multitud enorme y abigarrada, y sus entrañas se conmovieron: “ Y habiendo alzado Jesús los ojos, y viendo que venía a él muy grande muchedumbre, compadecióse de ellos, porque eran como ovejas que no tienen pastor; y los recibió, y comenzó a enseñarles muchas cosas, y les hablaba del reino de Dios, y sanaba a los que lo habían menester” . Había Jesús pasado al desierto para substraerse a las multitudes y descansar. Ni allí le dejan; ni allí deja él de darles copioso el pan del espíritu, de adoctrinarles sobre el futuro reino de Dios, de curar a los enfermos incontables. Va a cuidar también de la refección de sus cuerpos; contrasta la actividad de Jesús con la de escribas y fariseos, falsos pastores de aquel pueblo.

Entretanto atardeció. Los tres sinópticos nos dan el detalle de que se acababa el día: la predicación y las curaciones se habían prolongado, “y el día había comenzado ya a declinar. Y como fuese ya muy tarde, se llegaron a él sus discípulos, diciendo: Desierto es este lugar, y la hora es ya pasada; despídelos para que vayan a las granjas y aldeas de la comarca a comprar qué comer” . La propuesta de los discípulos no place a la misericordia de Jesús:

“Y él les respondió y dijo: No tienen necesidad de ir; dadles vosotros de comer”. Con ello tienta Jesús a sus discípulos si reconocen el poder que tiene para dar pan a toda aquella multitud; quizás quiere manifestarles que si tienen fe bastante, ellos mismos podrán hacer el prodigio. Los discípulos no comprenden la lección, y, no sin alguna ironía de buena ley, dijéronle al Maestro, para significarle la imposibilidad de dar de comer a tanta multitud:

“¿Iremos a comprar doscientos denarios de pan, y les daremos de comer?” 200 denarios equivalen a unas 170 pesetas, fortuna que seguramente no contaba la comunidad de Jesús en sus reservas.

Entonces Jesús, cómo había probado a los Apóstoles en general, prueba en particular a Felipe, a quien dirige la pregunta por que se había revelado tardío en penetrar las cosas de Dios (Ioh. 14, 8.9): “ Dijo a Felipe: ¿De dónde compraremos pan para que coman éstos?” Con la pregunta da Jesús relieve a la perentoria necesidad del pan, al tiempo que adiestra al discípulo en la fe: Esto decía por probarle, porque él sabía lo que había de hacer Felipe , aludiendo seguramente a la cantidad que los demás discípulos habían considerado necesaria para dar de comer a la multitud, respondió: “ Doscientos denarios de pan no bastan para que cada uno tome un poco”.

La conversación de Jesús con los apóstoles ha llegado a un punto interesante. El sagrado grupo ha discutido vivamente la forma posible de satisfacer una necesidad grave, que afecta a ingente multitud. De pronto, Jesús puntualiza, como para resolver la cuestión, “y les dice: ¿Cuántos panes tenéis? Id y vedlo. Y habiéndolo visto, dícele uno de sus discípulos, Andrés, hermano de Simón Pedro: Aquí hay un niño que tiene cinco panes de cebada y dos peces”. Harían los Apóstoles una requisa de comestibles y sólo dieron con estos panes, alimento de gente mísera, especie de galleta en piezas de unos 25 centímetros de diámetro por 2 de espesor, y un par de pescados, probablemente en salazón, especie de arenques que abundaban en el país, donde había una importante factoría de pesca salada. El mismo hermano de Pedro, ante la miseria de lo requisado, hubo de decir: “Mas, ¿qué es esto para tantos?” Con todo, Jesús quiere como base del milagro la aportación del pobre manjar: “Y les dijo: Traédmelos acá”.

Entonces dispuso Jesús la forma de aquel original banquete: “Dijo, pues, Jesús: Haced que los hombres se sienten”, por grupos, con el fin de facilitar la distribución de los manjares. Próxima la festividad de la Pascua , estaba la Palestina en plena primavera: montículo y llano verdeaban, cubiertos de tierno césped: “ Y en aquel lugar había mucho heno. Y se sentaron (según lo dispondría el mismo Jesús) en número como de cinco mil varones (mezclados seguramente con ellos mujeres y niños, en forma de pintorescos parterres) en grupos de a cien y de a cincuenta” . Jesús lo quiere todo en orden. Con todo, más fácil es imaginar que describir el pintoresco e imponente espectáculo, que hacían más fantástico la soledad del lugar y los colores lampantes de la indumentaria judía. Sólo se cuentan los hombres, según dispone la ley (Ex. 30, 12; Núm. 1, 2): ¿a qué número llegarían las mujeres y niños?

EL MILAGRO (1l-15) -Distribuida la multitud en grupos, adoptó Jesús actitud solemne: “Tomó, pues, Jesús los cinco panes y los dos peces, miró al cielo, con lo que demuestra referir al Padre lo que va a hacer, y los bendijo” . Era esta bendición una impartición de la divina gracia, que en este caso producía la multiplicación de los panes benditos, como en la Última Cena produciría la transubstanciación del pan en el cuerpo del Señor. “Y habiendo dado gracias” , en cuanto hombre, por haberse dignado Dios hacer tal milagro para bien corporal y espiritual de su pueblo, “ rompió los panes y los dio a sus discípulos, y los discípulos los dieron a las turbas, y los repartió entre los que estaban sentados: y asimismo de los peces, cuanto querían”. Multiplicábase el pan en manos de Jesús y de los Apóstoles por una maravillosa adición de materia que no se concibe sino por creación o conversión de otra en ella; y como no se agotó la vasija de harina, ni la alcuza de aceite en casa de la viuda de Sarepta por la oración de Eliseo (3 Reg. 17, 14), así brotaban copiosamente los panes y peces de las manos de Jesús y de sus Apóstoles.

Fue estupendo el milagro: “Y comieron todos, y se hartaron”. Y para que apareciera más patente a los ojos de sus discípulos el milagro, cada un de ellos pudo recoger una canasta de pan sobrante, al mandato de Jesús, incluso Judas, que había ya perdido la fe (Ioh. 6, 71.72), de donde le vino mayor condenación: “ Y cuando se hubieron saciado dijo a sus discípulos Recoged los pedazos que han sobrado, para que no se pierdan”: ¡Bella y ejemplar lección de previsión, seguramente a beneficio de los pobres! “ Y así recogieron, y llenaron doce canastos de pedazos de los cinco panes de cebada y de los peces que sobraron a los que habían comido. El número de los que comieron fue cinco mil hombres, sin contar las mujeres y los niños” . Atendidas las diversas circunstancias de los quehaceres domésticos de las mujeres y del cuidado de los hijos pequeños y que los que saldrían al desierto serían ya de doce años para arriba que eran los que acompañaban las caravanas que iban a la Pascua , Curci cuenta como unos 3.000, entre mujeres y niños, que deberían añadirse a los 5.000 hombres adultos.

Aquella multitud de hombres, imbuida de las ideas de un Mesías glorioso en el orden temporal, quiso llevar consigo a Jesús a Jerusalén, centro de la teocracia de Israel, adonde se dirigía para la celebración de la Pascua, fiesta instituida en memoria de la liberación de Egipto: allí le proclamarían rey y sacudirían el yugo de los romanos. El milagro que acaba de realizar es tan estupendo que basta para acreditarle de Mesías, el Profeta prometido por Moisés: “Aquellos hombres, pues, cuando vieron el milagro que Jesús había obrado decían: Éste es verdaderamente el Profeta que debe venir al mundo” . Corrió entre aquella multitud de hombres la voz y el propósito de llevarlo consigo para proclamarle rey: “Y Jesús, cuando entendió que habían de venir a arrebatarlo para hacerlo rey...”.

Quizás los mismos discípulos que participaban de las ideas del pueblo en este punto (Mt. 20, 21; Act. 1, 6), entraron en los sentimientos de la multitud. Humanamente, el entusiasmo irreflexivo de aquella muchedumbre podía comprometer la obra de Jesús; por ello separa, no sin violencia, a sus Apóstoles de la turba: “Luego obligó a sus discípulos a que entrasen en la barca para que fuesen antes que é1 a la otra orilla, a Betsaida, mientras él despedía al pueblo”.

Mientras los discípulos, con la pena de separarse del Maestro, se hacían a la mar, donde de nuevo debían ser testigos de su omnipotencia, Jesús, con suaves palabras, despidió al pueblo: “Y cuando lo hubo despedido, huyó otra vez al monte él solo a orar. Y cuando vino la noche (dice lacónicamente Mt.) estaba allí solo”.

La escena es sublime. Cuando la oscuridad cierra el día, el rumor de la multitud que se aleja se extingue en la llanura; cruza el mar, rumbo a poniente, la barquilla de los Apóstoles; entre tanto Jesús, solo en el desierto promontorio, dominando la multitud y sus queridos discípulos, que bogan mar adentro, entra en altísima oración con el Padre.

Lecciones morales. - A) Mc. v. 30. - “Y llegándose los apóstoles a Jesús ...” - Los ríos, dice San Jerónimo, vuelven al lugar de donde nacen; los que son enviados a algún ministerio, deben volver a quien les envió. Aprendamos, cuando somos enviados, a no perder el contacto con quien nos envió, ni excedemos en el ejercicio de lo que se nos ha cometido. Lo exige la razón de jerarquía, las conveniencias de régimen y la utilidad de los que ejercen el ministerio, así como la de aquellos entre quienes se ejerce.

B) Mc. v. 31.- “Y les dijo: Venid... y reposad”. - Jesús, tan acérrimo en el trabajo, que ha enviado a sus Apóstoles a una misión laboriosísima, quiere ahora que descansen, y que lo hagan donde no pueden ser molestados. Es el descanso una exigencia fisiológica y moral de quienes trabajan con ahínco en cualquier empresa. Dios descansa en su obra de la creación del mundo, e instituye el descanso semanal que han respetado todas las legislaciones sabias. Quebrántanse las fuerzas del cuerpo y las del espíritu si se las somete a tensión violenta e ininterrumpida. Aprendan los trabajadores a descansar con mesura, que así lo reclama la economía de la vida; y los que tienen subordinados, para el desempeño de trabajos y ministerios de toda especie, sepan imitar a Jesús, dándoles el oportuno reposo.

C) Mc. v. 31. - “Pues eran muchos los que iban y venían...” - Debe el reposo tomarse en forma oportuna, para que se rehagan las fuerzas, no se relaje el sentido del trabajo. El descanso debe ser un alto en la actividad ordinaria, no para hacerla entrar por el camino de la disipación y del tumulto, sino para que se sosiegue nuestra actividad fisiológica y moral y se canalicen luego mejor las energías. Para ello sirve sobremanera la práctica de los deberes religiosos del día festivo. ¡Cuán apartada de ello está la Civilización de nuestros días, que tienta a todo trabajador, en los días de reposo, con toda suerte de diversiones, agitación continua, grandes aglomeraciones de muchedumbres, etc.! Es ello muy a propósito para concebir fastidio del trabajo.

D) Mc. v. 32 - “ Se retiraron a un lugar desierto y apartado... “ - Es el lugar que podemos hacernos nosotros, dentro de nosotros mismos, siempre que necesitemos templar nuestras fuerzas para el trabajo. No siempre es dado dejar la compañía de los hombres: entonces debemos buscar a Dios en nuestro espíritu. Siempre le hallaremos presente para alentarnos, darnos fuerza y descansar en su suavidad y seguridad. «En su paz dormiremos y descansaremos», con el Profeta (Ps. 4, 9) (...).


(Dr. D. Isidro Gomá y Tomás, El Evangelio Explicado , Vol. I, Ed. Acervo, 6ª ed., Barcelona, 1966, p. 661-669)

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JUAN PABLO II (2)


ELPRESBÍTERO, PASTOR DE LA COMUNIDAD

Catequesis del 19 de mayo de 1993

1. En las catequesis anteriores hemos explicado la función de los presbíteros como cooperadores de los obispos en el campo del magisterio (enseñar) y del ministerio sacramental (santificar). Hoy hablaremos de su cooperación en el gobierno pastoral de la comunidad. Para los presbíteros, al igual que para los obispos, se trata de una participación en el tercer aspecto del triple munus de Cristo (profético, sacerdotal y real): un reflejo del sumo sacerdocio de Cristo, único mediador entre los hombres y Dios, único maestro y único pastor. En una perspectiva eclesial, la función pastoral consiste principalmente en el servicio a la unidad, es decir, en asegurar la unión de todos en el cuerpo de Cristo, que es la Iglesia (cf. Pastores dabo vobis, 16).

2. En esta perspectiva, el Concilio dice que 'los presbíteros, que ejercen el oficio de Cristo, cabeza y pastor, según su parte de autoridad, reúnen, en nombre del obispo, la familia de Dios, como una fraternidad de un solo ánimo, y por Cristo, en el Espíritu, la conducen a Dios Padre” (Presbyterorum ordinis, 6) éste es el objetivo esencial de su acción de pastores y de la autoridad que se les confiere para que la ejerza en su nivel de responsabilidad: conducir a la comunidad, que se les ha confiado a su pleno desarrollo de vida espiritual y eclesial. El presbítero.pastor debe ejercer esta autoridad dad según el modelo de Cristo, buen pastor, que no quiso imponerla mediante la coacción exterior, sino formando la comunidad mediante la acción interior de su Espíritu. Cristo trató de transmitir su amor ardiente al grupo de los discípulos y a todos los que acogían su mensaje, para dar origen a una comunidad de amor que, a su debido tiempo, constituyó también visiblemente como Iglesia. En calidad de cooperadores de los obispos, sucesores de los Apóstoles, también los presbíteros cumplen su misión en la comunidad visible animándola con la caridad, para que viva del Espíritu de Cristo.

3. Es una exigencia intrínseca a la misión pastoral, según la cual la animación no se regula por los deseos y opiniones personales del presbítero, sino por la doctrina del Evangelio, como dice el Concilio: 'Deben portarse con ellos no de acuerdo con los principios de los hombres, sino conforme las exigencias de la doctrina y vida cristianas” (ib.).

El presbítero tiene la responsabilidad del funcionamiento orgánico de la comunidad, y para cumplir esa tarea recibe del obispo la oportuna participación en su autoridad., presbítero corresponde asegurar el desarrollo armonioso de los diversos servicios indispensables para el bien de todos encontrar las personas que colaboren en la liturgia, la catequesis y la ayuda espiritual a los cónyuges; favorecer el desarrollo de diversas asociaciones o movimientos espiritual, y apostólicos con armonía y colaboración; organizar la asistencia caritativa a los necesitados, a los enfermos y a los inmigrantes. Al mismo tiempo, debe asegurar y promover la unión de la comunidad con el obispo y con el Papa.

4. Ahora bien, la dimensión comunitaria de la tarea pastoral no puede pasar por alto las necesidades de cada uno de los fieles. Como leemos en el Concilio, 'a los sacerdotes, en cuanto educadores en la fe, atañe procurar, por sí mismos o por otros, que cada uno de los fieles sea llevado, en el Espíritu Santo, a cultivar su propia vocación de conformidad con el Evangelio, a una caridad sincera y activa y a la libertad con que Cristo nos libertó” (ib.). El Concilio subraya la necesidad de ayudar a cada uno de los fieles a descubrir su vocación específica, como tarea propia y característica del pastor que quiere respetar y promover la personalidad de cada uno. Se puede decir que Jesús mismo, el buen pastor “que llama a sus ovejas una por una” con una voz que ellas conocen muy bien (cf. Jn 10, 3.4), ha establecido con su ejemplo el primer canon de la pastoral individual: el conocimiento y la relación de amistad con las personas. Al presbítero corresponde ayudar a cada uno a usar bien su don y también a ejercitar rectamente la libertad que brota de la salvación de Cristo, como recomienda san Pablo (cf. Ga 4, 3; 5,1. 13; cf. también Jn 8, 36).

Todo debe orientarse a la práctica de una caridad sincera y activa. Esto significa que “se instruya bien a los fieles para que no vivan solamente para sí mismos, sino que, de acuerdo con las exigencias de la ley nueva de la caridad, cada uno, cual recibió la gracia, adminístrela en favor de su prójimo, y así cumplan todos cristianamente sus deberes en la comunidad de los hombres” (Presbyterorum ordinis, 6). Por eso, forma parte de la misión de los presbíteros recordar las obligaciones de la caridad; mostrar las aplicaciones de la caridad a la vida social; favorecer un clima de unidad, respetando las diferencias; estimular iniciativas y obras de caridad, para las que se abren a todos los fieles grandes posibilidades, especialmente con el nuevo impulso dado al voluntariado, practicado conscientemente como buen empleo del tiempo libre y, en muchos casos, como opción de vida.

5. El presbítero está llamado a comprometerse también personalmente en las obras de caridad, a veces incluso media te formas extraordinarias, como ha acaecido en la historia acaece también hoy. Aquí deseo subrayar, sobre todo, la caridad sencilla, habitual, casi oculta, pero constante y generosa, que se manifiesta no tanto en obras llamativas para las que no todos tienen los talentos y la vocación sino en ejercicio diario de la bondad que ayuda, sostiene y consuela en la medida que cada uno puede hacerlo. Es evidente que se debe prestar atención principal .podríamos decir preferencia., “a los pobres y los más débiles... cuya evangelización se da como signo de la obra mesiánica” “(ib.); “a los enfermos y moribundos” por quienes los presbíteros deben tener particular solicitud, “visitándolos y confortándolos en Señor” (ib.); “los jóvenes, a quienes han de dedicar también particular diligencia”; así como a los “cónyuges y padres de familia”. A los jóvenes, en especial, que son la esperanza de la comunidad, el presbítero debe dedicar su tiempo, sus energías y sus capacidades, para favorecer su educación cristiana y la maduración en su compromiso de coherencia con el Evangelio.

El Concilio recomienda al presbítero también a “los catecúmenos y neófitos, que han de ser gradualmente educados para que conozcan y vivan la vida cristiana” (ib.).

6. Por último, es preciso atraer la atención hacia la necesidad de superar toda visión demasiado restringida de la comunidad local, toda actitud de particularismo y, como suele decirse, localismo, alimentando por el contrario el espíritu comunitario, que se abre a los horizontes de la Iglesia universal. También cuando el presbítero debe dedicar su tiempo y sus atenciones a la comunidad local que se le ha confiado, como es el caso especialmente de los párrocos y de sus colaboradores directos, su espíritu debe mantenerse abierto a las mieses de todos los campos del mundo, sea como dimensión universal del espíritu, sea como participación personal en las tareas misioneras de la Iglesia, sea como celo por promover la colaboración de su comunidad con las ayudas espirituales y materiales que se precisan (cf. Redemptoris missio, 67; Pastores dabo vobis, 32). “En virtud del sacramento del orden, afirma el Catecismo de la Iglesia católica., los presbíteros participan de la universalidad de la misión confiada por Cristo a los Apóstoles. El don espiritual que recibieron en la ordenación los prepara, no para una misión limitada y restringida, sino para una misión amplísima y universal de salvación hasta los extremos del mundo' (Presbyterorum ordinis, 10), 'dispuestos a predicar el Evangelio por todas partes' (Optatam totius, 20)” (n. 1565).

7. En cualquier caso, todo ha de centrarse en la Eucaristía, en la que se encuentra el principio vital de la animación pastoral. Como dice el Concilio, “ninguna comunidad cristiana se edifica si no tiene su raíz y quicio en la celebración de la santísima Eucaristía, por la que debe, consiguientemente, comenzarse toda educación en el espíritu de comunidad” (Presbyterorum ordinis, 6). La Eucaristía es la fuente de la unidad y la expresión más perfecta de la unión de todos los miembros de la comunidad cristiana. Es tarea de los presbíteros procurar que sea efectivamente tal. A veces, por desgracia, sucede que las celebraciones eucarísticas no son expresiones de unidad. Cada uno asiste de forma aislada, ignorando a los demás. Con gran caridad pastoral los presbíteros deben recordar a todos la enseñanza de san Pablo: ..Aun siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan” , que “es comunión con el cuerpo de Cristo” (1 Co 10, 16.17). La conciencia de esta unión en el cuerpo de Cristo estimulará una vida de caridad y solidaridad efectiva.

La Eucaristía es, por tanto, el principio vital de la Iglesia como comunidad de los miembros de Cristo; de aquí recibe inspiración, fuerza y dimensión la animación pastoral.

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DIRECTORIOS DEL INSTITUTO DEL VERBO ENCARNADO


¿CÓMO LLAMA DIOS?

El llamado de Dios ordinariamente es interior. Es Dios quien desde dentro inspira a las almas el deseo de abrazar un estado tan alto y excelso como es el de la ida consagrada. Podemos reconocer dos pasos.

1- Dios nos hace conocer el bien del estado religioso

Hay quienes dicen que para que haya auténtica vocación es necesario ser llamado directamente por la voz del Señor por modo extraordinario como cuando llamó a pedro o a Andrés, ahí sí no hay que demorar e ingresar de inmediato. Pero cuando el hombre es llamado sólo interiormente entonces es necesario una larga deliberación, y el consejo de muchos de muchos para conocer si el llamado procede realmente de una inspiración divina.

A estos les decimos con Santo Tomás: “Réplica llena de errores”. El deseo interior y desinteresado de abrazar el estado religioso es auténtico llamado divino, por ser un deseo que supera la naturaleza, y debe ser seguido al instante; hoy como ayer son varias las palabras de Jesús en la Escritura. El consejo “si quieres ser perfecto ve, vende todo lo que tienes y dalo a los pobres” (Mt 19, 21) lo dirigía Cristo a todos los hombres de cualquier tiempo y lugar: “cualquiera que haya dejado casa, o hermanos... por causa de mi nombre, recibirá cien veces más y poseerá la vida eterna”. Y así todos, aún hoy, deben recibir este consejo como si lo oyesen de los mismos labios del Señor. Y quien por este se determine puede penar lícitamente que ha recibido la auténtica vocación religiosa. “Habiendo oído - dice a este propósito San Jerónimo - la sentencia del Salvador < si quieres ser perfecto, ve vende todo lo que tienes y dalo a los pobres, y luego ven y sígueme> : traduce en obras estas palabras y siguiendo desnudo la cruz desnudo subirás con más prontitud la escala de Jacob”.

este consejo que Cristo dio es un consejo divino para todos. “Lo que a vosotros os digo a todos lo digo” (Mc 13, 37) dijo a la multitud, porque “todas las cosas que han sido escritas, para nuestra enseñanza han sido escritas” (Rom 15, 4). Es un error pensar que estas cosas sólo tuvieron valor en su época (Heb 12, 5). “Si todas estas cosas se hubiesen predicado sólo para contemporáneos, nunca se hubiesen escrito. Por so fueron predicadas para ellos y escritas para nosotros” (San Juan Crisóstomo).

2- Dios nos incita a abrazar ese bien por un llamado interior

El modo ordinario como Dios suscita las vocaciones es interior por las divinas insinuaciones del Espíritu Santo al alma. Modo que precede a toda palabra externa ya que “el Creador no abre su boca para enseñar al hombre sin haberle antes por la unión del Espíritu” (San Gregorio Magno). Por tanto el llamado interior (nombrado como “impulso” por S.S. Pío XI, Rerum Ecclesiae , 6) es auténtico llamado de Dios y debe ser obedecido al instante, como si lo oyéramos de la voz del Señor.

Es característico del llamado divino impulsar a los hombres a cosas más altas. Por eso nunca el deseo de vida religiosa, al de ser tan excelso y elevado, puede provenir del demonio o de la carne; “muy ajena cosa a los sentidos de la carne es esta escuela en la que el Padre es escuchado y enseña el camino para llegar al Hijo. Y eso no lo obra por los oídos de la carne, sino por los del corazón” (San Agustín).

Tal llamado de Dios es el “fundamento mismo sobre el que se apoya todo el edificio” pues la “vocación religiosa y sacerdotal no puede provenir sino del Padre, de las de quien desciende todo buen don y toda dádiva perfecta (Lc 1, 17)” ( Sedes Sapientiae , 16).

“Debemos obedecer sin vacilar un momento y sin resistir sin ningún motivo las voces interiores con que el Espíritu Santo mueve al alma” (Santo Tomás de Aquino), “el Señor me abrió el oído y yo no me resistí ni me volví atrás” (Is 50, 5), recordando que todos los que se rigen por el Espíritu de Dios, ésos son hijos de Dios pues son los “regidos por el impulso de la gracia” (San Agustín). Hay que advertir el consejo de San Pablo “proceded según el Espíritu” (Gal 5, 25) y ser hombres de principios sobrenaturales que sólo se dejen conducir por el Espíritu de Jesucristo que es el Espíritu Santo, realizando con prontitud su llamado. Que no debamos lamentarnos como lo hizo San Agustín “convencido ya de la verdad, no tenía nada más absolutamente que responder, sino unas palabras lánguidas y soñolientas: luego, sí, luego: y el <déjame otro poco> se hacía ya demasiado largo... yo me avergonzaba mucho porque oía el murmullo de aquellas fruslerías (mundanas y carnales) que me tenían indeciso” (San Agustín, Confess. VIII, 6).

Los que desconfiando irracionalmente del llamado divino alejan una vocación, deben cuidarse como si se tratase de un gran crimen, pues apartan a un alma del consejo divino; estos tales deben hacerse eco de la advertencia de San Pablo “no apaguéis el Espíritu” (1 Tes 5, 19): “si el Espíritu Santo quiere revelar algo a alguno en cualquier momento, no impidáis a este tal hacer lo que siente” (Glossa cit. por Santo Tomás de Aquino). Por consiguiente, cuando un hombre es impulsado por inspiración del Espíritu Santo a entrar en religión, no se lo debe detener, sino que al instante se lo debe alentar y acompañar para que concrete ese impulso. Es totalmente censurable y deplorable la conducta de quienes retardan una vocación interior, estos tales resisten al Espíritu Santo. “Vosotros resistís siempre al Espíritu Santo” (Act 7, 5).

3- Cuándo y a quién se ha de consultar sobre la vocación

No deben dudar de su vocación aquellos a quienes ha sido inspirado el deseo de entrar en religión (Dice San Juan Bosco: “Me parece un grave error decir que la vocación es difícil de conocer. El Señor nos pone en tales circunstancias que nosotros no tenemos más que ir adelante, solamente hay que corresponderle. Es difícil conocerla cuando no se quiere seguir, cuando se rechazan las primeras inspiraciones. Es ahí donde se embrolla la madeja”). Sólo les cabe pedir consejo en dos casos: uno con respecto a modo de entrar, y otro con respecto a laguna traba especial que les siguiera al entrar al estado religioso. En tales casos, siempre se debe consultar a hombres prudentes que con juicio sobrenatural (y no movidos por la pasión), puedan ayudar al discernimiento de la voluntad de Dios. Nunca a los parientes, pues no entran en este caso en la categoría de amigos, sino más bien en la de enemigos de la vocación, según aquello del profeta Miqueas “los enemigos del hombres son sus familiares” (Miq 7, 6), frase que cita nuestro Señor en San Mateo (10, 36), sólo se debe consultar con un sabio y prudente director o confesor. “Ve a tratar de santidad con un hombre sin religión y de justicia con un injusto... No tomes consejos de estos sobre tal cosa sino más bien trata de continuo con el varón piadoso” (Qo 38, 12), al cual se ha de pedir consejo si hubiese en este caso algo que se necesite consultar.

4- Adversarios de la vocaciones

Si siempre hubo enemigos de las vocaciones a la vida consagrada, con mayor razón los habrá en estos tiempos de crudo ateísmo, de ateísmo militante, por ser las vocaciones una de las maravillas de Dios. Hubo dos herejías en este asunto: una, la de Joviniano (vivió en Roma y murió en el 406) que equiparaba el matrimonio a la virginidad; otra, la de Vigilancio (vivió en las Galias y murió en el 490) que equiparaba las riquezas a la pobreza. Ambos tienen este común denominador: apartan a los hombres de lo espiritual, esclavizándolos a las cosas terrenas. Esto hace el diablo por medio de los hombres carnales: impedir que los hombres sean transformado en vista a la vida eterna.

Surgen nuevos Jovinianos y nuevos Vigilancios que de mil maneras y con toda astucia alejan a los hombres de la vida religiosa y de las vocaciones a la vida consagrada. Perverso intento que tiene un antecedente en la actitud del faraón que reprendió a Moisés y a Aarón que quería sacar de Egipto al pueblo elegido: “¿Cómo es que vosotros... distraéis al pueblo de sus tareas?” (Ex 5, 4). A lo que comenta Orígenes: “... hoy también si Moisés y Aarón, es decir, una voz profética y sacerdotal, indujese a un alma al servicio de Dios, a salir del mundo, a renunciar a todo lo que posee, a consagrarse al estudio de la ley de la Palabra de Dios, al punto oiréis decir a los amigo del faraón que piensan como él: Ved cómo seducen a los hombres y pervierten a los adolescentes. Estas eran entonces las palabras del faraón; estas repiten hoy sus amigos”.

5- Características de la respuesta al llamado

Las principales son tres:

-con prontitud ,

-con generosidad y,

-con heroísmo.

Con prontitud, es decir, ejecutando con rapidez lo que Dios quiere, no aplazando la ejecución, “Los cálculos lentos son extraños a la gracia del Espíritu Santo” (San Ambrosio, en Com. a Lucas ). Hay que responder sin dilación. Ya enseña la sabiduría popular “no dejes para mañana lo que puedes hacer hoy”. Como dice un poeta: “Las grandes resoluciones,/ para su mejor acierto,/ hay que tomarlas al paso/ y hay que cumplirlas al vuelo/... soy más amigo del viento,/ señora, que de la brisa,/ hay que hacer el bien de prisa,/ que el mal no pierde un momento”. La ocasión es como el fierro: hay que machacar en caliente.

Los que aplazan constantemente el seguir la llamada de Dios se encuentran en el lamentable estado del alma que también describe Lope de vega: “¡Cuántas veces el ángel me decía:/ alma asómate ahora a la ventana,/ verás con cuanto amor llamar porfía,/ y ¡cuántas, oh Hermosura Soberana,/ mañana le abriremos, respondía, para lo mismo responder, mañana!”.

Los santos respondieron con prontitud. Tal el caso de Abraham (Gen 12, 4; 17, 3; 22, 2-3). Tal el caso de Samuel “Habla Señor, que tu siervo escucha” (1 Sam 3, 10). En San Mateo se lee que Pedro y Andrés, no bien fueron llamados por el Señor “al instante dejando las redes le siguieron” (Mt 4, 29). En su alabanza dice San Juan Crisóstomo: “Estaban en pleno trabajo; pero al oír al que les mandaba no se demoraron, no dijeron: Volvamos a casa y consultémoslo con nuestros amigos, sino que dejándolo todo lo siguieron... Cristo quiere de nosotros una obediencia semejante, de modo que no nos demoremos un instante”; con prontitud como Santiago y Juan que dejando al instante las redes y a sus padres en la barca fueron tras Él; como San Mateo, que al escuchar el llamado del Señor “se levantó y le siguió” (Mt 9, 9); como San Pablo, instantáneamente... “al instante, sin pedir consejo a hombre alguno” (Gal 1, 17); como la Santísima Virgen al conocer la voluntad de Dios: “Hágase en mi según tu palabra” (Lc 1, 38), dirigiéndose “rápidamente” (Lc 1, 39) a casa de Israel.

En el tema de la vocación hay que seguir el tema de San Jerónimo “te ruego que te des prisa, antes bien cortes que desates la cuerda que detiene la nave en la playa”.

Con generosidad, es decir, con perfección, “dejadas todas las cosas” (Lc 5, 11), Y dejadas con decisión: “ninguno quede, después de haber puesto las manos en el arado deja los ojos atrás, es apto para el Reino de Dios” (Lc 9, 62).

Algunos dicen querer servir al Señor, pero ponen condiciones: “Señor, permíteme que antes vaya a dar sepultura a mi Padre. Mas Jesús le respondió: Sígueme tú, y deja que los muertos entierren a sus muertos” (Mt 8, 21-22).

Dios quiere la entrega total. Quiere nuestro corazón irrestricto e indiviso.

El heroísmo es la disposición de los que desean de verdad seguir a Cristo, de modo tal que, como dice San Pablo, “desean morir para estar con Cristo”, y como dice Santo Tomás: “no se echan atrás delante de las empresas difíciles, pero que conducen a la gloria de Dios y salvación de las almas”.

( Directorios y Reglamentos del Instituto del Verbo Encarnado , Directorio de Vocaciones , nnº 13-25, Ed. Verbo Encarnado, San Rafael, 1994, Pág. 187-193,)

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EMVIN BUSUTTIL, S.I.


EN BUSCA DE LAS VOCACIONES

LO PRIMERO

¡Oración!. Es inútil insistir. Estamos todos persuadidos y no hay necesidad de repetir mucho la misma cosa. Sería como querer convencer a alguien de que para vivir es necesario respirar.

Se trata de una cosa eminentemente sobrenatural que tiene algo de misterioso y que no se puede ver o juzgar con los cálculos humanos por más que éstos estén basados sobre el dogma o la moral cristiana. Cada uno de nosotros debería ofrecer cada día alguna oración para tener la luz y la posibilidad de ayudar a alguien en su vocación.

A menudo se dice: "Entre mis jóvenes no hay esperanza". ¡No es verdad! ¡Ora!

Otros dicen: "Acerca de esta materia no entiendo nada; temo equivocarme." Ora y no temerás... y además empezarás a entender.

Y a la oración es necesario añadir el ayuno, es decir, la penitencia, la mortificación, querida y aceptada.

Como bien se ve, estamos muy lejos del ejercicio de una ocupación o de una carrera. El que quiera obstinarse en ver en nosotros personas hábiles en hacer caer a los jóvenes en la red de nuestros engaños, gente que quiere hacer proselitismo, no comprenderá este nuestro lenguaje que mira a la preparación sobrenatural. Estamos en un plano totalmente diferente.

PARA ORIENTARNOS

Para empezar desde algo lejos veamos un poco de cuán diversos modos puede nacer una vocación, o mejor, cómo empieza a manifestarse en el individuo.

Es preciso que nosotros conozcamos estas formas, porque bien puede darse que cualquier joven, confiado a nosotros, esté en alguno de esos caminos.

No se trata por ahora del método de examinar las vocaciones sino de ver los modos cómo pueden empezar a manifestarse. Estamos aún muy lejos de poder juzgar si una vocación es verdadera o no.

1) Manera casi natural.

O sea, sin ningún influjo extrínseco, una vocación que estamos tentados de llamar congénita, en la que no aparece un verdadero momento de decisión, pero el joven... siempre la ha sentido así, él mismo no recuerda haber tenido una idea diversa de aquella de hacerse religioso.

Tenemos un ejemplo en Santiago Tutain, nacido en Mans el año 1922. Juan, el hermanito mayor, un día le declaro:

-Yo seré doctor.

-Pues yo -respondió Santiago- seré sacerdote, porque es lo mejor del mundo.

-Cierto, -respondió el otro- pero se necesitan también buenos médicos, ellos pueden hacer mucho bien hablando de Dios a los enfermos.

Nos sorprenderá saber que este diálogo lo sostuvieron dos niños, el uno de seis y el otro (el curita) de cuatro años. Aquí tenemos un niño que a los cuatro años habla de su deseo de ser sacerdote. Y se trata de una cosa pensada y escogida porque para él es "lo mejor del mundo".

Dos años más tarde ante sus persistentes deseos, su mamá le pregunta:

- ¿Pero sabes, por lo menos, por qué quieres ser sacerdote?

- ¡Oh! por muchas razones; antes que nada para hacer amar a Jesús, para mandar muchas almas al cielo... y para tener a Jesús en mis manos durante la Misa.

Este pensamiento le venía frecuentemente a la mente aun en medio de los juegos.

Un día, mientras jugaba con Juan, encuentra en la papelera unas matrices de cheques. Juan se queda con la matriz más gruesa y da la pequeña a su hermano. Y Santiago explica a su madre:

-Juan ha de ser doctor y ganará mucho dinero, por eso debe quedarse con el paquetito más grueso de cheques; en cambio yo me contento con el más pequeño, porque como he de ser sacerdote solamente tendré necesidad de un poco de dinero para mis obras y para mis pobres.

Y cuando juega con su autito se imagina que lleva a sus futuros alumnos en peregrinación y corre gritando:

- ¡Llevo a mis alumnos en peregrinación!

En el Colegio es el primero en clase de Religión, y pregunta:

- ¿Si continúo así, cree usted que podré ser sacerdote?

Más tarde, llegado a su casa, cuenta:

-Esta mañana, de los alumnos externos sólo hemos comulgado Juan y yo. Pero es natural que yo comulgase, pues soy Cruzado de la Eucaristía y futuro sacerdote.

Y cuando en el colegio entra a formar parte del coro confía a su madre:

- ¡Si supieses cuánto me gusta vestir mi sotanita (de monaguillo) mientras espero la otra (la de sacerdote)... ¡Pero aquélla será larga, larga!

Otra vez su madre le oye hablar en voz alta, solo en su aposento.

- ¿Qué haces ahí? - pregunta -. ¿Estás quizá repitiendo la lección?

Y Santiago, que está acostumbrado a responder siempre con franqueza, le explica:

-No, sino que cuando estoy solo me ensayo a echar sermones.

-Échame uno -dice sonriendo su madre.

-Todavía no, aún no sé bastante.

Con estos pensamientos y sentimientos Santiago continuó hasta los dieciséis años, edad en que le sorprendió la muerte, que fue la de un santo.

¡Cuántas veces entre los niños de nuestras asociaciones o de nuestros colegios encontramos los mismos sentimientos!

2) Otras veces, en cambio, se manifiesta de un modo casi baladí.

La estima por un religioso llega a hacerle decir: Quiero ser como él... La madre empuja y el hijo, primero sufre, después comprende y desea y quiere, y es capaz de combatir contra quien sea para obtener lo que ya se ha transformado en su ideal. Otras veces es el hábito de una determinada Orden religiosa que gusta y atrae; otras son cosas de nada que suscitan en el corazón una especie de atracción que termina con una verdadera vocación.

Dos jóvenes polacos encontraron buenísimo un plato de arroz con leche que el Padre les dio para premiarles el haberle ayudado una Misa cantada. Preguntan si también los otros Padres de la Orden comían por la mañana aquel arroz. A la respuesta afirmativa se ponen de acuerdo, y terminados los estudios medios entraron en la Orden. Cuando después hicieron los Ejercicios Espirituales y examinaron si habían tenido recta intención en su vocación, se fueron llorando al P. Maestro confesando que su intención no había sido del todo muy espiritual. E1 Padre quedó maravillado, después preguntó con calma:

- ¿Pero teníais también el deseo de salvar las almas y de ser santos?

-Sí-fue la tímida respuesta.

-Bien, hijitos, el arroz con leche fue el anzuelo con el cual Dios os pescó; ahora pensad en el verdadero fin de vuestra vocación.

Hoy aquellos dos Padres hacen un gran bien con su ferviente apostolado.

Sé de uno que entró como Hermano lego en una Orden porque creía que los cubiertos eran todos de plata y él pues... los quería robar. Una vez dentro tomó parte en las pláticas, sermones, lectura espiritual y todo lo de la vida de comunidad. Le pareció encontrarse en un paraíso, se arrepintió de su proyecto, se confesó y sigue en la religión y es feliz.

Un día recibí una carta de un Padre jesuita que me hablaba de un joven que pertenecía a la Congregación Mariana que yo dirigía en Palermo, asegurándome que el tal joven le había manifestado su deseo de ser jesuita y le había pedido ayuda y dirección.

E1 joven se encontraba enfermo. Corrí a visitarle pero no pude hablar claramente porque su madre estuvo delante todo el tiempo. Me limité a decirle que me había escrito el P. Z... y que me había dicho alguna cosilla que se refería a él. Después le eché una mirada significativa y reí con toda el alma. E1 sonrió y bajó los ojos enrojeciendo ligeramente. "Me ha entendido", dije entre mí. Y durante toda la conversación nos cruzamos miradas y sonrisas, se entiende, siempre significativas.

Después de una semana se repuso y volvió al colegio. Le llamé: sentía fiebre por hablarle claro. Entró en mi aposento y se sentó. Le miré con una mirada larga, escrutadora. Un joven óptimo, quince años, serio, comunión diaria, meditación, lectura espiritual, bastante estudioso... en fin, algo de vocación seguro que tenía.

-Bueno -dije rompiendo el fuego-. ¿Sabes qué cosa me escribió el P. Z...?

- ¿Qué? - sonrió frío-, pero yo estaba convencido que lo hacía por disimular.

-Me dice que tú le hablaste de vocación y que quieres una dirección adecuada.

- ¿Yo?-dijo levantándose de un salto.

-¿Cómo? -dije yo-. ¿No es verdad? Mira la carta. No creas que lo he hecho a propósito para hacerte caer en la trampa.

La leyó. ¡Maravilla de las maravillas!

-Padre, le aseguro que no me acuerdo absolutamente de nada. Quién sabe qué habrá entendido. Pero ciertamente yo no le he hablado nunca de vocación.

Reímos los dos. La cosa era cómica. Le conté todas las miradas "significativas" y todos los "quid pro quo".

Cuando nos íbamos a despedir me dijo:

-Y sin embargo es una cosa en la que debiera pensar. El año que viene terminaré el Bachiller y aún no sé lo que haré.

-Aún hay tiempo-concluí-, ruega y piensa un poco de vez en cuando, pero con calma.

-Mire, Padre -dijo-, yo ahora no tengo nada que hacer, ¿me podría dar una pequeña instrucción o dirección para ver si tengo vocación o no?

Yo, que no deseaba otra cosa, me resigne a hacerle un coloquio que duró una hora y media. Después de aquél siguieron otros, los cuales fueron coronados por una seria decisión de abrazar el estado religioso.

¿Podía esta vocación nacer de una forma más baladí?

3) Ver a un muerto

Todos conocen la historia de la vocación de San Francisco de Borja, tercer General de la Compañía de Jesús. Se había ya entregado a una vida intensamente cristiana, pero el golpe de gracia se lo dió la vista del cadáver de la emperatriz Isabel deshecho por la muerte. Había conocido a aquella joven soberana y también él se había unido al coro que unánimemente alababa su maravillosa belleza. Y ahora ¿qué?. Le hirió un sentido tan profundo de la vanidad de las cosas de la tierra que de Duque de Gandía se transformó en un ferviente religioso y después en un Santo.

Dos amigos se citaron en una iglesia. Era domingo; oirían Misa juntos y después saldrían de paseo. José fue al templo pero su amigo no daba señales de vida. Terminó la Misa y... ¡nada! Se acercó a una señora conocida:

-Perdone, ¿ha visto a Juan?

- ¿Cómo? -respondió ésta-. ¿No sabes que murió ayer?

- ¿Muerto?

-Sí, ayer, yendo con la bicicleta fue lanzado contra la pared por un auto. Le llevaron a su casa y ya era cadáver.

José corre a ver a su amigo. En la casa silencio, sollozos, luto. Permaneció largo rato delante del féretro. ¡Ayer lleno de vida y de esperanzas! ¡Todo vanidad! ¡Cuánto más vale servir a Dios, y a El solo! Dejó carrera y familia y hoy José es religioso y sacerdote.

Lelio, en cambio, un compañero mío de colegio, se decidió a hacerse religioso después de haber visto muerta en Catania a una compañera suya de universidad. Despidióse de su novia y abrazó la vida religiosa.

La muerte con su predicación silenciosa es una óptima consejera. Aun San Ignacio aconseja al joven que hace la elección de estado el imaginarse que está en el lecho de muerte y que piense cómo desearía en aquel momento haber vivido toda su vida.

4) Muchas veces es una frase misteriosa, dicha quizá con un fin no religioso, la que hace pensar y conduce al joven a la convicción de que Dios le llama.

Me acuerdo, de cuando fui Prefecto en un colegio, que escribí unas palabras de felicitación en el dorso de una estampa a un joven que celebraba su santo. Era un muchacho que sentía demasiado su personalidad, que buscaba el hacerse ver y darse importancia. Quería corregirle de este defecto y dirigirle ese sentimiento a un ideal superior.

Entre otras cosas le escribí que Dios esperaba de él cosas grandes. Fue la única frase que le hirió. Vino a mí y quiso que le diese explicaciones. No sabía qué responderle, porque había escrito aquella frase sin ningún fin preciso. Me limité a decirle que rogase a Dios para que le iluminase. A los pocos días me dijo que ya lo había entendido. Se hizo más devoto, más humilde, más bueno. Le pregunté

-¿Qué hay?

-Quizá el Señor quiere que sea misionero.

Otra vez di un día de retiro a jóvenes de Acción Católica. Hablaba del Reino de Jesucristo y durante la meditación dije esta frase:

«Aquí podría hacer algunas explicaciones para aquellos que quisieran hacer la elección de estado, pero para vosotros no hay caso. Quiero en cambio hacer estas otras aplicaciones..."-y continué hablando de otras cosas.

Después del retiro me despedí de los jóvenes y mientras uno de ellos me besaba la mano le dije bromeando:

-Eres un " mal sujeto".

- ¿Por qué? -me preguntó serio.

No le respondía porque me rodearon otros que me querían saludar y dar las gracias. Cuando todos se fueron me veo delante al... «Mal sujeto».

- ¿Todavía estás aquí?-le dije maravillado.

-Sí, y no me marcharé mientras no me explique por qué me ha llamado «mal sujeto".

-Pero si no es nada -dije sonriendo-, fue sólo una broma.

-No, usted quería decirme algo. Quizás... se paró y se puso colorado.

- ¿Quizás...? -pregunté animándole.

- ¿Quizás usted cree que yo no amo a Jesús porque no quiero ser sacerdote? Es verdad que cuando era pequeño tuve esa intención.

- ¿Y ahora, no?

-Qué quiere, ahora ya no tengo vocación.

Le llevé a mi aposento y hablamos durante dos horas; cuando nos despedimos estaba convencido que aún tenía vocación.

Cuando estuve en Sicilia, entre los chicos del colegio vi a uno muy devoto, serio, amable, buen tipo, pero no me gustaba que fuese a la iglesia con camiseta de mangas cortas y además que llevase unos pantaloncitos demasiado cortos.

Un día le paré mientras salía de la iglesia donde había comulgado. Iba con su hermanito... el cual siempre llevaba mangas largas.

-Este sí que es bueno -le dije señalando a su hermano-; va a la iglesia vestido decentemente. Tú, en cambio, comulgas con mangas cortas. No está eso tan bien.

Sonrió un poco disgustado y se fue sin responderme.

Durante dos días cambió de camiseta pero poco a poco volvió a empezar. En cuanto a los pantalones demasiado cortos no quise decirle nada por no turbar su ingenua inocencia. Por su mirada me di cuenta de que debía de ser un ángel. No obstante, se lo dije a su madre.

-Padre -me respondió-, ya se lo he dicho. No me quiere escuchar. Dice que los pantalones que llegan hasta la rodilla no son elegantes. Cuando le hago un traje nuevo me recomienda siempre hacerle los pantalones bien cortos.

Quedé mal. Y sin embargo el chico era buenísimo, bueno de veras.

Pasaron tres meses. El seguía siempre lo mismo con la moda, pero asiduo a la comunión diaria, correctísimo en el hablar y, con todo... frío espiritualmente. ¡Le hubiera zarandeado!

Un día le encuentro en la sacristía.

-Querido Salvador, dime, ¿estás contento?. Te veo tan bueno, comulgas cada día, sirves de ejemplo a los demás, en los estudios vas discretamente... pero ¿no te parece que te falta algo? Me das la impresión de que no estás contento de ti mismo.

Me miró con sus ojos puros, se sonrió un poco y después afirmó:

-Es verdad, no estoy contento, me falta algo. Pero ¿qué es?

Me venía tan bien el decirle que le faltaba aún una cosa, la misma que le faltaba al joven del Evangelio que había preguntado a Jesús: Quid adhuc mihi deest? Pero no quería. Quería que llegase él solo bajo la moción de la gracia. Me limité a decirle: -Sí, te falta algo, yo sé qué es, pero no te lo quiero decir. Ruega, te lo dirá Jesús... y no tardará mucho.

Algunos meses más tarde se preparaba para hacer los Ejercicios Espirituales. Un Prefecto le preguntó a quemarropa:

-Si Jesús te llamase, ¿serías capaz de responderle que sí?

Durante los Ejercicios lo pensó. Creyó atisbar la vocación. De vuelta al colegio le llamó otro Padre y con unas y con otras la conversación recayó sobre la vocación.

-Tú tienes señales de tener verdadera vocación -concluyó el Padre-

A los tres días me lo veo entrar en mi aposento.

-Padre, quizás tengo vocación.

Me contó las conversaciones tenidas con los Padres. Le impresionaba que tantos desde fuera se diesen cuenta de que él tenía vocación mientras que él no notaba nada. Haciendo oración se le ocurrió que aquel "algo" que le faltaba y del que ya le había hablado yo debía de ser la vocación.

Hoy es religioso y ríe a gusto cuando le recuerdo su manía por los pantaloncitos cortos.

Cuando yo era un muchacho todavía, tuve un amigo buenísimo, de una bondad sólida y seria sin sombra de dulzonería ni femenismo. Era capaz de luchar por sus ideas. Tenía un carácter que me gustaba. Nos hicimos íntimos y conociéndole cada día más llegué a la conclusión de que probablemente Dios le quería para El. Por aquellos días vino al colegio el R. P. Provincial a visitar a los Padres. Fui a verle para hablarle de mí y de mi vocación. Pero no pude resistir a la tentación de hablarle de mi amigo describiéndoselo como un carácter perfectamente apto para ser jesuita. Excité la curiosidad del P. Provincial el cual me dijo que le gustaría conocerle.

Se lo dije en un recreo desfigurando un poco la verdad histórica.

- ¿Sabes? Le he dicho al P. Provincial que tú le quieres hablar.

- ¿Yo? ¿Quién te ha dicho eso? ¡No voy!

- ¿Me harás quedar mal? ¡Le he hablado tan bien de ti! le he dicho que eres muy serio, sólido, amigo mío... y ahora si no vas no me creerá más cuando le hable otras veces de otras cosas.

Un poco la amistad, otro poco el amor propio y otro poco la curiosidad... allá que se fue. Hablaron de cosas sin importancia pero al fin la conversación recayó donde debía recaer. Mi amigo resistió a todo "atentado" del P. Provincial. Volvió con aire de triunfo, vencedor.

Fui corriendo al P. Provincial para conocer el éxito del "atentado" .

-¡Nada! -me dijo-. Tu amigo no quiere oír nada de vocación! Pero su modo de obrar no es inteligente. ¡No quiere razonar, no quiere pensar, y dice no por el gusto de decir que no, porque de hecho no tendría ningún inconveniente y él mismo me dijo que no tenía ninguna razón para decir que no. Por lo tanto, lo suyo es tozudez. Ha tomado una posición muy poco razonable.

Rogué mucho después de la entrevista con el P. Provincial; aunque hacía ya meses que rogaba por él.

En el recreo siguiente fue él el primero que me habló.

-No habéis salido con la vuestra de pescarme.

-¡Ciertamente -le contesté-, obras de una manera irrazonable! Exactamente eso es lo que me ha dicho el P. Provincial: eres un muchacho poco inteligente, bromeas con la gracia de Dios. Espero que no acabes mal. Lo siento por mí -concluí- porque me has dejado en mal lugar.

Éramos vecinos en el dormitorio. Me di cuenta que por la noche él no podia dormir. Al día siguiente le pregunté qué le pasaba. No contestó.

A la noche siguiente procuré no dormirme para vigilarle. Al cabo de una hora le miré. Tenía los ojos abiertos.

-¿Por qué no duermes?

-¡Déjame en paz!

Cómo rogué por él aquella noche y todo el día siguiente!

A las tres noches se decidió y antes de que partiese el P. Provincial fue a él para pedirle que le admitiese. Esperó aún seis meses y después de duras luchas con su familia entró en religión. Hoy es Rector de uno de nuestros colegios.

5) Muchas veces la ocasión que delata la presencia de una vocación es el ejemplo de un compañero.

Traigo aquí estos casos no porque ellos prueben si una vocación es verdadera o no, sino porque nos hacen conocer cómo Dios se puede manifestar. Todo esto sirve para ensanchar nuestro horizonte y puede sugerirnos modos prácticos de insinuación en el corazón del joven.

Cuando dirigía una Congregación Mariana en Palermo, uno de los congregantes antes de partir para el Noviciado quiso hacer un discurso de despedida a sus compañeros. Habló con entusiasmo y, diríamos aun mejor, todos lo hemos dicho, se superó a sí mismo. A las dos semanas un Congregante de 3.? de Bachiller vino a hablarme de su vocación.

-¿Cuándo has pensado en ello?

-Mientras hablaba X

A mí me pasó lo mismo. Antes de despedirme de mi familia para ir al Noviciado quise hacer un discurso de despedida a los jóvenes que formaban parte de una Asociación fundada por nosotros mismos. Yo, en cambio, no era capaz de hablar sin leer como lo hizo X, y así lo leí. Ya sea por la emoción ya por un vientecillo malicioso que me daba en la pupila, una lágrima “furtiva” me cayó por el rostro. A1 cabo de algunos días recibí una carta de uno de los “socios” en la que me confesaba que durante mi discurso había comprendido que el camino escogido por mi era el mejor y que aquella lágrima había sido más elocuente que todos mis argumentos.

Vino a verme, decidióse también él y al cabo de tres años me siguió. Hoy es un óptimo misionero entre los Santal.

El ejemplo hace mucho especialmente en la elección de la Orden, por eso hacen muy bien los superiores que permiten a sus novicios la correspondencia con sus antiguos compañeros y amigos.

La vocación a la Compañía de Jesús de San Bernardino Realino la decidió la vista de dos novicios que iban modestamente por las calles de Nápoles.

Leamos cómo habla el P. Germier en la Vida que escribió con ocasión de la canonización del Santo (páginas 153 154):

“Un día paseaba con dos amigos suyos por cierta callejuela napolitana, menos rumorosa que las demás, cuando se cruzó con dos jóvenes religiosos, modestos en la vista, graves en su porte, recogidos con sus amplios manteos, totalmente identificados con la santidad del hábito que vestían. Ocurrió a aquellos dos hombres dedicados al servicio de Dios lo mismo que le pasó un día al seráfico San Francisco, cuando yendo junto con su querido compañero Fray León atravesaba las calles de Asís con la humildad reflejada en su rostro y en su hábito. Con su devoto recogimiento habían predicado pero, en vez de recoger insultos de los golfillos como le pasó al Santo de Asís, merecieron la más ponderada admiración de aquel hombre, entonces ya maduro de edad, de juicio y de virtud.

“...Los siguió largo rato con la vista y fue tanta su admiración que preguntó a sus compañeros de paseo si sabían a qué Institución religiosa pertenecían. Por fortuna sus amigos pudieron satisfacer su deseo informándole que eran novicios de la Compañia de Jesús.

“...Aquellos dos religiosos que conmovieron a San Bernardino Realino realizaban el ideal del Santo Fundador de la Compañía de Jesús. Y en nuestro Santo se encendió el deseo de volverlos a ver”.



San Romualdo se batió en duelo. Para huir de la justicia se refugió en un monasterio que gozaba del derecho de asilo. Allí tuvo ocasión de ver a los monjes y de conocer su vida de entrega y santidad. La vista de éstos le trocó, empezó a cambiar interiormente y salido de alli fundó los monjes Camaldulenses.

6) Otras veces es un fracaso el que hace ver la vanidad de las cosas de la tierra y orienta el alma hacia la vocación.

Leemos del Beato Tomás Pound, el cual era bailarín, que un día bailó delante de la reina Isabel de Inglaterra. Fue un cuarto de hora de embriaguez para los espectadores. Los fragorosos aplausos ]e enjugaron el sudor de la fatiga y sostuvieron sus miembros cansados.

¡Y todo esto no era nada! ¡La Reina se levantó del trono, le abrazó y le besó! Le parecía que tocaba el cielo con el dedo. ¿Qué más podía desear en esta vida? La Reina pidió un bis. Y aunque estaba cansado no pudo negarse.

Empezó con todo entusiasmo, pero en medio de las vertiginosas vueltas y saltos tropieza con sus mismos pies y cae. La Reina se levantó, pero no para ayudarle a levantarse con piedad y comprensión, sino para ponerle torpemente el pie en la espalda y lanzarle un insulto atroz:

-¡Levántate, buey!

Pound se levantó, su corazón era un mar de amargura. ¿Por qué ese insulto? ¿Qué valían las alabanzas, borradas por un insulto humillante... e injusto? ¡Mundo infame! «Sic transit gloria mundi", murmura.

Se hace católico, después religioso, sacerdote y mártir.

- Ramón de Peñafort se hizo religioso porque dio un consejo equivocado a un joven. ¡Quiso reparar!

- Se sabe de San Alfonso Maria de Ligorio que dejó el mundo después de un solemne fracaso en la defensa de una causa.

Y si contásemos las vocaciones manifestadas después de una desilusión en el amor Algún escéptico sonreirá. Algunos “modernos” sonríen al oír hablar de vocación después de un fracaso amoroso, muchas veces se piensa en estas almas con desprecio y dureza como si fueran de los insolentes que quieren seguir a Dios después que las criaturas los han echado lejos de si. No queremos decir que todo lo que reluce es oro ni es necesario aprobar en seguida estas decisiones tomadas en un momento de depresión, pero lo que si queremos decir es que nadie sustituya al Espíritu Santo, dando sentencias a priori, despreciando lo que no conoce y lo que no ha examinado.

Dios no tiene límites en sus métodos y medios que usa en la elección de las almas; en sus manos divinas todo se transforma en gracia. ¿Qué importa si el escalón es de oro o de mosaico, de mármol o de piedra, de madera o de barro? Si conduce arriba a la perfección allí está el dedo de Dios cubierto por el guante de su misericordia que supera todo nuestro soberbio entendimiento.

San Ignacio de Loyola necesitó un golpe que le deshizo la pierna y estar echado en una cama durante meses enteros para comprender y seguir la voluntad de Dios.

San Camilo de Lelis necesitó perder en el juego todos sus haberes, hasta la camisa, y aun esto muchas veces para al fin ver que Dios le llamaba.

¡Sepamos apreciar los momentos del dolor, de la desilusión, del abandono, cuando el mundo aparece desnudo de su vanidad y cruel en sus necios juicios!

Pero -se dice- la vida religiosa no está hecha para los ilusos ni para los desilusionados. Y respondo que la vida religiosa está hecha para el que es llamado por Dios y que Dios llama a quien quiere, cuando quiere y como quiere. Y que ciertamente no seremos nosotros los que enseñemos al Señor qué camino ha de escoger para llamar a un alma.

POR CONSIGUIENTE...

De todo lo que se ha dicho aparece claro que la vocación puede empezar a manifestarse de mil maneras diversas y que cualquier argumento o suceso puede servir para manifestarnos la voluntad de Dios.

Preguntar a un joven cómo “le vino” la vocación, podrá servir para conocer mejor al muchacho y su carácter, pero generalmente no nos podrá dar ninguna luz para juzgar si la vocación es verdadera o no. El primer impulso es una ocasión que orienta al joven hacia la vida religiosa no una razón decisiva que le convenza definitivamente.

Casi siempre en el primer capítulo de la historia de una vocación encontramos una palabra dicha por un amigo o un educador, un folleto o un sermón, un ejemplo o una carta. ¡Cuántas veces ha bastado para "suscitar" una vocación el revelar en secreto a un amigo la propia vocación!

-Mira, te lo digo en secreto, no lo digas a nadie. Te lo digo porque quiero que ruegues por mí... ¡Quiero hacerme sacerdote!

Estupor, maravilla, felicitaciones, explicaciones... Y después se piensa en serio. Y la pregunta es espontánea: -"¿Y yo, por qué no?"

Conformémonos con la convicción de que se requiere nuestra cooperación. En todas las cosas espirituales Dios se sirve de sus ministros o de algún alma buena. ¿Por qué cuando se trata de vocación tantos sacerdotes se echan atrás casi con temor? No quieren entrometerse: "Es asunto de Nuestro Señor", dicen. ¡Eso es una exageración! ¡Una posición completamente errónea!

¡Dios quiere nuestra cooperación y nuestra ayuda!


(Emvin Busuttil S.I., Las Vocaciones , ,2ª Ed., Bilbao, 1961)

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EJEMPLOS PREDICABLES

Los familiares: enemigos de la vocación

En Valdocco, la condesa X... pedía a San Juan Bosco la bendición para sus hijos. El aldeano de los Becchi alzando la mano, les bendijo. Contenta la madre; bendecidos por el santo, tendrían consigo la benevolencia divina. Como madre amante, quiso saber el porvenir de ellos.

Preguntó el santo: “Don Bosco, ¿cuál será el porvenir de mis hijos?”. Él, entre serio y bromeando, indicó: “Este, será un gran general; de este haremos un diputado; del tercero un famoso médico”; y calló. Impaciente la madre, inquirió: “¿Y el cuarto; qué haremos del cuarto?”...

“Ya que insiste, se lo diré: del cuarto haremos un fervoroso ministro de Dios; un sacerdote”. A tal afirmación, palideció la señora; apretando al hijo contra su corazón, como para defenderlo de alguna desdicha. Luego, fuera de sí, exclamó airada: “¿Sacerdote? ¡Prefiero verlo muerto!”.

Don Bosco respondió ofendido: “Siento el agravio que acaba de hacer al estado sacerdotal. Puede ser que Dios le tome su palabra”. “Padre, es que yo quise decir...”. “Usted, señora, ha despreciado el Orden Sagrado, diciendo una blasfemia; ruegue a Dios que no escuche su deseo”. Y con gran seriedad se despidió de la condesa.

A los pocos días un pariente de esta, pide al santo asistir a un moribundo. El paciente estampa un beso febril en la mano del sacerdote, mirándolo con ansiedad. Largo silencio, roto por el enfermo: “Mamá; ¿recuerdas el día que estuvimos hablando con Don Bosco? Dijiste que más bien querías verme muerto que sacerdote. Dios hace ahora como tú preferiste verme...”

La angustiada madre rompió en llanto. Don Bosco trató de ayudar, pero ya Dios había decretado tomar para sí, aquel hijo que ella le había negado en vida.

(Rosalio Rey Garrido, Anécdotas y reflexiones , Ed. Don Bosco, Bs. As., 1962, nn° 138)

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Unos no quieren oír la vocación...

“No hay peor sordo que el que no quiere oír”, dice el refrán. Podemos repetir muchas veces <hágase tu voluntad>, y no atender a la voluntad de Dios cuando nos contraría. Como sucedió en este cuento.

Vivió hace unos años en un pueblo andaluz una buena chica que, cosa nada extraña, tenía muchas ganas de casarse. Pero, a pesar de sus deseos y de que todo parecía fácil que se cumplieran, pasó el tiempo y sus esperanzas se malograban: no se había casado.

Llegó un momento en que le pasó por la imaginación si no sería aquello una manifestación de que Dios quería de ella otra cosa: que fuera monja. Pero rechazó aquella idea como un disparate. Pasó algún tiempo sin que cambiara nada, por más que ella mucho lo intentaba, y, cada vez más, la idea de lo que Dios quería es que fuese monja, se iba adentrando, bien a su pesar, en su alma.

Así que, como era buena chica y piadosa, decidió ir en peregrinación a un santuario de la Virgen que estaba cerca del pueblo para pedir luces sobre lo que de ella quería Dios nuestro Señor, aunque seguía convencida de que lo suyo era casarse. Y allá fue. Llegó delante de la Virgen (una imagen tradicional con el Niño en brazos) y se pasó largas horas haciendo oración con palabras un tanto pintorescas, pero expresivas del asunto que allí la llevaba. Decía una y otra vez:

- Virgencita, Virgencita... casadita o monjita.

Como se trata de un cuento, no es extraño que ocurriera un milagro. En realidad también ocurren milagros, pero Dios es más parco en ello de lo que algunos quisieran. El hecho0 es que, según el cuento, ella venga a decir: <Virgencita, Virgencita, casadita o monjita>, hasta que ocurrió lo extraordinario: el Niño que Nuestra Señora tenía en brazos habló, y dio respuesta:

-Monjita, monjita.

Y ella, mirándole indignada, replicó rápidamente:

-¡Calla, niño, que estoy hablando con tu Madre!.

(Julio Eugui, Anécdotas y Virtudes , Ed. Rialp, 2ª Ed., Madrid, 1989, nº 689 )


17.

1."Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar un poco" Marcos 6,3. Jesús nos invita al descanso espiritual. Es tiempo de vacaciones. Cesan los trabajos. Podemos aprovechar el tiempo para estar con Jesús: Oír su palabra, como María que escogió la mejor parte. ¿Cómo deberían ser las vacaciones? El Concilio nos recomienda: "Empléense los descansos oportunamente para distracción del ánimo y para consolidar la salud del espíritu y del cuerpo, ya sea entregándose a actividades o a estudios libres, ya a turismo por otras regiones con lo que se afina el espíritu y los hombres se enriquecen con el mutuo conocimiento" (GS 61). Leer, escuchar, escribir, hacer Ejercicios o Cursillos, orar. Pero a veces el silencio asusta. Sin embargo gustar y saborear el silencio, es condición previa para poder experimentar: "Qué bueno es el Señor" (Sal 33,9). Benedicto XVI nos invita a todos a hacer de estos días de merecido descanso veraniego un momento de enriquecimiento interior y de favorable descanso familiar os alegre contemplar las fotos del Papa en vacaciones, hoy visitando a las benedictinas del Gran San Bernardo y admirando las enormes montañas y los perros de San Bernardo, llamados así por el lugar donde se crían. Nos alegramos de ver al Pontífice relajándose y enriqueciéndose física y espiritualmente porque sabemos que redunda todo a favor nuestro. Necesitamos pastores relajados y alegres, que saben gozar las vacaciones siempre tratando de mejorar física y espiritualmente, a lo que nos invita Jesús. Necesitamos también el silencio para poder pensar, planear, serenarnos y poder juzgar con rectitud, y poder decidir las prioridades de nuestra actuación. Ese silencio que hoy es un lujo en la vida.

2. En efecto, el silencio es un bien escaso para el hombre de hoy, su valor, como el impresionante silencio con el que comienza la quinta Sinfonía de Beethoven, en el que, para Cristóbal Halffter, está contenida toda la carga expresiva de la obra entera, que sólo los hechos sonoros ponen en evidencia. La carencia de silencio produce agresividad porque sólo con el silencio se puede vivir con dignidad. El silencio nos ayuda a crecer en humanidad y en espíritu. En el silencio madura el hombre. En el silencio cuaja la perla. En el silencio se templa el carácter. Con el silencio se compra sabiduría y gozo y paz y coraje y amor. El silencio de la mente obtusa, inconstante y febril e inquieta. No basta el silencio ambiental, es necesario el mental y el afectivo. Aprender la gran lección del silencio de Dios que engendra al Hijo en el silencio solemne, profundo y creador del Padre, que vive en el silencio, y habla en el gran silencio, y nos lleva a la suma soledad del silencio, y nos empuja a una misión de silencio, sonoro, plenitud de rumor de acción fecunda e inmaculada y larga, fuego trepidante de quietud altísima, al resplandor de la lámpara sagrada de fulgor luminoso, imán del poder y de la sabiduría. En la alegría y la paz de la tarde callada, entre el rumor de cedros poblados de pájaros, la claridad sin penas, la lozanía divina. Allá donde el ciprés como, una espada, se cimbrea y se extasía entre blondas de nubes, se enarbola el silencio, que trasciende y revela, que apacigua y calma, y fortalece el espíritu hambriento de silencio, silencio que callando más dice, y en silencio impresionante proclama. Unidos en el amanecer titilante, cuando los silbidos callan, cuando las risas se esfuman, y las gaviotas elegantes amerizan. Cuando callan los álamos. Cuando los motores se insensibilizan. Cuando ruge el viento buscando una mano amiga. En el entorno de los muros, entre los ayes de los hombres heridos, se enarbola majestuoso el silencio. “Il rumore non fa bene, il bene non fa rumore”. « El ruido no hace bien y el bien no hace ruido ». Ya se oyó la voz del poeta: “Calla, no digas nada, si no eres capaz de mejorar el silencio”. Quizá estas líneas hayan sido el himno al silencio que Saint-Exupery dijo en El Principito que quería escribir: “Escribiré un himno al silencio”, porque la verdad cuaja y arraiga en el silencio.

2. Jesús, al ver la muchedumbre que venía en su busca, "sintió lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor". Jesús tiene corazón y se emociona. Agradece que la gente le siga. Son la “bona gent”, a la que se dirigía el apóstol San Vicente Ferrer. El cristiano debe tener buen corazón. Alguna vez hemos tenido que tropezar con algunos ordenados, muy piadosos y de supuesta vida interior, famosos por su espiritualidad, y algunos con procesos de santidad canónica, que han fallado gravemente en el corazón por su terquedad. Sin mala intención, hicieron grandes disparates, ocasionaron muchos sufrimientos, aferrados a una ley, más estricta que la de los entonces libros de moral, querían ser más fieles a la Iglesia que el mismo Pontífice. Era un auténtico farisaísmo. Exigían heroísmos inhumanos y, como aquellos, imponían cargas insoportables sobre la buena gente, sincera y heroica. José Díaz Moreno, profesor eminente de Comillas, ha dicho recientemente, que “una de las grandes desgracias que tiene el Derecho Canónico, es que lo tienen que aplicar personas que no tienen ni idea de lo que es y debe ser la ley en la Iglesia y de lo que realmente debe ser una aplicación según justicia y equidad. Los legalismos, leguleyismos, que yo he visto a lo largo de mi vida, que ya no es corta, no los he visto en espléndidos o insignes canonistas, sino en personas que, o en nombre del carisma, o en nombre de aquí el que manda soy yo, intentaban justificarse”.

3. Otros, primaban mucho la fama del cultivo de la inteligencia, y seleccionaban y encumbraban a los más pretendidos intelectuales, que después les han fallado, y descuidaban la misericordia, eran duros de corazón. Eso ha hecho mucho daño. Hay muchas concausas de la escasez de vocaciones, pero ésta puede ser una de ellas. Me contaba una fundadora de un Instituto Secular, que una alta jerarquía, arrepentida del acoso inferido, se dolía del retraso de vocaciones que habían ocasionado su inhumanidad. Encontramos muchas veces gentes o no creyentes o no consagradas, con mejor corazón, quizá en esto influye no poco la soltería, que no el celibato, impuesto y mal encajado. Aunque quiero creer que ocurre ya menos, todavía aparecen cabos de varas, trasnochados y anacrónicos, que parecen arrancados de un retablo farisaico. Para todos es actual el mandato de Jesús de Nazaret: “Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón”.

4. “De todas las aldeas fueron corriendo por tierra a aquel sitio”. Buscaban a Jesús. Querían oírle, hablarle, contarle sus problemas, pedir su consejo, su aliento, su fortaleza. Les iluminaba la mente, les calentaba el corazón como a los de Emaús más tarde. Nos buscan. Buscamos. ¿Encontramos? ¡Cuántas veces hemos tenido necesidad de comunicación espiritual, antes de las 8 de la tarde, y nos hemos encontrado cerradas las puertas de los templos. Hemos querido una palabra, el perdón, el sacramento, y no lo hemos encontrado. Dios siempre nos espera. Cristo está siempre en el sagrario. Pero las puertas están cerradas. Y cuando están abiertas, ¿qué podemos dar? ¿Encuentran en nosotros lo que encontraban en Jesús? Al menos, hemos adquirido ese peso que procede de la contemplación de la Verdad…Pero Jesús tiene lástima. Se deja comer por los hombres. Sabe que sin su palabra y sin su vida no podemos vivir. “No sólo de pan vive el hombre”...

5. La lástima que Jesús siente por aquella multitud, venía ocasionada, según el texto evangélico, “Porque andaban como ovejas sin pastor”. Siendo seminarista, me enviaron a Montserrat a estudiar canto gregoriano con mi superior. Yo tenía 18 años. Ni una sola vez se preocupó de mí, estando fuera de casa, ni me dirigió la palabra, parece increíble, como si fuera un extraño. ¡Qué asistencia tan especial del Espíritu Santo es necesaria para perseverar en esas condiciones! Me decía un obispo: Antes, cuando un sacerdote era llamado por el obispo, se echaba a temblar. No me extraña lo que añadió: Ahora el que tiembla es el obispo. ¿No se sembró la reacción? ”Vosotros dispersasteis mis ovejas, las expulsasteis; pues yo os tomaré cuentas, por la maldad de vuestras acciones”. Y dirá San Juan de la Cruz sobre los pastores ciegos: “el que debiendo acertar no acertó, no pasará sin castigo”.

6. La mayor preocupación de un pastor han de ser sus ovejas, las madres de los corderos. Participan de su mismo Orden sagrado, y de ellas depende de manera importantísima y primordial, la vida del rebaño. En aquella muchedumbre, Jesús no veía un pueblo, una comunidad, sino una multitud de gente perdida y sin rumbo. Jesús "se puso a enseñarles con calma". Ardua tarea la de anunciar la paz y la reconciliación, la fraternidad y el amor. Con paciencia, con sencillez. Acudir a El, que es el Pastor que tiene compasión de nosotros. En él se cumple la profecía de Jeremías: "Reuniré el resto de mis ovejas de todos los países a donde las dispersé y las volveré a traer a sus dehesas, para que crezcan y se multipliquen.. Suscitaré a David un vástago legítimo: reinará como rey prudente" Jeremías 23,1.

7. Acudir a El, sí, aunque lamentando que los que él ha puesto como pastores, se preocupen a veces más de los actos protocolarios y de los colectivos, que de la atención, cariño verdadero y sin trampa ni política, personales y uno a uno, sobre todo, a los que con tanta generosidad se han entregado y que sirven a la Iglesia de balde y con todo lo suyo. ¿Qué no haría un sacerdote con el abrazo y la cercanía de su obispo, si sin ellos, se está dejando la piel y agotando su corazón?

8. Bíblicamente, Pastor y rey es lo mismo. "El Señor es mi Pastor, nada me falta", hemos repetido con el salmista, proclamando los oficios que el Señor, como Pastor, cumple con su pueblo: "me hace recostar en praderas verdes, me conduce hacia tranquilas fuentes; me guía, me defiende con su cayado”, con el que a la vez acaricia mis espaldas, como hace el pastor cariñosamente con sus ovejas; “me prepara la mesa, y mi copa rebosa”. Ahora nos está preparando la mesa de su cuerpo y sangre, y nos ungirá la cabeza con perfume, el perfume de su Santo Espíritu Salmo 22.

9. Esta es la tarea de los pastores de la Iglesia: Predicar el Reino a un mundo disperso, aborregado y dividido. Desnortado. Perdido. Desorientado. Darles a conocer la alegría de la buena noticia de que Jesús ha creado, mediante la cruz unos hombres nuevos que son hijos de Dios, con un destino feliz y eterno Efesios 2,13.

10. Y ofrecer el ejemplo de la unidad y de la caridad en el reino de Dios, para que el mundo crea (Jn 17,21) y se convenza, no sólo por lo que decimos, sino por lo que hacemos. "Paz a los de lejos, paz también a los de cerca". Y acercarnos a participar el pan consagrado en su altar, que nos robustece para andar el camino de la cruz en su seguimiento. Dios nos ha amado tanto que nos ha dado y da a su Hijo Unico: Cuánto amor, cuánto amor, ¡cómo podríamos comprender tanto amor.

11. Acabo de leer esta historia que nos pone los pelos de punta y nos adoctrina sobre ese amor. Os la cuento: Era la reunión de un grupo de oración. Después de los cantos, el sacerdote presentó a un orador invitado; era un amigo de la infancia, ya entrado en años. Mientras todos lo seguían con la mirada, el anciano ocupó el ambón y comenzó a contar esta historia: "Un hombre junto con su hijo y un amigo de su hijo estaban navegando en un velero en la costa del Pacífico, cuando una tormenta les impidió volver a tierra firme. Las olas se encresparon a tal grado que el padre, un marinero de experiencia, no pudo mantener a flote la embarcación, y las aguas del océano arrastraron a los tres." "El padre logró agarrar una soga, pero luego tuvo que tomar la decisión más terrible de su vida: Escoger a cuál de los dos muchachos tirarle el otro extremo de la soga. Tuvo sólo escasos segundos para decidirse. El padre sabía que su hijo era un buen cristiano, y también sabía que el amigo de su hijo no lo era. La agonía de la decisión era mucho mayor que los embates de las olas." "Miró en dirección a su hijo y le gritó: ¡TE QUIERO, HIJO MIO! y le tiró la soga al amigo de su hijo. En el tiempo que le tomó al amigo llegar hasta el velero volcado en campana, su hijo desapareció bajo los fuertes oleajes en la oscuridad de la noche. Jamás lograron encontrar su cuerpo."

Dos adolescentes estaban escuchando con suma atención, atentos a las próximas palabras que pronunciara el orador invitado. "El padre" -continuó el anciano- "sabía que su hijo pasaría la eternidad con Cristo, y no podía soportar el hecho de que el amigo de su hijo no estuviera preparado para encontrarse con Dios. Por eso sacrificó a su hijo. ¡Cuán grande es el amor de Dios que lo impulsó a hacer lo mismo por nosotros!" Dicho esto, el anciano volvió a sentarse, y hubo un tenso silencio. Pocos minutos después de concluida la reunión, los dos adolescentes se encontraron con el anciano. Uno de ellos le dijo cortésmente:"Esa fue una historia muy bonita, pero a mí me cuesta trabajo creer que ese padre haya sacrificado la vida de su hijo con la ilusión de que el otro muchacho algún día decidiera seguir a Cristo."

"Tienes toda la razón", le contestó el anciano mientras miraba su Biblia gastada por el uso. Y mientras sonreía, miró fijamente a los dos jóvenes y les dijo:

"Pero esa historia me ayuda a comprender lo difícil que debió haber sido para Dios entregar a su Hijo por mí. A mí también me costaría trabajo creerlo si no fuera porque el amigo de ese hijo era yo."

12. Vamos a comer el Cuerpo de cristo entregado por el Padre con amor para poder vivir de ese amor.

JESUS MARTI BALLESTER

18. Evangelio del domingo: Descansar con Jesús
Por monseñor Jesús Sanz Montes, ofm, obispo de Huesca y de Jaca

HUESCA, sábado, 18 de julio de (ZENIT.org).- Publicamos el comentario al Evangelio de este domingo (Marcos 6,30-34) XVI del tiempo ordinario, ofrecido por monseñor Jesús Sanz Montes, ofm, obispo de Huesca y de Jaca.

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Al regreso de aquella correría apostólica, los discípulos debieron volver tan cansados como pletóricos de alegría. Eran muchas las cosas que habían dicho y hecho "en Nombre de Jesús", sabiéndose enviados por él. Pero estaban cansados. Jesús los tomó aparte y dirá a aquellos que le seguían más de cerca: "venid un poco aparte, a un lugar solitario, y descansad un poco".

No es sólo un momento de relax el que les propone Jesús, sino un descanso con Él. Por eso se los lleva un poco aparte, aún a costa de no atender en el entretanto a toda la muchedumbre que andaba de acá para allá. Ellos tendrían necesidad de contarle al Maestro tantas cosas, y éste, a su vez, querría conocer qué tipo de resonancia o reacción había producido en ellos esta primera salida misionera. Para poder luego seguir subiendo hacia Jerusalén, era imprescindible pararse con el Señor a solas, gustando lo único que es necesario, como el mismo Jesús explicará a Marta en el célebre diálogo en su casa de Betania.

Porque si el discípulo habla sin haber escuchado antes la Palabra necesaria, y si actúa sin haber contemplado previamente la Presencia imprescindible, corre el riesgo de convertirse en jaleador de sus inventos, en vendedor de sus ideas, en urgidor de sus prisas, en imponedor de sus visiones, sea cual sea la clave ideológica desde la que lo haga; si la misión del evangelizador cristiano no nace de otra Palabra escuchada y de otra Presencia acogida, se arriesga a no ser una misión cristiana.

Y en este Evangelio, como siempre en la historia cristiana, cuando de verdad se ha descansado con Jesús bebiendo en las fuentes de su Palabra y su Presencia, entonces Él no retiene ni se queda privadamente con los que más de cerca le seguían. No ha actuado así el Señor jamás, sino todo lo contrario: "cuando llegaron a la otra orilla, se conmovió por la gente que andando había ido a esperarlos, porque eran como ovejas que no tienen pastor, y se puso a enseñarlos".

Este es el gesto de Jesús y el gesto de sus discípulos: Pedro, ¿me amas? Pues apacienta mis ovejas (Jn 21). Siempre así. Apacentar las ovejas de Cristo, curar sus heridas, vendar sus quebrantos, consolar sus pesares e infundir la esperanza, pero no antes de haber amado al mismo Cristo. No son rivales Dios y los hombres. Son dos amores fundidos aunque no confundidos, diversos pero inseparables. Toda una lección y todo un programa para quienes por compromiso con nuestro bautismo hemos de evangelizar, descansando junto a Jesús y conmoviéndonos por los hermanos.